—Entonces, ¿le escribiste una carta?
—Sí, pero seguro que ni la leyó. Carlos odia las cartas. Dice que son anacrónicas y que sólo los sentimentales escriben cartas. No sé por qué se la envié pero es que no podía más…
—¿Por lo de Fierro?
—Sí, eso es. Aquello me impactó mucho, no sé. Todavía no comprendo cómo pudo marcharse. Estábamos todos en el hospital esperando y Fierro se estaba muriendo. Habíamos quedado y, después de esperar dos horas, voy y llamo a su casa…
—Y no estaba.
—Eso es. ¡No estaba! Se había ido a Santander, me lo dijo su hermana.
—Y luego, ¿no vino al funeral?
—No, no vino.
—Entiendo.
—No. Usted no lo entiende. Carlos tiene una manera muy particular de ver las cosas. Si hubiera venido, se hubiera descojonado al ver las caras que poníamos todos. Nos hubiera dicho que éramos unos blandos, unos débiles…
—Sí, Roberto. Todo eso está muy bien, pero tú no debes dejar que siga influenciándote…
—Ya lo sé, ya lo sé, ¿pero es que no lo entiende? Yo le quería, yo…
—Eso es algo que ya está pasado, que tienes que superar, Roberto.
—No sé si puedo. Fue algo, no sé, no sé cómo explicarlo… Estábamos todo el día juntos, yo creía que éramos amigos. No quería romper eso, no quería que me mirase de manera rara, ¿sabe? Eso es lo que he intentado toda mi vida. Por eso nunca les he contado a mis amigos cómo era, ni lo que sentía…
—Pero eso no está bien. Tienes que aprender a aceptarte como eres. A no avergonzarte.
—No. Si no es que me avergüence. Pero usted no les conoce. No me aceptarían. Se pasarían el día riéndose de mí y no sería lo mismo.
—Pero no puedes seguir escondiéndote siempre, encerrándote…
—Eso es lo que hace Carlos. Se encierra, se encierra, nunca dice lo que siente, es como…
—Mira. Vamos a dejar de hablar de Carlos y vamos a hablar de ti.
—¿De mí?
—Sí. De ti.
—Es que todavía no puedo dejar de pensar en él. Sobre todo después de lo que pasó en la fiesta de Fierro.
—¿En la fiesta de Fierro?
—Sí. Salimos al jardín, íbamos a espiar a Pedro, que estaba con su novia…
—Pedro es otro del grupo, ¿no?
—Sí, pero este año se ha echado novia y no ha venido mucho con nosotros.
—Sigue.
—Pues Carlos y yo estábamos algo puestos. No sé. Le estábamos viendo a Pedro con su novia, nos excitamos y entonces él comenzó a tocarme…
—¿A tocarte?
—Sí, a tocarme, a masturbarme, a hacerme una paja…
—Esto no me lo habías dicho antes, Roberto.
—Es que es demasiado personal, ¿comprende?
—Sigue.
—Para mí, el que me quisiera tocar era maravilloso, no podía resistirme. Pensé que al fin se había dado cuenta. Me engañaba. Él nunca me quiso, al menos no como yo le quería. Me di cuenta en cuanto quise besarle y él me dijo que era de julandrones. Sentí tanta vergüenza…
—No tienes que avergonzarte nunca de ti mismo. Los criterios de tu amigo son aplicables a su conducta, pero no a la tuya…
—Ya. Ya lo sé. No sé lo que me pasaba. Estaba fascinado con él. Todo aquel mundo en el que vivía, hablando siempre de psicópatas… Eran sus héroes. Aquella película, Jenriretratodeunasesino, la veía cada dos días y siempre me hablaba de Pat Beitman…
—Tu amigo era un poco obsesivo.
—¿Un poco? Cuando encontraba un disco que le gustaba, se pasaba meses oyéndolo, sin cambiar. Y ni siquiera entero: ponía las dos canciones que le gustaban una y otra vez.
—¿Y después de la fiesta?
—Ya no volví a verle. Se fue a Santander. No podía creérmelo. De verdad. Me quedé blanco cuando me lo dijo su hermana. Fui estúpido, ya lo sé, pero me había hecho ilusiones a pesar de todo.
—¿Ilusiones?
—Sí. Construía pequeñas fantasías con él. Al principio no era más que algo muy abstracto, ¿sabe? Hacía con él lo mismo que con cualquier otro que me gustara. Lo desnudaba en mi mente. Me imaginaba situaciones y conversaciones. Inverosímiles, desde luego, pero es que a fuerza de encerrarme, esas fantasías eran mi única salida, ¿comprende? Eran mi pequeño secreto, un residuo de libertad fuera del opresivo círculo del grupo…
—Quizás si hablaras con tus amigos…
—¡Ellos, qué van a comprender! Usted no los conoce. Con ellos no se habla nunca. Cuando salimos, contamos chistes, decimos tonterías, burradas, hablamos de tías —eso siempre— pero nunca hablamos de nosotros. No sé. Llevamos toda la puta vida juntos, desde el colegio, y es como si no nos conociéramos en absoluto. No nos contamos nunca nada. No comunicamos, ¿comprende? Por eso vengo a verle, para poder contarle a alguien mis movidas.
—Eso siempre es bueno.
—No podía más. Después de que se muriera Fierro, lo pasé fatal. Me levantaba por las noches sudando. Tenía pesadillas en las que veía a los padres de Fierro gritándome: «asesino», «asesino»…
—No tienes que darle más vueltas al tema. Fue un accidente.
—¡No! ¡No fue un accidente! Nosotros le atamos y le forzamos a beber aquella botella. Sabíamos perfectamente que no podía beber, fue por eso. Carlos tuvo la idea. Fue él el que continuó. Incluso cuando intentamos pararle. Pero él estaba como fuera de sí. Y luego, cuando llamamos a la ambulancia, cuando quisimos darle a Fierro una ducha de agua fría, él le golpeó la cabeza contra el lavabo. Si no le paramos, le hubiera destrozado la cabeza. Yo nunca le había visto así. Eran sus ojos: quería matarle, estoy seguro. Y luego se volvió loco, gritando que nos odiaba a todos, que éramos unos débiles, que yo era un maricón de mierda…
—Lo que me estás diciendo es muy serio, Roberto. ¿No crees que deberías contarle esto a la policía?
—¿Para ir a la cárcel?
—Para tener la conciencia tranquila.
—Lo he estado pensando mucho pero…
—Bueno. Sigue.
—Es que tenía que contárselo a alguien. Me quemaba por dentro. Por eso le escribí a Carlos. Me sentía tan mal, tan frágil. Tenía miedo, mucho miedo.
—¿Miedo de qué?
—De todo, no sé. Antes de que pasara lo de Fierro, yo estaba atrapado en el juego de Carlos. Me había ido endureciendo, estaba fascinado con la violencia, con la muerte, con el sufrimiento. Todo eso me ayudaba a sobrellevar mis frustraciones. No sé si me comprende.
—Sí.
—Un día nos subíamos a los andamios. Otro, cogíamos el coche y nos poníamos a correr. Una vez hasta hicimos el suicida.
—¿El suicida?
—Nos metimos en dirección contraria en una calle.
—¿No os denunció nadie?
—No. Era de noche y no fue mucho tiempo. Pero yo lo pasé muy mal, sobre todo porque Carlos no hacía más que llamarme marica y decirme que no tenía cojones. Yo no sé si lo sabía ya. La verdad es que nunca comprendí por qué me besó aquel día en el concierto…
—¿Te besó?
—Sí. Pero tuve que rechazarle. Estaba pedo. Era por hacer la tontería, por transgredir, o quizás para humillarme, no lo sé. La cuestión es que, a partir de ese día, las pequeñas fantasías de las que le he hablado comenzaron a concretarse…
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que dejaron de ser tan abstractas, que ya tenía una situación real para localizarme y sobre la que elucubrar. A partir de aquel día comencé a construirme un verdadero cuento de hadas. Entré en un estado de excitación continua. Le miraba con ojos diferentes y llegué a engañarme completamente. Si lo pensaba racionalmente, estaba seguro de que él no me quería. Él no quiere a nadie, ¿comprende? Para él, eso es cosa de débiles. Yo creo que nunca se ha enamorado, que no ha tenido una educación sentimental, ¿sabe? Porque él es verdaderamente así. Es muy frío y trata fatal a todas las tías. Bueno, había una por la que se preocupaba más que por las otras, pero yo creo que era porque ella pasaba de él. Una cuestión de orgullo, algo así. No sé si seguirá con ella o no. En todo caso, él no cambiará.
—Él no es lo importante aquí. La persona importante eres tú. Tú, al menos, sí has cambiado, has evolucionado.
—Sí. He descubierto el miedo.
—¿El miedo?
—Era lo que intentaba explicarle. Antes hacía muchas locuras, en especial con el coche. A partir de la muerte de Fierro, comencé a tener miedo…
—Explícate un poco más.
—No sé. Siento la presencia de la muerte en todos lados. Cuando me meto en el coche, tengo que ponerme el cinturón. Soy incapaz de ir a más de ochenta y no hago más que pensar en que, con un simple volantazo… Siento vértigo, pánico. Cuando salgo al balcón, tengo que gritar y agarrarme. La tentación de tirarme es fortísima. Hay una voz interior que me instiga continuamente. Cuando cojo un cuchillo tiemblo: la voz me dice que me lo clave en el ojo. Es algo completamente irracional, ¿comprende?
—¿Piensas mucho en Fierro?
—Sí. Siempre pensé que era homosexual aunque nunca llegamos a hablarlo. Pero él era diferente, era femenino, ¿entiende? Era la víctima propicia. En el fondo no se le puede culpar a Carlos. Fierro se lo buscaba. Hasta se excitó mientras le atábamos…
—¿Se excitó?
—Sí. Era masoca, todos lo sabíamos. Me acuerdo de que en el colegio nos pedía que le pegáramos. Le encantaba provocar. Una vez, Carlos y yo le cogimos por los pies y estuvimos a punto de dejarle caer por el hueco de la escalera. Y Fierro se reía. No se dio nunca cuenta de lo cerca que estuvo de que le pasara algo. Luego nos dio la coña durante varias semanas para que lo repitiéramos…
—¿Fierro era también del grupo?
—Sí. Nos conocíamos todos del colegio. Fuimos juntos al Liceo Francés.
—¿Y Carlos?
—Carlos también era del grupo, pero iba un poco por libre, sobre todo con las tías. Siempre se buscaba líos raros. Ahora volverá a Madrid. No sé lo que va a pasar. Supongo que llamará, pero yo no puedo verle después de lo que ha pasado. Al menos, no como antes.
—No tienes por qué.
—Es parte del grupo. Vamos con la misma gente. La verdad es que todavía no he hablado con los otros. Es decir, en profundidad. Me da rabia porque es como si no hubiera pasado nada. Nadie quiere hablar del tema, a nadie parece haberle afectado demasiado. En el funeral estuvieron todos: Miguel, Pedro, David, Guille. Incluso el camarero del Kronen, que no pintaba nada.
—¿Es amigo vuestro?
—Bueno, sí. Le conocemos de ir al Kronen. Nos pasa coca, pero no es uno de los nuestros, no es del grupo.
—Ya.
—Los del grupo lo sabían todos, incluso David y Guille, que habían venido para la ocasión. Era como un pacto mudo uniéndonos. Nadie cambió la versión que habíamos acordado. Dijimos que estábamos en la fiesta y que Fierro, extraordinariamente, porque era su cumpleaños, se emborrachó como todos. Nadie dijo nada de los tripis. Yo limpié el embudo y lo dejé en su sitio. Nadie sospechó nada. Y los padres de Fierro estuvieron encantadores, para agravar las cosas. Yo no podía dejar de sentirme culpable, era increíble lo mal que me sentía…
—Sigue.
—He intentado convencerme de que ha sido un accidente, de que no he sido yo, de que fue Carlos, pero el sentimiento de culpabilidad no me abandona. Sé que es estúpido, pero tengo la impresión de que Fierro ha sido la víctima de nuestros jueguecitos mentales. Matar a alguien era una idea que Carlos tenía metida en la cabeza desde hacía tiempo. Aquello le excitaba y no dejaba de darme la coña. Sobre todo después de leer Americansaico.
—¿Eso qué es?
—Un libro. Un libro cojonudo. La única novela que Carlos soportaba. Me influenció mucho en una época. Bueno, nos influenció a todos. Todo aquel rollo que llevábamos nos embruteció tanto que a nadie le pareció rara la idea de Carlos. Yo creo que si Carlos nos hubiera propuesto matarle, tampoco nos hubiera extrañado nada. Creo que lo hubiéramos hecho. Siempre hablábamos de darle una paliza un día, aunque nunca lo hacíamos. No sé, el rollo era mental más que real. Pero el resultado es el mismo: hay un muerto.
—Roberto, ¿estás seguro de que quieres seguir contándome esto?
—Imagínese que es una novela, o una mala película… Eso era lo que Carlos decía siempre: que la vida era como una mala película. Le encantaba el cine…
—Creo que ya ha terminado la hora, Roberto…
—Nos veía a todos como si fuéramos personajes de una película, de su película. Pero él era como si no estuviera ahí. No le gustaba vincularse afectivamente…
—Roberto. No tienes que hablar tanto de Carlos. Tienes que centrarte más en ti y borrar su influencia, que ha sido claramente negativa.
—Sí, sí. Perdone.
—Vamos a tener que terminar, Roberto.
—Sí, sí. ¿Nos vemos la semana que viene?
—El mismo día, a la misma hora.
—Ya le contaré si le veo. Creo que Carlos vuelve el lunes a Madrid. Seguramente le veré en el Kronen.
—No quiero presionarte, Roberto, pero no creo que sea una buena influencia para ti.
—No sé cómo voy a reaccionar al verle.