VIII

Al mediodía nos sentamos a comer.

—Carlos está muy pálido hoy —dice mi hermano.

—Sí. No tiene buena cara —dice la vieja.

—Yo le he visto por la mañana, jugando al ordenador con su amigo ése, el de la perilla.

—¿Qué hacía tu amigo contigo tan temprano, Carlos?

—Le dije ayer que se quedara a dormir.

Me concentro en el telediario: la llama olímpica ya está en Madrid, donde el rey ha hecho un relevo simbólico. Luego, una gimnasta sale con la dichosa antorcha hacia algún otro lugar. Creo que mañana va a Sevilla.

Cuando termina el telediario, me levanto de la mesa y digo que me voy a acostar un rato.

—¿Estás mal? ¿Te pasa algo? —pregunta la vieja.

—Estoy cansado, eso es todo.

Mientras me voy a mi habitación, suena el teléfono.

CARLOS. PARA TI —grita el enano.

—¿Quién es?

—Roberto.

¿Sí?… Qué pasa, Carlos. ¿Qué haces?… Pues ahora iba a dormir una siesta… ¿No has dormido todavía?… No. Todavía no… Estás loco, tío. Yo acabo de levantarme ahora, y como una rosa… ¿Sí?… Bueno. He llamado a Miguel y me ha dicho que no ha podido pillar y que hasta el miércoles no ve al Niñas en el trabajo… ¿Y?… Es que nos queremos ir de acampada el lunes y no queda costo… ¿Y qué quieres que le haga yo?… ¿No se te ocurre nadie que pueda pasarnos?… ¿Manolo?… No. Él sólo pasa coca… Pues lo único que se me ocurre es llamar al ex novio de mi hermana, al que vimos ayer en el Agapo… ¿Le puedes llamar ahora?… Más tarde. Ahora tengo que dormir la siesta… Pero no le llames muy tarde, que saldrá. Le dices que queremos veinticinco, ¿vale?… Ya se lo digo y a ver si hay suerte… ¿Y lo de la película?… Eso olvídalo. Hala, que estoy cansado, Roberto. Te llamo más tarde… Antes de las nueve, si puedes… Hasta luego, Roberto.

—¿Quién era? —pregunta la vieja.

—Un amigo.

—¿Y qué quería?

—Nada importante, mamá.

Pongo el despertador a las ocho y me duermo.

Cuando suena la alarma, me despierto. Estoy algo desfasado y no puedo recordar si estamos a sábado o a domingo. Me restriego los ojos y me incorporo en la cama. No se oye nada de ruido en la casa. Los viejos deben de haber salido, así que aprovecho para liar un porro. Cuando termino de fumar, toso un poco. Luego, me levanto y voy al salón, donde la fili está limpiando los cristales.

—¿Ha llamado alguien, Tina?

—Sí. Ha llamado Amilia.

La muy puta ha llamado. Ya era hora.

—¿Cuándo ha llamado?

—Cuando durmiando.

Cojo el teléfono y llamo a Herre.

Hola. ¿Está Manuel, por favor?… Sí. Soy yo… Qué tal, Herre, soy Carlos, el hermano de Nuria… Ah, hola. Qué tal, Carlos, qué pasa… Pues nada, te llamo para pedirte un favor… ¿Qué favor?… Mira, resulta que hay un amigo que se va de acampada el lunes y necesita pillar este fin de semana… Eso, lo que pasa es que lo tienes que hablar con Santi, que es el que controla el tema, sabes… ¿No podrías llamarle a ver?… No sé. Puedo intentarlo… Pregúntale y me haces un favor… Bueno, mira: ¿tú estás en tu casa ahora?… Sí… Pues voy a darle un toque y, si le pillo, te llamo ahora, ¿vale?… Vale. Gracias, Herre… Hasta ahora, Carlos… Hasta ahora.

Cuelgo y pongo el vídeo.

Al cabo de unos minutos suena el teléfono. Le doy a la pausa del vídeo.

¿Sí?… Oye, ¿quién eres? ¿Eres Carlos?… Sí… Hola, Carlos, ¿qué tal? Soy Martina, tu prima. ¿Qué tal estás, hijo? Que hace mucho tiempo que no nos vemos, primo… Ya… ¿Y qué tal? ¿Estás todavía en la Autónoma?… Sí… ¿Has aprobado todo?… Pues sí… Qué suerte, hijo. ¿No estás contento?… Sí… Pues nada, primo. A ver si quedamos un día, que nunca nos vemos por Madrid… A ver… Oye, Carlos. ¿Está tu hermana?… Está en Francia… Ah. ¿Ya se ha ido?… Sí, ayer por la tarde… Pues nada. Es que estoy algo preocupada porque había quedado en llamarla antes de que se fuera y no pude porque tuve que ir a la fiesta de Juan Quevedo. ¿Le conoces?… No… En fin, que no la pude llamar y me he quedado un poco preocupadilla por si se lo toma a mal. ¿Te ha comentado a ti algo?… Yo no sé nada, Martina… Pues era sólo para disculparme así que, si llama, se lo dices. ¿Vale?… Sí, no te preocupes… Pero no te olvides, ¿eh?… No. No me olvido… Pues nada. A ver si quedamos un día los primos, ¿eh? Hala. Hasta luego, Carlos… Hasta luego.

Cuelgo y quito la pausa del vídeo. Dos minutos después vuelve a sonar el teléfono.

¿Sí?… Oye, ¿Carlos?… Sí, soy yo. Qué tal, Herre. Cuéntame… Ya he hablado con el Santi y dice que sí, que no hay ningún problema… ¿Cómo quedamos mañana?… ¿Tú sabes dónde está mi casa?… Más o menos… ¿Conoces la Ronda de Valencia?… Sí… Pues quedamos mañana en el Cajamadrid de Ronda de Valencia. ¿Vale?… ¿A qué hora?… ¿A las ocho te viene bien?… A las ocho, vale. Allí estaré. Y gracias, Herre… Hala. Hasta mañana… Adiós, Herre.

Llamo a Roberto y me coge su madre.

Hola. ¿Está Roberto?… Sí. Ahora mismito se pone… ¿Roberto?… Sí… Que soy yo… Qué pasa… Qué pasa. Que nada, que ya he hablado con éste y me ha dicho que sí. He quedado mañana con él a las ocho… ¿Dónde has quedado?… Por Atocha Yo pasaré por tu casa como hacia las siete y media. ¿Vale?… Vale. Oye: ¿esta tarde vas a salir?… No. Estoy muy acabado. Hoy me voy a acostar pronto… Pues nada, era para quedar y eso. Pero ya nos vemos mañana… A las siete y media estoy en tu casa… Bueno. Descansa bien, Carlos… Hasta mañana, Roberto… Hasta mañana.

Vuelvo a poner la película. Cuando la hermana de Otis está hablando por primera vez con Jenri, suena el teléfono de nuevo.

¿Sí? ¿Quién es?… Hola. ¿Está Carlos, por favor?… Sí, hola Amalia, ¿qué tal estás?… Yo, bien. ¿Qué tal estás tú?… Hombre, no tengo la suerte de tener un novio que me amenace con suicidarse cinco días a la semana pero, bueno, tampoco me aburro… Calla, que no tiene nada de gracia el tema… A mí sí que me parece gracioso… Tú es que eres un poco pervertido… Me encanta cuando me dices eso… Estás loco… Bueno. Llamabas para insultarme o para decirme algo más… Llamaba para decirte que necesito verte. ¿Por qué no te pasas hoy por mi casa?… Espera un momento que consulte mi agenda. Hoy había quedado para salir con… Mis padres se han ido todo el fin de semana y yo quiero que vengas. ¿Te vienes o no?… No sé, no sé. Lo estoy dudando… Venga. Que te hago de cenar… Pero si tú no sabes cocinar… ¿Que no? Ya verás. Te pasas sobre las nueve y media o diez. ¿Vale?… Lo pensaré… Hasta esta noche.

Otis está ahora intentando violar a su hermana y, ¡mierda!, otra vez el puto teléfono.

¿Sí?… Hola, Carlos. Soy Nuria. ¿Están mamá y papá?… No, no están. Están en el Centrocomercial… ¿Sabes a qué hora van a volver?… Ni idea… Pues diles que me llamen esta noche antes de las diez, pero no más tarde, que, si no, no me pasan el mensaje, ¿vale? ¿Todo bien por allí?… Pues sí, como siempre… ¿Seguro que no ha pasado nada malo?… No. ¿Qué podía pasar de malo?… Es que, como me ha llamado papá ayer dos veces y esta mañana otra vez, he pensado que igual había pasado algo… Pues que yo sepa, no. Vamos, creo que tu habitación sigue estando donde siempre, no ha habido terremotos ni… No te pongas gracioso, Carlos, que se me acaba la tarjeta. Voy a tener que colgar ya. No te olvides de darles el recado a papá y mamá, ¿eh? Hala, hasta luego, Carlos… Hasta luego.

Ésta vez dejo el teléfono descolgado. Estoy harto de hacer de contestador automático.

Antes de salir, meto un par de condones en la cartera, me pongo una raya con lo que queda de la coca de ayer y lamo bien el interior de la papelina.

Amalia contesta por el telefonillo y me abre la puerta del portal. Entro y cojo el ascensor. En el séptimo piso, Amalia me espera en la puerta, sonriendo. Me da un beso en la boca y dice:

—Pasa.

Sus hermanos y el novio de su hermana están viendo la tele en el salón.

Amalia me ofrece un güisqui y me pregunta si he traído costo.

—No.

—¿Y coca?

—Tampoco.

—Es una pena. Alberto tampoco ha podido pillar hoy.

—¿Decíais algo de mí? —pregunta Alberto desde el sofá, volviendo la cabeza.

—Decía que no has podido pillar coca.

—Ah, no. No ha habido suerte. Lo que sí que puedo hacer es volver a casa y ver si le pillo marihuana a mi hermano.

—Eso sería de puta madre, Alberto.

—Hala, tía, Amalia. No vas a hacerle volver a su casa sólo para que traiga para fumar —dice la hermana de Amalia.

—Vale, tía. Tranquila que sólo proponía.

—Yo, si queréis, voy…

—No digas gilipolleces, Alberto. Tu casa está en el culo del mundo.

—Que no, Alberto. No te preocupes, anda, que de todas maneras, vamos a comer ahora.

—¿Has cocinado algo? —pregunto.

—¡Qué va! ¡Que te crees tú que mi hermana va a cocinar! Ha encargado unas pizzas-por teléfono.

Amalia me guiña el ojo y se ríe.

—Comemos aquí mismo, en el salón. ¿No os parece? —dice el hermano pequeño de Amalia.

Amalia calienta las pizzas en el microondas y las corta en pedazos. Comemos en el salón, cogiendo las pizzas con servilletas. La tele sigue encendida y la Emeteuve pasa un vídeo de Madonna: Laikaviryen.

—A ti te dieron de hostias el verano pasado en Santander, ¿no? —pregunta el hermano pequeño de Amalia.

—Sí.

—Venga. Cuéntanos la pelea —dice Amalia.

—Eso, cuéntanos la pelea —dice Alberto.

Tras hacerme de rogar un poco, les cuento la pelea.

—¡Qué hijo de puta! —exclama Amalia, cuando termino.

—Si es que todos en esa ciudad son iguales, unos fachas.

—A Alberto también le cayó una buena a la salida del Más Allá. ¿Os acordáis?

—Cómo no me voy a acordar. Todavía siento los puntos en la cabeza…

—Lo que pasó fue que estábamos en la fiesta de la espuma y, a la salida, a Alberto, que iba un poco borracho, se le ocurrió la brillante idea de pillar un fajo de entradas y entonces el de la puerta…

—Un tío tocho de casi dos metros.

—… le cogió por el hombro y le dio una hostia en la cara que le abrió todo el labio. Alberto se cayó y quedó inconsciente…

—Me di con la cabeza en el suelo.

—Y se armó una bronca que no veas: mi hermana saltándole al portero, que le mato, que le mato, el portero que le pega…

—¿Le pegó a tu hermana?

—Sí. Y me pegó a mí también el hijoputa…

—Y a Coque también, que salió a protegernos.

—¡Qué vergüenza! Yo gritando como una histérica que le iba a matar, que me dieran un cuchillo…

—Y luego, cuando vino la ambulancia, tuvimos que ir al hospital y pasamos allí toda la noche.

—Si es que Alberto tiene una mala suerte… Siempre le pasa de todo.

—No tienes suerte, Alberto.

—Bueno. Según como se mire. Cada cruz tiene su cara. Ahora cuando tenga lugar el juicio, veremos…

—Pero no seas iluso, Alberto. Que te crees tú que vas a ganar el juicio. No ves que seguro que el tío ya te ha denunciado primero, por robar las entradas. Es su trabajo. No tiene más que decir que te estabas poniendo violento o cualquier historia así… Desengáñate. No te van a dar ni un duro.

—Venga, tía, Amalia. Ya hemos discutido bastante sobre eso. No te pongas ahora en plan anarca y pásame la botella de Huaitlabel. Vamos a acabar aburriendo a Carlos con nuestras historias, que son siempre las mismas…

—Qué va, qué va…

—Espera. Pon la tele más alta, que están pasando un vídeo de Depesh Mod.

—A Coque le encanta Depesh Mod. Sabe tocar todas sus canciones en el piano.

—Pues a mí me parecen unos mediocres. No comprendo por qué tienen tanta fama ahora.

—Callad un poco que no oigo.

—Oye, que estamos en el salón, Coque. Si quieres ver vídeos, te vas a tu cuarto y te pones tu propia tele.

—Calla, joder.

—Qué mimado estás, Coque.

—Déjame en paz, Amalia.

—Pásame, al menos, tu plato, que voy a recoger un poco.

Amalia se va a la cocina. Su hermana y Alberto se levantan.

—Bueno. Nosotros vamos a salir. Hasta luego, Carlos.

—Hasta luego.

Me siento en el sofá y le doy un trago a mi copa. Coque está viendo en la Emeteuve un vídeo de Héroes del Silencio.

—Jo, si es que son cojonudos.

Amalia entra de nuevo y me coge la mano.

—Ven, vamos a mi cuarto —dice.

Amalia cierra la puerta de su habitación con llave, me empuja contra la pared, me besa y se frota contra mí hasta que me pongo cachondo. Luego se quita la camiseta, me quita a mí la mía, me mordisquea los pezones y me acaricia el pecho, descendiendo hacia mi bragueta mientras yo le paso la mano por el pelo. Me baja los pantalones y yo comienzo a desabrocharle los suyos pero ella dice: espera, se aparta de mí y saca una papelina de un cajón del escritorio.

—¿Es coca?

—Sí, pero queda muy poquito. Ven. Túmbate sobre la cama…

Tumbado boca arriba sobre la cama, observo cómo Amalia se quita los pantalones y las bragas sonriendo. Después, me echa algo de polvo en el capullo, me mama un poco. Mi excitación sube tan vertiginosamente que, en unos segundos, me corro con un gemido, sin poder controlarme. Amalia se limpia la cara, me dice que no me preocupe, que es normal, y me agarra las manos mientras me folla poco a poco. Yo siento que mi erección todavía se mantiene a pesar del primer orgasmo. Amalia me morrea, deja caer su pelo suelto por encima de mi cara, empieza a moverse cada vez más rápido.

—Quédate quieto —dice.

En la misma posición, estoy a punto de tener un segundo orgasmo pero Amalia me dice que espere. Me suelta una mano y se toca el clítoris.

—¿Estás listo? —pregunta.

Yo respondo que sí, porque estoy a punto de estallar. Ella me vuelve a coger la mano y, moviéndose brutalmente, me murmura al oído: córrete, córrete, córrete, Carlos. No puedo evitar correrme por segunda vez.

—¿Te ha gustado? —pregunta Amalia. Respondo que sí, jadeando todavía un poco.

Estamos los dos sudados.

Ella se tumba a mi lado y comienza a tocarme. Yo le digo que no voy a poder correrme otra vez pero ella insiste. Con algo de esfuerzo, noto que mi polla se endurece de nuevo. Amalia, que debe de estar enfarlopada a tope a juzgar por lo cachonda que está, me pone el chocho encima de la cara, y comienza a mamarme otra vez. Yo le como el sexo hasta que noto que su vientre se contrae y su coño empieza a golpearme la cara. Poco después dice: para, para, y saco el dedo que tenía metido en su culo. Ella sigue comiéndome la polla con voracidad y me concentro hasta que, con bastante dolor, alcanzo un tercer orgasmo.

Amalia se levanta, va al baño y escupe en el lavabo.

Al volver, tiene un hilillo de líquido que le resbala por el muslo. Sonriendo, se sienta a mi lado en la cama.

—¿Has tenido alguna noticia del Chus?

—No me hables de ese hijoputa. Todo lo que quiero ahora es olvidarle.

Hay un silencio momentáneo.

—Perdona. Es que todavía me duele. Y lo peor es que el cabrón ha conseguido que todo el mundo piense que soy una puta, que yo soy la mala y que él es el bueno. Pobrecito Chus, pobrecito Chus. Tendrían que haberle visto cuando me daba de hostias. En fin. Ahora me siento más libre.

Amalia se levanta de la cama y busca sus bragas.

—Es mejor que te vayas —dice.

Antes de irme, quedamos en vernos el lunes para ir al concierto de Elton Yon.

Un cuarto de hora después, estoy en la calle buscando mi coche.

Son las dos. Espero que hoy pueda dormir bien.