II

CARLOS. DESPIÉRTATE, QUE SON LAS DOS.

Abro los ojos con cierta dificultad y contesto con un gruñido.

SÍ, SÍ, SIEMPRE AHORA VOY, AHORA VOY, PERO HASTA QUE NO SE OS SACA DE LA CAMA, NADA.

Mi madre levanta las persianas de mi cuarto.

DESPIERTA YA, ¡AHORA!, ¿ME ENTIENDES?

La vieja me arranca la almohada de entre los brazos.

—Estoy en VERANO —protesto. Este año no me ha quedado ninguna para septiembre. No tengo NADA que hacer durante tres meses.

La vieja sale de la habitación y yo vuelvo a cerrar los ojos. Tengo algo de clavo y no puedo recordar con mucha nitidez qué pasó la noche anterior. Sólo me han quedado algunas imágenes inconexas sin ninguna relación clara entre ellas. Recuerdo la escena de las putas y sonrío. Luego, con un esfuerzo, abro los ojos, consigo levantarme y me arrastro hasta el cuarto de baño.

—¡Y ORDENA TU HABITACIÓN!

Me siento en el váter y echo una pesa ligeramente descompuesta.

Nadie habla durante la comida porque estamos todos viendo el telediario.

Parece ser que Mitterrand se ha ido a Serbia, donde la ONU ha abierto un aeropuerto, y que los americanos van a intervenir. Para mí que debieran dejarles matarse entre ellos. El telediario, sin guerras, no sería lo mismo: sería como un circo romano sin gladiadores. Ahora sale Pujol haciendo unas declaraciones en catalán.

Cuando termina la comida, los viejos se van a dormir una siesta.

—Si llama alguien, estamos durmiendo —dice el viejo.

Yo también decido echarme una siesta.

Una vez tumbado en la cama, me hago una paja pensando en Amalia y duermo un par de horas. Tengo la cabeza muy cargada.

Al despertar, me siento mucho mejor y pongo el compact de Dedé. Lo escucho un rato hasta que mi padre abre la puerta, en pijama, y grita:

—¡Coño, Carlos! ¡Ten un poco de consideración con los demás, que todavía estamos en la cama! ¡Baja un poco la música!

Me levanto de mala gana, quito el compact y me pongo los cascos.

Poco después, la fili entra y dice algo. Debe de ser el teléfono. Le doy al estop y pregunto:

—¿Quién es, Tina?

—Es Ribeca.

Me quito los auriculares.

En el salón, le digo al enano que baje el volumen de la tele mientras hablo por teléfono.

¿Sí? ¿Quién es?… Hola, Carlos, que soy yo. Ya puedes irte viniendo para mi casa porque ya estoy buenísima y tengo unas ganas locas de tocarte la polla, ¿me oyes, mi niño?… Sí… Pues vente esta misma tarde… No sé si… No, no sé, no, que hace casi un mes que no te veo y que no folio, ¿te vienes o no te vienes, mi niño?… Sí, sí. Me pasaré por tu casa como a las ocho… Y puedes traerme algo de costo, ¿eh, mi niño?… Haré lo que pueda… Pues te espero, que hoy estoy de lo más cachonda. No me ha quedado ninguna cicatriz, ya verás, Carlos.

Cuelgo.

Llamo ahora a Miguel, pero su madre me dice que está en Cercedilla y que no baja hasta el lunes.

Llamo después a Rodrigo, que es un camello de la Moraleja, y quedo con él a las siete y media.

También llamo a Roberto para comentar el ciego del día anterior y, de paso, le pregunto si sabe algo de Miguel: …Está con su novia en Cercedilla… ¿Sabes si tiene costo?… Me ha dicho que mañana va a pillar doscientos gramos. Me tiene que llamar para que le dé las pelas… Dile que me pille a mí también, ¿vale?… Yo se lo digo en cuanto me llame… Si queréis, os acompaño a pillar… No, no hace falta, Carlos, Miguel siempre va solo. Dice que al Niñas no le gusta que vaya nadie que no conozca porque ahora están las cosas muy chungas, sobre todo desde que está el Matanzo… Cada vez somos más europeos… Ya ves… Bueno, Roberto, llámame en cuanto hables con Miguel, ¿vale?… Sí, pero espera, ¿qué vas a hacer esta tarde?… He quedado con Rebeca… ¿Con la yonqui esa?… Sí, con ésa… En ese caso, supongo que hoy no te veré… No creo, no… Pues entonces hasta mañana, y ten cuidado con el Sida… Hasta mañana, Roberto.

Cuelgo.

—¡YA ERA HORA! —dice mi hermana.

Le digo que no me grite, que tengo dolor de cabeza.

—¡YA!, ¡LA RESACA! ¡ASÍ TE GASTAS EL DINERO DE MAMÁ Y PAPÁ, EN COPAS!

Me voy sin hacerle demasiado caso. La gorda siempre está igual.

En el salón pongo el vídeo.

Jenriretratodeunasesino es mi película favorita.

La película está ya empezada: Jenri y Otis se han ido a comprar una televisión. El dueño de la tienda está a punto de echar el cierre, pero les deja entrar y les recomienda televisiones hasta que, cansado de tanta indecisión, les pregunta cuánto dinero tienen. Jenri le clava un destornillador en la mano y empieza a acuchillarle mientras Otis, riendo, le estrangula con un cable. Luego, cogen la televisión más cara y una cámara de vídeo, y se las llevan a casa. Desde entonces, se dedican, en su tiempo libre, a filmar sus matanzas. Esto dura hasta que, un día, Jenri vuelve a casa y ve a Otis violando a su hermana. La cerda está gritando, con el vestido desgarrado. Otis, encima de ella, tiene los pantalones bajados. Jenri se pelea con Otis; la cerda coge un peine y se lo clava a Otis en el ojo. Jenri, con el mismo peine, termina de rematarle, calma el histerismo de la cerda y le dice que le deje pensar. ¿Qué vamos a hacer?, ¿qué vamos a hacer?, grita la cerda. Jenri mete el cuerpo de Otis en la bañera, lo corta en pedazos con una sierra y lo mete en una bolsa de basura. En la escena siguiente, él y la cerda entran en el coche, se paran en un puente y tiran la bolsa de basura al río. La hermana de Otis, que está enamorada de Jenri, le pregunta qué van a hacer ahora. Jenri dice que su familia tiene un rancho en California donde pueden vivir tranquilos. En la radio suena una canción que los subtítulos traducen como: te enamoraste del hombre equivocado. Los dos llegan a un motel. Por la noche, Jenri, antes de apagar la luz, dice que deben acostarse ya porque al día siguiente tienen que levantarse temprano. La escena cambia: por la mañana, Jenri sale solo del motel, con una maleta en la mano, y se mete en el coche. Después de conducir un rato, se para en el campo, abre el maletero, saca la maleta y la tira en una zanja. La película termina con la toma del coche de Jenri que se aleja mientras una voz en off dice: ¡te mataré!

Mi hermana entra en el salón y dice que me llaman por teléfono. Pregunto quién es.

—Rebeca.

—Dile que no estoy.

—Jo, Carlos, no seas cabrón. Estoy harta de mentirle a la gente por ti. Yo no le voy a decir que no estás.

—Pues yo no me voy a poner —digo mientras rebobino la película. Quiero volver a ver la escena en la que Otis viola a su hermana.

Cuando termina la escena apago el vídeo y me voy a duchar.

A las siete y veinte paso por la casa de Rodrigo y le pillo seis gramos. Luego paso por la gasolinera de la Moraleja y le echo quinientas pelas al coche, lo justo para que mañana no quede ni una gota y mi hermana tenga que llenar el depósito.

Pillo la Emetreinta y entro por Plaza de Castilla. La Castellana está más o menos bien hasta el Corte Inglés. Tardo media hora en llegar a la Glorieta de Cuatro Caminos y comienzo a estresarme. Un peseto se para delante de mí, obligándome a pegar un frenazo. Pito con mala hostia y el taxista me hace un gesto obsceno con la mano.

Rebeca vive en Cea Bermúdez, en casa de su vieja.

Aparco en un paso de cebra frente a su portal y llamo al telefonillo. La voz de Rebeca, algo ronca, pregunta: ¿quién es? La puerta se abre.

Dentro, el portero me pregunta a dónde voy. Le contesto en el tono más desagradable posible y me meto en el ascensor.

Subo hasta el quinto piso.

Rebeca me abre la puerta.

—Mírame. ¿Has visto? No me queda ni una marca. Dame un beso, mi niño. ¿Me has traído algo? Saco la piedra del bolsillo y se la doy.

—Pasa al salón. He alquilado una película cojonuda. ¿Te gustan estas bragas moras que me compré en Marruecos?

Rebeca está descalza. Lleva puestas bragas moras y una camiseta rota recortada por encima del ombligo. Su rostro, algo amarillento, tiene más arrugas en torno a los ojos que la última vez que la vi. En el vientre, asomando debajo de la camiseta, tiene un tatuaje: una serpiente que le sale del pubis.

En el salón, Rebeca rula un porro.

—¿Te gusta Lanaranjamecánica? —pregunta.

Yo le digo que es una de mis películas preferidas, un clásico de la violencia. Mi escena favorita es cuando Alex y sus amigos están violando a la mujer del escritor. Alex corta con tijeras el traje rojo de la cerda mientras los otros sujetan al escritor, obligándole a mirar. Alex está cantando Aimsingininderein y le da patadas al compás de la música.

Rebeca sonríe y dice:

—¿Te gusta eso, eh?

Rebeca va a poner el vídeo, pero los lloriqueos de su hijo la distraen.

—Joder con el cabrón. Ya se ha despertado —dice frunciendo el ceño. Me pasa el porro y sale de la habitación.

En la tele hay una entrevista con Bibi Andersen.

Rebeca vuelve a entrar con el bebé en brazos. Mira la tele y dice algo de una generación de los ochenta, Almodóvar, la movida, Alaska, la Tripulación y las tonterías de siempre… Luego, se sienta en el sofá.

—Mira, Yan, mira, cabrón. Éste se llama Carlos. Es un amigo. Salúdale, salúdale. Di: hola Carlos, hola Carlos…

Yan mira al techo.

—Es curioso que no le gustes a Yan. En general le caen bien todos mis amigos.

—A mí tampoco me gustan los niños.

—Bueno, mi vida, no te pongas así. Venga, Yan, vamos a dormir.

Rebeca lleva el bebé a su cuarto. Cuando vuelve, me pregunta si quiero beber algo. Sí, güisqui.

La película comienza con un primer plano del ojo con pestañas postizas de Alex. La cámara se aleja poco a poco hasta que se ve a Alex con sus tres groguis sentados en un bar futurista. Los cuatro están vestidos igual: llevan monos blancos con coquillas de plástico por fuera del traje. Alex sujeta una porra negra y mira fijamente a la cámara.

Rebeca entra con una botella de Passport y dos vasos. Deja la botella en la mesa y, al sentarse, se derrama un poco de güisqui sobre su pierna.

—Mierda —dice.

Yo me acerco a su rodilla y paso la lengua por donde ha caído el güisqui. Luego, mientras ella me acaricia el pelo, le quito las bragas moras y le beso los muslos hasta que llego a la entrepierna. Separando con la lengua los labios del sexo, le lamo el clítoris. Las piernas de Rebeca están ahora abiertas y en tensión, sus pies apoyados sobre mis hombros. Mi mano izquierda, pasando por encima del vientre, mantiene bien abiertos los labios vaginales entre los que se mueve mi lengua mientras le meto los dedos de mi mano derecha en el coño y en el culo. El vientre de Rebeca comienza a contraerse y la cerda se corre. Grita: sigue, sigue, sigue, cabrón, me agarra de los pelos y aplasta mi rostro contra su coño. Cuando me incorporo, me limpio la cara con la camiseta. Rebeca está jadeando sobre el sofá y su vientre todavía se contrae un par de veces.

Algo más tarde, ella me quita la camiseta y me desabrocha los pantalones.

—Ahora te toca a ti, mi niño —dice.

Intento ver la película un rato (Alex y sus colegas se están pegando con otra banda en el escenario de un teatro vacío), pero Rebeca me dice que cierre los ojos. Me come la polla hasta que me empalmo, me pone un condón y me ayuda a quitarme las botas.

—Ven. Vamos a follar en el suelo —dice.

Poco después, estamos los dos desnudos en el suelo. Rebeca, en cuclillas encima de mí, me acaricia los huevos con la mano. Cuando cambiamos y yo me pongo encima de ella, me clava las uñas en los brazos y grita: más fuerte, más fuerte. Yo levanto sus piernas hasta apoyarlas en mis hombros y la penetro lo más profundamente que puedo. Ella me coge de los pelos y, con los ojos cerrados, se muerde los labios gritando: así, así, ah, ah, me voy a correr, me voy a correr, me corro, me corro, me estoy corriendo. Sudando, mantengo el ritmo hasta que Rebeca deja de gemir, dice, para, para, y me mira sonriendo. Yo le indico que se dé la vuelta. No, Carlos, que tengo que descansar un poco, que ahora hace daño. No, por ahí no, de ninguna manera, que no me apetece. No, mi niño. Ay, qué cabrón eres, qué cabrón, al menos ten cuidado, ten cuidado, joder. No tan rápido mi vida, ah, que me haces daño, me estás haciendo daño, joder ten cuidado, ah, ah, ah. Hijo de puta, cabrón. Ah, ah, ah, no tan rápido, mi vida, que me haces daño, hijo de puta, hijo de puta. Cuando estoy a punto de correrme, me doy cuenta de que la película ha llegado a mi escena preferida. Alex está violando a la mujer del escritor. Rebeca gime debajo mío y el orgasmo es bastante prolongado. Me quedo todavía unos instantes dentro de ella y luego saco mi miembro bruscamente. Ay, ten cuidado al salir. Hijo de puta, espero que te haya gustado. Rebeca refunfuña un poco, pero yo ya estoy viendo la película y no la hago mucho caso. Si hasta he sangrado un poco, espero que al menos tu condón no se haya roto. Alex ha entrado en la casa de la veterinaria de gatos. En la sala en la que están, hay varias esculturas de pollas. Una, en especial, es inmensa. Alex la coge y se acerca a la veterinaria sonriendo. La cerda tropieza, cae al suelo. Alex la golpea en la cara con la polla gigante. Me has hecho daño, ¿sabes? Otra vez lo hacemos a mi ritmo y como yo diga. ¿Me oyes? Alex sale de la casa y sus amigos, que le están esperando fuera, le rompen una botella en la cara. Alex cae al suelo llorando, se tapa la cara ensangrentada y grita: ¡traidores! Una sirena de fondo anuncia que la policía está a punto de llegar.

—Yan está llorando, ¿quieres ir tú a calmarle?

—No. Es tu hijo, es tu problema. Cálmale tú.

Rebeca sale de la habitación murmurando algo. Yo rulo un porro y miro las fotos del salón. Hay una de Rebeca más joven, en cuclillas, con botas altas y chaqueta vaquera sin mangas. En otra, un tío sonríe estúpidamente.

—Es el padre de Yan —dice Rebeca, que acaba de entrar.

—¿Por qué le pusiste un nombre tan exótico?

—Soy budista.

Rebeca tiene en su habitación un Buda pequeñito rodeado de velas y de fotos de un viejo que se parece al chino de Karate Kid.

Rebeca se viste.

—Sabes. A lo mejor me voy a Italia, a un monasterio budista —dice.

—Bah, eso del budismo es algo ya un poco pasado, ¿no? Apesta a jipismo y a sesentayochismo.

—¿Y tú qué sabrás de eso? Si eres un crío. ¿Qué sabes tú de la vida? Yo me marché de casa a los dieciocho años y he estado arrastrándome por muchos sitios durante seis años, mientras que tú estabas tranquilito en la casita de tus viejos. No te puedes ni imaginar lo que es no tener ni un duro, tener que buscar un sitio para dormir, meterse en un bar asqueroso para liarse con un tío, para buscar un techo…

—Y luego vuelves a casa de mamá con un bebé para que te lo cuide tu vieja.

Rebeca se muerde los labios. Dice:

—Mira, prefiero no hablar de estos temas contigo, mi niño. No comprendes nada. No tienes ni puta idea de lo que es la vida. No sé para qué te sirve la universidad. A ti lo que te hace falta es pasar un poco de hambre, privaciones, mi niño, y así te darías cuenta de lo que valen las cosas.

—A ver. Ya que no lo entiendo, explícame tú qué es eso del budismo.

—Para mí tiene mucho que ver con las drogas. Esto no es lo que dice mi maestro, pero tú, como eres occidental, no lo comprenderías de otra manera, mi niño. La meditación budista es algo así como estar muy puesto de tripi. ¿Has probado alguna vez un tripi? Pues lo que pretende un budista a través de la meditación es llegar a dejar la mente en blanco, completamente en blanco, sin pensar nada, ¿me entiendes, mi niño? Para llegar a ese momento se tira muchos, muchos años entrenándose en la meditación, en la concentración, y ese momento, mi niño, es el Nirvana. El Nirvana, no sé si lo entiendes. En ese momento, el budista ha conseguido olvidarse de sí mismo, olvidarse de su yo y eliminar las barreras psíquicas que le separan del universo. En ese momento, mi vida, el budista se siente parte de todo el universo, lo siente todo dentro de sí…

—¿Y el tripi?

—El tripi es el camino corto al mismo estado, una especie de atajo artificial. Cuando has tomado el suficiente ácido puedes llegar a olvidarte de ti mismo, a olvidar tu nombre y tener que preguntarte quién eres, qué haces en este lugar y en este momento. Pero, mi niño, la gente no suele estar preparada para llegar a este estado y es entonces cuando se tiene un mal viaje. Te pones nervioso, intentas recordar quién eres, pero no puedes. No puedes, mi vida, porque el ácido no lo puedes parar, no puedes decir: ahora no. Pero no te metas en drogas, mi niño. Las drogas te dejan muy débil. Ya me ves a mí, que atrapo ahora, a mi edad, la varicela.

—Pero luego no te privas de meterte picos con tus colegas.

—Eso es cosa mía. Además, ¿quién te ha dicho que yo me pique?

Rebeca se está poniendo pesada, así que decido irme.

Me pongo las botas y busco mi camiseta.

—¿Te vas?

—…

—Pues vete, anda. Y no vuelvas más. Salgo al descansillo y llamo al ascensor.

—Hey, pero nos vemos el miércoles, ¿no?, ¿eh, mi niño? El miércoles se va mi madre de viaje…

Las puertas del ascensor se cierran.