Capítulo 11
La isla se veía rodeada de jirones de niebla espesa y de la azul obscuridad de la noche. Stark y Treon se deslizaron en silencio por entre las rocas hasta vislumbrar la luz que salía por las troneras de la central de energía.
Habían allí siete guardias, cinco dentro del bloque, dos fuera, patrullando.
Cuando estuvieron lo bastante cerca, Stark se deslizó como si fuera una sombra y ni siquiera una piedrecilla crujió bajo sus desnudos pies. Al poco, halló un lugar a su gusto y se agazapó. Un centinela pasó a menos de un metro, bostezando y mirando esperanzado al cielo como si buscara hallar en él los primeros claros del alba.
La voz de Treon sonó fuerte, pero con sus inconfundibles tonos de dulzura.
—¡Ah, de los centinelas!
El guardián se detuvo y giró en redondo. Desde la curvada pared de piedra alguien empezó a correr, sus sandalias resonando sobre el blando terreno mientras el segundo centinela acudía.
—¿Quién habla? —preguntó uno—. ¿El Señor Treon?
Atisbaron tratando de perforar la obscuridad y Treon respondió:
—Sí.
Se había adelantado lo bastante para que pudieran distinguir el pálido manchón de su cara, manteniendo a su cuerpo fuera de la vista entre las rocas y matorrales.
—Daos prisa —ordenó—. Mandad que abran la puerta —hablaba entrecortadamente—. ¡Una tragedia… un desastre! ¡Mandad que abran!
Uno de los hombres obedeció de un salto y empezó a aporrear la gruesa puerta que estaba cerrada desde el interior. El otro permaneció inmóvil, mirando con ojos desorbitados. Entonces se abrió la puerta, vertiendo una oleada de luz amarillenta en el seno rojizo de la niebla.
—¿Qué pasa? —preguntaron los hombres de dentro—. ¿Qué ha ocurrido?
—¡Salid! —jadeó Treon—. ¡Mi primo ha muerto, el Señor Egil ha muerto, lo asesinó un esclavo!
Dejó que se percataran del significado de sus palabras. Tres o más salieron quedando dentro del círculo de luz y había terror en sus rostros, como si temieran ser considerados responsables de aquello.
—Ya le conocéis —dijo Treon—. El esclavo corpulento de la Tierra. Ha matado al Señor Egil y se ha adentrado en el bosque. Necesitamos a todos los guardas para ir tras él, puesto que muchos más centinelas han de vigilar al resto de los esclavos que se han amotinado. Tú y tú… —Eligió a los cuatro más fuertes—. Id en seguida a uniros a las patrullas que efectúan la búsqueda. Yo me quedaré aquí con los demás.
Casi dio resultado. Los cuatro dieron un par de pasos dubitativos y entonces uno se detuvo y dijo dudoso:
—Pero, mi señor, está prohibido que abandonemos nuestros puestos sea el motivo que fuere. ¡Terminantemente prohibido, mi señor! El Señor Cond nos matará, si abandonamos este lugar.
—Y teméis más al Señor Cond que a mí —dijo Treon con tono filosófico—. Ah, bueno. Comprendo.
Se adelantó, entrando plenamente en el círculo de luz.
Un carraspeo colectivo fue emitido por los guardianes seguido por un grito de asombro. Los tres del interior habían salido armados tan sólo con espadas, pero los dos centinelas tenían sus pistolas conmocionadoras. Uno gritó:
—¡Es un demonio que habla con voz de Treon!
Y las dos negras armas empezaron a alzarse.
Tras ellos, Stark disparó dos silenciosos proyectiles en rápida sucesión y los hombres cayeron, quedando fuera de combate durante varias horas. Luego saltó hacia la puerta.
Colisionó con los dos hombres que estaban haciendo lo mismo. El tercero se había vuelto para contener a Treon con su espada hasta que estuvieran a salvo dentro de la central.
Al ver el peligro que corría Treon de ser ensartado por la espada, Stark disparó entre los cuerpos de los guardias derribando al tercer centinela. Luego se vio envuelto en un amasijo de forcejeantes brazos y piernas y un golpe afortunado le arrancó el arma de la mano.
Treon se incorporó a la pelea y disfrutando de su nueva fuerza, cogió a un individuo por el cuello y lo arrojó lejos. Los centinelas eran hombres corpulentos y fuertes, y luchaban con desesperación. Stark se notaba magullado y sangrante por un corte en la boca antes de poder aplicar un aniquilador y decisivo puñetazo.
Alguien pasó corriendo junto a él por el umbral. Treon gritó. Por el rabillo del ojo Stark vio al Lhari sentado en el suelo, confuso. La puerta se estaba cerrando.
Stark puso rígidos sus hombros y saltó.
Alcanzó el pesado panel con una sacudida que por poco le deja sin aliento. Se abrió de golpe y se oyó un grito de dolor y el sordo ruido de un cuerpo al desplomarse. Stark penetró para hallar al último de los guardias rodando por el suelo. Pero antes de darse cuenta se había puesto en pie y sacaba al mismo tiempo su espada.
Stark continuó en su embestida sin detenerse. Se lanzó de cabeza contra el hombre antes de que la punta de su acero hubiera salido de la funda, lo derribo y acabó con su enemigo de una manera terriblemente eficaz.
Se puso en pie de un salto, respirando con fuerza, escupiendo sangre por la boca y mirando en su torno, a la sala de control. Pero los demás habían huido, evidentemente para dar la alarma.
El mecanismo era sencillo. Estaba contenido en una gran plancha metálica oblonga, del tamaño y forma de un ataúd, equipada con rejillas, lentes y diales. Zumbaba suavemente, aunque Stark desconocía en qué estaba basada su fuente energética. Quizás en los mismos rayos cósmicos, aparejados para un uso distinto.
Cerró lo que parecía ser el interruptor principal y el zumbido dejó de sonar y la luz parpadeó hasta desaparecer de las lentes. Cogió la espada del centinela muerto y cuidadosamente rompió cuanto le fue posible destrozar. Después tornó a salir al exterior.
Treon estaba en pie, sacudiendo la cabeza. Sonreía triste.
—Parece que la fuerza sola no es bastante —dijo—. Uno necesita también pericia.
—Las barreras han sido bajadas, cortadas —anunció Stark—. El camino está libre.
Treon asintió y volvió con él al mar. Esta vez ambos llevaban armas conmocionadoras tomadas de los guardia… seis, contando la de Egil. El armamento total para la guerra.
Mientras avanzaban raudos por las rojas profundidades, Stark preguntó:
—¿Qué hay de la gente de Shuruun? ¿Cómo luchará?
Treon respondió:
—Los de la casta de Malthor defenderán a los Lhari. Es preciso, porque en ellos tienen cifrada toda su esperanza. Los demás esperarán, hasta que vean qué lado es el que triunfa. Se alzarían contra los Lhari si se atrevieran, pues sólo les hemos causado miedo en toda su vida. Esperarán hasta ver qué es lo que ocurre.
Stark asintió. No volvió a hablar.
Bajaron por encima de la pensativa ciudad y Stark consideró que Egil y Malthor formaban parte ahora del silencio, vagando despacio por las calles vacías, en donde les llevaran las pequeñas corrientes envueltos en retazos de fuego mortecino.
Pensó en Zareth, durmiendo en la sala de los reyes y sus ojos despidieron una luz cruel y fría. Oscilaron por encima de los acuartelamientos de los esclavos. Treon permaneció de guardia fuera. Stark entró, llevando las armas extras.
Los esclavos dormían aún. Algunos soñaban y reían en su sueño y otros igual podían haber estado muertos, sus rostros flacos, blancos como calaveras.
Esclavos. Ciento cuatro, contando a las mujeres.
Stark les gritó y despertaron como sobresaltados sobre sus jergones, los ojos llenos de terror. Entonces vieron quien les llamaba, de pie y armado. Hubo un clamor creciente que se calmó cuando Stark volvió a gritar, pidiendo silencio. Esta vez la voz de Helvi le hizo eco. El alto bárbaro estaba débil debido al sueño producido por las drogas.
Stark les dijo, escuetamente, cuanto había ocurrido.
—Ahora estáis libres del collar —dijo—. Desde ahora podréis sobrevivir o morir como hombres y no esclavos —hizo una pausa y luego preguntó ¿quién vendrá conmigo a Shuruun?
Respondieron al unísono, era la voz de los Seres Perdidos, que veían cómo el palio rojo de la muerte empezaba a alzársele encima de ellos. Los Seres Perdidos, que volvían a encontrar la esperanza.
Stark soltó una carcajada. Este era feliz. Repartió las armas extras a Helvi y a otros tres elegidos y Helvi le miró a los ojos riéndose también.
Treon habló desde la puerta.
—¡Ya vienen!
Stark dio a Helvi rápidas instrucciones y salió, llevando consigo uno de los demás hombres. Con Treon, se escondieron por entre los matorrales del jardín que estaba fuera del vestíbulo, recortado y hermoso, oscilando con una brillantez sin vida a causa de las lentas bocanadas de fuego.
Llegaron los guardias. Veinte hombres altos armados, para sacar a los esclavos para otro período de trabajo, que consistiría en quitar una serie de inútiles piedras.
Las armas escondidas hablaron con sus lenguas silenciosas.
Ocho de los guardias cayeron dentro del vestíbulo. Nueve lo hicieron fuera. Diez de los esclavos murieron con los collares ardiendo antes de que los tres que quedaban fueran reducidos a la impotencia.
Ahora habían veinte espadas para repartir entre noventa y cuatro esclavos, contando a las mujeres.
Salieron de la ciudad y subieron por el bosque de ensueño, un vuelo de fantasmas blancos con llamas en el pelo, volviendo de la roja obscuridad y del silencio para buscar de nuevo la luz.
Luz y venganza.
El primer resplandor pálido del alba se alzaba a través de las nubes, cuando salieron de entre las rocas por debajo del castillo de los Lhari. Stark les dejó y se fue como una sombra arriba por los acantilados, hasta donde había escondido su pistola la noche que llegó por primera vez a Shuruun. Nada se movía. La niebla se levantaba desde el mar como un vapor de sangre y el rostro de Venus estaba todavía a obscuras. Sólo las nubes altas se veían tocadas de un suave tono color perla.
Stark regresó con los demás. Entregó su arma conmocionadora a un habitante de los pantanos cuyos ojos brillaban de fría locura. Luego dirigió unas últimas palabras finales a Helvi y volvió con Treon bajo la superficie del mar.
Treon mostró el camino. Recorrieron el acantilado sumergible y al poco tocó el brazo de Stark señalando un lugar donde una roja y redonda boca se habría en la roca.
—Lo hicieron hace mucho tiempo —dijo Treon—, para que los Lhari y sus esclavos pudiesen salir y entrar sin ser vistos. Vamos… y guarda silencio.
Nadaron hasta la boca del túnel y entraron en el obscuro pasillo que había más allá, hasta que la pendiente del suelo les sacó del mar. Entonces prosiguieron el camino en silencio, deteniéndose de vez en cuando para escuchar.
La sorpresa era su única esperanza. Treon había dicho que sólo dos podrían lograr el éxito.
Stark confío en que Treon tuviera razón.
Llegaron hasta una pared blanca de piedra. Treon apoyó su peso contra un lado y un gran bloque giró lentamente en torno a un pivote central. Una protegida lámpara apareció iluminando la estancia, que Stark pudo comprobar se hallaba vacía.
Penetraron y al hacerlo un sirviente con sedas brillantes vino bostezando a la habitación con una antorcha encendida para reemplazar a otra ya moribunda en un rincón.
Se quedó parado, los ojos desorbitados de asombro, dejando caer la antorcha. Su boca se abrió para proferir un grito, pero no emitió ninguno y Stark recordó que aquellos sirvientes carecían de lengua… para impedir que contasen lo que veían o oyesen en el castillo, según aclaró Treon.
El hombre giró y echó a correr a lo largo de un pasillo escasamente iluminado. Stark le persiguió sin esfuerzo derribándolo. Le golpeó una sola vez con el cañón de su pistola y el hombre quedó inmóvil.
Treon se le acercó. Su rostro tenía un aspecto casi de exaltación, con un brillo singular en los ojos que hizo que Stark se estremeciera. Abrió la marcha, a través de una serie de vacías habitaciones, todas de un negro sombrío y no encontraron a ninguna persona más.
Por último se detuvo ante una pequeña puerta de oro bruñido. Miró a Stark una sola vez y asintiendo empujó los paneles para abrirlos y se metió por la abertura.