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Llamó a Tío al regresar al Mandarin. Le habló de su encuentro con su padre y de su posible conversación con Frank Seto.
—Me voy a Bangkok esta tarde —dijo—. El vuelo de Thai Air sale a las seis. He decidido seguir tu consejo y no llamar a Andrew Tam.
—Me parece lo mejor. Te recogeré en el hotel a las tres y media.
—Perfecto. Nos vemos luego, entonces —dijo Ava.
Miró su reloj. No tenía tiempo de cambiarse y salir a correr. Se conectó a Internet y buscó información sobre Frank Seto. El 90 por ciento de las referencias que encontró tenían que ver con su relación con la familia Chan; el resto eran noticias acerca de los negocios de su promotora inmobiliaria. Seto no parecía existir más allá del clan Chan. Abundaban las fotos de su boda, procedentes de distintas fuentes. Era tan flaco como Jackson; la novia era el doble de ancha que él. A algunos hombres les gustaban las gordas; el dinero, en cambio, les gustaba a todos. Ava se preguntó si Frank Seto habría encontrado la combinación perfecta.
El Mercedes estaba delante de la puerta del hotel a la hora en punto. Sonny le abrió la puerta de atrás y Ava se deslizó en el asiento, junto a Tío, que tenía una carpetilla apoyada sobre el regazo. Esperó a que se pusieran en marcha para pasársela.
—Esto ha llegado esta tarde. Nuestros amigos se han dado prisa. No te será difícil contactar con Antonelli. Es un animal de costumbres. Se aloja en el hotel Water. Sé que te gusta el Mandarin, pero está a varios kilómetros del Water y a contracorriente del tráfico. Ellos sugieren el Grand Hyatt Erawan. Desde allí puedes ir andando al Water.
Ava conocía el Hyatt, o más bien conocía Spasso, la sala de fiestas del hotel, uno de los locales nocturnos más elegantes de Bangkok.
Abrió la carpeta. Contenía una foto de Antonelli grapada a una hoja con diversos datos. Antonelli era bajo, gordo y calvo y tenía una verruga negra en la mejilla derecha.
—No es muy guapo, ¿no? —dijo.
En la foto aparecía junto a una chica tailandesa despampanante.
—Está en Tailandia. No tiene que serlo —comentó Tío.
Ava echó un vistazo a la documentación.
—Es americano, nacido y criado en Atlanta, y obviamente sigue casado. Tiene tres hijos varones adolescentes. La familia vive en Georgia. Antonelli les envía dinero cada mes y por lo visto les visita tres o cuatro veces al año.
—Seto y él llevan casi diez años trabajando juntos —añadió Tío.
—Y no es la primera vez que se meten en líos.
—Al parecer les pasa cada dos años, más o menos.
—Y siempre se salen con la suya.
—Hasta ahora, sí. Pero la gente a la que estafaron antes eran sobre todo hindúes e indonesios. Algunos intentaron recuperar su dinero, pero es casi imposible recuperarlo legalmente habiendo tantas jurisdicciones de por medio.
—¿Cuánto dinero han estafado?
Tío sacudió la cabeza.
—Empezaron modestamente y luego fueron subiendo. Andrew Tam es su mayor golpe hasta la fecha.
Ava cerró la carpeta. Leería el resto en el avión.
—Irán a recogerte al aeropuerto.
—Prefiero tomar un taxi —respondió ella.
Tío sabía que prefería trabajar sola a no ser que necesitara un tipo de ayuda muy específico.
—Ya he hecho los preparativos —dijo.
—Cancélalos, por favor. Todavía tengo que pensar qué voy a hacer, y no quiero tener que preocuparme de que alguien me esté esperando. Dame solamente un nombre y los datos de contacto. Llamaré cuando esté lista.
—Tienen el material logístico que pediste.
—Llamaré si lo necesito. Con un poco de suerte, no hará falta.