LA REBELIÓN Y TOMA DE TEBAS

REALIZADAS las anteriores hazañas, este titán de la historia tuvo que convencer a sus soldados que renunciaran de momento al disfrute de su botín, y volvieran a realizar marchas forzadas, esta vez hacia el sur, en dirección a Grecia por segunda vez. Agotados por la campaña, pero perdidamente enamorados de su joven e invencible rey, verdadera reencarnación de Aquiles, le siguieron incondicionalmente.

¿Porqué tanta prisa por parte del triunfante general? Alejandro era un hijo de su tiempo. Los más grandes comandantes de ese entonces (Leónidas, Brásidas, Alcibíades, Agesilao, Pelópidas, Epaminondas, y el propio Filipo) acostumbraban luchar en primera fila. A ojos contemporáneos, dicha costumbre resulta ser una temeridad. En esa época, era el deber del comandante de turno, conducir la tropa a la victoria, o morir en el intento. O las dos cosas al mismo tiempo. El nuevo Aquiles no iba a ser la excepción. No ordenaba a sus hombres “AVANZEN” sino “!SÍGANME!!!”. Y dicho valor también generó sus consecuencias. En estas campañas, el valor personal del macedonio no sólo alcanzó la victoria, sino también un par de cicatrices más, para añadir a su colección personal de heridas. Y tal como acontece con los rumores, la verdad llegó deformada a Grecia. Demóstenes presentó ante la asamblea ateniense un “testigo ocular” que juraba por el mismísimo Zeus que había visto herido de muerte al rey macedonio, y a su ejército derrotado y en auténtica retirada.

Pero Demóstenes era tan cobarde como astuto. No en vano había sobrevivido a Queronea, y al requerimiento de extradición efectuado por Alejandro después de la muerte de Filipo. El ateniense azuzaría la revuelta, pero no la protagonizaría. Y convenció a la asamblea del pueblo de enviar una embajada a Tebas. Toda la operación fue financiada por el oro persa. El frente sur y el oriental ya empezaban a coaligarse, pese a toda la velocidad desplegada por el ejército macedonio...

Y los tebanos mordieron el anzuelo. Asediaron la guarnición macedonia alojada en la Cadmea (ciudadela de Tebas) y volvieron a proclamar su independencia. Lo conseguido por Alejandro y sus guerreros a costa de tanto sudor y sangre, lo había borrado Demóstenes con una mentira. Hay que admirar el genio político y la capacidad persuasiva del ateniense, que se constituyó como todo un Fouché de la antigüedad.

Pero Alejandro no era Napoleón. Y el ateniense no había alcanzado a ponerse el vestido de fiesta (el mismo que se puso al enterarse “milagrosamente” de la muerte de Filipo) cuando el macedonio ya estaba en Beocia. Y no venía solo...

Alejandro y “sus muchachos”, habían cruzado a marchas forzadas las tierras altas del monte Gramo, el monte Pindo y el monte Cambunia, éste último en donde había abundantes provisiones. Después de llegar sin previo aviso a Pelinna (Tesalia) y de haber marchado durante seis días a razón de unos 33 kilómetros diarios (en terreno montañoso, no se olvide), el rey descansó con su ejército durante un día. Desde allí llegó a Oncesto (Beocia) al sexto día de marcha, tras haber recorrido unos doscientos cuarenta (240) kilómetros, a un promedio de unos cuarenta diarios. Su desplazamiento fue tan sigiloso que los tebanos no advirtieron su proximidad. Había atravesado sin dificultad el paso de las Termópilas y ahora podía proveerse de víveres y tropas de los aliados del norte de Beocia y la Fócide, conseguidos en su genial conquista de Tesalia, análoga a como César tomó Italia, es decir, sin una sola gota de sangre. La magnanimidad también rinde sus frutos en el ámbito político.

La rapidez con la que se desplazó Alejandro le permitió alcanzar Tebas y detener cualquier posible ayuda adicional de Atenas y otros estados. Como su finalidad inicial no era arrasar la ciudad de Pelópidas y Epaminondas, el rey aguardó con la esperanza de que los tebanos, al enterarse que su muerte y derrota sólo era un rumor, se arrepintieran. Pero éstos atacaron el campamento macedonio, y mataron algunos soldados. Pese a la provocación, el Magno siguió esperando. Desgraciadamente, ayer y hoy, hay imbéciles que consideran que la magnanimidad es propia de afeminados, y ajena a los verdaderos hombres. Los líderes de la revuelta tebana, especialmente los estrategos de la liga beocia, concientes de su responsabilidad por violar el juramento de lealtad hacia el mundo helénico, convencieron a la mayoría de luchar contra los macedonios.

No tengo ánimos para narrar la toma y saqueo de Tebas. Baste decir que Alejandro no sólo derrotó guerreros bárbaros, sino también “civilizados”. Lo logró de manera análoga a como Escipión el africano tomó Cartagena (mediante una finta, simulando atacar por un lado y asaltando realmente el lugar menos esperado, al mismo tiempo que mediante señales ordenó a la guarnición sitiada en la Cadmea que atacara la retaguardia tebana), y con prácticamente la mitad de las fuerzas con las que venció en la batalla de Gránico. Uno de los mejores amigos de Alejandro (Pérdicas) estuvo a punto de morir en la gesta. Y los tebanos habían faltado a la palabra empeñada. Habían renegado del honor demostrado por Epaminondas y Pelópidas...

Cuando la ciudad estaba aún humeante, Alejandro -lleno de sangre propia y enemiga- se encontraba ante la casa de los descendientes del poeta Píndaro, asegurándose de que escaparon a la masacre. En ese momento un grupo de soldados llevaba maniatada a una mujer ante la presencia de su rey. Pedían su ejecución. El alumno de Aristóteles, como era su costumbre, reservó un oído para la acusada, quien mató a un soldado que la había violado. Cuando el macedonio le preguntó su nombre, ella -valerosa y dignamente- le dijo quien era: “... hermana de Teágenes, el mismo general que combatió contra tí y contra tu padre en Queronea, aquel que murió valerosamente defendiendo la libertad de los helenos...”

Su nombre, Timoclea.

Y Alejandro la dejó partir, junto con sus hijos. El macedonio como hombre valeroso que era, sabía perfectamente que cualquier mujer es más valiente que nosotros los hombres.

Y a propósito de valor femenino, Olimpia murió como vivió, sin humillarse ante sus ejecutores, como digna madre de Alejandro Magno, al menos en lo que a coraje y dignidad se refiere...

El héroe macedonio, a sangre y fuego había conseguido dejar libre el camino para arreglar cuentas con el gran rey de Persia, quien apenas se inmutó cuando este “jovenzuelo al mando de una partida de bárbaros bandidos” clavó su lanza en Asia como símbolo de su empresa, y rindió homenaje a la tumba de Aquiles en Troya. Tenía 21 años. Sus campañas en Europa se efectuaron en aproximadamente un año. Un año.

¿Y porqué se iba a inmutar el rey de Persia, si se trataba de un muchacho arrogante y que hasta ese entonces había obtenido todo fácilmente, venciendo únicamente a guerreros ineptos?