LA RECONQUISTA DE TRACIA

LOS tracios, tribalos e ilirios eran considerados bárbaros por los griegos, de la misma forma en que eran considerados los macedonios. Ser bárbaro no es ser imbécil, ni tarado para la guerra, tal y como lo demostró Filipo. Ser bárbaro es tener una cultura con una visión del mundo que no se comprende ni se comparte por parte del “civilizado”. Los griegos no podían comprender que los reyes macedonios fueran polígamos, o que los persas se prosternaran ante su gran rey, o que los tribalos, tracios e ilirios sacrificaran niños, o creyeran que alcanzarían la inmortalidad si vencían o morían en batalla. En ello radicaba su barbarie. No en que fueran malos combatientes. Y el joven Alejandro -como César con los galos, o los Barca con los iberos- lo sabía perfectamente.

E igualmente lo sabían los civilizados persas, quienes considerando bárbaros a los griegos, escitas, y un extremadamente larguísimo etcétera, no por eso dejaban de reclutarlos y valorar las cualidades combativas de tales pueblos, de culturas disímiles a la irania. El resultado, una formidable máquina de conquista, que combinó la magnífica marina fenicia con los temibles carros falcados asirios y egipcios, la falange griega, honderos de Rodas y arqueros cretenses, la grandiosa caballería pesada medo-persa, y los formidables jinetes arqueros escitas y partos, camellos cuyo olor resultaba insoportable para la mayoría de los caballos y hasta elefantes, lo cual se tradujo en un ejército “anfibio” capaz de combatir con igual eficiencia en desiertos ardientes de arena o en helados desolados de nieve, sólo derrotados cuando generales incompetentes como Jerjes se ponían al mando. A partir de entonces, los persas tuvieron la sensatez de reclutar igualmente expertos generales helenos (¿les suena Clitarco, Jenofonte, Memnón de Rodas o Timondas?) De ninguna manera, conquistar Asia resultaba “pan comido”. O preguntémoselo al espartano Agesilao, o a generales que tuvieron bajo su mando a las “invencibles” legiones romanas, como Craso, Juliano el Apóstata, Gordiano o Filipo El Árabe. Pero si hoy en día se admira a Trajano por llegar al Éufrates, y a Belisario por romper el invicto persa contra los romanos (hoy les llamamos bizantinos) de casi dos siglos, en la batalla de Daras. Mejor ni hablar de las cruzadas. Y Alejandro llegaría a la India, deteniéndose más por sus propios soldados que por enemigo alguno. Y valorando la capacidad combativa de los guerreros asiáticos, al punto de encuadrarlos en su ejército. Y con anterioridad a la conquista de los territorios ubicados al oriente del Éufrates.

Retornemos por segunda vez a Europa. Así las cosas, al dirigirse al frente norte, Alejandro decidió marchar primero contra los Tribalos. El rey de éstos, (Sirmo o Sirmio) inicialmente se sintió desconcertado cuando sus espías le informaron que el ejército macedonio ya estaba en sus dominios. Los Tribalos eran bárbaros, pero en manera alguna cobardes. Decidieron retirarse estratégicamente, y esperar a Alejandro y sus tropas en lo alto del monte Hemo, de manera análoga a como Pompeyo esperó a César en Farsalia. Adicionalmente, estos guerreros del norte, le tenían una “sorpresita” al ejército macedonio: habían llenado una serie de carros con piedras, y los tenían prestos para rodarlos por la pendiente, esperando romper el orden de la infantería macedonia, sin necesidad de arriesgar sus propias tropas, las cuales entrarían en acción cuando el enemigo tuviera quebrantada la disciplina por efecto de los carretones. Alejandro no podía asediar al enemigo, porque el tiempo era un aliado de los adversarios de Macedonia, y sus propios víveres eran escasos, a efectos de obtener la movilidad deseada. Si el rey se demoraba un solo día, permitiría que las otras tribus en el norte, y los enemigos en el sur, en Grecia, se organizaran, y coordinaran acciones con los persas. Y Alejandro -que se sabía de memoria la “Anábasis” de Jenofonte-, obligado a derrotar rápida y decisivamente a los tribalos, dispuso una formación análoga a la que este autor ateniense empleó en los montes de Asia.

De hecho, era muy similar a la que Escipión empleó en Zama contra los elefantes de Aníbal: Alejandro alineó sus tropas en columnas, para que los carros pasaran entre la infantería sin hacerle daño. Allí donde era imposible, ordenó a sus hombres que juntaran sus escudos (tal y como los legionarios hacían la formación testudo o de “tortuga”) y que los pegaran al terreno en pendiente, arrodillándose, formando así una rampa que hacía que los carros rodaran sobre sus cabezas, y sin perjuicio alguno para los macedonios. No se olvide que la formación se hizo en terreno inclinado, no llano.

Polibio cuenta que cuando Escipión entrenó a su ejército en Hispania, obligaba a sus legionarios a realizar el ejercicio anteriormente narrado. Cuando los carros pasaban por encima de los escudos, sin alterar la formación, era cuando este gran general entendía que sus “muchachos” estaban listos.

¿Alejandro un copión de Filipo, que a su vez imitó a Epaminondas? En esta batalla, de ninguna manera se empleó la formación oblicua, pues ésta sólo es eficaz en terreno llano, y el combate se desarrolló en territorio accidentado. En este caso, también hubo innovación y capacidad de improvisación no sólo estratégica, sino también táctica, por parte del comandante macedonio.

Pero la batalla no estaba ganada. Sólo se había neutralizado el peligro de los carros. Faltaba derrotar al ejército, el cual estaba intacto en la cumbre de la loma, y esperaba que la infantería macedonia ascendiera por la falda de la montaña, para aprovechar la ventaja del terreno, y exterminarlos fácilmente, pues en pendiente, la sarissa o pica macedonia, -como la caballería- es más un estorbo que una ventaja. (Y si no lo creen, recuerden la batalla de Pidna.)

Y aquí vuelve a exhibirse inexorablemente el genio militar de Alejandro. Como César, el Magno supo ver el potencial que las máquinas de asedio y un eficiente cuerpo de ingenieros tenían en pleno campo de batalla, antes que cualquier otro general. Como a las murallas, las catapultas y balistas podían hacer el mismo daño a las filas de hombres, que finalmente también son muros, tal y como los describe Homero. Junto con César, Alejandro fue el único general de la antigüedad que supo emplear al máximo la poliorcética, ingeniería y las máquinas de guerra. Se evidencia cómo este general, fue algo más que “un copión de Epaminondas.”

Y así, los confiados tribalos, al ver que la infantería macedonia se acercaba -y ocultando con sus picas las temibles máquinas- no se movieron de su sitio. Y en estas condiciones comenzó su infierno. Ignorando de donde, o cómo, una temible lluvia de fuego y gigantescas piedras, deshizo su formación. La infantería ligera macedonia en los flancos primero, y luego la falange en el centro, culminaron la masacre.

Una vez pacificado el sur de Tracia, este genial general mostró otro rasgo típico de su carácter: ir a donde nadie había llegado, y realizar lo que se consideraba imposible. Fue así como decidió llegar hasta el Istro -hoy Danubio-, en ese entonces considerado por muchos el límite septentrional del mundo, y conquistar a los habitantes de esas latitudes. Antes que César, Alejandro conquistó alianzas con los celtas. Estos hombres, valerosos como nadie, sólo temían una cosa: que el cielo se desplomara sobre sus cabezas. Pero no tenían reparo alguno en tener a un valiente como Alejandro, de amigo. Se cuenta que el macedonio diría “cuán fanfarrones son estos celtas”.

Más que pura vanidad, el macedonio ejecutó lo anterior, debido a que los tribalos habían perdido una batalla, pero en manera alguna la guerra. Quedaban más pueblos tracios, enemigos de Macedonia. El rey Sirmo, que pudo huir de la masacre del monte Hemo, pactó con los getas, y así ambos pueblos se aliaron contra las fuerzas de Alejandro. Y escarmentados por la derrota, los tribalos y tracios decidieron emplear contra los macedonios no sólo su superioridad numérica, sino obtener adicionalmente otra ventaja táctica y al mismo tiempo estratégica, mediante una astuta retirada: obligar al joven rey a seguirlos, y guiarlo a un terreno favorable a Sirmo y sus tracios, mientras éstos se reunirían con los getas, alejando al mismo tiempo a los soldados macedonios de sus bases de aprovisionamiento.

Fue así como los tribalos y tracios esperaron a los getas en una isla que consideraban inexpugnable. Como los galos imaginaban a Alesia. Y el mundo, a Tiro. Tres días después de la batalla en el monte Hemo, Alejandro llegó al Danubio. Allí se reunió con las naves de guerra que, obedeciendo sus instrucciones, vinieron desde Bizancio por el mar Euxino, navegando río arriba. El macedonio planeaba concienzudamente todas y cada una de sus campañas, en donde su gran objetivo estratégico consistía en dividir al enemigo, y atacar las huestes enemigas “de una en una”. No sólo era ardiente y valeroso, sino también extremadamente prudente y calculador. Y muy, muy astuto e inventivo.

Una vez que la flota y el ejército se reunieron, Alejandro tripuló los barcos de tal manera, que la fuerza anfibia macedonia se interpuso entre los tribalos y los getas, impidiendo así que se reunieran. Obstaculizando de esta manera el encuentro entre sus enemigos, el macedonio embarcó en sus navíos, arqueros y soldados de armadura pesada (hoplitas) y puso rumbo a la isla en que se habían refugiado los tribalos y tracios, mientras estudiaba la conveniencia del ataque; los bárbaros defendían todos y cada uno de los escasos lugares de la isla a los que podían acercarse los barcos, puesto que la mayor parte de las costas, se mostraba más bien escarpada para un desembarco, y el río era tan caudaloso, que cualquier maniobra de aproximación resultaba del todo temeraria. Contrario a lo que más de un historiador ha considerado, la ambición del macedonio no desbordaba su prudencia. A Alejandro le encantaba obtener victorias contundentes, pero siempre al menor costo posible, y con el permanente objetivo de obtener cero bajas en las propias tropas, y de ser posible hasta en el enemigo, pues le gustaba verlo como un futuro proveedor de súbditos, soldados y pertrechos.

Así las cosas, el proverbial anhelo de Alejandro de hacer lo que nadie había hecho antes, no era ciego ni irreflexivo. Si bien la invasión de una isla inexpugnable era toda una tentación para el joven conquistador, no por ello iba a poner en riesgo a sus hombres. Y menos con los getas a sus espaldas, en el norte del Danubio. En consecuencia, el Magno desvió su flotilla, y decidió cruzar el río y atacar a los getas, quienes ya se habían agolpado en la orilla, para evitar un desembarco de los macedonios.

Aparte del obstáculo natural que ofrecía el río, el terreno ocupado por los getas era igualmente irregular, dificultando así las maniobras de la caballería macedonia, puesto que estaba inundado de trigales, por lo que los getas podrían ocultarse de las tropas de Alejandro, y emboscarlas. Repito, ser bárbaro no es ser imbécil. Este error de percepción, determinó el fracaso de los chinos, juarezmios y europeos orientales a manos de los bárbaros mongoles.

Bien mirado, el anterior problema táctico es similar al que le ofrecería Poros en la India, posteriormente. Y la solución fue muy análoga, lógicamente. Acudiendo a los escritos de Jenofonte, Alejandro hizo que sus hombres cosieran sus tiendas de cuero de tal manera, que quedaran habilitadas para servir de flotadores. (También rellenándolas de paja, entre otros aspectos). Una vez logrado el anterior objetivo, esperó a que anocheciera. Seguidamente, ordenó a sus soldados de infantería ligera (peltastas) que aferrándose a sus flotadores, cruzaran el río, y se ubicaran en el flanco del enemigo, precisamente a través de los trigales, ocultándose así de los vigías getas. Cuando la infantería ligera macedonia estuvo en posición, el rey ordenó un ataque de diversión o distracción, ante un ejército tan desconcertado, que no pudo impedir el cruce de la caballería y la infantería pesada macedonias, (logrado mediante el apoyo de la flotilla), tal y como Alejandro lo planeó. Pero una vez alcanzada la orilla norte del Danubio, había que neutralizar el otro inconveniente: la maleza, la cual estorbaba el adecuado manejo de las picas macedonias y sobre todo el empleo de la caballería, de conformidad con lo expuesto anteriormente.

Los macedonios empuñaron sus lanzas, no en “ristre” (al frente) sino transversalmente (de lado). Así, lograron “segar” el terreno, desbaratando los planes de emboscada del enemigo, y habilitando al mismo tiempo la orilla recién adquirida, para maniobras de caballería, logrando de esta manera cercar al ejército enemigo, mediante movimientos de flanqueo por parte de los caballeros de Alejandro, los cuales “arriaron” a los getas contra la falange macedonia. En honor a la verdad, hay que reconocer que los getas combatieron como demonios hasta el final, mientras conservaron el menor residuo de vida. Lucharon con el mismo valor que los espartanos en las Termópilas, o la hueste sagrada en Queronea. Desgraciadamente para estos indómitos guerreros del norte, el Magno, tal como Aníbal o Escipión, supo obtener el mejor provecho -inimaginable hasta entonces- de sus jinetes, cuyos devastadores ataques acostumbraba encabezar. Combínenlo con la infantería pesada greco-macedonia y ligera auxiliar (agrianos, tracios, etc.), un cuerpo de ingenieros, la artillería y el genio y valor de Alejandro, y tendrán la respuesta a sus hazañas bélicas. Este rey guerrero dominaba perfectamente el arte de convertir la principal ventaja del enemigo, en su peor desgracia.

A efectos de finiquitar prontamente la campaña en Tracia, Alejandro penetró unos seis kilómetros tierra adentro del norte del Danubio, alcanzando la capital de los getas, y arrasándola. Fue entonces cuando recibió peticiones de amistad por parte de los celtas. Sirmo y sus tracios, vieron cómo el macedonio había convertido la “inexpugnable” isla más bien en un cercado, en el cual el hambre lograría a un menor costo, lo mismo que un desembarco macedonio exitoso. Fue así como los tracios y tribalos enviaron delegados y presentes a Alejandro, y pidieron su perdón. Obviamente, los dioses estaban con los macedonios. Lo mejor sería pactar. Y mantenerse leales a lo pactado.