LA CONQUISTA DEL SUR
COMO Poros acompañó con cinco mil de sus mejores soldados a Alejandro en su conquista de los territorios al este del Hidaspes, el Magno le donó parte de lo obtenido en la última campaña, la cual obtuvo el dominio de los territorios colindantes con el Himalaya. Así mismo, Alejandro reconcilió a Taxiles y Poros, y los puso bajo las órdenes del nuevo sátrapa macedonio llamado Filipo.
Para cuando Alejandro emprendió la conquista del sur de Asia, recibió refuerzos de la mayoría de sus dominios, y lo más probable es que para esa época el Magno contara con 120.000 soldados, de los cuales 13.000 eran de caballería, según Hammond. La flota desempeñó un papel fundamental en esta campaña, pues el Magno se apoyó en los ríos para lograr una mayor movilidad del ejército en geniales operaciones anfibias, en donde los jinetes arqueros se adelantaban a la falange, y tomaban por sorpresa a un enemigo superior en número pero completamente desprevenido ante la impresionante movilidad desplegada por la caballería ligera de Alejandro.
En una ocasión, lo más selecto de la falange macedonia y los agrianos recorrieron más de 90 kilómetros en un día y una noche, según Hammond. Los indios combatieron con valor fanático pero poco pudieron hacer contra el genio de Alejandro y su formidable ejército. Las plazas fuertes caían, ante el joven e invencible general que encabezaba el asalto, apoyado por la artillería griega.
Cierto día, al sitiar una ciudad, Alejandro perdió la paciencia al ver que los excelentes guerreros indios rechazaban con relativa facilidad a las fuerzas de asalto macedonias. Lleno de ira, el Magno tomó una escalera de asalto y la apoyó contra la muralla, y ante sus estupefactos soldados inició el ascenso, únicamente seguido por tres escuderos. Y antes que estos tres valientes pudieran alcanzar a su rey, Alejandro, sólo, saltó de la muralla y se internó en la ciudadela. Justino cuenta este acto de temeridad de la siguiente manera:
“Y cuando los enemigos lo vieron solo, dando gritos, acuden de todas partes por si podían poner fin a las guerras del mundo y vengar a tantos pueblos en la cabeza de uno solo. Pero Alejandro resistió con no menos firmeza y él solo lucha contra tantos miles. Resulta increíble decir cómo no lo atemorizó ni el gran número de sus enemigos ni la gran cantidad de dardos ni el atronador griterío de los que lo atacaban, sino que él solo derrotó y puso en fuga a tantos miles. Pero cuando vio que era dominado por su número, se pegó a un tronco que se alzaba allí cerca de la muralla, con cuya protección resistió a las tropas mucho tiempo... ”
Cuando los macedonios vieron que su adorado general se enfrentaba sólo a todo un ejército, corrieron en tropel para apoyar a Alejandro. Como tantos hombres subieron al tiempo a la escalera, ésta se rompió por el peso. Alejandro quedó aislado en el interior de la ciudadela, rodeado de enemigos. Rechinando los dientes, el Magno rechazó a los defensores, combatiendo tan ferozmente como un titán. El enemigo retrocedió. Pero los indios eran excelentes arqueros, y sus gigantescas flechas eran capaces de atravesar la más reforzada armadura europea. En relación con el poderío de estos ballesteros, Lamb comenta que los indios eran “arqueros dotados de arcos tan poderosos que tenían que apoyar los extremos en la tierra cuando querían disparar una flecha... tenían tanta fuerza como máquinas pequeñas.”
Una lluvia de proyectiles se abatió sobre Alejandro. Una saeta alcanzó al Magno, atravesó su coraza, y le perforó el pulmón. Uno de los escuderos (llamado Abreas) quiso ayudar a su rey pero fue acribillado por los defensores. Al poco, Alejandro caía desmayado. Plutarco dice de este momento dramático:
“En efecto, en la cabeza fue golpeado (Alejandro) a través del casco por un sable y alguien con un dardo disparado con un arco le partió la coraza, por donde el proyectil le penetró en los huesos del pecho y allí se quedó clavado. El extremo sobresalía y le molestaba; la punta de hierro era de cuatro dedos de ancho y cinco de largo. Y la última de sus desgracias fue que mientras se defendía de los que tenía en frente, el arquero que le había disparado tuvo la osadía de acercársele con una espada, pero el propio Alejandro se le adelantó y con una daga lo derribó y lo mató. En ese mismo momento alguien salió corriendo de un molino y dándole por detrás con un palo un golpe en el cuello le confundió los sentidos y lo desvaneció.”
Los otros dos escuderos (Leonato y Peucestas) protegieron a su rey con sus rodelas. Peucestas portaba el escudo de Aquiles adquirido en Troya. Cuando los defensores iban a atacar a los dos Hetairos, los Hipaspistas franquearon la muralla. Al ver a Alejandro inerte y bañado en su propia sangre, los macedonios creyeron que habían perdido a su amado rey. Masacraron a todos los sitiados.
Plutarco y Curcio cuentan que al poco Alejandro recuperó el sentido, y que con la mayor serenidad ordenó que le extrajeran la flecha, y que durante la dolorosa cirugía se abstuvo de proferir el menor quejido. Una vez más, el escudo de Aquiles había salvado la vida del soberano macedonio. Cuando el monarca reapareció ante sus hombres, éstos se volvieron locos de alegría y le dieron todo tipo de muestras de cariño. Alejandro casi es sepultado por una lluvia de coronas de flores. Aún convaleciente, el soberano de Asia prosiguió con su marcha conquistadora llegando hasta la desembocadura del Indo a golpes de espada, siempre victorioso.