Capítulo 1
La ilusión de Las Vegas era tan buena a veces que casi parecía posible creer que los poderes que controlaban los inmensos hoteles-casino controlaban también la temperatura exterior. Casi, pero no del todo. Hannah Jessett estaba de pie ante las puertas de cristal mirando fijamente la piscina del hotel. Brillaba al sol, inmensa y diseñada en forma de oasis con unos encantadores puentecillos. La diferencia de temperatura entre el interior y el exterior era de unos quince grados.
Hannah habría preferido quedarse dentro. No le gustaban los desiertos. Ella era de Seattle. Pero se estaba haciendo tarde.
Su bastón resbaló en un pequeño recuadro de grava esparcida por el viento mientras abría la puerta y salía. El dolor le atravesó la pierna izquierda mientras se agarraba a la barandilla de hierro forjado que recorría los amplios escalones que bajaban a la piscina. Cerró un instante los ojos ante la lacerante agonía y luego dejó escapar el aire.
—¡Maldita sea!
Debería haberse tomado la pastilla del mediodía después de todo.
Permaneció un buen rato apoyada en la ornamentada barandilla y se preguntó si el analgésico embotaría sus sentidos más que el mismo dolor. Sintió gratitud por el hecho de que hubiera muy pocas personas alrededor de la piscina para ser testigos de su poco airosa aparición. Una pareja de coristas, con largas piernas y contorneados traseros, dormitaba bajo las sombrillas en un extremo. Hannah se preguntó qué clase de futuro tendría una corista de Las Vegas. Probablemente su vida profesional sería breve.
Ordeno a sus tensos músculos que se relajaran mientras volvía a sonreír fríamente como un momento antes: Se olvidó de las coristas. Su meta estaba en la otra punta de la piscina, en un hombre sentado a una mesa bajo una sombrilla con flecos. Incluso desde donde ella se encontraba, Hannah podía ver que estaba sufriendo. Se había aflojado la corbata, abierto el cuello de la camisa y subido las mangas, pero el calor se estaba cobrando su tributo. Tenía una torva expresión de concentración la cara del hombre en tanto se inclinaba sobre una carpeta llena de papeles. Hannah tuvo la impresión de que estaba entregado al proyecto que tenía entre manos y lo completaría aunque tuviera que hacerlo a una temperatura que rondaba los cuarenta y tres grados. Pertenecía al tipo de hombre fanático. Mientras Hannah lo observaba, él levantó la mirada y la vio. La intensa mirada se congeló en un ceño reflexivo.
Probablemente sabía quién era ella, pensó Hannah. Ella no parecía una corista. Y no iba en traje de baño. El hombre se puso de pie y avanzó hacia ella.
Hannah se apoyó con cuidado en el bastón y dio unos pasos. Caminó hasta la parte central de la piscina y se detuvo allí a esperar que el hombre se reuniera con ella. No quería recibirlo con una mueca de dolor. La gente se siente muy incómoda con alguien a quien le duele algo, y lo último que ella quería era hacer que Gideon Cage se sintiera incómodo. En cuanto terminara con ese asunto, volvería a su habitación y se tomaría el analgésico. Mientras se consolaba con este pensamiento, el hombre llegó a su lado. Ahora podía ver claramente el sudor de su frente y la humedad que manchaba la pechera de la camisa blanca.
—¿Señor Cage?
—Soy el ayudante administrativo del señor Cage. Steve Decker. Supongo que usted es la señorita Jessett.
Decker se quitó las gafas de gruesa montura y las limpió con un gesto automático mientras esperaba educadamente. Parecía tener unos treinta y cinco años y era evidente que no cuidaba su forma física. En esta época de obsesión por el aspecto físico, una figura fofa podría perjudicar sus oportunidades de promoción profesional. Hannah sintió el deseo de decirle que sentarse al sol no iba a ayudarlo a rebajar peso, por más que sudara, pero no lo hizo. A veces le era difícil resistirse a dar consejos gratis. Pero Hannah se recordó que sólo porque tuviera un talento natural para aconsejar a la gente, no podía esperar que todas las personas a las que conociera se lo iban a agradecer.
Hannah recogió sin pensarlo siquiera las pistas sueltas que le proporcionaba Steve Decker con su aspecto, sus modales y su trabajo. Con una habilidad que era su segunda naturaleza, comenzó a formar un rompecabezas interno que, si tenía oportunidad de completarlo, podría permitirle predecir las acciones del hombre con gran precisión. Era un don que poseía, y le era muy útil en su trabajo. La radiante sonrisa de Hannah se tornó sincera. Le gustaban las personas como Steve Decker. Por lo general, eran decentes, trabajadoras y leales. Desafortunadamente para ellas, su signo en la vida era necesitar jefes. Eran el tipo de personas que podían mantener unida una organización, pero jamás soñarían con intentar asumir el control de la misma. «Ayudante administrativo» era una expresión ambigua que cubría un amplio territorio en muchas empresas, pero Hannah tuvo la corazonada de que en este caso estaba ante un valioso engranaje de la potente maquinaria de Gideon.
—Tengo una cita con el señor Cage. Soy Hannah Jessett.
Decker miró el bastón, parpadeó y volvió a ponerse las gafas.
—¡Ah, sí! Gideon la está esperando. Por aquí, por favor.
Llamaba a Cage por su nombre propio. Eso era interesante. Sugería que Decker podía ser uno de los pocos tipos decentes, trabajadores y leales que tienen la suerte de terminar por ganarse la confianza de su jefe. También decía algunas cosas sobre el mismo Cage.
Cuando Decker se volvió para guiarla hacía la mesa donde él había estado sentado, Hannah vio que comenzaba a quedarse calvo.
—Gideon terminará dentro de unos minutos, señorita Jessett. Haga el favor de esperarlo bajo la sombrilla.
De la piscina no llegaba ningún sonido y Hannah tardo en comprender que la estaba utilizando. Un hombre estaba buceando a buena profundidad.
—Si me disculpa, tengo que irme. Sólo salí para esperarla.
Steve Decker sonrió educadamente, con una mirada de preocupación al bastón.
—A menos que usted necesite algo más —añadió.
—Estaré bien, gracias.
Ella avanzó hacia la mesa confiando en que su paso fuera razonablemente firme. No dejaría ver mas signos de debilidad que los que pudieran ayudarla. Se iba a comportar con aplomo. Gideon Cage era un hombre que abusaba de los débiles.
—Adiós, señor Decker.
Decker asintió, vacilando un instante como si temiera dejar a una criatura lesionada con el hombre de la piscina. Luego, se marchó. La atención de Hannah se centró en la barra instalada bajo el toldo del otro lado de la piscina. Lo primero era lo primero. Se sentó con cuidado en un sillón de tela y levantó una mano. Un camarero vestido con pantalones cortos, blancos, y una playera salió de detrás de la barra y se acercó a ella. Hannah esperaba que Gideon Cage siguiera bajo el agua un rato más.
—Dos margaritas, por favor —dijo Hannah con su más atractiva sonrisa cuando el joven del bar se le aproximó—. Bien hechas. Con hielo en cubitos, no triturado, y con lima auténtica, no con esa mezcla dulzona —puso un billete de tres dólares sobre la mesa—. ¿Algún problema?
El joven sonrió y se embolsó los billetes.
—Ninguno. El barman suele utilizar la mezcla, pero creo que podré convencerlo para que exprima unas limas.
—Gracias. Cargue las bebidas a mi cuenta.
Le enseñó la llave de su habitación. El joven asintió y volvió al bar. Hannah lo vio alejarse con una intensa sensación de alegría. Daba buenas propinas porque había trabajado un par de veranos en un restaurante y la mayoría de las personas que han servido mesas en alguna ocasión dan buenas propinas. Pero ésta era la primera vez que había probado abiertamente el soborno y le fascinaba que hubiera funcionado, en apariencia. Había oído decir que la manera de conseguir lo que querías en Las Vegas era pasarle a la gente unos dólares.
Las margaritas llegaron en perfectas condiciones unos minutos después. Hannah se estaba tomando la suya con lo que un alma mezquina hubiera considerado una rapidez indecente, cuando notó que la estaban observando. Automáticamente levantó la mirada y se encontró con los ojos de Gideon Cage. Ella observaba con los brazos apoyados en el borde de cemento de la piscina.
La primera impresión de Hannah fue que él no parecía tan grande como ella había esperado que fuera. En cierto modo, uno siempre se imagina a los depredadores de gran tamaño. Esa manera de pensar tiende a ignorar a las arañas y las serpientes, comprendió Hannah.
—El bastón es un toque interesante, señorita Jessett. Un poco teatral, pero interesante.
Su voz, al menos, sí encajaba en su idea preconcebida: la voz de un hombre que jamás tiene que gritar para convencer a la compañía telefónica de que han cometido un error en su recibo mensual.
Hannah lo saludó alzando ligeramente su margarita.
—Me alegra que lo apruebe, señor Cage. Mi único propósito esta tarde consiste en despertar su interés.
Tomó un largo trago de la refrescante y ácida bebida preguntándose cuánto alcohol haría falta para lograr el mismo efecto que con una pastilla analgésica. Un pensamiento peligroso.
—Debería haber investigado un poco más cuidadosamente. Soy un hombre sencillo. Mis gustos sexuales no son retorcidos. La imagen de una mujer en la cama con un bastón no me excita.
—Me temo que ha interpretado mal la situación, señor Cage. No es su interés sexual el que pretendo despertar.
—¿Mi compasión?
—No. ¿Posee usted alguna?
—¿Compasión? Ninguna que interfiera en un asunto de negocios.
Ella asintió, satisfecha.
—Eso encaja.
—¿Con qué?
—Con la imagen que me había formado de usted. Me dedico a dar consejos, señor Cage. Mi trabajo consiste en construir imágenes de la gente que me proporciona información fidedigna sobre como se desenvuelve y lo que necesita.
—¿Y va usted a decirme lo que yo necesito?
Ella sonrió.
—Salga de la piscina, señor Cage. No puede esconderse ahí eternamente.
Algo poco agradable relampagueó en los ojos de él y Hannah adivinó que no le había gustado la acusación de que estaba ocultándose de ella. Debería andarse con cuidado. Había demasiadas piezas desconocidas en el rompecabezas que era Gideon Cage.
Cage ignoró las escaleras y salió aupándose por el borde. Tras una rápida reflexión, Hannah decidió que no estaba intentando impresionarla. Así era como salía él siempre de la piscina. Un instante después recogía una gruesa toalla blanca que había en una «perezosa» y se acercaba a ella.
No debía medir más de un metro setenta y cinco y su cuerpo era delgado y ágil. También era considerablemente menos atractivo de lo que ella había esperado. Un hombre que pretendía tener el poder financiero de Gideon Cage debería parecerse más a un licenciado de la facultad de Administradores de Empresas de Harvard. Hannah efectuó otro rápido ajuste mental.
—De acuerdo, señorita Jessett —dijo Cage dejándose caer en una silla frente a ella. Enarcó una tupida ceja al ver la segunda margarita; luego cogió el vaso—. ¿Por qué la mandó su hermano?
—El no me envió. He venido aquí por cuenta propia.
Él inclinó la cabeza como si la felicitara por su habilidad para subir a un avión sola.
—Otra vez: ¿por qué?
Hannah sonrió y dejó su vaso sobre la mesa.
—Está usted de suerte, señor Cage. He venido a ofrecerle una posibilidad de salvación.
—¡Oh, Cristo!
—No esa clase de salvación, me temo. Nosotros, los consejeros vocacionales, intentamos delimitar nuestras áreas de trabajo. Le estoy ofreciendo asesoramiento profesional, no teológico.
Ella miró fijamente con unos ojos negros como la noche. Luego probó la bebida que tenía en la mano.
—¿Cómo demonios consiguió que preparen una margarita decente?
—Soborno.
—Felicidades. ¿Va a probar esa táctica conmigo?
—No, señor Cage. No voy a intentar sobornarlo. No funcionaría.
—Será mejor que no juegue conmigo, Hannah Jessett.
—¿Mejor para quién? Yo no tengo nada que perder. En cuanto a eso, tampoco mi hermano tiene nada que perder. Su grupo de accionistas se ha instalado en la empresa de él como el huno Atila. Usted ha dejado muy claro que va a apoderarse de Accelerated Design.
Cage se encogió de hombros y se recostó en la silla.
—¿Por qué no habría de hacerlo? La empresa tiene algunos productos excelentes para programas de computación con buenas perspectivas comerciales, pero es un desastre financieramente. Su hermano sólo tiene veintinueve años, Hannah. Puede que sea un brillante creador de programas informáticos, pero no sabe nada de dirección de empresas. Accelerated Design es un blanco muy fácil para mí.
—Ése es precisamente mi punto de vista.
La pierna de Hannah protestó cuando ella cambió de posición en la silla. Sus dedos se crisparon, alrededor del vaso. Controlar el dolor esa tarde iba a requerir mas de una margarita.
—Discúlpeme, pero creo que no he captado su…, punto de vista.
—Un blanco fácil. ¿Para qué necesita otro blanco fácil señor Cage? Seguramente usted es mejor tirador que eso. ¿En dónde está el desafío en lanzarse al asalto de una pequeña y mal dirigida empresa de programas como Accelerated Design? Usted es un animal de costumbres. Ése es su problema.
Cage reflexionó un instante antes de decir muy suavemente:
—¿Costumbres?
—Ha sido usted una aplanadora durante los nueve últimos años. Desde que aniquiló aquella empresa de California. ¿Cómo se llamaba? Recuerdo haberlo leído en el Wall Street Journal recientemente cuando publicaron un perfil suyo.
—Ballantine Manufacturing.
—Entonces usted tenía solamente treinta y un años, ¿no es así? Después de eso, nada lo detuvo, al parecer.
—He tenido un éxito razonable.
—Ha sido usted una aplanadora. Hay una diferencia creo yo.
—No, señorita Jessett, no la hay. Tener éxito en mi línea de trabajo significa ser una aplanadora.
—Como consejera vacacional profesional, me permito disentir. Usted tiene la costumbre de dirigir asaltos victoriosos contra compañías como la de mi hermano. Costumbre, señor Cage. Usted no necesita esa empresa. Vio que era vulnerable y decidió apropiarse de ella. Yo pensaría que usted querría un desafío mayor, pero ése es su problema. No estoy aquí para alterar su manera de llevar los negocios.
—Afortunadamente para mí.
Hannah apretó los dientes al sentir el dolor de la pierna y siguió sonriendo.
—Sólo he venido para persuadirlo de que se olvide de la empresa de mi hermano. Como usted ha dicho, él es joven. Necesita tiempo para sacar adelante Accelerated Design. Si usted se apodera de la empresa, él se quedará en la estacada. Usted obtendrá una empresa con algunos productos interesantes, es cierto, pero no necesita otra compañía así. Ya tiene muchas similares.
—¿Se supone que debo abandonar un botín fácil sólo porque usted ha volado hasta aquí para abogar por el caso de su hermano?
—Oh, no, señor Cage. Jamás soñaría con apelar a su compasión o su simpatía. Usted ya me ha confirmado que anda corto de ambas cosas, ¿recuerda?
Una curiosa sonrisa distendió la boca de él.
—Lo recuerdo. Entonces, ¿qué me ofrece que pueda hacerme olvidar Accelerated Design?
Hannah se armó de valor.
—Un sencillo juego de azar.
—Un juego de azar —él tomó un sorbo de su margarita con la mirada clavada en la piscina—. Eso no es lo que yo esperaba, Hannah.
—Sí, lo sé. Como le he dicho, usted se ha convertido en un animal de costumbres. La costumbre del triunfo, ya sea en los negocios o en Las Vegas. Considero probablemente que después de nueve años de victorias vanas esté comenzando a sentirse cansado, señor Cage. Todo resulta demasiado fácil para usted ahora. Apoderarse de la firma de mi hermano sólo le proporcionaría una breve descarga de adrenalina. Usted necesita un poco de excitación auténtica en su vida y yo voy a proporcionársela.
—Excitación. Ésa es una idea interesante. Supongo que sabe usted hacer algo realmente exótico con ese bastón.
—He hablado de un juego de azar. Me refería a las cartas, señor Cage. Le estoy proponiendo que deje su futuro en manos de la suerte. Usted viene a Las Vegas unos días todos los veranos, pero ¿alguna vez ha arriesgado algo realmente importante a un golpe de fortuna?
Él la miró fijamente; luego se echó a reír.
—Sí, veo la novedad, Hannah. Pero la estupidez es mucho más evidente. Debe estar usted loca. ¿Habla en serio?
—Totalmente.
—Ni siquiera una consejera vocacional puede ser tan ingenua.
Hannah se inclino hacia delante.
—Al parecer el juego es una de sus aficiones, señor Cage. Está aquí ahora porque viene todos los años por esta época para tomar unas vacaciones. Está usted en disposición de jugar y yo le estoy ofreciendo una apuesta interesante. ¿Cómo puede resistirse? Apostaremos a la carta más alta. El que consiga dos o tres gana. Si gano yo, usted abandona sus planes de apoderarse de la empresa de mi hermano. Si gana usted…
Levantó un hombro en un gesto fatalista.
—¿Me la quedo? Eso puedo hacerlo ya. Desde cualquier ángulo que se mire, lo único que yo voy a sacar de este asunto es la oportunidad de perder.
Ella negó lentamente con la cabeza.
—No, rompe con su manera habitual de hacer negocios. También rompe con su forma habitual de divertirse. Le estoy ofreciendo una jugada atrevida con una apuesta muy alta. Verá, yo le presté a mi hermano algún dinero para ayudarlo a fundar Accelerated Design. Me la devolvió en acciones. Ahora poseo un paquete considerable. Si pierdo, le cederé mis acciones a usted. Eso le facilitaría y abarataría la adquisición de Accelerated Design, porque tendría acciones suficientes para quedarse con el control.
Hubo una pausa y luego Gideon preguntó:
—Sólo por curiosidad, ¿cómo sabía usted lo de mi viaje anual a Las Vegas?
—Estoy enterada de que viene aquí una o dos veces al año. Personalmente no veo por qué alguien deja Tucson para venir a Las Vegas en verano. Ambos sitios son unos desiertos. Pero usted lleva años haciéndolo. Mi hermano se lo oyó decir a alguien del Consejo de Dirección de Accelerated Design. Dijeron que se limita a uno o dos viajes cada doce meses y sólo se queda unos días cada vez. Pero se rumorea que apuesta fuertemente mientras esta aquí. No es mi idea de unas vacaciones anuales, pero a cada cual lo suyo.
—Gracias por su tolerancia. Vacaciones es la palabra correcta, a propósito. No hago negocios cuando estoy de vacaciones.
Hannah ignoró la advertencia.
—Piénselo, señor Cage. Piense en la ocasión única que le estoy proporcionando. ¿Acaso alguno de sus otros blancos fáciles le ha ofrecido alguna vez una oportunidad de ganar o perder a una carta?
—Nadie ha sido tan idiota —admitió él—. ¿Qué dice su hermano de todo esto?
—No le conté exactamente lo que tenía en mente.
—Apostaría algo a que no lo hizo.
Hannah sonrió.
—Eso es todo lo que le estoy pidiendo, señor Cage. Que haga una apuesta. Una importante apuesta. Pruebe; le gustará. Supondrá un cambio en su manera usual de negociar.
Ella tomó el bastón y comenzó a ponerse de pie.
Inmediatamente, Cage se levantó y la tomó del brazo. Frunció el ceño un poco al ver el respingo que ella no pudo ocultar.
—¿Tan mal ésta la pierna?
Sorprendida por la pregunta, Hannah lo miró.
—Bastante. Tuve un accidente automovilístico hace unas semanas. Van a operarme la rodilla dentro de dos días.
—¿Y luego qué?
—Fisioterapia una temporada y después tengo que tomar mis vacaciones anuales. Voy a pasear por una playa del Caribe y a nadar mucho. Se supone que es muy bueno para que la pierna se recupere.
—Comprendo. ¿No pasa sus vacaciones en Las Vegas?
—No, señor Cage, yo no encuentro muy divertido el juego. Ése es su estilo de entretenimiento, no el mío. Usted probablemente juega del mismo modo que trabaja: con muchos conocimientos y mucha concentración. Para usted el juego no supone un gran cambio. Lo único que hace es añadir algunos factores nuevos a la situación. Aun así, eso debe proporcionarle alguna diversión. La partida conmigo lo entretendrá más porque la apuesta es más significativa.
Él mantuvo su mano bajo el brazo de ella durante unos pasos mientras se dirigían hacia la entrada del hotel y la dejó caer cuando Hannah se apartó. Siguió andando descalzo junto a ella.
Hannah se detuvo ante la puerta de cristal y se volvió hacia él con expresión distante y serena.
—Me alojó aquí. Habitación 432. Llámeme esta tarde después de que haya tenido oportunidad de considerar mi propuesta.
—¿Todos los consejeros vocacionales son tan extravagantes en sus planteamientos?
—No. Algunos le darían a usted una prueba de veinte páginas para determinar sus intereses y habilidades. Luego le dirían lo que ya sabe: que es un genio nato para los negocios y que le gusta jugar de vez en cuando… siempre y cuando las apuestas sean lo bastante altas para resultar interesantes.
Cage abrió la puerta.
—Dígame, Hannah Jessett. ¿Es usted realmente buena en su trabajo?
—Una de las mejores. Tengo un talento especial. Llámeme, señor Cage. Estaré en el hotel hasta mañana por la tarde. Luego saldré para Seattle…
—Eso suena como un ultimátum.
—Lo es. Tengo que estar pasado mañana en el hospital.
No miró hacia atrás mientras avanzaba por el pasillo. La puerta de cristal se cerró tras ella.
Antes de volver la esquina del fin del pasillo. Hannah miró atrás una vez. Cage seguía en el escalón mirándola. Su primer pensamiento al doblar la esquina y desaparecer de la vista de él fue que Gideon Cage tenía un aspecto sorprendentemente interesante en traje de baño.
Su segundo pensamiento fue que, si la llamaba esa tarde, ella sugeriría que cenaran en alguno de los restaurantes del hotel. Así se ahorraría tener que ir en coche a algún sitio. Desde el accidente, se ponía nerviosa simplemente yendo como pasajera en un coche.
Después, su atención se centró en la pastilla que la esperaba en la habitación. Cada cosa en su momento. El dolor tenía preferencia sobre la atracción sexual o su miedo a conducir.
* * *
Gideon se vistió para cenar con distraída atención. Había telefoneado a la habitación 432 una hora antes y le había dicho a Hannah que pasaría a buscarla a las seis y media. Al parecer, la había despertado de la siesta.
—¿Esto significa que acepta mi apuesta? —preguntó ella con voz soñolienta.
—Significa que la llevo a cenar. Cada cosa en su momento Hannah.
—Eso mismo fue lo que yo me dije cuando lo dejé hace un par de horas. Lo veré a las seis y media. ¿Le importa que cenemos en uno de los restaurantes del hotel?
—Como guste.
Él pensó que probablemente ella no querría aventurarse muy lejos con aquella pierna.
Gideon se abotonó la camisa blanca dejándola abierta en el cuello y se puso un cinturón en los pantalones negros. El modo de vida de Las Vegas toleraba lo mismo unas bermudas que un esmoquin. Él eligió el término medio. Corbata y chaqueta serían suficientes para esa velada.
El mejor de los seis restaurantes del hotel estaba decorado con el estilo típicamente recargado de Las Vegas. Columnas griegas, fuentes luminosas con surtidores y personal vestido con toga. Pero la comida era sorprendentemente buena para ser un restaurante de casino. Era una de las razones por las que Gideon volvía a ese hotel año tras año. Frunció el ceño ante el espejo al recordar lo que había dicho Hannah de sus costumbres. Los comentarios de la joven lo habían estado molestando toda la tarde.
Hannah Jessett lo había impresionado. Gideon se hizo el nudo de la corbata ligeramente irritado recordando la imagen de ella sentada junto a la piscina. Llevaba una camisa caqui con hombreras, bolsillos con botones y un aire muy militar. Ella no tenía la figura de una corista de Las Vegas. El contorno de sus pechos bajo la camisa era breve y suavemente curvado. Un cinturón de piel con una ancha hebilla de bronce resaltaba la esbelta cintura y la bonita forma del trasero cubierto por unos ceñidos pantalones vaqueros.
El recuerdo de los pequeños pechos y el redondeado trasero detuvo a Gideon un instante. Se sonrió a sí mismo irónicamente en el espejo. La cena de esa noche no podía considerarse una cita exactamente. Era más bien un asunto de negocios.
Pero no había duda de que iba a ser en extremo entretenida. Y hacía mucho tiempo que él no disfrutaba realmente de una velada. Quizá debería salir más con consejeras vocacionales. Sentía curiosidad por saber cómo reaccionaría ella ante el acto final de la pequeña farsa que había escenificado ella misma.
Sentía curiosidad también por otros aspectos de Hannah Jessett. Tomó una chaqueta deportiva ligera y se dirigió hacia la puerta. Aquella tarde ella lo había acusado de que sus victorias se estaban volviendo vanas. ¿Cómo se enteró ella de la creciente falta de satisfacción de cada nuevo triunfo? ¿Cómo había adivinado algo que él no aceptaba siquiera ante sí mismo?
Tal vez fue la curiosidad lo que le hizo telefonear a la habitación 432 para decirle que la iba a llevar a cenar. Hannah Jessett era un elemento nuevo e inesperado en su mundo. Su boca se curvó en una sonrisa al tiempo que comprobaba que había metido en su bolsillo la llave de la habitación. Por otra parte, él podría estar motivado únicamente por el redondo y suave contorno del trasero dentro de aquellos pantalones demasiado ajustados que ella llevaba puestos.
De hecho, toda ella parecía agradablemente suave. La amplia camisa caqui no había revelado el menor detalle, pero estaba seguro de que no llevaba sostén. Su pelo también parecía suave, una cascada de rizos. Incluso su cara parecía suave, salvo por cierta tensión alrededor de la boca que había traicionado el dolor que le causaba la pierna y tenía unos ojos grandes, de un color castaño verdoso, con una mirada directa y probablemente demasiado sincera. Eso le gustaba. Le daría ventaja.
Calculó la edad de Hannah en treinta o treinta y un años. Supuso que había obtenido el título de consejera vocacional en una universidad. Cuando sonó el teléfono, Gideon estaba reflexionando sobre el hecho de que él no había recibido asesoramiento profesional en toda su vida.
—¿Gideon? Soy Steve. Estoy a punto de salir para el aeropuerto.
—No dejes que yo te entretenga. Si pierdes el vuelo de regreso a Tucson, Angie me echará la culpa.
La atenta y continua batalla que Angie Decker sostenía en defensa de su marido siempre divertía a Gideon. Ella estaba convencida de que Gideon era demasiado exigente y de que su marido debería ser más agresivo. Nunca había comprendido que Steve Decker prefiriera obedecer órdenes en el mundo empresarial en vez de darlas.
—Llamé a la oficina hace una hora. Mary Ann estaba apunto de salir, pero me dijo que había un mensaje de Taggert. Sobre Ballantine.
Gideon echó un vistazo a su reloj. Se estaba haciendo tarde.
—De acuerdo, pásamelo.
—No es mucho, en realidad; sólo que Taggert dice que está en camino. Se rumorea que Ballantine va tras Surbrook.
—¡Vaya, demonios! —Lo sé.
—No tiene la menor oportunidad —murmuró Gideon.
—No, pero él sabe que tú quieres la empresa y puede hacer subir el precio como si estuviera interesado en hacer una contraoferta. Nosotros mismos hemos utilizado ese truco varias veces.
—No hay nada que podamos hacer esta noche. Asegúrate de que Taggert esté localizable.
—De acuerdo. Pensé que deberías saber que Ballantine nos está desafiando.
«No», pensó Gideon. «Me está desafiando a mí».
—Gracias por poner al día el asunto Marsden. Siento que hayas tenido que volar aquí con tan poco tiempo. Preséntale mis excusas a Angie.
—Lo haré. Adiós, Gideon. Te veré cuando regreses a Tucson.
Gideon colgó el auricular y se dirigió hacia la puerta. Por un momento, se permitió reflexionar sobre las noticias relativas a Ballantine. Era inevitable que sucediera antes o después. El joven inexperto iba a enfrentarse al lobo adulto. Había llegado el momento de aplastar a Hugh Ballantine mientras era todavía lo bastante joven y débil para tratar con él. Gideon abrió la puerta y salió al pasillo alfombrado. Ya tendría tiempo de pensar en ello por la mañana. Esa noche tenía otras cosas que hacer.
Iba a darle a cierta consejera profesional un poco de saludable asesoramiento.
* * *
Hannah se inclinó disimuladamente para masajearse la pierna izquierda mientras masticaba un pedazo de salmón ahumado. Apenas había tocado la copa de sauvignon blanco que Gideon había pedido. Debía tener cuidado con el alcohol. Podía tener problemas si mezclaba el analgésico con vino. Había reducido la dosis de la tarde al mínimo y no había sido suficiente para anular por completo el dolor de la pierna.
—Hábleme más de sus planes para las vacaciones —estaba diciendo Gideon mientras daba cuenta de su cordero al curry—. ¿A qué parte del Caribe va a ir?
—A una islita cerca de las Islas Virginia. Se llama Santa Inés. Mi tía tenía una casa allí.
—¿Tenía?
—Murió hace dos meses. Voy allí a recoger sus cosas, especialmente sus libros y sus notas. Según su testamento, deseaba que los tuviera yo. Vivió allí durante varios años pero siempre fue una especie de reclusa. Sólo los miembros de la familia sabían dónde estaba retirada. Nos prohibió decírselo a nadie.
—¿Se llevaban bien su tía y usted?
Hannah reflexionó sobre la pregunta, recordando a la inteligente mujer a la que había visto tan pocas veces.
—No creo qué mí tía se llevara muy bien con nadie, ni siquiera con su hermana, mi madre. Tía Elizabeth era una solitaria. Muy brillante en su profesión. Era antropóloga cultural. Su obra más conocida probablemente es Las amazonas de Isla Revelación.
Él pareció sorprenderse.
—Me suena.
Hannah se rió.
—Eso demuestra que en algún momento ha debido seguir usted un curso de antropología. Es un texto clásico. Aún se usa, aunque lo escribió en los cuarenta. Está basado en el trabajo que ella llevó a cabo en Isla Revelación, en el Pacífico Sur.
—No recuerdo demasiado. Me temo que mis gustos se inclinaban más por las clases de administración. Sólo pasé un par de años en la universidad. —Gideon rebuscó en su memoria—. ¿Algo sobre una sociedad matriarcal?
—Sí. Trastornó muchas teorías sobre la relación macho-hembra en los pueblos primitivos. Fue muy controvertido en su época. Pero a mí tía no le asustaba la controversia.
—Si no recuerdo mal, la controversia se generó porque nadie pudo refutar sus conclusiones —observó Gideon lentamente—. ¿No ocurrió algo en Isla Revelación?
—Fue un territorio estratégico durante la Segunda Guerra Mundial. Después de la guerra, se convirtió en un depósito de aprovisionamiento para buques. Cuando los antropólogos regresaron a Isla Revelación a principios de los sesenta todo había cambiado. Ha habido muchas discusiones sobre la obra de mi tía, pero nadie ha sido capaz de restarle importancia. —Hannah sonrió—. Un hecho que la mi tía encontraba muy divertido. Era todo un carácter. No tenía el menor respeto por el mundo académico a pesar de formar parte de él. Creo que se consideraba más una filósofa que una antropóloga.
—¿Se casó?
—No. Siguió una tradición de mujeres solteras que salpica la rama familiar de mi madre. En el siglo pasado hubo otra mujer de la familia que sobresalió igualmente en su profesión. Tampoco se caso nunca.
—¿En qué profesión? —preguntó Gideon.
—Matemáticas. Realizó un trabajo muy complejo en el área de la teoría de los números. Y no me pregunte nada al respecto. Las matemáticas no son mi punto fuerte. Sólo estudié asignaturas de letras en la universidad. Y luego está la artista de la familia. Vivió a principios de siglo. Su obra consigue buenas sumas en las subastas hoy en día. Ha habido otras damas rebeldes en la familia de quienes he oído hablar a lo largo de los años.
Gideon la observaba con sincera curiosidad.
—¿Va usted a seguir la tradición?
Los ojos de Hannah resplandecieron un instante.
—¿De casarme? Tiene sus méritos.
—En cierto modo —murmuró él—, no me parece usted del tipo célibe.
—¿Y quién ha hablado de celibato? Volvamos al tema principal. ¿Debo suponer que va a aceptar mi oferta?
—No cometa nunca el error de hacer suposiciones sobre mí, Hannah. Podría estar aquí simplemente porque no tenía nada mejor que hacer esta noche.
—No tiene nada mejor que hacer. ¿Cuál es la alternativa? ¿Elegir una corista cuyo principal interés sea sacarle todo el dinero posible? Puede hacerlo en otro momento. ¿Con qué frecuencia puede usted jugar una partida como la que yo le estoy proponiendo? Incluso aquí en Las Vegas será una novedad.
—Parece muy segura de que va a ganar.
—Tengo una oportunidad. Si no puedo convencerlo de que juegue, no tendré ninguna. Mi hermano perderá Accelerated Design.
—Tengo una baraja en mi bolsillo. Jugaremos a la carta más alta cuando limpien la mesa. Los empleados pensarán que nos estamos jugando la cena.
Él la observó durante un largo momento. Luego pareció tomar una decisión. Hannah tuvo la impresión de que siempre tomaba sus decisiones de esa manera: rápida y segura. Una pieza más para el rompecabezas.
—De acuerdo, consejera vocacional. Acepto la apuesta.
—Sí. Pensé que la haría.
Sin una palabra más, ella sacó la baraja del bolso en tanto el ayudante de camarero recogía la mesa. Le temblaban las manos. ¿Por qué demonios? No tenía nada qué perder. Pero los dedos le temblaban ligeramente cuando le tendió la baraja a Gideon. Aquel hombre era, sin duda, muy bueno con las cartas. Su única esperanza residía en el hecho de que él no esperaría que ella hiciera trampas. Hannah conocía su propia imagen, sabía cómo la percibían los demás. «Agradable» e «inofensiva», eran dos adjetivos que sospechaba aparecían con frecuencia en las mentes de las otras personas cuando la miraban. No tenía la clase de cara que la gente suponía en una mujer capaz de hacer trampas. Los consejeros profesionales tienden a cultivar una mirada sincera. O tal vez nacen ya con ella.
Descuidadamente, como si no fuera importante, Gideon barajó los naipes. Luego se los devolvió a ella. No dejó de mirarla a la cara mientras ella formaba un abanico con las cartas sobre la mesa.
Hannah levantó la mirada.
—Usted primero.
El se inclinó hacia delante y escogió una carta sin vacilar.
—Tres de tréboles.
Hannah tenía que hacerlo sin que resultara obvio. La palma de su mano estaba húmeda cuando volvió un diez de diamantes. No pudo ocultar su mirada de alivio.
Con la boca curvada irónicamente, Gideon escogió un seis de corazones. Luego apoyó la barbilla en la mano y esperó.
Hannah notaba una punzada extra de dolor en la rodilla. La tensión, sin duda. Extendió la mano y volvió el rey de corazones. No se atrevía a encontrarse con la mirada de Gideon. Intentó masajearse otra vez la rodilla sin que se notara.
—Parece que acaba usted de ganar el control de Accelerated Design para su hermano.
Él hablaba en tono diferente.
—¿Es así como juega usted siempre? ¿Cómo si no importara verdaderamente?
—Tengo una norma, Hannah. Nunca me juego nada que realmente me importe. Recuerde eso cuando vuelva a casa —él se puso de pie y le tendió el bastón a ella—. ¿Lista? Parece un poco afectada.
Ella se levantó. No sabía si su incomodidad se debía a los nervios o al dolor. Tal vez no tenía importancia. Había ganado.
Hannah se detuvo bruscamente y puso su mano libre en el brazo de Gideon.
—Gracias, Gideon.
Él levantó una mano y enrolló un rizo de cabello de Hannah en uno de sus dedos con una mirada pensativa.
—¿Está segura de que respetaré el resultado de esta estúpida partida?
—Sí, estoy segura.
—¿Qué la hace estar tan segura, consejera?
Ella sonrió trémulamente.
—Ya se lo dije; tengo intuición con las personas. Usted ha aceptado no apoderarse de la empresa de mi hermano. Sé que hará honor a su palabra. Si meditara sobre lo ocurrido esta noche, Gideon, podría aprender algo. Confíe en mí. Ni siquiera voy a cobrarle el consejo.
Él movió la cabeza en un gesto de incredulidad.
—¿Cree que al hacerme alterar mis planes para un asunto de negocios ha roto mi mala costumbre de ganar siempre?
—Es un comienzo.
—¡Por Dios, mujer, qué idiota! Pero una idiota divertida. Realmente cree lo que está diciendo, ¿verdad?
—Todo lo que tiene que hacer es detenerse a pensar en lo que ha hecho esta noche. Puede utilizar esta experiencia como un punto crítico. A partir de ahora, puede analizar sus futuros tratos de negocios bajo una luz diferente. Decida lo que realmente desea y vaya solo tras las cosas que sean importantes. No necesitaba Accelerated Design. Ganar por ganar no es muy satisfactorio a la larga. La única cosa que hace que ganar merezca la pena es la amenaza de perder. Esa amenaza no ha existido para usted desde hace mucho tiempo. Me parece que su vida se ha desequilibrado seriamente debido a eso. Todos necesitamos equilibrio en nuestras vidas, Gideon.
—Al menos en Las Vegas los croupiers no te obsequian con una sesión de psicoanálisis después de la partida.
—No, supongo que no. Pero tal vez deberían hacerlo. Sólo estoy intentando decirle que en la vida existen otras cosas además de triunfar en los negocios. Podría empezar a buscarlas antes que sea demasiado tarde.
—¿Está intentando salvarme de mí mismo?
Ella inclinó la cabeza y lo observo.
—Como consejera vocacional, no puedo resistir el desafío. A veces no puedo evitar dar consejos. Deformación profesional, supongo.
—No creo que nadie haya intentado salvarme antes.
—Algún día tendrá que hacerme saber si tuve éxito.
—Algún día lo haré —él la tocó en el hombro cuando ella comenzó a alejarse de él—. Hannah, una cosa más.
—¿De qué se trata?
—¿Puedo conservar su baraja?
—¿Por qué?
—Como recuerdo.
Ella consiguió sonreír.
—Iba a quedármela yo por la misma razón.
Él asintió y no hizo más comentarios. Pero más tarde, a solas en la habitación del hotel, Hannah buscó en su bolso una pastilla analgésica y notó que faltaba la baraja. Aquel descubrimiento la persiguió durante el viaje de regreso a Seattle.