VII

¿Sí?… ¿Está Carlos?… Sí, soy yo… Qué pasa, ¿te he despertado?… Sí, pero es igual. No te preocupes… Lo siento, tronco. Soy Manolo, que te llamo para lo del polvo, que ya está apañado y que si te pasas esta tarde por el Kronen ya lo tienes, ¿vale? Hala, chaval, no te molesto más. Ah, y que también he pillado una entrada para esta noche. Bueno, duerme bien, tronco. Hasta lueguito.

Cuelgo y me paso la mano por el pelo, bostezando. El desayuno está servido encima de la mesa.

Salgo a la piscina y me tumbo un poco al sol.

Poco después, la filipina grita:

—¡Tiléfono!, ¡tiléfono!

Entro en casa en bañador y cojo el teléfono.

¿Sí?… Oye, tranquilo, chico, ¿qué te pasa? ¿Te has levantado hoy con el pie izquierdo o qué? ¿No me reconoces ya?… ¿Qué quieres, Nuria?… Pues nada, te llamo para ver qué tal vas y para que me cuentes en qué líos andas metido últimamente… En ninguno… Ya, ya. Eso no me lo puedo creer. Eres incapaz de mantenerte alejado de los problemas. Si te conoceré yo… ¿Tú crees?… Un poquito, al menos, ¿no te parece? Bueno, ¿has terminado las clases?, ¿te ha quedado alguna?… No… ¡Qué suerte! Yo acabo de empezar a estudiar para septiembre ahora. Estoy muy fastidiada, pero al menos me he quitado la que me quedaba de primero. Me han puesto un sobresaliente, no te creas… Me alegro… Oye, y sabes que ya tengo novio… ¿Sí? ¿Cómo se llama?… Se llama Joaquín y es alto, guapo y muy inteligente. Prepara ahora oposiciones para juez… ¿Sí?… ¿Te acuerdas de aquel chico que te decía que no me hacía caso? Pues resulta que un día casi me atropella al salir de la Residencia. Se excusó, salió del coche y se ofreció a llevarme a casa. Yo, claro, estaba super borde pero él me invitó a cenar ese mismo día. A mí se me pasó el malhumor y acabé saliendo con él. ¿Y tú? ¿Tienes novia?… No, qué va, todavía no… Tendrás que crecer algún día, Carlos. No puedes seguir siempre así. No haces más que hacer daño a la gente… Bueno, déjame hacer con mi vida lo que mejor me parezca… Vale, mientras no jodas a los demás. Si es que tienes que quererte más. Eres de las personas que menos se quieren de todas las que conozco… Deja de psicoanalizarme, anda… Bueno. ¿Te apetece que quedemos?… Cuando quieras, pero hoy no… ¿El lunes te viene bien?… Sí… ¿Quedamos para ir al cine?… Bueno… Pues llámame el domingo por la noche y hablamos… Bueno… Muchos besos, Carlos, y cuídate mucho.

Cuelgo.

—¿Ha llamado alguien más hoy, Tina? —pregunto.

—No, nadie.

La cabrona de Amalia no llama nunca, la muy zorra.

Vuelvo a salir a la piscina, me pongo los cascos y duermo un poco.

Cuando entro en casa, mi hermano está jugando al Nintendo. Mientras me cambio, oigo llegar a mi padre. El viejo entra en el salón, se quita la corbata y le grita al enano que ponga las noticias.

Nos sentamos a comer y vemos el telediario, que hoy está entretenido. Nueve inmigrantes polacos han muerto en un incendio en Móstoles. En China ha habido trescientos muertos por una inundación. Y sigue la guerra en Yugoslavia: parece que la situación se normaliza. Un cura vasco, el arzobispo de Irún o algo así, está siendo juzgado por socorrer etarras y el fiscal pide al menos seis años de prisión. La llama olímpica ha llegado a Madrid. Los gabachos tienen paralizado el tráfico por una huelga de camioneros. En Pamplona han limpiado las calles dejándolas tan resbaladizas que el encierro de hoy ha sido el más peligroso que se recuerda en los San Fermines.

Después de comer, el viejo se va a su cuarto a echarse una siesta. Hoy, como es viernes, no trabaja por la tarde. Yo procuraré salir pronto.

Cojo el teléfono y llamo a Roberto.

Oye, ¿Roberto?… Sí, qué pasa Carlos… ¿Has conseguido las entradas?… Sí, ya las tengo… ¿Quiénes vamos al final?… Pues, tú, Ramón, yo, el Manolo, que me ha llamado. Y creo que Pedro y su novia, aunque todavía no he hablado con ellos… Bueno, pues nada. Nos vemos entonces en el Kronen, ¿no?… Sí. Yo estaré a las siete o así… Bueno, pues luego te veo, Roberto… Hasta luego.

Cuelgo.

En mi cuarto, escucho un poco de música, tumbado en la cama. Luego me duermo un par de horas.

A las seis suena el despertador. Me incorporo: tengo la tensión baja. Me ducho. Cuando termino, aprovecho que el viejo no está en su cuarto, para pillar unos talegos sueltos que hay en su mesilla.

El escarabajo no tira casi nada. La verdad es que no entiendo cómo ha podido pasar la Iteuve.

Por la Emetreinta le cuesta pasar de los cien y tengo que circular por el carril de la derecha.

Entrando por Avenida de América, llego al Kronen en pocos minutos. No ha llegado nadie todavía, sólo Ramón, que está apoyado en la barra. Es un pseudo-jebi con coleta de pelo mal cuidado y camiseta negra de Metálica. Le pregunto por Roberto.

—Debe de estar al llegar, porque he quedado con él a las siete —dice.

Manolo me saca un pincho de tortilla y deja una papelina debajo del plato. Dice: Ahí tienes dos gramos, me pasas los papeles cuando pagues para que el viejo no se cosque. Yo pillo la papelina y me la meto en el bolsillo.

Entran Roberto, Pedro y su novia.

—Pillamos una mesa, ¿no? —dice Roberto.

—No hay ninguna libre.

Manolo le enseña a Roberto una entrada.

—Al final has decidido venirte, ¿eh?

—Pues claro, Roberto, qué te creías.

Roberto me da mi entrada. Manolo, desde la barra, dice:

—Hoy nos vamos a poner hasta la bola, muchachos, hasta la bola.

—¿Tú cómo vas a salir, si tienes que currar hasta las doce? —le pregunto.

—Hay que ser un poco monaguillo, Garlitos. Me he camelado a mi primo para que se ponga en mi lugar hoy. ¿Conoces a mi primo, no?

—No, creo que no.

—Sí, hombre, sí, Carlos. Es el que estuvo cuando la movida de aquellos tres tíos, tronco, los que sacamos a palos la semana pasada.

—Yo no estaba.

—¿No estaba éste, Roberto, cuando se armó aquí la bronca el martes?

—No, no estaba. Estábamos sólo el David, Raúl, el Yoni y yo.

—Pues menuda te perdiste, tronco. Espera que ahora te cuento. ¿Qué quieren por allí los jóvenes?

—Tampoco te perdiste tanto. Fueron tres tíos que entraron aquí a armar bronca…

—Eran tres críos.

—Y tú qué sabes, Pedro, si no estabas.

—Pero me lo has contado.

—Pues deja que se lo cuente ahora al Carlos y al Ramón. Bueno, os cuento: entraron los tres chavales y porque Raúl no les dejaba pasar…

—Ésos iban puestos, tronco, iban de algo.

—¿Qué pasa? ¿No me vais a dejar contar nada? Tú, ponme un güiscola y a ver si terminas rápido que tenemos que irnos.

—Yo, en cuanto entre mi primo por la puerta, me cambio y estoy listo.

—Venga, Roberto, cuenta. ¿Qué pasó?

—Pues nada, que no sé qué movida se montó el Raúl, que se mosquea con uno y va el hijoputa y le da un cabezazo, rompiéndole las gafas y todo, no te creas. En fin, que enseguida saltó el Yoni a defenderle y luego se lio el David, y al final acabamos todos, hasta con Manolo y con el otro camarero, dándoles de hostias fuera. El Manolo y su primo sacaron las porras y el Manolo rompió la suya de tanto darles. Y el Yoni se volvió loco, les empezó a dar patadas en la cabeza con sus botas camperas, mientras estaban en el suelo.

—¡Qué bruto! —exclama Silvia.

—Pero ésos, tronco, estaban puestos de algo, de tripi lo más seguro —grita Manolo desde la barra—. Si es que si no, no era posible aquello, tronco, porque, puní, les dábamos, se caían, y se volvían a levantar como zombis, a por más. Y eso que yo rompí mi porra de tanto sacudir. Que os cuente Roberto.

—Sí, es verdad. Les pegaban y volvían siempre a por más, así como cuatro o cinco veces, y todavía querían pelea. Era increíble. Estaban casi muertos, sangrando por todas partes. Parecía aquello el Roki.

—Lo que yo te digo, tronco. Ésos iban enfarlopados o de tripi, algo llevaban encima.

—Seguro.

—Ésos acabaron en urgencias —sentencia Manolo—. Hablando del rey de Roma, allí está mi primo. ¡Venga Álex, hostias!, ¡date prisa que tengo que irme!

El primo de Manolo entra en el Kronen, nos saluda, qué pasa muchachos, se mete en la barra. Manolo se cambia en la cocina y sale vestido de calle. Lleva vaqueros apretados, una camiseta y gafas de sol.

—Venga, coño. ¿Dónde vamos?

—Toma tus pelas —le doy a Manolo los veinte talegos de la coca.

—¿Qué es esto? Ah, gracias.

Pagamos y salimos fuera.

—Vamos a enfarloparnos, ¿no? Venga, coño, que hay que meter marcha a esta ciudad. A ver. ¿En qué coche vamos? Roberto, coño, anima esa cara, que vamos a meterte un poco de polvo por esas napias. Venga, ¿en qué coche vamos?, ¿en qué coche vamos?

—¿Cuántos coches hay? —pregunto.

Decidimos ir en dos coches: Pedro y Silvia, en el suyo; los demás, en el Golf de Roberto.

Dentro de su Golf, Roberto me pasa un mapa de carreteras.

—Pásame también un bardolo.

Roberto ha puesto una cinta de bakalao a todo volumen.

—¡MÁS ALTO, ROBERTO! ¡MÁS ALTO, COÑO! OYE, CARLOS, YO VOY A IR RULANDO UN PORRITO A LA VEZ, ¿VALE?

No oigo lo que me dice Manolo porque estoy ocupado poniendo rayas. Aplasto las piedritas con la hoja de la navaja y corto la coca una y otra vez para que el polvo quede fino.

TÚ NO QUIERES, ¿NO? —le pregunto a Ramón, que dice que no con la cabeza.

Pruebo la coca con el dedo meñique y noto su sabor amargo en la lengua.

—¿QUIÉN ME PASA UN BILLETE?

Manolo me pasa un talego con el que me hago un canutillo bien tensado y me meto la primera raya. Enseguida noto cómo la coca empieza a bajar por mi garganta y cómo se me duerme el paladar. Ha sido un buen tiro y el polvo es bueno.

Roberto arranca el coche y le mete un aceleren, riendo. Pedro nos sigue, como puede.

VENGA, ROBERTO. ¡ATROPELLA A LA VIEJA! ¡ATROPÉLLALA!

Estamos ya en la Castellana y Roberto zigzaguea entre los coches.

—¡ESPERA A PEDRO! —le grito al oído.

Ramón está algo asustado. Le dice a Roberto que conduzca con cuidado.

Estamos esperando en la puerta del pabellón y el primer subidón se ha estabilizado.

—¡QUÉ PASA, HIJOS DE PUTA! ¿NO ME IBAIS A ESPERAR?

Pedro llega con dos botellas de plástico llenas de güiscola.

—Menos mal que alguien ha pensado en la priva —dice.

Silvia me mira con ceño fruncido.

En la puerta, cachean a Roberto. Por suerte, ha dejado la navaja en el coche. Los demás entramos sin problemas.

OYE, YO ME VOY A LAS GRADAS —dice Pedro.

—¿QUÉ? —le pregunto.

—¡QUE NOSOTROS NOS VAMOS A LAS GRADAS!

Estamos en primera fila, al lado de los bañes. Pedro se ha ido a las gradas con su novia. Ramón y Roberto mueven la cabeza arriba y abajo, agitando el pelo.

Manolo saca un cigarro, lo destripa, dejándose un filtro moro detrás de la oreja, y mezcla el costo con tabaco en la palma de la mano.

—¡HAZTE TÚ TAMBIÉN UN MAI! —me dice.

—¡PÁSAME UN CIGARRO! —le grito a Roberto.

Roberto me pasa un Marlboro.

Empiezo a bailar un poco y le digo a Roberto que hay que ir al baño para meterse otro tiro antes de que empiece el concierto.

—¡DÍSELO AL MANOLO!

Roberto le dice algo al oído a Manolo. Éste me mira y dice que sí con la cabeza. Le da otra calada al porro y me lo pasa.

Mientras esperamos para entrar en el baño, una cerda se acerca a nosotros.

Va vestida con botas altas, minifalda y chaqueta vaquera. Debajo de la chupa, lleva sólo un sujetador negro. Se para delante mío.

—¿Qué?, ¿es éste tu nuevo novio? —dice.

Rebeca mira a Roberto con cara de asco, levantando el labio. Luego se da la vuelta y se va.

—Oye, ¿quién era la piba ésa? —pregunta Manolo—, porque estaba como un queso, tronco. Tiene un polvo.

—¡Menudo elemento! —dice Roberto.

Nos metemos los tres en el váter. Manolo saca la navaja y un espejo pequeño.

—Qué apañado vas, ¿eh?

—Ya te digo, en la vida hay que estar preparado para todo. Para todo, Roberto. Y marca mis palabras, tronco.

—Ya lo veo, ya.

—Con esto vamos a dar más botes que el Fernando Martín en la Emetreinta.

Manolo apaña tres rayotes. Nos los metemos. Manolo le da un lametazo al espejo y salimos del baño. Volvemos a donde habíamos dejado a Ramón. Por el camino, veo a Rebeca entre la gente; no creo que ella me haya visto.

El pabellón está lleno. De repente, se apaga la música de fondo y la gente empieza a apelotonarse, excitada, en torno al escenario. Unos instantes después, sale Kurt Cobain, el cantante y guitarrista de Nirvana. Le siguen el bajista, que mide uno noventa y David Grohl, que se sienta a la batería. Kurt Cobain coge la guitarra, se sitúa frente al micrófono y saluda con el clásico: GOOD EVENING MADRID. Al sonar los primeros acordes de Esmelslaiktinspirit, todo el pabellón se convierte en un gran pogo. Manolo y yo bailamos como bestias. Siguen Inblum y Camasyuar. COME AS YOU ARE, AS YOU FEEL AS I WANT YOU TO BE, AS A FRIEND. Tan cerca de los bañes y con el mal sonido del pabellón, no oigo más que ruido. Yo salto y choco con todos los cabrones sudados que bailan a mi alrededor. Por un momento, me encuentro al lado de Rebeca, que también está bailando como una loca. La intento agarrar por detrás pero ella se suelta, se da la vuelta y me da una bofetada. La pierdo de vista.

Me encuentro otra vez con Manolo y con los otros. Le paso la mano por el cuello a Roberto, nos enlazamos y bailamos.

Los Nirvana están tocando ya Licium cuando decido salir un poco del mogollón y tomar una cerveza. Le digo a Roberto que me acompañe, pero pasa.

Subiendo las gradas me encuentro a Pedro y a su novia bailando cogidos de la mano. Me dicen algo, pero hago como si no les hubiera visto.

Tengo que esperar un buen rato en la barra hasta que un tío con voz ronca me atiende. Le pido una caña y me da un vaso de plástico con cerveza aguada. Luego se me queda mirando y dice algo.

—¿QUÉ?

QUE TE SANGRA LA NARIZ, CHAVAL. TEN CUIDADO CON LO QUE TE METES.

Me llevo la mano a la nariz y me río.

Después de lavarme la cara en el baño, vuelvo al campo de batalla, donde los Nirvana tocan Dreinyu. Me abro paso a codazos hasta que encuentro a los otros. Le agarro a Roberto del cuello, cosa que sé que odia, y le doy un beso en la boca. Roberto me aparta con un empujón.

UNDERNEATH THE BRIDGE ANIMALS ARE CRAWLING… THERE IS A LEAK… IT’S OKAY WITH FISH CAUSE THEY DON’T HAVE ANY FEELINGS… UH, UH, SOMETHING IN THE WAY…

La canción es lenta y la peña ha dejado de bailar, menos Manolo y yo, que hemos abierto un círculo a nuestro alrededor. Vuelvo a ver a Rebeca entre la gente. Intento acercarme a ella pero un muro humano se interpone entre nosotros. Alguien se pone borde en el camino y me agarra por la camiseta, rompiéndola. Cuando llego a Rebeca, el concierto ha terminado. Ella me mira con ojos raros.

Sonrío.

—¿Qué quieres? —pregunta.

—Hablar un poco contigo, explicar lo del otro día…

—No hay nada que explicar, Carlos. Lo que me has hecho, no se lo permito a nadie.

Sin dejar de sonreír, intento cogerle la mano. Rebeca me da otra bofetada y uno de sus amigos, un gordo barbudo, me agarra y me empuja contra la gente que está ya saliendo del pabellón.

Fuera, tardo un poco en encontrar a los otros.

—¿Qué te ha pasado en la cara? —pregunta Roberto, en cuanto me ve.

—Menudo concierto que se ha pegado éste, tronco. Parecía un kamikaze.

Les digo que me he caído.

—Venga, vamos a tomar una copa.

Roberto dice que Pedro se ha ido a casa con su novia.

—Le faltaba fuel a ese muchacho, pero nosotros vamos a remediarlo. Vamos a ponernos por él, vamos a enfarloparnos un poco más, ¿no? —dice Manolo.

—Un concierto de puta madre —digo yo.

—Bah —dice Ramón—. Son malísimos en directo. Yo, si lo sé, no pago por verles. Además, el sonido era una puta mierda.

En el coche, Manolo corta unas rayas. Roberto pone Parálisis Permanente y Ramón le dice que quite esa mariconada, que ponga algo de Trashmetal. Roberto le responde que en su coche pone lo que le da la puta gana y, para joderle bien, cambia la cinta y pone bakalao a tope.

—¿A DÓNDE VAMOS AHORA? —pregunto.

A MÍ ME ES IGUAL. A CUALQUIER SITIO CON MARCHA —dice Manolo.

A Mí TAMBIÉN —digo. Ramón no dice nada.

—¿VAMOS A MALASAÑA?

VALE.

PODRÍAMOS IR A CHUECA, PARA VARIAR.

O A UNA DISCOTECA, A BAILAR.

NO, TRONCO. VAMOS AL SAN MATEO.

—¿Y POR QUÉ NO VAMOS A LA VÍA? LA DUEÑA, LA DEL PASTOR ALEMÁN, ESTÁ BUENÍSIMA.

A ÉSA NO TE LA PAPEAS NI DE COÑA, CARLOS.

VENGA, DÉJENSE DE COÑAS Y BAJEN AQUÍ LAS NARICES, JÓVENES, QUE ESTAMOS YA EN FASE DE DESPEGUE. ROBERTO, NO TAN FUERTE, TRONCO, QUE TE LLEVAS LAS RAYAS DE LOS DEMÁS.

Roberto arranca. Un Ibiza en la Plaza Castilla nos pita, al abrirse el semáforo. Roberto saca el brazo por la ventanilla y enseña la barra del coche.

Manolo y yo reímos.

El San Mateo está lleno de gente.

Suena una canción de Nirvana.

—Venga, vamos a bailar —dice Manolo.

Una cerda pasa delante mío, me mira y yo le saco la lengua. Ella dice: asqueroso, y me tira una copa a la cara. Manolo se descojona. Yo voy al baño y me lavo la cara.

Al salir, Roberto y Manolo están sentados a una mesa. Manolo está rulando.

—Oye, que con esta ronda me he quedado pelado.

—Tranquilo, Roberto, que luego pagamos todos unas rondas.

—No, si lo decía porque contribuyerais porque no me…

—Roberto, no seas catalán, tronco. Toma, para que te hagas tú también un mai.

Manolo corta un cacho de costo con la boca y se lo da a Roberto.

—Perdonad, pero aquí no se pueden hacer porros —dice un barbas con coleta.

—Pero qué pasa, menda, si sólo es un porrito, tronco —protesta Manolo.

—No, si no es por mí, entiéndeme. Es porque nos han abierto ya expediente y estoy harto de pagar multas.

—Tranquilo, tronco, que terminamos de rular y fumamos fuera.

—Bueno, pero la próxima vez os lo hacéis fuera, ¿vale?

—Que sí. Qué pesao. Tú tranquilo, y métete en la barra a servir copas, que es lo tuyo.

—Oye, sin faltar, que os echo de aquí a patadas.

—Vale, tronco, ya has quedado muy bien. Ahora ábrete, que ya te hemos dicho que no vamos a fumar aquí.

—Más os vale.

El barbas se mete en la barra.

—Qué bocas el menda. Y todo esto es culpa del hijoputa del Matanzo. Hay que joderse —murmura Manolo, poniéndose el porro detrás de la oreja.

—Vamos fuera a fumar —digo.

—Espérate, tronco, que vamos a entrarles a unas pibas.

—Yo me niego a rebajarme a ese nivel —dice Roberto, con las manos en los bolsillos.

—Lo mismo digo —dice Ramón.

—Yo te sigo, Manolo.

—Pues vamos a entrarles a esas dos que hay allí en la barra, que ya han mirado varias veces hacia aquí.

Las cerdas que dice Manolo son dos pseudo-jipis con pisamierdas, chalequito y pelo largo con flequillo.

—Venga, Manolo, acabas la copa, pillas otra en la barra y les hablas, que yo te sigo.

—Estáis acabados.

—Oye, Roberto. A ti nadie te dice nada por ser tan raro. Déjanos un poco en paz.

—No os guiáis más que por la polla, no tenéis cabeza. Estáis acabados.

Manolo se termina su copa de un trago, se acerca a la barra y pide un güisqui. El camarero saca una botella de Dyc y le sirve mientras Manolo habla con las dos cerdas. El camarero se cruza de brazos, esperando, hasta que Manolo le paga. Coge el billete con cara de mala hostia y, al dejar las vueltas, da un golpe en la mesa.

Manolo sigue hablando con las cerdas.

Ahora, me hace un gesto con la mano para que vaya.

—Estáis acabados —dice Roberto.

Me acerco y Manolo me coge por el brazo. Dice:

—Éste es mi amigo Carlos. Carlos, éstas son Laura y Elsa.

Les doy dos besos a cada una. Una de ellas, la más gorda, me dice algo del concierto de Nirvana.

—Nosotras también hemos estado. ¿Te han roto la camiseta en el concierto o es parte de la estética?

—¿Tú qué crees?

—¿Cómo te llamas, que no me he quedado con tu nombre…?

Le digo cómo me llamo y ella sonríe: qué vulgar, ¿no?

—¿Tocas en un grupo? —pregunta la delgada, pero no tengo tiempo de responder porque la gorda señala algo con el dedo. Dice:

—Hey, Elsa, mira. Allí están Fernando y Álex.

Dos pijos, el uno con camisa a rayas, el otro con pelo largo y camiseta sin mangas, llegan y saludan a las dos cerdas. El de la camiseta sin mangas le da un beso en la boca a la delgada; el de la camisa a rayas me mira frunciendo el ceño.

—Carlos y Manolo —dice la gorda, sonriendo—. Les acabamos de conocer. Han estado en el concierto de Nirvana.

—Carlos toca en un grupo —añade la otra cerda.

—¿Ah, sí? —dice el de la camisa a rayas con cara de mala hostia.

—Sí. Bueno, pero ya nos íbamos. Encantado de conoceros —le doy un beso a la gorda apoyando descaradamente la lengua en su mejilla. Ella no dice nada.

—Eso os pasa por buitres, y me alegro.

—Bueno, Roberto. A veces se gana y a veces se pierde pero, si no se intenta, no se gana nunca.

—Eso —dice Manolo—. Cada polvo perdido es un polvo tirado al aire. Qué puta mala suerte, tronco, ¿eh, Carlos? Yo creo que les habíamos gustado.

—Míralas, míralas. La gorda ya se está comiendo al de rayas…

—Podíamos haber sido nosotros, ¿no?

—No sueñes, Manolo —dice Roberto—. Vamos fuera a fumar porros, que es más sano.

—Bah, las tías son todas iguales. Unas calienta-pollas.

—Vamos fuera.

Salimos.

Nos metemos por la Travesía de San Mateo. Hay coches aparcados sobre la acera. En uno de ellos, un tipo muy feo, con la puerta abierta, está poniendo bakalao a tope. Es un Geteí como el de Roberto, pero en rojo.

Nos sentamos en un soportal y fumamos. Manolo se queda de pie, moviendo la pierna a ritmo de bakalao. Dice:

—Pero no os apalanquéis, troncos, que hay que pillar todavía mucha marcha, que no son más que las dos y la noche es joven, hay que violarla. Oye, Carlos, ¿tú crees que nos podíamos haber papeado a esas dos pibas?

—Deja de dar la coña, Manolo, y fuma —dice Roberto.

—Sí, pero es que yo estoy cachondo y lo que me apetece es meter.

Manolo hace unos movimientos obscenos con la cadera y me pasa el porro.

—Si es que meter es lo mejor del mundo, tronco, os juro que yo me pasaría la vida metiendo.

—Estáis colgaos —dice Ramón.

—Venga, vamos al Agapo.

Bajamos por una perpendicular a Fuencarral, pasamos una iglesia y seguimos por la calle del Espíritu Santo hasta la calle de la Madera, donde está el Agapo.

Entramos.

Alguien le está diciendo a la camarera que las bolas del billar no han salido. Ella coge unas llaves y sale de la barra.

Cuando vuelve, pido una ronda de güisquis.

Mientras pago, un pintas me pide unos papelillos que le doy. Luego, nos sentamos al lado del billar y Manolo dice:

—Bueno, habrá que hacer trabajar un poco las napias.

Estoy mirando al suelo, con la copa en una mano. Algo alucinado, veo cómo unas botas Santiago se acercan, se paran delante mío y me hablan.

—Qué pasa, Carlos —dicen.

Levanto la cabeza y veo a Herre, el ex novio de mi hermana, con su tupé y sus patillas. Al lado suyo está Santi, el batera de su grupo.

Me levanto y me pongo a hablar con ellos. Santi tiene el aire algo ido.

—¿Qué le pasa a Santi? —le pregunto a Herre—. Está muy raro.

—Qué va, está normal. Siempre está así desde que tuvo su accidente.

—¿Qué accidente?

—¿No te lo he contado nunca? Pues el Santi, que estaba muy puesto, iba de tripi, y le dio por torear coches. Y hubo uno que le atropello, sabes. El Santi se quedó en coma y casi no lo cuenta. Vamos, fue con las pelas del seguro con las que se pudo comprar la batería, pero ya ves, está siempre medio ido.

—¿Tienes un papelito? —pregunta Santi, metiendo cuchara en la conversación. Yo le doy un papel y le digo algo. Él me mira y sonríe, sin contestar.

—Ya le ves. Está ido. Y fuma porro tras porro, sin parar, sabes, porque no puede beber ni meterse nada más, que eso no le dejamos los colegas.

—Pues tiene una copa en la mano.

—Es una coca-cola. El médico le ha prohibido terminantemente beber.

—Menuda movida. Y vuestro grupo, ¿qué tal?

—Bien, ahí estamos, tocando y tocando, sabes, cada vez nos compenetramos más. Miki ha mejorado muchísimo la voz.

Manolo me da un toque en la pierna y me doy la vuelta.

—Vente pal baño —dice. Le digo que me espere un momentito y me despido de Herre.

En el baño, que está lleno de graffittis, Manolo saca el espejo.

—¿Y Roberto?

—Roberto dice que está bien, no quiere meterse más.

Manolo pone dos rayas y salimos del baño esnifando.

El Herre y el Santi se han sentado en una grada. Herre está con una tía morena, que está muy buena.

—Te sangra la nariz —me indica Roberto.

—¿Otra vez? —me llevo la mano a la nariz y me levanto para ir a limpiarme.

En el baño, un tío pota sobre el váter. Cuando se incorpora, se tambalea y se cae al suelo. Yo le ayudo a ponerse en pie y le empujo fuera. Luego, me sueno la nariz con agua y me miro al espejo. Veo dos ojos vidriosos y muy rojos. La imagen sonríe estúpidamente hasta que frunzo el cejo y enseño los dientes con un gruñido.

Al salir de nuevo, veo cómo el de la puerta agarra por el brazo al que estaba potando en el baño y le echa a la calle.

Vuelvo a donde están los otros.

Manolo está hablando con una cerda.

—Mira, Carlos, tronco. Es una yanqui y se llama Joli. ¿A que está como un queso?

—¿Estoy como qué? —pregunta ella con acento guiri muy marcado.

—Que estás muy buena, muy guapa —dice Manolo.

—Grasias.

Un momento después, Manolo se está morreando con la americana.

—Qué fiera, ¿no? —le digo a Roberto.

—Dais asco. Lo único que buscáis es un agujero para meter. Os pasáis el día persiguiendo cerdas, ofreciendo la polla a la primera que pasa. Anda, dame un cigarro, que voy a rular.

—No tengo.

—Pues pregúntale al Manolo o vete a la máquina.

Voy a la máquina y echo doscientas pelas para sacar un Fortuna. La máquina me devuelve veinticinco.

—Gracias, su tabaco.

Cuando vuelvo, Manolo le está metiendo mano a la americana.

Me siento y le doy un cigarro a Roberto.

—Hey, Roberto, ¿nos movemos o le sujetamos las velas a Manolo?

—Yo quiero irme ya a casa —dice Ramón.

—Pero, Ramón. Si no son ni las cuatro —digo.

—Pero yo no estoy puesto y estoy cansado.

—Déjale al chaval que se vaya, si quiere.

—Sí. Pero tú y yo seguimos de marcha, ¿eh, Roberto?

—Pero nada de entrar a tías, ¿eh?

—Vale.

—Roberto. ¿Me puedes acercar a casa? —dice Ramón.

—Quédate un poco más y te acerco dentro de una horita o así.

—Pero no más de una hora, ¿vale?

—Si quieres que te lleve, te quedas hasta que me apetezca y no me jodas la noche.

—Si lo llego a saber, hubiera traído mi coche.

—Haberlo traído.

Ramón se levanta y se va del Agapo.

—¿Qué mosca le ha picado a ése? —le pregunto a Roberto.

—Nada, que es un niño mimado. Lo mejor es pasar de él. Déjale que se vaya.

—¿Nos vamos nosotros también?

—Nos vamos.

Nos levantamos para irnos, pero Manolo me agarra del brazo.

—¿Dónde vais? —pregunta.

Le digo:

—Pues no sé, te íbamos a dejar un poco solo.

—Esperad un momento, que voy con vosotros. Eh, Joli, ¿te vienes conmigo y con mis colegas?

—Tengo desir adiós amigos.

Joli habla con los corbatos que están jugando al billar.

—¿Y ésos quiénes son? —le pregunto a Manolo.

—Unos compañeros de trabajo. Me cago en Dios, tronco, qué cachondo estoy, no te lo puedes creer.

—¿Qué hace?

—Es profesora de inglés, pero eso es lo de menos, lo que importa es que es un chocho.

Joli vuelve sonriendo.

—¿Nos vamos? —pregunta.

Manolo la agarra por la cintura.

Antes de irme, les digo adiós a Herre y a Santi.

Roberto espera en la calle.

—Bueno, ¿a dónde vamos? —dice.

—Vamos al Huarjols, ¿no? —dice Manolo.

—Venga, pues vamos al Huarjols.

—Pero antes, jóvenes, habrá que enfarlopar un poco a Joli, ¿no creéis?

—¿Qué es eso? ¿Qué es enfarlupar?

—Cocaína, nena, cocaína.

—Ah, coke.

—Venga, vamos primero a tu coche, Roberto.

Dentro del Golf, nos metemos unos tiros. Manolo dice:

—Venga, quesito. Aspira así fuerte, que vas a ver lo que es bueno.

Yo le pregunto a Roberto si tiene un Klínex y me limpio la sangre que me chorrea de la nariz.

El Huarjols está en la calle Luchana. Es una discoteca con música entre el After-punk tipo De Quiur, Depesh Mod, y el bakalao. Suena el último disco de De Quiur y yo me pongo a bailar. Manolo continúa dándose el palo con Joli. Al cabo de un rato, se acerca y dice:

—Me voy con ella a su apartamento. ¿Vale, jóvenes?

Roberto y yo, que estarnos muy puestos, nos quedamos.

—¿Seguro que no quieres que entremos a unas tías? —le pregunto a Roberto, que dice que no, así que decidimos jugar al billar.

Me encanta jugar al billar cuando estoy puesto, porque me fascinan los colores de las bolas. Hay una cerda que me mira mucho, y se lo comento a Roberto, que me dice que soy un pesado, siempre piensas que todo el mundo te mira. Yo le digo que es un reprimido y él dice: bah.

Cuando terminamos de jugar, bailamos hasta cansarnos.

El tiempo pasa rápido cuando se está colocado. Son ya las ocho pero, como nos hemos puesto hasta la bola, no podemos dejar de movernos.

—¿Dónde vamos ahora, Roberto?

—Vamos a pillar un chocolate con churros en el Santander, ¿no?

Es ya de día y estamos fuera del Huarjols.

—Podemos desayunar un chocolate con churros y luego darnos un baño en mi piscina.

—Vale.

El Santander está todavía cerrado. Para entretenernos, mientras esperamos a que abran, nos ponemos a jugar un calientamanos y acabamos los dos con las manos rojas.

—¿Y si pillamos unos travelos, ahora que estamos todavía un poco cachondos? —dice Roberto.

—A mí se me ha bajado el punto. Además, no me gustan los travelos.

—Venga, tanto entrar tías, tanto entrar tías, ¿y no te apetece que te hagan una mamada? Anda ya…

Roberto termina por convencerme y vamos a Castellana en su coche. Allí, se para delante de un travelo que lleva un traje amarillo muy ajustado. Yo bajo la ventanilla y el monstruo se acerca.

—¿Cuánto por un francés? —dice Roberto.

—Tres mil cada uno, o sea, seis mil por los dos. ¿Tú eres un tío, mono? —me pregunta con voz grave y viril.

—¿Y tú qué eres? —le pregunto yo.

—Déjanoslo en cinco los dos —dice Roberto.

—No, no puedo. Siempre pasa igual.

Roberto empieza a arrancar. El travelo grita: ¡espera!, y se acerca otra vez.

—Vale, cinco los dos franceses. Roberto le dice que suba. El travelo se mete en el asiento de atrás.

—¿Dónde vamos? —pregunta Roberto.

—Sigue por ahí delante, monada. Yo te indico. Llegamos a una callejuela donde no hay mucha gente y Roberto para el motor del coche.

—Las pelas, bonitos.

Roberto le da un billete de cinco mil.

—Bueno, ¿con quién empiezo? Lo mejor es que os vengáis aquí atrás. ¿Quién viene primero?

Roberto sale y levanta su asiento para meterse en el de atrás.

—¿No te importa que vaya yo primero?

—No, claro que no.

Pongo una cinta de Siniestro Total, mientras oigo a Roberto jadear. TE MATARÉ CON MIS ZAPATOS DE CLAQUÉ… TE DEGOLLARÉ CON UN DISCO DE LOS ROLIN ESTONES O DE LAS RONETES… Y BAILARÉ SOBRE TU TUMBA. Roberto se corre enseguida y el travelo me toca el hombro para indicarme que es mi turno. Abro la puerta y me meto atrás. Roberto se sienta delante, quita la cinta de Siniestro y pone bakalao. Yo cierro los ojos mientras el travelo me desabrocha los pantalones y empieza a comerme la polla; enfarlopado como estoy, tardo también muy poco en correrme.

El travelo se limpia la boca con un pañuelo sucio y dice:

—Bueno, dejadme aquí mismo que vuelvo a pata.

Sale del coche y se va, tambaleándose, con movimientos de yonqui.

—Bueno, ¿te ha molado? —pregunta Roberto.

—No ha estado mal.

—Anda, vamos a tu casa a tomar un baño.

—¿No tomamos chocolate?

—Que tu china nos haga un desayuno, ¿no te parece?

—Espera. Cojo mi coche, que está en el Kronen y me sigues, ¿vale? Así no tengo que traerte y tú puedes volver solo a casa.

Cogiendo la Castellana, pasamos por debajo del túnel de Plaza de Castilla y salimos a la Nacionaluno. Roberto me sigue en su Golf.

Al llegar a casa, abro el portón con el mando a distancia y aparco dentro.

La perra ladra al oírnos entrar.

—Tendré que dejarte un bañador —le digo a Roberto.

Mientras nos cambiamos, veo que Roberto tiene una polla bastante grande. Hago un comentario y se ríe, sacudiendo su miembro de una manera algo obscena.

Salimos a la piscina.

El agua está helada, meto un pie y digo: uff. Roberto se tira de cabeza.

—Tírate ya, no seas cobarde —dice, salpicándome.

Me tiro de cabeza y empiezo a nadar con furia.

—¡Una carrera! —grito.

Nos picamos y hacemos uno, dos, tres largos. Luego salimos, más cansados que la madre que nos parió, aunque yo todavía me siento enfarlopado.

—Vamos a correr alrededor de la piscina —digo.

Nos ponemos a correr como locos.

Cuando paramos, estamos empapados en sudor.

Miro el reloj: son las diez.

Un poco después nos metemos en casa y le digo a la fui que nos ponga el desayuno.

—Tenéis esclava —Roberto se ríe.

Tina nos trae el desayuno y comemos ávidamente.

—¿Te queda algo de coca? —pregunta Roberto.

—Casi nada.

—¡Qué putada!

—¿Crees que te podrás dormir?

—No, no creo.

—Pues vamos abajo y jugamos al ordenador.

—Podríamos ponernos algo más, ¿no crees?

—No, porque no tenemos suficiente para enlazar con esta noche. Lo mejor que podemos hacer ahora es cansarnos hasta poder dormir.

Bajamos al salón de abajo y jugamos al Super Mario Tres. Roberto es mucho mejor que yo y se hace casi todas las pantallas, mientras que yo no llego más que a la sexta.

Cuando mi hermano se levanta, a las doce, estamos todavía jugando.

—¿Pero qué nacéis despiertos tan pronto? —pregunta.

—Mierda —exclama Roberto. Le acaban de quitar una vida.

—Me toca a mí, te jodes.

A la una, Roberto decide que empieza a tener sueño y dice que se va a casa.

—Te acompaño al coche —digo. Roberto se ha vestido pero yo todavía estoy en bañador.

En su coche nos fumamos un último porro.

—A ver si Miguel pilla hoy —Roberto tiene los ojos rojísimos—. Esto ya está mejor. Ya estoy más tranquilo y casi no me ha dado bajón.

—Oye, Roberto, ¿por qué no te quedas a comer, que hay paella, y de paso te presento a mi perra y te la follas?

—No digas burradas. Además, tengo que irme.

—Que sí, que sí. Si no quieres paella, puedes comer cangrejo y también te follas a la perra.

—Que no, que tengo que irme.

—Bueno, bueno, tú te lo pierdes, joder. Es un pastor alemán fenomenal.

Me despido de Roberto. En casa, me tumbo en el sofá del salón.

La vieja, al verme, dice:

—Pero qué ojos tienes, Carlos. No deberías beber, que ya sabes que a ti te sienta muy mal el alcohol. Espero que no conduzcas borracho. Hay tantos accidentes por la noche y casi todos los que se matan son chicos jóvenes…

—Sí, mamá.

Cuando se van los viejos, consigo cerrar los ojos, pero no puedo dormirme porque tengo algo de bajón y estoy temblando.

Es sábado.