13

LA FIESTA

 

El día en que el rodaje llegó a su fin, decidieron hacer una fiesta para celebrarlo. Sean había tenido que viajar unos cuantos días por temas de trabajo y Carla lamentaba su ausencia, pero estaba decidida a pasárselo bien esa noche y aprovechar que, ahora, sus compañeros empezaban a aceptarla.

Tras cenar con Abril y sus padres, se fue a la fiesta.

Todos se volvieron en cuanto entró en el salón. Carla estaba estupenda y completamente diferente a lo que estaban acostumbrados a ver. Lucía un hermoso vestido morado con un escote palabra de honor; era corto, por encima de las rodillas, y dejaba sus sedosas piernas al descubierto. El oscuro vestido hacia una perfecta combinación con la pálida piel de Carla. Llevaba unos vertiginosos zapatos de tacón de diez centímetros.

El ajustado escote, ceñido a sus pechos, arrancó más de un suspiro cuando el portero cogió su chal. Carla se sentía incómoda por tantas miradas y eso provocó que sus mejillas se sonrojaran, para deleite de muchos. Rick recibió un fuerte codazo de su novia, al ver cómo éste miraba a su compañera de reparto, boquiabierto y con los ojos llenos de lujuria.

Ian, uno de los coproductores de la película, fue el único que se atrevió a acercarse.

—Hola, Carla. Permíteme decirte lo estupenda y hermosa que estás. Sean no debería haberte dejado sola. —Carla y él rieron al unísono.

Ian era un hombre de la edad de Sean. Tenía unos preciosos ojos azules y su cara dulce estaba enmarcada por un fino y sedoso cabello de color negro. Conocía a Sean desde hacía varios años y podría decirse que eran amigos, por eso respetaba mucho a su novia, aunque verla así vestida despertó sus más salvajes pensamientos hacia la joven muchacha.

—Gracias, Ian. Yo espero que Sean venga pronto, lo extraño mucho —repuso con amargura.

Ian la tomó del brazo y se la llevó para presentarle a varias personas.

Los hombres se quedaban sin habla al verla y los más mayores le dedicaban lascivas miradas sin ningún tipo de reparo.

Cuando Bianca entró, nadie se volvió a mirarla y, en cuanto se percató de cuánta atención recibía su contrincante, se enfureció; decidió ir hasta ella y llamar la atención de Ian, quien le gustaba lo suficiente como para ponerse en evidencia.

—Hola, ¡qué guapo estás, Ian! —le susurró, a la vez que le daba un lento beso en la mejilla.

—Gracias, tú tampoco estás nada mal; aunque creo que hoy te han ganado en glamur. —Bianca lo fulminó con la mirada y se lo llevó a la pista de baile.

Carla se disculpó con los presentes y se dirigió a la barra a buscar algo de beber, tras rechazar las muchas invitaciones recibidas por los caballeros.

Notó una mano masculina en su cintura y dio un respingo. Rick le murmuró al oído:

—Deberían encerrarte bajo llave y no dejar salir tanta belleza; eres como un látigo para las mujeres presentes y un pecado para cada uno de los hombres.

Carla lo miró con los ojos entornados y una sonrisa tímida se dibujó en sus labios. Pensaba darle un sermón, pero al verlo allí, tan arrebatadoramente guapo, su pensamiento dio un vuelco y deseó que él la besara.

—Gracias, Rick.

—¡Oh, vuelves a llamarme Rick! —soltó con alegría, ya que últimamente Carla sólo se refería a él utilizando su apellido.

Emme se acercó y cogió a su pareja por la cintura.

—¿Qué pasa con mi bebida, mi vida?

Saludó a Carla con un beso y le preguntó:

—¿No ha venido tu novio?

—Sean tenía asuntos de trabajo fuera de la ciudad y estará ausente unos días. —Su tono era melancólico y hasta ella misma se asombró. Rick sonrió ampliamente, ignorando la presencia de su pareja.

Emme se puso furiosa; no soportaba ver cómo su novio miraba a la argentina.

—Rick, podrías cortarte un poco, ¿no? Que yo sepa, aún sigo aquí.

—¿Qué te pasa? —le preguntó con poco interés, mientras de soslayo admiraba las curvas de Carla.

—Parece que vas a devorarla con la mirada, sólo te falta follártela delante de mí.

Carla se puso tensa y el rojo invadió sus mejillas. Deseaba que la tierra la tragara en ese mismo instante.

—Qué estúpida eres, Emme. —Rick le dedicó una sonora carcajada—. No creo que peque por admirar la belleza femenina. —Emme cogió la bebida de Carla y se la tiró en la cara a su novio, acompañando el gesto con la frase «A ver si así se te pasa el calentón, guapo» y largándose. Nadie se percató de la escena, salvo Bianca, que no le quitaba los ojos de encima a ninguno de los dos.

—Si yo fuese tu novia, te habría dado un puñetazo en lugar de tirarte una bebida —dijo Carla en tono burlón.

—Si tú fueses mi novia —comenzó con deliberada lentitud—, te juro que ya estarías desvestida y tendida en mi cama. Sólo con verte enfundada en ese vestido, te habría encerrado para hacerte el amor toda la noche.

Indignada, Carla se dio media vuelta para irse, pero él la detuvo.

—Lo siento, soy un imbécil.

—Me alegra que al menos lo admitas. Si Sean te oyera decir eso, puedo asegurarte que sería la última vez que me verías.

—Lo sé, pero, por suerte, él no está. —Una sonrisa traviesa se le dibujó en la cara y Carla notó cómo su corazón latía tan deprisa que deseaba que él no lo notara.

Bianca se acercó sigilosamente a ellos y llegó justo a tiempo para oír que Rick le decía:

—Si esto no estuviese lleno de gente, lo mínimo que haría sería comerte la boca a besos.

—Hola, Rick. ¿Y Emme?

—Se ha ido, se encontraba un poco indispuesta —respondió él encogiéndose de hombros.

—¿Y tú no te has ido con ella? Bueno, yo me encargaré entonces de cuidar de ti —ronroneó, mirando con malicia a Carla.

—Yo os voy a dejar, que Ian me llama. —Carla le devolvió la malicia a Bianca.

 

 

Carla salió a la calle con un cigarrillo en la mano, en busca de un taxi que la llevara a su casa.

—¿Me dejas que te acerque? —le propuso Rick con tierna amabilidad.

—Sólo porque llevo diez minutos esperando y no pasa ni un taxi.

Atrapada en la realidad
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