Capítulo 16
Gideon no creía en las premoniciones, pero tenía una gran fe en sus instintos. Dependió de ellos demasiadas veces en la calle, y en los negocios mas tarde. Cuando el sedan gris oscuro estacionado al borde de la carretera surgió de la lluvia, supo que había problemas. El coche estaba demasiado cerca de la cabaña de Nord, la noche tormentosa era bastante desagradable y Gideon estaba absolutamente seguro de que los accidentes se habían convertido en algo peligroso y frecuente en la vida de Hannah.
Su única esperanza, mientras estacionaba el coche alquilado, era que no había rastro del jeep rosa. No hizo caso de la cálida y torrencial lluvia y bajó del automóvil. Se acercó lentamente al sedán oscuro. No había nadie cerca, pero la sensación de que algo iba mal siguió atenazándole el estómago. Echó un vistazo al interior del coche, que no le dijo nada, y luego lo rodeó. Entonces vio el guardabarros abollado.
Se asomó al borde del precipicio y vio el jeep en las rocas del fondo. Lo miró fijamente durante un angustioso momento y sintió el deseo de negar la evidencia, de cambiar la realidad.
La angustia se convirtió en un escalofrío que lo hizo reaccionar. Se quitó la chaqueta y comenzó a descender el cúmulo de rocas que llevaba a la playa. Tenía que saber lo peor, tenía que ver por sí mismo si Hannah estaba destrozada dentro del jeep. Después despedazaría a quien fuera en el sedán oscuro. No tenía la menor duda de que el otro coche había despeñado al jeep. Por segunda vez en su vida lo invadió un violento deseo de venganza. Gideon llegó al jeep escurriéndose entre las rocas resbaladizas por la lluvia. Hannah no estaba en el vehículo.
Por primera vez desde que viera el jeep, se permitió concebir esperanzas. No obstante, era casi imposible que ella hubiera sobrevivido al impacto y consiguiera arrastrarse fuera del jeep.
Se volvió para examinar el frente del precipicio y descubrió el bolso de Hannah en la arena, cerca del agua. Los faros desviados del jeep lo iluminaban.
Lo recogió y registró. El billetero de Hannah seguía dentro. Quien condujera el sedán no pertenecía al tipo de persona que se permite un hurto casual. Gideon dejó caer el bolso en la arena. Alguien que ignoraba un billetero en circunstancias como aquélla, podría estar intentando ayudar. O podría tener otras cosas en la cabeza.
Gideon volvió a mirar el jeep e intentó imaginar dónde podría estar Hannah, si no llevaba el cinturón puesto y salió despedida del coche. Debía estar mal herida. Sería demasiado difícil subir las rocas en tal estado. Se habría dirigido hacia la playa, tal vez con la idea de buscar por dónde escalar el acantilado más fácilmente para llegar a la carretera. La playa se extendía hacia la izquierda; por la derecha sólo había rocas resbaladizas. Si alguien intentaba alejarse del lugar del accidente, lo haría por la izquierda.
Si el ocupante del sedán oscuro había bajado el despeñadero y había encontrado el jeep, habría llegado a la misma conclusión que Gideon. Era indudable que no había ido a buscar ayuda con el coche. Eso indicaba que fue a buscar a Hannah.
La tormenta cesaba. La pálida luna ofrecía alguna visibilidad porque las nubes comenzaban a dispersarse. No tenía sentido buscar en la guantera algo tan útil como una linterna. Las agencias de alquiler de coches no se preocupaban por esos detalles. Además, una luz podría ser peligrosa. Se vería a muchos metros. Gideon no estaba seguro de desear que se conociera su presencia. No hasta que supiera quién iba en el sedán oscuro.
Comenzó a caminar por la playa en la única dirección que Hannah podía haber seguido, si consiguió salir del jeep.
A cada paso, Gideon vigilaba atentamente la abierta extensión de arena en busca de una forma oscura agazapada. Ella no debía de estar muy lejos. Seguramente estaría conmocionada. Debido a la lluvia intermitente y a la débil luz, no podía ver si había huellas en la dirección en que avanzaba.
La playa comenzó a estrecharse. Gideon se acercó al borde del agua. La playa parecía terminar en un impresionante cúmulo de rocas, como en el extremo. Si alguien había seguido a Hannah, no estaría muy lejos. Gideon disminuyó la marcha y se movió protegido por las sombras del despeñadero.
Volvió a pensar en el bolso de Hannah. Había otra posibilidad en la que no quería pensar. En una ocasión alguien intentó ahogar a Hannah. Quien la hubiera seguido hasta el fondo del acantilado podría haberla arrastrado hasta el agua para acabar su trabajo.
Desechó aquel pensamiento. Si alguien hubiera encontrado a Hannah y la matara, ya se habría alejado en el sedán. No. Si había, alguien más en la playa, seguía por allí. Y eso significaba que Hannah tal vez estaba viva.
Gideon siguió moviéndose. La protección que ofrecía la pared rocosa no era muy diferente de la de un callejón oscuro. Había pasado mucho tiempo desde que él aprovechaba las sombras como protección. Actualmente estaba acostumbrado a ocultar sus movimientos tras la legislación comercial.
Desde las sombras podía ver la franja de playa que lo separaba del agua. Llegaba casi al muro de piedra del otro extremo de la playa cuando vio moverse una sombra. Se quedó inmóvil, esperando.
La figura que salió de las rocas del extremo de la playa, avanzaba lentamente hacia el destrozado jeep. No era Hannah. La forma y los movimientos correspondían a un hombre. Se movía cautelosamente; buscaba a alguien evidentemente. Gideon lo observó en tensión durante unos segundos, antes de comenzar a moverse cuidadosamente en paralelo al avance del otro hombre.
El tipo no parecía ir armado. Sus manos se movían con libertad, sin el inconveniente de un arma. Quizá fuera simplemente un conductor preocupado por la víctima del accidente. Entonces, el hombre se volvió para inspeccionar la playa a sus espaldas. La pálida luz de la luna cayó sobre la cara de Drake Armitage.
Gideon esperó con impaciencia mientras Armitage revisaba la playa otra vez. Luego reanudó su camino hacia el jeep. Gideon salió de las sombras y comenzó a cubrir rápidamente la distancia que los separaba.
Como advertido por algún instinto, Drake se volvió en el último momento. Pero fue demasiado tarde. Gideon se lanzó sobre él y cayeron rodando por la arena.
—¡Bastardo!
El grito de Armitage fue el único. Se lanzó hacia delante, en un intento de utilizar la potencia de su tórax para librarse de su atacante.
Gideon rodó a un lado para no ser un blanco para Armitage. Después golpeó con la mano el cuello del otro hombre, que jadeó dolorosamente. Armitage trató de arrojarse sobre Gideon, pero éste volvió a desplazarse y golpeó al otro en la ingle con la rodilla. La única regla de las peleas callejeras era que no había ninguna.
El golpe, aunque un poco descentrado, fue lo bastante brutal para que Armitage cayera de espaldas. Gideon se adelantó y recibió una violenta patada de Armitage en el muslo. «Estúpido», se dijo Gideon mientras luchaba por recobrar el equilibrio. Tal vez había pasado demasiados años tras un escritorio, o se estaba haciendo viejo. Tenía cinco o seis años más que Armitage, y eso influía.
Fingió que la patada lo tumbaba de espaldas, para ofrecer un blanco razonablemente tentador.
Armitage no necesitó más invitación. Con un grito de triunfo contenido, se incorporó y dirigió otra patada contra la cabeza de Gideon. El hombre más joven creía aparentemente que si algo funciona una vez, se puede volver a utilizar. Pero en la calle eso puede costar la vida. Gideon enganchó el tobillo de Armitage y desequilibró a su contrincante. Armitage rugió de rabia.
Gideon estaba encima de Armitage antes que éste tocara la arena. Dos violentos puñetazos hicieron que la cabeza de Drake oscilara de un lado a otro. Cuando se recuperó de los golpes, Gideon ya había apoyado un cortaplumas contra su garganta. Los ojos de Drake se desorbitaron a la luz de la luna. Era difícil decirlo porque la luna los desteñía, pero Gideon estaba casi seguro de que los ojos de Armitage eran azules. Intentó recordar el día en que lo conoció en el gimnasio.
—No es el mejor cuchillo para este tipo de trabajo —dijo Gideon mientras clavaba ligeramente la punta en el cuello de Armitage—. Me temo que sólo es un cortaplumas. Pero servirá, créeme.
—Estás loco.
Armitage no se movió.
—Posiblemente. Sobre todo en este momento. ¿Dónde está Hannah?
—No sé. La buscaba. Su coche cayó por el precipicio. Estaba intentando encontrarla.
—Su coche se despeño porque usaste el tuyo para empujarla, igual que hiciste hace unos meses.
—¡Eso es una maldita mentira! Sólo intentábamos ayudar. ¡Por amor de Dios, Cage! ¿Por qué querría hacerle daño a Hannah?
Gideon pasó por alto la pregunta.
—¿Estábamos? ¿Eso significa que Vicky está cerca? Por supuesto. No te enviaría sólo a hacer algo tan importante. ¿Dónde está?
—No lo sé. Nos separamos para buscar a Hannah. Queríamos ayudarla, Cage. Probablemente estará herida, inconsciente quizá.
—Gracias a ti.
—Escúchame —suplicó Armitage—, vimos que su jeep tenía problemas. Íbamos detrás de ella. Al pasarla, Vicky dijo que deberíamos volver a ver qué había ocurrido. Cuando llegamos, el jeep estaba en el fondo del abismo. Imaginé que Hannah cayó con él, así que bajé a echar una mirada. Pero Vicky pensó que podría haber saltado a la carretera. Ella la busca por arriba.
Gideon no quiso pensar en esa posibilidad. Captó la expresión de los ojos de Victoria Armitage cuando miraba a Hannah. Si ésta salió del jeep antes que cayera al vacío, probablemente estaría herida y desesperada. Un blanco fácil para una amazona.
—Vamos.
Gideon se puso de pie tirando de Armitage.
—¿Qué vas a hacer?
Drake miraba con aprensión el cuchillo que todavía apuntaba a su cuello.
—Voy a encontrar a Hannah. Y si está muerta, volveré aquí a clavarte esto en la garganta.
—Estás loco. ¿Por qué no me escuchas? Vicky y yo sólo queríamos ayudar.
Pero la protesta de Drake se cortó cuando un disparo resonó en la oscuridad.
—Vicky tiene un arma. En cuanto todo esto acabe, te mataré, Armitage, y lo haré lentamente.
—No entiendes. Todo salía mal. Vicky dijo que teníamos que hacer algo…
Gideon no se molestó en dejarlo terminar. Golpeó la nuca de Drake con el canto de la mano y lo dejó inconsciente.
Luego corrió por la playa buscando un camino para subir al despeñadero.
* * *
Mientras se arrastraba por la carretera para ocultarse entre la vegetación del lado opuesto, Hannah estaba segura de que la rodilla herida le fallaría. El dolor era intenso.
El distante rugido del motor del coche que regresaba aumentaba al tiempo que Hannah se arrastraba trabajosamente fuera de la carretera. Se sentía como un animal herido por un conductor descuidado, que se internaba a morir entre los arbustos.
No, ella no moriría. La pierna le dolía espantosamente. Pero aparte de eso estaba relativamente ilesa. Tenía magulladuras en las manos y la cara debido al impacto con la carretera pero el grueso algodón de los pantalones y la camisa que llevaba la protegió de peores daños.
Estaba bien oculta por la maraña de follaje tropical, cuando oyó detenerse el coche en el borde de la carretera. Permaneció tumbada jadeando y se masajeaba la rodilla, mientras intentaba adivinar qué sucedió. No tenía ni idea de quién estaba en el coche, pero era seguro que volvían para asegurarse de que la habían matado. Entonces oyó las voces.
—Bajaré a asegurarme.
Voz de hombre. Hannah la reconoció, pero no quería admitirlo. Entonces habló la mujer y Hannah decidió que no tenía sentido fingir que no conocía el tono alto y áspero de Victoria Armitage.
—No creo que esté abajo, Drake.
—Tiene que estar. ¿Dónde podría haber ido?
—No hemos visto caer el jeep. Puede haberle dado tiempo de saltar.
—Ni hablar. Sus reflejos no son tan buenos, sobre todo con esa rodilla. La viste moverse últimamente. Sigue usando el bastón.
—No sé. Drake. Tengo la impresión de que no está ahí abajo.
—Voy a ver.
—De acuerdo. Yo echaré un vistazo por aquí. Tienes razón en algo. Esté donde esté, no pudo ir muy lejos.
—La primera vez acabó en el hospital —la voz de Drake sonaba disgustada—. Y la segunda se interpuso Cage.
—Esta vez nos aseguraremos.
—¡Por Dios, Vicky, deseo que acabe este asunto! Se está complicando espantosamente.
—No pierdas los nervios ahora. Drake. No puede escapar de ésta. Llevo la pistola.
Hannah cerró los ojos horrorizada. Una pistola. Vicky iba a buscarla y estaba armada. Abrió los ojos y miró a su alrededor frenéticamente. La lluvia le ofrecía cierta protección, pero estaba cesando. Las tormentas tropicales no duraban demasiado. Sería mejor que se aprovechara del chaparrón mientras pudiera. Ocultaría sus movimientos por lo menos.
Apretó los dientes y se levantó. El doctor Englehardt había hecho un buen trabajo con la rodilla.
Lenta y dolorosamente, Hannah se internó en la maleza. El terreno no se volvió abrupto inmediatamente y los montones de granito eran tan abundantes como el franchipán y los helechos. Hannah decidió utilizar las rocas como protección.
La ladera rocosa ofrecía un buen número de puntos de apoyo. Desafortunadamente se soltaban piedrecitas y tierra que caían rodando. La lluvia era todavía lo bastante fuerte para disimular el ruido que Hannah hacía, pero no duraría mucho más tiempo.
Algunos de los delicados arbustos tropicales no eran tan inocentes como aparentaban. Hannah lo descubrió al apoyar una mano en una enredadera llena de espinas. Con un gemido de dolor, soltó la enredadera y se miró la mano. La lluvia corrió por la palma arrastrando algo que podría ser sangre, o barro. Hannah siguió con la tarea de encontrar un escondrijo.
Entonces vio la entrada de una cueva rodeada de espesa vegetación. Su boca oscura se abría atrayentemente en la lluvia. Ofrecía refugio y oscuridad.
Estaba a punto de dejarse caer en el oscuro hueco cuando algo la hizo pensar con claridad. La cueva era demasiado visible. Si Vicky Armitage la divisaba, llegaría a la misma conclusión que ella y estaría atrapada. Y Vicky tenía una pistola.
Hannah siguió subiendo. No podía hacer otra cosa por el momento.
Un enorme helecho le bloqueaba el camino. Hannah se preguntó si podría atravesarlo. No creía que tuviera energía para rodearlo. Lo aplastó bajo su peso y siguió arrastrándose hasta encontrarse en un amontonamiento de plantas y rocas sobre la entrada de la cueva.
Entonces apareció Vicky Armitage. Hannah se quedó inmóvil mientras la otra mujer se acercaba con cautela a la abertura de la cueva. Era cierto. Vicky tenía un arma. La escasa luz de la luna permitía ver un bulto negro en su mano. Hannah estaba segura de que sabía usar el arma.
La luna emergió cuando las nubes comenzaron a dispersarse. Hannah pensó que si salía con vida, tenía que enviar una carta de agradecimiento a la empresa de ventas por correo en la que había comprado su ropa. El fuerte algodón no sólo la había protegido al caer del jeep; su color caqui la hacia invisible entre la vegetación. Al pensar en sus ropas, pensó también en su cinturón.
Tenía cinco centímetros de ancho, estaba hecho del mejor cuero británico y terminaba en una pesada hebilla de bronce. Podía serle útil. Lentamente, para no hacer ruido, Hannah soltó la hebilla. Sin dejar de vigilar a Vicky, se sacó el cinturón. Se enrolló el extremo en la muñeca mientras Vicky se volvía y descubría la entrada de la cueva.
Como Hannah supuso, Vicky se dirigió hacia la oscura boca. Pero se detuvo a corta distancia.
—¿Hannah?
Hannah no se movió.
—Hannah, debiste hacerme caso. Debiste darme los diarios y libros de Elizabeth Nord. Fuiste una estúpida y te va a costar caro. Porque soy yo quien va a encontrar la verdad que contienen.
Hannah contuvo la respiración. Vicky se acercó un paso más a la cueva.
—Nord destruyó a mi padre con sus mentiras. ¿Me oyes? Era un hombre brillante y ella destruyó su carrera. Al principio intentó ayudarla y ella lo utilizó y luego se volvió contra él. Él me contó muchas veces lo que había ocurrido. ¡Ella lo utilizó! ¿Tienes idea de lo que le hizo? Cuando murió, era un hombre débil y lastimoso. Al final se convirtió en alcohólico. Ella lo mató, Hannah. Con tanta seguridad como si le hubiera pegado un tiro. Pero tardó años en morir. Años en que vio desaparecer su reputación. Años en que le rechazaron sus escritos. Años de saber que él tenía razón y Nord estaba equivocada, sin poder probarlo.
Hannah respiró cuidadosamente cuando Vicky avanzó hacia la cueva.
—Sal, Hannah. Sé que estás allí. Eres como tu tía. Huyes y te escondes, ¿verdad? Habrías utilizado tu relación con Nord para escribir el libro definitivo sobre ella. A nadie le importó un bledo lo que mi padre escribió sobre Elizabeth Nord. Y tú te habrías asegurado que las mentiras de Nord se mantuvieron durante otra generación. Pero no voy a permitir que ocurra. Mi padre sabía que ella mintió. Me lo dijo. Pero nadie lo escuchó. Sin embargo, a mí me escucharán, Hannah. Haré que me oigan. Supe que conseguiría que la gente admitiera la verdad desde que tenía quince años y veía al cómo mi padre se mataba bebiendo. Y utilizaré los diarios de Nord para destruir su reputación. No voy a dejar que alguien tan poca cosa como tú se interponga en mi camino.
Hannah vio a Vicky entrar en la cueva. Ésa era la única oportunidad que iba a tener. Se asomó por el reborde de la entrada de la cueva. Le sería útil distraer a Vicky con algo cuando saliera de la cueva. De repente el medallón pareció calentarse en su cuello.
Tiró de la antigua cadena y el pendiente quedó en su mano.
—¡Maldita seas, Hannah! ¿Dónde estás?
Vicky apareció en la entrada de la cueva. Hannah podía ver la parte superior de su cabeza.
Hannah arrojó el medallón a los arbustos cercanos a la cueva. Tintineó al chocar con una roca. Vicky levantó el brazo y disparó.
Entonces Hannah se dejó caer encima de ella y Vicky soltó la pistola.
Casi inmediatamente Hannah comprendió que no era lo bastante fuerte para vencer a la otra mujer. Vicky Armitage había pasado demasiadas horas en el gimnasio y corriendo. Su fuerza y resistencia físicas eran admirables.
Pero Hannah estaba poseída por la furia. Sintió retorcerse a Vicky bajo ella y comprendió que intentaba alcanzar el arma. Al mismo tiempo Vicky le pegó un doloroso codazo en las costillas. Por un instante, Hannah se preguntó si le habría roto alguna. Pero no tenía tiempo de averiguarlo.
—¡Maldita seas!
Vicky volvió a contorsionarse y en esta ocasión consiguió librarse de Hannah.
Hannah cayó a un lado y vio a Vicky ponerse de rodillas. Su cara era una hermosa máscara de furia. Vicky se abalanzó sobre ella y le lanzó un puñetazo con toda la fuerza de sus desarrollados hombros.
Hannah apartó la cabeza y recibió el golpe en el hombro, que se le quedó adormecido. Pero era el hombro izquierdo y el cinturón lo tenía enrollado en la muñeca derecha. Hannah levantó la mano.
El cinturón cortó el aire con la fuerza de un pequeño látigo. Vicky no esperaba ninguna clase de arma y le sorprendió el golpe de la hebilla en la mejilla. Gritó de dolor y rabia y retrocedió en busca de la pistola.
Hannah se puso de rodillas ignorando el dolor de la izquierda y volvió a hacer girar el pesado cinturón. El segundo golpe alcanzó el brazo de Vicky, sin hacerle demasiado daño. Hannah intentó golpearla en la cara. Cualquier mujer, sobre todo una tan atractiva como Victoria Armitage, intentaría protegerse instintivamente la cara y los ojos.
Esta teoría funcionó una vez. Luego Vicky se lanzó por el arma. Hannah se arrojó sobre su adversaria, que intentó arañarle los ojos con sus largas uñas. Hannah luchó frenéticamente para pasar el cinturón alrededor del cuello de Vicky.
Vicky comprendió lo que pretendía y se la quitó de encima de un empellón para tratar de coger la pistola.
Pero Hannah cayó encima del arma. Notó el bulto metálico contra su pecho y se apoderó del arma desesperadamente.
—Basta, Vicky. Detente ahora mismo o te juro por Dios que dispararé.
Vicky se detuvo bruscamente cuando Hannah levantó la pistola con ambas manos y apuntó.
—No sabes usarla.
—¿Bromeas? Soy la sobrina de Elizabeth Nord, ¿recuerdas? Ella era un caudal de información útil para una jovencita.
Vicky miraba a Hannah con furiosa impotencia. Pero no intentó quitarle el arma.
Fue otra persona la que quitó el arma de la temblorosa mano de Hannah. Alguien familiar y masculino acompañado de una voz lacónica y conocida.
—Yo me haré cargo ahora, Hannah. Ya tuviste suficiente por una noche.
Hannah permaneció tirada unos instantes mirando fijamente la expresión torva de Gideon; se preguntaba si la conmoción le provocaba alucinaciones. Pero él parecía muy sólido y muy real. Ella soltó el arma.
—El medallón —susurró Hannah—; tengo que encontrar el medallón.