EL ADIESTRAMIENTO

EL genio propagandístico de Filipo hizo su jugada maestra: Para demostrarle a la opinión griega que el soberano macedonio también era un heleno, desde la más tierna infancia instruyó a su hijo en la típica educación griega, formándole así en la senda de la paideia. Para tales efectos, Filipo trajo de Epiro al severo Leónidas, quien inició al pequeño Alejandro en el rigor espartano y la cultura ateniense, para obtener de esta manera al heleno perfecto. Y de paso demostrar que el soberano de los macedonios no era ningún bárbaro.

Para el pequeño Alejandro esto significó una vida austera y rígida, en donde el rudo entrenamiento físico y militar del gimnasio y la palestra se mezcló con la enseñanza del idioma griego y su poesía, teatro, matemáticas, historia, geografía y en fin, las artes por medio de las cuales el joven hijo de Filipo sería capaz de manejar la espada con la misma habilidad con la que recitaría la Ilíada. Según algunas fuentes, Alejandro fue un hábil cantante e intérprete de la cítara, una especie de arpa o laúd, mismo arte en el que se destacara Aquiles.

Esta severa educación no impidió que el niño recibiera afecto familiar. Hammond menciona ciertos hallazgos arqueológicos para concluir que la abuela paterna de Alejandro -llamada Eurídice- una reina madre que gozó del más alto prestigio, influyó decisivamente en los primeros catorce años del Magno, época en la que finalmente falleció. Fue así como gracias a su madre y abuela, el joven príncipe de los macedonios creció en medio de las historias relativas a sus antepasados Heracles, Aquiles y demás héroes helenos, y del legendario viaje de Dionisios a oriente, a Nisa y la India.

De esta manera se inculcó en el chico el ideal de Areté, el culto al honor y el amor por la gloria. Fue así como nació en Alejandro el sueño de emular a los semidioses y dioses griegos, y de este modo alcanzar igualmente la fama inmortal. Semejantes ilusiones permitieron que asumiera con entereza el rudo entrenamiento al que era sometido por parte de Leónidas y demás preceptores (hasta los esclavos del palacio real podían comer golosinas, andar calzados y abrigarse en invierno) pues para lograr sus sueños Alejandro debía ser el mejor en todo, e inclusive superar a sus propios maestros. Es probable que la madre de Filipo impidiera que Olimpia haya convertido a su hijo en un Nerón. Así las cosas, la leyenda de perfidia que rodea a Eurídice y de la que se hace eco el propio Droysen, puede considerarse una más de las muchas calumnias antimacedónicas.

Mary Renault recuerda de esa época:

“En el año 348 a.C., cuando Alejandro contaba ocho años, después de un asedio plagado de incidentes, Filipo capturó Olinto, ciudad tracia colonizada por los griegos y aliada de Atenas. Había refugiado a sus dos hermanastros supervivientes, que se rebelaron abiertamente, por lo que los mató. «Semejantes tragedias fueron bastante frecuentes en la familia real macedónica», señala Grote con irrefutable veracidad.”

Tal fue la época en la que se crió Alejandro. Los reyes macedonios eran polígamos, por lo que la rivalidad y hasta el odio entre hermanastros era frecuente. Que el Magno una vez entronizado perdonara y hasta protegiera a su único hermano varón, fue algo único en la historia de Macedonia. Es igualmente justo anotar que la ejecución de los hermanastros de Filipo fue decidida por la asamblea de macedonios en armas.

Acontecimientos posteriores indican que Alejandro no sintió aprecio hacia el inclemente Leónidas, sino al afable Lisímaco, quien alentaba en el niño sus fantasías heroicas, y cariñosamente le llamaba Aquiles. El vigor físico que adquirió el príncipe de los macedonios gracias a este severo entrenamiento es histórico. Cuando el Magno culminó su instrucción básica, recibió propuestas de participar en los juegos Olímpicos. Como entre su madre y abuela paterna le inculcaran al chico una ética homérica, éste se negó, debido a que sólo estaría dispuesto a enfrentarse contra reyes, tal y como lo hizo su modelo y antepasado Aquiles. Lamb comenta al respecto:

“El correr, el montar a caballo y el hacer ejercicio habían endurecido a Alejandro. Se mantenía derecho, con la cabeza ligeramente inclinada a un lado, sus honrados ojos azules fijos en el adversario, y sus rizos dorados apartados de sus ojos. Tenía la delicada piel de su madre, que se enrojecía en vez de oscurecerse al contacto del sol. Y, como su madre, era hermoso.”

Así las cosas, mientras Alejandro se ejercitaba en la lucha, esgrima, lanzamiento de jabalina, carrera, equitación, cacería y demás disciplinas físicas, Filipo se dedicaba a expandir sus fronteras. De esta forma, luego de superar varios reveses y derrotas, el monarca macedonio finalmente logró la empresa en la que su hermano Alejandro (tío del Magno) fracasara: la ocupación de Tesalia. Dicha conquista recrudeció el odio de Atenas hacia Filipo. Y de la figura política del momento: Demóstenes.

Mary Renault comenta del enemigo jurado de Filipo:

“... no tenía el más mínimo sentido del humor, aunque poseía un talento notable para los vituperios. Fue heredero de un gran ideal y su último defensor. De forma inevitable, su nombre está tocado por la grandeza del ideal y por el aura de una causa perdida. Sin duda, se trataba de un patriota por convicción y por profesión; su fe en la ciudad-estado libre era sincera... siempre y cuando se tratara de Atenas. Sólo con esfuerzo se soporta la lectura de los discursos de Demóstenes, bien pulidos y publicados por él mismo.”

Se inició así la “guerra fría” entre Atenas y Macedonia, o lo que es lo mismo, entre Demóstenes y Filipo. Una conflagración que se caracterizó ante todo por los manejos que se daban por debajo de la mesa, en donde el soborno, espionaje e intrigas desplazarían por un buen tiempo el entrechocar de las espadas. Así las cosas, ambos adversarios llevaron al paroxismo el principio por el cual “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”, y cada bando hizo sus propios manejos. Renault anota de semejante política:

“(Demóstenes) No tuvo escrúpulos a la hora de sostener contactos secretos con Persia y sacar ingentes sumas al rey Oco para utilizarlas en propaganda y sobornos contra Macedonia. Por supuesto, Filipo también contaba con su propia quinta columna, compuesta en parte por agentes puramente venales y en parte por hombres preocupados por sus propias ciudades que, al igual que Isócrates, vieron en la hegemonía macedónica el final de las guerras constantes entre estados y un atisbo de esperanza para las ciudades griegas de Asia. Filipo, descarado practicante de la realpolitik, al menos no fue mojigato.”

Las relaciones políticas entre Macedonia, Atenas y Persia marcarían la vida de Alejandro. Como Demóstenes tenía de su lado al imperio, Filipo se dedicó a buscar alianzas con fuerzas políticas adversas al Gran Rey. Si bien Persia en la época de Jenofonte estaba desgarrada por las guerras civiles, tal situación acabó gracias al rey Ocos, un hombre de hierro que fue algo así como un Aureliano en versión persa. Este hábil monarca sometió uno a uno a los sátrapas y países rebeldes que se habían independizado, con una eficaz crueldad que causaría la admiración del propio Sila. Como Egipto y demás satrapías occidentales se rebelaron, contratando numerosos mercenarios griegos (tebanos especialmente) Ocos -asesorado por generales atenienses- hizo lo propio y así forjó un ejército de primer orden, en donde la formidable infantería griega actuó coordinadamente con la magnífica caballería asiática, por lo que luego de varios reveses y derrotas para los persas, Egipto y todo el Mediterráneo oriental fue finalmente reconquistado. Oriente vencía a occidente una vez más. El líder de la rebelión, el valiente y caballeroso Artabazos, una vez derrotado por Ocos optó por refugiarse en Macedonia. Se llevó consigo a su preciosa hija, la exquisita Barsine, y a su futuro yerno, el gran Memnón de Rodas, su asesor militar.

Fue así como el joven Alejandro entró en contacto por primera vez con el mundo persa. Gracias a esta experiencia, constató la veracidad de los escritos de Jenofonte, y entendería que su futuro maestro Aristóteles estaba equivocado al considerar salvajes a los asiáticos. Así mismo, es probable que desde esa época el soñador Alejandro se cautivara con la belleza de Barsine, y gracias a su sentido del honor, fantaseara con enfrentarse de hombre a hombre con Memnón para así ser digno del amor de la beldad persa, quien en el futuro le daría un hijo. Acontecimientos posteriores demostrarían el gran afecto que hubo entre Alejandro y Artabazos. Como quiera que tanto el padre de Barsine como Memnón fueran excelentes generales, y Ocos los necesitara para mantener el orden en las satrapías occidentales, el Gran Rey les perdonó y permitió su retorno a Asia. Unas fuentes afirman que fue Memnón quien conquistó Egipto para el imperio, luego de una contienda titánica. Así mismo, según lo recogió Plutarco, el joven Alejandro causó la admiración de unos embajadores persas, por la gran cantidad de preguntas ambiciosas y sagaces que el muchacho hizo acerca del ejército organizado por Ocos, y los recursos con que contaba en sus infinitos dominios.

Filipo por su parte, a través de sus contactos asiáticos dio con Hermias, un sátrapa que había sido castrado por los persas, por razones análogas a las esgrimidas por los césares bizantinos: la creencia de que un hombre privado de su virilidad era menos proclive a la traición. Error que demostraría el propio Filipo, quien inició negociaciones secretas con el resentido Hermias. Este sátrapa había cursado estudios en la academia de Platón, y tenía una sobrina a la que quería como si fuera su propia hija. La dio en matrimonio a un ex compañero de estudios: Aristóteles, quien a su vez conocía a Filipo desde la niñez, pues el padre del filósofo fue el médico de la familia real macedónica. Fue así como Filipo, con la intención de establecer contactos que neutralizaran las medidas de Demóstenes, escogió a Aristóteles como preceptor de su hijo Alejandro.

Y como Filipo tenía que tener en cintura a sus susceptibles y traicioneros nobles, Aristóteles no sólo educaría al príncipe, sino también a un grupo escogido de jóvenes aristócratas, costumbre ancestral macedónica, en donde estos adolescentes recibirían formación como cadetes al tiempo que se constituían en garantía de lealtad de la nobleza hacia la corona. Estos afortunados muchachos no sólo alternarían su instrucción militar con clases de ciencias y filosofía, sino igualmente de alta política y gobierno. Obviamente, el joven Alejandro recibiría lecciones exclusivas de estos temas. Se puede imaginar al maestro caminando con el brazo echado sobre el hombro de su genial alumno, discutiendo de ética, leyes, medicina, biología, historia y demás saberes que tanto marcarían al mundo, en la hermosa finca de Mieza, especialmente acondicionada por Filipo para tales efectos. Las enseñanzas duraron entre tres y cuatro años.

Filipo y Aristóteles forjaron en Mieza un grupo de jóvenes formidables, de los cuales el mundo oiría hablar en breve. Fue en esta escuela donde Alejandro conoció a la mayoría de sus amigos más íntimos, los miembros de su “pandilla” con quienes tuvo un apego profundo, como lo refleja la amistad con Hefestión, Ptolomeo o Harpalo. Camaradería de la que se valieron los detractores para tachar de homosexual al Magno, acusación desvirtuada por acontecimientos históricos posteriores.