Capítulo 14

Harry se fue directamente a su estudio en cuanto llegaron a casa. Molly, pensando en que le apetecía muchísimo darse una ducha y tomar una taza de té, entró pesadamente detrás de él, bostezando. Estaba aprendiendo las pautas de vida de Harry, y en los últimos días se había hecho evidente que esta rutina era indeleble.

Se quedó en la puerta del santuario particular de Harry, con los brazos cruzados, observándole mientras escuchaba metódicamente las llamadas que había tenido en su línea particular.

Había tres mensajes en el contestador. No le sorprendió demasiado saber que las tres eran de miembros de la familia Stratton.

«¿Harry?, soy Brandon. ¿Dónde coño estás? Llámame en cuanto llegues. Necesito hablar contigo».

El contestador zumbó y se oyó un cid.

«Soy tu tía Danielle, Harry. Llámame inmediatamente».

Más tics del contestador.

«Harry, soy Gilford. Si estás filtrando tus llamadas, coge el teléfono. Si no estás ahí llámame en cuanto recibas este mensaje. ¿Dónde puñetas te has metido? Son las seis y media de la mañana».

El contestador emitió un pitido para indicar que los mensajes habían terminado. Harry oprimió el botón de rebobinado. Consultó su reloj y cogió una pluma y un bloc de notas.

—¿Quieres un consejo? —preguntó Molly con voz suave. Harry no levantó la mirada de lo que estaba escribiendo, pero alzó una ceja como en señal de interrogación.

—Ya te has ocupado de suficientes problemas familiares en las últimas horas. Date un respiro.

La boca de Harry se curvó en una mueca carente de humor.

—Es otra familia.

—No, todo es la misma familia. La tuya. Harry, has tenido una noche muy larga con muy poco sueño. Date una ducha. Tómate una taza de café. Puedes contestar a esas llamadas más tarde. Mucho más tarde. —Molly se interrumpió—. Tal vez esta tarde o mañana. La semana que viene podría ser un buen momento.

Él dejó la pluma con gesto lento y miró a Molly.

—¿Qué se supone que significa eso?

—Significa que tienes derecho a ocuparte de ti, de vez en cuando, antes que de los demás. —Le tendió la mano—. Vamos a darnos una ducha.

Molly vio que él vacilaba, y luego, para su intenso alivio, le cogió la mano y se dejó conducir hasta el cuarto de baño.

* * *

A las cinco de aquella tarde, Molly dio la vuelta al letrero de la puerta de la tienda para exhibir el lado que rezaba «cerrado» y gimió en voz alta.

—Ya estoy harta, Tessa. Voy a pasarme por mi casa para ver cómo está todo y recoger un poco de ropa. Luego volveré directamente a casa de Harry. Tengo ganas de ponerme cómoda, sentarme con los pies en alto y tomarme un buena copa de chardonnay fresco.

—¿De veras lo harás? —Tessa se repintó los labios de un tono marrón oscuro.

—Me estoy haciendo vieja para las noches cortas seguidas de una jornada de trabajo completa. No sé cómo te las arreglas tú.

—Es la música. —Tessa metió el pintalabios en el enorme bolso de piel y salió de detrás del mostrador—. Me da energía. ¿Cuánto tiempo más te quedarás con el Tyrannosaurus Rex?

—No lo sé. —Molly observó a un grupo de turistas que subían los anchos escalones que conducían a la Primera Avenida—. Si quieres que te diga la verdad, la situación está empezando a preocuparme un poco. Me parece estar viviendo en un limbo.

—A mí también empieza a preocuparme tu situación. Entiendo por qué no quieres quedarte en tu casa, pero quizá deberías ir a vivir con tu tía. No me gusta esto de que vivas con Trevelyan. No es propio de ti.

Molly la miró, asombrada.

—¿Qué significa esto? Has estado meses diciéndome que me buscara una vida amorosa.

—¿Eso es lo que has encontrado? ¿Una vida amorosa? —Los ojos fuertemente perfilados de Tessa exhibían una anticuada expresión que chocaba de un modo desconcertante con el aro que llevaba en la nariz, el pelo pintado y las cadenas que adornaban sus brazos—. ¿O sólo estamos hablando de vida sexual?

Esa pregunta produjo un efecto extraño en Molly. Ésta sintió como si de repente hubiera salido al espacio. Su interior se tambaleó fuertemente en el ambiente ingrávido.

—Ojalá lo supiera.

—Maldita sea, me lo temía.

—Tessa, son más de las cinco. ¡Vámonos!

—Oye, si quieres hablar…

—No quiero. Pero gracias de todos modos.

Tessa vaciló.

—Claro. Lo que tú digas, jefa. Si me necesitas, estoy aquí.

—Lo sé. Gracias.

Tessa abrió la puerta de la calle.

—Ah, casi me olvidaba.

—¿Qué?

—Una amiga mía de la banda quiere hablar contigo. Está trabajando en un artefacto realmente extraño. Le hablé de tu fundación y está entusiasmada. El dinero le iría bien para ayudar a financiar el proyecto.

Molly se distrajo momentáneamente de sus problemas.

—¿Tu amiga es inventora?

—Sí. Se llama Heloise Stickley. Toca la guitarra baja en la banda. Pero lo que más le interesa son los niveles alternativos de conciencia.

—¡Qué interesante! —dijo Molly—. ¿Qué son niveles alternativos de conciencia?

—No lo sé. Tiene una especie de teoría acerca de las personas que pueden percibir cosas que los demás no podemos. Ya sabes, como colores que se salen del espectro normal. Cosas así. Está trabajando en una máquina que detecta ondas cerebrales especiales o algo así.

Molly dio un brinco.

—Bueno, quizá será mejor que no la animes a pedir fondos a la Fundación Abberwick. Harry tiene algunos prejuicios contra los inventores que trabajan en el campo de los estudios paranormales. Para ser sincera, cree que todo eso son pamplinas.

—No necesitas permiso del Tyrannosaurus Rex para todos los proyectos, ¿no?

—Bueno, no. Pero estoy pagando bastante dinero por su consejo. Sería estúpido no seguido.

—Habla con Heloise, por favor. No hay ningún mal en ello, ¿no?

—No, claro que no. —Molly sonrió irónicamente—. Venderías hielo en Alaska en invierno, Tessa. Dile a Heloise que me gustará hablar con ella.

—Magnífico. —Tessa sonrió mientras se dirigía hacia la puerta—. Hasta mañana.

Molly esperó a que cerrara la puerta. Luego revisó la tienda una última vez, realizando el ritual de la tarde. Colocó bien las latas de té. Comprobó el fichero de pedidos especiales. Corrió las cortinas de los escaparates.

Cuando todo estuvo en orden, salió y cerró la puerta de la calle con llave. Los escalones delante de la tienda aún estaban llenos de gente, pero la multitud fue desapareciendo rápidamente. Las fuentes relucían bajo la luz del sol poniente.

Molly enfiló hacia la Primera Avenida, encaminándose a la parada de autobús próxima.

Gordon Brooke salió de su café cuando ella pasó por delante.

—Molly. —Le sonrió con aire zalamero—. ¿Te vas a casa?

—Sí. —Ella se detuvo unos instantes—. ¿Has tenido un buen día?

—Bastante. Oye, quiero pedirte disculpas por mi conducta del otro día en tu despacho. No quería avergonzarte delante de Trevelyan.

—Olvídalo.

Gordon suspiró.

—No actué muy bien, pero estoy verdaderamente preocupado. Parece que estás empezando a ir en serio con él.

—No te preocupes por mí, Gordon.

—Ésa es la cuestión; me preocupo por ti. —Se metió una mano en el bolsillo de sus elegantes pantalones de color bronce—. Si no otra cosa, al menos somos viejos amigos. No quiero ver cómo pierdes la cabeza por un tipo como Trevelyan. Realmente él no es tu tipo.

—Es asombroso, al parecer todo el mundo tiene una opinión sobre ese tema. Discúlpame, Gordon, pero tengo que coger el autobús.

Molly se apresuró escaleras arriba, cruzó la calle y subió a un abarrotado autobús hacia Capitol Hill. Había un asiento vacío en la parte central del vehículo, pero estaba al lado de una vagabunda que había apilado todas sus posesiones terrenales en él. Como era Seattle, ninguno de los pasajeros que iba de pie se rebajó a cometer el acto poco civilizado de pedir a la mujer que apartara sus cosas.

El autobús hizo su trayecto pasando por la ecléctica hilera de librerías, cafés, salones en los que se realizaba piercing y tiendas de ropa de cuero que proporcionaban al distrito de Capital Hill su pintoresca identidad. Cuando penetró en el antiguo barrio residencial que venía después, Molly se apeó.

Recorrió las tranquilas calles bordeadas de árboles hasta la mansión Abberwick. La vista de la destartalada casa tras la verja de hierro la llenó de una inesperada sensación de afecto. Kelsey estaba equivocada, pensó. No podía vender la mansión. Era su hogar.

Las grandes puertas se abrieron cuando marcó el código. Ascendió por el sendero, observando que todo parecía estar en orden en los jardines. El sistema de riego por aspersión perpetuo que su padre había creado había estado funcionando como era debido.

Subió los escalones y entró en el vestíbulo. Por un momento se quedó de pie en las sombras, dejando que los recuerdos se filtraran en su mente. En aquella casa había fantasmas, pero formaban parte de la familia, de ella misma. No podía abandonarlos.

Al cabo de unos momentos Molly bajó la mirada. El suelo de madera brillaba. El robot pulidor había realizado su trabajo. Molly entró en el salón delantero. Todas las librerías estaban limpias de polvo, tarea que había efectuado el robot limpiapolvo.

Salió del salón y subió la enorme escalinata hasta el segundo piso. Allí se dirigió hacia su dormitorio.

No, definitivamente no pondría aquella casa en venta, pensó Molly mientras sacaba ropa limpia del armario y la metía en una maleta para no arrugar la ropa, inventada por su padre. Aquella vieja mansión jamás se vendería, salvo quizás a un constructor que la derrocaría para construir casas de pisos o apartamentos. Sólo alguien que valorara las cosas únicas y raras la amaría como ella.

Podía vivir allí sola, decidió Molly. De acuerdo, la casa era demasiado grande para una persona, pero los interminables inventos de su padre para el cuidado del hogar realizaban casi todo el trabajo necesario para el mantenimiento de la mansión.

Lo que realmente necesitaba aquella casa era una familia. Una familia muy especial, con un padre extraordinario cuyos ojos eran del color del ámbar antiguo.

La idea salió de la nada. Molly se quedó inmóvil en el centro del dormitorio, sosteniendo en las manos la chaqueta roja que acababa de sacar de una percha.

Una imagen de dos niños con el pelo oscuro y los ojos ambarinos se materializó en la penumbra. La pareja, niño y niña, reía con alegre anticipación. Molly percibió que estaban impacientes por correr escaleras abajo hacia el viejo taller de su padre. Querían jugar con los juguetes automáticos que Jasper Abberwick había inventado años atrás para Molly y Kelsey.

Durante unos segundos Molly se quedó sin respiración.

«Los hijos de Harry», pensó.

La visión se desvaneció, pero no las emociones que había generado en Molly.

Al cabo de un rato ajustó el mecanismo de colocación de la ropa en el interior de la maleta y cerró la tapa. Efectuó un rápido repaso del resto de habitaciones del segundo piso para asegurarse de que todo se hallaba en orden. Luego bajó.

Dejó la maleta en el vestíbulo mientras recorría las estancias de la planta baja. No faltaba nada. Lo único que le quedaba por hacer. Era bajar al sótano a revisar la maquinaria que impulsaba los robots de la casa.

Bajó a los cuartos sin ventanas de la planta subterránea de la casa. Las fuertes luces del techo parpadearon en el taller cuando abrió la puerta. Al otro lado de la habitación vio las lucecitas del panel de control que regulaba los diferentes sistemas mecánicos y eléctricos de la casa.

Molly oyó el débil crujido justo cuando entró en el taller. Dos pensamientos acudieron a su mente al mismo tiempo.

Uno era racional, intelectual y basado en el sentido común. Era de esperar que se produjeran semejantes crujidos y ruidos en una casa Vieja.

El segundo era irracional e intuitivo. Derivaba directamente de la parte más primitiva de su mente, la región encargada de las tareas de supervivencia. Ésta le indicaba con grave certeza que no se encontraba sola en la mansión. La estaban siguiendo.

Alguien se había escondido en uno de los almacenes del sótano mientras ella recorría metódicamente las habitaciones de los pisos superiores.

Una tabla del suelo gruñó.

El pánico se apoderó de Molly. Miró atrás hacia las escaleras y se sintió horriblemente indefensa. Para escapar tendría que pasar por delante de una larga hilera de almacenes. Alguien esperaba en uno de ellos.

Mientras examinaba las posibilidades se abrió una puerta al final del pasillo. En las sombras apareció la figura de un hombre. Su rostro estaba cubierto con una máscara de esquiar. Alzó una mano. Entonces Molly vio que la apuntaba con una pistola.

Optó por lo único que podía hacer. Se precipitó al taller, giró en redondo y cerró la vieja puerta de madera. Echó el cerrojo.

Por el pasillo se oyó ruido de pasos amortiguados. Se interrumpió al otro lado de la puerta. El antiguo pomo de cristal se movió bajo la mano de Molly. Instintivamente apartó los dedos de él.

Se dio cuenta de que no era muy sensato permanecer directamente delante de la puerta. El intruso podía disparar a través de la vieja madera.

Molly retrocedió unos pasos hasta que llegó al centro del taller. Un fuerte estrépito sacudió la puerta. Ésta traqueteó sobre los goznes. El pistolero intentó echar la puerta abajo. Conseguido sólo era cuestión de tiempo.

Molly se movió en círculos, despacio, desesperada, sintiéndose como un animal en una trampa. No había forma de salir del taller. Las paredes de ladrillo del sótano la rodeaban en un espacio no mayor que el salón del piso de arriba. No había lugar donde esconderse.

Su mirada fue a parar a las formas veladas y amenazadoras que recubrían una pared de la habitación. La imagen de dos niños de pelo negro e inteligentes ojos ambarinos volvió a acudir a su mente.

«Los niños querían jugar con los juguetes metálicos, que brillaban y relucían, construidos por Jasper Abberwick para sus hijas».

Se oyó otro ruido sordo. La puerta se estremeció y gimió como si hubiera recibido una herida mortal. Molly sabía ahora que el intruso tenía intención de matarla. Sintió esa amenaza en sus huesos. Tenía que hacer algo o de lo contrario moriría allí mismo, en el sótano de su propia casa.

«Harry, Harry, te necesito».

El grito silencioso pidiendo ayuda le resonó en la cabeza.

Gritar no serviría de nada. Nadie la oiría.

«Los niños de ojos ambarinos querían jugar».

Molly trató de calmarse y se precipitó hacia la forma más próxima tapada con una lona. Apartó la tela y quedó al descubierto el enorme juguete que en otro tiempo había llamado la Criatura del Lago Púrpura. Era tan alto como ella con una boca enorme, abierta y dentuda y una larga cola. Cuando tenía ocho años le había emocionado saber que podía controlar una bestia tan grande.

Molly equilibró el monstruo en sus enormes pies y oprimió un botón en el panel de control. La leal atención que prestaba dos veces al año a las baterías especiales de larga duración se vio recompensada.

Unas luces rojas se encendieron en los ojos de la criatura. Con un siseo de falso vapor, el monstruo se puso lenta y ruidosamente en movimiento. Empezó a avanzar sobre sus enormes patas con garras. La gruesa cola iba de un lado a otro.

La puerta tembló con el impacto de otro golpe.

Molly apartó la lona de otro de los juguetes mecánicos. Éste era una nave espacial. Dos grandes muñecas vestidas con extrañas prendas portaban pistolas de rayos. Molly oprimió un botón. La nave cobró vida con un zumbido. En su exterior, unas luces estroboscópicas empezaron a parpadear. Las armas de imitación emitían rayos verdes en las sombras.

Hubo otro estruendo procedente de la puerta. Molly fue destapando más juguetes. Uno a uno fue poniendo en marcha todos los robots, monstruos y vehículos de su pequeño ejército.

Estaba poniendo en marcha un planeador en miniatura, un prototipo de la máquina que había matado a su padre y a su tío, cuando oyó que la puerta cedía con gran estruendo.

Molly desconectó el panel que controlaba toda la electricidad de la casa.

El taller quedó sumido al instante en una profunda oscuridad justo cuando el hombre con la máscara de esquiar entraba. Los defensores mecánicos de Molly resoplaban, rugían y zumbaban en la negrura, llenándola con una barrera de luces destellantes, zumbidos y ruidos metálicos espeluznantes.

Los juguetes se movían en la habitación, chocando unos con otros, con las paredes y con cualquier cosa que se pusiera en su camino. Molly se acurrucó detrás de un banco de trabajo y con tuvo el aliento.

Era una escena de efectos especiales sacada de una pesadilla.

La oscuridad cavernosa estaba horadada por las palpitantes luces estroboscópicas. Una cacofonía de rugidos, siseos y gruñidos producía un ruido ensordecedor.

—¿Qué demonios ocurre? —preguntó la voz ronca del pistolero con un deje de puro terror.

En la oscura habitación resonó un trueno. Molly se agazapó aún más, consciente de que el intruso acababa de disparar.

—Maldita sea. —Exclamó el hombre.

Esta vez había dolor en el ronco grito. Molly sabía que el hombre había chocado con una de las máquinas de guerra.

Molly oyó el estruendo producido por algo metálico al chocar contra otro objeto asimismo metálico y comprendió que el pistolero había girado a ciegas en un intento por apartar a otro atacante automático. Oyó que uno de los grandes juguetes se estrellaba en el suelo. Sus luces intermitentes siguieron funcionando con frenesí y periódicamente iluminaban sus garras móviles.

La nave espacial dirigió sus armas hacia la puerta. Unos rayos de color verde iluminaron la oscuridad cuando el juguete abrió fuego. Molly vislumbró el extraño movimiento convulsivo del pistolero cuando el resplandor de las luces estroboscópicas iluminó brevemente la estancia. Se dio cuenta de que el hombre estaba haciendo frenéticos esfuerzos para escapar.

Tropezó con una cola de dinosaurio. Gritando de rabia y miedo, volvió a ponerse en pie y se precipitó a ciegas hacia delante.

Un estallido disperso de rayos verdes procedente del armamento de la nave espacial reveló el umbral de la puerta. El intruso se precipitó hacia ella y al oscuro pasillo. Las erráticas luces estroboscópicas giraron en otra dirección y Molly perdió de vista al pistolero. Los juguetes estaban provocando demasiado estruendo para permitirle oír el ruido de pasos en la escalera, pero unos instantes después Molly creyó percibir unas vibraciones producidas por algún impacto en el suelo de madera del piso de arriba. El intruso corría por el pasillo de la planta superior.

Molly esperó largo rato tras las filas de sus defensores de juguete. Al final se abrió camino a tientas hasta el panel de control. Conectó las luces de la casa con dedos temblorosos y fue a buscar un teléfono.

Su primera llamada fue a la policía. La segunda, a Harry. En realidad, la segunda llamada no era necesaria. Harry entró por la puerta principal de la mansión cinco minutos más tarde.

* * *

-Era ese loco hijo de puta, Kendall. —Harry paseaba arriba y abajo frente a las ventanas. Se sentía inquieto y atrapado como un león en uva jaula—. Tenía que ser él. A la porra la teoría de que se marchó a California. Maldito hijo de puta. Realmente se ha pasado. Tenemos que encontrarle.

Molly, hecha un ovillo en una silla, los pies bajo su cuerpo, tomaba sorbitos de vino.

Harry, deja de pasearte. Me estás mareando.

Él le hizo caso omiso.

—Sigo pensando que debería hacer otra cosa.

—Has dicho a la policía todo lo que sabemos, y has llamado a tu investigador privado, Fergus Rice. ¿Qué más puedes hacer? Intenta tranquilizarte.

—¿Que me tranquilice? —Harry se giró en redondo para mirada—. ¿Cómo diablos quieres que me tranquilice?

—Podrías empezar haciendo lo que hago yo. —Sostuvo en alto su copa de vino—. Sírvete un trago. Los dos necesitamos relajamos.

Harry sabía que tenía razón. Casi vibraba de la rabia impotente que sentía.

«Esta tarde Kendall ha estado a punto de matarla».

Esa idea le removía las entrañas. Estaba de mal humor, y lo sabía. La verdad era que se había ido sumiendo en ese estado lenta pero inexorablemente durante varias horas. Había estado hirviendo con una sensación de terrible urgencia desde poco después de las cinco de la tarde.

La sensación indefinida de mal presagio se había apoderado de él con la fuerza de la marea. Había estado trabajando en su estudio, esperando el ruido de la llave de Molly en la puerta de la calle, cuando se le había ocurrido. De repente había sentido la necesidad de saber dónde estaba ella. Tenía que saber que se encontraba a salvo.

La había llamado a la tienda, pero no había obtenido respuesta. Se le había ocurrido que quizás había ido a la mansión en busca de ropa limpia. Había empezado a marcar el número de teléfono.

Pero por alguna razón, había sentido una necesidad abrumadora de sacar el coche del garaje e ir hasta Capital Hill. Se había esforzado para librarse de esa necesidad irracional, pero al final había cedido a ella.

La puerta de la calle abierta le había dado la primera prueba verificable de que su alarma era fundada. Había oído las sirenas a lo lejos justo cuando se precipitaba por la puerta de la mansión.

No había señales de Molly. El estruendo del sótano le había llevado abajo. Su primer pensamiento fue que las máquinas de Jasper Abberwick se habían vuelto locas.

Harry sabía que mientras viviera no olvidaría jamás la imagen de Molly rodeada de una horda de extraños juguetes mecánicos. Había echado un vistazo a su rostro asustado y, sin que tuviera que explicarle nada, supo que había estado a punto de morir en aquel taller.

También había sabido que él habría llegado demasiado tarde para salvarla.

Harry se detuvo frente a Molly. Se inclinó y cogió los brazos de la silla, obligando a la muchacha a mirarle.

—Desde este momento, y hasta que Wharton Kendall se encuentre bajo custodia, no irás a ninguna otra parte sola. ¿Queda claro?

—Harry, sé que estás un poco trastornado por lo que ha sucedido, pero no es necesario que exageres.

—Por las mañanas te acompañaré al trabajo. Te recogeré para almorzar. Me reuniré contigo después de trabajar y volveré a acompañarte aquí. ¿Entendido?

—Te prometo que no volveré a ir a casa sola. —Accedió ella.

Él se inclinó un poco más.

—No irás a ninguna parte sola.

Ella se mordió el labio.

—Harry, me volveré loca si tratas de convertirme en una prisionera.

—No utilices esa palabra a la ligera. No sabes lo que es estar loco.

—¿Y tú lo sabes?

—Algunas personas —dijo él muy despacio— han dado a entender que yo podría tener cierta relación con ese estado.

—Creía que habíamos zanjado ese asunto. No estás loco. —Le examinó con repentina comprensión—. Ah, te refieres a Olivia, ¿no?

—Ella es una profesional. —Dijo con los dientes apretados.

—Quizá. Pero yo de ti no me preocuparía por su diagnóstico.

—Para ti es fácil decido. —Masculló Harry—. Sin duda puedo testificar del hecho de que esta tarde me he vuelto un poco loco cuando me he dado cuenta de que no habías llegado a casa a la hora de costumbre y que yo no tenía ni idea de dónde estabas.

Ella abrió los ojos desmesuradamente.

—Eso es interesante, ¿no te parece?

—No, es enloquecedor, no interesante. No quiero que vuelvas a pasar por ello nunca más. Y por eso no irás a ninguna parte sola hasta que hayan cogido a Kendall.

Molly frunció los labios, pensativa.

—¿Cuándo te has dado cuenta de que tenía problemas?

De pronto él adoptó un aire cauteloso.

—Hacia las cinco y media me he dado cuenta de que llegabas tarde.

—Eso sería hacia la hora en que yo deseaba que estuvieras conmigo. Recuerdo haber pensado en ti, en tu nombre, muy claramente.

—Molly, por el amor de Dios, no intentes decirme que crees que alguna percepción extrasensorial ha tenido algo que ver.

Quizá tu intuición ha vuelto a funcionar. —Sugirió ella.

Él soltó los brazos del sillón y se irguió bruscamente.

—¿Hablas en serio?

—Examinémoslo racionalmente.

—Vaya, eso sí sería nuevo.

Ella no hizo caso de su sarcasmo.

—Dime, ¿cómo sabías que había ido a casa a recoger un poco de ropa?

—¡Demonios! —Harry empezó a pasearse de nuevo—. Por ningún poder paranormal, eso te lo aseguro. Ha sido una deducción totalmente lógica, dadas las circunstancias.

—Mmm.

—No digas eso.

Ella le miró perpleja.

—¿Que no diga qué?

—No digas «mmm» en ese tono de voz.

—De acuerdo. Pero, Harry, en serio, estoy empezando a preguntarme si no hay algo de verdad en todo este asunto de lo paranormal.

—Por última vez, no tengo ningún poder psíquico. Incluso los miembros de la familia que creen en la clarividencia de los Trevelyan no creen que adopte la forma de telepatía mental que permite a dos personas comunicarse sin palabras. Ni siquiera el primer Harry Trevelyan creía poder hacerlo.

—Mmm.

Harry la miró furioso.

—Lo siento. —Se excusó Molly—. Sólo estaba pensando. Volvemos a la intuición, supongo.

—Más que intuición. —Dijo él serio—. La intuición lógica, razonada, a veces produce la ilusión de que es algo más de lo que realmente es.

—Ósea, la razón y la lógica son lo que te ha permitido deducir que yo me hallaba en peligro en la mansión, ¿no?

—Para lo que ha servido… —Harry cerró los ojos y tragó saliva—. He llegado demasiado tarde de todos modos. ¡Demasiado tarde! Si no se te hubiera ocurrido esconderte en el taller de tu padre y utilizar todos esos viejos juguetes para defenderte, te habría encontrado… —se interrumpió, incapaz de expresar con palabras lo que pensaba.

—Sí. Ha sido una inspiración útil, ¿verdad?

Molly tomó otro sorbo de vino. Una expresión lejana iluminó sus ojos.

—¿Qué es lo que te ha dado la idea de utilizar los juguetes mecánicos? —preguntó Harry—. ¿O sólo ha sido eso que dicen de que la necesidad es la madre de la invención?

—¿Qué dirías si te dijera que esa idea me la han dado un par de niños?

Harry frunció el entrecejo.

—¿Qué niños? ¿Me estás diciendo que hay niños metidos en esto? No dijiste nada de eso a la policía.

—No hubiera servido de nada. —Dijo Molly, extrañamente pensativa—. Esos niños aún no han nacido.

Harry se la quedó mirando con fijeza.

«Hoy ha sido un día muy duro para ella —pensó—. Probablemente ha sufrido alguna especie de shock».

—Molly, será mejor que te vayas a la cama. Necesitas descansar.

Ella sonrió.

—Harry, ¿alguna vez has pensado en tener hijos?

Él se detuvo frente a la ventana. Su imaginación proyectó una imagen nítida e inconfundible de Molly embarazada de él. Un intenso anhelo le embargó. Respiró hondo.

—Me parece que el vino se te está subiendo a la cabeza. Probablemente es debido a la tensión. Vamos, te ayudaré a desvestirte. Necesitas un buen descanso.

—Mmm.