Capítulo CATORCE
Noventa y nueve testigos fueron llamados en el caso de El pueblo del Estado de California contra G, Daniel Walker, en un juicio que duró casi dos meses. Algunos de los rostros y algunas de las voces resultaban conocidos, otros eran nuevos. Junto con las preguntas inútiles usuales —se preguntó al doctor Hayes si el cuerpo cuya autopsia había hecho, en Myers Chapel estaba realmente muerto— hubo otras que parecían muy oportunas: un meteorólogo fue interrogado no solamente si había llovido en Los Ángeles la noche del 24 de febrero de 1973, sino si había llovido en la pizzería de Casa Bella. Hubo las confusiones y contradicciones habituales: un patólogo atestiguó que Bill Ashlock había recibido un tiro en la nuca, y un radiólogo, que había visto los rayos X tomados justo antes de la autopsia, creía que Bill había recibido el disparo de frente, en la boca.
Gran parte de los primeros testimonios eran el eco de la audiencia preliminar, aun cuando no se permitió que Honey repitiera lo que le había contado Hope, pues era de oídas. Pero con Hope fuera de peligro, Honey estaba en gran forma, inclusive excelente forma. Cuando Jay Powell, refiriéndose a apuntes hechos por Honey sobre las llamadas de Walker, le preguntó si en esas llamadas ella le había pedido que "no dejara plantada" a Hope, Honey pareció apenada.
—No creo que usaría yo nunca esa expresión —dijo Honey.
—Ya veo —murmuró Jay.
—Le pedí que saliera a la vista, que fuera a la policía —explicó Honey.
—¿Pero nunca le pidió que "no dejara plantada" a Hope?
—No parece una expresión mía, señor Powell.
Y cuando Jay le leyó la transcripción del preliminar:
Pregunta: ¿Le pidió usted que no dejara plantada a Hope? Respuesta: Sí, se lo pedí.
Honey se mantuvo firme.
—"Dejar plantada" fueron palabras de usted, no mías. Yo no uso esa expresión. ¿Fueron palabras de usted, no es cierto, señor Powell?
Entonces Walker repreguntó a Van, y la animosidad entre los dos volvió la atmósfera de la sala más pesada. Cuando Van se refirió a la "historia correcta" que le había contado finalmente Hope, en la que decía que Taylor había llegado al rancho el sábado, no el domingo, Walker se mostró visiblemente despectivo.
—Tal como yo lo entiendo, en la primera historia que le contó su hija, Walker era el héroe que la liberó ¿no es así?
—Correcto —soltó secamente Van.
—En su segunda historia, Walker era el villano que la había atacado ¿no es así?
—Así es.
—¿Y usted sabía ya la segunda versión de la historia de su hija el 9 de marzo de 1973 cuando dio su segunda declaración a la policía? ¿no es así?
La indignidad de verse interrogado despectivamente por el hombre, el criminal que había dicho de él en una cinta: "un burro pomposo", causaba un gran resentimiento en Van. Contestó fríamente:
—No hice ninguna declaración. Celebramos sólo una reunión.
—¿Conversó usted con los policías?
—Tuvimos una conversación con ellos —respondió Van, con un despliegue elaborado de etiqueta—, y la respuesta a su pregunta, reconociéndolo como conversación es sí, sabía ya la segunda historia, y no, no se la conté a la policía.
—Gracias —le dijo agradablemente Walker.
Entre los demás veteranos de la audiencia preliminar, Gerald Webb volvió de Hazel Park, Michigan, adonde se había trasladado, para identificar a Walker como el hombre que había visto en el rancho el sábado por la tarde.
—No creo que lo olvidaré —declaró Gerald—. Realmente, no lo creo.
Jim Webb dijo nuevamente que había visto dos coches junto a la casa principal a primera hora del domingo, a eso de las seis de la mañana: un Vega y un Lincoln, y que el domingo por la noche sólo estaba estacionado allí el Vega. Jim atestiguó que había telefoneado a Honey a eso de las 7 y media de la noche del martes, la única llamada que dijo haber hecho; dijo que Van lo había llamado más tarde, a eso de las nueve. Jim dijo que entre esas dos llamadas, cuando entró en la casa oscura con su lámpara de mano, guantes, y los zapatos cubiertos por calcetines, los cortinones de la sala estaban descorridos.
Los pescadores regresaron para decir que habían visto tres autos en el rancho el sábado por la tarde: un Lincoln, un Vega y un coche oscuro, pequeño. Lee Blount dijo que un hombre con barba le había hablado, creyendo que trabajaba en el rancho, y que en su segunda excursión de pesca al rancho, el martes, cuando pasaron delante de la casa principal, estaban corridos los cortinones de la sala.
Cuando Joe Haley dijo: "No más preguntas", Walker se puso de pie. Saludó cortésmente con la cabeza al juez, y después volvió de lleno su mirada hacia Hope.
La relatora de la corte, Shirley Askins, una mujer vivaracha y de aspecto animoso con cabellos grises rizados, había observado cómo miraba Walker a la gente, inclusive cuando había estado interrogando a los jurados: "Cuando mira a una persona, le presta toda su atención, completa", dijo Shirley. Walker estaba mirando a Hope de una manera tan intensa, tan personal, que sólo podía calificarse de clavada. Le había ordenado que permaneciera a la mesa de abogados cuando interrogara a Honey y a Hope, que no se acercara a los testigos; la distancia daba mayor énfasis al drama.
Hope trató de devolverle firmemente la mirada. La cabeza le daba punzadas; todos sus músculos parecieron ponerse tensos. Entonces Walker sonrió.
—Señora Masters, voy a tener que hacerle algunas preguntas —le dijo con voz compasiva, comprensiva—. Me doy cuenta de que será probablemente fatigoso, y ¿es ésta la primera vez que sirve usted de testigo en un tribunal?
—Sí —dijo Hope. Sonrió, una sonrisa tentativa, pequeña, y su tensión se calmó. Tom Breslin, que tenía también fija la mirada en ella, se sintió tenso a su vez.
—Señora Masters, volvamos con el recuerdo al viernes 23 de febrero de 1973 —dijo dulcemente Walker—. ¿Vivía entonces con usted el señor Ashlock?
—Sí, señor —respondió Hope.
Walker sonrió.
—Ahora vamos a pasar al sábado 24. ¿Recibió usted alguna llamada telefónica en la casa principal del rancho, antes de que nadie llegara allí?
—Sí.
—¿Y quién llamó?
Hope empezaba a fastidiarse ante tanta dulzura.
—Usted llamó —respondió, algo irritada.
Walker la llevó hasta la llegada del "visitante" y la bebida, los bocadillos, la charla de tres personas, el paseo por la propiedad, el episodio con el caballo.
—Ahora, señora Masters, cuando ustedes tres salieron con el caballo para tomar fotos ¿tomó usted alguna foto?
—Usted tomó las fotos.
—Yo tomé las fotos —repitió Walker. Sonrió—. ¿Tomé muchas fotos?
—No pareció que fueran muchas —dijo Hope—. Pero unas cuantas.
—¿Recuerda usted la ropa que vestía para las fotos?
—Llevaba un pantalón beige... no sé si es de lana, pero es tejido con una rayita y un chaleco a juego y una camisa de crespón rosado, de hombre.
—¿Y cambió esa ropa por otra ropa distinta?
—Porque me mojé en el río, allá abajo.
—¿Y qué se puso entonces?
—No estoy segura, pero creo que cambié de pantalón. Me tuve que poner un pantalón de pana rojo o un pantalón de pana azul marino, porque era lo único que llevé, pero en este momento no puedo recordar.
—Para que lo pueda tener claro en la mente —dijo bondadosamente Walker— ¿qué fue lo que usted llevó personalmente al rancho?
—Me llevé el conjunto que he descrito, pantalón de corduroy marrón con un suéter de cuello ruso a rayas marrón y blancas, y un chaleco marrón y multicolor, pantalón azul marino de pana con una especie de blusa floreada azul púrpura, y un camisón, y posiblemente un suéter o una chaqueta.
—Ahora, al día siguiente, al salir del rancho ¿qué llevaba consigo?
—Sé que llevaba mi pantalón marrón, camisa y chaleco. Tenía puestos mi pantalón marrón y el chaleco, y llevaba conmigo el camisón, mis pantalones beige y posiblemente mi chaleco beige.
—De modo que ¿usted empacó antes de dejar el rancho?
—No —dijo incisivamente Hope—. Recogí lo que había encima de la cama.
Walker sacó una foto: Evidencia HH de la defensa.
—¿Muestra esta foto la cama donde se encontraba la ropa que usted tomó para llevársela el domingo antes de ir a Beverly Hills?
—Verá usted, me encontraba en tal estado que no puedo recordar dónde estaba la ropa —admitió Hope.
—¿De modo que no está segura ahora de que estuviera en la cama?
—Sé que estaba en el cuarto. Recogí lo que tuve por delante, la ropa que usted me puso, y eso es todo. Creo que habré puesto todo eso en su coche. No tenía mucho que llevar, porque lo único que llegó a la casa fue un pantalón y un camisón.
—¿Qué fue de lo demás? —preguntó Walker con especial interés.
—No lo sé —dijo Hope—. Creo que la policía se lo llevó. El resto de la ropa desapareció de la casa del rancho, y no sé adonde iría a parar.
—Señora Masters ¿qué llevaba usted puesto cuando fue a echar la siesta?
—Estoy muy segura de que todavía llevaba mi camisa de hombre de crespón rosa. Probablemente me habría quitado el chaleco, y el único pantalón que falta es el de pana azul marino.
—¿También tiene la blusa de crespón rosa?
—No, no la tengo —dijo Hope.
Walker le recordó que había atestiguado que vomitó, y que se encontró brazos y manos cubiertos de sangre.
—¿Seguía con la blusa rosada puesta en ese momento?
—Creo que la tenía puesta, y parte de esas manchas de sangre se quedaron en la camisa.
El señor Haley objetó que nada de eso venía al caso.
—¿Oué pertinencia tiene, señor Walker? —preguntó el juez Ginsburg.
—Esta testigo ha dicho que le faltan prendas y que no sabe lo que ha sido de ellas —explicó Walker—. Están manchadas de sangre. El inventario de la policía no muestra prendas manchadas de sangre que fueran halladas en el rancho.
—Está bien —dijo Ginsburg—. Siga adelante y responda.
—Bueno, estoy segura de que hay manchas de sangre en esa blusa de crespón —dijo Hope.
—Señora Masters ¿la molesta ver manchas de sangre? —preguntó Walker amablemente.
—Sí.
—Pero si viera dos blusas de nuevo, sería capaz de reconocer la suya, ¿no es así?
—Sí.
Walker sonrió y tomó una bolsa de papel de la mesa de los abogados.
—Señora Masters, vamos a mostrarle lo que ha sido rotulado para su identificación como Evidencia YY de la defensa, y pedirle...
—¿Está manchado de sangre? —interrumpió Hope.
—...y pedirle que saque la prenda de la bolsa, y la mire.
Hope miró con angustia la mesa de la defensa.
—¿Hay sangre, Jay? No quiero, si está manchada de sangre.
Walker mandó a Powell sostener la bolsa abierta delante de ella.
—¿Es ésta la blusa que llevaba usted puesta cuando tocó el cuerpo?
—Se parece a mi blusa rosada, sí.
—¿Por qué no la saca de la bolsa? —preguntó Waiker.
—No quiero hacerlo —dijo Hope.
El juez Ginsburg la miró y miró después a Walker.
—No tiene que hacerlo —dijo.
De modo que Walker sacó las blusas de la bolsa, una blusa rosa y otra, azul púrpura. Hope sabía que de haber estado manchadas de sangre, habría oído exclamaciones: Oh y Ah. No hubo ningún murmullo de sorpresa escandalizada en la sala ni jadeos, porque no había manchas ni trazas de sangre en las prendas de Hope.
Walker siguió hablando en tercera persona: "él", "el visitante", "el intruso", y generalmente también Hope lo hacía. Daba al coloquio un aspecto fantasmal, extraño. En cualquier momento, pensaba Tom Breslin, Hope podría caer de la ilusión en la fea realidad: ese hombre le había hecho aquellas cosas indecibles a ella.
—Cuando el intruso entró en su cuarto ¿qué hizo?
—Puso su mano alrededor de mi cuello... bueno, me tendió en la cama y me advirtió que no gritara.
—Señora Masters ¿cuántas veces la violaron?
—Creo que fueron dos, pero era algo así como una y otra vez.
—¿Sabe usted si el hombre llegó al climax?
—No, no lo sé.
—Señora Masters, después de violarla a usted, ¿se quedó el intruso en la cama un rato largo?
—Más o menos estuvo entrando y saliendo de la cama varias veces. Parte del tiempo, cuando me estuvo haciendo esas sugerencias, se quedaba de pie junto a mí y me palpaba, y después volvía a la cama y se movía de un lado para otro pero siempre justo... justo a mi lado.
—¿Creo que usted dijo que el intruso no estaba vestido de la cintura para abajo pero que tenía alguna prenda arriba?
—Eso me pareció en la oscuridad.
—¿Durmió algo esa noche?
—Un breve rato.
—¿Estaba el intruso en el cuarto con usted mientras dormía?
Joe Haley brincó.
—Objeción: es obvio que nadie que esté dormido puede saber si hay alguien más en la habitación.
Walker sonrió y asintió con la cabeza.
—Creo que el abogado tiene razón. No se me había ocurrido, Señoría. Retiro la pregunta —se volvió a mirar a Hope—. Señora Masters ¿vio usted al intruso durmiendo aquella noche?
—¿Quiere usted decir la persona de quien no estoy segura quién era?
—Sí.
—Bueno, pues no sé —respondió Hope—. Verá, depende de quién fuera.
Durante el receso, Tom Breslin le cantó las verdades a Hope una vez más, sólo que más fuerte.
—Maldita sea ¡está usted oscureciendo su testimonio! —le dijo Tom—. Se está mostrando demasiado blanda con él.
—Bueno, él se está mostrando blando conmigo —dijo Hope.
—No me importa, eso es un ardid —respondió Tom—. Hopie, tiene que ser más ruda.
No resultó tan difícil como ella había pensado, cuando volvió a la silla de los testigos y Walker la hizo volver al Drive.
En el examen directo, el procurador había esbozado ya ese periodo, estableciendo que ella estuvo constantemente presa del miedo.
—Él me decía que cierto coche daría vueltas por allá, vigilando mi casa, y entonces se iba y yo miraba por la ventana y veía el coche, y estaba completamente convencida de que no sólo tenía la Mafia tras de mí sino algunos amigos suyos que vigilaban para ver si tampoco notificaba a las autoridades, y yo veía esos coches o él me decía: "¿Ha visto ese compañero barriendo las hojas secas? Es uno de mis hombres". Me encontraba convencida de que me vigilaban en todo momento. Indicaba que sus fuentes le habían enterado de las llamadas telefónicas que me hacía. Me decía: "Te has portado bien. No has hecho nada por teléfono. Si sigues portándote bien, mientras te portes bien te ayudaré, y todo saldrá bien". Le tenía miedo pero también dependía de él para que me sacara de esa situación del contrato, de manera que mis sentimientos eran ambivalentes. Tenía miedo de que se enojara, pero también tenía la impresión de que me ayudara. Fue muy bueno conmigo después de este incidente, y yo tenía la impresión de que era la única persona que podría cambiar el contrato y salvar a los niños.
Y ahora, mientras Walker proseguía las repreguntas, trajo a colación que en algún momento del domingo por la noche, ella se había encontrado sola en la casa.
—Me dejó dentro de la ducha —dijo Hope.
Tom Breslin observó que se estaba refiriendo a Walker en segunda persona: buena señal.
—¿La encerré en la ducha?
—No, pero me dijo: "Será mejor que no salgas de la ducha..."
—¿Tenía usted su ropa puesta?
—No.
—¿Le había quitado yo su ropa?
—No, pero me había dicho que me la quitara.
—Señora Masters ¿eso fue en qué ducha de su casa?
—La ducha del dormitorio principal.
—¿Y junto a esa ducha está su dormitorio?
—Sí.
—¿Hay algún teléfono en ese dormitorio?
—Sí.
—Que usted sepa ¿funcionaba bien el teléfono esa noche?
—Supongo que sí —replicó Hope.
Walker sonrió:
—¿Cómo se llevaban el acusado y sus hijos?
—Muy bien.
—¿Los asustaba él?
—No.
—Señora Masters, llamando su atención sobre el lunes 26 de febrero, a la mañana siguiente ¿quién preparó el desayuno de los niños?
—Usted —contestó Hope con algo de mal humor.
—Cuando Walker regresó de llevar a Keith al autobús escolar ¿cambió de ropa y se fue a correr?
—No lo creo.
—¿Tomó una ducha y se rasuró?
—Probablemente. Estoy segura de eso.
—¿Hizo usted algún intento para dejar la casa, llevarse las llaves del auto, sus ropas o algo por el estilo?
—No, no lo hice.
—Señora Masters, cuando su hijo Keith regresó a casa ¿se fue el acusado a alguna parte con Keith?
—Sí. Usted y Keith salieron.
—Cuando regresaron Walker y Keith ¿tenía una chaqueta nueva Keith?
—Sí.
—Señora Masters, ¿cuánto tiempo pasó Keith con el acusado Walker fuera de casa, esa tarde?
—Un par de horas, quizá. Fue mucho tiempo.
—¿Estaba usted sola todo ese tiempo, excepto sus otros dos hijos?
—Sí, así fue.
—¿Hizo usted alguna llamada telefónica?
—Es posible que llamara a mi madre.
—Señora Masters, ¿había algún coche disponible para usted esa noche?
—No, no que yo sepa. No sabía cómo manejar el auto de Bill, si estaba allí, porque no sé manejar velocidades. Más adelante hubo un coche. No sé cómo llegó allí.
—El lunes por la noche ¿dónde durmieron sus hijos?
—Todos en mi cama, y les dije que cerraran las puertas con llave.
—Una vez acostados los niños, ¿qué hicieron usted y el acusado Walker?
—Yo me senté en la sala, le preparé una copa, le di masaje en la espalda porque estaba enojándose conmigo, y lo miré mientras abría sus maletas y revolvía sus cosas.
—¿A qué hora se acostó usted esa noche, señora Masters?
—Más o menos, oh, quizá a las once.
—¿Se reunió con sus hijos en el dormitorio principal?
—No, no cabía. Fui al cuarto de mi hijo.
—¿En qué cama se acostó?
—En la que está más cerca de la puerta.
—Más tarde, esa misma noche ¿vio usted al acusado Walker entrar en ese cuarto?
—Bueno, lo vi o lo oí o me di más o menos cuenta.
—¿Se metió en la cama de usted?
—Creo que se sentó un rato junto a mí y que me habló, pero yo estaba tan cansada que no podía mantenerme despierta.
—¿Y se fue a la otra cama el acusado Walker?
—Sí.
—¿Fue usted a reunirse con el acusado Walker en la otra cama?
—No.
De repente Walker se puso muy serio.
—¿Es su testimonio que el sábado 24 de febrero, cuando el acusado Walker llegó al rancho, usted no lo conocía? ¿no es así?
—Sí.
—¿Es su testimonio que cuando fue usted violada en el cuarto del sureste en el rancho River Valley, las luces no estaban prendidas? ¿no es así?
—Sí.
—¿Es su testimonio que cuando le arrebataron la ropa, las luces no estaban encendidas? ¿no es así?
—Sí.
Walker sonrió.
—Señora Masters —dijo con desenvoltura— ¿es un hecho que tiene usted una cicatriz que va desde el vello púbico por la parte baja de su abdomen y llega hasta el lado derecho, y que es una cicatriz de una cesárea?
—Sí —dijo secamente Hope.
Joe Haley dijo que no venía al caso.
—¿Qué tiene que ver? —preguntó el juez Ginsburg.
Walker se mostraba muy serio.
—Señoría, estamos tratando de mostrar que la testigo miente.
—Usted me vio desnuda por la mañana —dijo Hope.
—Un momento, un momento —dijo el juez Ginsburg, pero Hope prosiguió con enojo:
—Me vio usted en el rancho por la mañana, me vistió y me hizo sentarme desnuda mientras se daba una ducha. Me ha visto desnuda.
—No creo haber oído testimonio alguno... —comenzó a decir Walker.
—Usted sabe que esa es la verdad —soltó Hope, interrumpiéndole.
—¿Quiere usted contarnos esa historia? —preguntó Walker, con expresión divertida.
Hope habría querido gritarle.
—La historia es que usted quería darse una ducha —dijo, tensamente—. Me sacó de la cama y me puso en el piso del cuarto de baño y dejó entreabierta la puerta de la ducha, y no me permitió ponerme ropa alguna ni siquiera cubrirme con una toalla.
—¿Cuándo fue eso?
—Por la mañana.
—¿Qué mañana? —Walker todavía se mostraba divertido.
—La mañana después de que Bill fue muerto.
—¿Sería el domingo por la mañana?
—Sí.
—El acusado Walker, ¿estaba desnudo en ese momento?
—Cuando estaba en la ducha, sí.
—¿Y podría usted decirnos si el acusado Walker tiene hecha la circuncisión o no, verdad?
—Oh, señoría —protestó Haley—. No veo pertinencia alguna.
Tampoco el juez la veía. Walker parecía dubitativo.
—Usted dice que tenía un arma en el cuarto de baño ¿no es así?
—Sí.
—¿Dónde estaba el arma?
—Sobre el alféizar de la ventana cerca de la ducha.
—Señora Masters, ¿hacia dónde se abre la puerta de la ducha?
—Se abre hacia la ventana.
—De manera que si el acusado Walker hubiera estado en la ducha con el arma sobre el alféizar, no podría tomar el arma porque la puerta cubriría el alféizar ¿no es así?
—Y no podría —dijo Hope.
—Señora Masters —dijo calmadamente Walker—, antes del año de 1973, ¿ha estado usted en algún motel con el acusado Walker?
—No —dijo Hope.
—Antes del año de 1973 ¿ha escrito alguna vez al acusado Walker o le ha enviado fotografías suyas?
—No.
—Señora Masters, fuera de esta sala ¿cuándo fue la última vez que habló en privado con el acusado Walker?
—Creo que fue cuando hablamos en la sala de abogados hará unos cuantos días. Bueno, no sé si eso cuenta: los abogados estaban presentes.
—¿Recuerda una conversación telefónica entre usted y el acusado Walker el pasado jueves por la tarde?
—Eso no fue en privado... —comenzó Hope, Haley objetó, y el jurado tuvo que salir mientras Walker se brindaba a dar prueba. Walker explicó al tribunal que cuando él y Jay Powell se habían reunido con Hope y Tom Breslin, mirando un resumen de la declaración que ella había hecho al Ministerio Público, Hope "indicó que podría testificar como quisiera el acusado, podía recordar u olvidar cualquier cosa que él quisiera que ella recordara u olvidara y en ese momento, el acusado Walker recordó a la señora Masters que él sólo deseaba que ella dijera la verdad".
—Y ahora ¿puedo decir algo? —preguntó Hope.
—No —dijo Ginsburg.
Cuando regresó el jurado, Walker trajo a colación la conferencia fuera de la sala.
—¿Manifestó usted al acusado Walker que podría usted atestiguar o recordar u olvidar lo que él quisiera? —preguntó Walker.
—Yo no lo dije así —protestó Hope—. En la declaración concerniente al incendio de la casa con el cadáver de Bill, o con ambos cadáveres, para impedir la identificación, dije que podría recordarlo de las dos maneras porque usted lo dijo de las dos maneras.
Joe Haley intervino:
—¿Dijo lo que entendía por "ambos cadáveres"?
—Yo —dijo Hope.
Walker se las arregló para mostrarse apenado a la vez que severo.
—Señora Masters, ¿le manifestó entonces el acusado Walker: lo único que quiero es que digas la verdad?
—Sí, lo dijo —dijo Hope.
Walker sonrió.
—No más preguntas —dijo.
Jim Heusdens estuvo a punto de desatarse cuando se enteró de que se habían retirado los cargos contra Hope.
—¿Le han dado inmunidad sin siquiera saber lo que iba a decir? —estalló, en presencia de su socio jurídico, Ray Donahue—. Su testimonio no vale un centavo de diferencia. La evidencia que dio, la tenemos de todos modos —nunca se convenció de que el juicio separado de Hope no podría haber sido aplazado por orden de la corte—. Eso fue justo para distraer la atención —insistía Heusdens—. Walker habría sido juzgado primero porque estaba bajo custodia.
Pero desatarse no era más que una sensación secundaria comparada con los sentimientos de Heusdens al recibir una llamada de Robert Bereman, el fiscal del distrito. Joe Haley había sido llevado al hospital, gravemente enfermo con hemorragia interna, y no podía proseguir. Con un caso tan complicado —y uno en que no le iba tan bien al Pueblo, a todo esto era demasiado tarde para introducir a un nuevo procurador. Bereman le pedía a Heusdens que regresara como fiscal especial.
Jim Heusdens lo discutió con Ray Donahue. Convinieron que Heusdens volvería. "No podemos dejar que la cosa quede en el aire", y también acordaron que si fueran a pagarle a Heusdens el sueldo anterior, sin aumento —904 dólares mensuales—, tendría un gesto espectacular y regalaría sus servicios.
Así pues, el 10 de diciembre, James Heusdens reTomó a El pueblo del Estado de California contra G. Daniel Walker. Le pagaron la cuota de procurador especial, quince dólares por hora, lo cual no se aproximaba a los honorarios de Ned Nelsen, pero el reto parecía justificarlo.
No hubo ejemplo más espectacular de la afición que Heusdens tenía por ese reto que su manejo de ciertos testigos. Personas cuyo testimonio había desacreditado en la audiencia preliminar, cuestiones que había descartado, se convertían ahora en sus valiosos testigos, en cuestiones que debían ponderarse muy seriamente. Lo que Walker, al interrogar a Van, había llamado la "primera historia" de Hope y la "segunda historia", Heusdens dijo que era la misma historia, "pero relatada de manera distinta". Cuando Jay Powell preguntó a Gene Tinch si no se había presentado alguna vez como oficial de policía ante un ayudante de gasolinería —la acusación que lanzó una vez Heusdens a la cabeza de Tinch—, Heusdens objetó esforzadamente, y su objeción fue aceptada.
Más irónico aún, claro está, era que ahora Heusdens tuviera a Hope Masters en su bando. Lo que otrora fue para Heusdens una intimidad sospechosa con Walker —masajes en la espalda, susurros en el cuarto de Keith—, ahora se convertía en consecuencia natural de su miedo. Cuando Jay Powell levantó una objeción en cuanto al testimonio de Hope sobre varias billeteras que había visto en el Lincoln, junto con el portafolios de Bill, en su viaje a Los Ángeles, y de que Walker le había dicho que mirara hacia otro lado cuando él pagara la gasolina porque no quería que viera qué identidad estaba usando, Heusdens hizo un alegato lleno de elocuencia:
"Si una persona tiene de repente un cadáver en un rancho y le dicen: puedo cambiar mi identidad y desaparecer, y nadie va a creerte... eso, desde luego, habría de crear temor en la mente de esa persona".
Al tomar el caso en manos, Heusdens se sentía pesimista. Tenía la impresión de que Hope no había sido un testigo vigoroso para la acusación, y temía que el encanto insinuante de Walker estuviera hipnotizando al jurado. "Cuando está usted cerca de Walker, no tiene la impresión de estar tratando con una persona malévola —explicó Heusdens a su socio del bufete—. Creo que por eso se escapó y consiguió tanto, todo el tiempo. La gente no se da cuenta de lo perverso que es". Aun cuando Heusdens y Tom Breslin nunca habían comentado la cuestión, sus puntos de vista acerca de Walker coincidían; sabían que el mal, vestido con ropa corriente, era mucho más mortal que el mal sin disfraz. Y Jim Heusdens podía ver que Walker estaba muy bien vestido. "No creo que lleguemos nunca a enderezar esto" —dijo a su socio.
Pero estaba decidido a hacer todo lo posible lo cual, para Jim Heusdens, significaba hacerlo con extravagancia. De manera que en la corte agitó dos pantaletas femeninas que dijo habían sido incluidas en dos de las cartas de Walker.
Cuando Jay Powell levantó una objeción, Heusdens se volvió hacia él con una sonrisita taimada.
—Le permito examinarlas antes de mostrárselas a la corte, señor Powell.
Jay retrocedió.
—Dejaré que las examine mi co-consejero mientras leo otra cosa —dijo secamente.
Por lo visto, las pantaletas sólo eran efectistas, pero las cartas, además del testimonio de la mujer que las había recibido —Marcy Purmal—, y que ahora estaba en el banco de los testigos convocada a dos mil millas de distancia por un citatorio, eran decisivas para el caso.
Una jurado cuyo esposo era oficial del ejército, consideró que Marcy tenía porte marcial: vestida con traje, sin maquillaje, de aspecto fuerte y práctico. Marcy no habló a Walker en la corte ni él a ella; fue Jay Powell quien repreguntó. Pero mientras observaban a Marcy, la cual veía a Walker, algunas de las jurados estuvieron seguras de sus sentimientos hacia el hombre que la había cortejado, embromado, que había jugado con ella en el juego cruel en que él dictaba todas las reglas. Marcy representaba lo que Bob Swalwell había considerado siempre como el poder letal de Walker, su capacidad de manipular a la gente, en especial a las mujeres. Marcy Purmal y Hope Masters eran todo lo diferentes que pueden ser dos mujeres en cuanto a antecedentes, aspecto y estilo de vida, y sin embargo tenían puntos en común. Marcy había conocido a Walker, dijo, el 30 de noviembre de 1972, más o menos cuando Hope conoció a Bill Ashlock; ambas habían conocido a sus hombres poco menos de tres meses antes de que esos hombres salieran de sus vidas. Entonces Walker las había dominado a ambas, la mente maestra que no necesitaba matar para hacer daño.
El jurado sólo pudo echar una ojeada a Marcy antes de que la sacaran de la sala mientras ambas partes discutían si su testimonio era admisible o no. Marcy explicó que había sido asignada por un juez federal para representar a Walker en dos procesos en Illinois, uno respecto a las condiciones carcelarias, otro en protesta porque se había propuesto trasladarlo de Joliet a otra prisión. El testimonio de Marcy llegó hecho jirones, interrumpido constantemente por las objeciones hechas por Jay Powell basadas en el privilegio del secreto entre abogado y cliente.
—¿Qué alega usted que contienen esas cartas, que sea objeto del privilegio cliente/abogado, señor Powell? —preguntó Ginsburg.
Cuando Jay dijo que responder a esa pregunta constituiría de por sí una violación de dicho privilegio, la paciencia de Ginsburg llegó a su fin.
—No estamos aquí para jugar —declaró—. No voy a descartar una evidencia, señor Powell, porque usted haya dicho que es inadmisible. Antes de ocuparme de este caso, tuvimos sesenta solicitudes escritas e incontables mociones, las cuales casi todas fueron denegadas. Hemos tenido objeciones por cada trazo de evidencia que se ha presentado, sobre cualquier teoría jurídica posible, y cuando las he examinado, muchas de esas objeciones eran trucos, no son pertinentes y no me parece que se hicieron de buena fe. No tengo el deseo, puede estar seguro, de interferir con la relación abogado/cliente, pero no puedo ver razón alguna para que esa relación se sostenga para descartar evidencias en este punto —y Ginsburg dictaminó que puesto que las cartas no trataban asuntos legales en los cuales un abogado estuviera representando a un cliente, no había base para el privilegio.
Sólo dos cartas estaban siendo examinadas: la del 1º de marzo, que hablaba del asesinato de Ashlock, y una carta fechada el 6 de febrero, refiriéndose a un vendedor de joyería. Cuando el jurado regresó a la sala, Jim Heusdens mostró la carta anterior.
—¿Reconoce usted esta carta? —preguntó a la testigo.
—Sí, la reconozco —respondió Marcy.
—¿Llegó a su poder normalmente por correo?
—Sí, hasta donde pueda saber.
—¿Ha entregado usted esta carta a alguien?
—Sí —dijo Marcy—. Por medio de los funcionarios que aplican la ley en Illinois, por la oficina del Procurador del Estado...
La mirada de Walker estaba fija en Marcy: fría, amenazadora.
—¿Quién escribió esta carta? —siguió preguntando Heusdens.
—G. Daniel Walker.
En sus repreguntas, Powell señaló que la carta estaba mecanografiada, no manuscrita.
—¿Hay en esta carta algo, aparte la mecanografía, que pueda usted identificar como procedente del señor Walker? —preguntó.
—Es cuestión de estilo —dijo Marcy—. Y ciertas declaraciones que contiene esta carta me hicieron saber que estaba escrita por G. Daniel Walker.
Jay Powell enarcó desdeñosamente una ceja.
—¿Tiene usted algún adiestramiento o antecedentes en estilos literarios y literatura, señorita Purmal?
—Leo muchísimo —replicó Marcy—: libros.
—¿Ha estudiado usted independientemente estilos literarios y los ha comparado?
—Desde luego, no lo he hecho científicamente —dijo fríamente Marcy.
—Señorita Purmai ¿no es cierto que recibe usted diariamente muchísimas cartas?
—Sí —admitió Marcy—, si incluye usted asuntos concernientes a mis causas y asuntos de la oficina y cosas así.
—¿Recibe usted frecuentemente cartas mecanografiadas?
—Nunca las he contado —dijo Marcy.
—No le he preguntado si las había contado, gracias —dijo Jay Powell, ostentando un fastidio patente—. Respecto a esas cartas mecanografiadas que recibe ¿efectúa un estudio literario de esas cartas?
—Bueno, casi ninguna es tan larga como esa— dijo Marcy con tono calmado—. Por lo general son muy breves, lo cual las diferencia de una carta como esa.
—De modo que, si entiendo bien —prosiguió Jay Powell—, algunas de las cartas que recibe son cortas y otras largas ¿tal es su testimonio?
—Algunas cartas son más largas que otras, y algunas son más cortas que otras —dijo Marcy.
Por una vez, la compostura flemática de Jay Powell se resquebrajó. Se quedó mirándola.
—Señorita Purmal, ¿no es cierto que es usted parcial y abriga prejuicios contra el señor Walker?
Jim Heusdens brincó.
—Señoría, esto podría plantear un problema muy grande —advirtió—. Si ella dice "sí", el Pueblo querrá saber por qué tiene prejuicios.
La pregunta fue retirada, pero cuando Jay Powell dijo que no excusaría a la testigo y que deseaba que quedara disponible, el juez Ginsburg mandó afuera al jurado y preguntó a Powell cuál era la razón.
Antes de que respondiera Jay, Jim Heusdens intervino de nuevo.
—En interés de la señorita Purmal, voy a solicitar que se evacúe la sala —sugirió.
Los espectadores fueron expulsados, y Jay Powell pidió que la señorita Purmal también se fuera.
—Objeción, señoría —dijo Marcy con enojo—. Quisiera saber lo que vaya a decirse. No creo que sea justo impugnar mi reputación.
Ginsburg miró a la joven y decidió:
—Creo que la señorita Purmal tiene derecho a quedarse, dadas las circunstancias.
Jay Powell explicó que la defensa necesitaba que Marcy estuviera disponible para más preguntas, porque había visto, en la lista de testigos de la acusación, el nombre de un tal Swalwell y de un tal Pietrusiak.
—Si llamaran al señor Pietrusiak, éste atestiguaría que estaba en el hospital al mismo tiempo que el señor Walker, que la señorita Purmal iba al cuarto del señor Walker de noche y que lo visitaba casi todas las noches, que estaba teniendo relaciones sexuales con el señor Walker, que el señor Walker le decía a ella que otra joven lo visitaba de día y que a él le gustaba más esa joven, y la señorita Purmal se enfadó con él y pelearon por eso.
—Señoría, tengo una objeción —dijo Marcy, furiosa.
—Un instante nada más, señorita Purmal, por favor —dijo Ginsburg.
—Y Swalwell atestiguaría-prosiguió Powell— o yo me propondría preguntarle, que la señorita Purmal fue llevada en custodia cuando intentó entregar una gran suma de dinero al señor Walker en un aeropuerto.
Jim Heusdens casi no creía lo que estaba oyendo, y tenía miedo de que más adelante tampoco se lo creyeran a él.
—Señoría, ¿puedo hacer un comentario para que conste en acta? —preguntó—. Me gustaría indicar, para que conste en acta, que es la defensa la que está diciendo todo esto. Creí haberle oído decir que toda comunicación con la señorita Purmal era privilegiada, por la prerrogativa abogado/cliente.
—Lo reconozco, señor Heusdens —dijo Ginsburg, Miró un instante a Marcy. Una de las hijas del juez Ginsburg estaba a punto de ingresar en la escuela de Derecho—. No voy a permitir que se calumnie aquí a la señorita Purmal —dijo calmadamente Ginsburg—. Eso sería una cuestión colateral, y no voy a exigirle que permanezca disponible para eso, señor Powell.
—Gracias, señoría —dijo rígidamente Jay.
Ginsburg seguía mirando a Marcy.
—Queda usted excusada, señorita Purmal. Si quiere hacer alguna clase de declaración, puede hacerla. Me doy cuenta de que ha estado usted sometida a cierta presión. Pero no tiene obligación. Será como usted quiera.
Jay Powell intervino.
—Visiblemente, está perturbada por esto —dijo con sarcasmo—, y estoy seguro de que ahora visiblemente negaría cualquier cosa de esas.
—Muy bien, la cuestión está resuelta —dijo Ginsburg con firmeza.
De manera que inclusive después, sólo Marcy supo si quería hacer una declaración, porque sólo Marcy sabía lo que había que decir.
Ni Swalwell ni Pietrusiak fueron llamados, porque la posición de Walker como preso en Illinois, y preso evadido además, sería descubierta entonces ante el jurado. La evidencia de una condena anterior probablemente inspiraría prejuicio en su contra al jurado, dictaminó Ginsburg. De modo que, con una excepción, Jim Heusdens estuvo limitado en cuanto a los testigos del Pueblo que pudieran testificar únicamente en relación con el crimen de California. Pero esa única excepción era importante para la acusación, así como la evidencia que apareció en relación con su presentación.
Taylor Wright había identificado más o menos a Walker por una foto de la policía, antes de que se ordenara la supresión de las evidencias, y sus tarjetas de crédito habían sido utilizadas también mucho antes del 11 de marzo. Inclusive había identificado una voz grabada, que le hicieron escuchar Parker y Brown en su viaje de primavera a Chicago, como la voz del hombre que lo había golpeado y robado en un cuarto del Marriott de Ann Arbor. Casi todo lo robado a Taylor Wright que apareció al ser arrestado Walker, había sido suprimido: las tarjetas, los artículos para rasurarse, la ropa. Pero una pieza de evidencia no había sido suprimida.
El diminuto objeto brillaba en la mano levantada de Jim Heusdens. Lo hizo oscilar atrás y adelante para lograr un mejor efecto.
—¿Puede usted identificar esto? —preguntó Heusdens.
—Es mío —dijo Taylor Wright—. Me fue regalado al graduarme de la escuela secundaria.
—¿Puede decirnos lo que significa T.O.W.?
—Taylor Ortho Wright.
El diminuto medallón y la cadenita de oro fueron admitidos como evidencia, entonces. Su importancia no residía en las dimensiones, pues todo ello cabía en el fondo de una tacita de té, sino en su ubicación: había sido colocado lejos del árbol envenenado.
Tom Masters dijo que no conocía a un tal Gerald Daniel Walker que nunca lo había conocido.
—¿Ve usted a alguna persona aquí, en la corte, con quien conozca haber tenido algún trato de negocios? —preguntó Heusdens.
—No a primera vista —dijo Tom.
—Señor Masters, ¿ha contratado usted a alguien para que matara a Bill Ashlock?
—No, no lo he hecho.
—¿Ha contratado alguna vez a alguien para matar a Hope Masters?
—No, no lo he hecho.
—¿Ha contratado alguna vez a alguien para matar a ambos o alguno de los hijos de Hope Masters?
—Desde luego que no —dijo Tom.
Jay Powell repreguntó por la defensa:
—Señor Masters ¿ha pedido dinero prestado a algo que se llame Mafia o la organización?
—No —dijo Tom—. Y si lo hice, fue sin saberlo.
—¿Está usted relacionado con la Mafia o el bajo mundo?
—No que yo sepa.
Tom dijo que había tenido un negocio con su vecino y otro hombre, y que les había vendido "interés en mi negocio por cinco mil dólares y otras ventajas".
—Muy bien —dijo Powell—. ¿Es cierto que llamaba usted a su esposa "la segunda Sharon Tate" y que esto lo obsesionaba?
—No que yo recuerde.
Tom dijo que el fin de semana que fue Hope al rancho, él había convenido que sacaría a K. C, el sábado y el domingo, a petición de ella. "No quería que se quedara solo con la muchacha los dos días. Y le dije: está bien". Dijo que sabía de las pastillas que tomaba Hope, y que la combinación de pastillas y licor la volvía "muy belicosa, muy retraída y petulante".
—Señor Masters ¿qué reputación tiene Hope en cuanto a honradez, veracidad y autenticidad? —preguntó severamente Jay Powell.
—Bueno, siempre la he encontrado —sí, creo que lo es básicamente— o por lo menos hasta ese fin de semana, básicamente como una persona honrada. Su problema, por lo menos desde mi punto de vista, era siempre la manera en que interpretaba las respuesta de los demás y los sucesos, y parecía ampliar las situaciones. Podía usted decirle algo un día, y tres días después decía que usted le había dicho otra cosa. Era lo único que me resultaba fastidioso.
"Si al jurado no le gusta mi aspecto, que se vaya al diablo" —decidió Hope—.
K.C. estaba enfermo con una infección en el oído, y ella misma se sentía razonablemente miserable, de modo que cuando volvieron a llamarla a Visalia como testigo de la defensa el 20 de diciembre, llevaba puesto un vestido negro de jersey con una falda muy corta, mallas negras y un abrigo de piel de conejo.
Cuando Walker la interrogó, resultó claro que las cintas que ella había grabado con Tom Breslin en los primeros días de la investigación, poco después de ser liberada bajo palabra, habían sido escuchadas.
—Señora Masters, ¿recuerda usted habernos dicho que en su casa, el 26 de febrero, fue al cuarto de su hijo, se metió en una cama y que después el acusado Walker se acostó en la otra cama?
—Sí, —respondió Hope.
—¿Recuerda habernos dicho que en ningún momento fue usted a la otra cama con el acusado Walker?
—Sí, pero ahora reconozco que me equivoqué al decirlo, porque...
—¿Usted fue a la otra cama y abrazó al acusado Walker, es cierto?
—Si lo dije en la grabación, supongo que fui a la otra cama, pero en cierto modo se me había olvidado —respondió Hope—. Pero ya llevaba tres días sin dormir.
—Pero usted fue a la otra cama y abrazó a Walker ¿es correcto?
—Es lo que dije en la cinta —replicó Hope.
—¿Tuvieron trato sexual, Walker y usted, mientras estaban en esa cama?
—No que yo recuerde.
—¿Se abrazaron o se besaron Walker y usted?
—Creo que dije en la cinta que me tocó mucho.
—¿Lo recuerda?
—No recuerdo nada.
Walker asintió con la cabeza.
—De modo que no podría decir, habiendo estado en la cama con Walker y habiendo estado en la misma con el intruso, si éste y Walker eran la misma persona.
—No —dijo Hope.
—¿No es un hecho que cuando estaba usted en la cama abrazada a Walker, que él era tierno mientras que el intruso era violento?
—Honradamente, no lo recuerdo, pero creo que eso es cierto porque me oí decirlo en la cinta.
—¿Recuerda haberle dicho al señor Breslin en la cinta que el intruso y Walker eran dos personas distintas?
—No recuerdo haber dicho eso, pero si tiene una transcripción, la leeré.
Walker pidió que se oyeran fragmentos de las cintas, pero el juez Ginsburg estaba perdiendo la paciencia.
—Pregúntele si hizo las declaraciones —orientó Ginsburg—. Si no recuerda o si lo niega, entonces pueden escucharse las cintas.
—Señora Masters —dijo Walker—, ¿recuerda haberle dicho a su abogado en las cintas, que cuando Taylor entró en el cuarto del rancho, después de que fuera usted violada y después de que hubiera hallado el cadáver del señor Ashlock, que era decididamente distinto del hombre que la había violado y había sido el intruso?
—Puedo haber dicho algo así, pero no puedo recordar las palabras exactas.
—¿Era Walker totalmente diferente del hombre que la violó?
—Sí, parecía ser muy diferente.
—¿Señora Masters, también le dijo usted a su abogado que podía decir el momento exacto en que fue violada?
—No, no creo haberlo dicho.
—¿Recuerda haberle dicho que duerme usted muy profundamente, que fue en la primera hora que estuvo dormida?
—Probablemente dije algo así. Como estaba tan profundamente dormida, habría supuesto que fue durante la primera parte de mi sueño, que es cuando duermo muy profundamente.
—¿No dijo usted a su abogado que cuando se despertó a las seis de la mañana estaba en la cama con el acusado Walker, y que el cadáver de Ashlock estaba en la sala?
—Probablemente algo así, sí.
—¿Y no es un hecho que dijo a su abogado que Walker había ido a la cama con usted, la había rodeado con sus brazos y se había dormido?
—Sí, probablemente no con esas palabras, pero eso fue lo que sucedió.
—Ahora, cuando Walker estaba en cama con usted, envolviéndola con sus piernas y brazos, ambos estaban dormidos, ambos se durmieron ¿no es así?
—Sí, más o menos perdí el sentido un buen rato.
—¿No es un hecho que le dijo también a su abogado que Walker no llegó al rancho sino el domingo por la mañana?
—No creo haberle dicho eso a mi abogado. Puedo haber dicho que fue lo que usted dijo.
—Cuando atestiguó anteriormente, había olvidado sin duda que Walker estuvo en la cama con usted en el rancho.
—Nadie me dio la oportunidad de decirlo —murmuró Hope.
—Señora Masters. ¿Cuántas veces fue usted violada en el rancho?
—Bueno yo diría que dos, pero seguidas, en una sola vez.
—¿No la violó Walker?
—No lo sé —dijo Hope.
En términos legales, lo que tenía que hacer Jim Heusdens era "rehabilitar" a la testigo.
—Ahora, señora Masters —dijo—, usted ha mentido, como quien dice, respecto a muchos hechos de este caso en el momento en que la detuvieron y en lo que dijo a sus padres y así seguido, ¿no es cierto?
—Sólo mentí respecto a una cosa —dijo firmemente Hope—. La identidad de la persona en el rancho.
—Era el señor Walker ¿No es cierto?
—Sí —dijo Hope.
—Ahora bien, ¿No está absolutamente segura de que fue el señor Walker el primero que la atacó?
—No —dijo Hope.
Jim Heusdens respiró hondo.
—En este punto, habiendo considerado todas las cosas y examinado la situación ¿Ha cambiado de opinión al respecto?
Jay Powell levantó objeción, y Jim Heusdens cambió su frase:
—Después de reflexionar, señora Masters ¿Tiene usted la sensación de que la misma persona que fue el intruso era el señor Walker?
Jay Powell volvió a objetar.
—Ha tenido nueve meses para pensarlo —se quejó—. Ha atestiguado bajo juramento y ahora, después de ser repreguntada, va a cambiar de opinión. Es especulativo y acomodaticio.
—Señoría —perseveró Heusdens—, no creo que le hayan dado la oportunidad de contestar a esa pregunta en particular. Especialmente después del interrogatorio de esta mañana, parece haber cierta ambigüedad al respecto, y quisiéramos aclararlo.
—Adelante, señor Heusdens —dijo Ginsburg.
El fiscal se volvió hacia su testigo.
—Después de reflexionar sobre lo sucedido aquella noche en particular, ¿opina usted ahora que el señor Walker fue el intruso?
Jay Powell intervino.
—La expresión "después de reflexionar" resulta ambigua.
—Creo que es probablemente correcta —dijo el juez Ginsburg—. Puede preguntarle lo que cree ahora.
—¿Cuál es su creencia en cuanto al intruso que estuvo esa noche en el rancho?
—Creo que bien podría haber sido el señor Walker —dijo Hope.
—¿No le dijo al señor Breslin que era el señor Walker? —preguntó Heusdens, apremiante.
—Sí, le dije que eso era lo que creía —dijo Hope.
Walker volvió a las repreguntas.
—Señora Masters, ¿vio usted realmente los guantes de cirujano que tenía puestos el acusado Walker?
—Pude oír el ruido que hacían y pude sentirlos en mi piel —replicó Hope—. Desde luego parecían guantes de cirugía. No puedo recordar si los vi a la luz del día.
—¿De modo que no está segura de que fueran guantes de cirujano?
—Bueno, he tenido hijos —espetó secamente Hope— y sé cómo son los guantes de cirujano.
—Señora Masters, ¿Cuándo le dijo a su abogado que creía que el intruso era Walker?
—En la semana después de que salí de la cárcel.
—¿Recuerda que cuando grabó las cintas con el señor Breslin dijo que cuando entró Taylor en el cuarto, era una persona distinta del intruso?
—Creo haber dicho que parecía cambiar por completo o ser completamente diferente.
—¿Recuerda haberle dicho al señor Breslin en las cintas que eran dos personas distintas, el intruso y Taylor?
—Pude haber dicho que tal vez fueran dos personas distintas. Hay mucha diferencia.
—¿Y recuerda usted haberle dicho al señor Breslin en la cinta que Taylor era otro tipo?
—Que actuaba como —enmendó Hope. En una racha final de discusiones sobre especulación, pertinencia y ambigüedad, Jim Heusdens hizo una pregunta clara: —Señora Masters, ¿le disparó usted a Bill Ashlock?
—No —dijo Hope.
Hope y Tom Breslin fueron a tomar café en la cafetería que había en el sótano del palacio de justicia, bajo un rótulo que decía— cocina cerrada por enfermedad ... estoy enferma de cocinar. Había estado suplicando a Tom que le permitiera responder a las cartitas de Walker, y Tom había seguido diciendo que no. Finalmente, mecanografió una parte de El Profeta, acerca de que todos caminan juntos en fila, y si uno tropieza, lo hace como advertencia para el que viene detrás, advertencia contra la piedra en que tropezó, y también tropieza por el que iba delante de todos y no se molestó en quitar la piedra; como los hilos blancos y negros están tejidos juntos, inseparablemente, y de esa manera todo el mundo tiene alguna responsabilidad en todo. Tom cedió y lo tomó para dárselo a Jay y que éste se lo diera a Walker. "Bueno, es algo religioso de modo que, está bien —gruñó Tom—. Pero sólo por esta vez".
Hope sentía con fuerza que tenía cierta responsabilidad hacia Walker, como él hacia ella. "Walker y yo hemos sido leales el uno al otro —dijo a Tom—. Nuestra relación ha sido breve pero muy intensa, debido al peligro mutuo que representábamos. Cada uno de nosotros era una amenaza para la vida del otro, y eso nos hizo establecer una especie de relación. Él dependía de mí, de que hiciera lo que me decía, y yo dependía de él. Comenzó a confiar en mí y dijo que arreglaría las cosas para mí, y lo hizo.
"¿Y qué me dice usted de la cadena de oro, Tom? ¿Por qué cree que la dejó en el estante de mi casa. Podía haberla tirado a la basura o al baño, y dar a la bomba después... podía haberse deshecho de ella de mil maneras distintas. Pero no lo hizo; la dejó donde fuera hallada. ¿No dice eso algo acerca de Walker, Tom?"
Tom reconoció que decía mucho.