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El secreto de la abundante felicidad
La sed de felicidad es grande, al igual que es grande la falta de ésta. La mayoría de los pobres anhelan riquezas porque creen que éstas les ofrecerán una suprema y duradera felicidad.
La mayoría de los ricos, después de haber satisfecho cada uno de sus deseos y caprichos, sufren de aburrimiento y saciedad, y se encuentran, incluso, más lejos de la felicidad que los pobres.
Si reflexionamos sobre este hecho, podremos comprender la importante verdad de que la felicidad no proviene de las meras posesiones externas, del mismo modo que la miseria tampoco proviene de la falta de éstas. Si así fuera, el pobre siempre se sentiría triste y el rico siempre estaría feliz. Con frecuencia, sucede todo lo contrario.
Algunas de las personas más infelices que he conocido han vivido rodeadas de lujos y riquezas, mientras que algunas de las más felices y brillantes que me he encontrado apenas tenían para cubrir sus necesidades más elementales.
Muchos de los hombres que se han dedicado a acumular riquezas han confesado después que la satisfacción egoísta que seguía a su éxito les robaba la satisfacción en la vida. Reconocían que nunca fueron tan felices como cuando eran pobres.
Te podrás preguntar: ¿qué es la felicidad y cómo puede adquirirse? ¿Se trata de un engaño, de una invención? ¿Acaso sólo el sufrimiento es permanente? Si observamos y reflexionamos a conciencia, descubriremos que todos, excepto los que han elegido el camino de la sabiduría, piensan que la felicidad sólo puede obtenerse a través de la satisfacción de los deseos.
Esta creencia, enraizada en la tierra de la ignorancia y regada siempre con afanes egoístas, es la causante de toda la miseria del mundo.
Y no limito la palabra «deseo» a los básicos apetitos animales; la extiendo al reino psíquico más elevado, donde los deseos más poderosos, sutiles e insidiosos mantienen esclavizadas a personas intelectuales y refinadas, privándolas de toda esa belleza, armonía y pureza de alma cuya máxima expresión es la felicidad.
La mayoría de la gente admitirá que el egoísmo es la causa de toda la tristeza que existe en el mundo, pero se engañan al creer que se trata del egoísmo de los demás y no del suyo propio.
Cuando estés dispuesto a admitir que toda tu infelicidad es el resultado de tu propio egoísmo, estarás muy cerca de las puertas del Paraíso. Pero mientras sigas convencido de que es el egoísmo de los demás el que te roba la felicidad, seguirás siendo prisionero del purgatorio que tú mismo has creado.
La felicidad es el estado interior de la perfecta satisfacción de la alegría y la paz, en el que se elimina todo deseo. La felicidad que resulta del capricho satisfecho es breve e ilusoria y siempre viene acompañada de una creciente necesidad de seguir satisfaciendo otros anhelos.
El deseo es tan insaciable como el océano; y sus clamores van en aumento conforme se atienden sus demandas.
El deseo reclama cada vez más de sus ingenuos seguidores hasta que, al final, la angustia física o mental los aniquila y son lanzados al fuego purificador del sufrimiento. El deseo es territorio del infierno y todos los tormentos se encuentran allí.
La realización del cielo implica la renuncia a los deseos, y allí es donde todos los placeres esperan al peregrino.
Envié a mi alma a que cruzara lo invisible para descifrar alguna carta del más allá. Pronto mi alma regresó a mí para decirme: «Mira, yo misma soy el Cielo y el Infierno».
El cielo y el infierno son estados interiores. Si te hundes en el ego y en todas sus gratificaciones, caerás en el infierno; si te elevas por encima del ego a ese estado de conciencia que es la negación absoluta y el olvido del yo, entrarás en el paraíso.
El ego es ciego, sin juicio, sin conocimiento verdadero, y siempre nos conduce al sufrimiento. La percepción correcta, el juicio imparcial y el verdadero conocimiento pertenecen sólo al estado divino. En la medida en que comprendas esta divina conciencia, podrás conocer la verdadera felicidad.
Mientras sigas empeñado en la búsqueda egoísta de tu propia felicidad, ésta se te escapará y únicamente podrás sembrar las semillas de la tristeza.
En la medida en que te olvides de ti mismo para entregarte al servicio de los demás, te llegará la felicidad y podrás recoger una cosecha de gran dicha.
Es en amar, no en ser amado, como el corazón es bendecido; es en dar y no en recibir, donde encontramos nuestro ideal. Todo cuanto anhelemos o necesitemos, eso mismo debemos dar; así alimentaremos nuestra alma para que podamos refugiarnos en la paz.
Si te aferras al ego, te aferras a la tristeza. Si renuncias al ego, encontrarás la paz. Vivir con egoísmo no sólo significa perder la felicidad, sino también perder lo que suponemos que es la fuente de toda felicidad.
Observa cómo un glotón está siempre buscando nuevos manjares con los que estimular su insaciable apetito. Y, al sentirse repleto, congestionado y enfermo, apenas puede ingerir esos manjares con verdadero placer.
Mientras que el que ha dominado su apetito y no busca ni piensa en placeres gustativos encuentra deleite hasta en la comida más frugal. La felicidad con cara de ángel que las personas, a través de los ojos del ego, imaginan percibir en los deseos satisfechos, se convierte en el esqueleto de la miseria una vez se ha conseguido. En realidad: «Quien quiera salvar su vida la perderá… mas quien pierda su vida la salvará».
La felicidad permanente llegará en el instante en que dejes de aferrarte a ella de una manera egoísta y estés dispuesto a renunciar a las cosas materiales. Llegará, cuando no te importe perder, sin reservas, aquellas posesiones temporales que tanto has deseado y que, lo quieras o no, algún día te serán arrebatadas. Entonces descubrirás que aquello que parecía una dolorosa pérdida resulta ser un gran beneficio.
No hay mayor engaño o fuente inagotable de miseria que renunciar con el propósito de ganar. El verdadero Camino de la Vida es estar dispuesto a ceder y a sufrir pérdidas.
¿Cómo es posible encontrar la verdadera felicidad si nos centramos en aquellas cosas que, por su propia naturaleza, están destinadas a desaparecer? La felicidad verdadera y perdurable únicamente puede encontrarse si nos concentramos en lo que es permanente.
Por esta razón, deja de desear y de aferrarte con obsesión a las cosas efímeras, y entrarás en la conciencia de lo Eterno. Y cuando te eleves por encima del ego y te conviertas, cada vez más, en el espíritu de la pureza, del autosacrificio y del Amor Universal para centrarte en esa conciencia, sentirás esa felicidad inmutable que jamás te podrá ser arrebatada.
El corazón que, a través de su amor a los demás, ha conseguido olvidarse por completo de sí mismo, no sólo entra en posesión de la más sublime felicidad sino que, además, consigue la inmortalidad, porque ha comprendido lo Divino.
Vuelve la vista atrás y descubrirás que los momentos de mayor felicidad fueron aquellos en los que pronunciaste alguna palabra de compasión o realizaste algún acto de amor desinteresado. En el ámbito espiritual, la felicidad y la armonía son sinónimos.
La armonía es una fase de la Gran Ley, cuya expresión espiritual es el amor. Todo egoísmo significa discordia, y mostrarte egoísta significa que no estás en armonía con el orden Divino.
Una vez que podamos comprender este poderoso amor, que es la renuncia al egoísmo, podremos estar en armonía con la música divina, con la canción universal y con esa inefable melodía, la cual es la verdadera felicidad que se convertirá en nuestra.
Los hombres y las mujeres siempre están a la búsqueda de la felicidad y no logran encontrarla. Jamás la hallarán hasta que no reconozcan que la auténtica felicidad ya se encuentra en su interior y a su alrededor, llenando el universo, y que, con su egoísta búsqueda, no hacen más que apartarse de ella.
Perseguí la Felicidad con ansia de hacerla mía, por hiedrosas vides y altos robledos, pero la Felicidad siempre escapó de mí. Corrí tras ella por cuestas y cañadas, por campos y praderas, por valles y torrentes, hasta escalar las imponentes cumbres donde el águila grita. Crucé con paso apresurado tierras y mares; pero la Felicidad me esquivó una y otra vez.
Desfallecido y agotado, desistí de perseguirla y me detuve a descansar en una playa desierta. Un pobre hombre me pidió de comer y otro me pidió limosna, puse el pan y la moneda en sus manos necesitadas. Otro llegó buscando mi amistad y otro más suplicando consuelo. Compartí con cada menesteroso aquello que tenía, lo mejor de mí. Fue entonces cuando, en forma divina, se me apareció la dulce felicidad y suavemente susurró a mi oído: «Soy tuya».
Estas hermosas líneas de Burleigh expresan el secreto de la abundante felicidad. Sacrifica lo que es personal y transitorio, y de inmediato conseguirás lo impersonal y permanente.
Renuncia a este estrecho y limitado egoísmo que intenta someter todo a sus pequeños y mezquinos intereses, y te encontrarás en compañía de los ángeles, en el corazón y la esencia del Amor universal.
Olvídate de ti mismo y entrégate al servicio de los demás, ya que la divina felicidad te liberará de todo dolor y sufrimiento.
«El primer paso lo di con un buen pensamiento, el segundo con una buena palabra, y el tercero con una buena acción y, así, fue como entré en el Paraíso». Tú también puedes entrar en el Paraíso si sigues esta simple trayectoria. No está en el más allá, se encuentra aquí mismo. Pero sólo lo puede alcanzar aquella persona que se desprenda del egoísmo. Únicamente lo puede conocer aquel que es puro de corazón.
Si todavía no has experimentado esta ilimitada felicidad, puedes empezar ahora; con el anhelo de alcanzarla, debes conservar el maravilloso ideal del amor desinteresado.
La aspiración genuina o la oración son justo lo contrario del deseo. Es decir, se trata del alma que regresa a su fuente Divina, donde puede encontrar la satisfacción permanente. Mediante las aspiraciones, las fuerzas destructivas del deseo se transmutan en una divina y poderosa energía.
Aspirar es esforzarse en destruir los obstáculos del deseo; es el hijo pródigo que, a través del sufrimiento y la sabiduría, regresa de nuevo a la casa de su padre.
Conforme te vayas apartando del despreciable egoísmo, romperás, una por una, las cadenas que te mantienen esclavizado. Poco a poco adquirirás una mejor comprensión de lo que supone la alegría de dar en comparación con la pena de recibir. Entrega tu esencia; entrega tu intelecto; entrega el amor y la luz que se encuentran en tu interior.
En ese momento, comprenderás que «es mucho más bendito aquel que da que el que recibe». Pero aquello que se da se debe dar con el corazón, sin deseos de recompensa. El regalo del amor puro siempre es recibido con una gran dicha. Si, después de haber ayudado a alguien, te sientes herido porque no te lo agradecen, o no te han elogiado ese gesto, o tu nombre no ha salido en los periódicos, deberías reflexionar y entender que todo lo hiciste por vanidad y no por amor; que lo único que pretendías era recibir algo a cambio, de manera que en realidad no querías dar, sino recibir.
Deshazte por el bienestar de los demás; olvídate de tus propios intereses; éste es el secreto de la felicidad abundante.
Algunas veces tendrás que estar en guardia para protegerte contra el egoísmo y aprender, con la práctica constante, las lecciones divinas del sacrificio interior. Así, llegarás a las grandes alturas de la felicidad y permanecerás en las soleadas cimas de la alegría universal, vestido con el brillante atuendo de la inmortalidad.
¿Sigues en la búsqueda de una felicidad perdurable?
¿Esperas que llegue la felicidad a tu vida, pero sólo llegan días de dolor?
¿Anhelas beber el agua de los arroyos del Amor, de la Vida y de la Paz?
Entonces, deja que todos esos deseos oscuros se marchen y pon fin a tu egoísmo.
¿Te sientes cansado de recorrer los caminos del dolor, atormentado por las penas y dolorido por el daño que te han ocasionado?
¿Estás merodeando por largos caminos que lastiman cada vez más tus cansados pies?
¿Anhelas llegar al lugar de descanso donde cesen tus lágrimas y penas?
Entonces, sacrifica tu corazón egoísta y encuentra tu Corazón de Paz.