Capítulo TRES

Más o menos en el centro del país, un hombre que nunca había sabido nada de Hope Masters ni de Bill Ashlock estaba trabajando denodadamente para ellos aquel fin de semana. Se pasó todo el viernes por la tarde, mientras Hope y Bill se dirigían al rancho en automóvil, yendo y viniendo por un gimnasio del centro de Chicago, mirando un partido de volibol.

En momentos como aquél, era una gran cosa tener sentido del humor y una esposa comprensiva, y Robert Swalwell, de la policía estatal de Illinois, disponía de ambas cosas. Patricia nunca se había quejado de su trabajo, de acostar sola a los niños ni de preparar una jarra de café y esperar que llegara Bob a casa, cuando fuera. Si se encontraba en un caso especial, como éste, su horario era tan imposible como su salario, el cual se estiraba a veces tanto como una familia numerosa y una hipoteca haciendo juego, que Pat tenía que ponerse a trabajar una temporada para salir del atolladero. Pat era enfermera cuando se casó, pero dejó de trabajar en cuanto llegaron los niños, cinco en ocho años: cuatro varones y una niña. Ahora que los chicos eran mayores, de siete a catorce, podían arreglárselas solos por lo menos parte del tiempo, y ya los mayores se responsabilizaban.

Además de su sentido del humor y de su esposa de buen carácter, Bob Swalwell tenía otras dos ventajas. Parecía policía... es decir que tenía el aspecto que a la gente le gusta que tengan los policías: alto y áspero, con ojos azules muy claros y luminosos que podían volverse de un frío de hielo o derretirse súbitamente en una maravillosa sonrisa. No que hubiera razones para sonreír aquel fin de semana. Bob Swalwell estaba sumido en el grave negocio que representa seguirle la pista a un hombre al que consideraba realmente perverso, la única persona realmente perversa que había conocido.

La otra ventaja era que su trabajo le agradaba. A veces lo sorprendía un poco cuánto le gustaba ser policía, considerando que esa nunca había sido la ambición de su vida, nada que hubiera soñado siendo chico, no un caso de seguir las huellas de su padre. Ni siquiera había conocido a su padre, que falleció cuando Bob tenía seis meses. Bob se crió en la casa de sus abuelos, al sur de Chicago, y aun cuando su madre volvió a casarse después con un hombre amable que se encariñó con el niño, Bob era inquieto y no terminó la escuela elemental. Trabajó aquí y allá, un poco de esto y un poco de lo otro hasta que un buen día, cuando estaba trabajando en una construcción como malacatero de martinete, miró a su alrededor y vio hombres de sesenta y sesenta y cinco años que todavía se arrastraban, sudando, lastimándose. Decidió que sería mejor pensar en el porvenir, de modo que presentó su solicitud en la policía del Estado y un año después recibió una convocatoria. Al presentarse en la Academia de Policía el lo de enero de 1959, tenía todavía restos de la borrachera de la noche anterior, y siempre le hizo gracia la casualidad de iniciar una carrera que comenzaba en la mañana siguiente a la víspera de Año Nuevo.

Pero era una buena carrera, honorable, aun cuando el trabajo era rutinario. "El primer año, esa estrella lanza destellos y uno va a arreglar el mundo", recordaba con ironía. Trabajaba fuera de un pequeño cuartel en Elgin, un suburbio; eran sólo cuatro hombres que patrullaban la maraña de carreteras de entrada y salida a Chicago. Conductores borrachos, excesos de velocidad, unos cuantos atropellos seguidos de fuga, pero sobre todo había que detener a la gente para poner una infracción o darles una advertencia o inclusive ayudar... como aquella vez que vio estacionada a una mujer junto a una caseta de peaje, a un lado de la carretera, hablando en una de las varas de desviación (una vara metálica con un centro rojo brillante) del camino, que lo bordeaban. Estaba inclinada sobre la varilla gritándole: "¡Radar! ¡Radar!" Y cuando Swalwell se le acercó y preguntó en qué podía servirle, se volvió sonriente: "¡Qué pronto llegó! —dijo, complacida—. Estaba llamándolo por radar".

Estaba muy deseoso de ingresar en la unidad de detectives, pero no parecía que hubiera nunca una oportunidad, de modo que seguia en la carretera, trabajando según un horario fijo, aprovechándose para estar con su familia y para leer lo que no había leído de pequeño: Los Miserables, Crimen y Castigo, y demás. En ocasiones, cuando estaba de turno por la noche, también solía soñar con la oportunidad de agarrar a alguno que tratara de cometer un asalto. "Al cabo de algún tiempo, el reto de escribir una infracción desaparece" decía. Pero conservaba el sentido del humor y el sentido de la compasión. A través de una década en el servicio, no tenía ya los ojos llenos de estrellas pero tampoco se había vuelto cínico. Seguía preocupándose por la gente. "Si un oficial de policía no se preocupa, ¿quién demonios va a preocuparse?" solía decir. "La vida es tan condenadamente corta... ¿qué se gana con ser cínico? Un poco de compasión sirve mucho y no cuesta nada". Se preocupaba mucho por los hombres con quienes trabajaba, especialmente uno de los más jóvenes, un sueco llamado Sven Ljuggren, "Gus" para hacer el cuento largo. Se volvieron excepcionalmente buenos amigos y a veces iban juntos en la misma patrulla, aunque Gus iba solo a las 9:10 de la mañana del 26 de mayo de 1969 cuando detuvo un coche que se dirigía al sur por la carretera nacional 12, porque al Chevy de 1968 le faltaba una placa.

Por lo general Gus no habría detenido un coche por una infracción tan insignificante, pero su patrulla llevaba una nueva radio, y quería probarla. De modo que hizo señas al Chevy de que se detuviera a la orilla de la carretera, estacionó su coche delante, salió y se dirigió al conductor.

El hombre que estaba al volante tenía el cabello oscuro, unos treinta y pico años, estaba muy bien vestido con traje oscuro, camisa blanca y corbata. Gus le dijo que le faltaba una placa y que lo iba a reportar. El hombre se mostró tan amable y cooperativo que Gus lo invitó a sentarse en la patrulla con él mientras llamaba. El hombre aceptó la invitación de Gus.

Gus hizo la llamada por su radio a las 9:14, dando el número de placas del Chevy; no sospechaba que el coche fuera robado, simplemente deseaba comprobar cuánto tardaría la llamada en ser recibida y la respuesta en llegar. Mientras esperaban, Gus y el hombre charlaron. Este dijo que estaba en publicidad, y le dio a Gus su tarjeta comercial; y Gus le contó que acababa de comprar un interés en una "marina"; el hombre dijo que tal vez pudiera ayudar a dar publicidad al nuevo desarrollo. Cuando el hombre dijo que necesitaba sacar algo del Chevy, Gus no sospechó y siguió sentado en el coche patrulla. El hombre volvió, abrió la puerta del coche del pasajero y le disparó a Gus a la cabeza con un revólver pequeño, azul acero, de calibre .25.

Bob Swalwell estaba trabajando aquel día por vez primera con la unidad de detectives. Aun cuando en misión temporal, un trabajo de lleno, se sentía a gusto vestido de paisano, un traje azul oscuro con chaleco y un pequeño fistol en la solapa, del tamaño de una monedita, que decía STATE PÓLICE. Iba a salir a tomar el café de la mañana a las 9:18 cuando llegó la llamada por radio. "Me han disparado" dijo Gus. Apenas pudo dar su localización en el camino antes de que se le apagara la voz.

Cuando Bob Swalwell llegó al escenario del delito, estaba tenso de ira. Aun cuando Gus sobrevivió milagrosamente —la bala había pasado a través de su cabeza entrando ligeramente por debajo de la oreja derecha y alojándose a media pulgada bajo la piel de su oreja izquierda— el hombre había disparado a matar, era obvio, y Swalwell lo tomó como cosa personal. Gus tenía esposa e hijos, Bob tenía esposa e hijos, como la mayoría de los policías... podría haber sido cualquiera de ellos. Cuando visitó a Gus en el hospital, ninguno de los dos desplegó emoción alguna; en realidad, hablaron con jovialidad. "Tuviste suerte", dijo Bob a Gus. "Suerte, ¡nada de eso!", replicó Gus. "Habría tenido suerte si hubiese fallado". De regreso en el cuartel, Bob Swalwell solicitó de manera apremiante ser asignado al trabajo de perseguir al asesino. Se mostró tan apasionado en su solicitud, que el teniente aceptó.

Cuando Gus perdió el conocimiento y cayó de lado en el asiento delantero, la tarjeta comercial que le había dado el hombre se quedó prensada bajo su pierna izquierda, Swalwell comenzó con la tarjeta.

G. DANIEL WALKER

Ad-Biz Ink.

Por las dos direcciones que iban impresas en la tarjeta —740 North Rush Street, Chicago, y 803 Main Street, Geneva, Wisconsin— se puso a perseguir a un hombre que no había visto, reconstruyendo su perfil.

G. Daniel Walker tenía treinta y ocho años de edad, estaba casado y tenía un hijo de tres años. Poseía una casa en Lake Geneva y por su manera de hablar, presentarse, vestir y actuar parecía un hombre dedicado con éxito a la publicidad; y por lo visto, eso era. Había trabajado para dos agencias de anuncios en Toledo, para otra en Chicago. Aun cuando la primera agencia que puso por su cuenta en 1965 había fracasado, su segunda iniciativa —Ad-Biz. Ink— parecía prosperar. Y sin embargo, el Chevy verde que manejaba cuando lo detuvo Gus había sido robado. ¿Por qué habría de manejar un coche robado un hombre así?

Bob Swalwell siguió investigando, se enteró de más cosas y la respuesta lo pasmó aún más que la pregunta. Gerald Daniel Walker, conocido en Toledo, Ohio, el 10 de agosto de 1931, siendo hijo único de Virgil Walker y de Irene Massie Walker. Virgil era anticuario, Irene, ama de casa, y el niño parecía haber sido criado en forma estable. Fue a la escuela y a la iglesia con regularidad... inclusive Swalwell habló con una monja conocida de Walker, la hermana Mavis. Sirvió en Corea. Para cuando le disparó a Gus, había sido detenido ocho veces, comenzando a los veintidós años de edad, acusado de robo a mano armada en Toledo. Más adelante fue declarado culpable de robo a mano armada en Miami, y sentenciado a diez años en la Penitenciaría Estatal de Florida. Se escapó, lo agarraron, y más adelante lo soltaron bajo palabra. Al cabo de dos años, Gerald Daniel Walker fue nuevamente convicto de robo armado, esta vez en Columbus, Ohio, y sentenciado de diez a veinticinco años en la Penitenciaría Estatal de Ohio.

Todas las personas interrogadas acerca de Walker le decían lo mismo a Swalwell: el hombre era encantador, atractivo e inteligente, hablaba bien y escuchaba mejor; un hombre que podía hacerlo comulgar a uno con ruedas de molino. El registro parecía confirmarlo: cuando estaba internado en Ohio State, Walker había cortejado a la secretaria privada del alcaide y se había casado con ella. Fue liberado bajo palabra en 1963 y había obtenido su libertad final el 1º de mayo de 1966, el año en que nació su hijo Drew, el año que inició Ad-Biz Ink y comenzó a hacer dinero. Sus ingresos eran de más o menos 45,000 dólares al año cuando andaba robando artículos tales como un pequeño helicóptero y la tienda de campaña de un vecino; levantó la tienda en su propio patio trasero.

Swalwell sólo podía sacar en conclusión que Walker robaba a la gente y a veces le disparaba por una sola razón: que le resultaba divertido. Era palpitante. Algunas de las relaciones de Walker le contaron que el propio Walker había dicho que cometió los robos en Florida "como distracción" y que había dado el botín a la caridad. Un dueño de tienda de fotografía en Arlíngton Heights, a quien Walker había robado, dijo que éste le había recitado poesías. "Le hace falta ese suplemento para encontrar la vida interesante", fue la conclusión de Swalwell. "Utiliza a la gente. Podría dispararte, después sentarse a tu lado y comer junto a tu cadáver, sin pestañear. Es mala semilla. Un ser humano amoral". Junto a los singulares delitos pequeños —el robo del helicóptero y la tienda—, Swalwell encontró sugestiones más sombrías. Una joven que vivía en un piso de un rascacielos de Lake Point Towers en Chicago, narró, espantada, que Walker se había presentado inesperadamente una noche, la había encontrado con otro hombre, había sacado un arma —su predilecta era el pequeño .25 de acero azul— y le había disparado al hombre a la cabeza. Le enrolló ésta en una toalla, para recoger la sangre, lo metió en su coche y se lo llevó al aeropuerto O'Hare, donde lo sacó del coche. "Vete de Chicago —advirtió Walker al hombre— y no vuelvas". Entonces, regresó al piso de la mujer, volvió a sacar el revólver y se lo puso contra la cabeza. "Si vuelvo a encontrarte con otro hombre —le dijo— esto es lo que te pasará".

Walker estaba casado por entonces, pero por lo visto sus encantos habían comenzado a desaparecer para su esposa Edna, que trabajó con Swalwell y los demás hombres que se ocupaban del caso, mientras perseguían a Walker por Chicago. Edna era una pista especialmente buena, porque Walker quería al niño; tenía preparado un pasaporte para él y su hijo, con retratos de ambos. Un coche de la policía seguía a Edna a todas partes, y por lo menos una vez se vio a Walker seguir al coche que seguía a Edna. Swalwell estuvo más seguro que nunca de que Walker estaba entregándose al juego para divertirse y reírse, cuando Walker telefoneó a la policía para decir dónde había estado y dónde podría estar más tarde. El gato y el ratón. Hubo otros momentos extraños duarante las tres semanas que Walker anduvo suelto, por ejemplo la noche que Swalwell y otro policía fueron en coche a la casa donde vivía un amigo de Walker, en División Street. Registraron la casa, incluyendo un espacio reducido en un ático donde el segundo policía, que pesaba unos 125 kilos, se encontró atascado. Mientras lucharon por sacarlo de allí —lo supieron después— Walker estaba realmente escondido en aquella hendidura, justo al alcance de los policías.

La búsqueda de G. Daniel Walker terminó el 12 de junio de 1969 después de una persecución salvaje, a toda velocidad, por las calles de Chicago; tomaron parte en ella la policía estatal de Illinois, la policía de la ciudad de Chicago, el FBI y una viejecita con un bastón; ella estaba parada en la banqueta mientras las sirenas pasaban aullando frente a ella, y gesticulaba con el bastón: ¡se ha ido por allí! En LaBagh Woods, una reserva forestal en los linderos de la ciudad, Walker salió corriendo del auto y se metió por el bosque, desgarrando su ropa mientras corría. Entontes lo perdió el helicóptero, pero un enjambre de policías lo descubrió tendido detrás de un tronco, con el arma con que había disparado contra Gus junto a él. Fue detenido y acusado de intento de homicidio e intento de agresión, y ese mismo año fue llevado a juicio.

El tribunal nombró a un abogado defensor, pero Walker prefirió defenderse solo, lo que hizo con tanta habilidad y vigor que por un momento el veredicto pareció dudoso. Walker mandó llamar a un médico al banco de los testigos para atestiguar que una pequeña herida redonda en la pierna de Walker —que Swalwell estaba convencido se había raspado él mismo— podría haber sido herida de bala. Walker afirmó haber disparado accidentalmente contra Gus y que, en su confusión, se había herido en la pierna. En su recapitulación ante el jurado, insistió en que, como padre, tenía el corazón destrozado. "Si me creen, me dejarán volver a casa esta noche, con mi hijo". Su alegato fue tan conmovedor que el jurado deliberó durante siete horas. Pero el veredicto fue "culpable", y el 5 de diciembre de 1969 Walker fue sentenciado de dieciséis a veinte años por la primera acusación, de ocho a diez por la segunda. Aun cuando las sentencias eran concurrentes, y aun cuando Walker se apresuró en apelar, se suponía que llevaría algún tiempo encerrado en la Penitenciaría Estatal de Illinois, Joliet, una cárcel sombría y anticuada con altas murallas de concreto, que no se distinguía por el número de evasiones logradas.

Bob Swalwell regresó al uniforme, al patrullaje de caminos y a la lectura de Dostoyevski, pero siguió enterándose de lo que Walker hacía. Inclusive en Joliet, el tipo de lugar que se traga a los hombres para siempre, la visibilidad de Walker era elevada. Alardeaba por todo el lugar en su habitual estilo ostentoso, exigiendo que pintaran su celda, aconsejando legalmente a otros internos, presentando acusaciones contra funcionarios de la cárcel, haciendo que lo llevaran al tribunal una y otra vez bajo cualquier pretexto y, por lo general, como lo resumió Swalwell: "sacando a todos de sus casillas". La lista de transgresiones en su registro se volvía más larga y fantástica de día en día, desde "mentir" hasta "intentar la intimidación de tres tenientes" y "tener pimienta negra en su celda". Una de las demandas de Walker era por "vejámenes"; afirmaba que lo habían golpeado, y un séquito de abogados y de ciudadanos reformistas comenzó a visitarlo. Uno de los abogados de la Ayuda Jurídica era una mujer alta y esbelta con cabellos oscuros y largos y anteojos grandes y redondos: Marthe Purmal, apodada "Marcy".

Swalwell se consideraba como un policía razonablemente progresista —aprobaba la ley Miranda, por ejemplo, porque "eso lo obliga a uno a hacer sus tareas en casa"— y había estado de acuerdo en que las cárceles podrían salir ganando con algunas reformas. Pero también tenía la sensación de que Walker estaba utilizando a aquellas personas, como había utilizado a la gente durante toda su vida. Conocía la abundancia de encanto y astucia de que disponía Walker, de manera que no se enteró con gran sorpresa, por la radio de su coche en la mañana del 31 de enero de 1973, mientras iba a trabajar, de que Walker se había evadido.

Swalwell sabía que la decisión de la suprema corte del Estado en cuanto a la apelación de Walker se pronunciaría ese mismo día; sabía que la apelación había sido rechazada y que Walker también debía de saberlo. Pero aun cuando sin sorpresa, todavía seguía furioso por lo que Walker le había hecho a Gus, y estaba decidido a meterlo nuevamente tras las rejas. Cuando llegó al cuartel, pidió, como lo había pedido más de tres años antes, ser destinado a la misión. "Ahora es cuestión de la prisión —le dijeron—. Que el departamento correccional se encargue del asunto".

—No es sólo cuestión de correccional —repuso Swalwell—; es cuestión personal: Gus es amigo mío —lo dijo tan fuerte y tan enojado que cedieron.

Una vez más Walker anda huyendo; una vez más Swalwell iba tras él, en su traje azul oscuro de tres piezas con el fistol en la solapa. Pero esta vez era más difícil. Edna había obtenido su divorcio, se había mudado con el niño. Ad-Biz había salido del mercado. Swalwell comenzó simplemente ahí donde tiene que comenzar un policía, donde sucedió el hecho. "En nuestro trabajo, el noventa y nueve por ciento se hace después de los hechos —solía señalar Swalwell—. Vamos y recogemos los fragmentos, y entonces tratamos de juntarlos".

Walker no se había escapado directamente de Joliet, sino de un hospital de Chicago donde había sido admitido como paciente mediante una estratagema que inclusive Swalwell, perfectamente consciente de la habilidad de Walker, juzgaba muy buena. Walker se había quejado de hemorragia interna, y lo demostró porque había sangre en su orina. Como los médicos de la prisión no pudieron explicar la sangre, después de una serie de exámenes Walker obtuvo una orden del tribunal para obtener atención médica en el exterior, y lo enviaron al Illinois Research Hospital en South Wood Street. Illinois Research era un hospital normal, sin relación con la prisión, y eran pocas las personas que estaban al tanto de la situación de Walker. No llevaba ropa carcelaria ni siquiera hospitalaria, sino pijamas de suave franela y una bata de aspecto caro. A pesar de que tenía guardias de la prisión en tres turnos, las veinticuatro horas del día, algunos de ellos tendían a pasar algunos ratos mirando televisión en la salita contigua a la habitación 701 donde se encontraba Walker. "Tenemos un entendimiento mutuo —contó Walker a su compañero de cuarto, Robert Pietrusiak—: no molesto a los guardias y ellos no me molestan a mí. Aunque Pietrusiak nunca vio realmente que Walker diera dinero a ningún guardia, recordaba que Walker había indicado que los guardianes de la penitenciaría estaban mal pagados, como era del conocimiento público, y había agregado taimadamente: "El dinero habla".

Cuando Walker se negó a dejar que el personal del hospital le sacara sangre para los exámenes, le dieron una aguja, un recipiente al vacío y tubos, y se le permitió que la sacara él mismo, a solas en el cuarto de baño. Para cuando alguien supuso que Walker podría estar metiendo sangre del brazo en la orina, era demasiado tarde. A las siete en punto del miércoles 3 de enero por la mañana, cuando los guardianes estaban cambiando de turno, Walker salió del 701 diciendo que bajaba al sexto a darse una ducha. Se metió en un ascensor manejado por Armond Lee y nunca más volvió.

Bob Swalwell y su socio en el caso, el policía estatal Willard Rowe, encontraron su primera pieza curiosa al hablar con Bob Pietrusiak y su esposa, Catherine. Los Pietrusiak dijeron que Walker los había presentado a Marcy Purmal, la abogada de Ayuda Jurídica, quien visitaba frecuentemente a Walker y cuyas relaciones usuales con él parecían, como quien dice, muy distintas de las relaciones usuales entre abogado y cliente. Dijeron que habían visto a Marcy besar a Walker y acariciarle la rodilla, aunque a veces no veían nada, cuando Marcy y Walker cerraban las cortinas que rodeaban la cama de él y se producían largos periodos de silencio. Sin embargo, una vez que estaban cerradas las cortinas alrededor de la cama de Walker, los Pietrusiak oyeron carcajadas mientras Marcy y Walker leían en voz alta un documento del tribunal. Las autoridades de Joliet, probablemente hartas de los alborotos de su interno, habían solicitado que transfirieran a Walker a otra prisión; pero éste pleiteó por quedarse. Explicó a Pietrusiak que en Joliet tenía una celda privada con una oficina aparte para su trabajo legal, y los funcionarios de la prisión querían sacarlo debido a las acciones que llevaba a cabo en los tribunales contra ellos y porque estaba ganando casos por cuenta de otros presos. Dijo a Pietrusiak que los demás presos le tenían simpatía y lo aceptaban. De todos modos, el juez había sentenciado en favor de Walker, y éste parecía estar celebrándolo con Marcy. Pietrusiak divisó una botella que contenía vodka o ginebra y que Walker estaba mezclando con jugo de naranja. Estaba convencido de que Walker tenía casi siempre escondida la botella, aunque una enfermera del piso, Patricia Coates, dijo a Swalwell que una noche Walker le había ofrecido un vaso de vodka; dijo que lo había rechazado.

La enfermera Coates y otras tres enfermeras —Mary Sheehan, Andrea Gaspar y Carol Hitzman— dijeron a la policía que consideraban que, definitivamente, no se había vigilado debidamente a Walker. Dos de ellas manifestaron haber visto a uno de sus guardianes dormido en un sofá, en el cuarto de la TV, dos noches distintas, y todas ellas confirmaron que Walker había sido un paciente difícil, que no permitía acercarse a ninguna de ellas al gabinete junto a su cama y que recibía constantemente llamadas telefónicas. Cuando Walker les dijo que él mismo haría su cama y que ellas no deberían acercarse nunca a ésta, se apartaron aunque cuando una de ellas o una técnica de laboratorio tenía que acercarse a Walker, Pietrusiak había observado que aquél coqueteaba mucho y a menudo trataba de agarrarlas, acariciarlas o pellizcarlas.

Por su parte, Catherine Pietrusiak, que era trabajadora social en un hospital del condado donde en ocasiones recibían tratamiento los presos, estaba pasmada ante la libertad de que disfrutaba Walker en Illinois Research. En el hospital del condado, dijo, los presos solían estar esposados a sus camas o, por lo menos, nunca se levantaban sin tener un guardia vigilándolos de cerca. Consideraba también insólito que Walker tomara su propia sangre, y un día se lo mencionó a una enfermera. "Bueno, no es un procedimiento habitual en un hospital —contestó la enfermera—, pero en este caso está bien". La señora Pietrusiak pasó mucho tiempo en la habitación 701, no sólo durante las horas de visita, porque su esposo iba a ser sometido a una operación seria y tuvo muchas oportunidades para observar a Walker. Se fijó en que se lavaba el cabello todas las mañanas y se lo peinaba esmeradamente, empleando laca. Siempre parecía meticulosamente limpio y bien arreglado, siempre dispuesto a recibir visitas entre las cuales estaba, además de Marcy, una mujer a la que llamaba "C. J.". Los Pieírusiak oyeron a Walker embromar a Marcy hablándole de "C. J.", y a la inversa. C. J., solía llevar mantequilla de cacahuate y frutas; Walker explicó a Bob Pietrusiak que C. J., era fanática de la salud y que no comía carne, aunque una vez le llevó un sandwich de salami y Walker se lo contó a Marcy.

Los Pietrusiak encontraron a Walker simpático y agraciado. Hablaba con libertad de su carrera carcelaria, indicando que en Florida había trabajado en un equipo en cadenas. Dijo que lo habían encarcelado en aquel estado por "haber tratado de alimentar a los peces con un par de organizadores de sindicatos". Les contó que su esposa y dos hijos vivían en Suiza porque ella había estado involucrada en un crimen por el cual lo habían sentenciado a él, y por lo tanto era fugitiva de la ley. Walker contó a los Pietrusiak que el crimen consistió en herir a un funcionario del FBI de Illinois que había ido a entregarle un citatorio en su casa de Wisconsin, pero nunca dijo haberle disparado al hombre. "Cualquier cosa pudo haber sucedido —dijo Walker—. Pude haberle disparado yo o mi esposa o cualquier otro pudo haberle disparado al hombre". Les contó que a él lo habían raptado en Ohio dos hombres que lo hirieron tres veces en la cabeza con un revólver de calibre .38; dejado por muerto a la orilla de la carretera, había buscado ayuda tambaleándose y se había recuperado muy bien.

Inclusive después de la operación de Bob Pietrusiak, cuando lo llevaron a la unidad de cuidado intensivo y después a otro cuarto, éste y su esposa siguieron siendo amigos de Walker. Una vez, cuando fue Catherine con Bob para un examen en el hospital, ésta pidió a Walker que cuidara de su bolso; y él dijo que lo haría.

El martes 30 de enero por la tarde, Catherine y Bob fueron al cuarto 701 para visitar a Walker. Marcy estaba allí. Aquella tarde, por vez primera, Walker preguntó a los Pietrusiak dónde vivían. Catherine se sorprendió por la pregunta pues los tres habían hablado ya de que el matrimonio vivía en Aurora, un suburbio algo alejado, y se habían reído de "the boonies". Catherine había permanecido en la ciudad mientras Bob estaba enfermo, y sabía que Walker les había oído comentar de quién recogía su correspondencia y quién sacaba a pasear al perro.

—En Aurora —dijo Catherine.

—Quiero decir ¿dónde, en Aurora? —preguntó sonriendo Walker.

—731, Taima Street —dijo Catherine.

—¿Dónde? —preguntó Walker, y Catherine repitió la dirección.

—Tal vez vaya a visitarlos alguna vez —dijo Walker riendo.

También los Pietrusiak rieron.

—Claro —dijo Bob—. Será bienvenido en cualquier momento, tan pronto como pongamos barrotes en las ventanas del cuarto de invitados.

Y todos rieron a coro.

—Tendrá que sacar a pasear a nuestro perro —agregó Catherine.

—Este fin de semana —contestó Pietrusiak—. El 2 o el 3.

Marcy no había dicho nada. Los Pietrusiak pensaron que parecía agitada, extrañamente nerviosa. Catherine señaló una caja blanca de Marshall Field que había sobre la cama de Walker.

—¿Le han regalado un pijama nuevo? —preguntó.

Había visto cajas de regalos sobre su cama anteriormente, y Walker les había mostrado siempre los regalos: pijamas, una bata nueva... Esta vez Walker no abrió la caja.

—¡Oh, sí! —dijo—. Un pijama —puso rápidamente la mano sobre la tapa de la caja, manteniéndola cerrada—. Muy bonito —y cambió de tema—. ¿Qué ha hecho con su automóvil, todo este tiempo?

—¡Oh! está en el garaje —contestó Bob Pietrusiak.

Nadie tenía nada más que hablar; el ambiente parecía curiosamente tenso. Entonces Bob dijo:

—Bueno, será mejor que vuelva a mi cuarto —Walker invitó entonces a Bob y Catherine a regresar a la tarde siguiente, para que los cuatro pudieran jugar Monopol.

A las 18:30 de aquella tarde siguiente, el 31 de enero, un hombre dio vuelta a la casa del hogar de Robert y Gwen Dreyer, en el 707 de Taima Street, y pidió que lo orientaran para llegar a la casa de los Pietrusiak. Ya había oscurecido pero la luz del porche de los Dreyer estaba prendida, y lo vieron claramente: anteojos con montura de acero, muy pulcro y bien arreglado, cabello largo y oscuro, con una caja de regalos en la mano. Les dijo que había visto al señor Pietrusiak en el hospital y que le llevaba un paquete.

Más adelante, Marcy Purmal recibió de Walker una carta de dos páginas y dos partes. La primera sección de la carta iba fechada a la medianoche del 31 de enero.

Hola, tú, cosa bonita...

Aun cuando esta carta puede tardar en llegarte, no hay por qué no escribirla.

Como puedes ver, estoy sano y salvo por el momento, y hasta me he rodeado de una máquina de escribir eléctrica y una grabadora de cassette. Con cuatro dólares —lo que me quedó cuando cayó el fondo y tú llegaste—... la cosa, como te dije, se puso fea cuando empezaste a venir con los chicos buenos de sombrero blanco, y sin embargo, con tu cuerpo vigilado, a pesar de todo llegué a buen puerto y todavía me quedan dos dólares, ¡Qué despilfarro!

Ahora, pues, al asunto. No te olvidaré, Marcy, como tampoco seguiré preocupándome por las presiones extremadas que estás sufriendo y la imposibilidad de que pasemos por ahora un fin de semana juntos, y además nunca te olvidaré ni tu amor, mi amor por ti y el hecho de que no puedo estar entero sin ti... como se me presente la menor oportunidad, te mando llamar.

Por ahora... Estoy cansadísimo, y además, fatigado. Voy a llenar la bañera de agua caliente y remojarme hasta acabar con el día y después meterme entre mis sábanas azul celeste y soñar contigo. Llamaré cuando sea conveniente y procederé a otros arreglos tan pronto como el plan lo asegure y permita.

La segunda mitad de la carta iba fechada lo de febrero de 1973 a las 10:00.

Buenos días, amor mío...

Aunque no dormí en tus brazos como se planeó, considerando tu ausencia dormí bastante bien. Me temo que en eso de evadirse hay algo fatigoso...

Muy bien, llevo levantado lo suficiente para haberme duchado, peinado mis guedejas con el peine caliente, bebido varias tazas de café, comido tres huevos con un bollo de cebolla tostado ¡ya ves! Ya me tienes desayunado. El día es algo fúnebre aquí donde estoy, a pesar de lo cual he vuelto a hacer mi recorrido jogging, pero parece que mis piernas no se han enterado aún. No me había dado cuenta de lo mal que estaba hasta que comencé a recorrer una milla y me tuve que detener en la mitad antes de caer de bruces. Oh, no te preocupes, tengo la intención de hacer algo al respecto, querida mía.

Mis sueños han estado llenos de pensamientos de ti saliendo de tus pantaletas y no poniéndotelas como hacías con los ojos llenos de sueño y la lengua también. Ah, sí... recuerdo cada expresión, cada una de tus pequeñas expresiones, especialmente cuando entras en juego...

¡Te quiero! ¡Te quiero! ¡AMOR! Estoy seguro de que estás cansada de oír esto, sin embargo, estoy loco por ti... tan loco que iba a buscar un trozo de Chapstick al despertar, y tengo ganas de hacerlo hoy. En cambio voy a romper esto y echar a correr a la ciudad y comprar ropa interior, rasuradura, cepillo de dientes y todo eso. Me interesan esos platillos que prometiste preparar y que en cambio te pasaste todo el tiempo junto a mi cama... guárdalo y verás a dónde te lleva.

Te quiero y volveré pronto... lo prometo.

Quiero que esto salga para llegar a tus manos. Recuerda sólo una cosa: te amo.

Ciao

Sub Cat/ink.

Una sensación empática de haber visto eso antes rodeaba a Bob Swalwell mientras comprobaba todos los lugares que Walker había acostumbrado frecuentar: el departamento en el alto edificio de Lake Point Towers, los bares y salones de cocteles en los mejores hoteles de Chicago, un punto muy animado de Rush Street llamado The Cedars, el departamento de División Street donde el compañero de Bob se había atascado en el ático.

C. J., la otra mujer que había visitado a Walker en el hospital, resultó ser una ama de casa partidaria de la reforma carcelaria. El 27 de enero de 1972, ella y G. Daniel Walker habían abierto una cuenta mancomunada en el Oak Park Savings & Trust. A las 10:15 de la mañana del 2 de febrero, dos días después de la evasión de Walker, ella cerró la cuenta número 479761 y recibió un cheque del cajero por el importe del saldo: 348.31 dólares. Dijo a uno de los funcionarios del banco, el señor Ridolfi, que iba a dar el cheque a su abogado.

Algunos de los amigos y conocidos de Walker no esperaron a que la policía los visitara. Una mujer llamó a la policía en Gurnee, donde vivía, para informar que Walker, que había sido su novio, acababa de llamar para decir únicamente: "Aquí estoy", colgando después. El jefe de policía de Gurnee y uno de sus hombres fueron a la casa de la mujer y la estuvieron vigilando. Una pareja de Glenview llamó a la policía local para decir que habían visitado a Walker en el hospital y que deseaban colaborar. Cuando iban a visitarlo, dijeron, conocieron a Marthe Purmal, y la citaron como abogada y novia de Walker. El departamento de Marcy en South Shore Drive estaba rodeado de guardias de la cárcel estatal. A medida que corría el tiempo y se enconaba la búsqueda, otras muchas autoridades más se involucraron, entre ellas —pero no únicamente— miembros del departamento de policía de Fox Lake, de Waukegan, de Park City, de McHenry City, de Gurnee, de North Chicago, de Libertyville, de Northbrook, de Des-Plaines, de Skokie, de Antioch, de Glenview, de Oak Park, de Aurora, de Melrose Park, de la oficina del sheriff de Lake County, del departamento de policía de Chicago y del FBI. Pero Swalwell era el más resuelto a atrapar al hombre que le había disparado a su mejor amigo. Era Swalwell quien estaba pasándose todos los días y la mayor parte de las noches siguiendo cada indicación, cada uno de los más leves indicios, examinando las cajas de cartón que Walker había abandonado en su celda —treinta y nueve, todas llenas— para encontrar una pista. Era Swalwell quien fue llamado por el detective DiSantis, de la policía de Melrose Park, quien acababa de recibir una llamada de un médico del West Lake Hospital, acerca de un "sujeto que actuaba extrañamente" y se ajustaba a la descripción de Walker, y fue Swalwell quien fue en coche hasta allá sólo para comprobar que no se trataba de Walker. Fue Swalwell a quien llamó la policía de Aurora después de que su telefonista, Carol Michels, tomó una llamada de un hombre que dijo ser agente del Tesoro y haber visto a Walker en auto, dirigiéndose al oeste por el Galeana Boulevard, en Aurora, en un Ford azul de 1968, con placas de Illinois 1972: HG4463. Poco después de esa llamada, el coche 55 de la policía informó por radio que lo había parado un hombre en la calle, con la misma información. Swalwell lanzó un alerta ISPERN —Illinois State Pólice Emergency Radio Network— y el coche azul fue detenido por un coche patrulla cerca de Sugar Grove, en la intersección de Illinois Highway 47 y la carretera nacional 34. Cuando los patrulleros avisaron por radio de que el hombre respondía a la descripción de Walker y que se lo llevaban, Swalwell y Rowe se precipitaron a la oficina del sheriff del Condado de Kane, para encontrarse con un ciudadano muy sorprendido llamado Charles P. Schopf. Este dijo que el Ford azul era suyo, desde luego; y se demostró que lo era. Swalwell recordó al "agente del Tesoro" y lanzó maldiciones. Otra vez el gato y el ratón.

Robert Pietrusiak fue dado de alta del Illinois Research Hospital en la fecha prevista: viernes 2 de febrero. Poco después de llegar a Aurora con Catherine, su esposa, llamó a la policía: "Alguien ha estado viviendo en nuestra casa —dijo Pietrusiak—, comiendo, durmiendo en la cama. Y faltan muchísimas cosas".

Lo más importante entre los objetos desaparecidos era el coche de la familia. Después, una máquina de escribir portátil Smith-Corona, una grabadora Panasonic de cassette, negra y plateada, una cámara Yashica, una chequera con diez cheques del Continental Bank de Chicago, cuenta No. 62539700255; un portafolios gris Samsonite, un abrigo de hombre hasta la rodilla, color tan forrado de piel, dieciocho tarjetas de crédito —American Express, Master Charge, Sears Roebuck y Montgomery Ward entre otras—, diez tarjetas de gasolinera y tarjetas de crédito de almacenes —Marshall Field, Carson, Pirrie & Scott... Pero lo que realmente llamó la atención de Catherine fue que del cuarto de baño le faltaban: un bote de laca para el pelo, su champú y enjuague, una tijera y un cortauñas. En la cocina vio que se habían usado platos, y se habían fregado; en la sala, una revista que había dejado tirada se encontraba cuidadosamente colocada sobre un montón de correspondencia. Cuando Catherine comprobó lo que tenía en el bolso —el que había pedido que Walker, el compañero de su esposo, le cuidara—, no pudo encontrar su segundo juego de llaves.

Los policías McDonald y Beale, de la comisaría de Aurora, llegaron a casa de los Pietrusiak los primeros y lo empolvaron todo en busca de huellas digitales. Otros detectives se unieron a ellos, y después guardias de Joliet. Se había utilizado una cama en un cuarto del piso alto donde había un pequeño televisor; cuando los Pietrusiak fueron al hospital, habían desconectado el aparato, pero ahora estaba conectado. Un TV Preview sobre el televisor fue recogido, en busca de huellas. En la cocina, un vaso que Catherine dijo no estar allí cuando ella se fue, se encontraba en el fregadero; lo habían lavado, pero cuando lo miraron vieron dos huellas en el costado, cerca del fondo. El policía McDonald no tomó allí las huellas; se llevó el vaso al laboratorio.

Al final de la cuadra, en el 707 de Taima, Gwen Dreyer identificó una instantánea policial de G. Daniel Walker, número 67128, como el hombre que había ido el miércoles a llamar a su puerta trasera preguntando por la casa de los Pietrusiak. Pero dijo que cuando lo vio, llevaba anteojos con montadura de oro, y que tenía el cabello mucho mejor peinado.

Wendy Shancer estaba excitada pero, a decir verdad, también un poco asustada, mientras miraba el retrato en el periódico matutino del lunes. Sabía que no cabía posibilidad de error, y tan pronto como fue a su trabajo en Montgomery Ward's, en el Old Orchard Shopping Center, se lo contó a su jefe, el señor Hirchert; y éste llamó a la policía.

La señora Shancer dijo que la foto de G. Daniel Walker había salido en el Tribune de la mañana, y que lo reconocía definitivamente como el cliente que había tenido dos días antes, el sábado, en su departamento de Delikatessen, Swiss Colony. Compró salchichas y queso. Estaba muy bien vestido, con un traje azul y una corbata de rayas café, de modo que se sorprendió un poco la comprobación que efectuó de su tarjeta de crédito en la computadora regresó: "Perdida o robada". Era política del almacén no llamar a la policía cuando eso sucedía sino decírselo directamente al cliente, porque resultaba molesto, de manera que la señora Shancer había sugerido que fuera a la oficina de crédito, en el piso superior, para arreglar el asunto.

El hombre fue a hacerlo. Cuando la gerente de crédito, Lucille Milling, le pidió su identificación, le mostró la copia del dueño —no la licencia real— de la licencia de manejo de Illinois, No. P3627743216, Pietrusiak. La señora Milling sacudió la cabeza: "No es suficiente identificación", dijo. El hombre sonrió: "Es la única que traigo —explicó—, pero mi esposa está en Marshall Field's. Voy a pedirle mi billetera y vuelvo en seguida".

Tanto la señora Milling como Joanne Steffeck, del departamento de crédito, dijeron que sí, que ese era el hombre, al ver la foto de Walker. Lo único, dijeron a Swalwell, era que llevaba anteojos con montadura de oro y el cabello estaba mucho mejor peinado.

—Me he encontrado un suéter —informó Pietrusiak—. Es de donde Carson, Pirie & Scott, pero no lo compré yo..

Entonces, en otro centro comercial de Mount Prospect, Swalwell habló con otro vendedor, Kenneth Heinrich. El sábado, a eso de la una de la tarde, dijo Heinrich, un hombre había comprado un suéter de color tan, empleando una tarjeta de crédito. EI vendedor tomó la tarjeta, registró la venta y la devolvió, pero antes de entregar el suéter al cliente, le dijo, casi excusándose, que debería comunicar cualquier venta de más de 20 dólares, y que con el impuesto, el suéter costaba 23.09.

El cliente sonrió: "Miraré unos zapatos mientras lo hace", dijo.

El crédito estaba bien, pero al cabo de un rato Ken Heinrich empezó a preocuparse. "¿Qué voy a hacer con el suéter ahora que está marcada la venta?" preguntó al gerente de su departamento. "Mándeselo a domicilio", dijo el gerente.

Swalwell sacó la foto aunque bien sabía lo que habría de decir el vendedor... y lo dijo.

Al terminar la semana, Swalwell se sentía como vendedor de cámaras baratas, entregando muestras gratuitas. Él y Rowe habían dejado la foto policial de Walker en todas las sucursales de almacenes que se les ocurrieron, en manos de los guardias de seguridad y los vendedores en los departamentos probables: libros, pipas y tabaco, ropa de caballeros y ropa interior para damas. Pero Walker seguía esquivándolos. Aunque había dispersado pistas como nueces en un pastel de Navidad, se las arreglaba para conservar un día o día y medio de delantera. Ya llevaba suelto nueve días. Aquel noveno día, en realidad, había sido un día especialmente aciago en una semana aciaga para Swalwell. Había manejado muchos kilómetros para interrogar a un ex compañero de cárcel de Walker, pero el hombre no dijo nada. Había vuelto al centro para ver al abogado de C. J., pero el hombre no estaba.

De regreso frente a su escritorio, hizo muchas llamadas telefónicas, tratando de mantenerse ocupado. Sabía como cualquiera que el trabajo policial comprendía una enorme cantidad de pistas falsas, mucho caminar prácticamente en balde, muchísimos recorridos en automóvil tratando de hablar con gente que no quería hablar, y que, con frecuencia, cuando parecía que no se iba a llegar a ninguna parte, algo surgía. Lo sabía; ya le había ocurrido antes. Pero tenía que admitir que se sentía algo desanimado. Golpeó el teléfono al colgarlo tras su última llamada y empujó hacia un lado los papeles que cubrían su escritorio, todos aquellos fragmentos enloquecedores que no encajaban. Qué demonios —pensó— iré a cenar a casa, por cambiar. En los días que patrullaba las carreteras —y que de vez en cuando recordaba como los buenos tiempos—, disponía de mucho tiempo para comer con los chicos, ayudarles en sus tareas, y jugar al fútbol los sábados, en el patio. Ahora apenas los veía.

Pat y los niños se pusieron muy contentos al verle llegar temprano a casa aquella noche del viernes 9 de febrero, justo a la hora de cenar, más o menos cuando un vendedor de joyería llamado Taylor Wright se registraba en un hotel de Ann Arbor.

"Los días se siguen y no se parecen" decía Bob Swalwell cuando alguien le preguntaba por qué le gustaba tanto el trabajo policiaco. "No tiene uno a nadie que lo lleve de la mano; hay que contar con la propia iniciativa, con la energía que uno tiene; y nunca se sabe lo que traerá el día siguiente". Al día siguiente, Marcy Purmal salió en coche para dirigirse al aeropuerto de O'Hare Field.

Para entonces Marcy había empezado a colaborar con las autoridades. Específicamente, colaboraba con el Departamento de Correccional; equipos de hombres de este departamento se habían pasado a su piso, llevando armas largas. Marcy había informado de una amenaza de rapto de parte de su cliente desaparecido, y había convenido que permitiría que los policías pusieran una grabadora conectada a su teléfono. Marcy les dijo que antes de que la pusieran, había recibido una llamada de Walker, pidiéndole que se reuniera con él en el aeropuerto, y Marcy había aceptado. "Me pareció que el aeropuerto era un lugar seguro para mí —explicó más adelante— con tanta gente yendo y viniendo. Mi idea era encontrarme allí con él y convencerlo de que se entregara".

Poco después de las tres de aquella tarde, Marcy estacionó su pequeño coche amarillo en el estacionamiento B, y se paseó un rato por la terminal, mirando las vitrinas de tiendas y restaurantes. En la hoja de plástico que cubría un menú de restaurante, vio policías estatales que la seguían y decidió "divertirse un poco". Se escondió detrás de una columna y, cuando llegó un autobús interior del aeropuerto, saltó dentro.

Un par de policías de la Correccional la vieron justo antes de que entrara en el autobús, hablando con un hombre que tenía un impermeable de color tan. Trataron de perseguir al autobús y después corrieron en busca de su coche. Cuando finalmente pudieron obligar al autobús a detenerse a la orilla del camino, ya se había detenido una vez. Marcy seguía a bordo; el hombre del impermeable color tan había desaparecido.

Swalwell estaba furioso porque no le habían avisado antes de las actividades de Marcy aquella tarde, antes de que saliera del piso. Al llegar a O'Hare tenía a los hombres de la Correccional pegados a la terminal de TWA, pero para cuando todos se reunieron eran ya las cinco. Al buscar en el Estacionamiento B, comprobaron que el coche de Marcy ya no estaba.

Rezongando, Swalwell lanzó una alerta ISPERN contra el convertible amarillo, 1972, de Marcy, con placas de Illinois WK 8970. El policía Frank Waldrup vio que el coche salía de O'Hare, y lo detuvo.

Marcy bajó el cristal de la ventanilla.

—¿Qué hace usted? —preguntó.

—Se trata de Gerald Daniel Walker —dijo oficialmente Waldrup.

La expresión de Marcy no se alteró.

—Ya, ya sé de quién está hablando —le dijo secamente—. No, no lo he visto.

Frank Waldrup pidió a Marcy que se acercara al coche de la policía y le mostrara su licencia de manejo. Cuando abrió la bolsa para enseñársela, el policía vio que había un grueso fajo de billetes de banco, con uno de diez arriba de todo. Mientras esperaban a Swalwell, Waldrup inició la conversación. —¿Hasta dónde iría usted para proteger a un cliente?

—Bueno, no entregaría yo a nadie, si es lo que usted quiere decir —replicó fríamente Marcy.

—Bueno ¿y qué está usted haciendo aquí, en el aeropuerto? —preguntó Waldrup.

—Oh, sólo he venido a dar una vuelta —dijo Marcy con ligereza—. Es un día tan agradable para pasear por un lugar caliente —sonrió, pero el oficial Waldrup observó que parecía extremadamente nerviosa, que fumaba cigarrillos en cadena, mirando todo el tiempo la hora.

Swalwell también se fijó en lo nerviosa que estaba, cuando el oficial Rowe la llevó a la oficina del U.S. Marshal en O'Hare.

—¿Estoy detenida? —preguntó Marcy.

—No —contestó Swalwell—. Esto es, estrictamente, una entrevista —y fue derecho al grano—. ¿Ha venido usted aquí para encontrarse con Walker?

—¿Está acusándome usted de algo?

—No la estoy acusando de nada —dijo llanamente Swalwell—. Sólo estoy exponiendo los hechos —y se le ocurrió que parecía uno de los policías del programa Dragnet, mientras exponía los hechos de que se había enterado acerca de ella y Walker, diciéndole abiertamente que sabía que las relaciones entre ambos iban más allá que las de abogado-cliente.

—¿Qué está haciendo usted en el aeropuerto? —le preguntó.

—Oh, sólo he venido a mirar cómo despegan los aeroplanos —dijo Marcy con la misma ligereza que había contestado a Frank Waldrup. Entonces miró muy seriamente a Swalwell—. Si supiera dónde está Walker, me pondría en contacto con él y le aconsejaría que se entregara —aseguró al policía—. La última vez que lo vi fue en el hospital, la noche del 30 de enero, y no he vuelto a verlo desde entonces. Swalwell no se dejó impresionar.

—Está usted mintiendo —le dijo bruscamente Swalwell. Entonces le dijo que sabía que había estado bebiendo en el cuarto de hospital con Walker, besándose con él.

—Eso no es cierto —insistió Marcy—. No hay nada de cierto en eso.

Swalwell le lanzó su mirada más azul y helada durante lo que pareció un largo rato, pero ella no se inmutó.

—¿Puedo irme ahora? —preguntó.

—Sí —dijo Swalwell.

Lo primero que hizo Bob Swalwell el lunes por la mañana fue llamar a Mort Friedman, procurador principal de la oficina del Fiscal del condado de Cook. Le expuso nuevamente todos los hechos acerca de Walker y sus amigas; le dijo:

—Necesitamos su ayuda.

Friedman ayudó inmediatamente. Envió citatorios a Marcy, C.J. y Mark Kadish, que era abogado de ambas ahora, y al banco Oak Park Savings & Trust donde C.J. y Walker habían abierto su cuenta mancomunada. La audiencia ante el gran jurado se fijó para la mañana siguiente.

El resto del día fue la locura. Swalwell y Rowe se reunieron con Ronald Tonsel, del Departamento Correccional, para que Lane y Hepner comprobaran a los liberados bajo palabra que habían estado encarcelados con Warker; Swalwell sabía el trabajo de consejero que había efectuado Walker para sus compañeros de cárcel, y siempre había pensado que algunos de ellos podrían ser útiles. Swalwell no simpatizaba con Ronald Tonsel; lo juzgaba arrogante y difícil en cuanto a que quisiera colaborar. Pero Tonsel convino que enviaría a sus hombres a Lake County.

Swalwell recibió una llamada de un agente del FBI llamado Baucom, que le informaba de un telefonazo recibido aquella mañana de Walker por la novia a la que había aterrorizado. Cuando Baucom la llamó a mediodía, le confesó que estaba espantada. Dijo que había dicho a Walker que si volvía a llamarla, avisaría al FBI. El agente Baucom la tranquilizó y le agradeció que llamara.

Lane y Hepner, de la Correccional, llamaron para decir que estaban siguiendo un indicio y buscando a una mesera de nombre Leslie, en un lugar llamado Melvin's, cerca de The Cedars en Rush Street.

Mort Friedman, el procurador, llamó para decir a Swalwell que Marcy había recibido una llamada telefónica de Walker. Le había dicho cuándo debería aparecer ella ante el gran jurado, en qué sala y lo que iba a decir. Friedman dijo que Walker le había dicho a Marcy que no aparecería a menos que la encausaran a ella.

En algún momento de ese día, un hombre que respondía a la descripción de Walker entró en la oficina de Ayuda Jurídica de South Halted Street y dejó una bolsa negra.

A las ocho de la mañana siguiente, Marcy salió de su piso y fue en coche al Hyde Park Bank. Entonces se dirigió a Ayuda Jurídica y cuando llegó, el agente Willis Stephans del Comité de Libertad Bajo Palabra la siguió a su despacho. Alan Dockerman, de Ayuda Jurídica, le tendió la bolsa a Marcy, y Stephans la interceptó. Entonces éste echó a correr a la oficina del Fiscal del Estado llevándosela.

Swalwell, que había ido a la ciudad después de dormir cuatro horas, esperaba allí. Abrió la bolsa: contenía un reloj, varios libros y tres apuntes. Cada apunte era breve, escrito a mano en el centro de cada página:

Si yo pudiera estar

Donde espero que éstos

se encuentren pronto...

D.

Guarda para mí tus arrebatos

pero debes estar siempre

guapa y brillante como el

30 de noviembre

D.

Dios hizo las manzanitas verdes...

pero

Maldita sea, ¿te haré

yo a ti alguna vez?

D.

Los apuntes estaban escritos en papel del Marriott de Chicago en West Higgins Road. Swalwell y Rowe lo comprobaron sin resultado. Comprobaron igualmente todos los mejores hoteles alrededor del Marriott, es decir el International Motor Inn, el Sheraton Inn, el Holiday Inn, el Embassy, el Oriental Gardens, el Roadway Inn, el Regency Hyatt House y Howard Johnson's. Todo en vano. Dejaron el retrato de Walker a todos los recepcionistas.

Más tarde Marcy recibió otra carta fechada ese día: lunes.

Vuelvo de dejar tu bolsa en Ye Olde Neighborhood, en la oficina de la Ayuda Jurídica... y créeme, fue una escena chistosa si puedes imaginarte a tu seguro servidor haciendo caravanas dentro de la oficina frente a dos tipos secretariales llenos de asombro: "¡Hola! ¿Conocen ustedes a Marcy Purmal?" Dos cabezas asienten. "Bueno. Quiero dejar aquí esta bolsa para ella. Supongo que no vale preguntar si está Alan". Dos cabezas se sacuden de izquierda a derecha. "Bueno. Digan a Marcy que un tal Dan Walker le ha dejado esto". Aunque tengo otras cosas para tixxxxx (esta condenada máquina tiene sus caprichos y además se parece mucho a ti: no jode). Como te decía, tengo sin embargo otras cosas para ti, y ocupan más espacio que la bolsita y las cosillas. Otro día y en otro lugar, querida mía. Lamento que la bolsa no haya sido una buena, de cuero legítimo y todo eso, pero hay poca provisión de $ y lo único que me gustó en Dunhill costaba más de doscientos verdes... eso me sacudió, cuando puedo imaginarte yendo a visitar al primero que caiga en un hospital, llevándole cosas buenas. Dime que yo soy algo más que un capricho. Diablos, dímelo.

Como dije, estoy dolido por lo que te pasó el domingo o mejor dicho el sábado. No debería habértelo pedido, y sin embargo sólo puedo decir que confiaría en ti hasta el fin del mundo, por la manera en que te portaste. Nadie, y lo digo en serio, nadie se acercó siquiera al lugar donde se suponía que estaba esperándote. Podías haberte salvado a costa mía... y recuerda esto, querida, en el caso de que te arresten y te acusen, lograré siempre que puedas hacer un trato, que abandonen la acusación. Es justo, ¿dulzura?

Quisiera oír todo lo que te dijeron y exactamente cómo te trataron, etc. Para que la vida de todos ellos sea más rica, he empezado hoy a ponerme en contacto con todos los que conozco en la zona, dando cita a algunos y a otros, haciéndoles saber de mi presencia... una cosa tiene de bueno: no pueden vigilarlos a todos, ¿eh? Chistoso: llamé a Donna y se puso inmediatamente a suplicarme que no le haga daño. Qué maldita reputación tengo como para que la gente que me quiso y me dio un hijo empiece a llorar y suplicar. Más mentiras que habrán estado propalando contra mí, estoy seguro. (Con quién dices que te encontraste y creyeron que era yo... podría azotarte, señora).

Una cosa hay que reconocer: saben poner a la gente unos en contra de otros, de modo que no nos dejemos engañar acerca de lo que puede ser cierto o no, uno del otro... siempre que ande por ahí me mantendré en contacto, ya sea directamente o por alguno de tus amigos... de modo que siempre estés en condiciones de comprobar las cosas que puedas oír decir de mí, y yo haré lo mismo contigo. Son momentos peligrosos, como lo sabes de sobra, y una vez que hayamos salido de ésta podremos reír y bromear, mi adorable Laura Abogada.

Es hora de que te hable por teléfono, y quiero enviarte esto por correo. A todo esto: he comido camarones de jonghe... yam yam... Como puedes ver, más o menos lo único que no he tenido desde que estoy fuera es TÚ. Bueno, como dicen, no se puede tenerlo todo. Doblemente serio y todo eso, me has impresionado yendo y viniendo en todo el lío y continuando con esa voz amorosa cuando llamé. Supon desde ahora en adelante, cuando te hable y me quieras decir que me amas, que sólo me digas que me entregue. Es bueno para los escuchas. Amor y todo eso.

La tarde en el aeropuerto parecía resumir los conflictos y confusiones que rodeaban el caso Walker. Marcy Purmal negaba con vehemencia haber tenido mucho dinero en su bolsa ese día.

—¡Tonterías! No tengo dinero. Trabajo para Ayuda Jurídica —dijo que el hombre llamado Fox, con el que se encontró por casualidad. Insistía en que su motivo para ir a O'Hare había sido encontrarse con Walker y persuadirlo de que se entregara.

Swalwell se rió al oírlo. Consideraba que la colaboración de Marcy era únicamente el resultado de que se había dado cuenta de que estaba sumida hasta las orejas, implicada en una situación que pudiera costarle la deshonra profesional y tal vez la exclusión del foro. Él la llamaba "radical". (Ella decía, de él y sus hombres: "los milicianos nazis"). Swalwell nunca llegó a convencerse de que si Marcy se encontraba con Walker, éste se entregaría, y por eso fue que se presentó en el edificio Ida Noeis de la Universidad de Chicago. Era costumbre de Marcy jugar allí los viernes por la noche, y Swalwell pensaba que Walker podría llegar también, porque a Walker le gustaba el deporte.