EL DESCENSO AL HADES
DEL regreso de la India, faltaba consolidar el dominio sobre la franja sur de Asia. En consecuencia, Alejandro dividió sus fuerzas en dos columnas. El grueso del ejército bajo el mando de Crátero se devolvería por la ruta ya recorrida en el norte, mientras que la segunda división, comandada por el propio Alejandro exploraría las zonas meridionales que aún eran terra incognita para el mundo helénico. Así mismo, la armada del Gran Rey macedonio, bajo el mando de Nearco, exploraría la zona costera, para establecer una ruta marítima entre la India y el Mediterráneo. En otras palabras estamos ante un coloso de la historia que aparte de ser un motor de la amplificación de los más altos valores espirituales y culturales de su tiempo, dispuso adicionalmente la expansión de los horizontes geográficos, al mejor estilo de los Reyes Católicos. Este es el hombre que nada le aportó a la historia.
Y al igual que los diferentes colonizadores de la edad moderna, el ejército macedonio afrontó un calvario que significaría una nueva hazaña a superar. Pero a un precio espantoso. Les esperaba el célebre cruce del desierto de Gedrosia.
Alejando se internó en el desierto con doce mil soldados según Hammond. Los biógrafos modernos del Magno enfatizan que esta empresa no se hizo por mera vanidad de superar a Semíramis o a Ciro el Grande, sino que al igual que estos conquistadores, el macedonio estaba obligado a consolidar su dominio en la franja costera, para que sus dominios del Indo quedaran comunicados con los del golfo pérsico, so pena de que la estabilidad del imperio se fuera al caño, con tribus independientes incrustadas en el centro del extenso territorio conquistado, que significarían una gigantesca brecha en la estabilidad del imperio alejandrino. De nada serviría abrir la ruta marítima entre la India y el Irán, si la franja costera quedaba abandonada a su suerte. Por las particulares condiciones que ofrecía la navegación de aquella época, era imprescindible que la flota de Nearco fuera apoyada desde tierra. Droysen considera que en Gedrosia se adentraron de treinta a cuarenta mil hombres, mientras que Lamb concuerda con Hammond, y habla de una cifra que oscila entre doce y catorce mil efectivos.
Por su parte, Faure recuerda que Alejandro, antes de cruzar Gedrosia: “Se informa cuidadosamente de cuál es el itinerario más corto para llegar por el sur a las capitales de Persia, Persépolis y Susa, y da a los sátrapas la orden de enviar alimentos en el recorrido, mandando a Leonatos y su tropa por delante para que caven pozos. Se carga el máximo de cereales y forraje, pues intenta pasar en la mejor estación y con mucha más prudencia que sus predecesores: Semíramis, reina de Asiria (810-807) y Ciro el Grande, fundador del Imperio (hacia el 560 a. de C.).”
Al principio los veteranos se mostraron confiados, pues la peregrinación a Siwah les hacía creer que ya habían sufrido las peores calamidades en el desierto. Pero lo que les ofrecía Gedrosia hacía que la travesía y victoria sobre el Hindu Kush pareciese una excursión ecológica.
El calor era tan sofocante, que se dispuso que el ejército acampase de día y marchara durante la noche. La arena imposibilitaba el avance de bestias y carros de transporte. Las provisiones empezaron a escasear, y finalmente se agotaron.Ni las más resistentes acémilas podían soportar el infierno vivido por todo el ejército. En cuanto uno de los animales caía, los hombres se lanzaban inmediatamente sobre el animal desfallecido, y antes de que este muriera, le despedazaban para devorarle in situ. Tal era el hambre que se vivía en aquella terrorífica jornada. Se empleó la madera de los carros varados para cocinar la carne. La desesperación se apropió de los hombres. Los que caían por las enfermedades y el agotamiento eran abandonados, tan debilitados estaban los restantes. La tenaz resistencia de Alejandro fue lo que mantuvo la esperanza de supervivencia.
A pesar de todas estas penurias, la grandeza de Alejandro se verificó tan constante en esta prueba como siempre. Él fue el primero en afrontar las penalidades, el que no descansaba hasta verificar que el más insignificante de sus soldados estaba reposando para afrontar la terrible jornada del día siguiente. Carl Grimberg, el anteriormente citado autor de la colección “Historia Universal Daimon” dice a propósito de la grandeza con la que el Magno superó esta prueba, lo siguiente:
“Tal vez no haya existido otro ejército que sufriera tanto, excepto el de Napoleón quizás, en la desastrosa retirada de Rusia en 1812. Pero hay una diferencia entre ambos emperadores: Alejandro no hubiera abandonado a sus soldados, ni aun (sic) con peligro de su vida, como lo hizo Napoleón. He aquí una anécdota que lo prueba. Un día unos jinetes macedónicos descubrieron un poco de agua en la grieta de una roca, llenaron un casco y se la llevaron al rey. ‘¿Yo sólo he de apagar mi sed?’, replicó Alejandro arrojando a la arena el contenido del casco. Este rasgo reanimó a los soldados, que parecía que cada uno había bebido el agua rechazada por el rey...”
Pero entonces los guías perdieron el rastro, y se dieron por vencidos, resignándose a morir. Alejandro no dimitió ante el verdecito de los expertos. Él en persona se puso a buscar la ruta, y encontró agua fresca en pleno desierto, salvando de esta manera a sus hombres. Finalmente, luego de sesenta días y setecientos kilómetros de marcha, el infierno se acabó. La diezmada columna de marcha llegó a Pura, capital de la satrapía de Gedrosia. Los hombres estaban tan andrajosos como Elcano después de dar la primera vuelta al mundo. Al poco, un mendigo pidió entrevistarse con Alejandro. Dijo llamarse Nearco. Luego de abrazar al amigo, el rey preguntó a su almirante sobre la forma en que perdió la flota. Nearco le informó que las naves y sus tripulaciones estaban a salvo. Los sacrificios de la fuerza de tierra, que a pesar de sus penurias día a día dejaba en la costa provisiones para la tripulación de la armada mientras fue posible, salvaron la vida a la flota, al igual que el talento del almirante Nearco.
El Magno no pudo evitar que sus mejillas se empaparan por lágrimas de alivio. Este guerrero que ni siquiera pestañeaba ante las más dolorosas heridas, se conmovía como el que más ante las penurias de su hombres. El rey organizó magníficos festivales de agradecimiento por la salvación del ejército que derrotó a Gedrosia, y la flota que logró abrir una ruta de comunicación marítima entre la India y Persia. El Magno salió victorioso una vez más.