5 - Segunda excusa: ¿Para qué voy a ponerme en marcha, si siempre me rindo antes de llegar?

 

Es duro caer, pero es peor todavía no haber intentado subir

Theodore Roosevelt

 

¿Sabe usted quienes son Juanito Oyarzabal y Edurne Pasabán? Posiblemente sí ¿Verdad?

Efectivamente, son alpinistas, montañeros. Ya de por sí, dedicar la vida a escalar montañas es una decisión de gente un poco “especial”, con una filosofía de vida muy diferente a la de la media. Si encima te dedicas a centrarte en escalar lo que se denomina “ochomiles” (esto es, montañas de más de ocho mil metros sobre el nivel del mar), lo de “especial” cobra un significado todavía más acusado.

Imaginen el grado de motivación de estas personas cuando asumen el soportar temperaturas de muchos  grados bajo cero, dormir colgado en un saco sobre una pared o cualquier otro desafío por el estilo. Simplemente porque han decidido llegar, porque han decidido terminar lo que han empezado.

Pues entonces imagine que, subiendo y subiendo uno de esos “ochomiles”, al llegar a los siete mil quinientos trece metros, por ejemplo, sin ningún avatar atmosférico o de otra índole que lo justifique, nuestros queridos Juanito o Edurne tiraran la toalla, se dieran la vuelta y dijeran: “Me voy. Seguro que no llego” ¿Qué diría usted? Obviamente me lo imagino. Que para qué han subido ¿No? Que también hacen falta ganas ¿Verdad?

Bien, pues resulta que esto es mucho más frecuente en el género humano de lo que parece. Básicamente sucede porque cuando nos decidimos a emprender un reto, a hacer algo que sobrepasa mínimamente el listón de lo ordinario, en el cual vamos a poner todo nuestro empeño y esfuerzo, lo que hacemos es ponernos en marcha casi instantáneamente,  impulsados en ese momento por una energía difícil de controlar, que es la resultante de la motivación que aporta haber tomado la decisión inicial de romper nuestra tan traída y llevada “zona de confort” (uno de los motivadores más efectivos e intensos que existen si se sabe utilizar).

En ese momento (y alguno de los siguientes) somos imparables. Vamos a una velocidad muy superior a la de crucero, subiendo peldaño tras peldaño, cumpliendo etapa tras etapa. No hay nada que parezca que pueda detenernos, hasta que en el camino surge la primera dificultad.

Parece sencilla, así que la superamos, no sin un gasto extra de energía. Continuamos y aparece otra. Y más adelante otra. Y el gasto se duplica, se triplica. Vamos cayendo progresivamente en el desánimo, empieza a faltarnos el rumbo, la energía y la motivación.

O no hemos definido correctamente el objetivo, o no hemos planificado con lujo de detalles el cómo llegar al mismo. Y esto último incluye, y ese suele ser el error fatal que se comete, prevenir las dificultades, tener en cuenta los posibles inconvenientes que pueden surgir, para tener preparadas también las posibles soluciones.

Y las dificultades aparecen siempre. Es un axioma, créame. Y también lo es el que, al no haber contado con ellos, ese esfuerzo para superarlas sobre la marcha, acaba con la más férrea de las motivaciones que le haya movido a ponerse en el camino.

De hecho, el esfuerzo se hace poco menos que ímprobo, hasta el punto en el que, en uno de los peldaños de la empinada escalera en la que se ha convertido nuestro camino, no nos queda un gramo de oxígeno para seguir. No sabemos siquiera si, aunque hagamos un esfuerzo sobrehumano, aparecerá la definitiva dificultad, la que nos de la puntilla.

El resultado final es que abandonamos. Como se suele decir “tiramos la toalla”. Esos cursos de idiomas, esa dieta, ese programa de ejercicio físico (como ejemplos de cosas muy sencillas) se archivan. Se olvidan. Y finalmente se pierden.

No digamos nada en el caso de un emprendimiento o un cambio personal. Y lo peor es que quedamos muy tocados para intentarlo de nuevo: “¿Para qué voy yo a poner en marcha, si me voy a rendir, como siempre, antes de llegar?”

Pero parece tremendamente complicado prever cualquier dificultad en el momento de planificar, ¿verdad? Puede que incluso tenga costumbre de hacerlo, pero sin duda deberá de hacer un esfuerzo intenso para conseguir determinar la dificultad más normal que puede aparecer en cada movimiento que efectúe. Es más, puede incluso que abandone no ya empezado el camino, sino en la propia planificación.

A veces, si lo hace bien y a conciencia, es probable que se encuentre callejones sin salida con frecuencia, comience a volver hacia atrás para intentarlo por otro lado y finalmente desista porque su mente va a maquinar un sin número de dificultades, reales o inventadas, pero que forman parte, ya sabe, de su realidad. Para que usted desista y no se moleste en intentarlo. En este caso los árboles que le van a ir apareciendo no le van a dejar, con seguridad, ver el bosque.

¿Cómo solucionarlo? Voy a darle una receta que, con trabajo y esfuerzo, desde luego (recuerde lo que le he contado al principio), puede resultarle muy adecuada para evitar lo anterior. Ponga sus cinco sentidos en lo que le voy a decir ahora: ¿Ha probado a hacer planes de arriba hacia abajo en lugar de abajo hacia arriba?

Para explicárselo mejor, permítame hacerlo a través de una anécdota:

En el año 1961, John Fitzgerald  Kennedy, en respuesta al envío por parte de la entonces Unión Soviética del Comandante Yuri Gagarin en el primer vuelo tripulado al espacio, ponía en marcha la llamada “carrera espacial”, anunciando públicamente ante el Congreso de los Estados Unidos su intención de poner, en diez años a partir de entonces, a un americano en la luna.

El sueño de JFK (porque era eso, en un momento en el que los Estados Unidos no tenían desarrollado prácticamente nada de su programa espacial) se pudo llevar a cabo porque los equipos de ingenieros y de asesores encargados comenzaron a trabajar de una manera muy diferente a como se trabajaba hasta entonces. El reto era de tal magnitud que no podían permitirse cometer prácticamente errores.

Renunciaron a la planificación convencional. En el análisis de las acciones necesarias que llevar a cabo en esos diez años,  partieron de la premisa del objetivo ya logrado. Es decir, el razonamiento fue: “Bien, estamos en 1971 y tenemos a un americano en la Luna ¿Que fue necesario tener disponible para eso en 1970?” 

Una vez encontraron respuesta a esa pregunta, el nuevo razonamiento fue similar: “Tuvimos disponible X e Y en 1970 ¿Qué fue necesario tener listo para ello en 1969?”. Y así, de arriba hacia abajo, hasta 1961.

Aquello permitió construir sin cortapisas, desde el sueño, un objetivo concreto en el que enfocarse. Si se sabía que había que tener disponible en cada periodo de tiempo, era mucho más fácil deducir que problemas podrían presentarse (fundamentalmente tecnología y recursos)  en cada uno de esos citados periodos. Se podía empezar a trabajar con un programa mucho mejor calculado y sabiendo cuando habría que acelerar, como controlar y medir los avances y que recursos destinar.

Si la reflexión se hubiera realizado al revés, probablemente las dificultades que se hubieran ido presentando según se avanzaran etapas, hubiesen determinado  que el objetivo final no fuera el que JFK quería, sino algo afectado por un sinfín de correcciones. Es posible que, incluso se hubiera abandonado la idea.

El 12 de Septiembre de 1962, se establecían públicamente las bases de ese proyecto espacial que arrancó en Septiembre de 1961 y la realidad es que no se llegó a la luna en 1971, sino incluso dos años antes. EL 19 de Julio de 1969, Neil Armstrong pisaba la superficie lunar. John Fitzgerald Kennedy no lo pudo ver, debido a la bala que acabó con él en 1963, pero su sueño sirvió para establecer uno de los retos más importantes de aquella época, que gracias, entre otras cosas, a la sorprendente planificación, pudieron llevarse a cabo con éxito.

Le explico. Se trata de, primero, soñar. Defina su sueño. Es un sueño, por tanto debería hacerlo sin cortapisas y sin censuras. No caiga en la trampa de empezar a poner “peros” cuanto esté pensando en lo que quiere, porque la mayor parte de las veces ni se pondrá en marcha ante la cantidad de dificultades previas que va a intuir que sucederán. Hágame caso y escriba su sueño de arriba abajo, con todo lujo de detalles posibles.

Aunque para conseguirlo, debe convertirlo en algo realizable, usando los medios que tenga o pueda realmente procurarse. Debe convertirlo en un objetivo, como hizo el equipo de JFK con el sueño de su presidente.

Su objetivo debe ser específico y estar correctamente enunciado. Puede echar por tierra todo si no contempla todo lo que necesita para todo lo que quiere conseguir. Debe ser realista, de manera que pueda conseguirse con medios a su alcance. Debe enunciarlo de forma que pueda medir sus progresos en pos del mismo, que sepa si sus pasos están encaminados en la dirección correcta, y si no es así, hacer correcciones. Y debe de especificar en el tiempo que lo quiere. (*)

(*) Esta forma de enunciar un objetivo se suele denominar, mediante el término “SMART”: Acrónimo inglés que significa Specific (Específico), Measurable (Medible), Achievable (Alcanzable), Realistic (Realista) y Time (En un tiempo).

Sucede que otro de los factores con los que no se cuenta habitualmente y provoca idéntica confusión y porcentaje de abandonos, es el no haber definido ese tiempo. Sólo puede planificar adecuadamente como llegar a su objetivo cuando ha definido en cuanto tiempo lo quiere. Es así de simple. El no hacerlo asegura que aumentan exponencialmente las probabilidades de fracaso.

Y ahora, el “truco JFK” del cual le he hablado. Establezca su objetivo concreto y el tiempo que lleva aparejado y comience a calcular que precisa tener listo en el periodo inmediatamente anterior.

¿Cuál? Dependerá de la magnitud del total del citado tiempo que se haya marcado. Los técnicos estadounidenses trabajaron en periodos de un año. Usted puede dividirlo en meses, semanas o días.

Hágalo de forma que usted pueda manejar lo que precisa obtener en esos periodos de forma cómoda.

Comprobará que el hacerlo de esa forma favorece ese análisis. La va a resultar mucho más fácil averiguar todo lo que necesita y si eso puede estar listo en los periodos de tiempo que usted defina, de forma que podrá determinar, de manera más sencilla, con que problemas posibles va a encontrarse.

Esto no significa ni más ni menos que dividir su objetivo en objetivos parciales. Si tiene algo que no puede manejar por sus dimensiones, trocéelo ¿Le parece ingenioso? ¿Cree que puede aplicarlo a sus propios objetivos y así no tirar la toalla antes de llegar?