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La adquisición del poder espiritual
El mundo está lleno de hombres y mujeres que exigen placer, emoción y novedad; que buscan llegar siempre a la risa o a las lágrimas; que no piden fortaleza, estabilidad y poder; que cortejan a la debilidad y se dedican con empeño a desplegar su poder.
Son pocos los hombres y mujeres que hoy en día tienen un poder y control verdadero, ya que también son pocos los que están preparados para hacer el sacrificio necesario para adquirir el poder. Y aún son menos los que están listos para forjarse un carácter.
La persona débil e impotente siempre se siente dominada por impulsos y pensamientos indecisos; pero si controla y dirige esas fuerzas de una manera correcta, se convertirá en un ser fuerte y poderoso. Los hombres con fuertes pasiones animales tienen mucho de esa ferocidad que posee la bestia, pero su actitud no significa que tengan el poder. Los elementos del poder están ahí, pero el poder real sólo comienza cuando, con la inteligencia superior, se domina esta ferocidad. Sólo las personas despiertas a estados cada vez más elevados de inteligencia y de conciencia pueden adquirir ese poder.
La diferencia entre un individuo débil y un individuo de poder no estriba en la fuerza de voluntad personal (ya que una persona obstinada por lo general es débil y torpe), sino en el enfoque de la conciencia que representa sus estados de conocimiento.
A los buscadores del placer, a los amantes de las emociones, a los que persiguen novedades y a los que son víctimas de emociones impulsivas e histéricas, les falta ese conocimiento de los principios que traen consigo el equilibrio, la estabilidad y el control.
Un hombre empieza a desarrollar poder una vez que ha logrado controlar sus impulsos e inclinaciones egoístas y ha recurrido a la conciencia más elevada y tranquila que se encuentra en su interior para comenzar a estabilizarse a sí mismo con la ayuda de los principios. La comprensión consciente de los principios inmutables se convierte al instante en la fuente y el secreto del poder más elevado.
La luz de un principio eterno germina en el alma cuando, después de mucho buscar, sufrir y sacrificarse, sobreviene una divina calma y una maravillosa alegría alboroza al corazón.
Quien ha comprendido este principio deja de vagar y permanece ecuánime y dueño de sí mismo. Deja de ser «esclavo de la pasión», y se convierte en el maestro de obras del Templo del Destino.
El hombre regido por el ego, y no por un principio, cambia de parecer el mismo día que sus comodidades egoístas se ven amenazadas. Como está muy inmerso en la defensa y protección de sus propios intereses, considera legal cualquier medio del que pueda valerse para lograr su fin. No hace más que planear la manera de protegerse de sus enemigos y, como es demasiado egocéntrico, no puede percibir que él mismo es su propio enemigo. La tarea de alguien así siempre se desmorona, ya que está alejada de la Verdad y el poder. Todo esfuerzo basado en el ego se extingue y únicamente perdura la labor que está cimentada sobre un principio indestructible.
Quien se mantiene en sus principios es un individuo tranquilo, intrépido y seguro de sí mismo, sea cual sea la circunstancia. Cuando llega la hora en que tiene que decidir entre la Verdad y sus comodidades personales, renuncia a éstas y permanece firme. Incluso aunque su vida se viera en peligro por defender estos principios, nadie podría hacerlo cambiar de idea o disuadirlo. El hombre que está dominado por el ego piensa que la pérdida de sus riquezas, sus comodidades o su vida son las mayores calamidades que le pueden ocurrir. En cambio, el hombre de principios considera que los incidentes que podrían llevarlo a una pérdida similar son poco menos que insignificantes, porque piensa que no se pueden comparar con las importantes pérdidas del carácter o de la Verdad. El único hecho que él puede considerar una desgracia es la renuncia a la Verdad.
Los momentos de crisis determinan quiénes son los súbditos de la oscuridad y quiénes son los hijos de la Luz. En estas etapas de desastre amenazador, de ruinas y de persecución, se separan las ovejas de las cabras y salen a la luz los seres de poder ante la reverente mirada de las eras futuras.
Es fácil persuadir a un hombre para que crea en los principios de la Paz, la Hermandad y el Amor Universal y se adhiera a ellos, con la condición de que se le permita seguir disfrutando de sus recursos. Pero si sus placeres se ven amenazados o si se imagina que sus bienes están en peligro, comienza a vociferar para exhortar a la guerra. Con esta actitud, demuestra que cree en ella y la respalda; no le interesan ni la Paz, ni la Hermandad, ni el Amor, sino la lucha, el egoísmo y el odio.
Un ser de poder es aquel que no abandona sus principios aunque se sienta amenazado con la pérdida de toda posesión terrenal, de su reputación y de su vida. Es un hombre cuya palabra y labor perduran; es un hombre a quien el más allá honra, reverencia y adora. Jesús soportó las peores torturas y penurias, pero no abandonó ese principio de Amor Divino en el que se basaba y en el que había depositado toda su confianza. Hoy en día, el mundo se postra en absorta adoración ante sus pies, que una vez fueron clavados.
No existe más manera de adquirir el poder espiritual que a través de la iluminación y de la inspiración, las cuales son las bases para la realización de los principios espirituales; y esos principios sólo pueden comprenderse mediante la práctica y la aplicación constantes.
Toma el principio del Amor Divino y, en silencio y con dedicación, medita sobre él con el objetivo de llegar a comprenderlo en profundidad. Lleva contigo tu lámpara de introspección para clasificar cada uno de tus pensamientos y deseos secretos, todos tus hábitos, tus acciones, tus palabras y tus relaciones con los demás. Si perseveras en este recorrido, podrás sentir el estímulo de un renovado esfuerzo, el Amor Divino se revelará ante ti, cada vez más, de una manera perfecta y distinguirás tus propios defectos en vívido contraste. Y cuando hayas echado una ojeada a lo incomparable de ese principio indestructible, nunca más te apoyarás en tu debilidad, en tu egoísmo o en tu imperfección, sino que perseguirás ese Amor hasta que hayas eliminado cada uno de los elementos discordantes y consigas la armonía perfecta con ese principio. Ese estado de armonía interior es el poder espiritual. Toma también otros principios espirituales como la Pureza y la Compasión, y haz lo mismo. La Verdad exige tanto que no podrás hacer ninguna concesión, no podrás encontrar un lugar de descanso hasta que la vestimenta más profunda de tu alma haya quedado sin mancha alguna y tu corazón sea incapaz de cualquier impulso violento, condenatorio o despiadado.
Sólo en la medida en que comprendas, confíes y pongas en práctica estos principios, podrás adquirir el poder espiritual. Ese poder se manifestará en ti y a través de ti con crecientes actitudes de autocontrol, paciencia y ecuanimidad.
Para tener sangre fría es necesario un extremado autocontrol; la sublime paciencia es el sello distintivo del conocimiento divino. Y mantener una serenidad inquebrantable en medio de todas las obligaciones y distracciones de la vida, identifica al hombre de poder. «Es fácil vivir en el mundo según las opiniones del mundo; es fácil, en soledad, vivir según nuestras propias opiniones; pero un gran ser humano es aquel que, en medio de la multitud, mantiene con perfecta dulzura la independencia de su soledad».
Algunos místicos afirman que la perfección en el autocontrol es la fuente de ese poder por el cual ocurren los (así llamados) milagros. Y, en realidad, aquel que ha alcanzado ese control perfecto de todas sus fuerzas interiores es capaz de encauzarlas y dirigirlas con mano maestra para que ninguna emoción, por insignificante que sea, pueda desequilibrarlo ni siquiera por un momento.
Crecer en poder y en fortaleza significa intensificar el autocontrol, la paciencia y la ecuanimidad; y sólo podrás acrecentarlos si te centras a conciencia en un principio. Cuando éramos muy pequeños, aprendimos a caminar sin ayuda después de muchos intentos y de numerosas caídas; de la misma manera, debemos entrar en el camino del poder tratando de sostenernos solos. Despréndete de la tiranía de la costumbre, de la tradición, del convencionalismo y de las opiniones de los demás, hasta que logres caminar solo y erguido entre los hombres. Confía en tu propio juicio, sé fiel a tu conciencia, sigue la Luz que se encuentra en tu interior; todas las luces externas son fuegos fatuos. Habrá quienes te digan que eres tonto, que tu juicio es incorrecto, que tu conciencia está equivocada y que la Luz que se encuentra en tu interior es oscuridad, pero no les prestes atención. Si lo que dicen es verdad, como buscador de sabiduría que eres, cuanto más pronto lo descubras, mejor, y únicamente puedes descubrirlo si pones a prueba tus poderes. Por lo tanto, prosigue con valentía tu recorrido. Tu conciencia es tuya, y seguirla te hace un hombre; seguir la conciencia de otro te convierte en un esclavo. Tendrás muchas caídas, sufrirás muchas heridas, tendrás que soportar muchos golpes durante un tiempo, pero mantente en la fe, con la firme creencia de que más adelante te espera una victoria segura e innegable. Busca un principio que sea tan sólido como una roca y, cuando lo hayas encontrado, aférrate a él. Planta tus pies en este principio y mantente en él con seguridad hasta que, por fin, llegue el día en que nadie pueda moverlo y logres desafiar la furia de las olas y las tormentas del egoísmo.
Porque el egoísmo, en todas sus formas, implica disipación, debilidad y muerte. La generosidad es conservación, poder y vida en el aspecto espiritual. Aprende a desarrollar tu vida espiritual y mantente sobre principios sólidos; así te convertirás en alguien tan hermoso y tan inmutable como esos principios, probarás la dulzura de su esencia inmortal y llegarás a comprender la naturaleza eterna e indestructible de Dios en tu interior.
Ningún rayo siniestro puede alcanzar al hombre honrado que se mantiene erguido entre las tormentas del odio, desafiando el dolor, la injuria y los escollos, rodeado de los cobardes prisioneros del Destino.
Majestuoso en la fuerza de su poder silencioso, sereno permanece, no cambia ni se inmuta; paciente y firme en las oscuras horas de sufrimiento, el tiempo se inclina ante Él, que desprecia la muerte y el destino.
Los pavorosos relámpagos de la ira lo rodean, y los profundos truenos del infierno juegan con su cabeza. Sin embargo, él no se arredra, sabe que no pueden castigar a quien permanece donde la tierra y el tiempo y el espacio han escapado.
Protegido por el eterno amor, ¿qué puede temer? Armado de la inmutable Verdad, ¿qué puede saber de ganar y perder? Como conoce la eternidad, no se mueve mientras las sombras vienen y van.
Llamen inmortal, llamen Verdad y Luz y esplendor de profética majestad a aquel que se mantiene así entre los poderes de la noche, vestido con la gloria de la divinidad.