Capítulo 5
El mar estaba perfecto. El efecto de escarcha de la luna llena tropical sobre las suaves olas creaba una ilusión de realidad distinta. El calor del agua era increíble para alguien acostumbrado al frío de Puget Sound durante todo el año. Hannah permaneció en la orilla, jugando con las olas y preguntándose cómo podía sentirse tan lejos, física y mentalmente, de Seattle.
—¿Qué estás pensando?
Gideon surgió tras ella y dejó caer su toalla en la arena. Se había puesto el traje liso y ceñido que llevaba el día en que Hannah lo había conocido en Las Vegas. Su pelo negro parecía ligeramente plateado por la luna, y en las perfumadas sombras su fuerte y delgado cuerpo se veía más grande, más potente de lo que ella recordaba. También Gideon parecía curiosamente distinto. Pero en esa diferencia había un indefinible atractivo, una promesa de excitación y curiosidad.
—Que tú tenías razón. Tal vez éste sea un territorio neutral. En todo caso es diferente. Hay algo en las islas que siempre me ha atraído. Son mundos de fantasía. Creo que mi tía pensaba lo mismo. Cuando no estaba enseñando en Estados Unidos, siempre vivía en una isla. Durante mucho tiempo tuvo su hogar en el Pacífico Sur y más tarde, cuando se jubiló, aquí en Santa Inés.
Hannah apartó la mirada de él y buscó la imperceptible línea donde el mar se unía con el cielo nocturno.
—Es como si estuviéramos solos.
—Estamos solos.
El no la tocaba, pero Hannah podía sentir su intensa mirada observándola a la luz de la luna. El sencillo bikini amarillo que llevaba no era especialmente atrevido, pero se sentía desnuda. La sensación la incomodaba.
—¿Qué estás pensando?
—No sé, pero estoy seguro de que he esperado demasiado.
La tomó del brazo mientras ella cojeaba hacia el agua.
—Está tan cálida —suspiró Hannah.
—Casi tan cálida como tú.
—Gideon…
—Shhh, Hannah. Nademos.
La cala en la que nadaban estaba protegida del mar por un curvo brazo de rocas amontonadas. El agua estaba tranquila y Hannah se sentía ingrávida. Por primera vez desde que se había lastimado la pierna, se sentía grácil y móvil otra vez. En el mar, su rodilla debilitada no era el estorbo que en tierra. El placer de volver a sentirse fuerte la hizo reír suavemente.
Junto a ella, Gideon oyó su risa y sonrió. Él nadaba lenta y sensualmente abriendo camino. Hannah lo seguía sin dudarlo, sintiéndose segura en ese mar extraño gracias a la presencia de Gideon.
—¿Qué tal? —preguntó él.
—Es fantástico.
Entonces él la tocó. Deslizó la mano por el resbaladizo hombro de Hannah. No estaba intentando detenerla ni retardar su avance. La acarició simplemente.
Hannah tembló y encubrió su reacción aumentando su velocidad y sobrepasando a Gideon. Pero cuando miró a su lado él estaba allí. Se movía sin hacer ruido ni agitar el agua. Por alguna razón, ella volvió a adelantarse y volvió a encontrarlo a su lado cuando levantó la cabeza. Una vez más, Hannah se lanzó hacia delante, consciente de que estaba practicando un juego tan viejo como el mundo.
En esta ocasión, Gideon reapareció a su derecha y permaneció algo rezagado. Hannah sintió su mano en la pantorrilla, una leve caricia, como si él quisiera asegurarse de que ella supiera que estaba allí. Hannah se detuvo y comprobó que tocaba el fondo arenoso. El cálido mar se agitaba alrededor de sus pechos. Gideon se deslizó por el agua hasta situarse ante ella y también él se puso de pie. Sus ojos estaban ensombrecidos por el deseo y la luminosa luna recortaba los firmes ángulos de su cara.
—Te he deseado desde aquella primera tarde en Las Vegas.
—Mi hermano dijo que se alegraba de que hubiera tenido el sentido común de no acostarme contigo.
—No me habría acostado contigo mientras hubiera estado en marcha el asunto de la empresa de tu hermano.
—¿El código de honor del Oeste?
—No, el mío.
—¿Y ya no se interpone la empresa de mi hermano?
—Eso está concluido.
—Para ti, no para él.
—Si tiene agallas y voluntad, sobrevivirá. Le di una lección: no lo destruí.
—Pudiste destruirlo.
—No había necesidad.
—Estás tan acostumbrado al poder, tan acostumbrado a utilizarlo… Tienes incluso tus propias normas éticas, ¿verdad? No funcionas con las normas de los demás.
—¿Es eso tan malo?
—Te hace ser peligroso.
—No contigo —él levantó una mano y paso el dedo índice por el contorno de la mandíbula de Hannah—. Contigo nunca.
—¿Por qué debería ser yo la excepción?
—Porque tú me comprendes.
—La comprensión no proporciona seguridad —susurró Hannah—. Sólo es una advertencia contra el desastre.
—¿Sientes que te encaminas hacia el desastre?
—No, pero eso se debe probablemente a que esta noche no puedo pensar con lógica. Ni siquiera he podido reunir todavía todas las piezas del rompecabezas.
—¿Me ves como un rompecabezas?
—Sí.
Él deslizó la mano por la curva del hombro femenino.
—Acuéstate conmigo, Hannah.
—¿Por que me deseas?
—Porque te necesito.
Su otra mano se cerró sobre el otro hombro, la atrajo hacia él. Hannah sintió el poder del cuerpo masculino pero el suyo respondió instintivamente. Cuando la boca de Gideon buscó la suya, ella entreabrió los labios.
Gideon gimió; el sonido emanaba del fondo de su pecho. Su beso fue agresivo, no vacilante; hambriento, no seductor.
Hannah se asombró. No había esperado que él mostrara su deseo tan a las claras. Había esperado más sutileza, más seducción, más sensualidad.
Las manos de él se deslizaban por su espalda empujándola contra el masculino contorno de su cuerpo. A través del fino tejido del traje, Hannah podía sentir la rígida prolongación del cuerpo masculino.
Intentó recordarse a sí misma que había otra explicación para el brusco y directo acercamiento de Gideon. Él podía manipular a las personas con mucha facilidad. Era muy posible que hubiera encontrado la clave para manipularla sin que ella se hubiera dado cuenta. Ella no habría respondido a una seducción deliberada y provocadora. Se hubiera mostrado cautelosa ante cualquier afirmación de amor. Había un centenar de diferentes aproximaciones que él podría haber utilizado y que la habrían hecho ponerse a la defensiva.
Pero Gideon había afirmado que la necesitaba. Y estaba haciendo creíble esta afirmación con cada caricia de sus manos, con cada palabra. Ella no podía encontrar una explicación para el hecho de que la hubiera seguido primero a Seattle y ahora a Santa Inés. Ninguna explicación, salvo la que él le había dado. La necesitaba.
Hannah decidió que si Gideon la estaba manipulando mediante esa necesidad, era demasiado inteligente para ella.
—Territorio neutral —murmuró contra la boca de él.
—Nuestro territorio.
—Sí.
Y en esta ocasión su sí fue definitivo.
Él debió percibir su rendición. Hannah sintió su cuerpo tensarse debido al deseo contenido, la oyó inhalar aire profundamente mientras le desabrochaba la parte superior del bikini. Enrollando la tira en su muñeca, Gideon bajó la mirada a los pechos de Hannah.
—Eres tan suave, mi querida Hannah.
Apoyó las manos en los hombros de ella y las deslizó lentamente por las curvas hasta que los pezones quedaron bajo sus palmas.
Hannah levantó los brazos, le rodeó el cuello y levantó la cara para recibir su beso.
El aire nocturno era agradablemente fresco sobre sus cuerpos semidesnudos. Gideon la tomó en brazos, la sacó del agua y la llevo por la playa iluminada por la luna hasta depositarla sobre la toalla.
Hannah sentía la piel ya seca. Tenía los pechos erguidos y tirantes y la necesidad de ser acariciada más íntimamente la desazonaba. Gideon se recostó junto a ella en la toalla con una rodilla entre muslos.
—Gideon, te deseo.
—Lo sé. Puedo sentirlo —dijo Gideon suavemente, con profunda satisfacción en la voz.
Dejó caer el sostén del bikini, metió los dedos bajo el elástico de la parte inferior del mismo y se lo quitó.
Luego rodó a un lado y se quitó el traje. Hannah vio el brillo de la pálida luz en sus costados, en su tenso vientre.
—He deseado acariciarte desde el principio.
Él volvió a abrazarla sin dejar de acariciarla.
—Por favor, acaríciame, Gideon. Lo necesito esta noche. No lo había necesitado tanto en toda mi vida.
Los ojos de Hannah se cerraron cuando él obedeció. Las puntas de los dedos de Gideon se deslizaron entre sus muslos.
—Ábrete para mí, cariño.
Ella lo hizo, acompañando la acción con un gemido.
—Tan ardiente, tan cálido…
Sus caricias aumentaron su excitación hasta que Hannah creyó que iba a volverse loca.
Él insistió al sentir su respuesta. Sin advertencia previa, sus dedos se movieron más abajo. Hannah reaccionó clavando las uñas sin darse cuenta en el pecho de Gideon. Con una sensual agresividad que la sorprendió a ella más que a Gideon, se incorporó y lo atrajo hacia sí.
Hannah pudo ver la mirada maliciosa de él a través de sus pestañas.
—Gideon, por favor, no te rías.
—¿Cómo puedo evitarlo? Me haces tan feliz, mi dulce Hannah.
Su mano continuaba moviéndose íntimamente, excitándola con una exquisita sensibilidad.
—Y tú me estás volviendo loca —se quejó ella suavemente.
—Creo que me gustas así.
Ella arqueó la parte inferior de su cuerpo contra él. Luego se inclinó para acariciarlo con dedos suaves.
—¡Ah, Hannah! Ahora eres tú quien me va a sacar de quicio.
—Sí, sí. Por favor, Gideon, ahora.
El cielo estrellado giró sobre su cabeza y Hannah se encontró acostada de espaldas. Gideon se deslizó entre sus muslos. La sostuvo con una mano mientras utilizaba la otra para guiarse.
Hannah separó los labios en un silencioso grito de aceptación recibió a Gideon en su interior. Se sintió profundamente llena, desbordada. Gideon permaneció inmóvil un instante; su cara era una máscara de violento y casi incontrolado deseo. Con dedos temblorosos acarició el pelo de Hannah, dándole tiempo de amoldarse a él. Ella se relajó lentamente.
—¿Bien? —preguntó él.
—Perfecto.
—Esto es lo que necesitaba. Necesitaba sentirte en mis brazos, sentirte rodeándome, aceptándome. ¡Dios, cómo lo necesitaba!
Ella rodeó con las piernas sus fuertes muslos. Cerró los ojos saboreó el momento. Después se rindió al hombre que la abrazaba.
—Gideon, nunca había sido así.
—Lo sé, cariño. Lo sé.
Comenzó a moverse lenta y profundamente en ella.
—Tómalo, Hannah. Tómalo. Es todo tuyo.
Hannah contuvo la respiración cuando la tensión se liberó sin previo aviso, dejándola estremecida. Sus suaves gritos resonaron en los oídos de Gideon mientras se aferraba a él. Sus uñas dejaron huellas de su deseo en los anchos hombros masculinos. Lo sintió estremecerse también a él con un ronco grito de satisfacción que la emocionó.
Un instante después, Hannah quedó inerte bajo el peso de Gideon Cuando levantó los párpados, el recuerdo del placer se reflejaba e su mirada. Una pequeña e íntima sonrisa distendió su boca.
Gideon rodó aun lado y se apoyó en un codo. Con un dedo acarició el borde de los labios de ella.
—Ahora eres tú quien se ríe.
—Lo sé. Pero de asombro. Quiero decir que, cuando una mujer llega a mi edad, es consciente de que se ha estado perdiendo algo, pero no lo sabe con certeza hasta que ocurre.
—¿Estás intentando decirme con mucha delicadeza que nunca habías tenido un orgasmo?
—No me atrevería a decir eso. Para una mujer moderna es impensable admitirlo. Además, si lo hiciera, el efecto sobre tu ego podría ser peligroso.
—Es demasiado tarde —él la besó en un pezón—. Ya me lo has dicho.
—¿Y tu ego?
—Aproximadamente de doble tamaño que hace media hora.
—Si juego bien mis cartas, podré convencerte de que soy lo mejor que te ha ocurrido.
—No es tu habilidad para jugar a las cartas lo que me interesa.
Hannah sonrió mientras le acariciaba el vello del pecho.
Gideon gimió.
—El problema con las mujeres agresivas…
—¿Si?
—Es que son muy excitantes —se levantó y tiró de ella para ponerla de pie—. Pero creo que ya hemos pasado bastante tiempo al aire libre. Pasaremos el resto de la noche en la cama.
Y así lo hicieron. En la amplia cama de Elizabeth Nord, para ser exactos. El último pensamiento de Hannah antes de hundirse en el sueño fue que él había tenido razón.
Acostarse con Gideon Cage había sido algo importante.
Quizá fuera la cosa más importante que había hecho en toda su vida. Pero sus propias palabras de advertencia, pronunciadas mientras la acunaba el mar en las primeras fases del deseo, también volvieron a su mente. Comprender aun hombre no proporciona ninguna seguridad a una mujer.
Gideon despertó con el primer rayo de sol. Se desperezó satisfecho, disfrutando de la sensación de la pierna de Hannah atrapada bajo la suya. Movió el pie con cuidado. Como ella no se despertó, decidió ser magnánimo. Salió de la cama cuidadosamente y permaneció de pie un instante contemplándola.
Ella dormía en el recuadro de luz amarilla. Su cabello castaño era una maraña de ricitos sobre la almohada, revueltos por el sueño y el amor. La sábana se había escurrido dejando al descubierto un rosado pezón. Gideon recordó el sabor del pezón en su boca. La suave curva de la espalda femenina lo hizo desear volver a acariciarla, desde la delicada nuca a la redonda forma del trasero.
Pero ella no era sólo una mujer dormida. Gideon comprendió que era su mujer. Podía notar el sentimiento de posesión fluyendo por sus venas. A una parte de él le divertía la intensidad del sentimiento. La otra mitad, la mitad primitiva, tomaba la sensación muy en serio.
Gideon se volvió cuando su cuerpo comenzó a excitarse como reacción a los recuerdos. Si no encontraba otra manera de librarse de la energía matinal, se encontraría zambulléndose en la cama con Hannah. Y la despertaría. No sería justo. Después de todo, había sido él quien la había dejado exhausta.
Ese pensamiento se transformó en una pequeña sonrisa mientras salía desnudo a la galería. Sentía deseos de tomar un baño.
En cuanto estuvo en el agua, Gideon comprendió por qué el mar le había parecido tan atrayente. Le recordaba cómo había sentido a Hannah cuando la tuvo en sus brazos. Sedosa, sensual, cálida. Pero, a diferencia del mar, Hannah se entregaba completamente, sin reservas, deleitándose en el intercambio de pasión. Hugh Ballantine y Cage & Associates parecían muy lejanos.
* * *
Hannah se despertó en la amplia cama de bambú con una sensación de expectación mezclada en cierta manera con otra de cautela. Con los ojos cerrados utilizo un pie para investigar los alrededores. Cuando comprendió que estaba sola, se sentó parpadeando. Gideon ya se había levantado y se había ido. A nadar sin duda.
Hannah apartó las sábanas y agarró el bastón que levantó apoyándose en él para mirar por la ventana. A través de un enorme franchipán, pudo ver el bosquecillo de palmeras que rodeaban la playa. No le extrañó que su tía hubiera elegido aquel sitio para retirarse.
Hannah comprendió que la noche anterior se había dejado arrastrar por este ensueño. Por la mañana, el mundo real seguía pareciendo muy lejano.
Territorio neutral.
Pero lo que ella sentía esa mañana no era nada neutral precisamente.
Hannah fue hasta la ducha. Gideon seguía sin regresar cuando ella se secó y se puso unos pantalones y una blusa de lino blanco. Se apartó los rizos de la cara con dos peinetas de carey y decidió que estaba preparada para un empeño más importante, como hacer café.
Se sentía bien, maravillosamente bien, si descartaba las punzadas de los músculos de los muslos. A cada paso recibía un pequeño recordatorio de las actividades de la noche, pero podía soportarlo. Incluso su rodilla parecía bastante tranquila esa mañana. Hannah se dirigió a la cocina.
Encontró una tetera y la llenó de agua. Después de ponerla en la cocina, vagó por el cuarto de estar inundado de sol. La ventana ante la que estaba el escritorio de teca ofrecía la mejor vista del mar. Se apoyó en ambas palmas y entornó los ojos contra la brillante luz de la mañana. No le extrañaba que a los pintores siempre les hubieran gustado las islas. La luz era increíble. Mientras miraba el mar, le pareció ver la cabeza oscura de Gideon entre las olas.
Hannah comenzó a abrir los cajones del escritorio. Había ido a Santa Inés a clasificar y empaquetar la biblioteca de su tía, no a tener una aventura con el hombre que casi había arruinado a su hermano.
El cajón central estaba cerrado con llave, pero Hannah la encontró en el llavero que había llevado con ella. El cajón se abrió para revelar el esperado surtido de lápices, bolígrafos, clips y gomas. También dejó ver una cajita de madera exquisitamente tallada. Con curiosidad, Hannah la sacó del cajón y la abrió.
Dentro había un medallón. Colgaba de una cadena de gruesos eslabones. La piedra no parecía especialmente interesante. Era de un gris verdoso opaco y no estaba tallada en facetas. Sin embargo, la superficie redondeada había sido grabada con un dibujo que resultaba difícil distinguir. Hannah se volvió de espaldas a la ventana para que el sol matinal cayera sobre la piedra. El grabado consistía en una serie de gráciles curvas que constituían el contorno de una mujer desnuda. La figura sostenía algo en una mano, una espada tal vez.
Hannah miró la caja y vio un trocito de papel que había estado bajo el colgante. Lo desdobló y encontró una nota manuscrita firmada por Elizabeth Nord. Estaba fechada antes de su muerte.
Para ti, Hannah. El futuro es tuyo y solamente tuyo. No tengas miedo.
La piedra pareció calentarse en la mano de Hannah. Parpadeó entre lágrimas al colgarse el medallón alrededor del cuello. Su tía y ella nunca habían estado muy unidas. Pero ella siempre había sentido una especie de escueto vínculo con Elizabeth Nord. Tal vez por esto había llegado a amar a las islas y había considerado en una ocasión la posibilidad de dedicarse a la antropología.
Gideon entró cuando estaba acabando de abrocharse la cadena. Hannah levantó la mirada y parpadeó al verlo desnudo ante ella, con la toalla en el hombro. La boca de él se curvó al ver los esfuerzos de Hannah por mantener sus ojos en la cara masculina. Gideon tocó la piedra del medallón.
—¿De dónde lo has sacado?
—Acabo de encontrarlo en el escritorio de mi tía. Había una nota. Quería que fuera mío. ¿Te gusta?
—No especialmente. ¿Se supone que es valioso?
—No tengo ni idea. Probablemente no. No creo que tía Elizabeth estuviera interesada en las joyas. No obstante, hay una interesante figura grabada en la superficie. Quizá lo obtuvo durante uno de sus viajes de investigación.
—Se me ocurren recuerdos más interesantes. —Gideon sonrió maliciosamente al inclinarse a besar a Hannah.
Hannah saboreó la sal de su boca. Los firmes contornos de su cuerpo se apretaron contra la suavidad femenina con la agresiva seguridad de un hombre que ha confirmado que puede satisfacer a una mujer. Hannah se dijo que ella también había satisfecho a Gideon. Le rodeó el cuello con los brazos y le devolvió el beso.
—Hummm —musitó Gideon contra sus labios—. Estaba pensando en tomar una ducha y vestirme, pero quizá tenga que alterar mis prioridades.
El pitido de la tetera interrumpió su intención de cambio de planes.
—El agua caliente. —Hannah se apartó de sus brazos—. Sigue con el plan A. Te serviré una taza de café mientras te duchas.
—No tenemos por qué darnos prisa.
Hannah sonrió.
—Detesto mencionar los pequeños detalles, pero yo vine aquí a trabajar.
—También viniste aquí a dar largos paseos por la playa —le recordó a él.
—Y hasta el momento no he dado ninguno.
—¿Alguna queja?
—No hay quejas. Pero necesitaré ayuda para empacar los libros.
Él rió entre dientes.
—No te preocupes. Me ganaré mi sustento. Enseguida vuelvo.
Ella lo miró dirigirse al cuarto de baño maravillándose de la agilidad con la que se movía. Iba silbando una cancioncilla. Una parte de ella sintió la tentación de seguirlo a la ducha. Pero se contuvo y se dirigió a la cocina. El ego de Gideon no necesitaba una ración extra esa mañana.
Había preparado cereales, tostadas y café cuando él volvió quince minutos más tarde vistiendo unos pantalones y una camisa de algodón.
—Tenemos toda una semana ante nosotros —dijo él, volviendo una silla de cara a la mesa.
—¿Y qué?
—Es un punto de partida.
—Siento haber preguntado. No haré más preguntas tontas. Lo prometo.
—No ha sido una pregunta tonta —observó él—. Pero aún no y respuestas.
—Lo sé. Te repito que no volverá a ocurrir.
—Hannah, ¿qué vas a utilizar para guardar los libros? —preguntó llevando la conversación hacia un tema más seguro.
—No sé. Tendré que conseguir cajas. Costará una fortuna mandarIas por avión a Seattle. Pero tendré que hacerlo.
—Podemos pasar luego por Santa Inés a ver qué encontramos.
Hannah sonrió.
—No he venido muy preparada, ¿verdad?
El se encogió de hombros.
—No importa. A mí me salen bien estas cosas.
—¿Buscar cajas para embalaje?
—Organizar.
—¡Oh! ¿Quieres ayudarme a clasificar libros después del desayuno?
—Sería interesante.
Una hora más tarde, Hannah reconoció en voz alta que la tarea de clasificar la biblioteca de Elizabeth Nord iba a ser más complicada de lo que había creído al principio. Continuamente se entretenía leyendo una monografía interesante o algún artículo fascinante. Gideon tampoco era inmune. Cuando Hannah levantó la vista de la carpeta de notas que su tía había recopilado para hacer un libro, encontró a Gideon sentado en el suelo con las piernas cruzadas. Ante él había extendido un viejo y amarillento mapa.
—¿Qué es eso?
El no levantó la vista.
—Un mapa del Servicio de Inteligencia Militar.
—¿De verdad? ¿De dónde?
—De Isla Revelación. De mil novecientos cuarenta y dos. Muestra una franja de terreno que fue el principal objetivo de los marines que debían tomar la isla. Me pregunto cómo llegó tu tía a tener es mapa.
—Estaba investigando allí cuando estalló la guerra. No sé exactamente cuándo dejó la isla para regresar a los Estados Unidos.
—Tal vez ayudó a hacer el mapa militar. Después de todo, debe tener un profundo conocimiento de la isla. —Gideon se inclinó sobre la descolorida y arrugada hoja de papel.
Hannah lo observó un momento; después, sonrió.
—¿Cuánto hace que te interesan los mapas, Gideon?
—Desde que tengo memoria. Solía hacer unos mapas increíblemente complejos de mi barrio cuando era un muchacho.
—¿Mostrando dónde estaban estacionados los coches con los mejores tapacubos?
—Los coches con tapacubos caros no se estacionaban en mi barrio —él continuó estudiando el mapa de reconocimiento—. Durante una temporada pensé en convertirme en cartógrafo, pero el estilo de la vida de Cyrus Ballantine fue demasiado tentador. Así que los mapas se convirtieron en una afición. Tuve intención de coleccionarlos en serio durante una época. Tal vez haga una buena colección sobre un par de temas. Ya sabes, mapas militares, o mapas del siglo diecinueve de los Estados Unidos. O mapamundis anteriores a una fecha.
Manejaba el mapa tan cuidadosamente como si fuera una antigüedad o un libro raro.
—¿Crees que algún día volverás a tu antigua afición?
—¿Quién sabe? Actualmente no dispongo de mucho tiempo.
—¿Porque estás demasiado ocupado apoderándote de las empresas de otros?
Él la miró.
—O amenazando con hacerlo.
—Deberías hacerlo, ¿sabes?
—¿Hacer qué? ¿Apoderarte de las empresas?
—No. Volver a los mapas.
—Ya tengo otra afición, ¿recuerdas?
—¿El juego? Eso no es lo que tú necesitas. No proporciona suficiente equilibrio a tu vida. Los mapas podrían hacerlo.
—Creía que no ibas a darme consejos gratuitos durante este viaje.
—No puedo evitarlo, al parecer. Quédate ese mapa, Gideon. Yo no voy a usarlo y tú te mereces algo por ayudarme a embalar todos libros.
—Pertenece a la colección de tu tía.
—Soy yo quien decide lo que pertenece y lo que no. No necesitare de ese pequeño mapa.
—¿Estás segura?
—Estoy segura. Cuélgalo en una pared de tu casa. Cuando lo mires piensa en poner cierto equilibrio en tu vida.
—Quizá necesite una mujer para equilibrar mi vida —dijo Gideon lentamente.
—Podrías necesitar a una mujer para muchas cosas, pero dudo que la necesites para mantener tu vida equilibrada.
—¿Por qué?
—Por que tendrías que desear entregarte a alguien o a algo. Tendrías que ceder en parte tu necesidad de controlarlo todo. Estás acostumbrado a controlarlo todo continuamente. Te resultaría difícil relajarte y permitir que otro ser humano ocupara parte de tu vida. Pero los mapas no serían un riesgo o una amenaza.
—Crees que me conoces muy bien.
—Ya he demostrado que puedo cometer graves errores al analizarte —le recordó ella.
El se puso de pie ágilmente y atravesó la habitación para enfrentarse a ella, sentada en el escritorio. Gideon se inclinó y apoyó las manos en la superficie de teca.
—¿Crees que la noche pasada fue un error, Hannah?
—No. No creo que lo de esta noche haya sido un error. A mi vida también le falta algo.
—¿Un hombre?
Ella sonrió ante la arrogante satisfacción masculina.
—No. Riesgos. Tú estás acostumbrado a correr riesgos y a ganar. Yo no he sabido lo que era eso hasta conocerte.
—Hannah, ocurra lo que ocurra, no dudes nunca de que eso es recíproco. Yo necesitaba este viaje y te necesitaba a ti. Nunca en toda mi vida había necesitado tanto algo.
Hannah sonrió temblorosamente. De pronto el medallón pareció calentarse entre sus pechos. Ignoró la sensación y se entregó al más incitante calor del beso de Gideon.