11 - De regalo, pegamento
“He conocido muchos grandes problemas, pero la mayoría de ellos jamás sucedieron”
Mark Twain
Ya conoce usted las siete excusas, estadísticamente hablando, más habituales, que sus congéneres se ponen para evitar disfrutar de la vida que merecen. Si usted emplea algunas o varias y quiere dejar de hacerlo, ya sabe que está enteramente en su mano.
Realmente puede usted llevarlo a cabo con algunos de esos pequeños truquillos que le he dado y con una buena dosis de compromiso con usted mismo. Pero además, le va a venir bien algo que le voy a explicar a continuación. Voy a hacerle un pequeño regalo, que para eso se ha involucrado usted en empezar a trabajar consigo mismo/a (de no haberlo hecho, no hubiera llegado hasta esta parte del libro). Un regalo que es el pegamento que une todas las piezas que usted debe de manejar para hacer frente con garantías a sus excusas.
El regalo consiste en un ingrediente que no es secreto ni mucho menos. De hecho todas las personas, usted y yo incluidos por supuesto, contamos con reservas ilimitadas del mismo, preparadas para poderse usar en cualquier momento que sean requeridas. El problema es que no aparece automáticamente cuando se necesita, sino que su aparición y en consecuencia su uso, depende de nuestra decisión de ir por él, cogerlo y usarlo. Mientras tanto permanecerá como un ingrediente inactivo, a nuestra disposición, pero sin aparecer.
Ese ingrediente se llama:
ACTITUD
Permítame que le cuente una pequeña historia. Quizá la conozca si frecuenta la navegación por la red, especialmente en webs o foros de superación personal o también en youtube. Esta historia la escuché de boca de Alex Rovira en una conferencia en el año 2009 y me cautivó de tal manera que hoy por hoy la uso en muchísimas ocasiones, sea en conferencias o con mis clientes, porque es un ejemplo magnífico del ingrediente secreto.
Dick Hoyt es un ex oficial del ejército norteamericano que tiene hoy más de setenta años de edad. Este hombre no tendría mucho de particular destacable más allá de el mismo si no fuera porque, a su edad, compite en pruebas de Triathlon (ya sabe, eso de nadar, correr y montar en bicicleta en la misma competición).
Este dato, siendo notable, es cierto que tampoco destaca, al menos de forma excepcional, al señor Hoyt, puesto que hay una cantidad sorprendente de practicantes de la citada disciplina a su edad. Pero si le dijera que, además, la especialidad de Don Dick es la modalidad de “Iron Man”, la más dura de los triathlones (2,5 Km. de natación en aguas abiertas, 35 Km. de carrera pedestre y 116 Km. en bicicleta), usted probablemente añadirá unos cuantos puntos más a su grado de asombro y entonces considerará que Hoyt es un caso verdaderamente excepcional ¿No es así?
Pero no he acabado todavía. Si su capacidad de sorpresa todavía aguanta un poco más, le contaré el porqué de que Dick Hoyt sea un caso prácticamente único y de fama mundial. El señor Hoyt compite en esas pruebas llevando consigo, sin ayuda en las transiciones ni en ningún momento de las pruebas, a su hijo Rick, que pesa unos sesenta y cinco kilos. Es un equipo, y de hecho se hacen llamar el “Team Hoyt”.
¿Qué? ¿Cómo se ha quedado?
Tengo que contarle obviamente porque hace esto. Cuando Rick nació, su cordón umbilical quedó enrollado en su cuello y le provocó un déficit de oxígeno al nacer que afectó a partes de su cerebro. Los médicos informaron entonces al matrimonio Hoyt que su hijo no sería prácticamente más que un vegetal toda su vida. Al parecer, lo mejor que podían hacer era internarlo en una institución para que se ocuparan de él. Ese fue el dictamen, emitido con el lado izquierdo del cerebro, desde luego ¿no le parece?
Ante esa situación, probablemente muchos habrían optado por la resignación, por seguir el consejo de los médicos. Pero Dick no. Al cabo de años y mucho trabajo de estimulación, un día comprobó que en la cara de su hijo se pintaba algo parecido a una sonrisa. Inició entonces un nuevo periplo por más médicos y especialistas, hasta que un psicólogo docente en una universidad, al escuchar a Dick contar que su hijo había sonreído, emitió un veredicto simple. “Si el chico sonríe, no es ningún vegetal y podemos hacer algo con él. Tráigalo”.
Obviamente este psicólogo usaba también el lado derecho del cerebro.
La principal dificultad entonces, comunicarse con su hijo, fue solventada por un sistema informático que por aquel entonces era muy popular por haberlo usado el astrofísico Stephen Hawking para hacer lo propio. El sistema estaba disponible en la universidad donde el psicólogo impartía clases, así que Dick llevó a su hijo allí. El resultado, una vez que pasaron los preceptivos días de entrenamiento, fue que Rick escribió en la pantalla de la máquina, a través del sistema de la misma, un grito de ánimo a su equipo de fútbol americano preferido. Algo así como si aquí hubiera puesto “Aúpa Atleti”, o algo similar.
Una vez que hubo posibilidad de comunicarse con Rick, el psicólogo y la familia descubrieron que no tenía que envidiar en capacidad de comprensión e inteligencia a sus otros hermanos. La discapacidad de Rick era puramente motora, aunque habría que hacer un duro trabajo para conseguir que la primera se desarrollara al cien por cien.
En ese trabajo, el principal problema era la estimulación. Había que hacer que Rick tomara partido en cosas que le gustaran, para que esos estímulos conformaran las conexiones necesarias en su cerebro a fin que este pudiera ser como el de otro niño normal.
Por aquel entonces, Dick Hoyt había observado que su hijo observaba fascinado las carreras urbanas, esas competiciones populares en que las que la gente corre por las calles. Parecía que le motivaban especialmente esas competiciones deportivas y a través del ordenador que sintetizaba en la pantalla lo que pensaba, así se lo hacía saber.
Comenzaron compitiendo en pequeñas carreras locales en las que Dick empujaba la silla de ruedas donde se encontraba su hijo. Los progresos fueron notabilísimos y, a través de un programa de educación especial de la universidad, Rick comenzó a estudiar y aprender regularmente.
Pero el chico miraba más allá. Había visto por la televisión como se desarrollaba la competición más dura, más exigente. El triathlon. Y, ni corto ni perezoso, un día propuso a su padre entrenar para correr una carrera que se celebraría cerca de su localidad en unos meses.
Dick Hoyt lo vio claro. Se prepararía como fuera para hacer vivir a su hijo esa experiencia. Pero Rick debía darle algo a cambio. Algo que garantizara que, cuando su padre no estuviera, él sería capaz de salir adelante. Y le propuso un reto. Un reto hermoso, como solo puede calificarse cuando un padre reta sinceramente a un hijo.
“De acuerdo” – Indicó Dick a su hijo – “Yo seré tus piernas, tus brazos, tu aliento y tu corazón en la carrera, pero tú estudiarás y trabajarás duro para convertirte en alguien que pueda valerse en la vida cuando yo falte. Ese es el trato.”
Hoy, padre e hijo, el “Team Hoyt”, corren al menos un par de “Iron Man” al año y, se lo garantizo, no acaban los últimos. Llegan a la meta aproximadamente clasificados dentro del segundo cuartil de participantes.
Dick empuja una pequeña balsa en la que se encuentra su hijo en la prueba de natación, le traslada en brazos hasta la bicicleta con un asiento especial delante donde le sienta y pedalea con el los ciento dieciséis kilómetros. Sube puertos, llanea y esprinta como los demás. Por último, traslada a su hijo a una silla de ruedas especial y la empuja durante 35 kilómetros de carrera hasta la meta.
Por su parte, Rick Hoyt, un “vegetal” para los médicos que lo atendieron al nacer, se graduó en la universidad en la especialidad de ciencias de la computación y hoy desarrolla programas para gente que nace con sus limitaciones. También cumplió su parte del trato.
Y la historia continúa. Todavía hoy. Puede hacer una búsqueda en Youtube y conocer a esta excepcional pareja de padre e hijo, incluso físicamente.
Esto es actitud.
De verdad que no he encontrado una forma mejor de definirla. Este es el pegamento al que me refería. Y usted también lo tiene, aunque le parezca que no. Usted también puede encontrarla, por mucho que le parezca que es imposible hacerlo. No la tiene que crear, es algo innato. Pero debe encontrarla y rescatarla. Sólo así podrá conseguir poner en marcha y que funcionen todas las herramientas que aquí le he intentado proporcionar.
Pero por encima de todo, sobre todo, no me diga, no se le ocurra por favor, que NO SE PUEDE.
Ni Dick Hoyt, ni su hijo Rick, ni por supuesto yo, nos sentiríamos nada bien.