Capítulo Cuatro

 

 

–¿Tracy?

Tracy se arrellanó en la butaca de su escritorio y agarró el teléfono con fuerza. No tenía duda de quién estaba al otro lado de la línea telefónica. Solo la voz de un hombre era capaz de hacer que se derritiera por dentro.

–Sí, soy yo.

–Soy Paul; Paul Sanders. Tu padre acaba de llamarme y solo quería hablar contigo para decirte lo emocionados que estamos en The Word de que nos hayáis dado este proyecto.

Tracy alzó los ojos. ¡Pelota!

–Me alegro tanto.

–También quería decirte lo… bueno, lo mucho que me complace saber que vamos a trabajar juntos en el desarrollo de esta campaña. En realidad prefiero que mis clientes se impliquen en cada fase del proyecto.

–Entiendo –dijo, mientras in mente echaba pestes de aquel hombre–. Es estupendo.

–Tengo aquí el calendario –se oyó el ruido de páginas pasando–. Celebraremos la primera sesión de brainstorming a principios de la semana que viene. ¿Te gustaría estar presente? ¿Qué día te viene bien?

–¿Qué te parece… –«cuando las ranas críen pelo», pensó–. ¿El martes, a las diez?

–Normalmente celebramos las sesiones de brainstorming al atardecer, cuando estamos más relajados. ¿Qué te parece a las siete?

Tracy entrecerró los ojos.

–A las siete, en tu despacho.

–No. En mi casa.

–¿Perdón?

–Es en el 2111 de North Lake Drive, tercer piso. Es más relajante, más propicio para que las ideas fluyan libremente.

–No creo que…

–Mis dos colegas, Karen y Jim, estarán allí. Normalmente tomamos una copa de vino, bajamos las luces, nos sentamos cómodamente y empezamos a anotar todo lo que se nos ocurre. Las ideas se van formando entre todos hasta que llegamos a lo que queremos. Es un proceso sorprendente. Te gustará.

«¡Y un cuerno!» Tracy apretó los dientes.

–A las siete. En tu casa.

–Estupendo. Tenemos una cita, entonces.

Tracy colgó el teléfono. Aquello no tenía nada de estupendo. Ni toda la atracción del mundo podría hacer que el tiempo que pasara con Paul fuera una cita.

Agarró su maletín y salió del despacho, del edificio, y se metió en el coche. Durante el corto trayecto hasta el Café Italiano de Louise, donde Las Cazahombres se reunían a cenar cada semana, Tracy fue poniéndose de peor humor. Nunca en la vida había experimentado aquella extraña mezcla de deseo y rabia.

Peor aún, se había pasado los últimos días más deprimida que nunca mientras veía cómo su padre se emocionaba cada día más con Paul y su trabajo. Nunca le había mentido a su padre, pero como no quería ser una aguafiestas, tendría que seguir fingiendo desconocer que Paul era Dan.

Encontró un espacio donde dejar el coche en la calle Jackson y se dirigió al restaurante con paso firme. Llegó a la entrada al mismo tiempo que un hombre moreno, elegante y bien vestido que le abrió la puerta para dejarla pasar. Ella le sonrió con agradecimiento mientras lo miraba a los ojos, rezando para sentir esa chispa especial, y entonces suspiró, le dio su nombre a la señorita que la recibió al entrar y entró en la zona del bar para esperar a sus amigas.

Nada. El hombre era impresionante. Y probablemente muy agradable.. Seguramente no pretendería ser alguien que no era para conseguir lo que quería de personas a las que no respetaba. Pero Tracy no sintió nada.

Hasta que no había quedado con Paul, no se había dado cuenta del todo de que a veces iba a tener que pasar muchas horas seguidas en compañía suya. Tendría que pensar en algo que la ayudara a no sentirse tan confusa. Para poder mantener la calma y la confianza en sí misma, y que él no notara la pasión que sentía, bien fuera rabia o… esa otra cosa.

Le hizo un gesto al camarero, pero el hombre ni siquiera la miró.

–Hola, hola.

Cynthia y Missy llegaron en ese momento. Missy le dio un abrazo a Tracy mientras Cynthia miraba a su alrededor en busca de algún hombre interesante.

–¿Qué pasa con nuestra primera empresa de Las Cazahombres? –Cynthia levantó una mano de uñas perfectamente pintadas y el camarero corrió a atenderla–. Martini seco con Tanqueray y unas gotas de limón, una cola light para Missy y… ¿Tracy, cerveza?

–Un bourbon Manhattan.

El hombre asintió y se volvió hacia el botellero.

–¿Un bourbon Manhattan? –Cynthia se volvió hacia Tracy–. Cariño, será mejor que nos cuentes qué está pasando.

–¿Va todo bien? –preguntó Missy.

–Todo es espléndido, fabuloso, tremendamente maravilloso –dijo Tracy con los dientes apretados.

Cynthia y Missy se miraron.

–Vaya, vaya…

–Eh, chicas –Allegra apareció de detrás de dos mujeres muy elegantes, vestida con vivos colores y cargada de brazaletes y collares, como de costumbre–. Siento llegar tarde. Uno de mis alumnos alcanzó el nirvana y sintió la necesidad de contármelo.

Cynthia retiró las bebidas de la barra.

–¿No es eso algo así como un estado de orgasmo constante?

Missy la agarró del brazo.

Cynthia, estábamos intentando averiguar qué le pasaba a Tracy.

–¿Pasa algo? –Allegra la miró por encima de la montura de sus gafas–. La verdad es que no tienes muy buen aspecto. ¿Qué pasa?

–Se trata de Paul.

–¿Paul? –las otras tres la miraron sin comprender.

–Paul Sanders, presidente de The Word, agencia de publicidad, que destila fortuna y buen gusto; el nuevo publicista contratado por Siglo XXI para su último producto… –Tracy entrecerró los ojos, preparándose para lanzar la bomba–. También conocido por Dan, el misterioso vago de gafas ahumadas de la playa de Door County.

Las expresiones escandalizadas de sus tres amigas no ayudaron a calmar los desquiciados nervios de Tracy.

–¿Es el mismo hombre? –preguntó Missy con una mueca de horror–. Pero era tan agradable. Y todas esas historias de su infancia…

–Cien por cien estiércol ejecutivo –dijo Tracy antes de darse un buen trago del combinado, buscando el consuelo dulce y ardiente del bourbon.

–Ya decía yo que tenía algo raro –Cynthia asintió con suficiencia–. Cuando una ha pasado una infancia de estrecheces como Tracy y yo, te das cuenta de cuándo alguien está haciendo teatro.

–¿Estás segura? –Missy sacudió la cabeza con confusión–. Quiero decir, era tan majo…

–A mí no me pareció raro que le contara todas esas historias a un grupo de extraños, pero sí que me dio la impresión de que estaba mintiendo.

–Estaba mintiendo –Tracy se dio otro trago de su combinado–. Sin parar.

–Vaya coincidencia que apareciera en la playa, y más aún en tu… ah… –Missy miró a Tracy con pesar–. No fue una coincidencia.

–En absoluto –Tracy intentó mantener un tono despreocupado y ligeramente sarcástico, pero le salió amargo–. Quería ver cómo vivíamos.

–Pero sin duda no esperaría que tú lo invitaras a la fiesta. ¿Por qué arriesgarse a entrar si era todo un montaje?

–Pues porque era la oportunidad perfecta para saber qué clase de gente éramos y así saber mejor de qué podía ir el proyecto publicitario.

–Sin embargo, me parece un poco extraño, Tracy –Allegra le tocó la mejilla–. ¿Por qué intentar seducirte y decirte después que eras una coleccionista de hombres, si lo único que quería era conocer vuestro estilo?

–Tiene razón –añadió Cynthia.

–Porque estaba seguro de que una «coleccionista» como yo jamás lo reconocería vestido de ejecutivo. Podría haber ligado con la hija del jefe sin que ella se hubiera enterado de quién era él.

–No puedo creer que solo fuera eso –Missy le puso la mano en el brazo con suavidad–. Esa sorprendente conexión entre vosotros dos… eso no fue solo suerte.

Tracy tragó saliva.

–¿Y quién dice que él sintiera lo mismo?

–Oh, lo sintió, de eso no me cabe la menor duda –Cynthia asintió con firmeza–. Deberías haber visto cómo te miró cuando saliste a la terraza.

Tracy intentó no pensar en que en las oficinas de Siglo XXI la atracción había sido tan potente como en la playa.

–Bueno, gracias a Dios que no te acostaste con él –Cynthia se echó a reír–. Incluso yo me alegraría de no haberlo hecho, en tu situación.

–Bueno, pero tú no lo habrías hecho, ¿no, Tracy?

Tracy terminó su combinado. Un calor suave y relajante se extendió por todo su cuerpo, haciéndola sentirse atrevida y franca.

–Pues, en realidad, sí.

Missy emitió un gemido entrecortado, Allegra asintió y Cynthia sonrió.

–Esta es mi chica.

–Lo habría hecho. Jamás he sentido una necesidad como esa… en toda mi vida. El problema es… –miró su copa vacía–. El problema es…

Cynthia chasqueó la lengua.

–Uy, uy. Estás perdida.

–¿Qué? –Missy miró a Cynthia y a Tracy–. ¿Qué quieres decir?

–Todavía quiere.

Missy frunció el ceño.

–¿Todavía quiere?

Tracy aspiró hondo y soltó el aire con fuerza.

–Acostarme con él, Missy. Todavía quiero acostarme con él.

–¡Oh, no! –Missy sacudió la cabeza–. Pero no puedes. Especialmente después de…

–Sé que no puedo. No he dicho que vaya a hacerlo. Solo que quiero hacerlo –hizo una mueca–. Pero también tengo ganas de echarle una manada de perros salvajes encima. Ese es el problema. Ese es el problema de mi vida. Soy un conflicto andante. No me quiero quedar en Siglo XXI, pero tampoco quiero marcharme. No quiero el dinero, pero tampoco quiero darlo –frunció el ceño–. Estoy protestando demasiado ya.

–Creo que necesitas comer algo. Los problemas se suelen acrecentar cuando una tiene el azúcar por los suelos.

–Y cuando no has catado nada desde hace meses.

Diez minutos más tarde estaban las cuatro sentadas a una mesa en el bullicioso comedor; sus tres amigas leían los menús mientras Tracy miraba la hoja sin enterarse de lo que decía. Finalmente lo cerró y lo dejó sobre la mesa.

–Y lo que es peor. De repente mi padre tiene que hacer un experimento en la granja y me ha asignado la tarea de trabajar junto a Paul.

–Ay… –Cynthia cerró el menú y se estremeció–. Una labor de casamentero de lo más inconveniente.

–Esperad a que le cuente que la primera reunión con Paul tendrá lugar el martes por la noche en su apartamento.

¿Cómo? –preguntaron las tres al unísono.

–Dijo algo como que ayudaba a que fluyeran mejor las ideas –repitió las palabras de Paul y alzó los ojos–. Como un laxante mental.

–Tiene razón –Allegra asintió vigorosamente–. Está probado. Un cuerpo cómodo y feliz tiene un cerebro más productivo.

Cynthia resopló.

–A mí me huele a truco. ¿Seréis los únicos tortolitos que estaréis allí?

–No, gracias a Dios. Dos de sus colegas estarán también allí.

–Ah, bueno, entonces no pasa nada –Missy suspiró aliviada–. A tu padre no le importará.

–Supongo que no le dijiste a tu padre que Paul y Dan son la misma persona.

–No –dijo Tracy con pesar–. Estaba tan emocionado con el trabajo de Paul. Los tomates eran el proyecto favorito de mamá y creo que quiere que el lanzamiento sea un éxito de ventas. Pero al mismo tiempo no puedo soportar no contárselo. Es como mentirle.

–Creo que deberías decírselo. La sinceridad siempre es lo mejor. Porque tarde o temprano te ves envuelta en mentiras y malentendidos.

–Yo estoy de acuerdo con Missy –Allegra se cruzó de brazos y se retiró la cascada de brazaletes de colores–. Empiezas a mentir y el espíritu se confunde. Entonces empiezas a sufrir de indigestión, de molestias en la espalda, de problemas de piel. De cualquier cosa.

Cynthia se echó hacia atrás y frunció el ceño pensativamente.

–Tal vez deberías contárselo. Entonces tu padre podrá ayudarte a idear algo para vengarte… después de que Paul termine la campaña, por supuesto.

Pero también pienso que deberías decirle a Paul que lo sabes. No sé por qué mintió, pero él sí. Y tú podrías darle la oportunidad de decírtelo. Tal vez aún podáis arreglar este asunto entre vosotros.

–¿Es que te has vuelto loca? –Cynthia miró a Missy horrorizada–. Ese tío es un auténtico cretino. Merece una humillación pública.

En ese momento llegó la camarera.

–Buenas noches, señoras. ¿Están listas para pedir?

Las cuatro amigas pidieron la cena. Tracy pidió lo primero que vio, porque en realidad ni siquiera le importaba lo que fuera a comer. Tenía la mente tan ocupada que las necesidades de su estómago le parecieron secundarias.

Decirle a Paul que conocía su juego no iba a ocurrir. Si quería que su asociación se basara en mentiras, eso era exactamente lo que iba a conseguir. Después de todo, no se trataba de que fueran a tener una relación a largo plazo, ni romántica ni de ninguna clase. Desde luego no tendrían nada mientras él siguiera fingiendo. El paso hacia la sinceridad debía darlo él.

Pero probablemente podría hablarle a su padre de «Dan». Por mucho talento que tuviera Paul, si les había mentido una vez, podría hacerlo en algún aspecto del negocio. Se lo debía a su padre para que estuviera alerta, para que tuviera cuidado. El que después su padre quisiera o no decirle algo a Paul era cosa suya. Al menos Tracy ya no sentiría que estaba mintiendo. Y como su padre y ella solo se tenían el uno al otro, eso era sumamente importante.

Y viendo cómo el hablar con sus amigas la había ayudado, el implicar a su padre en el problema le daría otro aliado en su guerra particular por recuperar la salud mental.

–De acuerdo. Lo haré.

Sus tres amigas se volvieron a mirarla al mismo tiempo.

–¿El qué?

–Le diré a mi padre con mucha tranquilidad que Paul es un cretino oportunista –dijo–. En cuanto tenga oportunidad.

 

 

–Así que tienes una cita interesante esta noche.

Dave se metió en la boca una enorme porción de pollo kung pao que había llevado del restaurante chino a casa de Paul.

Paul, que no había tocado su plato, lo miró con fastidio y volvió a abrir los documentos relacionados con Siglo XXI que se había llevado a casa.

–No es una cita. Tracy se va a unir a una de nuestras habituales sesiones de brainstorming junto con Karen y Jim. Es por trabajo, Dave. Ella es solo una cliente. Y una cliente a la que quiero causar una buena impresión por razones personales, pero no las que tú te imaginas.

–¿Entonces no estás nervioso?

–No.

Dave señaló la rodilla de Paul, que no paraba de moverse.

–Ya veo.

Paul relajó la pierna.

–Siempre hago lo mismo cuando voy a tener una sesión. Estoy emocionado por lo que The Word puede hacer por Siglo XXI, y por lo que ellos a su vez pueden hacer por mi empresa. Si además puedo demostrarle a Tracy que no todos los vagos que andan por la playa son lo que parecen, mejor que mejor, pero no voy a dejar que eso me afecte.

Pasó una página, contento con lo racional que parecía su respuesta. Después de verla en la oficina con su padre, y de darse cuenta de lo bien que las dos empresas iban a funcionar juntas, se había dado cuenta de que pensar en vengarse de ella no era una buena idea. Mientras existiera el capitalismo, habría mujeres como Tracy que valoraban el dinero más que a las personas. Si pudiera hacerla cambiar de opinión aunque fuera solo un poco, habría hecho algo bien. Pero no pensaba arriesgar su propio éxito empeñándose en una venganza tonta.

En cuanto a la atracción que sentía por ella, estaba bastante seguro de que pronto sería agua pasada.

Dave lo sacó de su ensimismamiento.

–Bueno, Paul, yo me voy. Pero me apuesto lo que quieras a que una charla íntima sobre los tomates es todo lo que hará falta para demostrarte que tengo razón. El tomate es una hortaliza muy sexy.

–Habrá dos personas más aquí con nosotros, de modo que no creo que pueda considerarse como algo demasiado íntimo.

–Yo no estaría tan seguro de ello, Paul.

Su tono de voz le hizo reaccionar.

–¿Cómo dices?

–Tu secretaria es muy bonita, ¿te lo había dicho alguna vez?

–No –Paul lo miró con recelo–. ¿Por qué has cambiado de tema?

–Ella y yo hemos salido juntos un par de veces.

–¿Susie? ¿Vaya, Dave, hay alguien con quien no hayas salido?

Dave se acercó a Paul y le echó un brazo por los hombros.

–El caso es que, cuando la mujer adecuada llega, uno no puede dedicarse a jugar. Tiene que ir por ella.

Paul se apartó de él y puso los brazos en jarras y lo miró. Se olía algo sospechoso.

–Suéltalo, por favor.

–Estoy seguro de que Tracy es para ti. Susie, me debía una, de modo que le pedí que inocentemente me pasara unos números de teléfono –llegó a la puerta y la abrió–. Y tú eres mi amigo, de modo que siempre te debo una.

Paul sintió un escalofrío por la espalda. Respiró hondo para serenarse.

–¿De qué estás hablando, Dave?

–¿No te lo había dicho? Lo siento. Karen y Jim no pueden venir esta noche. De repente tenían otros planes –Dave se volvió para salir del apartamento y seguidamente volvió la cabeza y le guiñó un ojo–. De modo que esta noche estaréis solos tú, Tracy… y sus tomates.

Salió y cerró la puerta.

–¿Cómo… ? –Paul se quedó mirando la puerta cerrada.

Rápidamente fue hacia el teléfono y marcó el número de Richards que tenía apuntado en la agenda. Sonó varias veces pero nada. Tracy debía de haber salido ya.

Karen. Marcó su número a toda prisa, pero solo le saltó el buzón de voz. No tenía sentido dejar un mensaje. Necesitaba a alguien en ese momento.

Jim.

–¿Diga?

–Jim –alzó la vista y dio gracias al cielo–. Soy Paul. En cuanto a esta noche, yo…

–Ah, sí. Gracias por cancelarlo. Mis chicos participan esta noche en una función en el campamento. Se habían enfadado porque yo no iba a estar allí. ¿Cuándo tenemos que vernos?

–Otro día no. Será esta noche.

–¿Cómo? Pero tu amigo dijo que tenías otros…

–Lo sé. Pero Tracy ya está en camino. Estoy aquí solo. No va a venir nadie. Estaremos… –Paul se calló y cerró los ojos con fuerza.

Dios mío, estaba a punto de decirle a un colega que estaba temblando por estar a solas con un cliente. Aquello era una ridiculez. Tracy no tenía ni idea de que él era Dan. Tracy solamente iría a hablar del producto, y él estaba allí para ver si podían ocurrírsele algunas ideas para venderlo. Y punto. Estaba comportándose como un adolescente en su primera cita.

–¿Paul?

–Sí, estoy aquí –dijo, obligándose a serenarse; él era un profesional, ella también, y no había más–. Pásatelo muy bien con tu familia, Jim. Lo tengo todo controlado.