Capítulo 2
Había un coche que ella apenas podía ver con la cegadora lluvia, una barandilla que no pudo aguantar el impacto de un Toyota, la mordedura del cinturón del asiento al tensarse y luego la rara sensación de ingravidez.
Por tercera o cuarta vez, Hannah emergió del sopor anestésico y en esta ocasión consiguió permanecer despierta el tiempo suficiente para notar la presencia de su hermano en la habitación y el dolor en la pierna.
—Creía que no volvería a dolerme nunca más.
Su hermano se volvió de la ventana al oír su voz y se acercó a la cama con expresión preocupada. En Nick, el pelo castaño que Hannah había heredado de su madre era casi rubio. Sus ojos color avellana tenían una tonalidad verde más intensa que los de ella. Era bastante más alto que su hermana, casi un metro ochenta, y su figura no tenía la tendencia a la redondez de la de Hannah. A los veintinueve años, hacía ejercicio con frecuencia y estaba orgulloso de su cuerpo.
Su hermano menor no era un rompecabezas para Hannah. Lo había resuelto hacía mucho tiempo mientras observaba cómo se desarrollaba su mente aguda y técnica Con una saludable ambición. Nick Jessett había llegado demasiado lejos, pero demasiado deprisa. Se había vuelto arrogante durante los dos años de éxito de su empresa. Pero Hannah había sido tolerante. Sabía que, tarde o temprano, la realidad se impondría, y él era lo bastante inteligente para aprender de la experiencia.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó Nick.
—Fatal.
—El médico dice que es normal.
Hannah se agitó y luego se quedó quieta al notar el vendaje de la pierna.
—No me lo mencionó antes de la operación. Supongo que temería que cancelara todo.
—Estarás mucho mejor dentro de un par de días.
—Seguro.
Ella no lo creía.
La mano de Nick apretó la barandilla de la cama.
—¡Por Dios, Hannah! Cada vez que pienso en lo que podía haber pasado…
—Lo sé, lo sé. Debió protegerme mi ángel de la guarda para salir solamente con unas magulladuras y lo de la pierna.
—Las enfermeras dicen que el doctor Englehardt ha hecho un trabajo fantástico —le dijo Nick con ansiedad.
—No te preocupes. No estoy pensando en demandarlo. —Hannah consiguió sonreír débilmente—. Debo tener un aspecto terrible si tú no puedes darte cuenta de que estoy bromeando.
—Bueno, no estás en tu mejor momento.
El sombrío consuelo del sueño comenzó a inundarla otra vez, pero ella quería preguntar algo antes de entregarse de nuevo a él.
—No intentes seguir despierta por mí —dijo Nick en voz baja—. Duerme, Hannah. Volveré esta tarde.
—Nick, ¿qué ha pasado con Cage? Todo está bien ahora, ¿no es así? ¿Ha desistido de apoderarse de Accelerated Design?
—Digamos que hizo su jugada final. Todo ha terminado, Hannah.
—Te ha dejado en paz, ¿no? Prometió que lo haría.
Su último pensamiento consciente fue que su hermano parecía muy serio.
—Está fuera de escena, Hannah.
El alivio que ella sintió lo estropeó la siguiente frase de Nick.
—Sólo espero que no te acostaras con él.
Hannah volvió a despertarse a la mañana siguiente. Mantuvo los ojos cerrados mientras trataba de localizar sensaciones en su pierna izquierda. El dolor parecía haber disminuido hasta ser una sorda punzada. Decidió arriesgarse a levantar los párpados. Lo primero que vio fue un ramo de rosas amarillas; sonrió aleladamente. Si eran de Nick, representaban un gran salto en el comportamiento social de su hermano. Si las habían enviado sus padres desde el Este, eran adecuadas y esperadas. Si eran de alguien de la universidad, eran muy interesantes. Se incorporó y tomó la tarjeta.
Cuida de no pedir lo que deseas.
Podrías obtenerlo.
* * *
La sonrisa de Hannah se esfumó bruscamente. La intuición la alertó sobre el nombre de la tarjeta una décima de segundo antes que lo leyera. Gideon Cage. Las palabras de Nick de la tarde anterior relampaguearon en el aturdido cerebro de Hannah.
—¡Oh, demonios!
Una enfermera entró en la habitación y la oyó murmurar.
—¿Le sigue doliendo la pierna? Es lógico. Tardará un poco en recuperarse. Pero cada día estará algo mejor que el anterior y en dos meses estará como nueva.
La mujer sonreía con la alegre sonrisa de la enfermera profesional que ahorra la auténtica compasión para el verdadero sufrimiento. Llevaba un distintivo que la identificaba como señora Broadcourt.
—El doctor quiere que se levante lo antes posible. Va a comenzar con la fisioterapia esta tarde.
—¿Bromea? Seré afortunada si puedo ir de aquí al baño. La sonrisa de la enfermera se ensanchó.
—Si necesita un orinal, llame a George con el timbre.
—¿George?
—Está de servicio de ocho a cinco esta semana. Ella ayudará con gusto.
—Creo que podré llegar al cuarto de baño por mí misma —le comentó a la señora Broadcourt.
—Magnífico. Traeré un andador.
Hannah se preguntó con qué frecuencia utilizaría la señora Broadcourt a George para animar a las pacientes a levantarse.
Nick apareció media hora más tarde, de camino al trabajo, evidentemente. Tenía aspecto de triunfador con el traje gris y la corbata oscura, dispuesto a ocupar su puesto entre los jóvenes empresarios que estaban convirtiendo la zona de Bellevue, Washington, en un Silicon Valley[1] del Norte.
—¿Ese traje significa que todavía tienes una empresa que dirigir? —preguntó Hannah.
—Apenas. Dios sabe lo que durará —él se acercó a la cama.
—¿Te sientes mejor?
—Gracias a George.
—¿George? —Nick dirigió una mirada confusa a las flores—. ¿Es el tipo que te ha mandado las rosas?
—No exactamente. George se dedica a los orinales, no a las flores. Las rosas son de Gideon Cage.
La boca de Nick se tensó.
—Hannah, ¿qué ocurrió en Las Vegas?
—Hice un trabajito de redención. Todavía no he podido saber si fue efectivo. —Hannah luchó por recostarse en las almohadas más erguida. Se sobresaltó cuando el dolor de la pierna aumentó—. Cuéntame lo que ha ocurrido, Nick. No puedo soportar el suspenso. Cage canceló el intento de absorción, ¿no es así?
—¡Oh, sí! Lo canceló.
—Entonces, ¿a qué vienen esos comentarios misteriosos? ¿Por qué me ha mandado ese mensaje en la tarjeta?
—¿Qué mensaje?
Nick se inclinó sobre la cama y echó un vistazo a la tarjeta que seguía unida a las rosas.
—Creo, querida hermana, que debes olvidarte de darle consejos profesionales a Gideon Cage. Te lleva mucha delantera. Nos la lleva a los dos.
Se incorporó.
—¡Maldita sea! ¡Cuéntame qué pasó!
—Para ser breve, Gideon Cage no tuvo nunca intención de apoderarse de Accelerated Design. Sólo quería que nosotros creyéramos que iba a hacerlo. Compró un gran paquete de acciones e hizo todos los movimientos oportunos para simular una absorción. El mercado de valores se alteró y el precio de las acciones subió hasta las nubes. Yo, y todos los demás, estábamos aterrorizados. Ayer hizo saber que estaba dispuesto a considerar vendernos sus acciones y salir de escena.
Un escalofrío recorrió la espalda de Hannah.
—Creo que comienzo a comprender. Cuando te ofreció la posibilidad de recuperar sus acciones, éstas valían cuatro veces más de lo que pagó por ellas hace unos meses.
—Lo has captado. Ayer por la tarde, mientras tú estabas saliendo de la anestesia, yo estaba buscando dinero por todas partes. Hemos tenido que liquidar gran parte de los activos, Hannah. Accelerated Design está totalmente endeudada. Dejé vacía mi cuenta personal y agoté mi cuenta de crédito en el banco.
—¡Oh, Dios mío!
Hannah se sentía mareada, y no por el dolor de la pierna.
—Gideon Cage ha sacado una buena cantidad de dinero y luego se ha lavado las manos. Yo no me puedo deshacer de una empresa que tendrá problemas para pagar la nómina el mes que viene. He escapado por un pelo, Hannah. Hemos tenido suerte al sobrevivir. Creo que voy a tener que prestar muchísima más atención a la administración de la empresa. Puede que haya llegado el momento de dejar el desarrollo técnico en manos de otros. Nunca debí permitir que Accelerated Design se volviera tan vulnerable.
—El nunca tuvo la intención de quedarse con la empresa. Sólo quería sacar un montón de dinero.
Hannah acarició la más cercana de las rosas amarillas. —¿De verdad hablaste con él de que cambiara su trayectoria profesional?
Nick no podía creerlo. No habían tenido tiempo de hablar del viaje después de que Hannah volviera a Seattle. Ella había estado demasiado ocupada ingresando en el hospital.
—Ya me conoces. Soy una consejera profesional hasta la médula. Realmente pensé que sabía lo que estaba haciendo, Nick. Creí que había adivinado lo que lo motiva. Pude ver partes de él con bastante claridad. Pero hay en él otros elementos que no conseguí captar.
Nick meneó la cabeza.
—El no es un estudiante que tenga dudas sobre la carrera que quiere seguir.
—Eso lo sé. Pero creí que podría hacerle ver que no sería feliz si continuaba con su comportamiento actual.
—¡Pues a mí me parece que está muy satisfecho con su comportamiento actual! Lo ha hecho rico. ¡Por amor de Dios, Hannah! ¿Qué te hizo pensar que podías ofrecerle asesoramiento profesional a un hombre que piensa como un jugador de ajedrez?
—Tuve un presentimiento. Lo peor de ser una consejera, Nick, es averiguar que mucha gente no hace caso de los buenos consejos.
—Bueno, al menos ahora sé que no te acostaste con él para intentar impedir que se apoderara del control de la compañía.
—¿Qué te hace estar tan seguro?
—Estás del mismo humor que cuando alguno de tus estudiantes no sigue la dirección que tú quieres que siga. Comienzas a preocuparte por su futuro. No es el modo de comportarse de una mujer desdeñada.
—¿Cómo puedes saberlo? ¿Has desdeñado a muchas mujeres últimamente?
Nick se dirigió a la puerta.
—No he tenido tiempo. Estoy demasiado ocupado intentando salvar Accelerated Design. Apenas tengo tiempo para ir al gimnasio. —Hasta luego, Hannah— se detuvo un segundo con la mano en la jamba de la puerta. A propósito. Drake Armitage me llamó anoche. Su esposa y él querían saber como estabas. También recibí una llamada de los Anderson, los Barrett y algunos otros. Tienes muchos amigos. Les dije que quizá podrías recibir llamadas hoy y visitas mañana. ¿Está bien?
—Está muy bien, Nick. Gracias.
—Armitage y su mujer se inscribieron en mi gimnasio. Van con regularidad. A Vicky le sientan de miedo las mallas. Si hubiera habido profesores de antropología como ella cuando yo fui a la universidad, podría haber cambiado de especialidad.
—Olvídalo —dijo Hannah con severa autoridad—. La mayoría de los sitios interesantes desde el punto de vista antropológico no están convenientemente cercanos a gimnasios ni a concesionarios de Alfa Romeo.
—Nunca adivinarías que la doctora Victoria Armitage no ha acudido aun buen gimnasio durante todo un año. Estupendos pectorales los de esa mujer. Hasta luego, Hannah.
Nick desapareció en el pasillo. Él tenía razón, pensó Hannah. Drake y Victoria Armitage, ambos profesores visitantes de antropología que iban a enseñar durante el otoño en la universidad en la que trabajaba Hannah, eran testimonios vivientes del valor de la buena forma física. Se habían presentado ellos mismos a Hannah poco después de que los periódicos locales publicaran una nota necrológica de su tía. El artículo mencionaba que algunos de los parientes de Elizabeth Nord vivían en la zona de Seattle. Puesto que estaban en la facultad de la misma universidad en la que trabajaba Hannah, a los Armitage les había resultado fácil localizarla. Hannah había tomado café con ellos un par de veces y les había presentado a Nick una tarde que él la acompañó a un concierto en el campus.
Drake y Vicky eran una pareja bastante agradable si a uno le gustan las personas del tipo académico, pero Hannah no se sentía totalmente cómoda en su compañía. Había decidido que, en parte, era porque su principal tema de conversación giraba alrededor del trabajo de Elizabeth Nord. Su entusiasmo por él era exagerado a veces, sobre todo por parte de Victoria.
Pero había otro motivo para que prefiriera no pasar demasiado tiempo cerca de la profesora Victoria Armitage, admitió Hannah para sí mientras miraba hacia la ventana de la habitación del hospital. En ciertos aspectos, Victoria y su reputado trabajo sobre antropología cultural representaban un universo alternativo en el que Hannah podría haber residido si hubiera seguido el camino que eligió inicialmente en la universidad.
Todo había parecido tan bien definido al principio: después de obtener el doctorado en Filosofía, un salto a la facultad de alguna pequeña, pero respetable universidad. Al principio, no le había preocupado realmente hacia qué campo iba a centrar sus energías. Le había parecido que disponía de mucho tiempo. Durante los primeros tres años, saltó de los repliegues de la historia a la fascinación de la psicología. Había probado la filosofía y después la literatura. Después había captado un poco de política radical, había estudiado las comunidades religiosas modernas y ayudado en una clínica local.
Pero había llegado al término del penúltimo curso sin haber escogido una especialidad concreta. El pánico se apoderó de ella. Entonces, en mayo de ese año, Elizabeth Nord efectuó una de sus raras visitas a la familia de su hermana y preguntó casualmente, si Hannah se interesaba por la antropología cultural.
Hannah había decidido de inmediato que la antropología cultural era una especialidad tan buena como cualquier otra.
Afortunadamente, las asignaturas que había escogido los cursos anteriores le permitían graduarse en antropología.
La aceptaron en la escuela de graduados a pesar de su ecléctico expediente académico. La carta de recomendación de Elizabeth Nord también sirvió de ayuda.
Se había sentido complacida, y sorprendida en cierto modo, al descubrir que tenía una genuina inclinación por la antropología. La había fascinado. Pero también se había sentido frustrada porque demasiados expertos en el tema parecían estar absortos en los detalles de la teoría del parentesco y los sistemas de comportamiento religioso de distintos tipos de tribus pequeñas.
Pero Hannah había perseverado durante una temporada, llegando incluso a escribir uno o dos ensayos bien acogidos sobre las implicaciones filosóficas del trabajo antropológico. Más de uno de sus profesores le había dicho que tenía aptitudes para escribir sobre su especialidad. Lo único que necesitaba era experiencia. Se juró obtener el doctorado, llevar a cabo el trabajo de campo tan necesario para afirmar sus credenciales como antropóloga y luego dar clases. Ya que la cuestión era publicar o perecer, debería poder sobrevivir en el mundo académico puesto que podía escribir.
Sin embargo, no pasó mucho tiempo sin que se encontrara de nuevo derivando hacia otras diferentes direcciones. Así averiguó que era especialmente apta para aconsejar a los estudiantes, no licenciados, sobre las clases que deberían seguir para completar sus especializaciones.
A tía Elizabeth no pareció preocuparle la decisión de Hannah. Se había limitado a enviarle a su sobrina una breve nota que decía:
* * *
Sigue tus intuiciones, Hannah, No te equivocarás, Las mujeres tienen buenas intuiciones. Es una pena que no se dejen guiar por ellas con mayor inteligencia.
* * *
Ella había visto muy escasamente a su lejana y brillante pariente, y sabía que el resto de la familia la encontraba fría y distante. Pero Hannah había comprendido intuitivamente que Elizabeth Nord no había necesitado a nadie más, así de sencillo. Se bastaba a sí misma. Un extraño proceso en un ser humano. A veces, Hannah se preguntaba si Anna Warrick, la matemática, habría sido así. La familia tenía muy poca información sobre ella. Sus parientes más próximos la habían considerado un engorro, una mujer que no sabía aceptar con propiedad su papel en el universo. Sobre la artista que había escandalizado a la familia a principios de siglo al irse a vivir a una buhardilla de París, aún se sabía menos. Sus parientes la habían repudiado prácticamente. El hecho de que sus cuadros valieran ahora enormes sumas representó un escándalo más para su familia.
Por lo que Hannah sabía, ni la artista, Cecily Sanders, ni la matemática, Anna Warrick, se habían preocupado de lo que pensara sus contemporáneos. Y Elizabeth Nord había vivido con la misma despreocupación.
Hannah optó por hacer lo que su tía había sugerido y había seguido su intuición. Decidió que el asesoramiento vocacional le ofrecía la mayor oportunidad de utilizar su peculiar habilidad para dirigir a los demás por los caminos convenientes. No era un talento del que hubiera gran demanda, excepto en las universidades, y tampoco estaba muy bien pagado. Pero a Hannah le gustaba.
Como sabía que era buena en su profesión, la desanimaba doblemente que alguien ignorara sus consejos. Miró hacia el otro lado de la cama y observó las rosas amarillas. Se puede vivir sabiendo que se ha fracasado, pero es mucho más duro aceptar que se ha hecho el tonto.
Se preguntó si Gideon Cage se estaría riendo mucho.
* * *
Gideon Cage no se estaba riendo. De hecho, no había encontrado placer en una victoria desde hacía mucho tiempo. Normalmente solía sentir, sin embargo, una cierta satisfacción al alcanzar la meta de sus intrigas. Pero en esta ocasión ni siquiera eso sentía.
Gideon salió a la superficie, tomó aire y nadó bajo el agua hasta el otro extremo de la piscina. La culpa era de aquella mujer, claro. Se dijo que le había hecho un favor. Se preguntó cómo lo habría tomado ella. Y entonces pensó en cómo habría reaccionado él a la vista de ella si hubiera estado planeando realmente apoderarse de Accelerated Design.
Llegó a la otra punta de la piscina y salió aupándose en el borde. Cogió una toalla. Aunque sólo eran las ocho, el sol comenzaba a calentar. Ese día no había coristas tomando el sol junto a la piscina. No había nadie más que él, excepto el camarero del bar de la piscina. Gideon oyó sonar el teléfono del bar mientras se secaba y supo, antes que el camarero le hiciera una señal, que la llamada era para él. Había ocasiones en que detestaba los teléfonos.
—¿Qué ocurre, Steve?
Sólo Decker sabía dónde localizarlo a esa hora de la mañana.
—Más noticias de Ballantine. El tipo tiene mucho dinero respaldándolo en esta ocasión, Gideon. Va a tener el efectivo necesario para ir por Surbrook.
—No es tan sorprendente, Steve. Es hijo de Cyrus Ballantine, ¿recuerdas? Lo lógico es que haya heredado la capacidad de su padre. No hay por qué preocuparse. Nos encargaremos de él cuando llegue momento. ¿Le diste el recado sobre las flores a Mary Ann?
—Sí. Las encargó ayer. Han debido llevarlas al hospital esta mañana. —Decker hizo una pausa, como si acabara de comprender algo—. El bastón era de veras, entonces.
—Era de veras. La dama estuvo sosteniéndose a base de analgésicos y alcohol mientras estuvo aquí.
—Bueno, parecía agradable. Me gustó. Volvamos a Ballantine. ¿Qué te parece si consigo una fuente confidencial en su oficina? Debe haber alguien por ahí que nos deba un favor y que tenga información interna sobre ese grupo de inversionistas que está apoyando a Ballantine.
—Adelante, Steve. Mira qué puedes averiguar.
«Pero no será mucho», añadió Gideon en silencio.
—A propósito, regreso mañana.
Gideon le dio las gracias al camarero con una inclinación de cabeza mientras colgaba el auricular. Los objetivos de Ballantine eran más bien obvios. Gideon recordó una ocasión en que sus propias acciones también habían sido igualmente obvias. Al menos, él había desarrollado cierto grado de sutileza con los años.
Recogió la toalla y se dirigió hacia el pasillo. Aquella tarde, cuando tomara el segundo baño del día, intentaría conseguir que el cantinero le preparara una margarita como la que le había servido a Hannah. Un cambio de costumbres. Casi siempre bebía whisky. Un animal de costumbres. Esperaba que las palabras de Hannah Jessett no lo obsesionaran durante mucho tiempo.
Dos horas más tarde se dejó arrastrar por el impulso que había estado molestándolo toda la mañana. Descolgó el teléfono y llamó a su despacho de Tucson.
—Mary Ann, quiero el nombre y el teléfono del hospital al que enviado las rosas.
—¿El hospital, señor?
—Démelos, Mary Ann.
—Sí, señor.
De mediana edad y próxima a la jubilación, Mary Ann Cromwell no cuestionaba las órdenes de su jefe. Un instante después le daba los datos.
—Gracias, Mary Ann. La veré mañana —dijo Gideon, y cortó la comunicación antes que su secretaria pudiera decir nada más. Luego volvió a marcar. Contestó una voz femenina y vacilante.
—¿Diga?
—Llamo para saber si recibió las flores —no se molestó en identificarse y entonces comprendió que otros hombres podían haberle enviado flores también—. Las rosas amarillas.
Hubo una pausa al otro extremo de la línea.
—Mensaje recibido y entendido.
Colgó el teléfono bruscamente.
Gideon se quedó mirando el receptor mientras intentaba recordar la última vez que alguien se había atrevido a colgarle. Volvió a marcar con decisión. Tal vez se hubiera cortado la comunicación.
—¿Le contaron en la escuela para consejeros que el trabajo sería fácil? A veces es difícil salvar a la gente. ¿Cómo está la pierna?
—En cierto modo, como Accelerated Design: mal, pero no fuera de combate. Por favor, déjeme en paz, señor Cage. Lo considero una causa perdida. Además, no está usted en la lista de ejercicios terapéuticos que me ha mandado mi médico.
Hannah volvió a colgar.
En esta ocasión Gideon no marcó de nuevo. En cambio, permaneció sentado mirando fijamente las lejanas montañas y preguntándose por qué le desilusionaba un poco que Hannah hubiera desistido tan fácilmente de intentar salvarlo. Había parecido tan interesada en el tema un par de días antes. Luego, él reflexionó sobre cómo habría recibido ella su llamada si realmente la hubiera dejado apartarlo de su meta auténtica.
Se estaba comportando de modo irregular. Las Vegas no era sitio para él en su estado de ánimo actual. No podía concentrarse en las cartas ni en los dados. Ni siquiera cuando jugaba, Gideon se permitía jamás llegar a ser demasiado imprevisible.
Se levantó del sillón y abrió un cajón de la cómoda. Dentro estaba la baraja que había sacado del bolso de Hannah mientras la ayudaba allegar a la puerta de su habitación del hotel. Abrió el paquete y extendió las cartas en abanico sobre la mesa. Sus dedos se deslizaron ligeramente por los bordes levemente desgastados de algunas de las cartas más altas. Lo había notado aquella noche cuando las barajó delante de Hannah. Le había divertido comprender que ella pretendía hacer trampas. No parecía una persona tramposa. De hecho, él experimentado una punzada de admiración. La dama tenía agallas. Muy poca gente tenía el valor de intentar engañarlo.
Gideon era consciente de la sensación de ser un tonto santurrón o se decía que esperaba que Hannah Jessett hubiera aprendido la lección. Desafortunadamente este sentimiento no era mucho más satisfactorio que el fácil enriquecimiento logrado a costa de Accelerated Design.
Victorias vanas. Hannah se había equivocado al suponer que se habían ido volviendo insatisfactorias con los años. La verdad era que lo habían sido desde el principio. Una carrera cimentada en la venganza estaba, tal vez, condenada a carecer de auténticas satisfacciones intelectuales y emocionales. La ambición, como móvil, probablemente podría ser moderada. La venganza no. Gideon se divirtió al considerar la irónica posibilidad de darle este consejo a Hugh Ballantine.
Pero no serviría de nada. Nueve años antes. Gideon no habría escuchado dicho consejo. Nada quema con más fiereza que el fuego al rojo vivo de la venganza.
Además, pensaba Gideon mientras guardaba las cartas en el cajón, no había motivo para dejar de hacer lo que, hacía para ganarse la vida. Después de todo, él era muy bueno en su profesión. El análisis final de los beneficios que había obtenido de Accelerated Design lo probaba.
Gideon se acercó a la ventana y miró el ardiente exterior desde la seguridad del aire acondicionado de su habitación. Necesitaba Las Vegas, pero no deseaba quedarse más tiempo. Regresaría a Tucson durante unas semanas y luego volvería a Las Vegas a probar de nuevo.
* * *
El descenso de la escalera hasta los buzones del edificio de apartamentos había sido doloroso pero no imposible. Hannah sintió una clara sensación de triunfo cuando abría el buzón en el vestíbulo de entrada del antiguo edificio de apartamentos de ladrillo rojo. Esa sensación de triunfo, decidió ella filosóficamente, era relativa. Dos meses antes no se hubiera detenido a pensar dos veces en la libertad con la que bajaba y subía por la escalera.
Se había librado de las muletas después de llevar una semana fuera hospital. Ahora usaba de nuevo el bastón, pero en esta ocasión era un símbolo de progreso. El doctor Englehardt se sentía complacido.
—¿Cuándo podré salir sin el bastón? —había preguntado Hannah la última vez que lo había visto.
—Paciencia, Hannah. Estás yendo muy deprisa. No apresures las cosas. Estoy muy contento con los resultados. Muy contento, de verdad. Mi ayudante, el doctor Adams, está de acuerdo conmigo en que los daños eran importantes.
—Vi las radiografías. —Hannah había sonreído cálidamente, para halagar el ego del cirujano—. Hizo usted un trabajo fantástico. Aún no se lo he agradecido lo suficiente.
—¡Vaya! Gracias, Hannah —le había dicho claramente halagado.
—Pero sigo queriendo saber cuánto tiempo tendré que usar este bastón.
Englehardt había suspirado.
—Probablemente un par de meses.
—¡Maldición!
Pero tres semanas después, ella estaba renqueando con bastante soltura. «No debes quejarte», se advirtió Hannah mientras revisa el contenido de su buzón. Una actitud positiva era importante. Y a nadie le gustan las quejitas. Una pena. Tenía la corazonada de que ella podría llegar a ser una experta en quejas y gimoteos.
Había llegado el boleto de avión de ida y vuelta para Isla Santa Inés. Dejó el bastón contra los casilleros y abrió rápidamente el sobre de la agencia de viajes. Sonrió. En menos de dos semanas estaría en el soleado Caribe. Imágenes de su pierna izquierda caminando por la dorada playa ante la casa de su tía bailaron en su mente. Decidió que se compraría un bikini nuevo.
—¡Hannah!
Cerró el buzón y miró a su alrededor. A través del cancel de hierro que servía como puerta de seguridad vio a Drake y Victoria Armitage saludándola desde el otro lado de la calle. Venían de correr. La melena cobriza de Victoria estaba retirada de sus facciones clásicas con una cinta verde a juego con su chándal verde esmeralda. Hannah salió a la acera y abrió el cancel.
El conjunto de Drake era blanco y negro y llevaba muñequera de los mismos colores. Era un hombre bien parecido de ojos azules y cabello castaño claro. Un excelente contraste con su esposa.
Los zapatos que llevaban no hacían ruido en la acera mientras Drake y Vicky avanzaban a un ritmo rápido y disciplinado. Sus atractivas caras brillaban de sudor, aunque el día de junio era mas bien fresco.
No estaban solos en sus fervores atléticos de esa mañana. Otros corredores habían pasado ante la casa de apartamentos de Capitol Hill en la que vivía Hannah. A todo el mundo parecía haberle entrado la locura por la buena forma física. Hannah los vio aproximarse intentando recordar qué bebida debe ofrecerse a un corredor.
—Buenos días —dijo educadamente— cuando se detuvieron ante ella. En cierto modo se sentía obligada a ser educada como una pequeña penitencia por la irracional ambivalencia de sus sentimientos hacia ellos. —¿Puedo ofrecerles un vaso de agua mineral o algo así?
—Eso suena bien —exclamó Drake, enjugándose el sudor de la nuca con la mano—. Creo que ya hemos corrido bastante por hoy, ¿no Victoria?
—Claro que sí. —Vicky se detuvo con las manos en las caderas, inhalando profundamente—. ¿Cómo va la pierna, Hannah?
—Mucho mejor, gracias. —Hannah forzó una amplia sonrisa—. Suban —tuvo una visión de sus cuerpos sudados en el sofá de su cuarto de estar y añadió alegremente—. Podemos salir a la terraza.
—Déjame echarte una mano. —Drake le puso la mano bajo el brazo y la ayudó a subir los tres primeros escalones. El bastón se alejó del suelo y Hannah se aferró a la barandilla.
—¡No, gracias! Por favor, estoy bien.
Rápidamente, se libró de la mano de él antes que la arrastrara escalera arriba.
—El médico quiere que haga todo el ejercicio posible —musitó para no parecer desagradecida.
—Quizá deberías bajar al gimnasio —sugirió Victoria, saltando escalera arriba por delante de Hannah—. Podríamos conseguirte un pase de visitante. O podría arreglarlo tu hermano, lo mismo da. Podrías entrenar con las máquinas. Tal vez sería una terapia estupenda.
—No creo que esté lista todavía para eso.
Hannah abrió la puerta de su amplio apartamento de un dormitorio y señaló la diminuta terraza.
—Siéntense.
Los vio atravesarla decoración tropical del cuarto de estar y casi pudo leer sus pensamientos. Nick llamaba a la mezcla de mimbre, caña y helechos «la Tienda de Neoimportación». Él le había informado que el estilo Mares del Sur estaba pasando de moda y que probablemente solo lo había estado entre las personas que compran en las tiendas de importación con descuentos del muelle. Pero Hannah a adoraba las islas casi tanto como Elizabeth Nord.
El matrimonio Armitage contrastaba fuertemente con lo que Hannah consideraba un encantador ambiente isleño. Drake y Vicky pertenecían a la especie «academia». Hannah pudo ver qué rápida y diestramente recorrían con la vista los títulos de los abarrotados estantes de su librería. Sabía que no se sentirían terriblemente impresionados. Su colección literaria era muy ecléctica, por expresarlo suavemente, Contenía todo tipo de libros sobre todo tipo de temas de la historia de la magia al tejido de cestos. Su biblioteca personal representaba el tipo de intereses que el mullido académico encuentra más divertido: los intereses de un «profano».
—Te ayudaré con las bebidas —dijo Vicky amistosamente, a mitad de camino de la terraza. Se volvió y se dirigió a la cocina—. Tienes las manos ocupadas. Dame, yo te recogeré el correo.
Le quitó las cartas a Hannah antes que ésta pudiera protestar.
—¿Te vas de viaje?
Vicky señaló los boletos.
—Al Caribe. Voy a cerrar la casa de mi tía.
Hannah abrió el refrigerador y sintió alivio al encontrar dos botellas de agua mineral que su hermano debía haber dejado después de su última visita. A ella no le gustaba esa bebida.
—Es cierto. Recuerdo que comentaste algo hace unas semanas.
Vicky arrebató las botellas de manos de Hannah y abrió cajones hasta encontrar un abridor.
—¡Qué oportunidad tan fantástica!
—¿Oportunidad?
Vicky movía la cabeza maravillada.
—Imagina, la oportunidad de ver la biblioteca privada de Elizabeth Nord, Todas sus notas y diarios; los libros que leyó y quizá los borradores de lo que escribió. Podría haber alguno incluso que no haya sido publicado todavía. ¡Dios, lo que daría yo por una oportunidad así! Es una vergüenza que no le dejara todo a alguna biblioteca.
Hannah se encogió de hombros, viendo con resignación cómo Victoria Armitage se comportaba como si estuviera en su propia cocina.
—En su testamento decía que deseaba que yo lo tuviera todo.
—Deberías entregarle todo el material a algún experto en la materia, Hannah. Sus papeles y sus notas deberían estar a disposición de expertos. Son tesoros académicos.
—Todavía no sé qué voy a encontrar ni qué haré con sus diarios.
Vicky la miró de reojo.
—El nombre de tu tía era una palabra familiar en mi casa mientras yo crecía. Mi padre estaba muy interesado en su trabajo. De hecho, creo que colaboró con ella durante una temporada en un proyecto. Desafortunadamente, no llegaron a ninguna parte.
—¡Eh!, ¿y esas bebidas? ¿Me estoy muriendo de sed aquí afuera? —protestó Drake.
—Ya vamos. —Vicky tomó la bandeja con el agua mineral, hielo y vasos y avanzó hacia la terraza—. Hannah, creo que te voy a dar un masaje en esa pierna tuya. He estado estudiando la técnica del shiatzu y encontré la manera de combinarla con el masaje tradicional de compresión. Afloja realmente los ligamentos tensos.
Hannah protestó educadamente mientras se acomodaba en una «perezosa» y estiraba las piernas.
—Así estoy bien, Vicky. Ya me están dando masajes en la clínica dos veces por semana y no creo…
Pero Vicky ya se había inclinado y sus manos se habían cerrado alrededor de la rodilla lesionada precisamente bajo el borde de los pantalones cortos de estilo safari que llevaba Hannah.
Hannah pensó que se iba a desmayar de dolor. Durante unos segundos no fue capaz de hablar. La mujer era tan fuerte como parecía. Era bastante aterrador. Ni siquiera la masajista profesional de la clínica tenía tanta fuerza.
—¡Vicky, no! Por favor, ya es suficiente. Déjame en paz.
Empujó la mano de la otra mujer sin molestarse en ser educada.
—¡Déjalo!
Disgustada, Vicky se irguió.
—Lo siento. ¿Te he hecho daño?
Hannah respiró a fondo varias veces.
—Está bien. Ya entendí lo que decías.
—Vicky está muy interesada en la fisioterapia —explicó Drake medio disculpándose.
—Sí, ya me he dado cuenta.
Hannah sintió un fuerte deseo de tomar un trago de tequila o un analgésico en vez del agua mineral.