Capítulo 18

-¿Cómo puedes estar segura de que Trevelyan no se casa contigo para poner sus manos en el capital de la fundación? —Gruñó Gordon recogiendo los papeles que había esparcido sobre el mostrador—. Es lo único que quiero saber. ¿Cómo puedes estar tan segura?

Molly contempló a Gordon con gran irritación. Era poco después de las cinco. Tessa se encontraba en el almacén, acabando de preparar unas etiquetas para un envío por correo. Harry llegaría en cualquier momento. Era hora de cerrar la tienda e irse a casa.

A casa.

Se le ocurrió que se encontraba en casa cuando estaba con Harry. Se preguntó si él sentía lo mismo cuando estaba con ella. Esperaba que así fuera. Él necesitaba un hogar más que cualquier otro hombre que ella hubiera conocido jamás.

Gordon había aparecido en la puerta de la tienda justo cuando Molly iba a poner el cartel de CERRADO en el escaparate. Él había impedido que cerrara y había vuelto a intentar que ella le financiara. Molly le había dejado hablar de sus planes de expansión mientras arreglaba la tienda antes de marcharse. Cuando hubo terminado sus argumentos en favor de emplear fondos Abberwick para promocionar los bares Gordon Brooke Espresso, ella se había negado educadamente. Otra vez.

Gordon había enrojecido. Parecía incapaz de aceptar la negativa de Molly a financiarle y el compromiso de ésta con Harry. Ambas cosas parecían ir ligadas en la mente de Gordon y, por alguna razón, la que más le irritaba, aparentemente, era la última.

—No lo entiendo, Molly. —Gordon metió los papeles en un portafolios de piel—. ¿Por qué estás tan segura de que puedes confiar en él?

—No es asunto tuyo, ¿de acuerdo?

Gordon pareció dolido.

—Hace mucho tiempo que nos conocemos. Es natural que me preocupe por ti.

—Seamos sinceros. —Molly se apoyó en el mostrador y contempló a Gordon con una impaciencia que no se molestó en ocultar—. Lo que realmente me estás preguntando es cómo sé que Harry no es como tú, ¿verdad? ¿Cómo sé que no descubriré a las malas que le gustan las dependientas bonitas?

Gordon se sonrojó.

—No distorsiones mis palabras.

—No te debo ninguna explicación. —Prosiguió Molly—. Pero la verdad es que estoy absolutamente segura de que Harry no es otro Gordon Brooke. ¿Cómo lo sé? Me parece que tiene que ver con la forma en que canturrea.

Gordon hizo caso omiso.

—No es broma, maldita sea. Sólo estoy intentando impedir que cometas un grave error. Un error que podría costarte una fortuna.

—Dudo que me cueste más que financiar varios bares Gordon Brooke Espresso.

—Los bares serían una inversión. —Insistió Gordon—. Es un asunto muy distinto. Lo que me preocupa es tu futuro. Molly, tú controlas mucho dinero a través de la Fundación Abberwick. Lo más probable es que el capital siga creciendo con los años. ¿Cómo puedes estar segura de que podrías mantenerlo fuera del alcance de Trevelyan? Le has hecho asesor técnico, por el amor de Dios.

—¿Y qué?

—Pues que tomará todas las decisiones importantes.

—No, no será así. Las decisiones importantes las tomaré yo. —Molly ahora estaba francamente irritada—. ¿Por qué todo el mundo supone que soy una completa idiota cuando se trata de la Fundación Abberwick? ¿Qué te hace pensar que voy a entregar el control del dinero a Harry o a cualquier otra persona?

Gordon agitó la mano pidiendo calma.

—Tranquilízate. Sólo intentaba señalar los hechos.

—¡Y un pimiento! Estabas intentando socavar mi relación con mi prometido. No voy a escuchar ni una palabra más.

—De acuerdo, de acuerdo. Si te vas a poner así, de acuerdo. Pero no me eches la culpa cuando una mañana despiertes y descubras que el capital de la Fundación Abberwick ha desaparecido durante la noche.

—Vete. Ahora mismo.

—Ya me voy. —Gordon agarró su portafolios y echó a andar hacia la puerta—. Pero si tuvieras una pizca de sentido común, lo que harías seria… —se interrumpió bruscamente al chocar con Harry, que acababa de abrir la puerta—. ¡Oh!

Harry ni se inmutó con el impacto, pero Molly observó que Gordon rebotaba un poquito.

Gordon se recuperó y se giró en redondo para ver quién estaba de pie detrás de él.

—¿Qué diablos haces aquí, Trevelyan?

—Estoy comprometido con Molly, ¿lo recuerdas? —preguntó Harry.

—Podías haber llamado a la puerta. —Murmuró Gordon.

—La puerta no estaba cerrada con llave.

—Gordon ya se iba. —Molly echó una fría mirada a Gordon—, ¿verdad?

—Sí, sí, ya me voy. —Masculló Gordon.

—No quiero que por mí te retrases. —Harry se hizo a un lado para dejarle pasar.

Tessa salió del almacén.

—Las etiquetas están hechas, Molly. Me marcho.

Molly se quedó quieta. Miró a Tessa y luego a Gordon.

—¿Gordon? —dijo con voz suave.

—¿Qué? —Se volvió para mirada con el entrecejo fruncido desde la puerta.

—¿Quieres un consejo?

Él contestó con cautela.

—¿Qué clase de consejo?

Molly se puso a dar golpecito s con un dedo sobre el mostrador, pensando con rapidez.

—Tú vendes un buen producto. No me gusta el café, pero sé que el tuyo es de los mejores de la ciudad.

—¿Y qué?

—Tienes problemas con tus bares porque te expandiste con demasiada rapidez. —Explicó Molly—. Si de verdad quieres salvar tu negocio, tendrás que prestar más atención a lo más básico. Necesitas asesoramiento profesional respecto a técnicas de comercialización, envases y publicidad.

—¿Ah, sí? —Gordon la miraba echando chispas por los ojos, medio desafiante y medio intrigado—. ¿De dónde sugieres que saque ese asesoramiento?

—De Tessa. —Respondió Molly.

La tienda se quedó en silencio.

Tessa fue la primera en reaccionar.

—¿De qué estás hablando, Molly? ¿Me estás diciendo que debería dar a Gordon el beneficio de todo lo que he aprendido trabajando para ti?

—Sólo si está dispuesto a pagar por ello. —Murmuró Molly. Tessa se encendió.

—¿Realmente quieres que ayude a la competencia? ¿Quieres que le enseñe a crear su programa de publicidad? ¿A rediseñar sus envases? ¿A decide cómo tratar a los proveedores? ¿En qué me convertiría eso?

—En asesora. —Respondió Harry.

Tessa parpadeó. Entonces miró a Gordon a los ojos.

—Asesora. —Tessa saboreó esa palabra.

—No podría pagar honorarios por asesorarme. -Advirtió Gordon.

—No importa. —Dijo Tessa con calma—. Me llevaré un porcentaje de los beneficios.

—De momento no hay. —Dijo Gordon.

Tessa miró a Molly y luego sonrió.

—Los habrá.

Gordon vaciló.

—¿Quieres que vayamos a tomar algo y lo hablamos?

—¡Claro! —respondió Tessa—. ¿Qué puedo perder?

Cogió su enorme mochila de ciudad y salió con él de la tienda.

Harry alzó una ceja cuando la puerta se cerró tras la pareja.

—¿Debería preocuparme esta repentina muestra de compasión por Brooke?

Esta pregunta sorprendió a Molly.

—No lo he hecho por Gordon. Lo he hecho por Tessa.

—Entiendo.

—Tessa tiene olfato para las ventas y el marketing. —Dijo Molly—. Lo lleva en la sangre, pero nunca encajará en ninguna empresa. A mí me preocupa su futuro. No puede trabajar toda la vida como dependienta mía. Tiene que encontrar un hueco donde pueda desarrollar su talento. Se me ocurrió que los establecimientos Gordon Brooke Espresso podían ser un buen lugar para empezar.

A Harry le brillaban los ojos.

—¿Sabes lo que pienso?

—¿Qué?

—Que además de la curiosidad de los Abberwick también tienes la necesidad, típica de la familia, de solucionar problemas. Lo que ocurre es que tú te ocupas de personas y no de objetos.

—No te preocupes por Tessa y por Gordon. ¿Has tenido noticias de tu investigador?

La ironía desapareció de la mirada de Harry.

—Rice me ha telefoneado hace veinte minutos. Por fin ha localizado el coche y se ha puesto de acuerdo con el propietario del desguace. Mañana por la mañana echaré un vistazo al Ford de Kendall.

—¿Volarás mañana a Portland?

—Será lo primero que haré.

—Iré contigo. —Dijo Molly.

—¿Y la tienda?

—Tessa puede encargarse de todo. Si necesita ayuda puede traer a alguna otra chica de la banda.

Harry le echó una mirada escrutadora. Luego hizo un gesto de asentimiento.

—De acuerdo. Quizá sea mejor que vengas conmigo.

Molly se sintió satisfecha.

—¿Crees que podría darte también a ti algún consejo útil?

—No exactamente. —Respondió Harry—. Creo que si Kendall realmente fue asesinado por alguien que intentaba no dejar huellas, será mejor que te tenga donde pueda vigilarte.

Molly hizo una mueca. Cogió su bolso y se dirigió hacia la puerta.

—Siempre es agradable sentir que la quieren a una.

* * *

A las diez de la mañana siguiente Harry se hallaba con Molly entre los restos de multitud de coches. Una imponente valla de acero con alambre de pinchos en la parte superior rodeaba el montón de chatarra. El cartel de la entrada anunciaba Desguaces Maltrose.

Era un día adecuado para examinar a los difuntos. Un cielo plomizo prometía lluvia en cualquier momento. Una viva brisa marina agitaba las mangas de la camisa de Harry y ya había convertido el pelo de Molly es un revoltijo. Ella tenía que sujetárselo con una mano para que no se le metiera en los ojos.

El propietario del solar, un tal Chuck Maltrose, estaba de pie junto a Harry. Era un hombre corpulento que daba la impresión de haber jugado a fútbol en otro tiempo y de haber hecho levantamiento de pesas. Sus días de gloria, sin embargo, parecían haber terminado en algún momento del lejano pasado. Con el paso de los años gran parte de la musculatura se había convertido en grasa.

—¿Éste es el que quieren ver? —preguntó Chuck mirando a Harry.

Harry contempló los restos del Ford azul y luego echó un vistazo a las notas que había tomado durante la última llamada telefónica de Fergus Rice.

—Ése es.

—Tarden todo lo que quieran. —Dijo Chuck—. Por cincuenta dólares pueden mirar todo lo que deseen.

—Gracias.

—Cuando hayan terminado avísenme. Estaré en mi oficina.

—De acuerdo.

Harry no miró a Chuck cuando el fornido hombre se alejó hacia el viejo remolque que servía de oficina. No podía apartar los ojos del Ford.

Ni siquiera había tocado el vehículo, para ya sabía que había algo raro en él. A pesar de su estado desastroso, el Ford debía parecerle familiar. Hacía pocos días que había sido utilizado en un intento de despeñar su Sneath P2 por un acantilado. Había que admitir que sólo lo había visto en una serie de instantáneas inconexas, primero por su espejo retrovisor y luego cuando pasó como un rayo junto al Sneath. Tenía su atención fija en la tarea de impedir que su coche saltara por encima del pretil. Pero aun así…

—¿Qué ocurre, Harry? —preguntó Molly.

Él la miró.

—Todavía no lo sé. Quizá nada más que lo evidente.

Molly se abrazó.

—Es un lío, ¿no? Estamos mirando un coche que saltó por un acantilado. En ese Ford murió un hombre. Sólo mirarlo me produce escalofríos.

Harry no dijo nada. Saber que Wharton Kendall había muerto en el coche no era lo que le inquietaba tanto. Era otra cosa que emanaba del coche en sutiles ondas.

Y ni siquiera se hallaba en uno de sus estados de intensa concentración.

A Harry se le ocurrió que la parte de su cerebro que era buena en lo que él prefería llamar «intuición razonada» se había vuelto inexplicablemente más sensible en los últimos días. Para ser exactos, desde que había empezado a acostarse con Molly.

Darse cuenta de ello le dejó perplejo. Se quedó mirando fijamente el Ford azul y se preguntó qué le estaba ocurriendo. Su imaginación se estaba desbocando, ése era el problema. O quizás era algo mucho peor, mucho más ominoso.

El viejo temor se apoderó de él. Quizá realmente se iba a volver loco un día de ésos.

—¿Harry? —Molly le dio un golpecito en el brazo—. ¿Estás bien?

—Claro que estoy bien. ¿Por qué no iba a estarlo? —Harry obligó al viejo temor a volver a su escondite. Recordó el consejo que Molly le había dado respecto a ese tema: «El hecho de que puedas preguntarte si te estás volviendo loco significa que no lo estás». Recuperó el control—. Estoy intentando pensar.

—Lo siento.

Harry hizo caso omiso de la preocupación que vio en sus ojos. Más tarde se disculparía por esa respuesta brusca. También dejaría de preocuparse por la posibilidad de que necesitara una camisa de fuerza hasta más adelante. Llevaba años aplazando esa preocupación concreta. Podía esperar un poco más.

Hizo un esfuerzo para examinar con atención el destrozado Ford. Las entrañas de la bestia muerta estaban expuestas a la vista. En el accidente el techo había sido arrancado. Las puertas colgaban abiertas en extraños ángulos, como si los huesos dentro de la piel de metal se hubieran roto. Las ventanas carecían de cristales. Recordaron a Harry unos ojos sin vista.

Dio la vuelta al Ford despacio.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Molly.

Harry se subió las mangas.

—Sólo examinar las cosas.

—Todo quedó destrozado cuando el coche saltó por el acantilado. ¿Cómo sabrás que lo que descubras hoy no existía ya antes del accidente?

Harry se inclinó sobre la valla y examinó la abollada tapa de las válvulas.

—No estoy seguro de si sabré ver nada. Sólo quiero mirado de cerca.

—¿Percibir la situación? —sugirió Molly con inocencia.

Harry le hizo caso omiso. Se concentró con gran cautela inclinado sobre el parachoques deshecho.

La sensación de que había algo extraño le fue inundando poco a poco. Pero no procedía del compartimento del motor. Harry se apartó del parachoques. Procuró ser sutil cuando respiró hondo, pero se dio cuenta de que Molly le estaba observando con mucha atención.

Definitivamente había algo raro.

Al cabo de unos segundos, cuando estuvo seguro de que tenía el control de sí mismo, se sentó en el asiento del conductor. Examinó los daños producidos en el interior. Faltaba el volante. La tapa de cristal del salpicadero era una telaraña de diminutas grietas. Se inclinó para observar el pedal del freno.

De nuevo le asaltó la sensación de que había algo raro. Pero no era tan fuerte dentro del coche como lo había sido cuando se encontraba de pie cerca del parachoques delantero.

—¿Algo raro en los frenos? —preguntó Molly expectante.

—No creo.

Harry se colocó su armadura de fuerza de voluntad y tocó con cautela el pedal del freno. A modo de prueba lo apretó y al mismo tiempo agudizó su concentración.

Era tan difícil. Esto de intentar pensar con semejante claridad absoluta era muy útil y no obstante muy peligroso.

—¿Qué ocurre? —preguntó Molly—. ¿Qué sientes?

—No siento nada. —Murmuró Harry—. Los frenos están bien.

—¿Estás seguro?

—Tan seguro como puedo estado dadas las circunstancias. Estaba casi seguro de que nadie había cortado los cables de los frenos. El sistema aún ofrecía mucha resistencia.

—Supongo que descubrir algo tan grave como unos cables de frenos rotos habría sido demasiado evidente.

Harry la miró severamente.

—Pareces decepcionada.

Ella se encogió de hombros.

—He visto muchas películas antiguas.

—Ese tipo de sabotaje sólo sale bien en las películas. —Dijo Harry con aire ausente—. En la vida real es demasiado imprevisible. El problema es que la persona que corta los cables no tiene manera de saber con seguridad cuándo se agotará el líquido.

—¿Quieres decir que no se podría calcular el momento en que fallaran los frenos para que lo hicieran en una curva?

—Exacto. —Harry se quedó pensativo—. Es una manera muy insegura de matar. Y nuestro hombre, suponiendo que haya alguien, aparte de Kendall, implicado en esto, prefiere métodos más directos y seguros.

—¿Qué te hace decir eso?

—Piénsalo, Molly. Ese tipo intentó echamos de la carretera y matarte con una pistola.

—Entiendo lo que quieres decir. —Frunció la frente delicadamente—. Hace las cosas a lo bruto.

—Sólo cuando se trata de verdadero intento de asesinato. —Dijo Harry lentamente—. Sin duda ha sido muy sutil cuando se ha tratado de montar el escenario y elegir la cabeza de turco. En realidad, es más hábil en este aspecto del asunto que en cerrar un trato.

—¿Qué crees que significa eso?

Harry la miró mientras reflexionaba sobre el problema.

—Puede significar que quienquiera que esté detrás de esto tiene mucha más experiencia en montar el escenario que en asesinar. Matar puede ser algo nuevo para él.

Molly se estremeció visiblemente.

—Pero ¿por qué tendría más experiencia en el camuflaje?

—Quizá, —dijo Harry—, porque hasta ahora era lo único que tenía que hacer para cumplir sus objetivos. Cuando se trata del telón de fondo de su operación piensa como un estafador con mucha experiencia.

—¿Un estafador?

—Es posible que tenga antecedentes de fraude o malversación o algún otro delito no letal.

—De modo que es hábil en esa parte pero no cuando se trata de asesinato. —Molly cerró los ojos un instante—. Gracias a Dios.

—Sí.

—Bueno, ahora que sabemos que esto, sin lugar a dudas, no fue un accidente, sería muy interesante descubrir exactamente cómo fue saboteado el coche de Kendall. —Reflexionó Molly en voz alta.

—No sabemos con seguridad que no se trató de un accidente. Estamos haciendo suposiciones.

—Tus suposiciones son conjeturas inspiradas más que otra cosa, Harry. Lo sabes.

Harry oyó un chasquido y se dio cuenta de que eran los dientes que le castañeteaban. Le irritaba la seguridad que mostraba Molly respecto a que Kendall había sido asesinado. Él sabía que ella captaba lo que él percibía de la situación y que confiaba en sus instintos.

Saber que Molly había desarrollado esa fe inquebrantable en sus intuiciones le preocupaba. Era como si el hecho de que ella creyera en sus habilidades convirtiera éstas en aún más sospechosas. Hacía que pareciera más probable que realmente había algo anormal en ello.

Harry salió del coche y, con gran cuidado, puso una mano en el parachoques delantero. De nuevo sintió que había algo raro, esta vez de un modo más insistente. Se inclinó para echar un vistazo más de cerca al metal aplastado.

En algunos puntos el impacto del accidente había arañado y rascado la pintura azul. Harry pasó los dedos por las enormes mellas que habían quedado en el parachoques. Se detuvo de golpe cuando las yemas de sus dedos tocaron una mella profunda cerca de un agujero que en otro tiempo había sido ocupado por un faro. Se quedó inmóvil.

Molly se apresuró a acercarse a él.

—¿Qué has encontrado?

—Pintura azul.

—¿Y qué tiene de extraño la pintura azul? El Ford es azul.

—Lo sé.

Harry pasó un dedo por un pequeño fragmento de pintura.

Algo allí le inquietaba.

Respiró hondo y se concentró mentalmente lo mejor que pudo. Lentamente, con atención, fue pensando en las manchas de esmalte azul en todos sus variados aspectos con gran detalle.

Trató de concentrarse de modo limitado. No quería perder el control. «Deja que la información se filtre —se advirtió a sí mismo—. Sólo un poquito cada vez. Piensa en ello. Busca las incongruencias».

Harry dio un cauteloso paso sobre el puente de cristal.

El viento procedente del mar de pronto se hizo muy intenso y le azotaba, amenazando con hacerle caer al abismo.

Hizo grandes esfuerzos para mantener el equilibrio. Si perdía el control, caería al cañón más profundo y más frío que había en el fondo de la parte más oscura del mar.

—¿Harry? —preguntó Molly con voz suave, amable, interrogadora. Preocupada.

El cristal se estremeció bajo los pies de Harry. Éste levantó su mirada fascinada de la infinita oscuridad que se extendía a sus pies y miró hacia el otro lado del abismo.

Molly esperaba allí. Ella le tendía los brazos.

Harry recuperó el equilibrio y echó a andar hacia ella. Cada paso era más seguro, más firme.

Estaba completamente abierto a la sensación y al conocimiento. El mundo que le rodeaba era mil veces más nítido que unos instantes antes. El cielo ya no era de un gris uniforme. Por el contrario, era de un centenar de variados tonos de luz y sombra. La sonrisa de Molly era más brillante que cualquier sol y sus ojos eran como piedras preciosas de color verde.

La pintura que había bajo sus dedos le gritó. Harry la succionó con su aliento.

—Tranquilízate, Harry. Estoy aquí.

Dio los últimos pasos sobre el puente de cristal tambaleándose. Alargó los brazos para coger las desesperadas manos de Molly. Ésta se arrojó a sus brazos, cálida, reconfortante y viva.

Harry ya no se hallaba en la oscuridad.

Cerró los ojos y abrazó a Molly con todas sus fuerzas.

El mundo recuperó la normalidad rápidamente, volviendo a sus sombras e intensidades naturales. La fuerza del viento marino se redujo. El puente y el abismo desaparecieron.

Harry abrió los ojos. Molly le miraba ansiosa desde sus brazos.

—¿Estás bien? —le preguntó con suavidad.

—Sí. —Él se concentró en la expresión preocupada de Molly mientras se esforzaba por recuperar el aliento—. Estoy bien.

—Tienes un aspecto horrible.

—Estoy perfectamente.

—Hace un momento estabas ardiendo. —Le puso una mano en la frente—. Ahora estás un poco más fresco. No sé si los hombres tenéis sofocos.

Harry ahogó un gruñido, atrapado entre el viejo temor y la risa. Sus emociones confusas le advirtieron que aún no poseía todo el control.

Ella le examinó atentamente.

—¿Qué has visto en el parachoques?

—Ya te lo he dicho, pintura azul. —Harry se agazapó junto a la rueda delantera—. Pero no de este coche.

—¿Qué? —Molly se quedó boquiabierta. Se acuclilló a su lado—. ¿Pintura azul de otro coche?

—Eso creo. —La miró—. Azul sobre azul. La diferencia de color es tan leve que los agentes investigadores jamás la habrían advertido. Pero hay una diferencia.

—Ósea que hay otro coche implicado.

—Sí. —Harry se puso de pie—. Lo realmente interesante es que es probable que se trate del Ford azul que intentó echamos de la carretera. Porque éste no es el mismo coche que nos siguió al salir de Icy Crest.

—¡Oh, Dios mío! ¡Dos Ford azules!

—Ya te lo he dicho, ese tipo es muy bueno montando el escenario de sus jueguecitos. Tiene mucha experiencia en ello.

—No se trata simplemente de una de tus intuiciones lógicas, ¿verdad? —La curiosidad ardía en los ojos de Molly—. ¿Realmente puedes «sentir» que hay algo extraño en esa pintura azul del parachoques?

—Puedo «ver» las pequeñas diferencias que hay en él. Me he entrenado en la observación de detalles muy pequeños. Ésa es una de las razones por las que soy bueno en mi trabajo.

—No juegues conmigo. —Dijo Molly muy despacio—. Ni contigo. Has sabido que había algo raro en este coche en el instante en que lo has visto de cerca. ¿Por qué no lo admites?

En circunstancias normales, Harry habría reaccionado a su insistencia con frío sarcasmo o con irritación. Pero aunque sentía que más o menos había recuperado el control, aún estaba un poco sensible.

El resultado fue que el interrogatorio de Molly encendió el oscuro temor que había en él. Luchó con ese temor con la única arma de que disponía: la rabia.

—Maldita sea, ¿qué diablos quieres que diga? —La rabia, alimentada por el temor, le latía en las venas—. ¿Qué realmente creo que tengo una especie de sexto sentido? Igual podría anunciar al mundo que estoy loco.

—No estás loco. Ya te lo dije.

—¿Quién eres tú? ¿Alguna clase de autoridad?

Molly no se inmutó.

—Harry, si tienes alguna habilidad paranormal, será mejor que la reconozcas y la aceptes. Forma parte de ti, sea lo que sea.

—Tú eres la única que está loca si crees que voy a ir por ahí proclamando que poseo percepción extrasensorial. La gente que cree que tiene poderes paranormales acaban sometidos a fuerte medicación. —Harry cerró los ojos. Imágenes de hospitales psiquiátricos bailaban en su enfervorecido cerebro—. O peor.

—No tienes que admitir la verdad ante nadie más que ante ti mismo. —Molly sonrió—. Y ante mí, por supuesto. A mí no puedes ocultármelo.

—No hay nada que admitir.

—Escúchame, Harry. Tengo la sensación de que si no aceptas la realidad de tus habilidades, sea cual sea, jamás sabrás cómo controlarlas. No puedes reprimirlas toda la vida.

—No puedo reprimir lo que no existe.

—Eres un hombre que trabaja con la verdad. Admite la verdad ante ti mismo. Piensa en ese sexto sentido, o en lo que sea, igual que piensas en tus excelentes reflejos. No es más que una habilidad natural. Un talento.

—¿Natural? ¿Llamas natural a esas patrañas de lo paranormal? Molly, estás empezando a parecer más loca de lo que alivia cree que estoy yo.

—Eso no es justo para Olivia. Ella no cree que estés loco. Cree que sufres de estrés postraumático y quizás alguna depresión periódica.

—Créeme, ella piensa que ya estoy para ir al manicomio.

—Pero, Harry…

Él dio un paso hacia ella, las manos apretadas a los costados.

El viento volvió a soplar. El cielo se oscureció.

—Juro por Dios, Molly, que no quiero volver a oír ni una palabra más acerca de mis habilidades psíquicas. ¿Lo entiendes? Ni una sola palabra más.

Ella le puso una mano sobre el hombro.

—Escúchame.

—No volveremos a hablar de este asunto. —Dijo Harry con los dientes apretados.

Los dedos de Molly eran cálidos. Él los sentía a través del tejido de su camisa. La ira fue desapareciendo lentamente, dejando un gran cansancio.

—¡Eh! ¿Estoy interrumpiendo algo o qué?

Chuck Maltrose apareció en el campo de visión de Harry. Harry respiró hondo para recobrarse y dedicó su atención al propietario del desguace.

—Estamos hablando de un asunto privado.

—Claro. No hay problema. —Maltrose alzó una mano abierta—. No soy nadie para meterme en una discusión privada. Sólo quería saber si habían terminado de echar un vistazo.

—Creo que ya hemos terminado, señor Maltrose. —Dijo Molly con aspereza.

Harry observó que le ofrecía una de sus brillantes sonrisas a Maltrose.

Chuck Maltrose no era tan sanguíneo. Lanzó a Harry una mirada disimulada, cautelosa.

Harry se preguntó si su locura resultaba evidente, o si Maltrose simplemente estaba reaccionando a los restos de ira que sin duda alguna sí eran evidentes: Sólo precisaba unos segundos para recobrarse, pensó Harry. En un minuto estaría bien.

Por fortuna, Molly se encargó enseguida de Chuck Maltrose. Harry escuchó cómo le hablaba de la tormenta que se avecinaba. Cuando hubieron concluido que llovería muy pronto, Harry ya había recuperado el control.

* * *

-Así que sabemos que hay otro Ford azul en alguna parte. —Dijo Molly sentándose en el asiento del pasajero del coche de alquiler—. ¿Qué hacemos ahora, Sherlock?

—Pararé en una cabina y llamaré a Fergus Rice. —Harry encendió el contacto—. Puede notificarlo a la policía.

—Debe de haber millones de Ford azules.

—Sí, pero con un poco de suerte no habrá tantos con el parachoques delantero mellado en la parte derecha.

—Aun así, me parece muy difícil. —Molly se recostó en el asiento—. Esto ya no tiene sentido. El motivo no parece lógico.

—He estado pensando en eso. Puede que exista otro motivo. —Harry frunció el entrecejo y salió a la carretera—. Un motivo que no hemos tenido en cuenta.

—Hay tantos motivos en el mundo. Venganza, pasión y codicia resumen casi toda la lista.

—Hasta ahora nos hemos concentrado en la venganza. —Observó Harry.

—Me resulta difícil creer que yo sea el objetivo de dos inventores disgustados. —Dijo Molly claramente—. Uno, quizá. ¿Pero dos? Y no podemos olvidamos de la pasión. Mi vida no había sido tan excitante hasta hace poco.

—Eso nos deja la codicia.

Molly frunció la nariz.

—Matar no me parece una buena manera de conseguir que la fundación financie la solicitud de beca de alguien.

Harry miraba fijamente la carretera como si todo empezara a unirse con una clara perfección. La teoría iba cobrando forma con tanta rapidez que Harry se maravillaba de cómo había podido pasar por alto lo evidente durante tanto tiempo.

—Anoche, —elijo con calma—, cuando entré en tu tienda, estabas asegurando a Brooke que no eras tan idiota como para dar el control del capital de la fundación a nadie.

—Exacto.

—Molly, ¿qué pasa con esos fondos si tú desapareces del mapa?

—¿Qué?

—Me has oído perfectamente. Si a ti te ocurriera algo. ¿Kelsey se convertiría en administradora de la Fundación Abberwick?

—No hasta que tenga veintiocho años. Lo arreglé de ese modo porque no quería que se viera abrumada por la carga de tener que dirigir la fundación hasta que hubiera podido terminar el colegio y empezar una carrera.

—¿Quién se convierte en administrador si tú faltas?

—Tía Venicia.

Harry silbó quedamente.

—Debería haberlo visto desde el principio.

—¿De qué diablos estás hablando? No estarás acusando a tía Venicia de conspirar para asesinarme, ¿verdad? Es ridículo. A ella no puede importarle menos administrar la fundación.

—Ella no. El hombre con quien va a casarse.

Molly le miró fijamente, atónita.

—Oh, Dios mío. Cutter Latteridge.