Capítulo UNO

Hope abrió los ojos, los cerró, volvió a abrirlos, bostezó y se estiró. Levantó ligeramente la cabeza de la almohada y miró hacia los pies de la cama, un poco más allá, donde Bill hacía sus ejercicios de jogging sin moverse de su sitio.

—¿Qué hora es? —preguntó, bostezando de nuevo.

Bill volvió la cabeza hacia ella y siguió con su jogging.

—Casi las siete —contestó—. Hola, cariño.

Hope gruñó y volvió a recostarse en la almohada, tapándose en parte la cabeza con las cobijas. Despertarse no parecía nunca fácil. Bill era matutino, siempre en pie a las seis para hacer ejercicio en el dormitorio oscuro, con un programa educativo de TV para hacerle compañía. En ocasiones practicaba su jogging fuera, en la niebla del amanecer que envolvía las colinas que dominaban la casa, pero ya saliera o se quedara dentro, recorría tres millas cada mañana antes de ducharse y afeitarse, despertaba a los niños y les daba su desayuno (compraba granola por costales). Llevaba a la escuela a los niños mayores, Keith y Hope Elizabeth, antes de ir a trabajar, de manera que Hope sólo tenía que vérselas con el pequeño K.C. de tres años de edad. Aquella mañana K. C. no era problema: la nueva muchacha de Hope lo cuidaría en su cuartito cerca de la cocina, de modo que Hope podría echar otro sueño y despertarse poco a poco con una taza de café, cigarrillos y un puñado de vitaminas para estar en condiciones a mediodía. Bill se inclinó y la besó en la frente.

—Hasta luego, cariño.

Hope tendió los brazos para abrazarlo pero de repente se le abrieron mucho los ojos y se apoyó en el codo.

—Oye, espera un minuto —protestó—. Tenemos que hablar del fin de semana.

—Te llamaré desde la oficina —dijo alegremente Bill—. Y estaré en casa temprano, a eso de las tres o las tres y media. Duérmete otra vez.

Hope oyó cerrarse la puerta del dormitorio, y mientras se deslizaba entre las sábanas y colocaba cómodamente la almohada bajo la cabeza, podía oír como Bill hablaba con Keith en el cuarto de éste, al otro lado del vestíbulo. Justo antes de sumirse nuevamente en el sueño, oyó la risa de Keith.

Hope Masters tenía treinta y un años. Medía 1 metro 57 y pesaba 41 kilos. Con ojos de un verde ahumado en un rostro ovalado de huesos pequeños y una cabellera color champaña que le cubría los omóplatos, parecía más una adolescente sensual que la madre de tres niños. El mayor, Keith, tenía doce años, y cuando Hope se encontraba con que no tenía ropa limpia —cosa frecuente—, se ponía sus pantalones de mezclilla. Era muy bonita con un aspecto casi infantil, frágil, vulnerable. Casi todas sus amistades eran del sexo masculino.

Hope había pasado toda su vida en Beverly Hills o cerca de allí, y parecía haberse fundido con el paisaje, una verdadera muchacha californiana. No porque fuera robusta o dorada por el sol, ya que en realidad estaba demasiado delgada, tenía un problema crónico en la espalda y poco apetito, sino porque en cierto modo había absorbido todas las expectativas concentradas de su ambiente. Cuando Hope decía: "Si fuera por mí, viviría en un pueblecito de Connecticut", nadie la tomaba en serio. La gente que la conocía consideraba imposible imaginársela viviendo en cualquier lugar que no fuera entre contradicciones primarias. Su vida de status y privilegio aparentes era tan insegura como la tierra bajo sus pies, que podía soltarse y deslizarse después de una lluvia torrencial y venirse colina abajo.

Era coqueta y frivola e intensamente práctica. Se preocupaba demasiado y era excesivamente optimista. Casi nunca lloraba. Podía mostrarse impulsiva y generosa o revelarse como una bruja con ruedas; en ocasiones irritable por exceso de ansiedad, cortante, en otras, compasiva y sin inhibiciones: una personalidad difícil de descifrar. Un hombre que la conocía bien la calificó de "opaca". Refinada y cínica, veía los programas religiosos de la televisión porque, como decía: "Necesito algunos insumos", y se aferraba a su cuaderno de máximas iniciado cuando iba a la escuela y repetido y aumentado a medida que avanzaba en edad:

• Toda persona de más de cuarenta años tiene la responsabilidad de su rostro.

• La vida es el arte de dibujar sin borrador.

• El carácter es lo que es uno en la oscuridad.

• Es mejor haber amado y perdido que no haber amado nunca.

Había nacido el 21 de octubre de 1941 en un hospital judío. "El Buen Samaritano estaba lleno —explicaba Hope—, de modo que nací en el Cedros del Líbano. Mi madre nunca se repondrá del disgusto". Fue bautizada Hope Elise, pero poco después del divorcio de sus padres, cuando Hope contaba dos años, su madre fue al ayuntamiento y borró "Elise" del acta de nacimiento original.

También su infancia fue sometida a modificaciones. Recordaba a su padre, James Stagliano, músico, al que llegó a llamar "mi brioso padre italiano", como hombre alegre. Cuando se trasladó al Este —allí tocaba el como en la Boston Symphony— perdieron más o menos el contacto aun cuando parecía no haber perdido su tendencia alegre: cuando Hope cumplió dieciséis años fue en avión a Nueva York a visitarlo, y él la llevó al Stork Club de donde los sacaron por "bailar estrambóticamente".

Durante los doce años siguientes Hope entró y salió de diversas escuelas, pensiones y cuartos de hotel, aunque pasó muchas temporadas largas con los padres de su mamá, en Holmby Hills, en una enorme mansión blanca de estilo español con un prado muy grande y una sala de dimensiones tales que parecía salón de baile, con cortinones de terciopelo y candiles de cristal cortado, que casi siempre estaba vacía y tenía ecos. La madre de Hope, que también se llamaba Hope pero a quien todos decían "Honey" en la familia, solía estar fuera —jugando al tenis, viajando y saliendo con hombres—, de manera que Hope se encariñó mucho con su abuela. Se tendían ambas en el piso, una junto a otra, estirándose y haciendo ejercicio, mientras la abuela contaba cuentos y explicaba a Hope que había que cuidar de Honey, y cómo debería hacerlo Hope. Hope consideraba a su madre suave y agitada; recordaba que, cuando tenía más o menos nueve años, ella iba de compras con su madre y le escogía los vestidos.

Hope tenía un inmenso dormitorio en el piso de arriba de la de Holmby Hills, donde su amiga Phyllis y ella pasaban muchísimos ratos jugando con la colección de muñecas de Hope, cuando no estaban abajo, en el gran bar junto a la sala de estar, jugando al cantinero y el cliente con jugo de uva. Frecuentemente se quedaban solas en la casa, sin adultos por allá, aunque Phyllis recordaba muy bien que un adulto, pariente de Hope, apareció un día en la puerta y llamó a Hope que estaba jugando con su amiga en el prado. Pronto oyó gritos y llanto y un fuerte golpe, y muy pronto llegó Hope corriendo, "hecha una lástima", recordaba Phyllis, "sangrando de la nariz y con sangre por toda la cara". Las niñas corrieron al departamento vacío que había encima del garaje donde se mantuvieron escondidas hasta la noche.

En Westlake, una escuela de lo mejor para niñas, Hope llevaba un uniforme de algodón azul con una banda atada a la espalda, tobilleras blancas y zapatos negros. Odiaba la escuela, pero vivía ton su abuela y, en términos generales, estaba satisfecha. Cuando tuvo once años, su abuelita falleció y Hope fue trasladada a la Escuela Elemental de Warner Avenue, una escuela pública. Más o menos por entonces perdió también de vista a Phyllis. Aunque la madre de Hope salía con el padrastro de Phyllis cuando ambos estaban entre dos matrimonios, como cada uno de ellos se casó por su lado finalmente, las niñas fueron llevadas o enviadas a lugares distintos.

A Hope le gustaba la Escuela Elemental pero al cabo de dos años, su madre la llevó a Marlborough, una escuela de niñas mejor aún, que le disgustó a Hope todavía más que Westlake. Había muchas camarillas, grupitos y criticas; la niña solía volver a casa llorando casi diariamente. Al llegar al grado 10 se sentía desdichada. Faltaba mucho a la escuela, haciéndose la enferma; amenazó abandonar la escuela deliberadamente, declarándose enferma, y consiguió maniobrar para que la inscribieran nuevamente en una escuela pública, Los Ángeles High, para el grado 11. También ahí le gustó; también entró en conflicto con la visión de largo alcance de su madre. Recordaba que su madre solía decir: nadie que fuera a L. A. High llegaría nunca a nada, la gente bien iba a otra parte: "Veo gente mucho más «bien» en Los Ángeles High —informó Hope a Honey—. No logro entender lo que «bien» significa". Honey ganó, al menos por el momento. Hope fue nuevamente trasladada a Westlake para repetir el grado 11. El plan de su madre consistía en que Hope terminara en Westlake, hiciera su debut en Las Madrinas Ball, un baile de sociedad, y después ingresara en Stanford.

Hope tenía otros planes. Cuando cumplió dieciséis años, se fue a México con un muchacho vecino y regresó casada. No se lo contaron a sus padres por miedo a que éstos anularan el matrimonio; el novio de diecinueve años regresó a sus clases en USC. Hope también se inscribió allí. No había terminado la segunda enseñanza, pero cuando su test corregido mostró un cociente intelectual de 183, USC la aceptó condicionalmente. Los recién casados siguieron viviendo en su hogar respectivo pero se reunían con frecuencia durante el día en la universidad y en el departamento próximo de un amigo. Hope quería quedar embarazada, sobre todo para poder tener un hogar que fuera suyo; Honey había vuelto a casarse con un abogado rico y eminente con quien Hope no se llevaba muy bien.

Cuando Hope quedó embarazada, ella y el esposo consideraron que ya se les podía decir a las familias que se habían casado. La madre de Hope aprobaba al novio, que era heredero de una fortuna hecha con una fábrica de galletas y cuya familia ostentaba un escudo de armas legítimo de sus antepasados, pero la madre del joven lloró horas y horas. Entonces ambas madres organizaron una boda oficial, impresionante, en la iglesia episcopal de Todos los Santos, en Beverly Hills. La madre del novio fue a la boda vestida de negro.

El primer hogar propio que tuvo Hope fue un estudio en el centro, donde ella y su esposo dormían sobre un colchón, en el suelo. Cuando llevaba ocho meses de embarazo, el casero dijo que no permitía tener niños. Hope y su esposo se mudaron a un piso algo mayor: dos habitaciones. Estaban viviendo con trescientos dólares al mes, la mitad de parte de cada familia. Cuando el niño cumplió año y medio, Hope decidió tener otro bebé para que Keith no creciera solo. Deseaba una niña que se llamaría Lisa Marie, en recuerdo de su abuela italiana, María Teresa Stagliano; pero durante el parto, la madre de Hope permaneció junto a ella e insistió en que una niña debería llamarse también Hope. Su suegra quería Elizabeth porque era nombre inglés, de modo que la nueva nenita se llamó Hope Elizabeth.

Para entonces, Hope, su esposo y los niños vivían ya en una linda casita de Benedict Canyon, pagada en gran parte por la madre de Hope aun cuando Hope había contribuido con los diez mil dólares que su abuela de Holmby Hills había ahorrado, años antes, para la boda de la nieta. Pero Hope estaba aburrida e insatisfecha. Su esposo parecía pasar mucho tiempo regando los avellanos del jardín, y la vida social que llevaban se limitaba casi exclusivamente a juegos de bridge con Honey y su esposo. Hope llegó a odiar esas veladas porque Van se enfurecía contra su compañera, generalmente Hope, al menor error. A veces ella salía llorando de la mesa de juego, y le agradaba señalar después que "mía persona bien ajustada es la que puede jugar el bridge y al golf como si se tratara de juegos".

Cuando Hope tuvo veintitrés años de edad, solicitó el divorcio. Su esposo lloró y Hope se sintió culpable, pero su nueva libertad la encantó. Ella y su amiga Phyllis hacían citas dobles; la vida de ésta se parecía mucho a la de Hope, siguiendo el mismo camino caprichoso: a los diecinueve años, Phyllis había sido casada y divorciada y tenía un hijito pequeño. Hope y Phyllis solían compartir los gastos de guardia para los niños cuando salían juntas; pero la época del baile a go-gó, y Phyllis recordaba cuánto les había gustado. "Nunca tuvimos la oportunidad de jugar así cuando éramos niñas, de modo que lo hicimos más tarde", explicó Phyllis. En un restaurante, una noche, Hope conoció a un joven publirrelacionista elegante, Tom Masters. Salieron juntos durante cuatro meses. Tuvo una última cita con otro hombre la noche antes de casarse con Tom en una capilla alquilada de Las Vegas. Hope llevaba una minifalda blanca y rosas rosadas entrelazadas en el cabello; llevaba flores que otra amiga íntima le llevó de Los Ángeles, manteniéndolas al fresco en el refrigerador del avión privado de su padre. Justo antes de la ceremonia, Tom pagó cinco dólares más y alguien prendió velas. Tuvieron una luna de miel de cinco días en Las Vegas, con una temperatura de 49°. El hijo de ambos, Kirk Craig, al que llamaron K.C. nació en enero de 1970; Hope y Tom se separaron seis semanas después, en aquella ocasión sólo por una semana, pero más adelante, la separación fue definitiva.

De modo que en 1973, cuando tenía treinta y un años, Hope Masters había llevado una serie de vidas y había coleccionado en sí misma una serie de contradicciones que parecían manifestarse todas. Aun cuando solían hablar de ella como de "la heredera" y la "socialité", había pasado un tiempo considerable —para una heredera— cambiando pañales y limpiando estufas. Grandes cantidades de dinero, legalmente suyas, estaban en fideicomiso, pero como no podía tocarlas, ella y sus hijos comían muchas salchichas rebanadas con huevos revueltos. Una vez se pasaron toda una semana comiendo papas y bebiendo leche. Ella no tenía seguro de enfermedad ni tarjetas de crédito. Estaba en el Libro Azul "Blue Book", registro social, mientras que sus hijos tenían derecho a comer gratis en la escuela pública. Ella se sentía privada al no tener una sirvienta en casa, y cuando no la tenía andaba buscando una, aun cuando sus ingresos de 435 dólares mensuales —en parte de sus esposos, en parte de su madre— le daban derecho a recibir estampillas para alimentos. Vivía en Beverly Hills, California, una de las zonas residenciales más caras de Estados Unidos, donde no hay calles sino únicamente "caminos particulares"; y vivía allí aun cuando, para completar sus ingresos, estaba desempeñando empleos al azar, unos más raros que otros. Por algún tiempo fue camarera de cocteles en un bar del centro, donde los clientes se divertían arrojando sillas por todos lados y donde tenía que barrer muchísimos vidrios rotos. Vendió ropa en una tienda para mujeres gordas. Trabajó corto tiempo para un médico especializado en poner inyecciones. Una vez ocupó, también brevemente, un empleo de ventas por teléfono, lo cual le representaba llamar a curas católicos por todo el país a través de una línea de WATS. Otra muchacha de la oficina obtenía la comunicación con el cura y se presentaba como alguien que tenía un problema, pero a Hope le parecía que no era honrado; prefería preguntar por el cura y empezar a hablar. Por lo general terminaba charlando un buen rato sin haber vendido la suscripción a la revista, de modo que ese empleo no duró.

Hablar era el punto fuerte de Hope. Le gustaba hablar, y cuando no estaba hablando, le gustaba escuchar. En esas compulsiones era donde parecían acumularse las contradicciones de su vida. Había descartado a un esposo porque lo consideraba como un hogareño aburrido, a otro porque le parecía no interesarse por los niños ni la vida hogareña. Quería pasar tiempo con sus hijos, ser su amiga, estar muy relacionada con ellos, pero también quería divertirse, ese tipo de diversión que su belleza, su brillantez y su personalidad le permitían tener. Cuando Keith y Hope Elizabeth dieron lo suficientemente grandes para comprender, ella les prometió que nunca saldría dos noches seguidas, y casi nunca lo hizo, pero las noches que salía, se las arreglaba para tener dos o tres citas seguidas, dos o tres clubes nocturnos seguidos, especialmente en una época en que Phyllis y ella estuvieron saliendo con apagabroncas de clubes nocturnos. Era frecuente que Phyllis y ella y sus compañeros acabaran en un restaurante chino del Sunset, comiendo vainas de chícharo y festejando hasta las cuatro de la madrugada, hora del cierre del lugar. Comportamientos que estaban expresados o implícitos en su educación, por lo visto, habían arraigado: podía mostrarse arrogante de manera natural con un mesero en un restaurante y a menudo lo hacía, pero otra conducta era natural en ella también. Tenía simpatía por los solitarios y los seres perturbados; con el correr de los años había recogido docenas de gatos perdidos y un puñado de niños fugitivos. Una amiga llamaba la casa de Hope: "refugio primitivo de hippies". Si el mesero al que trató con soberbia se hubiera deshecho en llanto contándole sus penas, ella lo habría calmado, le habría dado consejos y quizá se lo hubiera llevado a casa. Cuando una de sus ex sirvientas quedó embarazada, Hope la recogió, y cuando llegó la hora de dar a luz, la llevó al hospital. Allí le dijeron que sólo una persona de la familia podía entrar con ella; entonces Hope puso su nombre en la forma donde decía PADRE.

Tal vez haya sido generosa e inclusive extravagante con sus emociones y su amor, porque ella misma sentía una necesidad intensa de ser amada sin titubeos ni reclamaciones, simplemente por sí misma. Quería amar a un hombre de esa manera, y cuando conoció a Bill Ashlock en diciembre de 1972, en una fiesta de Navidad, sintió casi al instante que él era el hombre. Le pareció tranquilo pero no aburrido, exitoso pero sin ostentación. Parecía capaz de expresar sus sentimientos hacia ella con la misma facilidad que expresaba ella los suyos hacia él. Esa capacidad significaba muchísimo para Hope. "Le cuesta tanto a la gente decir 'te quiero' o 'te aprecio' —decía Hope—. Es un aspecto en el que a mí no me cuesta nada. Yo sí lo digo. ¡Aunque sólo estén cruzando la calle, se lo digo! Siempre presto muchísima atención, muchísimo aprecio a las personas que amo. Siempre trato de hacerles saber que son importantes para mí; entonces, si sucede algo, sí le sucede algo a una misma o a la otra persona, no se tiene pena por no haber dicho algo. Creo mucho en que, si se siente algo bueno y positivo respecto a alguien, por el amor de Dios ¡hay que decírselo! Porque uno nunca sabe lo que vaya a suceder. Nunca se sabe lo que el mañana pueda traer".

A las 10 y media de aquella mañana del viernes 23 de febrero de 1973, la nueva sirvienta de Hope, Marta Padilla, tocó a la puerta del dormitorio y dijo a Hope que el señor Ashlock llamaba por teléfono y había dicho que la despertaran para hablar con él.

Hope se despertó enseguida. Bill la llamaba diariamente desde la oficina —generalmente charlaban por lo menos una hora— y ella esperaba que llamara ese día también, pero era curioso que llamara tan temprano y mandara que la despertasen. Medio se sentó en la cama y alcanzó el teléfono de la cabecera, apoyándose en el codo derecho.

—Hola —dijo—. ¿Bill?

—Hopie —dijo Bill—, escucha esto: ¿quieres soltar la mayor carcajada de tu vida?

—Seguro —contestó.

—Pues bien, por alguna razón insensata, me van a entrevistar. Un tipo me ha llamado y me ha dicho que está escribiendo una historia para el Los Ángeles Times acerca de los solteros más codiciados de la ciudad, y quiere entrevistarme.

—Dile que no estás soltero —le dijo Hope, riendo.

También Bill rió, pero su voz se hizo seria.

—Hopie, la cosa es que no quiero hacerlo si eso ha de afectar a nuestras relaciones, si vas a creer que me interesa conocer a otras chicas, porque no es así.

—Bien sé yo que no —dijo Hope.

—Y otra cosa —prosiguió Bill—. ¿Crees que podría ser un problema para ti, en vísperas de tu divorcio o todo eso? Porque si crees que sería un problema, no lo haré.

—No, no —contestó Hope—. No será problema. Sigue adelante. Dale gusto a tu ego y hazlo. Parece divertido.

—Bueno, si a ti te parece bien... —dijo Bill—. Seguiré adelante y lo haré. Se supone que nos reuniremos para comer. Y te llamaré después.

—Espera un minuto —dijo Hope—. Tengo una idea. —Se sentó muy erguida en la cama y cambió de oído el audífono, dejando flotar sus largos cabellos hacia atrás, lejos de su rostro—. Mira, Bill, si citaras ciertos lugares cuando hablas con ese tipo, y si se imprimen en la historia, quizá después podamos tener una cena gratis o algo así en esos lugares. Voy a preguntarle a Tom qué le parece.

—Bueno, está bien. Pero que sea pronto, porque ese tipo va a venir. Nos reuniremos a mediodía.

—Voy a hacerlo —dijo Hope—. Te llamaré enseguida.

Bill colgó, y Hope marcó rápidamente el número de Tom Masters. Aun cuando ella y Tom llevaban dos años separados, lo veía con frecuencia y se mantenía en contacto por teléfono; lo había llamado justo pocos días antes para hablarle de uno de los comerciales de Bill que estaba en una lista de los "diez mejores". Ella había pedido el divorcio sólo unas semanas antes. Su matrimonio había terminado hacía mucho, mucho tiempo, pero ella pospuso deliberadamente la solicitud de divorcio.

—Sabía que habría sido como caer de la sartén al fuego —explicó Hope—. De modo que esperé mucho y no presenté la solicitud porque si me hubiera divorciado inmediatamente, alguien podría haberse acercado, y yo, en un estallido emocional de entusiasmo, habría perdido la cabeza y habría vuelto a casarme. Inclusive al principio de su matrimonio con Tom, algunos hombres habían seguido visitándola, diciéndole que la estaban esperando. Ahora que juzgaba que su relación con Bill Ashlock era buena y firme y destinada al matrimonio, había presentado finalmente la solicitud de divorcio.

Los sentimientos que experimentaba hacia Tom Masters eran complejos. Por una parte lo consideraba insensible a la gente, nada compasivo e inclusive despiadado. "Cuando te miro a los ojos —le había dicho una vez— no hay nadie en casa". Aun cuando Keith y Hope Elizabeth sólo tenían ocho y diez años cuando se casó con Tom, tenía la impresión de que resentía el tiempo que pasaba con ellos, momentos que pudiera haber salido con él por la ciudad, y una vez sugirió que los metiera en pensión. Recordando lo desdichada que fue en Westlake, especialmente cuando había estado interna allí durante los viajes de su madre por el extranjero, Hope se había negado instantánea y firmemente a considerarlo siquiera, y tuvo una pelea terrible con Tom. También habían peleado acerca de su hijo común, K.C. cuando los padres de Tom, que vivían en Massachusetts, iban a pasar unas vacaciones en Las Vegas. Para evitarles tener que llegar hasta Los Ángeles a ver a su nieto, Tom quería llevarse a K.C. y conseguir un cuarto en Caesar's Palace, donde sus padres podrían jugar con el niño entre un espectáculo y otro. Cuando Hope manifestó que semejante plan era ridículo para un niño de dos años, tuvo otra tremenda disputa con Tom. De todos modos a Hope no le gustaba Las Vegas. Había estado allí un par de veces con Tom, a quien le encantaba mucho el lugar y parecía conocer a bastante gente.

Por otra parte, tenía qué reconocer que Tom era bastante buen padre para K. C. Además de pagar religiosamente la pensión del niño, que ascendía mensualmente a 185 dólares, pagaba muchos gastos adicionales: chaquetas y zapatos para K. C, cortes de pelo, dentista. Hope calculaba que lo adicional representaría unos tres mil dólares anuales. Tom iba todos los sábados a buscar a K.C. para llevárselo a alguna parte, aunque sólo fuera hasta el lavado de coches o a comer una hamburguesa. Siempre lo llevaba de regreso el sábado por la noche. Tom jugaba al golf los domingos, de manera que nunca sacaba a K.C. en domingo; Además de sus visitas sabatinas, a veces Tom pasaba entre semana para ver a K.C. y charlar con Hope. Aquella semana, justo pocos días antes, había ido después del trabajo, y compartió con ellos el pollo frito de Kentucky que estaban cenando, aunque no se quedó mucho rato porque dijo que debería tomar una copa con un cliente en el Beverly Hills Hilton. Hope lo recordaba claramente porque sabía que Tom detestaba el Hilton y nunca, que ella supiera, había ido allí, al menos no sólo para tomar una copa. Por lo general, cuando se reunía con alguien después del trabajo, iba al Cock & Bull o al Playboy Club, cerca de su oficina, al final de Sunset Strip. De vez en cuando, tratándose de alguna persona especial, iba al Polo Lounge del Beverly Hills Hotel, el bar más famoso de la ciudad, pero nunca al Beverly Hilton. Y recordaba haberle preguntado:

—¿Cómo es eso de que vas al Hilton? Tardarás horas en estacionar el auto.

No recordaba lo que había respondido Tom, ni siquiera si había dicho algo al respecto.

Aun cuando su matrimonio con Tom había sido un desastre, Hope le había dicho muchas veces que le deseaba lo mejor, tanto en su vida personal como en los negocios. Sabía lo importante quo era para Tom tener éxito en su trabajo que era una combinación de los negocios del espectáculo con los de la comunicación masiva, lo que Hope llamaba —cuando se sentía amable con Tom— "el negocio de la imagen" o "carne en barata" cuando no. Cuando era niño y vivía en Nueva Inglaterra, Tom se había sentido fascinado por el teatro. Cuando Richard Burton fue a una ciudad vecina para filmar ¿Quién le teme a Virginia Woolf?, Tom, adolescente por entonces, había trabajado para la compañía cinematográfica como, según palabras de Hope, "lleva-y-trae". Richard Burton había regalado un par de botas a Tom que éste llevó consigo al ir a hacer fortuna en California, después de terminar la escuela secundaria.

Tom contaba sólo veinticuatro años cuando se casó con Hope, pero había estado persiguiendo agresivamente a la fortuna. Ya había cambiado su nombre, de Omasta a Masters, y ahora, a los veintisiete años, tenía su propia empresa de relaciones públicas. Le quedaba todavía mucho camino por recorrer... tenía un Chevy de cinco años atrás, y en 1972 sólo había ganado 25,000 dólares, de los que tenía que sacar para muchos gastos, incluyendo el personal de oficina. Durante algún tiempo Phyllis, la amiga de Hope, había trabajado por horas para Tom, tres veces por semana. Juzgaba que Tom era exigente pero no realmente difícil; cuando vio qué buena ortografía tenía, pareció sorprendido y complacido, y Phyllis nunca se quejó de cómo la trataba. También ella se sorprendió un poco, porque junto con Hope había reconocido que era muy frío, muy "macho", y Phyllis no se había llevado muy bien con él fuera de la oficina. Phyllis y su novio habían ido algunas veces con Hope y Tom a un restaurante o un club nocturno, y a ella solía fastidiarla que, como decía, "podía estar uno tomando su copa o no haber terminado de comer, y entonces Tom anunciaba que era hora de marcharse". Consideraba que tal vez porque habían ido gratuitamente a esos lugares —como agente de prensa, Tom disponía de muchos pases— Tom consideraba que podía dar las órdenes, igual que trataba de hacerlo en casa. Phyllis había ido a cenar a casa de Tom y Hope sólo una vez, y recordaba cómo, después de la cena, mientras Hope y ella estaban charlando en la sala, Tom dijo súbitamente: "Me voy a acostar. Ya pueden ustedes marcharse". Además de estar resentido por los hijos del primer matrimonio de Hope, ésta consideraba que Tom se había mostrado antipático con los amigos de ella y había tratado de ordenar la vida de Hope, lo cual significaba principalmente que ella se quedaría en casa todo el día, y saldría toda la noche con él. Por mucho que le gustara salir, a Hope no le agradaba la actitud de Tom. Le decía lo que debería ponerse y cómo peinarse; le gustaba que se maquillara espectacularmente. "Yo sólo era una pieza de utilería-declaró Hope—. Quería llevar del brazo a una mujer despampanante; de modo que yo tenía que ser eso".

Y sin embargo, siempre había pensado que si pudiera ayudar a Tom a salir adelante en su nuevo negocio, lo haría. Le había prestado dinero del fondo de emergencia de mil dólares que siempre trataba de tener a mano, porque sabía que Tom debía dinero a la gente, y ahora, al llamarlo por teléfono, le dijo que si el artículo acerca de Bill citara un restaurante o un club con el cual Tom estuviera relacionado, no sólo podría tener una comida gratis Bill y ella sino que también Tom, en cierto modo, pudiera sacarle provecho.

A Tom no pareció interesarle.

—Una historia de esas tiene poco valor publicitario —dijo por teléfono—. Si la historia abarca a diez tipos, se citarán muchos lugares, y de todos modos sólo se publica una vez.

Entonces Hope le recordó que iría a pasar el fin de semana con Bill, y que Marta esperaría a que Tom recogiera a K. C. por la mañana y se quedara todo el día con él. Tom dijo que lo recordaba, y colgó abruptamente. Eso no sorprendió a Hope; siempre había pensado que Tom era básicamente frío con la gente, excepto con la gente de quien pudiera sacar provecho. Pensó que quizá era así debido a su negocio.

—Creo que Tom no se deja interesar emocionalmente —dijo— porque en su negocio llega el momento en que la persona a la que representa se va para abajo y no puede seguir adelante.

Además, pensaba que Tom había colgado súbitamente quizá porque tenía celos de Bill; no por Hope sino por K.C. que quería mucho a Bill. Antes de cenar, cuando Bill estaba sentado cerca de la chimenea de gas con su habitual gin & tonic, K.C. se sentaba junto a él o sobre sus rodillas, con un vaso de tonic y lima que Bill le preparaba.

Entonces Hope llamó a Gary, un abogado que era su vecino y amigo íntimo. Gary había salido algunas veces con Hope, no porque estuvieran ligados románticamente sino porque consideraba que ella debería salir más, ver gente, divertirse. La noche que conoció a Bill en la fiesta navideña, había ido con Gary. Más o menos dos meses antes, Hope había terminado con el hombre que estaba viviendo con ella, un guionista llamado Lionel. Lionel había dejado la ciudad y Hope se había quedado sola la mayor parte del tiempo, cuando Gary llamó para insistir en que lo acompañara a la fiesta.

—Es ridículo —le dijo Gary—. Lionel va a estar dos meses fuera y ya es hora de que empieces a circular.

Hope admitió que se sentía solitaria, de manera que fue a cenar con Gary a un sitio en Century City, después a una fiesta en Century House donde el salón de banquetes estaba instalado con cincuenta mesitas redondas y lo que parecía ser centenares de personas sentadas o de pie alrededor de ellas. Gary se escurrió entre la multitud que atestaba el bar, consiguió bebidas y encontró dos lugares en una mesa con conocidos suyos.

—Entonces levanté la vista y aquellos dos ojos me estaban mirando desde el otro extremo del salón —contó Hope a Phyllis—. Al principio creí que era Tom debido a los grandes ojos oscuros y el bigote, y no se me ocurría quién más podría estar mirándome así. Estaba un poco bebida, supongo, y actuaba tontamente, de modo que apunté con el dedo y dije: "Miren ese tipo, allí. Creo que es mi ex marido —y después el hombre fue hacia ella, cuando se encontraba en el foyer—. "Quiero pedirle perdón por haberla mirado así", me dijo. "Y yo por haberlo señalado con el dedo" respondí, y ambos reímos.

Él se presentó: William Ashlock, y ella también le dijo su nombre.

—No me siento a gusto aquí —dijo Bill—. Soy demasiado viejo.

Hope rió nuevamente.

—Soy demasiado vieja, Gary es demasiado viejo, todos somos demasiado viejos —contestó.

Gary se acercó y Hope presentó a los dos hombres. Gary sugirió que fueran todos a otra fiesta de la que se había enterado, una fiesta más reducida en el Beverly Hilton, y todos convinieron reunirse a la entrada del salón de fiestas del Hilton, junto a unas columnas. Bill manejó su coche; Hope fue al Hilton en el de Gary.

—Creo que ese tipo es una de las personas más agradables que he conocido en mucho tiempo —dijo Gary—. Si quiere llevarte a casa, por mí está bien. Adelante, que te lleve a casa.

—Bill estaba esperando junto a las columnas, exactamente donde le dije que esperara —contó Hope a Phyllis, y casi al instante se despidieron de Gary y fueron a un salón de los Fabulosos Veintes en el hotel, donde tomaron una copa y escucharon música. Después dieron una vuelta alrededor del Hilton mirando las tiendas. Cuando Bill acompañó a Hope a casa, entró unos minutos, pero al día siguiente llamó por teléfono y dijo que le gustaría volver después del trabajo.

—¡Oh, Dios mío! —exclamó Hope—. La casa está hecha un desastre, no tengo quien me ayude y, de todos modos, no puedo salir nuevamente esta noche.

Bill dijo que no importaba cómo estuviera la casa y que no tendrían que salir: él llevaría una pizza.

Llegó con una pizza grande y conoció a los niños que parecieron simpatizar con él desde el primer momento. No pasó la noche allí... en realidad, Hope y él no se acostaron juntos antes de llevar un mes de conocerse, cuando fueron al lago Arrowhead a pasar un fin de semana, uno de los dos fines de semana que pasaron juntos en total, fuera de la ciudad. Inclusive antes de aquel primer fin de semana, Bill había empezado a mudarse, pieza por pieza; llevaba un suéter o una chaqueta y los dejaba; después su guitarra. Para fines de enero, casi se había pasado a vivir allí del todo, y estaban proyectando, tentativamente, casarse al cabo de unos seis meses, cuando salieran los papeles finales del divorcio, a fines de la primavera o principios del verano.

Pero Bill conservaba su departamento de Lafayette Park Place, en el centro, cerca de su oficina. De vez en cuando pasaba allí la noche con Hope, cuando quería hablar sin tener cerca a los niños. El viernes anterior por la noche, después de cenar, habían ido a pasar la noche al piso de Bill; como se sentían algo nerviosos, fueron a cenar al Brown Derby, demasiado caro para ellos; ya estaban a mediados de mes y, como de costumbre, les quedaba poco dinero. Marta Padilla vivía por entonces en la casa, y aun cuando a Hope no le agradaba dejar mucho tiempo a K. C. con la nueva sirvienta —Marta sólo contaba diecisiete años y tendía a pasar mucho tiempo en el coche de su novio estacionado en el camino privado de Hope—, pensó que para entonces ya estaría dormido el niño; y sabía que Tom pasaría por él al día siguiente, sábado. Los niños mayores estarían bien con Marta, y sin duda estarían jugando con amigos del vecindario el sábado. De modo que Hope y Bill habían regresado al piso de éste desde donde ella telefoneó a Marta para decirle que no volvería a casa antes del sábado por la tarde.

Además de ser un refugio confortable para ellos dos, el piso de Bill era también el lugar donde él trabajaba. Era frecuente que a mediodía, en vez de ir a comer, fuera al departamento y compusiera música o escribiera textos para comerciales de televisión. Bill era supervisor creativo de Dailey & Associates, agencia de publicidad, desde hacía tres años. Muchos de sus comerciales y anuncios impresos habían ganado premios, veintiocho en total, incluyendo el International Broadcasting Award y uno de la American Advertising Federation. Recientemente uno de sus anuncios había aparecido en una lista de los "diez mejores", precisamente del que Hope había hablado a Tom; era un anuncio para las carreras de Santa Anita con música clásica de fondo y un collage de instantáneas matutinas: perros despertando en el henil, caballos en sus casillas de las caballerizas, estirándose, otros dando vueltas por el paddock, jefes en la cocina sonriendo al esgrimir brillantes cuchillos de cocina sobre montones de frutas y legumbres frescas. El narrador sólo decía un par de cortas frases: "Hoy es nuestro día en Santa Anita. Mañana puede ser el de usted". Pero el primer premio había sido en esa ocasión para un anuncio rival: "Pruébelo, le gustará".

Bill disfrutaba trabajando. Una noche llevó a casa una lata de película de 16 mm; era una selección de sus comerciales. Marta Padilla había llamado a su hermana gemela, Mary, que trabajaba para los Smith, vecinos de Hope, y las dos muchachas junto con Hope y los niños habían estado viendo la película de Bill en la estancia, aplaudiendo con vigor después de cada comercial. Los niños gozaron muchísimo con el comercial en que aparecía un elegante comedor con candil de cristal, la mesa puesta con porcelana, flores y bella mantelería, y doce comensales sentados alrededor, vestidos de etiqueta. Una sirvienta llegaba con una fuente muy grande en la que reposaba un asado enorme y la colocaba delante del anfitrión, que se levantaba y comenzaba a cortar... por lo menos lo intentó. Entonces todo comenzó a agitarse: los cuchillos y tenedores, las copas, la mesa misma. El anfitrión gemía y gruñía apuñalando la carne, pero cuanto más acuchillaba, más se sacudía todo hasta que todos los vasos y los platos caían de la mesa y el candil se agitaba locamente. Entonces la escena cambiaba a la cocina, donde la sirvienta sacudía el ablandador de carnes Adolph sobre otro asado. "Sacudir un poco de esto puede evitar todas esas otras sacudidas".

Hope estaba todavía más orgullosa del trabajo de Bill que él mismo, e inclusive había estado implicada en él de cierto modo. En un proyecto que Bill acababa de terminar para Occidental Life, un anuncio para el seguro de vida de las esposas, había tomado a Hope por modelo. El retrato de Hope aparecía en medio de la página. Llevaba un vestido negro y tenía una rosa de largo tallo en la mano. Sus ojos tenían expresión grave, su rostro, una expresión dulce pero seria, por encima de la fría pregunta: ¿Y SI MURIERA ELLA PRIMERO?

Bill había nacido en Saint Louis en 1932. Se había inscrito en la Universidad de Missouri para estudiar periodismo; en su primer año, 1951, había ingresado en una fraternidad, la Phi Psi. Después de graduarse ingresó en la Fuerza Aérea como piloto de jet. De regreso en Saint Louis, había trabajado hasta 1966 en una agencia de publicidad; entonces su esposa Francés, sus dos hijitas y él se habían mudado al sur de California. Bill amaba a California. Se adaptó a su estilo de vida sin complicaciones como tal vez sólo un hombre procedente de la sociedad del Medio Oeste podría hacerlo; sin reservas, de todo corazón. Se apasionó por el mantenimiento sano del físico y se bronceó, adelgazó; su comida del mediodía consistía en queso fresco sin sal y yogurt, y nunca dejaba de hacer sus ejercicios diarios. Su nueva esbeltez le agradó tanto que ya no llevaba la billetera en el bolsillo del pantalón, ni siquiera un sobrecito de fósforos, nada que pudiera provocar la menor arruga en la silueta; por lo general mandaba que le cosieran los bolsillos del pantalón para no experimentar la tentación de meter nada dentro. Su billetera y sus tarjetas de crédito estaban en la guantera del automóvil o en el portafolios. Lo preocupaba tanto el peso que aun cuando la mayoría de los amigos de Hope la consideraban demasiado delgada, Bill la instaba a que siguiera como estaba: "Tan pronto como tengo relaciones con alguien, aumento sesenta libras", dijo Bill a Hope.

Desde que adelgazó, Bill se había vuelto muy cuidadoso con su ropa. Le gustaban los sacos de tweed y los pantalones bien cortados, tal vez en color beige, con corbata azul y beige y camisa café. Tenía ocho sacos de ocho colores. Hope había visto su calendario de trajes, en el que indicaba qué saco hacía juego con qué pantalones y camisa y corbata. Hubo un tiempo, le contó a Hope, en que no le preocupaba nada el vestir, pero cuando obtuvo algún dinero por la venta de la casa que él y Fran habían comprado al llegar a California, una muchacha con la que salía lo incitó a que se comprara ropa nueva, y se había comprado todo un guardarropa que costaba unos tres mil dólares. Hope no conocía a la joven, pero sabía que su nombré era Sandi y que, eso creía, era la única con quien Bill había tenido algo en serio, excepto con su propia esposa. Bill estaba separado de Fran, y Sandi, de su esposo, Fred; Bill se había mudado a casa de ella y sus cuatro hijos. Dijo a Hope que Sandi y él habían hablado de matrimonio, pero cuando los papeles del divorcio llegaron por fin y quedó divorciado de Fran, Sandi dijo que se casarían en dos semanas. Por lo visto ya Bill había cambiado de opinión. Se fue de casa de Sandi a su propio departamento en Lafayette Park Place, y todavía no había firmado su reconocimiento de la sentencia.

Las hijas de Bill se llevaban perfectamente con los hijos de Hope; eran de seis y ocho años de edad, y encajaban muy bien en la familia de Hope, una combinación de cinco niños de tres a doce. Bill sacaba a sus hijas cada segundo fin de semana y a menudo iba con Hope y los cinco niños a alguna parte. Antes de conocer a Hope, Bill había invitado a veces a Fran a lugares adonde llevaba a las niñas, lo que Hope interpretó más adelante como un gesto para calmar a Fran, que no simpatizaba con Sandi. Pero después de conocer a Hope, la llevó a ella y no a Fran. Una vez Hope le oyó hablar por teléfono desde su casa con Fran, para ponerse de acuerdo y llevar a las niñas al Safari del Lion Country. Fran había tenido la esperanza de acompañarlos, pero Bill le dijo que llevaría a Hope y sus hijos, de modo que no habría sitio para Fran en el Vega de Hope. Cuando fue Bill a buscar a las niñas, quiso que Hope fuera a conocer a Fran, pero Hope consideró que sería mejor esperar en el coche. Más adelante, en otras ocasiones en que Bill fue a buscar a las niñas, Hope se quedó siempre leyendo en el auto, porque intuía que Fran seguía ofendida por no haber sido invitada al safari. "Me la habría llevado —explicó Hope— porque así soy yo. Pero para ella habría resultado incómodo: sabía perfectamente cómo estaban las cosas". Otra razón por la que Hope se quedaba siempre en el auto y nunca conoció a Fran era que, cuando Bill pidió a Hope en matrimonio, Hope sabía que Fran quedaría siempre fuera. Bill le había hablado mucho a Hope de Fran y de Sandi, y a Hope le parecía como si "cada una de ellas quisiera que Bill regresara de la peor manera", y sentía que cada una de ellas creía que Bill dejaría a Hope y regresaría a ella, más tarde o más temprano. Y otra razón más de que Hope tratara de quedarse atrás en lo referente a Fran era que las niñas Ashlock se llevaban inmejorablemente con los hijos de Hope y con ella también. Hope había mostrado a las niñas cómo hacer reír a su padre, escondiendo la cara en el cuello de él y gruñendo, y se enteró más tarde de que al volver a casa las niñas se lo contaron inmediatamente a su madre: "Hopie es la única persona en el mundo capaz de hacer reír a papito", dijeron a su madre.

Hope pensó que si la entrevista de Bill no pudiera ayudar a Tom de alguna manera, quizá le sirviera a su vecino Gary, que tenía intereses financieros en una cadena de restaurantes. Cuando Hope habló con Gary por teléfono, le contó la historia acerca de Bill.

—¿Hay alguna compañía o algún lugar de tu propiedad que fuera bueno mencionar? —le preguntó—. ¿Qué me dices de los restaurantes?

—En realidad, no —contestó Gary—. No quiero que mi nombre aparezca en el periódico. Pero si Bill quiere decir que es miembro de una de mis compañías, adelante.

—No, no se trata de eso —dijo Hope—. Sólo quería saber si te ayudaría en algo ser citado en el periódico.

—En realidad, no —repitió Gary—. De todos modos, gracias, Hopie.

Mientras hablaban Hope y Gary, unos diez minutos antes de mediodía, un hombre bien vestido con traje de tres piezas, anteojos de armazón metálica y pipa, salió del elevador del piso 11 del alto edificio moderno de Wilshire Boulevard donde tenían sus oficinas Dailey & Asociados.

Se presentó a Sara Monaco y le dijo que tenía cita para comer con Bill Ashlock. Sara saludó con la cabeza, apuntó el nombre en un papel y desapareció en la oficina de Bill.

—Sólo tardará unos minutos —dijo al volver—. Está hablando por teléfono con su novia.

—Es un poco irónico —dijo el hombre, riendo— porque estoy aquí para entrevistarlo acerca de su soltería —y dijo a Sara que era de Los Ángeles Times.

Al cabo de unos cuantos minutos Sara volvió al privado para recordarle a Bill que había un hombre esperándolo. Bill estaba poniéndose el saco.

—Estoy listo —dijo Bill a Sara— pero se me ha olvidado como se llama el tipo

—Sara rió y se lo repitió.

Bill salía detrás de Sara al volver ésta al recibidor. El hombre de la pipa se puso en pie y sonrió. Bill y él se estrecharon las manos y salieron juntos.

Hope salió de la cama y siguió el largo vestíbulo hasta llegar a la cocina para tomar una taza de café. Se la llevó, con sus cigarrillos, a la estancia y se acurrucó unos minutos en el sofá, con los pies recogidos bajo ella. K.C. estaba tendido en la alfombra, jugando con cochecitos en miniatura. La estancia era amplia y confortable, llena de cojines y de libros, incluyendo todo un estante de novelas de Nancy Drew que conservaba Hope desde hacía veinte años, y una serie de cosillas llenas de significado, entre ellas un cenicero que se había llevado del Stork Club la noche en que les rogaron, a su padre y a ella, que abandonaran el lugar. Una pared era de ladrillo con una chimenea de gas en el centro y una larga repisa para sentarse que corría a lo largo de la pared.

Un sofá largo y muy inflado estaba frente a la chimenea, y otro más pequeño formaba ángulo con él, lo cual proporcionaba asientos confortables en forma de L. La pared que había detrás del sofá pequeño era toda de vidrio con puerta corrediza que daba a un balconcillo desde el que se veían la calle y las copas de los árboles de la acera de enfrente. Del otro lado de la pieza, una mesa redonda muy grande rodeada de sillas constituía el comedor, cerca de una puerta que se abría sobre un diminuto patio de pizarra. Más allá del patio, las faldas de una colina cubiertas de arbustos espesos, de espino, se erguían abrupta, casi verticalmente. Hope llevaba cuatro años viviendo en el Drive. Había pasado cinco años en Benedict Canyon después de su divorcio, pero al casarse con Tom y esperar un hijo más, aquella casa había resultado demasiado pequeña. Su madre le había comprado ésta, trasladando el interés de los diez mil dólares de Hope de un lugar al otro. La casa estaba casi oculta por árboles y arbustos, y no se veía bien desde la calle. En invierno, cuando llovía, envuelta en follaje por todos los costados, parecía estar encaramada en un bosque fantasmal, de un verde grisáceo y chorreante.

Hope se puso unos pantalones de mezclilla y una camisa, se pasó el peine por los cabellos, encontró un suéter y le dijo a Marta que saldría un rato. El pálido sol invernal se agradecía, cuando se metió en el auto, un Vega verde manzana del 71, y retrocedió cuidadosamente por el camino privado inclinado. Retrocedió nuevamente, pero con menos cuidado porque el Drive era un callejón sin salida y terminaba pocas casas más abajo de la suya, en un pequeño círculo pavimentado donde solían jugar los niños del vecindario. Pero ahora los niños estaban en la escuela, y la calle se encontraba desierta. En lo alto de la colina dio vuelta a la derecha y comenzó la bajada serpenteante hacia la sección comercial de Beverly Hills. Pasó por delante de la casa de Sammy Davis, anónima y apenas visible detrás de altos setos vivos bien recortados y un portón de hierro más alto aún; sabía de quién era la casa porque Tom se la había mostrado una noche en que Sammy Davis tenía todas las luces prendidas, la noche entera, con la casa iluminada a giorno con electricidad para mantener a raya a los intrusos. Tom parecía saber dónde vivía todo el mundo, en las villas y mansiones y bungalows de treinta y cinco habitaciones enclavados a lo largo de esas colinas; saberlo era su negocio. Hope decía que cuando Sharon Tate fue asesinada en una de aquellas casas, Tom se había sentido excitado por el caso... Hope decía: obsesionado.

Después de pasar por delante del rosado hotel Beverly Hilton, Hope atravesó Sunset Boulevard y prosiguió hacia el sur, más allá de palmeras reales que bordeaban la calzada y sombreaban vagamente las casas a ambos lados, incluyendo la de su madre. La casa de Honey estaba valorada en más de un millón de dólares. No tenía prado por delante, sólo un camino de coches en semicírculo; la puerta de entrada estaba solamente a más o menos diez yardas de la calle. Aunque había un pequeño y bonito prado detrás de la casa, también daba directamente a un camino privado, y la casa misma estaba apenas a un brazo de distancia de la casa vecina. Cuando estaba abierta una ventana en el estudio o la cocina de Honey, cualquiera que estuviera dentro de esas piezas podía oír las conversaciones de la casa de a lado. La estancia y el dormitorio de Honey eran amplísimos, pero sólo había otro dormitorio, un pequeño estudio, un comedor doble y una cocina. No había piscina.

Para la casa de Honey, así como las demás casas de Rodeo, Beverly y Bedford y otras pocas calles especiales que constituían las pocas manzanas de casas entre los bulevares Sunset y Wilshire, no era solamente un lugar donde vivir. Las casas de "The Flats" representaban todas las cosas que el dinero puede comprar y unas cuantas más que el dinero no podía, por ejemplo la membrecía en Los Ángeles Country Club donde Honey se reunía con sus amigas para comer y jugar al bridge dos o tres veces por semana. "No es tanto por lo que eres por lo que puedes estar dentro sino por lo que no eres" decía Hope, explicando que no se puede ingresar en el L, A. Country Club si se acaba de llegar a California (a menos de proceder de la Costa Este y ser miembro de sus 400), si es judío, católico romano, periodista o se pertenece al mundo del espectáculo. A menudo repetía el cuento que había oído acerca de Victor Mature cuando solicitó ser aceptado como miembro del club y le contestaron: "No aceptamos actores". "Yo no soy actor —se supone que dijo Victor Mature— y tengo sesenta y cuatro películas que lo demuestran".

Hope se estacionó detrás del banco, en el estacionamiento, y entró para cobrar un cheque. Su cuenta estaba en los doscientos dólares, lo cual no era insólito y no la fastidiaba mucho; había estado más baja. Pero su posición financiera inestable parecía molestar a Bill, y tres semanas antes había puesto el nombre de ella en su cuenta corriente, convirtiéndola en cuenta común. Hope sólo había sacado un cheque de esa cuenta, para la compra, porque Bill le dijo que entregaba a Fran ochocientos dólares al mes, exactamente la mitad de lo que le quedaba de su sueldo una vez pagados los descuentos; y los otros ochocientos, había que estirarlos mucho. Pero Bill insistió en que deseaba ayudar un poco a Hope, así como insistía en seguir compartiendo su sueldo con Fran, cosa que a Hope le parecía exagerada puesto que Fran tenía un empleo a tiempo completo. Pero cuando Hope sugirió a Bill que le preguntara a Fran si podría arreglárselas con un poco menos, Bill no quiso hacerlo. Hope estaba segura de que era porque se sentía culpable respecto a Fran, no tanto por la separación y el divorcio pendiente como acerca de ciertas cosas, incluyendo el hecho de sentir que no se había mostrado muy considerado con su esposa por lo menos durante parte de los diez años que llevaron casados. Una mañana, cuando Hope apenas estaba despierta y Bill iba a levantarse, le había dicho súbitamente: "Ya ves, si Fran no se hubiera levantado para prepararme el desayuno, me habría quejado. Y ahora, ni siquiera dejo que salgas de la cama. Era terrible lo que yo esperaba de Fran".

Hope estuvo de acuerdo con él. No había conocido a Fran, pero por lo que decía Bill, parecía una esposa modelo que tenía la casa inmaculada, con los pisos bien limpios y las comidas a la hora en punto. "No nos engañemos, Fran hacía todo el odioso trabajo de la casa, del que yo hago lo menos posible", dijo Hope. No se sentía culpable en cuanto a Fran porque ya estaban separados, Bill y ella, cuando lo conoció a él, y finalmente Bill convino que tendría que reducir la cantidad de dinero que estaba enviando a Fran. Dijo que llamaría a Fran para tratarlo con ella, y Hope repuso que era ridículo y precisamente lo que no debía hacer. "Es tontería avisarla —indicó Hope—. Si se lo dices por adelantado, cambiará las cosas y podrá demostrar que lo necesita todo. Vete al juzgado; simplemente hazlo". Pero Bill no lo quería manejar de esa manera: "No puedo darle con una orden del juzgado en la cabeza", dijo a Hope, de manera que una noche llamó a Fran desde el dormitorio de Hope y le dijo que el dinero estaba convirtiéndose en un problema para Hope y él. Preguntó a Fran aceptaría un par de cientos menos de dólares al mes, y Fran dijo no. Bill le contó a Hope que Fran se había negado. "Mira, yo solo recibo ciento ochenta y cinco dólares mensuales de Tom dijo Hope—. Sólo le estás pagando ochocientos al mes para tranquilizar tu conciencia". Hope dijo a Bill que hablara con su abogado al respecto, y como él no lo hizo, ella habló con uno. Salió del banco y atravesó la calle para ir al mercado. Pasaba rápidamente por los corredores, echando cosas al carrito. Quería pronto de regreso para que cuando llegara Bill a casa temprano como había prometido, pudieran irse. Si no estaban fuera a media tarde el tráfico sería un desastre. A Hope le encantaban los fines de semana en el rancho, aun cuando no era suyo; Honey y su esposo poseían la cuarta parte del interés con otras tres parejas, y las cuatro familias se turnaban los fines de semana. Este fin de semana, en especial, Hope no aguantaba las ganas de estar allí. Su espalda había estado fastidiándola desde días atrás, y las pastillas contra el dolor no ayudaban mucho; además, la esperaba una semana muy ajetreada. Tendría que ir al juzgado para el divorcio, y el miércoles iba a ser anfitriona en la comida de Chips.

Chips significaba Colleagues' Helpers in Philanthropic Service. Las Colegas eran mujeres ricas que se reunían periódicamente para obtener dinero para causas que lo merecieran; las Chips, en general, eran sus hijas. Las dos principales funciones de las Chips consistían en ayudar en la venta anual de las Colegas, en el Santa Mónica Auditorium, donde las mujeres ponían en venta sus pieles y ropas y joyas usadas, y en hacer una excursión anual de Navidad al centro, a un hogar para madres solteras, donde las Chips decoraban un árbol y servían ponche y galletas. La membrecía en las Colegas y las Chips estaba estrictamente limitada; se obtenía por nacimiento o, pocas veces, por invitación. Gracias a las relaciones sociales de su madre, Hope era miembro titular, y aun cuando era insólito que un miembro de las Chips viviera en una casa cuyo techo goteara y tuviera derecho a estampillas de alimentación, su status, como hija de Honey, no corría peligro.

Además de la audiencia en el juzgado y la comida, tenía una cita para algunas pruebas de laboratorio ordenadas por su médico. Desde algún tiempo a esta parte, Hope se había sentido perturbada por una extraña sensación de debilidad y temor, y había visitado a su médico para hablar de ello. "Es como la sensación de que la muerte se acerca —le dijo—, y tenía que contárselo a alguien. Puedo ver la muerte". El médico escuchó atentamente. "¿Qué aspecto tiene?" "Es como una niebla que me rodea, que está a mi alrededor el día entero —respondió Hope—. Yo sé que no es sólo sicológico, porque soy realmente feliz. Pero me estoy volviendo menos viva y no sé por qué".

Cuando regresó a casa, Bill no había llegado aún, y Marta dijo que no había telefoneado. Hope le pidió que guardara lo que había traído para comer, y se fue al teléfono.

Helen Linley, secretaria de Bill, dijo que éste no había vuelto de comer. Hope no conocía personalmente a Helen, pero en cierto modo ya estaban presentadas porque Hope y Bill hablaban mucho por teléfono. Helen Linley tenía la voz dulce, maternal; llevaba trabajando más años que nadie en Dailey & Associates, y tenía un hijo mayor, el sargento Frank Linley del Departamento de Policía de Los Ángeles, División de Homicidios.

—Dijo algo de que tendría una entrevista con alguien, pero no puedo creer que se haya prolongado tanto —dijo Hope a la señora Linley—. ¿No sabe a dónde habrá ido? —La señora Linley dijo que no, y entonces—: Bueno, ojalá pueda venir pronto —dijo Hope—, porque nos vamos al rancho.

Helen Linley contestó que creía que sí, a juzgar por las cosas que había visto sobre el escritorio.

El jefe de Bill, Cliff Einstein, había estado buscando a Bill en la oficina desde la una y media. Cliff no se molestaba de que Bill tardara en volver de comer, pero sí estaba sorprendido porque Bill siempre cuidaba de dejar dicho dónde iba y a qué hora volvería, y además evitaba las comidas prolongadas, que engordaban. De vez en cuando, si Cliff y Bill tenían algo que tratar, iban a comer juntos, generalmente donde Ma Ma Lion, en la esquina de Western y Sixth, o en Blarney's Castle, al lado; si querían algo más elegante, se iban al Windsor, en la Calle Siete. Pero las más veces Bill acostumbraba tomar sólo yogurt y queso fresco en su oficina o en el piso, o quizá se quedaba sin comer. Era evidente que el régimen de Bill era eficaz: todo el mundo creía que Bill era más joven que Cliff, aunque éste sólo contaba treinta y tres años, siete menos que él. Cliff Einstein era el primer vicepresidente y director creativo de Dailey & Associates, pero él y Bill trabajaban como iguales. Cliff consideraba que Bill era un muy, muy buen redactor, tan bueno como cualquiera de Los Ángeles, en realidad, uno de los mejores en publicidad donde fuera. Además Cliff simpatizaba con Bill aunque no eran realmente íntimos. No creía que nadie fuera realmente íntimo de Bill, pero a veces, en viajes de negocios, los dos compartían un cuarto de hotel y charlaban. Cuando Bill volvió de comer, poco antes de las tres, Cliff observó que parecía excitado, casi entusiasmado.

—Tengo que contarte algo que acaba de sucederme —le dijo Bill—. Me está entrevistando un reportero del Times para un artículo acerca de los diez solteros más codiciables de la ciudad.

Cliff se sorprendió, debido al estilo calmado de Bill; y también se preguntó si podría considerársele como soltero puesto que no estaba divorciado aún. Además, también estaba enterado de la existencia de Hope; no la conocía personalmente, pero Bill le había enseñado su retrato poco después de conocerla, y Cliff consideraba que el anuncio de la compañía de seguros con el retrato de Hope era bello. Sabía que si alguien le preguntara a Bill acerca de su soltería, al cabo de cinco segundos estaría mostrando el retrato de Hope con el vestido negro y la rosa de tallo largo.

—Cuéntame —le dijo Cliff—. ¿Cómo supieron de ti?

—Bueno, no me lo vas a creer —dijo Bill— pero llamó a las chicas de donde J. Walter Thompson porque ahí están las más guapas, y les pidió que le sugirieran a alguien, y las muchachas dijeron: "Vea a Bill Ashlock".

Le contó a Cliff que el reportero era muy interesante, muy amable, recién regresado de Vietnam, y que le había hablado a Bill de otro soltero entrevistado para el artículo, un piloto de Air New Zealand.

—Air New Zealand —dijo Cliff—. Es una de nuestras cuentas.

—Ya lo sé. Es una coincidencia —repuso Bill—. También conseguiré algo de publicidad para la agencia.

Hizo algunas preguntas a Cliff acerca del volumen de la agencia, sus cuentas y su desarrollo, y Cliff le autorizó a utilizar lo que quisiera durante la entrevista.

Una o dos veces aquella tarde, Cliff le hizo bromas a Bill porque era un tipo famoso, pero siguió sintiéndose intrigado porque fuera escogido Bill y acerca de Air New Zealand. Sabía que esta compañía sólo poseía dos o tres aviones, tal vez media docena de pilotos, y sabía que éstos no vivían en Los Ángeles: vivían en Aucland. Y otra cosa que intrigaba realmente a Cliff, aunque no demasiado, era que, según dijo Bill, el tipo no tomara apuntes, que Io pudiera recordar todo.

Después de hablar con Cliff, Bill llamó a Hope:

—Acabo de regresar —le dijo—. He tenido una excelente comida gratis en el Brown Derby.

—Bien, pero no podía comprender por qué tardabas tanto —comentó Hope—. ¿Qué tal fue todo?

—Bien —contestó Bill—. Estupendamente. Me hizo un montón de preguntas y le hice un montón de preguntas, y charlamos. Hablamos del negocio de la publicidad y de Inglaterra y de toda clase de cosas. Es un tipo muy agradable. Le hablé de ti y de que íbamos al rancho. Y, oye Hopie... —Bill se detuvo un segundo—, Hopie, quiere venir con nosotros al rancho y tomar algunas fotos.

Hope soltó un gemido: "¡Oh, no!"

—He tratado de disuadirlo. Le he dicho: Mire usted, soy una persona muy aburrida, salgo con una muchacha que tiene tres hijos y nos los llevamos de paseo, miramos la TV, y no resulta tan interesante. Dejemos así las cosas.

—Y entonces ¿qué dijo? Dijo: "Oh, no, no, eso precisamente lo hace interesante".

Hope no dijo nada.

—Bueno ¿qué te parece, Hopie? —preguntó finalmente Bill—. ¿Te parece bien que venga? Ha dicho que sería una buena composición fotográfica, y realmente tenía tantos deseos de venir que me fastidiaría decirle que no, pero si tú dices no, le diré no.

Hope soltó un suspiro.

—No, está bien, Bill. Pero tendré que pedirle permiso a mi madre.

—Está bien. Le he dicho que te preguntaría, y me llamará a las cinco y media. Para entonces ya estaré en casa; ahora salgo.

Hope llamó por teléfono a su madre.

—Mientras no salga el nombre del rancho en los periódicos, no veo qué problema pudiera haber —contestó Honey—. Desde luego, por mí está bien si sólo quiere fotos de caballos y árboles y lo que sea.

—Está bien —dijo Hope—. Le diré que no ponga el nombre del rancho.

—Y, oye Hopie —agregó su madre—, no me hace mucha gracia la idea de que te retraten con Bill mientras estás pasando ahí el fin de semana con él. Con tu divorcio en marcha, Hopie, no se ve muy bien.

—Bueno, él quiere tomar fotos.

—No quiero que lo presente como si estuvieras haciendo algo malo —insistió Honey.

—Está bien —convino Hope, Sabía que, de seguir hablando, acabaría por tener una discusión con su madre, como solía suceder, acerca de las relaciones de Hope con hombres.

—No he podido dar con Jim Webb —dijo Honey—. Lo he llamado el miércoles y todo el día de ayer, y hoy, sin obtener respuesta.

—Voy a llamarlo ahora —dijo Hope—. Te veré la otra semana.

Jim Webb, el cuidador del rancho, vivía en una casita junto a la casa principal, con su esposa Teresa y sus hijos. A Honey le gustaba avisar a Jim Webb siempre que iba alguien, para que encendiera las luces y la calefacción. Pero cuando Hope llamó también, no obtuvo respuesta.

Hope se sentía cansada y enojada. La casa estaría fría y oscura cuando llegara con Bill, a la hora que fuera, puesto que Bill llegaría tan tarde. Los planes para ese fin de semana habían sido trazados tantas veces que por un instante Hope estuvo a punto de cancelarlo todo. A principios de la semana habían pensado llevarse a los niños, las de Bill y los suyos, y Evy, la amiga de Hope, los habría acompañado para ayudar con los chiquillos y la cocina. Entonces Evy se echó atrás para poder asistir a una fiesta el viernes por la noche. Hope había contratado a Licha, su sirvienta de entre semana, pero ésta había conseguido un contrato de última hora para cantar la noche del viernes. Mientras tanto, Fran Ashlock estaba enojándose también al no saber si sus hijas irían de fin de semana o no. Bill había estado diciéndole que la avisaría en cuanto supiera, y más tarde Hope le había oído decir a una de las niñas que ella y su hermana no podrían ir esta vez porque Hope no tenía servicio, pero que irían otro día. Y ahora, se presentaba ese extraño.

Cuando oyó el timbre, K.C. corrió a la puerta con Hope justo detrás de él. Bill tomó a K. C. en brazos y se inclinó para besar a Hope.

—Mi madre dice que está bien —dijo Hope— con tal de que no use el nombre del rancho ni lo presente como si estuviéramos teniendo una aventura.

—Ya sé —dijo Bill—. Yo también la llamé; y me dio instrucciones.

A las 5 y media en punto sonó el teléfono; Bill contestó desde la mesa del comedor, teniendo a Hope junto a él.

—Puede usted venir —dijo Bill—, pero no queremos que se utilice el nombre del rancho y, además, bueno... para Hopie y para mí tiene que parecer que sólo hemos ido un día al rancho. Quiero decir... —dejó de hablar y se quedó escuchando.

—Está bien —dijo entonces Bill—. Mañana, a eso de la una. Ahora deje que le explique cómo llegar —consultando sus apuntes, Bu! le dijo que tomara la carretera principal del norte hasta Bakersfieid, pero que desde Springville hasta el rancho empezaba a ser complicado; entonces Hope comenzó a impacientarse.

—Dile que vaya a Springville y nada más —comenzó a decir, y Bill asintió con la cabeza.

—Un minuto —dijo Bill a su interlocutor; entonces se volvió y escuchó a Hope.

—Dile que llegue a Springville y al llegar a la gasolinería, que nos telefonee, y desde allí le explicaremos.

Bill repitió lo mismo por teléfono y le dio el número del rancho.

—Bueno —dijo Bill—.Esperamos su llamada a eso de la una —colgó y se volvió hacia Hope—. ¿Todo listo?

—No —dijo Hope—. Has llegado tarde de modo que estamos retrasados. ¿Qué dijo de las fotos?

—Que está bien —contestó Bill—. Dice que no pondrá el nombre del rancho y que desde luego se asegurará de que no aparezca nada inconveniente —la miró con ojos concupiscentes retorciéndose el bigote, y aunque Hope estaba sintiéndose tensa y crispada, por la manera en que estaban saliendo las cosas, tuvo que soltar la carcajada. Echó a andar por el vestíbulo hacia el dormitorio para recoger sus cosas, y de repente se detuvo para preguntarle a Bill:

—Ni siquiera sé cómo se llama ese tipo.

—Taylor Wright —dijo Bill.