Capítulo 11
Molly no podía soportar por más tiempo aquel encantador tormento. Las interminables olas de placer que la inundaban le impedían recuperar el aliento. Las caricias asombrosamente íntimas de Harry la dejaron temblando de deseo. Él le hizo el amor de un modo maravillosamente meticuloso. Sus fuertes y elegantes manos eran suaves y seguras e incansables. La estimuló para que llegara a la culminación como si estuviera extrayendo diamantes líquidos. Sus largos dedos relucían a la luz de la luna.
—Harry. ¡Oh, Dios mío, Harry! Por favor. No. No puedo… no puedo…
—Muévete… —le susurró él con los labios pegados a su piel—. Te atraparé.
La deliciosa tensión explotó dentro de Molly. Ella apretó los puños en el pelo oscuro de Harry y se rindió con un jadeo de satisfacción. Él se contuvo, esperando hasta que ella estuvo temblando en plena tormenta antes de penetrar profundamente en su cuerpo. Molly tembló al recibir el impacto.
Estrechó a Harry con más fuerza y se aferró a él mientras el hombre se estremecía en su propia liberación.
Molly no se dio cuenta de la verdad hasta que él se tumbó desgarbado sobre ella, la piel de los hombros húmedos de sudor y en el aire el aroma elemental del sexo.
Había estado bien. Mejor que bien. Había sido una experiencia fantástica, deliciosamente erótica, increíblemente sensual. Pero esta vez algo había sido distinto.
Había faltado algo.
Permaneció despierta largo rato. De acuerdo, ella no tenía mucha experiencia, con lo que las comparaciones resultaban difíciles. Pero la noche anterior su cuerpo había sintonizado con el de Harry de un modo que no sabía explicar. Esa noche todo en su interior, cada nervio y cada músculo, había tratado de experimentar lo mismo. Había estado muy cerca, pero no había sido igual.
Faltaba la sensación de resonancia.
La noche anterior Harry había abierto una puerta cerrada y la había invitado a entrar en una cámara secreta. Esa noche aquella puerta había permanecido cerrada. Molly sabía que no se sentiría plenamente satisfecha hasta que volviera a abrirla.
* * *
Despertó sola en la gran cama. Por unos somnolientos instantes pareció completamente normal tener la cama para ella sola. Luego abrió los ojos y vio el desconocido cielo nocturno fuera de las ventanas. Su primer pensamiento claro fue que había demasiada oscuridad. Luego recordó que se encontraba en la cama de Harry y que no debería estar sola. Harry debería estar con ella.
Se revolvió y consultó el reloj. La esfera luminosa le informó de que eran casi las tres de la madrugada. No había que ser un genio para imaginar que Harry había salido de la cama para volver al montón de proyectos que le esperaban en su estudio.
Molly cruzó las manos detrás de la cabeza y examinó lo que había aprendido de Harry. Empezaba a surgir un modelo.
Harry había venido a Seattle al cabo de menos de un año de que sus padres murieran. A ella no le cabía duda de que quería que las dos familias hicieran las paces en honor de su padre y su madre. Pero Molly sospechaba que había algo más. Quizá más de lo que el propio Harry sabía.
Él había tenido todo el derecho de acudir a los Stratton y a los Trevelyan cuando se encontró completamente solo en el mundo. Eran sus parientes carnales. Ellos le habían aceptado, pero Molly estaba aprendiendo que esa aceptación había costado un elevado precio. Todos querían algo de Harry.
Molly se incorporó de pronto y apartó las sábanas. Salió de la cama, se puso la bata y, descalza, se dirigió hacia el estudio de Harry.
A través de la puerta entreabierta se veía un rayo de luz. Molly entró en la habitación sin hacer ruido.
Sabía que no había hecho ningún ruido al cruzar el pasillo, pero Harry debió de oír que se acercaba. Estaba sentado tras su escritorio, observando la puerta, esperándola. Llevaba un batín de felpa de color gris. La luz intensamente contrastada y la sombra que proyectaba la lámpara halógena resaltaba sus rígidas facciones. Tenía el pelo alborotado. Sus ojos ambarinos relucían con la expectación de un depredador que está a punto de clavar sus garras en la presa.
Molly supo al instante lo que había ocurrido.
—¿Has encontrado el proyecto que buscabas?
—Hace tres minutos. Echa un vistazo.
Molly cruzó la habitación hasta el escritorio y contempló los papeles esparcidos frente a Harry.
—Recuerdo éste. —Estiró el cuello para leer la primera página—. «Proyecto para la construcción de un aparato para medir ondas cerebrales paranormales», de Wharton Kendall. Me gustó, pero tú lo vetaste, igual que hiciste con todos los demás.
—¿Ondas cerebrales paranormales? No me tomes el pelo. —Harry la miró con expresión de disgusto—. Kendall es el tipo de inventor que da mala fama a los otros inventores. Un estafador clásico. Sin ninguna formación científica. Sin historial técnico. Sin originalidad ni verdadera intuición. Y encima está metido en esa basura de lo paranormal. Debería haberme acordado de ese tipo enseguida.
—Mmmm. —Molly dio unos golpecitos con un dedo sobre la mesa con aire distraído—. ¿Qué es lo que te hace pensar que Kendall es la persona que me gastó esas bromas pesadas?
Harry dio la vuelta al documento para que ella pudiera ver con más claridad uno de los diagramas.
—Echa un vistazo a este diseño para el mecanismo que tenía intención de utilizar en su descabellado aparato para medir las ondas cerebrales.
Molly examinó el dibujo de una complicada máquina compuesta por multitud de cables y un panel electrónico montado sobre una plataforma móvil.
—¿Y qué?
—Dejando aparte los aspectos falsos, pseudocientíficos, del proyecto, el diseño no es elegante, no es original y no es inspirado. Exactamente igual que los diseños de la falsa pistola y del fantasma. El artefacto entero tiene un aspecto de provisionalidad, como esas máquinas. Y este montaje, —señaló una pequeña sección del dibujo—, es nuestra humeante pistola. Nuestro hombre es Kendall.
—Me sorprende que recordaras tantos pequeños detalles, Harry. Éste fue uno de los primeros proyectos que te mostré y, si no recuerdo mal, sólo lo ojeaste unos diez segundos.
—Nueve segundos más de los que merecía. —Harry torció la boca irónicamente—. Pero eso fue a principios de nuestra asociación, y yo aún trataba de hacerme el asesor educado. Todavía no me había dado cuenta de que tú y yo revisaríamos todas y cada una de las solicitudes de beca que la fundación recibiera.
—¿Quieres decir antes de que me diera cuenta de lo terco y criticón que serías?
—Algo así. —Harry se recostó en su silla y examinó a Molly con expresión pensativa—. La cuestión ahora es qué hacemos con respecto a Kendall. No tengo ninguna prueba consistente. Ciertamente no lo suficiente para acudir a la policía.
Molly le escudriñó el rostro con curiosidad.
—¿Estamos hablando de una conclusión a la que has llegado basándote en tu famosa intuición?
—Estamos hablando de una de mis intuiciones que, a su vez, ha sido producida por años de experiencia y observación entrenada. —Repuso Harry con frialdad.
—¿Te has dado cuenta de que cada vez que se hace referencia a tu intuición o cualidades psíquicas te pones de mal humor?
—No tengo paciencia con esa clase de tonterías.
Molly sonrió.
—Tienes paciencia con todo lo demás.
—Todo hombre tiene sus límites.
—Entiendo. Bueno, aunque tuvieras pruebas convincentes de que él es el autor de esas bromas, no se trata de un caso de intento de asesinato o de ningún auténtico delito. Dudo que la policía pudiera hacer gran cosa excepto enviarle una amonestación.
—Eso es algo que yo mismo puedo hacer. —Dijo Harry con voz muy suave.
Molly se alarmó.
—Harry…
Él cogió el dibujo y lo examinó atentamente.
—Me pregunto si Kendall aún vive en esta dirección. No reconozco el nombre de la ciudad.
—No me gusta la expresión de tus ojos.
Harry levantó la cabeza tan deprisa que Molly se sobresaltó y dio un paso atrás.
Él la inmovilizó con una fiera mirada.
—¿Qué expresión?
—Tranquilízate. —Molly extendió las manos—. Sólo era una expresión.
—Lo siento. —Harry se quedó en silencio un momento—. Mi ex-prometida solía hacer comentarios similares sobre mis expresiones. Decía que la ponía nerviosa.
—¿Te parezco nerviosa?
Harry la estudió con atención.
—No.
—Recuerda, Harry, que yo no soy tu exprometida.
Harry parpadeó y luego sonrió.
—No te preocupes. Nunca más te confundiré con Olivia.
Esta vez, sus ojos ambarinos eran tan cálidos que Molly casi pudo sentir el calor. Se aclaró la garganta y retornó el hilo de la conversación.
—Bueno, lo que quería decir era que no estoy segura de aprobar tus planes para enfrentarte a Wharton Kendall. ¿Qué pretendes hacer exactamente?
—Visitarle personalmente para hablar del asunto de las bromas pesadas.
Molly frunció los labios.
—Probablemente lo negará todo.
—No tengo intención de darle oportunidad de negar nada. Voy a convencerle de que tengo pruebas de que es él quien está detrás de esas bromas y de que si intenta hacer alguna otra cosa, acudiré a la policía.
—En otras palabras, vas a meterle el miedo en el cuerpo.
—Sí.
Molly pensó en ello.
—¿Crees que puedes hacerlo?
Harry levantó la vista del dibujo. Todo el calor se había evaporado de su mirada.
—Sí.
Molly, de pronto, se percató de que en la habitación hacía frío. Instintivamente se llevó las manos a las solapas de la bata y se abrigó.
—Iré contigo.
—No.
Harry volvió a examinar el dibujo.
Molly dejó de apretarse la bata a su cuerpo. Plantó las manos sobre el escritorio y entrecerró los ojos.
—No eres un cruzado solitario, doctor Trevelyan. Estás trabajando para la Fundación Abberwick. Eso significa que recibes órdenes de mí. Te acompañaré cuando visites a Wharton Kendall. ¿Queda claro?
Harry volvió a desviar la mirada del dibujo de Kendall. Hizo un largo gesto de asentimiento y luego torció la boca en gesto irónico.
—Comprendido.
—Bien.
Molly se irguió.
—Sólo hay un pequeño problema.
—¿Cuál es?
—Encontrar a Kendall puede requerir algún tiempo. —Harry señaló la tapa del proyecto—. No hay número de teléfono. Como dirección da un apartado de correos de un lugar llamado Icy Crest.
—¿Dónde está eso?
—No lo sé. Primero tenemos que encontrar la ciudad, y luego a Kendall. Tardaremos al menos un día entero en encontrarle la pista y hablar con él una vez le hayamos localizado. Probablemente no querrás ausentarte de la ciudad en un día de trabajo. Sé lo importante que es para ti tu negocio.
—¡Oh, no! —se apresuró a replicar Molly—. No vas a deshacerte de mí tan fácilmente. Puedo arreglado para dejar a Tessa a cargo de la tienda por un día.
—¿Estás segura?
—Absolutamente segura, doctor Trevelyan.
—¿Alguna vez te he dicho que no me gusta que me llames doctor Trevelyan? —preguntó Harry en tono conversacional.
—No. —Molly sonrió—. Me di cuenta hace semanas de que te irrita bastante.
* * *
Icy Crest resultó ser poco más que un puntito en el mapa. Estaba situado en el interior de las Cascade Mountains, al final de una estrecha y sinuosa carretera de dos carriles. Se hallaba a varios kilómetros de la Interestatal 90, que unía el este y el oeste de Washington.
Molly examinó la pequeña ciudad a través del parabrisas del limpio coche de Harry y se preguntó por qué de pronto experimentaba una profunda sensación de incomodidad.
La pequeña aldea de montaña era como la mayoría de pueblecitos de todas partes, con su gasolinera, una tienda de comestibles de aspecto horrible llamada Pete’s, un café y una taberna. Un pequeño cartel en el sucio escaparate de la tienda de comestibles declaraba que la estafeta de correos estaba dentro.
Un grupo de hombres vestidos con ajados pantalones de tela tejana, botas y gorras holgazaneaban frente a la tienda. Molly observó que todas las gorras exhibían los vistosos logotipos de empresas fabricantes de maquinaria para granja. Ojos malévolos observaron a Harry aparcar el coche y apagar el motor.
—Algo me dice que quizá no sea tan sencillo como parecía. —Dijo Molly.
Harry examinó a los hombres que haraganeaban frente a la tienda.
—¿Qué es lo que te causa esta impresión?
—No estoy segura. Me parece que son las gorras. —Molly se mordisqueó el labio inferior—. No sé, Harry. No me gusta esto.
—Es un poco tarde para arrepentirse. Fuiste tú quien insistió en acompañarme.
—Lo sé. Normalmente me gustan los pueblecitos. Pero éste tiene algo… —se interrumpió, incapaz de expresar sus temores.
—¿Qué le ocurre?
Ella le lanzó una rápida mirada de reojo.
—¿Qué dirías si te dijera que este lugar me produce una sensación desagradable?
—Diría que es una sensación eminentemente razonable, dadas las circunstancias. Estamos aquí para ver a un hombre que ha estado tratando de asustarte a base de bien, recuérdalo. ¿Por qué iba a entusiasmarte venir a enfrentarte con él?
Harry abrió la puerta y bajó del coche.
Molly le siguió deprisa. Harry tenía razón. Dada la situación, no había nada extraño en que ella se sintiera inquieta. Sonrió tímidamente al grupo de hombres que la observaba. Ninguno de ellos le devolvió la sonrisa.
Harry miró abiertamente al pequeño grupo reunido frente a la tienda y saludó con una leve inclinación de cabeza. Para sorpresa de Molly, uno o dos hombres le dieron una tensa respuesta. Los otros cambiaron sus pies de sitio y encontraron algo distinto a Molly en lo que fijar su atención.
Harry cogió a la muchacha de la mano y entró en la tienda de comestibles.
Molly se fijó en los estantes repletos de polvorientas latas, paquetes de papel higiénico y artículos varios para el hogar. En las ventanas colgaban anuncios luminosos de cerveza. Una máquina de refrescos zumbaba en un rincón.
Harry soltó la mano de Molly, sacó unas monedas del bolsillo y cruzó la tienda hacia la máquina. Metió las monedas en la ranura y oprimió los botones de las bebidas que deseaba. Se oyó ruido de maquinaria. Las latas aparecieron con un tintineo.
Una enorme figura surgió en el umbral de la puerta detrás del mostrador delantero. Molly vislumbró un voluminoso estómago peludo sobre la cintura de unos viejos tejanos caídos. Desvió la vista enseguida.
—¿Puedo ayudarles?
La voz resultó inesperadamente aguda y nasal para un hombre tan corpulento. Había en ella una clara falta de bienvenida. Harry cogió las latas de refresco que habían salido de la máquina.
—¿Eres Pete?
—Sí.
—Yo soy Harry. Ésta es Molly.
Pete miró a Molly con los ojos entrecerrados. Ella sonrió ampliamente. Él le ofreció un breve saludo con la cabeza e hizo un globo con el chicle. Luego volvió su atención a Harry.
—¿Querías algo, Harry?
—Buscamos a un hombre llamado Wharton Kendall. Tenemos entendido que vive aquí, en Icy Crest.
Pete masticaba chicle y le miraba pensativo.
—Antes sí.
Había un aire de desafío en esa afirmación, como si desafiara a Harry a pedir más detalles.
Molly era consciente de la tensión que flotaba en el aire. Probablemente no era nada más que la renuencia natural de un residente de un pueblo pequeño a proporcionar información a un extraño, pero resultaba incómodo.
Harry parecía ajeno a la atmósfera. Abrió una de las latas y tornó un largo trago. Luego miró al fornido hombre de detrás del mostrador.
—¿Cuánto hace que se ha marchado Kendall?
—No mucho. Un par de días.
—¿Vivía cerca?
En el ancho rostro de rete se formaron arrugas de terca resistencia. Era evidente que no tenía intención de responder más preguntas.
Harry se limitó a mirarle largo rato. El silencio se hizo tenso. Molly tuvo el impulso de salir huyendo de la tienda. Se quedó donde estaba solo porque no podía dejar solo a Harry.
La tensión del prolongado silencio por fin decidió a rete no decir nada más sobre el tema de Wharton Kendall.
—Alquiló una cabaña a Shorty durante un tiempo.
Pete volvió a la tarea de masticar chicle.
Harry tornó otro trago de refresco y siguió examinando al hombre con ojos fríos e imperturbables.
—¿Alguna idea de adónde fue Kendall?
Pete se agitó incómodo bajo la mirada de Harry. Su evidente incomodidad recordó a Molly las reacciones de los hombres que se hallaban fuera de la tienda.
—Shorty me dijo que ese loco hijoputa se dirigía hacia California. No se ha perdido nada. Era un tipo extraño. ¿Kendall es amigo suyo?
—No. —Harry no dio explicaciones—. ¿Quién es Shorty?
—El de la taberna de al lado.
—Gracias.
—De nada.
Pete se rascó la parte del estómago que la camisa no le cubría.
Harry le tendió a Molly la lata de refresco sin abrir.
—Vamos a ver a Shorty.
—No puedo creer cómo te las has arreglado. —Dijo Molly media hora más tarde cuando Harry detuvo el Sneath en el sendero de una vieja cabaña.
—¿Cómo me las he arreglado?
Harry dejó los brazos sobre el volante y examinó la cabaña con atención.
—Cómo has convencido a Pete y a Shorty de que nos dieran la información que queríamos. Produces un efecto interesante en la gente, Harry. ¿Lo has advertido alguna vez?
Él la miró con ligera sorpresa.
—¿Qué te hace pensar que a Pete y a Shorty no les hacía gracia damos información sobre Kendall?
—Ah, no me lo preguntes. Sabes perfectamente bien que de algún modo has intimidado a Pete y embaucado a Shorty.
Sostuvo la llave en el aire y la hizo oscilar ante Harry.
—Ósea que estamos interesados en alquilar una cabaña, ¿verdad?
—Ha sido una excusa tan buena como cualquier otra.
Harry abrió la portezuela del coche y bajó.
—Eres suave como la seda cuando quieres, Harry. —Molly se apeó y dio la vuelta al coche por delante para reunirse con él—. ¿Enseñan el arte de inventar historias terribles en la universidad?
—En realidad, heredé este talento de la parte Trevelyan de la familia.
—Sabes lo que Shorty piensa, ¿verdad?
—Puedo suponerlo.
Harry le cogió la llave de los dedos y echó a andar hacia la puerta de la cabaña.
—Apuesto a que sí, ya que eres tú quien le ha puesto esa idea en la cabeza. —Molly se apresuró a seguirle—. Cree que estamos buscando una cabaña escondida, lejos de la ciudad, para disfrutar de una ilícita aventura de fin de semana.
—Sí.
—De alguna manera, —dijo Molly muy despacio—. Shorty ha tenido la impresión de que uno de nosotros, o los dos, está casado.
—Bueno, no sería una aventura ilícita si los dos fuéramos libres, ¿no?
Harry metió la llave en la cerradura.
—No estoy segura de que me guste manchar mi reputación sólo por echar un vistazo en el interior de la cabaña de Wharton Kendall.
—Tranquilízate. —Harry empujó la puerta y ésta se abrió—. Si Shorty alguna vez está sobrio el tiempo suficiente para hablar con Pete, se dará cuenta de que nos interesaba más hacer salir a Kendall que utilizar este lugar como nido de amor.
—Eso le confundiría sobremanera.
—No importa. —Dijo Harry—. Para entonces hará rato que nos habremos ido.
—Lo sé, pero… —Molly se interrumpió de pronto, atraída su atención por el interior de la cabaña—. Dios mío, iba a decir qué vertedero, pero creo que alguien ya lo ha utilizado en ese sentido.
Desde la raída alfombra frente a la chimenea hasta las varias capas de manchas en el suelo de la cocina, la cabaña estaba hecha un desastre. El olor a grasa rancia y basura podrida impregnaba el aire.
Harry inspeccionó la escena.
—Da la impresión de que Kendall se marchó con prisas.
—Esto —dijo Molly— no es sólo prueba de una partida apresurada. Un desorden como éste se tarda semanas, incluso meses, en producido. Esto es obra de un gandul nato.
Harry sonrió brevemente.
—Te dije que Kendall era un pensador descuidado.
—Ya se ve. —Molly se paseó con cautela entre la basura—. Me pregunto dónde hizo su trabajo.
—Debió de ser aquí mismo, en la sala de estar. A menos que convirtiera: el dormitorio en taller. Echaré un vistazo.
Harry se dirigió a un pequeño pasillo y asomó la cabeza en el dormitorio.
—¿Ves algo ahí? —gritó Molly.
—Una cama rota que sólo una pareja verdaderamente desesperada, obligada a tener una aventura ilícita aquí en Icy Crest, encontraría romántica.
—Eso nos excluye a nosotros. —Molly se acercó y atisbó por encima del hombro de Harry—. Nosotros no estamos desesperados, y no hacemos nada ilícito.
El dormitorio no estaba más limpio que la sala de estar y la cocina. Unas deshilachadas cortinas colgaban flojas sobre la sucia ventana. El colchón tenía la pátina gris uniforme y desagradables manchas que sólo largos años de uso podían producir. Las puertas del armario estaban abiertas. El interior estaba vacío salvo por un cordón de zapato roto y un calcetín en el suelo.
—No cabe duda de que se ha ido. —Dijo Harry—. Me pregunto por qué.
Molly se encogió de hombros.
—Shorty ha dicho que Kendall le había anunciado que regresaba a California. Quizás era verdad.
—Quizás. —Harry parecía poco convencido—. O quizás ha vuelto a Seattle para preparar otra broma.
—Tal vez le parezca que ya se ha vengado lo suficiente. —Sugirió Molly, sintiéndose bastante optimista ahora que era evidente que Kendall se había marchado de allí.
—Es posible. —Harry avanzó hacia el centro de la habitación. Se inclinó sobre una rodilla para mirar debajo de la cama—. O quizá se dio cuenta de que había tentado demasiado su suerte. Sea como sea, hay muchas posibilidades.
Molly observó a Harry cuando se levantó y fue al cuarto de baño.
—¿Qué buscas?
—No estoy seguro. Lo sabré cuando lo vea.
—Parece que Kendall se llevó todas sus cosas.
—Sí. —Harry salió del cuarto de baño y se dirigió hacia la habitación delantera—. Pero hizo el equipaje con prisas. Y es descuidado, ¿recuerdas?
—¿Y qué?
—Es posible que se le pasara algo por alto en sus prisas por marcharse de Icy Crest.
Harry se puso a abrir y cerrar sistemáticamente los armarios de la cocina.
—Como por ejemplo…
—Una dirección. El número de teléfono de alguien a quien conoce en California. Cualquier cosa que me dé una pista.
Molly había empezado a animarse, pero las palabras de Harry la hundieron una vez más.
—Pero se ha ido. Se ha terminado. No puede seguir su estúpido plan de venganza desde California.
—Algo me dice que sería útil saber exactamente dónde está. No me gusta la idea de que ande deambulando por ahí. Quiero echarle el guante.
—Creo estás siendo excesivamente cauto. —Dijo Molly.
—Soy así por naturaleza. Hago las cosas metódica y lógicamente.
—Sí, claro.
Molly levantó de mala gana un cojín del sofá para ver qué perversidad acechaba debajo. Cuando descubrió los restos putrefactos de varias patatas fritas aplastadas, volvió a colocar el cojín en su lugar. Prosiguió su búsqueda con gran desconfianza, pero lo único que descubrió fueron más pruebas de que Wharton Kendall había subsistido a base de comida basura.
En un esfuerzo por demostrar que también ella podía ser sistemática y ordenada, se arrodilló en el sofá y atisbó por detrás. Le sorprendió ver un bloc de notas entre la pared y el respaldo del sofá.
—¡Ajajá! —exclamó.
Harry la miró desde el otro lado de la pequeña habitación, donde estaba registrando un escritorio.
—¿Ajajá, qué?
—Veo algo. —Molly bajó del sofá y trató de apartar la enorme reliquia de la pared. El mueble no se movió—. Esto pesa mucho.
—Espera, te echaré una mano.
Harry cruzó la habitación y agarró con fuerza un brazo del sillón. Apartó este de la pared como si estuviera hecho de cartón.
Molly se introdujo en la abertura y recogió el bloc de notas del suelo.
—Probablemente no sea nada. Pero mi padre solía guardar sus notas en cuadernos como éste.
Harry se quedó de pie detrás de ella y la observó abrir el bloc de notas. Frunció el entrecejo al ver los toscos dibujos que contenía.
—Parecen otros diseños descabellados de aparatos para asuntos paranormales. Ese tipo realmente está como una cabra. Y tú estabas dispuesta a concederle diez de los grandes para financiar su proyecto de locos.
—Eso es injusto. Sabes perfectamente que no discutí contigo cuando rechazaste su proyecto. Yo todavía me encontraba en el punto de nuestra asociación en que procuraba mostrar el debido respeto hacia tu experiencia técnica.
—No duró mucho. —Dijo Harry distraído—. Espera, vuelve la página.
Molly obedeció y pasó a la página anterior. Examinó el boceto que había llamado la atención a Harry.
—¿Qué ocurre?
—¿No lo reconoces?
—No. ¿Debería reconocerlo? Parece una caja con un montón de piezas mecánicas dentro.
—Es la caja que alojaba el montaje de la falsa pistola. —Dijo Harry con suave convicción—. Ya está. Es nuestra prueba de que Kendall estaba detrás de las bromas.
* * *
Media hora más tarde Molly experimentaba una tranquila oleada de alivio cuando la inhóspita población de Icy Crest desapareció tras una curva de la carretera. Se colocó el cinturón de seguridad, se apoyó en el respaldo y cogió el bloc de notas de Wharton Kendall. Empezó a pasar las páginas con indiferente interés.
—¿Aún crees que es necesario seguirle la pista a Kendall? —preguntó mientras examinaba uno de los bocetos.
—Sin lugar a dudas. Quiero que sepa que le hemos descubierto y que tenemos pruebas suficientes para llamar a la policía, si es necesario. —Harry aceleró suavemente al salir de una curva cerrada—. Pero cuanto más pienso en ello, más convencido estoy de que tienes razón. Será difícil convencer a la policía de que hagan algo.
—No ha existido violencia, y al parecer ha abandonado el estado. No me imagino a nadie suficientemente interesado en Kendall excepto tú y yo.
—Con un poco de suerte, Kendall habrá abandonado su venganza y se dedicará a buscar otro medio de financiación en California.
—¿Crees que convencerá a alguien de que le patrocine?
—Estamos hablando de California. —Harry miró por el espejo retrovisor. Frunció levemente el entrecejo y luego devolvió su atención a la carretera—. Por allí no faltan locos que estén más que dispuestos a financiar uno de sus descabellados inventos.
—Supongo que tienes razón. —Molly exhaló un leve suspiro—. Bueno, como el dinámico duo Abberwick-Trevelyan parece haber resuelto el misterio de las bromas pesadas, supongo que podré regresar a mi casa.
—En la mía hay mucho espacio.
—Sí, lo sé, pero si me quedo más tiempo en tu casa, cruzaré la línea invisible que separa a una invitada de una compañera de cama.
—Puedes cruzarla si quieres.
—No puedo quedarme contigo indefinidamente. —Dijo ella con voz suave.
—¿Por qué no?
Ella le miró con exasperación.
—Porque no puedo, por eso. Nuestro acuerdo era que me quedaría contigo hasta que localizáramos a Kendall.
—Cosa que todavía no hemos hecho.
—Harry, yo tengo un hogar.
—No veo… —Harry se interrumpió de pronto.
—¿Qué ocurre? —preguntó Molly sin levantar la vista.
—Nada. ¿Por qué?
—No sé. He tenido la sensación de que algo te inquietaba. —Pasó otra página y se detuvo para examinar un boceto de lo que parecía un casco con unos alambres unidos a él—. Esto es interesante. Harry, quizá no deberíamos haber ido tan deprisa a la hora de rechazar la investigación de Kendall.
—¿Qué investigación? No hay investigación detrás de sus ideas de loco. Sólo fantasía.
Harry apretó el acelerador. El coche cobró velocidad. Molly cerró el cuaderno con un chasquido.
—¿Qué ocurre? ¿Qué te pasa?
—Un loco en un Ford azul viene detrás de nosotros demasiado deprisa para esta carretera.
Molly se volvió en el asiento y miró por la ventanilla de atrás. Vio un coche grande último modelo que emergía de la última curva. Avanzaba a gran velocidad. Demasiada velocidad para una carretera con tantas curvas como aquélla. Las ventanillas del Ford eran de cristal ahumado e impedían ver la cara del conductor.
—Parece un tipo impaciente. Será mejor que le dejes pasar, Harry.
—No hay carril para adelantar y sólo una serie de curvas en los próximos quince kilómetros.
—Podrías arrimarte al borde. —Una sensación de urgencia se apoderó de Molly cuando el Ford se acercó más—. Hazlo, Harry. Ese tipo puede que esté borracho.
Harry no discutió. Redujo la marcha.
El Ford dio un bandazo, apartándose para adelantar.
—Va a adelantamos. —Dijo Molly, aliviada ante las evidentes intenciones del Ford.
Ahora el Ford se hallaba a la misma altura que ellos. No dio muestras que querer adelantarles. En cambio, según observó Molly con horror, se acercó más al deportivo de Harry. De pronto comprendió que el conductor del Ford tenía intención de obligarles a salirse de la carretera.
No había espacio a donde ir. Un escarpado precipicio lleno de árboles esperaba al otro lado del endeble pretil.
—Harry.
—Espera. —Dijo él con voz suave.
Molly contuvo el aliento. Una parte de ella sabía que ahora no les sería posible escapar al Ford. Estaba demasiado cerca. Y la siguiente curva cerrada acechaba al frente. Cerca. Mucho más cerca. Molly se preparó para el impacto.
Lo que sucedió a continuación resultó confuso para Molly. Preparada para el estampido, no lo estaba para la violenta y repentina desaceleración del coche deportivo cuando Harry frenó en seco. Molly oyó chirriar los neumáticos. El Sneath empezó a resbalar.
Se dio cuenta débilmente de que el Ford azul pasaba a toda velocidad al haber fallado el blanco. Giró frenéticamente mientras el conductor hacía grandes esfuerzos para recuperar el control antes de entrar en la siguiente curva.
Y luego desapareció.
Molly esperaba que el Sneath dejaría de resbalar y se estrellaría contra el pretil.