IX

La antorcha olímpica ha llegado a Sevilla. ETA ha vuelto a plantear proposiciones de negociación política con el gobierno y se recuerda que la última bomba que pusieron en Madrid fue en Jumbo. El siguiente reportaje es sobre el problema de la droga. Los drogadictos comienzan a los veinte años y terminan a los treinta: una corta carrera llena de sombras. Un yonqui, de espaldas a la cámara, hace unas declaraciones: ahora, el que tiene billetes, se mete coca, o, si toma caballo, se lo mete con plata, lo fuma, ¿sabes? Ya cada vez hay menos que llegan a la vena. A continuación, se habla de la huelga de los camioneros franceses por la dichosa historia del carné de conducir de puntos. El año que viene, Galicia quiere conmemorar el año jacobeo. Fraga le ha pedido a Julio Iglesias que sea el portavoz ante el mundo del evento gallego.

—¡Carlos, COÑO! Haz caso a tu hermano, que te está preguntando algo.

—¿Qué quieres, tú?

—Que si me acercas a Herrera Oria, que he quedado con María.

—¿Ahora mismo?

—Dentro de media hora.

—Sí.

—Oye. Cambiad de canal, que ya ha terminado el telediario.

—Carlos.

—Ahora te acerco, pero déjame que haga una llamada primero, joder.

—No hables tan mal, Carlos.

—Que me dejes en paz, mamá.

Cojo el teléfono y llamo a Nuria González.

Hola. ¿Está Nuria, por favor?… Sí, espera, que ahora mismito se pone. ¿De parte de quién?… De Carlos… Ahora se pone, Carlos… Hola, Carlos. ¿Qué tal estás? Has tenido suerte de encontrarme porque acabamos de bajar de la sierra ahora… ¿Estás con tu novio?… Sí. Estábamos ahora leyendo una obra de teatro… Qué pasatiempos tan cultos… No seas sarcástico, Carlos… Bueno. ¿Quedamos para comer mañana?… ¿No habíamos dicho que íbamos al cine?… Sí. Pero es que he quedado para ir al concierto de Elton Yon… Ah, ya… Podemos comer juntos, de todas maneras… Sí, bueno. Yo hubiera querido que vieras conmigo la película de Telmayluis, que es preciosa, pero bueno. Otra vez será… ¿Te parece si vamos a un chino?… ¡Me encantan los chinos! Tengo muchas ganas de verte porque el otro día me encontré con Nacho… ¿Con quién?… Con Nacho Sopeña, el que juega en el Estudiantes, el hermano de tu amigo Julián, de Santander, y, bueno, estuvimos hablando de ti… ¿Ah, sí?… Sí. Eso me ha hecho pensar mucho en ti últimamente… Bueno, pues mañana nos vemos y hablamos, ¿vale?… Muy bien… Hala. Hasta mañana, Nuria… ¿Te acuerdas todavía de dónde vivo?… Sí, Colombia. Número… Número diez, sexto derecha… Colombia diez, sexto derecha… No te olvides… No me olvido. Nos vemos mañana, Nuria… Un beso y cuídate mucho.

Cuelgo.

El enano está esperándome para que le lleve.

—¿Dónde quieres que te lleve? —pregunto.

—A la Vaguada.

Le llevo a la Vaguada.

Al volver a casa, me acuerdo de que he quedado con Roberto para pillar. Le llamo.

Oye, ¿Roberto?… Sí… Que paso por tu casa a las siete y media, como habíamos quedado… Vale… Hala, hasta ahora.

En mi cuarto, me tumbo en la cama, me pongo los cascos y cierro los ojos. Últimamente tengo ideas algo macabras en la cabeza. Debe de ser por ver tantas películas de psicópatas. Comienzo a preguntarme qué se sentiría matando a alguien. Según Beitman, es como un subidón de adrenalina brutal, como una primera raya. Sonrío.

A las siete menos cinco, me ducho y me preparo para salir.

Veinte minutos más tarde, estoy dentro del escarabajo. Hace calor y tengo la espalda empapada en sudor. El puto coche no quiere arrancar y estoy pensando en llamar a Roberto, para que me venga a buscar.

A la octava intentona, el coche arranca.

Por la Emetreinta mantengo una media de ochenta. El coche petardea mucho y tengo cada vez más miedo de que me deje tirado.

Aparco enfrente del portal de Roberto, en segunda fila.

—Ya, ya bajo —suena la voz metalizada de Roberto por el telefonillo.

Minutos después, sale del portal con el caset de su coche debajo del brazo.

—Qué calor, ¿eh? ¿Dónde has aparcado? —pregunta.

—Ahí —señalo el escarabajo—. Está jodido. Mejor vamos en tu coche.

—Vale. Pero vamos a aparcar bien el tuyo.

El escarabajo arranca a la tercera. Damos una vuelta a la manzana y encontramos un sitio. El coche se vuelve a calar.

—Pues sí que anda jodidillo tu carro.

—¿Tú entiendes algo de mecánica, Roberto?

—¿Yo? Qué va. Cuando tengo alguna movida, se lo llevo al del garaje y punto. ¿Para qué te vas a preocupar de más?

Vamos al garaje donde Roberto aparca su Golf. Hace un calor infernal. Roberto pone el aire acondicionado y mete el caset en su sitio.

—Oye este grupo, a ver si te gusta —dice—. Mira qué bajo.

—Ya.

—Si es que son buenísimos. Me los grabó Ramón el otro día y ya voy a comprarme todos sus discos. A ver si tú sales del agujero en el que te ha metido Dedé, que te está comiendo la cabeza.

—¿Cómo se llama este grupo?

—Fugazi.

Roberto pregunta a dónde vamos.

—A la Ronda de Valencia.

—Ni puta idea de dónde está eso.

—Pasada la Glorieta de Atocha, tirando hacia Embajadores.

—Yo, ya sabes que más allá de Cibeles, me pierdo. Eso es otra ciudad. Eso es Madrid Sur, el reino del Atleti.

Alcalá, Cibeles, Neptuno, pasamos el Reina Sofía y nos metemos por la Ronda de Valencia hasta que llegamos al Cajamadrid.

—Aparca ya donde puedas —digo. Roberto canturrea un tema.

—Este grupo es buenísimo.

—Aparca aquí.

Estamos enfrente del Cajamadrid, apoyados en el capó de un coche. Miro el reloj: son las ocho y media en punto.

—Somos la hostia de puntuales —digo.

Herrero no está.

—¿Tú crees que lo de hoy es seguro?

—Creo que sí.

—Espero que sí porque si nos quedamos sin nada para la acampada va a ser un coñazo. Estoy harto de tanto Dyc. Encima, si no fuman, el Guille y el Fierro se ponen pesados.

—¿Se ponen violentos?

—Se ponen tontos. El Guille comienza a darle patadas a todo, sobre todo si pierde al fútbol o al futbolín.

—¿Y Fierro?

—El Fierro, ya lo sabes. Es un tío muy raro. Es masoca, y yo creo que es también homosexual…

—¿Es masoca de verdad?

—Sí. No sé si te acuerdas que ya en el colegio le pedía a todo el mundo que le pegara, que le pegaran, por favor…

—Yo pensaba que era coña.

—Como siempre ha sido un poco pringado, la peña por lo general pasa de él. Sobre todo cuando le dan puntos raros. Ayer, por ejemplo, que nos fuimos todos al Castillo a bebemos unas botellas, el Fierro pillo un pedo de porros…

—¿Bebió?

—No. Fierro no bebe nunca, fuma. Pero deja que siga: el Fierro, como te decía, se pilló tal ciego de porros que tuvo que ir a tomar un poco el aire. Yo me metí en el coche y le seguí con las luces apagadas, por si le pasaba algo, y él se puso a correr. Yo comencé a acelerar, así, en plan coña, y el Fierro, justo antes de que le atropellara, cogió y se tiró a las zarzas de un lateral. Luego salió sangrando, lleno de arañazos, y me dijo que había sido cojonudo, que lo hiciera otra vez.

—¿No sentiste ganas de atropellarle de verdad?

—No se me ocurrió, no. Fierro es mi amigo.

—Beitman lo hubiera hecho.

—Pero Beitman no tiene amigos de verdad. Por eso es como es: le faltan vínculos afectivos.

—Y tú, ¿te crees que tienes amigos?

—Pues yo creo que sí. Tú eres mi amigo, ¿no?

—Nadie tiene amigos, Roberto. La amistad es cosa de débiles. El que es fuerte no tiene necesidad de amigos. Beitman te lo demuestra.

—¿Tú piensas así?

—Mira. Por ahí viene el ex novio de mi hermana.

—No me has contestado.

Herre acaba de llegar. Botas Santiago, tupé y cinturón grandísimo con chapa de Jarlideividson. Qué tal, saluda y nos da la mano. Yo le presento a Roberto.

—¿Y Santi? —pregunto.

—El Santi, ahora vamos a su casa. ¿Venís?

Herrero comienza a andar y le seguimos.

Llegamos al portal número veinte. Es aquí, dice Herre. Subimos por las escaleras hasta el tercero y llamamos a una puerta. Santi abre, nos saluda, pasad, pasad, y nos guía por un pasillito estrecho hasta el salón. Dice: Bueno, vamos a hacernos un mai, y le da a Roberto una china para que rule. Eso es lo que hay ahora por el barrio. Luego, me hace una señal con el dedo para que me acerque.

—Ven, que te voy a enseñar mis discos.

Le sigo sin muchas ganas a su cuarto y comienza a sacarme discos: Ramones, Burning, Parálisis Permanente, Doors, Siniestro Total.

Roberto entra un poco más tarde con un porro, me lo pasa, se pone a hablar de discos con Santi.

—El mejor disco de música española de la época. Fíjate en la fecha, el ochentaitres, y dime quién hacía una música así en España, ¿eh? Nadie.

—¿Quieres que lo ponga?

—Sí, venga. A mí lo que me flipa es esa guitarra siniestra…

Santi pone un disco de Parálisis Permanente.

—¿Qué es esto, Santi? Suecabisexualbuscasemental.

Herre acaba de entrar con una cinta de vídeo en la mano.

—Una de las cintas porno que tiene el jefe por ahí.

Roberto me mira y hace un gesto de exasperación.

—Bueno, Santi, ¿vamos a poder pillar hoy? —digo.

—Tranquilos, muchachos, tranquilos. Esperad aquí, que voy a llamar un momento para preguntar por el menú. ¿Cuánto era lo que queríais?

Vamos al salón.

Roberto y yo nos sentamos en el sofá. Santi está telefoneando desde la cocina. En la tele, sale Maribel Verdú en un programa.

—Bah. Esa tía es una birria —comenta Herre.

—¿La conoces?

—Sí. Bueno, no. Quiero decir, no personalmente. Yo le daba clases a su hermana. Viven allí al lado del Vicente Calderón, sabes, y un día voy y me abre Maribel Verdú. Yo ni me di cuenta de que era ella hasta que me lo dijo su hermana y desde luego no era nada del otro mundo, sabes. La vi recién salida del baño en bata, y era como una niña pequeñita…

Santi entra en la habitación.

—Bueno, van a ser cinco, los doce gramos. Diez, los veinticinco. ¿Os hace?

Roberto dice que sí.

—Pues venga. Uno de los dos que se venga conmigo.

Los dos nos levantamos y Santi se ríe:

—Con uno basta, que tres somos multitud.

Roberto me dice que vaya yo.

—Bueno, ahora volvemos —dice Santi.

Roberto y Herre se quedan viendo la televisión.

Santi coge una bolsa de basura y me da una botella vacía de sidra. En la calle, abre uno de los contenedores de basura del portal y tira la bolsa. Yo tiro la botella.

—Podías haber esperado a que pasáramos un contenedor de vidrios, ¿no?

—No me he dado cuenta. Lo siento.

—Anda, vamos primero por aquí. Dime. ¿Qué tal está tu hermana?

Entramos en un bar. Santi le susurra algo al de la barra pero éste dice que no con la cabeza. Nos metemos en un cuarto pequeño donde hay una máquina de dardos. Santi echa un par de monedas de cien, los marcadores se encienden.

En ese momento entran dos yonquis.

—Joder, ya está éste. Te pasas aquí todo el puto día. Venga. Si acabáis de empezar. Vamos a jugar todos juntos, colega.

Santi sonríe y dice que no con la cabeza.

—Vamos a jugar sólo una.

—Bueno, pues nosotros estamos fuera. Nos avisas cuando termines.

Santi le agarra a uno por la camiseta y le pregunta algo. El yonqui dice que no con la cabeza.

Quince minutos más tarde, estamos fuera. Es de noche y seguimos caminando.

Son las nueve y cuarto. Comienzo a mosquearme y le pregunto a Santi que dónde vamos.

—Al Botas —me dice.

Llegamos a una plaza.

—¿Qué plaza es ésta? —pregunto. Santi me mira sorprendido.

—Lavapiés —dice, y añade—: A los yonquis que te ofrezcan costo, ni mirarles.

Los yonquis se agrupan en torno a nosotros. Costo, costo, chocolate, jaco, jaco, anfetas. Hay uno que está vomitando, todo pálido, apoyado en una farola.

Pasamos sin mirarles.

—¿Has visto al de la farola, Carlos? ¡Qué fuerte! A un pinchado con un mono así le vas a pillar… ¡Anda ya!

Entramos en un garito que se llama El Botas.

Suenan los Ronaldos: TENDRÍA QUE VIOLARTE Y DESNUDARTE Y LUEGO, LUEGO, BESARTE, HASTA QUE DIGAS SÍ, HASTA QUE DIGAS SÍ.

El camarero, un tipo con patillas, me pregunta qué quiero beber. Pido un tercio.

—¿Hay algo? —le pregunto a Santi.

—Espera —Santi saca una china y se pone a rular.

ERA UNA CHICA MUY MONA QUE VIVÍA EN BARCELONA, CUANDO ESTÁBAMOS EN CAMA UH ME BAILABA LA SARDANA… DE LA CIUDAD CONDAL TÚ ERES PERO A MÍ TÚ NO ME QUIERES… Mientras suena una canción de Siniestro, un tipo gordo con coleta entra en el bar y se pone a hablar con el camarero.

—Dame las pelas —me dice Santi al oído y se acerca a él. El gordo le da una piedra envuelta en celofán, le da un toque en el hombro, a modo de despedida y se va.

—Bueno, ha habido suerte —dice Santi—. Venga, que el Herre y tu colega estarán ya de mala hostia.

En casa de Santi, Roberto y Herre están sentados, viendo una peli porno.

—¡Ya era hora! Anda que no habéis tardado —exclama Roberto.

—Bueno. Habrá que probar el material —dice Santi, siempre sonriendo.

—Es el mismo que tú tienes, ¿no Santi?

—Sí. Cero de Marruecos. De lo mejorcito que se puede encontrar en Madrid.

—Al menos habrá merecido la pena esperar… Pásame el mechero, anda.

—Toma, coño, y deja de gruñir. Ya tienes para tu acampada mañana.

Roberto se pone a rular.

En la tele hay una escena de lesbianas: una rubia se está dejando comer el chocho por una morena. Un viejo las mira desde una silla de ruedas. Ahora aparece un tío por detrás de la morena y le da por el culo mientras la rubia le sujeta por los pelos y sonríe sádicamente.

—¿Quién es el viejo? —pregunto.

—Es una movida muy rara. El viejo está casado con la morena, que es lesbiana, sabes, y que está enamorada de la rubia. Y ésta, a su vez, está enamorada del hijo del viejo. Un follón, ya ves. El viejo, lo que pasa, es que se ha quedado impotente y les observa pero no puede empalmarse…

—Menuda putada. ¿Os imagináis?

Roberto se ha hecho una ele.

—Fumar es lo mejor del mundo —dice—. Hace un momento estaba acordándome de vuestras madres, de lo nervioso que estaba, y ahora, con un par de caladas, ya me siento de lo más pacífico y tranquilo, en paz con todo el mundo.

La película se ha terminado y Herre cambia de canal con el mando a distancia hasta que deja un reportaje sobre el Tur de Francia.

—Si es que el Induráin es la hostia. Va a ganar el Tur, seguro.

—Les sacó más de cuatro minutos a todos en la contrarreloj.

—Sí. Si hasta dobló al Fiñón y a otro. Doblarles, no sé si te das cuenta, sabes. Y el Fiñón chupándole rueda como un cabrón, sabes. El juez detrás dándole luces pero el tío ahí, pasando a tope. Le ha debido de caer una multa del copón.

—Oye, Carlos, yo he quedado con éstos en el Kronen antes de las once.

—Siempre estás igual, Roberto.

Nos despedimos de Santi y de Herre.

Al salir, vemos a una vecina en el pasillo que nos espía a través de una puerta entreabierta. Le saco la lengua y la puerta se cierra. Roberto se ríe.

En el coche, Roberto me pregunta cómo hemos tardado tanto.

—El Santi, que me ha llevado por medio Madrid —digo—. Pero ya tienes costo para mañana, ¿no?

—Tienes razón.

—Bueno. Yo creo que a mí me dejas en mi coche y me voy a casa.

—¿No quieres entrar en el Kronen? Está Fierro, que hace tiempo que no le ves. Podemos darle una paliza.

—Se la damos otro día, cuando no esté tan cansado. Hala, Roberto, yo me abro. Llámame cuando vuelvas de la acampada.

—Vendremos el miércoles por la mañana. Te llamo después de comer, si quieres.

—Vale.

—Ah, y lo de la película ésa del otro día, ¿era verdad? ¿Podrías conseguirme una?

—Lo siento, Roberto, pero no conozco a nadie que las pase.

El escarabajo arranca bien. Petardea pero mantiene los ochenta por hora. Al llegar a la Moraleja, vuelve a calarse. Esta vez no arranca y lo tengo que aparcar en punto muerto. Por suerte, estoy muy cerca de casa. Al salir del coche, tambaleándome, sólo pienso en dormir.

Los viejos no están, qué raro.

Le pregunto a mi hermano, que está viendo la tele, dónde se han ido.

El enano dice que se han ido a llevar al abuelo al hospital porque está muy mal.

—Creo que se va a morir —me explica.

Me voy a mi cuarto.

Estoy muy tostado. Todo el cuerpo me pesa y, según caigo sobre la cama, me duermo inmediatamente. Con ropa y todo.