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Los dos amos: el ego y la verdad
En el campo de batalla del alma humana, dos amos siempre luchan por la supremacía, por el reino y el dominio del corazón: el ego, también conocido como el «Príncipe de este mundo» y la Verdad, también llamada el Padre Dios. El ego es ese agitador cuyas armas son la pasión, la soberbia, la avaricia, la vanidad y la obstinación, que son implementos de la oscuridad. La Verdad es pacificadora, sumisa y humilde; sus armas son la bondad, la paciencia, la pureza, el sacrificio, la humildad y el amor, que son instrumentos de la Luz.
En cada alma transcurre la batalla y como no se puede reclutar a un soldado en dos ejércitos contrarios al mismo tiempo, cada corazón tiene que incorporarse a las filas del ego o a las filas de la Verdad. No existe término medio. «Existe el ego y existe la Verdad; donde está el ego, no reside la Verdad, y donde se encuentra la Verdad, el ego no puede entrar». Así habló Buda, el maestro de la Verdad. Y Jesús, el Cristo manifestado, declaró: «Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero».
La Verdad es tan simple, tan absolutamente exacta y extraordinaria, que no admite complejidad, desviación ni restricción alguna. El ego es ingenioso y retorcido, y, como está regido por el deseo sutil y traidor, admite interminables desviaciones y alteraciones. Los falsos adoradores del ego imaginan en vano que pueden satisfacer cualquier deseo mundano y, al mismo tiempo, poseer la Verdad. Pero los amantes de la Verdad sacrifican su ego para llegar a la Verdad y, sin cesar, se protegen del egoísmo y de lo mundano.
¿Buscas conocer y comprender la Verdad? Si tu respuesta es afirmativa, debes estar preparado para el sacrificio y la renuncia, ya que la Verdad en toda su gloria únicamente puede percibirse y conocerse cuando ha desaparecido el último vestigio del ego.
El Cristo eterno declaró que aquel que fuera Su discípulo debía «negarse a sí mismo cada día». ¿Estás dispuesto a negarte a ti mismo, a renunciar a tus excesos, a tus prejuicios y a tus opiniones? Si es así, podrás entrar en la estrecha senda de la Verdad y encontrar esa paz que se le ha negado al mundo. El estado perfecto de la Verdad es la negación absoluta, la suprema extinción del ego, y todas las religiones y filosofías no son más que apoyos en esta sublime conquista.
El ego es la negación de la Verdad. La Verdad es la negación del ego. Si permites que tu ego muera, renacerás en la Verdad. Si te aferras a él, la Verdad permanecerá oculta.
Mientras vivas apegado al ego, tu camino se verá amenazado por las dificultades y tu vida se verá afectada por frecuentes dolores, sufrimientos y decepciones. En la Verdad, no existen las dificultades y, al llegar a Ella, te sentirás liberado de todo sufrimiento y decepción.
La Verdad en sí misma no está oculta ni es oscura. Se revela siempre y es en todo transparente. Pero el ego, ciego y caprichoso, no puede percibirla. Así como sólo el ciego no puede ver la luz del día, la luz de la Verdad sólo está oculta para quienes están deslumbrados por el ego.
La Verdad es la única realidad en el universo, la armonía interior, la justicia perfecta, el Amor eterno. No depende de hombre alguno, pero todos los hombres dependen de ella. La belleza de la Verdad no puede percibirse mientras miremos a través de los ojos del ego. Si eres vanidoso, matizarás todo con tus propias petulancias. Si eres lujurioso, tu corazón y tu mente también estarán nublados por las llamas y el humo de la pasión; todo se verá distorsionado a través de estas debilidades. Si eres orgulloso y te aferras a tus opiniones, no podrás apreciar en todo el universo más que la magnitud y la importancia de tus propios puntos de vista.
Existe una cualidad que establece la diferencia entre el hombre de la Verdad y el hombre del ego, y esa cualidad es la humildad. Sin duda alguna, la verdadera humildad no consiste únicamente en despojarse de la vanidad, la terquedad y el egocentrismo, sino en restar valor a nuestras opiniones.
Aquel que vive inmerso en el ego piensa que sus propios puntos de vista son la Verdad, y que las opiniones de los demás están equivocadas. Pero el humilde amante de la Verdad, que ha aprendido a distinguir entre ésta y la opinión, contempla a todas las personas con una mirada de caridad. No busca anteponer sus criterios a los de nadie, sino que sacrifica aquellas ideas que más le agradan, para poder manifestar el espíritu de la Verdad, ya que, en su propia naturaleza, la Verdad es inefable y sólo puede vivirse. Aquel que tiene más caridad, obtiene más Verdad.
Los hombres se involucran en apasionadas controversias e imaginan con necedad que defienden la Verdad, cuando en realidad sólo están defendiendo sus propios mezquinos intereses y sus efímeras opiniones. Quien es adepto al ego, toma las armas en contra de los demás. Quien busca la Verdad toma las armas en contra de sí mismo. La Verdad, al ser inmutable y eterna, no depende de tu opinión ni de la mía. Podemos entrar en ella o podemos permanecer fuera; pero tanto nuestra defensa como nuestro ataque son superfluos y se proyectan sobre nosotros mismos.
Los individuos que están esclavizados por el ego, que son apasionados, orgullosos y condenatorios, creen que su particular credo, o religión, es la Verdad y que todas las demás religiones están equivocadas; entonces, se dedican al proselitismo con un fervor apasionado. Sólo existe una religión, la religión de la Verdad. Sólo existe un error, el error del ego. La Verdad no es una creencia formal; es un corazón desinteresado, santo y con altos objetivos, y quien tiene la Verdad está en paz con todos y a todos protege con pensamientos de amor.
Si examinas en silencio tu mente, tu corazón y tu conducta, podrás saber fácilmente si eres hijo de la Verdad o un adorador del ego. ¿Abrigas pensamientos de sospecha, enemistad, envidia, lujuria y soberbia, o luchas sin cansancio contra estos pensamientos? Si te sucede lo primero, estás encadenado al ego, sin importar qué religión profeses. Si tu caso es el segundo, eres un candidato a la Verdad aunque, en apariencia, no profeses religión alguna. ¿Eres una persona apasionada, obstinada, autoindulgente y egocéntrica que persigue sus propios fines, o quizás alguien amable, apacible, desinteresado, despojado de toda forma de autoindulgencia y siempre listo a renunciar a lo suyo? Si tu caso es el primero, el ego es tu amo; si es el segundo, la Verdad es el propósito de tu afecto. ¿Persigues la riqueza? ¿Luchas con pasión por lo que es tuyo? ¿Ambicionas poder y liderazgo? ¿Te gusta la ostentación y el autoelogio? O bien ¿has renunciado a las riquezas? ¿Has abandonado toda lucha? ¿No te importa ocupar el último lugar y pasar inadvertido? ¿Y has dejado de hablar de ti mismo y de tratarte con orgullo autocomplaciente? Si eres de los primeros, aunque pienses que adoras a Dios, el dios de tu corazón es el ego. Si eres de los segundos, aunque rechaces la palabra «adoración», contigo habita el Altísimo.
Los signos por los que se reconoce al amante de la Verdad son inequívocos. Así los describe Krishna en esta traducción del Bhagavad Gita:
La valentía; la sinceridad de alma, la determinación de adquirir siempre conocimiento espiritual; la mano abierta, el control de todos los apetitos; la piedad, el amor por el estudio en solitario; la humildad, la rectitud, el cuidarse de dañar a cualquier ser viviente, la veracidad, el despojarse de la ira; una mente que abandone con esmero lo que otros valoran; la ecuanimidad, y la caridad que no busque en los demás los defectos; la compasión por todo el que sufre; un corazón satisfecho, que no esté agitado por el deseo; una apariencia dulce, modesta y significativa, donde se mezcle la nobleza con la paciencia, la fortaleza y la pureza; un espíritu que no sea vengativo, y que nunca se valore demasiado, tales serán los signos, ¡oh Príncipe Hindú!, de aquel cuyos pies recorren el camino justo que conduce al nacimiento divino.
Cuando los hombres establecen estándares artificiales para juzgarse entre sí a través de su propia teología, con el fin de poner a prueba la Verdad, se pierden en los torcidos caminos del error del ego, olvidándose del «nacimiento divino», del estado de santidad y de la Verdad. Se dividen unos contra otros, con una enemistad y hostilidad permanentes que tienen como resultado el dolor y el sufrimiento.
Lector, ¿buscas convertir el nacimiento en Verdad? Únicamente existe una manera: permite que muera el ego. Libérate de todos esos excesos, apetitos, deseos, opiniones, concepciones limitadas y prejuicios, a los que te has aferrado hasta ahora con tanta obstinación. El día en que ya no permitas que te esclavicen, la Verdad será tuya. Deja de pensar que tu religión es superior a todas las demás y, con humildad, dedícate a aprender la suprema lección de la caridad. Deja de aferrarte a la idea de que el Salvador que adoras es el único Salvador y que aquel a quien tu hermano adora, con igual sinceridad y afán, es un impostor. Esta noción sólo provoca conflictos y dolor. Más bien, busca con diligencia el camino de la santidad y así te darás cuenta de que cada hombre santo es un salvador de la humanidad.
Renunciar al ego no solamente supone la renuncia a los elementos externos. Consiste en despojarse del pecado interior, del error interior. No por dejar de usar indumentaria frívola, ni por privarse de riquezas, ni por abstenerse de ciertos alimentos, ni por dejar de decir groserías, ni sólo por hacer este tipo de cosas podrás encontrar la Verdad. Si renuncias a la vanidad, si aniquilas el deseo de riqueza, si evitas la autoindulgencia, si te despojas de todo el odio, conflicto, reprobación y egoísmo y te conviertes en alguien bondadoso y puro de corazón, podrás encontrar la Verdad. Si sólo llevas a cabo lo primero y no lo segundo, tu comportamiento será farisaico e hipócrita, aunque lo segundo incluya lo primero. Puedes renunciar al mundo exterior y aislarte en una cueva o en las profundidades de un bosque, pero llevarás contigo todo tu egoísmo y, a no ser que renuncies a éste, en verdad será terrible tu miseria y profunda tu vana ilusión. Puedes permanecer ahí donde estás, llevando a cabo todas tus tareas y, aun así, renunciar al mundo que es el enemigo interior. Si estás en el mundo y, sin embargo, no perteneces a él, encontrarás la perfección más elevada, la paz más bendita, lo cual equivale a conseguir la mayor victoria. La renuncia al ego es el camino de la Verdad; por lo tanto:
Entrad en el sendero; no existe peor dolor que el odio, peor sufrimiento que la pasión, ni peor engaño que el de los sentidos; entrad en el sendero; pues lejos llega aquél que con los pies aplasta sus pecados.
Al vencer al ego, comenzarás a ver las cosas en sus justas dimensiones. Quien se deja influenciar por alguna pasión, prejuicio, preferencia o menosprecio, todo lo adapta a esa predisposición en particular y sólo advierte sus propias ilusiones vanas. Quien está libre por completo de toda pasión, prejuicio, preferencia y parcialidad se conoce a sí mismo tal como es, aprecia a los demás tal como son, y percibe todas las cosas en su proporción exacta y de un modo correcto. El hombre que vive en paz no tiene nada que atacar, nada que defender, nada que ocultar y ningún interés que preservar. Ha comprendido la profunda simplicidad de la Verdad, ya que, este imparcial, sereno y bendito estado de la mente y el corazón, es el estado de la Verdad. Quien lo descubre habita con los ángeles y se sienta a los pies del Todopoderoso. Quien lo descubre conoce la Gran Ley, conoce el origen del dolor y el secreto del sufrimiento. Y al conocer cuál es el camino de la emancipación en la Verdad, no aceptará participar en luchas ni condenará a los demás. Porque sabe que el mundo es ciego y egoísta, que no puede percibir la inmutable Luz de la Verdad rodeado por las nubes de sus propias ilusiones y envuelto en la oscuridad del ego y del error, y que es incapaz de comprender la profunda simplicidad del corazón que ya ha aniquilado al ego o está en vías de hacerlo. También sabe que cuando las épocas de sufrimiento hayan acumulado montañas de dolor, el alma del mundo, confundida y agobiada, volará a su refugio final, y que, el día en que los ciclos se cierren, todos los hijos pródigos regresarán al redil de la Verdad. Y empezarán a desbordar buena voluntad hacia todo lo que los rodea y a tratar a los demás con esa tierna compasión que un padre otorga a sus hijos, por muy caprichosos que éstos sean.
Las personas no pueden comprender la Verdad, porque se aferran al ego, porque creen y aman al ego con el convencimiento de que es la única realidad, sin darse cuenta de que es la única falsa ilusión.
Una vez que dejes de creer en el ego y de amarlo, renunciarás a él y volarás a la Verdad para encontrar la realidad eterna.
Cuando los hombres se intoxican con los vinos del lujo, el placer y la vanidad, la sed por la vida aumenta y se hace más profunda en el interior, y, entonces, se engañan a sí mismos con sueños de inmortalidad carnal. Pero si levantan la cosecha que sembraron y únicamente obtienen dolor y sufrimiento, entonces, humillados y abrumados, renuncian al ego y a todos sus vicios y se presentan, con el corazón abatido, ante la única inmortalidad, la que destruye todas las vanas ilusiones, la inmortalidad espiritual en la Verdad.
Los hombres pasan del mal al bien, del ego a la Verdad, a través de la oscura puerta del dolor, ya que el dolor y el ego son inseparables. Sólo en la paz y en la dicha de la Verdad se puede vencer al dolor. Si estás sufriendo por la decepción de que se han frustrado tus deseados proyectos o porque alguien no ha satisfecho tus expectativas, es porque sigues aferrado al ego. Si sientes remordimiento por tu conducta, es porque has permitido el paso al ego. Si estás enojado por la mala actitud que han tenido los demás hacia ti, es porque has estado alimentando al ego. Si te sientes lastimado por algo que te han hecho o que han dicho de tu persona, es porque recorres el atormentado camino del ego. Todo el sufrimiento proviene del ego. Todo el sufrimiento termina en la Verdad. En el instante en que hayas entrado en la Verdad y alcances a comprenderla, ya no sufrirás decepciones, remordimientos ni aflicciones, y el dolor te abandonará.
El ego es la única prisión que al alma puede encadenar; la Verdad es el único ángel que la podrá liberar; así que, cuando venga por ti, levántate y síguela entre la niebla; te llevará al fin hasta la luz, aunque en el camino tengas que atravesar las tinieblas.
El mundo ha fabricado su propio infortunio. El dolor purifica, hace al alma más profunda, y la intensidad del dolor se convierte en el preludio de la Verdad.
¿Has sufrido mucho? ¿Has sentido una tristeza extrema? ¿Has reflexionado con seriedad sobre el problema de la vida? Si éste es tu caso, estás preparado para comenzar la guerra contra el ego y para convertirte en un discípulo de la Verdad.
El intelectual que no ve la necesidad de renunciar al ego elabora teorías interminables sobre el universo y las llama Verdad. Pero si tú mantienes una línea de conducta basada en la práctica de la rectitud y la honestidad, conocerás la inmutable Verdad en la cual no cabe ninguna teoría. Cultiva tu corazón y riégalo siempre con amor desinteresado, con una compasión profunda y sincera, y trata de alejarlo de todos los pensamientos y sentimientos que no estén en consonancia con el Amor. Devuelve el bien a cambio del mal, el amor a cambio del odio, la amabilidad a cambio del maltrato, y permanece en silencio cuando te ataquen. Así transmutarás todos tus deseos egoístas en el oro diáfano del Amor para que el ego desaparezca en la Verdad. Así podrás caminar impecablemente entre los hombres, uncido con el cómodo yugo de la modestia y cubierto con el divino ropaje de la humildad.
¡Ven, cansado hermano! Que tu lucha y tu esfuerzo te lleven al corazón del Amo de la Verdad. Al atravesar el árido desierto del ego, ¿por qué has de sufrir sed por las aguas vivas de la Verdad, cuando aquí, en el camino de tus preguntas y tropiezos, fluye la alegre corriente de la Vida, se extiende el fresco oasis del Amor? Ven, regresa y descansa; conoce el final y el comienzo, al profeta y lo que ha previsto, lo buscado y al buscador. Tu Amo no se encuentra en las inaccesibles montañas, ni mora en el espejismo que flota en la distancia, no podrás descubrir sus fuentes milagrosas en los senderos de arena que llevan a la desesperanza. En el oscuro desierto del ego, cansado, deja de buscar las huellas perfumadas de tu Soberano. Y, si el dulce sonido de Su voz no puedes escuchar, haz oídos sordos a todas esas voces que cantan en vano. Renuncia a todo lo que tienes; huye de lugares que se extinguen; deja todo lo que has amado y, desnudo y descalzo, póstrate en el santuario del Todopoderoso. Ahí se encuentra el Altísimo, el Santísimo, el Inmutable. En su interior, en el corazón del Silencio habita; deja la tristeza y el pecado, deja tu afligido andar; ven a bañarte en Su dicha, mientras Él, en un susurro, describe a tu alma todo lo que ha buscado para que deje de vagar. Entonces, cansado hermano, abandona tu lucha y tus esfuerzos; encuentra paz en el corazón del Amo de la Verdad. Deja de atravesar el oscuro desierto del ego; ven, bebe las bellas aguas de la Verdad.