Capítulo 7

El sol naciente parecía inundar la habitación de una luz que era casi demasiado clara, demasiado reciente y nueva.

Hannah permaneció inmóvil un momento, parpadeando para despertar del todo. Junto a ella, Gideon ocupaba media cama. Volviéndose cuidadosamente de costado y apoyándose en un brazo, Hannah miró al hombre que, a la manera de un ejército conquistador, invadía su cama. La sábana blanca estaba enredada en una musculosa pierna. Su otro pie colgaba de la cama. Gideon yacía boca abajo, con la cara vuelta. La negrura de su pelo era un duro contraste con la almohada. Incluso dormido, el poderoso contorno de sus hombros delataba la fortaleza interna del hombre.

Hannah se preguntó por qué la habría seguido primero a Seattle y luego a Santa Inés. No sabía si sentirse halagada o asustada. Un poco de ambas cosas, tal vez.

No podía durar, desde luego. Ella lo sabía. Esa semana en el paraíso era una semana robada. Se había resignado a ello desde el principio, pero una parte de ella no había aceptado plenamente lo inevitable.

Apartó la sábana con cuidado. La deslumbradora luz y sus pensamientos la inquietaban. Se sentía curiosamente nerviosa. Desnuda con excepción del medallón, que había olvidado quitarse antes de acostarse, caminó hasta la ventana. A través del bosquecillo de palmeras que protegía la caleta pudo ver la luz pura y blanca del mar. De pronto comprendió que necesitaba librarse de su inquietud.

Gideon seguía profundamente dormido cuando ella se deslizó de la habitación con el traje de baño en la mano. Se lo puso en la puerta principal, se echó una toalla al hombro y abrió las puertas dobles para salir a la luz de la mañana.

La pequeña playa estaba extraordinariamente prístina, limpia, clara e intacta. Dejando caer la toalla, Hannah se internó en el mar.

Era el cuarto día de sus vacaciones. Hannah flotó de espaldas y pensó en lo que estaría haciendo la semana siguiente. Gideon estaría en Tucson. ¿Llamaría? Ella sabía que él no escribiría. Los hombres tan ocupados como Gideon no escriben. La verdad era que probablemente no volvería a verle jamás.

Hannah se dio la vuelta y comenzó a nadar lentamente hacia la boca de la cala. Ella tenía que vivir su propia vida y todas las posibilidades estaban en contra de que Gideon se convirtiera en parte permanente de la misma. A menos que él cambiara, ninguna mujer podría nunca llegar a ser parte permanente de su vida.

Gideon no era único. Tía Elizabeth no parecía haber echado de menos al «querido Roddy». No lo mencionaba en sus anotaciones posteriores. Sería fascinante seguir la historia de aquel hombre a través de los diarios privados. A Hannah se le ocurrió que, en ciertos aspectos, Gideon y Elizabeth Nord se parecían. Ambos habían logrado una enorme cantidad de poder personal en los mundos que habían elegido ocupar. Ambos parecían satisfechos de vivir solos.

No era únicamente que fueran independientes, decidió Hannah mientras intentaba analizara dos personas que no se habían conocido. Ella misma era independiente. Se sentía razonablemente contenta con su carrera, sus amigos y su forma de vida. No, era algo más. Había algo diferente en la soledad característica de su tía y Gideon.

Hannah dejó de nadar y se mantuvo a flote mientras contemplaba el mar. El reflejo de la luz en el agua era casi cegador. Volvió la cabeza para estudiar el macizo rocoso que formaba un brazo de la ensenada. Sus ojos comenzaron a recuperarse del resplandor y enfocaron la mole de granito.

Enfoque. Era parte de la clave. Gideon y Elizabeth Nord habían tenido una increíble capacidad de concentración. Victoria Armitage también. Y los tres daban la impresión de que podían, de una manera general, vivir sus vidas sin otras personas. Cuando tenían a otros cerca, tendían a utilizarlos. Hannah no tenía la menor duda de que Vicky utilizaba a Drake. Tampoco tenía dudas de que Gideon era capaz de utilizar a cualquiera que se interpusiera en su camino. No había manera de decir a quién habría utilizado Elizabeth Nord en el transcurso de los años.

Recordó haber aconsejado a Gideon que añadiera cierto equilibrio a su vida resucitando su antiguo interés por los mapas. Personas como Elizabeth Nord, Victoria Armitage y Gideon Cage no necesitaban ni querían equilibrio en sus vidas. No tenían sitio para el equilibrio. Toda su energía se centraba en sus metas particulares. Tal vez fueran afortunados. No sabían, ni les preocupaba, lo que podrían estar perdiéndose. No echaban nada en falta.

Con la envidia llegó el resentimiento y su sensación de inquietud aumentó. Se sumergió en el agua y nadó sin darse cuenta hacia la boca de la cala. En el agua su pierna se comportaba casi con normalidad.

Cuando se acercaba al arrecife que guardaba la entrada de la cala del mar, notó una mano en el tobillo. Gideon. Se había despertado y salió a buscarla. Hannah, familiarizada ya con el sensual juego acuático que a él le gustaba, se desvió instintivamente hacia la derecha.

Pero los dedos no soltaron su tobillo. Al contrario, se cerraron con brusca e inesperada fuerza. Sorprendida, Hannah giró en redondo manteniendo la cara fuera del agua. Comprendió que el hombre que la agarraba del tobillo no era Gideon.

Su grito fue breve; se interrumpió violentamente cuando la mano tiró del tobillo hacia abajo. El pánico restó eficacia a los intentos de Hannah para liberarse. El agua la cubrió ya través de las burbujas pudo ver la cara de su atacante. Llevaba gafas de buceo y la mitad superior de un traje de goma negra que le cubría la cabeza. Los tubos del respirador del tanque de oxígeno que llevaba a la espalda salían de su boca, dándole la apariencia de un amenazador visitante de otro mundo. Agitaba sin cesar las aletas arrastrando a Hannah hacia abajo.

La desesperación y el miedo dieron a Hannah la fortaleza necesaria para resistir durante un doloroso instante. Pataleó intentando alcanzar los tubos o las gafas y así consiguió recobrar la libertad durante unos preciosos segundos. El tiempo suficiente para emerger a la superficie y llenar sus pulmones de aire. No tuvo ocasión de gritar. La mano se cerró alrededor de su pierna casi inmediatamente y Hannah se vio arrastrada otra vez bajo el agua.

En esta ocasión no intentó liberarse de la garra mortal. En cambio, giró bajo el agua y extendió ambas manos intentando apoderarse de las gafas de buceo o del respirador. Sus dedos asieron la placa de sujeción; comenzó a forcejear desesperadamente. Debió soltar el cierre porque el hombre la golpeó en el brazo y apartó la cabeza. Pero no consiguió que le soltara la pierna.

Mientras luchaba, Hannah comprendió que su pierna herida estaba muy débil. El hombre la tenía cogida por la pierna sana y la otra se debilitaba rápidamente. El dolor le atravesaba la rodilla una y otra vez cuando pateaba la cara de su atacante. También le dolían los pulmones. El horror de ahogarse le provocó otra descarga de adrenalina. Pudo agarrar uno de los tubos y lo retorció frenéticamente. Una vez mas logró sacar la cara del agua el tiempo suficiente para aspirar una bocanada de aire. En esta ocasión, al ser arrastrada de nuevo, comprendió que no iba a tener otra oportunidad.

Estaban cerca del borde del arrecife. Hannah pudo vislumbrar las masas de coral. Si pudiera hacerse con un trozo de coral o una roca, podría disponer de un arma.

Pero su asaltante debió comprender que el arrecife podía proporcionarle una oportunidad. Tiró de ella hacia el fondo arenoso, utilizando su mano libre para anular sus débiles esfuerzos de alcanzar un punto vulnerable. Los pulmones de Hannah parecían a punto de estallar. Iba a morir. En unos segundos más, se ahogaría. La agonía de su rodilla no era nada en comparación con el miedo y la furia que rugían en sus venas. Maldita fuera si iba a permitir que su asaltante escapara sin una señal. Se curvó sobre sí misma para lanzarse contra el buceador. Sintió un golpe en el estómago y otro en la cara, pero la fuerza de ambos quedó amortiguada por el agua. Sus dedos se cerraron una vez más alrededor de las gafas. Tiró con todas sus fuerzas.

Por un instante los ojos de su atacante se clavaron en ella y pensó vagamente que eran azules.

Y entonces, sin previo aviso, quedó libre. No se detuvo a pensar qué había sucedido. Pataleó para salir a la superficie sin perder un segundo. Ya no le quedaba aire en los pulmones.

La luz del sol la deslumbró cuando alcanzó la superficie.

Mientras surgía al aire y la luz, percibió una forma esbelta debajo de ella. Por un instante pensó que podía ser un tiburón. Tal vez eso había asustado a su atacante. Nadó torpemente al tiempo que aspiraba tan profundo que le dolía cada rincón de su cuerpo.

El agua espumajeaba debajo de ella. Se lanzó hacia las rocas, temerosa de que la criatura marina la siguiera a ella en vez de al buceador. Sintió movimiento en el agua y miró hacia abajo instintivamente.

No era un tiburón quien atacaba a su asaltante. Era Gideon. Sorprendida, contempló a través del agua verdosa y cristalina cómo el cuerpo desnudo de Gideon arremetía contra el hombre del traje de goma negra.

Inmediatamente el atacante tomó una decisión. Huyó. Las aletas le dieron la ventaja necesaria. Nadó hacia el arrecife y desapareció por encima del mismo antes incluso de que Gideon hubiera salido a la superficie junto a Hannah. Su cara mostraba una expresión que ella no le había visto nunca. Por unos segundos, pensó que era un tiburón.

—¡Por amor de Dios, Hannah! ¿Qué demonios? Ven. Agárrate a mí. Yo te sujeto. ¿Puedes respirar bien?

Ella intentó contestar, pero sólo consiguió toser. Asintió débilmente mientras él la sostenía. Era un gran alivio no tener que utilizar sus escasas energías en mantenerse a flote. Pasó los brazos alrededor del cuello masculino mientras continuaba llenando de aire sus pulmones.

—Creía… que… era… un… tiburón. Jamás había estado… tan contenta de… ver a un tiburón.

—No hables, cariño. Respira. Casi hemos llegado.

Gideon hendía el agua llevándola a sitio seguro. Unos minutos más tarde Hannah sintió que él hacía pie. Entonces la tomó en brazos y la sacó a la playa. Ella se apretaba contra su pecho absorbiendo su fuerza para recobrar la suya.

Gideon se arrodilló en la arena y con cuidado tendió a Hannah en la toalla que ella había dejado allí antes de internarse en el agua. Hannah levantó la cabeza ligeramente; se sentía mareada.

—Tu sentido de la oportunidad es magnífico —dijo entre jadeos.

—¡Y que lo digas! ¿Qué ha pasado? —Él le tomó la cara entre las manos; la expresión de sus ojos era feroz—. Me has dado un susto de muerte. ¿De dónde salió ese tipo del traje de buzo?

—Me gustaría saberlo.

Hannah comenzaba a temblar. La conmoción, seguramente.

—Salí a tomar un baño. Surgió por debajo de mí. No lo vi. Me tomó de la pierna. Al principio pensé que eras tú. Y luego me encontré ahogándome. ¡Oh, Dios mío, Gideon! Nunca había estado tan aterrada.

—Intentó matarte.

—Gideon, eso carece de sentido.

—Puede que haya pensado que estabas sola en la casa, y tuviera la intención de librarse de ti antes de robar la casa.

—La casa de mi tía estuvo vacía durante varios meses y no intentaron robar. ¿Por qué ahora?

—Quizá la policía local tenga alguna teoría. —Gideon le soltó la cara. Le acarició el brazo como para cerciorarse de que estaba viva—. ¿Te encuentras bien?

—Sí, gracias a ti. Puede que no vuelva a nadar en toda mi vida, pero estoy bien. ¡Oh, Dios mío, Gideon! Estaba tan asustada.

Se abrazó a él y ocultó la cara contra su pecho.

—Tranquila, cariño. Tranquila. Todo está bien ahora —él la estrechó y le acarició el pelo—. ¡Jesús! Tú dices que estás asustada, pero yo me he convertido en un experto mundial en pánico.

—¿Cómo me localizaste?

El temblor no cesaba. Hannah aspiró aire profundamente para controlar los espasmos, pero no funcionó.

—Me desperté y vi que te habías ido. Me figuré que querías tomar un baño. Iba hacia la playa cuando te oí gritar. Era muy difícil ver nada con el resplandor. Afortunadamente estabas armando tal jaleo que por fin vi algo cerca del arrecife. Hannah, pequeña idiota, nunca debiste bañarte sola.

—Tú lo haces todas las mañanas.

—Eso es diferente.

—Por favor, no me grites, Gideon. Ahora no. Tal vez más tarde, ¿de acuerdo?

El se inclinó sobre ella y la abrazó.

—De acuerdo. Más tarde. ¡Por Dios, cariño, deja de temblar!

—No puedo.

—Sí, sí puedes, ¡maldita sea! Ella sonrió cansinamente.

—Estoy segura de que diriges Cage & Associates así. Dando órdenes siempre.

—Es la única manera de dirigir una empresa.

—Pero estoy segura también de que no lo haces desnudo.

Él murmuró algo contra su pelo húmedo.

—Tienes una manera de dar un vuelco a la situación… —Frotó la espalda de Hannah mientras ella se acurrucaba contra él—. ¿Te sientes mejor?

—Mucho mejor.

—¿Y la pierna?

—Duele. Pero comparado con estar a punto de ahogarse, una rodilla dolorida es una molestia menor.

—¿Qué te parece si te vistes y hacemos una visita a quien se encarga de la ley por aquí?

—De acuerdo. Pero no creo que vaya a servir de nada. Gideon sólo vi las gafas y el traje. No puedo identificar a ese hombre.

—Tenemos que informar de lo ocurrido.

—Lo sé.

—Vamos, Hannah. Volvamos a la casa.

Los policías de la isla se mostraron correctos y tomaron el asunto con aparente seriedad, pero resultaron totalmente inútiles. Sin embargo, tenían una teoría.

—No lo creo —dijo Hannah con irritación mientras subía al jeep; después de la desilusionante escena con la policía—. Ese tipo intentaba ahogarme, no violarme.

—No sé, Hannah —repuso Gideon con las manos sobre el volante. Puede que el capitán tenga razón. Encaja con esos otros dos casos que nos contó.

Durante los meses anteriores hubo dos violaciones en Santa Inés. En ambos casos, una turista que nadaba sola fue atacada por un hombre que primero había agotado a sus víctimas ahogándolas casi.

—Pero ninguna de esas mujeres contó que su asaltante llevara gafas y traje de buceo.

—¡Maldita sea! ¡Ya lo sé! Gideon puso el coche en marcha y enfiló la carretera con controlada violencia.

Su reprimida ferocidad era incómoda para Hannah. No necesitaba más violencia esa mañana. Se acurrucó en su asiento mirando sin ver el paisaje que recorrían. Las casas de uno o dos pisos que flanqueaban la pequeña zona del centro eran todas muy parecidas. No tenían cristales en las ventanas, sólo contraventanas que siempre estaban abiertas, excepto durante las tormentas. En los pequeños patios crecían a su antojo el franchipán, la buganvilla y el hibisco. Muy apropiado para un estilo de vida en las calles, en donde los vecinos se detenían con la menor excusa a conversar. Era otro mundo.

Ya era tiempo de que volviese a su propio mundo, decidió Hannah. Miró de reojo el duro perfil de Gideon.

—Casi hiciste trizas a ese pobre capitán.

—Estaba enfadado.

—Eres temible cuando estás enfadado.

Él ignoró el comentario.

—Él tenía razón, Hannah. No debiste ir a nadar sola.

—¡No empieces otra vez! Fuiste tú quien me defendió del capitán, ¿recuerdas? Le dijiste que era una playa privada. Recuerdo también que destacaste su incapacidad para controlar a los violadores de la isla. En la comisaría te pusiste de mi parte. ¿A qué se debe este cambio?

—No debiste ir a nadar sola.

—¿Por qué no, por amor de Dios? ¡Esa cabaña y la playa que hay delante me pertenecen! Yo también estoy enfadada ahora. Tengo mis derechos, Gideon. ¿Por qué siempre que atacan a una mujer los hombres se comportan como si ella se lo hubiera merecido?

—No he dicho que tú lo provocaras. Pero tienes que afrontar los hechos, Hannah. Cuando estás sola o aislada, eres vulnerable.

—Mi tía vivió en esa cabaña durante años. Sola. Nadie la molestó. No es una zona de elevada criminalidad, Gideon. Yo he vivido sola en Seattle durante años y todavía no me han asaltado. ¡Y estoy segura de que el índice de criminalidad de Seattle es mucho mayor que el de esta isla!

—No conoces esta isla tan bien como Seattle.

—¿Sabes cuál es el problema? Estás enfadado contigo mismo porque te sientes responsable de que me atacaran esta mañana. Y lo estás pagando conmigo.

—No estoy de humor para que analices mis motivos. Intento hacerte razonar. En Seattle no paseas sola de noche por el centro, ¿verdad? Aquí no puedes ir a nadar sola.

—No es necesario que me grites. Créeme, puede que no vuelva a nadar en mi vida.

—Cariño, no te estoy gritando.

—¿Entonces qué estabas haciendo?

Él suspiró.

—Quizá tengas razón. Aún no me recobro de lo ocurrido esta mañana. Estoy de mal humor porque estoy furioso conmigo mismo.

—No fue culpa tuya. Me salvaste la vida, ¿recuerdas?

—Vendería mi alma a cambio de ponerle las manos encima a ese tipo. No me apetece volver a la cabaña, ¿y a ti?

La ira de Hannah se estaba disipando ya.

—No.

—Todavía no hemos recorrido toda la isla. Es un buen día para hacerlo.

No esperó el asentimiento de ella. Pasó de largo por el desvío que llevaba a la cabaña de Elizabeth Nord.

Quince minutos después, en la punta sur de la isla, detuvo el jeep en un escarpado risco de cara al mar y se volvió hacia Hannah. Sobre sus cabezas comenzaban a formarse las nubes de la habitual tormenta vespertina. Un bote de vela rodeaba la punta de la isla para llegar al puerto. Era una escena pacífica, idílica, a miles de kilómetros de la violencia de la mañana.

—¿Te encuentras bien, Hannah?

—Eso creo. Sólo me siento un poco rara.

Gideon se recostó en la puerta del jeep y la observó con la mirada cavilosa que comenzaba a ser familiar.

—No me sorprende.

—Supongo que no.

Gideon desplazó su mirada al bote con el brazo izquierdo apoyado en el volante del jeep.

—No creo que la policía local averigüe nunca quién te atacó esta mañana.

—Lo sé. Nos iremos pronto. Sólo somos un par de turistas más que presentan una queja. En Cuanto nos vayamos de la isla, la archivarán en el fondo de un fichero.

—Tal vez sea eso lo que me exaspera —dijo Gideon.

—¿Estás enfadado porque no se hará justicia?

—¿Eso te divierte?

—No —dijo ella lentamente—, tampoco me entusiasma la idea. Pero siempre me ha parecido que te regías por una ley propia. Debe ser difícil tener que depender del sistema judicial ordinario.

—Si tuviera una maldita manera de averiguar por mí mismo quién lo hizo, lo haría.

Hannah le creyó.

—No dejes que esto te obsesione, Gideon. No tiene sentido y ambos lo sabemos. Te lo agradezco. Pero creo que las vacaciones han terminado.

Gideon la miró bruscamente.

—¿De qué estás hablando?

—Creo que es hora de volver a casa.

—Sólo estamos en el cuarto día. Nos quedan tres.

La voz de Gideon parecía diferente. Más tensa. Tirante.

—Es hora de volver a casa, Gideon. —Hannah estaba segura—. Aquí nada será lo mismo. Los dos la sabemos.

—La única diferencia es que no te perderé de vista durante los próximos tres días. Hannah, escúchame. Sé que estás enfadada y asustada. Pero me encargaré de que no vuelvas a estar sola. Estarás a salvo.

—Pero no será lo mismo. No, Gideon, es hora de irse. No es sólo por lo que ha ocurrido esta mañana. Estás inquieto. Lo supe cuando te vi comprar esa revista ayer. Ambos sabemos que te preguntas qué estará haciendo Ballantine. Cage & Associates es tu principal interés en la vida. No puedes permitirte estar tres días sin noticias de tu empresa.

—Me puedo permitir cualquier cosa que me dé la gana.

Ella movió la cabeza.

—Tú tal vez. Yo no.

—¿A qué te refieres? Si te hace falta dinero, deja de preocuparte. Yo me haré cargo de los gastos de este viaje.

La boca de Hannah se curvó irónicamente.

—No estoy hablando de dinero. La verdad es que cuatro días contigo es todo lo que puedo permitirme.

Gideon se quedó inmóvil.

—No sabía que tuvieras quejas.

—No hay quejas, Gideon. Deberías saberlo. No tiene nada que ver contigo. Soy yo.

—Estás enfadada por lo ocurrido esta mañana.

—Es más que eso. Estoy enfadada por lo que sucede entre nosotros.

—¿Qué demonios hay de malo en la que está sucediendo entre nosotros?

—Gideon, ¿no la entiendes? No soy como tú. Tú vives el presente de tus relaciones con otras personas sin preocuparte por el futuro. La única cosa cuyo futuro importa es Cage & Associates. Pero yo no soy así. Yo sí pienso en el futuro. Me preocupa el tuyo y me preocupa el mío. Me dije que esta semana no me costaría nada, pero estaba equivocada. Todo tiene un precio. Cuatro días contigo es todo la que puedo permitirme. Otros tres días me costarían demasiado. Volvería a casa con amargura. No quiero que eso ocurra. Así solamente tendré hermosos recuerdos.

—Lo que ocurre es que estás deprimida e impresionada —dijo él torvamente—. No me sorprende, considerando lo que has pasado. Mañana por la mañana pensarás de otra manera. Deja de pensar en lo ocurrido. Intenta relajarte.

—No puedo dejar de pensar en lo ocurrido, Gideon. No puedo ignorar mis emociones como haces tú. No puedo centrarme en una cosa y olvidar las demás. Me gustaría, créeme. Precisamente antes que el hombre me atacara esta mañana, pensaba en esto. Te comparaba con Vicky Armitage y con mi tía. Los tres tienen, o han tenido, la habilidad de centrarse en la única cosa de la vida que les importa. Nada los afecta realmente, a menos que represente una amenaza directa para la única cosa que les importa. En tu caso, Cage & Associates. En el caso de Vicky, su carrera probablemente. Así debió ser para mi tía. Una parte de mí los envidia. Pero otra parte encuentra aterradora esa clase de talento. Tiene algo que ver con el poder personal que les confiere. Me siento desvalida ante él. No puedo explicarme mejor, Gideon. Pero sé que es peligroso. Y es hora de que me aleje de ello.

—Comprendo que estés emocionalmente alterada por lo de esta mañana. Lo acepto. Dios sabe que tienes derecho a estar alterada. Pero el resto de esa parrafada sobre futuro y poder me parece una porquería.

Ella le miró fijamente. El no se había movido, no había intentado tocarla, pero, comprendía que estaba intentando dominarla de alguna manera. Podía percibir que Gideon deseaba hacerla reconsiderar y aceptar su análisis de la situación. Decidió afrontar el momento con humor.

—Si embotellas esa porquería, harías una fortuna. Volvamos a la cabaña, Gideon. Quiero acabar de embalar las cajas esta tarde para llevarlas al aeropuerto. Puedo reservar los boletos de regreso mientras facturo las cajas.

—¡Hannah, maldita sea, escúchame! —Puedes quedarte en la cabaña un par de días más.

—Ésa no es la cuestión. Y tú lo sabes.

—Lo sé. Pero no tiene sentido discutir la auténtica cuestión. Vámonos, Gideon.

* * *

Era poco tiempo.

Las palabras martilleaban en la cabeza de Gideon mientras cargaba la última caja de libros en el jeep y lo conducía al aeropuerto. Las mismas palabras le torturaban en tanto veía a Hannah hacer las reservaciones para la mañana siguiente.

Poco tiempo.

Cinco días no eran suficientes. El se había prometido siete. Una semana entera. Y ahora Hannah se iría la mañana del quinto día. Debería haber compartido tres días más con ella, como lo había planeado. Gideon se decía que ella se marchaba porque estaba asustada después de lo ocurrido en la caleta aquella mañana. ¿Acaso no comprendía que él la cuidaría? No la dejaría apartarse de él ni tres metros. Le torcería el cuello a cualquiera que intentara hacerle daño. Aquel bastardo del traje de buceo no volvería a tener una segunda oportunidad.

Gideon había intentado hacer cambiar de opinión a Hannah varias veces durante aquella noche. Pero ella no le hizo caso. Tranquila y metódicamente terminó de empacar y limpió la cabaña. Se iría a la mañana siguiente.

Aquella noche después de la cena ella permaneció en la galería, absorbiendo el cielo nocturno y el reflejo de la luna en el mar. Gideon la observó de mal talante. El whisky que estaba bebiendo no le proporcionaba ninguna inspiración creativa. Horas antes estaba seguro de que podría convencer a Hannah de que se quedara toda la semana. Normalmente tenía éxito cuando se proponía algo. Hannah no debería haber sido un problema.

Pero, mientras conducía el jeep cargado de libros hasta el aeropuerto, tuvo que admitir su derrota. Ahora hacía girar el whisky en el vaso y vigilaba disimuladamente a la mujer a quien debería haber podido manejar con facilidad.

Estaba muy callada esa noche. Posiblemente porque cada vez que abría la boca él aprovechaba la oportunidad para discutir con ella, tuvo que reconocer Gideon. La brisa aromática jugaba con el pelo de Hannah y despertaba su deseo de imitarla. Ella parecía muy distante, allí apoyada en la barandilla. A Gideon le preocupaba porque la actitud de ella le hacía comprender la firmeza de su decisión. La había visto en distintos estados de ánimo, de la cautela al apasionamiento, pero nunca tan distante.

—Hannah —dejó el vaso y se colocó tras ella. Apoyó los dedos en sus hombros y mientras inhalaba el leve olor a hierba de su pelo—. Espera hasta mañana. Todo parecerá distinto a la luz del día. No tienes que tomar la decisión ahora.

—La decisión está tomada, Gideon. Es lo mejor.

—Hannah, espera. Tómate tiempo —buscó su oreja entre los rizos y mordisqueó el lóbulo—. Hablaremos de ello por la mañana.

Ella no contestó con palabras. En cambio, se volvió entre sus brazos con la cara levantada para recibir su beso. Gideon la sintió temblar de pasión y se excitó instantáneamente.

Le hizo el amor con una intensidad que en ocasiones rozó la violencia. Hannah no pareció darse cuenta. Estaba demasiado ocupada respondiendo y exigiendo. Fue como si ambos hubieran decidido que el recuerdo de aquella última noche perdurara muchísimo tiempo.

Pero, cuando el momento acabó, las atormentadoras palabras volvieron a la cabeza de Gideon, obsesionándolo hasta el amanecer.

«Poco tiempo. Ha sido muy poco tiempo». A la mañana siguiente, Hannah se sentó en silencio junto a Gideon durante el vuelo a Miami. Luego tenían que separarse. Gideon tomaba un avión para Tucson y Hannah había sacado ya su boleto para Seattle.

Ella se quedó con él en la sala de espera hasta que salió su avión. El silencio era enloquecedor, pero Gideon no sabía cómo romperlo. Cuando anunciaron su vuelo, él cogió su bolsa de viaje; entonces, Hannah le tocó el brazo. Se volvió hacia ella inmediatamente.

—Gideon, te debo la vida. La única manera que conozco de compensarte es con un consejo. Sé que no los quieres y sé que no me escucharás, pero te lo daré de todas formas.

—Te estoy escuchando.

—Recuerda que siempre se puede elegir. No es inevitable que te enfrentes con Ballantine. No tienes que destruirlo. Si no encuentras otra solución, siempre puedes apartarte y negarte a luchar.

—Hannah…

—Adiós, Gideon —se puso de puntillas y le besó suavemente en la boca—. Tenías razón. No ha sido algo intrascendente.