XIII
Hoy me he levantado pronto: es la una menos cuarto.
Desayuno en el salón y, antes de salir a la piscina, llamo a Roberto.
¿Roberto?… Sí… Qué pasa, soy Carlos… Qué pasa, Carlos… Dime, ¿te he despertado?… No, qué va. No te preocupes. Hoy tengo el vientre jodido y no he podido dormir bien… Igual tienes una úlcera o algo así… Qué va, qué va. Lo que pasa es que ya son unas cuantas borracheras de seguido y al cuerpo le cuesta aguantar… Bueno, ¿se te ha quitado la mala hostia de ayer?… Sí. Lo siento pero estaba mal, con resaca y cansado. No estaba en forma… Fue la hostia, ¿eh? ¿Te acuerdas del careto de la vieja del Renol, cuando nos vio venir en dirección contraria? Era para haberlo filmado… Yo sólo espero que nadie haya tomado la matrícula… Bah, que no pasa nada, tranquilo. ¿Vas a salir esta tarde?… No. Hoy todavía estoy mal. Me voy a quedar en casa para descansar y estar mañana en forma para la fiesta de Fierro… Yo voy a pasar con Miguel por el Kronen. Si quieres pasarte, estaremos allí a partir de las nueve. Y si no, nos llamamos mañana antes de la fiesta para ir juntos, ¿vale?… Vale… Bueno, Fitipaldi. Cuídate y ponte bien para mañana. Hala, hasta luego, Roberto… Hasta luego.
Llamo a Amalia.
Hola. ¿Está Amalia, por favor?… Sí, un momento. ¡Amalia!… ¿Sí?… Hola, Amalia, qué tal. Soy yo… Qué tal… No me pongas esa voz, por favor. ¿Estás mosqueada conmigo?… Ligeramente… Venga, tía. Te mosqueas con nada. Dime, ¿te apetece dar una vuelta?… No. Tengo mucho que hacer… ¿Qué tienes que hacer?… Tengo que preparar oposiciones… ¿Vas a estudiar durante toda la noche también?… Sí… Bueno, pues entonces nada. Pero mañana da una fiesta un amigo. Mañana, que es viernes, sí que no te vas a poner a estudiar… No sé. Llámame mañana, si quieres… Bueno, te llamo mañana pero no me falles, ¿eh?… Llámame y veremos… ¿Te llamo al mediodía?… Sí… Bueno. Hasta mañana, Amalia… Hasta mañana.
—¿Ha llamado alguien, Tina?
—Nadie, nadie.
Le digo a la filipina que me suba una toalla y estoy ya saliendo al jardín cuando suena el teléfono. Vuelvo a entrar.
—¿Sí?… Oye, Carlos, que soy Miguel… Qué pasa, Miguel… Quedamos esta tarde a las ocho en mi casa para ir al Kronen, ¿te parece bien?… Vale. A las ocho estoy ahí… Bueno, pues sólo era eso. Hala, hasta luego, Carlos… Hasta luego, Miguel.
En la piscina, tomo el sol durante un par de horas hasta que la fili sale al jardín y grita:
—¡Carlos, comer!
Mi padre y el enano están comiendo en silencio, viendo la tele.
Me siento con ellos y como.
En el telediario, ponen las noticias de siempre: la maldita antorcha, el rey en la Expo y la movida de Yugoslavia (hoy los serbios han bombardeado no sé qué pueblo y las fuerzas de la Onu han intervenido en un aeropuerto).
Suena el teléfono. El viejo lo coge y se le alegra la cara. ¿Qué tal estás, hija? ¿Todo bien? Sí, por aquí, todos muy bien pero te tengo que dar una mala noticia. ¿Te acuerdas de que el abuelo estaba muy mal? Sí, es muy triste, ya lo sé…
—No voy a tomar postre, Tina. Ah, y si llama alguien, estoy durmiendo la siesta, ¿me has entendido? —digo, levantándome.
Me voy a mi cuarto y pongo el despertador a las seis y veinte. Antes de dormir, me hago una paja.
Cuando suena el despertador, lo apago con un manotazo. Me incorporo y tardo un poco en recuperar la tensión.
Pongo el compact y oigo cómo mi hermano me dice desde el salón:
—Podrías cambiar un poco de música, ¿no?
Termino de ducharme, a las siete menos cuarto. Es un poco pronto todavía, así que decido ir a cortarme el pelo.
La peluquería de la Moraleja.
—Pasa por aquí, que te voy a lavar el pelo —dice una de las peluqueras.
Me siento en la posición de lavado, que me da dolor de cuello, y consigo soportar más o menos bien el repelús que me produce sentir a alguien tocándome la cabeza. Cuando la cerda termina, me pone un mandil de plástico con un collarín horrible y me dice que me siente en una de las sillas. Luego, un julandrón con acento de pijo se acerca con un peine y unas tijeras. Pregunta:
—¿Cómo quieres que te lo corte? ¿Con melenilla? ¿A capas? ¿Te dejo flequillo?
—Al cero.
—Ah, bueno. Entonces voy a por la maquinilla.
A las ocho menos cinco estoy en el portal de Miguel, y llamo al telefonillo: venga, Miguel, baja.
—Espera que ahora bajo.
Miguel aparece por la puerta, me mira y se tapa la boca con la mano.
—¡Pero joder! Pero ¿qué me han hecho? Me han cambiado al Carlos que yo conocía. Con lo que molaba tu pelo. Estás colgado.
—¿Qué tal me queda?
—No, si estás guapo. Te pareces a la Sidni Oconor ésa, o como se llame. Pero es un cambio.
—Ya.
—Cuando te vea Celia, se va a quedar acojonada.
—Venga, Miguel. ¿Qué pasa con Celia?
—Nada, que hay que pasar a buscarla.
—Pues vamos, ¿no? ¿Vamos en tu coche?
—Si es que, Carlos, me has dejado acojonado. Déjame al menos que te dé la colleja de honor.
—Te dejo, pero con la condición de que no me des más la coña.
El Alfa Romeo de Miguel está aparcado enfrente de su portal.
Miguel arranca, pone música y, de vez en cuando, me mira. Dice: pero tronco, lo que te has hecho. En cuanto te vea Celia, va a flipar.
Algo después recogemos a Celia, que vive al lado de la Ciudad Deportiva del Real Madrid. Celia me da dos besos y se mete en el asiento de atrás.
—Pero, Celia, ¿no has visto lo que se ha hecho Carlos en el pelo?
—Ay, pues es verdad que se lo ha cortado. Ya me había dado yo cuenta de que había algo raro con su cara hoy.
—Joder, Celia, eres la hostia. Mira que no darte cuenta de que el Carlos se ha cortado el pelo…
—Al menos ahora se le ve la cara.
—Miguel, deja de mirarme y arranca ya, que no vamos a llegar.
—Es que estás de lo más raro.
—Vale, Miguel, vale ya.
Castellana, Avenida de América, María de Molina, Francisco Silvela. El Kronen.
—Hace cantidad de tiempo que no venimos al Kronen, ¿eh, Celia? —dice Miguel.
—Entrad ya, joder. Mirad, ahí están Manolo y Fierro.
—El Fierro está tan amariconado como siempre.
—Qué pasa, Manolo. Qué pasa, Fierro.
—¡Anda! ¿Pero qué te han hecho, Carlos? ¡Qué rape te han dado, colega!
—Ya te digo.
—Pero, tronco, pareces un eskín.
—Ya ves.
—Qué pasa, Carlos. ¿Vais a venir a mi fiesta, mañana?
—Eso depende. A ver, Fierro: ¿qué nos vas a ofrecer?
—Es una sorpresa, ya veréis mañana. Tú no les digas nada, Manolo.
—¿Te vas a poner en tangas de cuero y nos vas a dar látigos? ¿No es eso, Fierro?
—Sí, y os gritaré: ¡castigadme!, ¡castigadme!
—No pongas esa voz irónica porque todos sabemos que te encantaría.
—Sí, Carlos. No hago más que soñar con ello todas las noches. Bueno, yo me tengo que ir, eh. Vosotros también venís, ¿no, Miguel?
—No sé. Todavía no lo hemos decidido.
—Venga, tíos. Le llamáis a Roberto y él os dice cómo llegar a mi casa. Como a las diez, ¿vale? Y no os preocupéis por el alcohol ni por nada. Bueno. Yo me tengo que ir ya. ¡Joder, Carlos, no me toques el culo!
—¿Te gusta, eh?
—Déjame en paz. Hala. Hasta mañana.
—Hasta mañana, Fierro.
—Hasta mañana, Manolo, y gracias por todo.
—Hasta mañana, Fierro. Un beso.
—Muérete, Carlos.
—Me muero por ti, Fierro.
—Carlos. Déjale un poco en paz, anda.
—Pero si le encanta, Miguel. Es un masoca.
—¿Y qué, si es masoca? Déjale que sea como quiera…
—Ése, el rapado, que se dé la vuelta. Ah, qué pasa, Miguel. No te había reconocido. Cuánto tiempo, ¿no, tronco?
—Sí, ya ves. Mira, Manolo, te presento a Celia, no sé si la conocías. Es mi novia.
—Sí, creo que sí que ha estado alguna vez por aquí. Esperad que me seque las manos… Aquí estamos.
—Bueno, Manolo, ¿cuál es la sorpresa de la que hablaba el Fierro?
—No te lo puedo decir, porque se lo he prometido, pero va a estar muy bien. Ya veréis.
—Ya, ya te veo los ojos. Parece que las cosas se han arreglado desde la última vez que te vi.
—Ya te digo. Hoy estoy que no paro, tronco.
—Pero tú aguanta hasta mañana, que va a haber tela, ya verás.
—¿No hay que contribuir pelas?
—Eso, habíalo con el Fierro, que es el que ha pagado todo. Mañana puede ser muy fuerte, tronco.
—Pues vamos a ser los de siempre.
—Eso es lo de menos. Mejor. Yo traigo a la Joli y ésa os va a calentar la vista a todos. Bueno, basta de charlas, ¿qué queréis?
—A mí me pones un güisqui… No. Mejor nos pones un mini y unas bravas, ¿eh, Miguel?
—Sí. Yo tengo hambre.
—Bueno, pues pon un litro y unas bravas. Y otra cosa: Miguel quería hablar contigo un momento…
—¿Para qué?
—Para ver si podías pillar algo de coca.
—Es directo el chaval, ¿eh? ¿Cuánto quieres pillar?
—Tres gramos.
—Tú pásate mañana por la mañana por aquí, tronco, y ya te diré lo que hay.
—Nosotros nos vamos a sentar ahí, eh, Manolo.
—Hey, espera una cosa. Mañana, ¿a qué hora vais a ir a la fiesta?
—Yo pensaba ir como a las diez con Roberto.
—Yo es que no tengo buga, o sea que pensad en mí, tronco.
—¿Vas a estar libre mañana?
—Sí. He liado otra vez a mi primo.
—Pues no te preocupes, que quedaremos aquí.
—Seguramente somos dos, tenedlo en cuenta.
—Ya. Parece que mañana vamos a ser todo pare-jitas.
—Mejor. Así montamos la orgía, tronco.
—Bueno. Me voy a sentar allí con Miguel y su novia.
—Oye, dile al Miguel que lo de mañana no es seguro. Haré lo que pueda pero ya sabes…
—Yo siempre confío en ti, Manolo. Hala, hasta ahora.
—Manolo está puesto, ¿verdad?
—¿No le ves cómo no para de hablar y cómo lleva los ojos?
—Otro, como el Raro, que va a acabar mal.
—Bah, como dice Raro: las drogas matan lentamente, pero no hay ninguna prisa.
—Joder, Carlos, cada vez que te miro… Lo siento, pero todavía no me he acostumbrado a verte con el pelo corto. ¿Eh, Celia?
—Pero qué pesadito eres, Miguel. Se ha cortado el pelo y ya está. Sigue siendo el mismo.
—Si es que mírale. Con esas pintas que lleva parece un puto inglés…
—Miguel. Ya vale.
—Coño, no te pongas así. Más vale ser inglés que moro o negro, porque si no ahora estarías pasando caballo en la Gran Vía o ahogándote en el Estrecho de Gibraltar. Yo es que no los comprendo. Con todo el jachís que tienen allí, ¿para qué coño quieren venirse aquí, que no hacemos más que pasarlas putas para poder continuar fumando?
—Eso es verdad. Si las cosas siguen así, vamos a tener que dejar de fumar.
—Si es que esto es Europa: el cinturón de seguridad, prohibido fumar porros, prohibido sacar litros a la calle… Al final, ya veréis, vamos a acabar bebiendo horchata pasteurizada y comiendo jamón serrano cocido. Yo es que alucino. Encima, todos los españoles contentísimos con ser europeos, encantados con que la Seat, la única marca de coches española, la compre Volksvaguen, encantados con que los ganaderos tengan que matar vacas para que no den más leche… Así estamos todos con los socialistas: bajándonos los pantalones para que nos den bien por el culo los europeos, uno detrás del otro…
—Venga, Miguel. No des la charla política hoy.
—Claro, no des la charla, Miguel, no des la charla, Miguel. Tú estás en tu chaletito de la Moraleja, con tu piscinita y tu esclava, la tailandesa ésa, pero yo estoy como un cerdo currando, intentando vender seguros de mierda, y, ¿qué pasa? Que como todo va mal ahora, como no hay dinero, lo último que quiere la gente es gastarse las pelas en seguros, y yo me jodo mientras todo el dinero, ¿para dónde va? Para Europa, que está comprando el país. Y a mí eso no me gusta. Yo paso de ser europeo y paso de tener que hablar en inglés y beber horchata pasteurizada. Me niego.
—Habla menos y bebe más, Miguel, que se va a quedar calentorra la horchata. Perdón: la cerveza…
—No te rías, Celia. Si es que todo está muy mal. Mucha Expo y mucha olimpiada pero en Madrid no hay dinero.
—No, si me río de Carlos. Ya lo sabes que a mí no me hace nada de gracia, ahora que estoy intentando buscar trabajo. Es que es un círculo vicioso. Para encontrar trabajo, te piden experiencia profesional y, como no la tienes, no puedes conseguir el trabajo y no puedes adquirir la experiencia. Y así no sales nunca.
—Si me seguís agobiando con historias de trabajo, me abro.
—¿De qué quieres que hablemos? A ver.
—De sexo, de drogas y de rocanrol.
—Vale. Te voy a hablar de sexo, de drogas y de rocanrol. De sexo: resulta que tengo una novia buenísima y cachondísima, que me pone a cien y con quien me encanta follar, pero no puedo hacerlo cuando quiero porque resulta que ella vive en su casa con sus viejos y yo, con los míos, lo cual podría solucionarse si tuviera un buen trabajo. Pero de esto, claro, no se puede hablar con el señor Carlos. Hablemos ahora de drogas: me encantan, me encanta estar colocado, pero resulta que para eso tengo que tener dinero, y mi dinero no se lo pido a papá, como el señor Carlos, sino que tengo que ganármelo en el trabajo. Pero de esto tampoco se puede hablar. Hablemos ahora de rocanrol: me vuelve loco, es cojonudo, y ahora necesito comprarme un amplificador bueno, pero para ello necesito dinero, y el dinero no crece en los árboles…
—Vale, vale, Miguel, que ya agobias.
—Miguel, que vais a acabar mal.
—No, no vamos a acabar mal. Yo sólo digo las cosas tal y como las siento, y punto.
—Qué coñazo, Dios. Anda, Manolo, ponnos otra jarra.
—Miguel, no te olvides de que tienes que acercarme pronto a casa.
—No, que no me olvido, no te preocupes.
—Vamos a cambiar de tema: ¿os quedáis mañana o no?
—Sí, ¿no, Celia? Creo que nos quedaremos a ver si Manolo puede pillarnos esto, y el sábado subiremos a la sierra.
—Así, además no le hacéis un feo a Fierro, que es su cumpleaños. ¿Queréis algo más de comer?
—Yo sí tengo hambre.
—Yo estoy a régimen, pero comed vosotros.
—Celia, ¿te hacen unas patatas ali-oli?