CAPÍTULO 13

 

—Qué interesante. —Caldenia arqueó las cejas—. Por lo general, termina con una boda.

—¿Quién se iba a casar? —le pregunté, permitiendo a la pared detrás de mí volverse opaca y que reaparecieran las salidas. Había hecho mi punto y mantener la puerta abierta drenaba los recursos de la posada.

Arland se encogió de hombros, acomodándose en la silla.

—Mi primo segundo. Había sido obligado a participar por mi rango, y fue una pesadilla. Algunas cosas insignificantes salieron mal y las personas normalmente sensatas se vuelven propensos a la histeria. Solo el tema de las flores… Cuando me case, tengo la intención de ceder todos los preparativos a otro. Mientras me digan cuándo y dónde, no me podría importar menos sobre cómo se pliegan las cintas y si son del tono adecuado de rojo.

Arland movió la cabeza hacia la puerta de la cocina.

—Ha abierto las puertas. ¿Significa esto que ha decidido que soy digno de confianza?

—No, solo quiero una taza de té. —Me levanté y me acerqué a la cocina—. ¿Alguien quiere algo?

Ellos negaron con la cabeza. Me hice una taza de Earl Grey y volví a mi asiento.

—Un montón de nuestros amigos y aliados habían sido invitados a la boda, incluyendo la Casa Gron —continuó Arland—. Nuestras Casas habían estado en términos pacíficos durante mucho tiempo, y hace tres años firmamos el Pacto de Hermandad.

—Los Pactos de la Hermandad son raros —dije para el beneficio de Sean.

—Sí —confirmó el vampiro—. Los tratados son forjados y rotos todo el tiempo. Un Pacto de Hermandad es una unión. Juramos la alianza en una Catedral de Cadenas y Luz. Esto no es algo que pueda ser ignorado con una puñalada ocasional por la espalda.

—¿Por qué ataros a vosotros mismos de esa manera? —preguntó Caldenia—. Los tratos de ese tipo tienden a arrastraros hacia abajo.

Arland suspiró.

—Es un asunto complicado que involucra rutas comerciales, enemigos mutuos, y un niño ilegítimo. Podría dar más detalles, pero basta con decir que una alianza estaba en nuestros mejores intereses. Estamos involucrados en una operación que depende de una gran cantidad de planificación conjunta. La boda pretendía subrayar la continuidad del compromiso entre nuestras Casas.

—Déjame adivinar —dijo Sean, su cara oscura—. Alguien fue asesinado.

—La Portadora del Brazalete —dijo Arland.

—Usan brazaletes y pulseras en lugar de los anillos —le dije a Sean—. El Portador protege los brazaletes durante la ceremonia. Es un honor ser uno.

—La Portadora era un caballero de significativo renombre y extremadamente difícil de matar —dijo Arland—. Alguien le tendió una trampa y la asesinó de una forma macabra. La encontramos la mañana de la boda. Cuando se abrieron las Puertas de la Catedral, todos los invitados a la boda vieron el cadáver ensangrentado colgando del techo, las sagradas cadenas envueltas alrededor de su garganta. —Sus cejas se juntaron, con el rostro endureciéndose—. Era mi tía más joven. Nuestra Casa fue deshonrada, nuestro Lugar Santo profanado, y la firma ADN y la sangre de un miembro de la Casa Gron fueron encontradas en su cuerpo.

El insulto había sido monumental. No solo venía de alguien que se había infiltrado en el corazón del territorio de la Casa Krahr, sino que habían asesinado a un caballero antes de una boda en una iglesia. La Casa Krahr tenía que entregar rápida venganza o perder su reputación dentro de la Anocracia.

—¿Qué hicisteis? —preguntó Caldenia.

—Solo pudimos quedarnos con los resultados del análisis molecular o hubiéramos tenido un baño de sangre inmediato en nuestras manos. Solo un puñado de personas lo saben. Nos reunimos en privado con la Casa Gron y negaron todos los cargos. No pudieron explicar la presencia de la sangre extranjera en el cuerpo de Olinia, pero conozco a Sulindar Gron desde que teníamos cuatro. Somos los mejores amigos y hermanos de armas. Juró que su pueblo no lo hizo y me inclino a creerle.

Caldenia entrecerró los ojos.

—¿Por qué, debido al apego sentimental de la infancia?

—No, porque Sulindar es un insidioso y conveniente bastardo. Era demasiado obvio para él.

Vampiros.

—¿Alguna vez encontrasteis la verdadera escena del crimen? —pregunté.

Arland negó.

—No, pero mi tía hizo sangrar a su atacante. Había utilizado un vaporizador para ocultarse. Sin embargo, encontramos rastros de un fluido desconocido en sus dientes. Tomó tres días preciosos antes de que consiguiéramos identificarlo como ADN de los Dahaka. Su especie es rara y por lo que sabemos, no habrían podido llegar por los canales normales. No sabemos cómo llegó o cómo salió.

—La trama se complica —dijo Caldenia.

—Fue un asesinato. —Arland enseñó los colmillos—. Eso en sí es débil. ¿Qué vampiro tiene que contratar a un asesino? Pero lo más importante, fue planeado para romper el Pacto entre Krahr y Gron. No tenéis ni idea de cuánto tiempo habíamos trabajado en esa ofensiva conjunta. Toda esta situación es un hissot.

—¿Qué significa eso? —preguntó Sean.

—Un grupo de serpientes venenosas que es épica por su vileza. —La frustración vibraba en la voz de Arland—. Dos temporadas de planificación, desaparecidas. Hay cincuenta mil seguidores de Krahr exigiendo que los culpables sean castigados, sean quienes sean, y la mayoría de los cohortes de la Casa Gron están en estado de alerta porque su liderazgo piensa que nos estamos preparando para invadirles en represalia. No es suficiente que el Dahaka muera. Tenemos que encontrar a quien lo contrató. Podría estar trabajando para nuestros enemigos, o un tercer grupo, tal vez incluso para Gron. Esta es la razón por la que mi tío estaba herido. Él no estaba intentando matar al Dahaka. Intentaba capturarlo.

Sean se inclinó hacia delante.

—Vi lo que hizo a los hombres de tu tío. Confía en mí, no tenemos los recursos para retenerle.

—Habla como un sargento —dijo Arland.

Sean le dirigió una mirada plana.

—No me malinterprete, los sargentos son la columna vertebral del ejército. Uno bueno vale su peso en oro. Pero no se preocupan por la imagen mayor. No se trata solo de venganza. Se trata de la estabilidad de las dos Casas. El Dahaka debe ser capturado con vida.

Sean se cruzó de brazos.

—Yo solo, no puedo hacerlo —dijo Arland—. Sin embargo, compartimos intereses comunes. Usted quiere que el Dahaka desaparezca de su planeta y yo también. Juntos tenemos una oportunidad de luchar.

—No tenemos suficiente gente para capturarlo —dijo Sean—. Se trata de un simple hecho. Si piensas en ello por un momento, llegarás a la misma conclusión.

—Podríamos atraerlo hacia los jardines de la posada.

—No va a funcionar —le dije.

—¿Qué le hace estar tan segura, mi señora? —preguntó Arland.

—Hablé con él.

El vampiro me miró fijamente. Había visto esa misma expresión en el rostro de Sean antes.

—¿Cuándo? —preguntó Arland en voz baja.

—Cuando Sean trajo a Lord Soren. Sentí una perturbación, salí y le vi en la farola. Tuvimos una conversación.

—¿Y no sintió la necesidad de contármelo? —preguntó Arland.

—No.

Sean ya lo sabía, había visto al Dahaka huyendo. Pero desde que los vampiros no habían estado dispuestos a compartir información, me la había reservado.

Arland abrió la boca, pero las palabras no salieron. Una especie de lucha monumental pareció transcurrir dentro de su cabeza. Finalmente surgieron algunas palabras.

—Eso fue muy imprudente.

—No contarme su propósito en este planeta lo era aún más.

Sean sonrió con su hermosamente diabólica sonrisa.

Arland lo consideró.

—Muy bien. Eso me lo merecía.

Sean me miró.

—He querido preguntarte, ¿qué es lo que quería?

—A Lord Soren.

Sean frunció el ceño.

—¿Por qué?

—Bonus —murmuró Caldenia.

La miramos fijamente. Agitó la mano con un elegante broche de oro.

—Ignórenme.

—El Dahaka me pareció inteligente y vicioso. Nos desprecia por completo… me llamó carne. Pero no atacó y ninguno de sus acosadores hizo un serio esfuerzo para invadir la posada. Sabe lo que soy, y se cuida mucho de entrar aquí.

—¿Podrías frenarlo si lo hiciera? —preguntó Arland.

—En los terrenos, posiblemente. En la casa, sin duda. Pero no es probable que se deje atraer a la posada.

Arland se balanceó hacia atrás y exhaló, ventilando su frustración.

—Tiene que haber una manera de atraparlo. Con el debido respeto, usted es apenas una posadera, mi señora. No tiene experiencia con la caza de presas.

Está bien, entonces. Me alegro de que lo hayamos aclarado.

—Tal vez podríamos sacarlo —dijo Arland.

—No sin llamar la atención —dijo Sean—. La atención es lo último que necesitamos.

—Estoy de acuerdo. —El vampiro le enseñó los colmillos.

Se miraron el uno al otro, y luego me miraron.

Me encogí de hombros.

—Yo no soy cazador. Solo soy una belleza sureña que se queda en casa, hornea galletas, y posiblemente sirva a los poderosos cazadores té helado si se dejan caer por aquí.

Arland parpadeó.

—Tú lo jodes, tú lo arreglas —dijo Sean.

El vampiro se inclinó hacia delante y se centró en mí. Sus ojos se volvieron cálidos, y una encantadora sonrisa autocrítica iluminó su rostro.

Vaya.

—No elegí mis palabras con mucho tacto, mi señora. Yo solo soy un hombre, después de todo, y un soldado, no calificado en las maneras de la buena sociedad. Me he dedicado al servicio de mi casa. Mi negocio es el de la sangre y la masacre, y no he tenido la suerte de ser refinado por el tacto suave de una mujer.

Sean tosió en su puño. Una de las toses sonaba sospechosamente como ‘basura’.

—Pido humildemente perdón. No lo merezco ni lo espero y por lo tanto apelo solo a su compasión. Si me concede la suerte de ser perdonado, me comprometo a no repetir mi trasgresión.

Desafortunadamente para Arland, me había encontrado con un par de vampiros antes.

—Un vampiro de una Casa diferente una vez me dijo algo muy similar. Incluso se arrodilló mientras lo decía.

—¿Le perdonó? —Arland me golpeó con otra sonrisa. Las sonrisas vampíricas deberían estar prohibidas.

—Mientras estaba ocupada pensándolo, bueno, saltó sobre mí e intentó arrancarme el cuello de un mordisco, por lo que no me dio oportunidad. —Había tenido quince años entonces y fue una excelente lección de modales vampíricos. A pesar de sus hermosos rostros, su religión, sus ceremonias, su encanto, los vampiros eran depredadores. Si lo olvidabas aunque fuera solo por un segundo, arriesgabas tu vida, porque siempre lo recordaban.

Arland abrió la boca.

—No estoy molesto con usted, mi señor. Simplemente no tengo ni idea de cómo controlar al Dahaka. O cómo acabar con él.

—¿Puedo tener un poco de té? —preguntó Caldenia.

—Claro. —Fui a la cocina y tomé su taza favorita del armario.

—¿Funcionaría un rifle de asalto? —preguntó Sean.

—¿Qué tipo de rifle? —preguntó Arland.

—Stealth Recon Scout —dijo Sean.

—¿Dispara proyectiles de metal?

—Sí.

—¿Qué tan rápido?

—Lo suficientemente rápido para matar a un hombre a dos mil yardas de distancia.

—No creo. —Arland hizo una mueca—. El Dahaka tendrá probablemente disruptores magnéticos además de armadura, casco, y un cráneo muy grueso.

Le traje una taza de Lemon Zinger a Caldenia. Ella aceptó con una inclinación de cabeza.

—Podríamos intentar una ronda perforante —dijo Sean.

—Si me lo permiten. —Caldenia agitó su té—. Están haciendo las preguntas equivocadas.

—¿Y cuál sería la pregunta correcta, Su Gracia? —preguntó Arland.

—¿Alguno de ustedes ha contratado los servicios de un asesino? —Caldenia levantó la taza de té a sus labios, sujetándola con sus largos dedos. Sus uñas, con manicura y cuidadas, todavía parecían garras.

—No —dijo Arland.

Sean negó con la cabeza.

—Un negocio sucio. Si contrata a uno por un motivo sensible, entonces tienes que hacer que le maten, y luego tienes que conseguir a alguien para matar al asesino… Es como fichas de dominó. Nunca ves el final del asunto. —Caldenia se encogió de hombros—. Un buen asesino siempre mantiene un seguro. Una especie de objeto, algunas pruebas que le permitan amenazar a su empleador en caso de que se encuentre a sí mismo en peligro de ser eliminado, como el empleador antes mencionado, que si es inteligente, definitivamente lo intentará.

—Es un Catch-22 —dijo Sean.

—Un dilema —dijo Caldenia—. La mayoría de los empleadores buscan eliminar al asesino después de terminar el trabajo, y la mayoría de los asesinos, como es previsible, desean permanecer con vida. Con esto en mente, ¿se han preguntado por qué el Dahaka está aquí?

—No lo entiendo. —Arland frunció el ceño.

—¿Por qué no ha regresado a su planeta, lleno de otros Dahakas?

—No sabemos si es un él —murmuré.

—Asígnale siempre un género al adversario —dijo Caldenia—. Te impide pensar que estás tratando con un animal tonto. ¿Por qué se queda aquí, en un mundo neutral, con el riesgo de que le descubran, cuando podría estar disfrutando de los frutos de su trabajo en su propio planeta donde es intocable?

Buena pregunta.

—¿Tal vez no pueda ir a casa? Puede que sea un desterrado, pero incluso entonces, debería largarse, no estar dando vueltas.

Caldenia asintió y miró a Arland.

—Recuérdemelo, ¿qué sucede cuando una nave entra en la atmósfera de su planeta en particular?

—El procedimiento es el mismo para los seis planetas de la Sagrada Anocracia —dijo Arland—. Las defensas orbitales desafían la nave, que a su vez transmite un código de acceso que pertenece al blasón de la Casa. A medida que la nave se hunde en el territorio de una Casa particular, las defensas aéreas le desafían a su vez. Una vez más, el blasón transmite un código de acceso. Por ejemplo, nosotros permitimos temporalmente que los miembros de la Casa Gron entrasen en nuestra atmósfera durante la semana que durarían las festividades de la boda a aquellos que asistieran.

Oh no.

—¿Puede una Casa duplicar el blasón? —pregunté.

—No, está codificado genéticamente a cada miembro de alto nivel de la Casa y que evoluciona con las obras del portador. Es una unidad de comunicación, una fuente de alimentación de emergencia, y muchas otras cosas. Un vampiro nunca se desprendería de…

Caldenia sonrió a su té.

Arland se quedó en silencio.

—Soy un idiota.

—El Dahaka tiene el blasón de una Casa —adivinó Sean.

—Es la única forma de que pasara a través de las defensas aéreas de la Casa. Pensamos que había entrado de contrabando, pero no encontramos ningún registro de una nave que regresara o tomara tierra en la zona que le permitiera alcanzar su objetivo. Por supuesto, si tenía un blasón, no lo sabríamos. Las transmisiones de los blasones de las Casas funcionan como una llave: se abren paso de forma segura, pero no dejan constancia de que se activen o cuando.

—Parece un error en la seguridad —dijo Sean.

—No nos gusta ser rastreados. Si el Dahaka tiene un blasón, podría haber aterrizado en el desierto, echar a andar, matar a mi tía e irse por donde había venido.

Los músculos del cuerpo de Arland se tensaron. Parecía un gato a punto de saltar. Sus rojos ojos ardieron.

—Caer tan bajo como para permitir que un extranjero esté en posesión de un blasón. Es similar a una violación de la Casa. El que lo hizo tuvo que estar desesperado.

—Así es —dijo Caldenia—. Finalmente está pensando en la dirección correcta.

—Todavía lo tiene —gruñó Arland—. Todavía tiene el blasón o no pudo haber dejado el planeta.

—Si consigues quitárselo, ¿sabrías a quién pertenece? —preguntó Sean.

—Sí.

Arland mostró sus colmillos y sentí ganas de retroceder. Bestia gruñó debajo de mi silla. Allí estaba, el vampiro real. Un furioso asesino imparable. Eso es lo que les hacía tan buenos para la guerra. Si no pelearan tanto entre ellos, podrían haber conquistado su rincón de la galaxia hace mucho tiempo.

—En la Tierra, cuando contratamos a un obrero, le pagamos la mitad por adelantado —le dije—. Y la otra mitad más tarde, cuando el trabajo está hecho.

—Tenemos la misma práctica —dijo Arland.

—Así que si todavía tiene el blasón de la Casa… —comencé.

—Está esperando a que el empleador venga a recogerlo —dijo Sean—. El blasón es su seguro. Lo intercambia por el resto del dinero y se marcha. Es por eso que está remoloneando por aquí. No puede ir a casa para que los vampiros no le sigan allí y porque quiere su dinero.

—Y él no puede permanecer en la Sagrada Anocracia, porque cualquier Dahaka visto allí sería detenido al instante —dijo Arland—. La cuestión es, ¿de quién es el blasón? ¿Es Gron o es Krahr?

Caldenia se inclinó hacia delante, con una expresión repentinamente aguda.

—Piense. Piense en su tío.

Los ojos de Arland se estrecharon.

—El Dahaka quería matarle. ¿Por qué…? Podría no ser una matanza de conquista. El Dahaka ya había superado a mi tío y no tenía nada que demostrar. No podía ser una caza de trofeo, porque al ser un asesino requiere disciplina más allá de la recolección de trofeos y no tomó nada del cuerpo de mi tía. El Dahaka mata por dinero.

Las piezas hicieron clic en mi cabeza. Eché un vistazo a Caldenia.

—Bonus.

Ella asintió.

Arland se paseaba.

—El Dahaka sería mejor pagado con mi tío. Soren era un objetivo específico. Si un tercero quisiera abrir una brecha entre Krahr y Gron, ya habrían tenido éxito. ¿Por qué pagar más por mi tío? Siguiendo esa línea, si Gron era responsable del asesinato, matar a Soren no tiene sentido. Él es pro-Gron y se mantiene firme conmigo y el liderazgo de la Casa, pero no es un responsable principal de la política. Si alguien de Gron quisiera eliminar a Soren por razones personales, le habría desafiado directamente. No hay honor en el asesinato.

La mirada de Arland se centró en algo que nadie más podía ver. Casi podía sentir los esfuerzos de su cerebro.

—Si Soren es eliminado, sus activos y el control de sus tropas pasan a Renadra. Es joven y no tiene la antigüedad, por lo que en circunstancias normales apoyaría probablemente cualquier decisión que tomara el liderazgo de la Casa, pero también adora a su padre, por lo que si estuviera muerto y Gron fuera declarado culpable, ella buscaría venganza. Su abuela materna es la Archimandrita de Sangre de la Abadía Crimson. Antes de que pueda comenzar una guerra entre Gron y Krahr, el Pacto tiene que ser roto. Se necesita la dispensa de un alto caballero de la iglesia para disolver un Pacto de Hermandad. La abuela de Renadra está calificada para eso. Renadra es la única nieta que tiene y la favorece a menudo. Estaría dispuesta a concederle este favor. La Archimandrita bendeciría esta guerra.

—¿Alguien de Gron lo sabe? —preguntó Sean.

—No. —La voz de Arland era tranquila y viciosa—. No podrían.

—Sabes quién ha sido —dijo Caldenia, su voz confidencial, persuasiva—. Has evitado la respuesta porque es doloroso contemplarla. El culpable es un familiar, un amigo. Pero ha visto esas señales, esas pequeñas cosas, oído los murmullos de descontento, la expresión equivocada en la cara de alguien. Deje que venga a usted. No lo puede probar, pero no se trata de demostrar nada, se trata de saberlo.

Arland la miró fijamente. Sus ojos brillaban de un rojo puro intenso, como los ojos de un gato en la pesadilla de una jungla, mirando desde la oscuridad al intruso en su territorio. Mi nuca se erizó.

—El Dahaka está esperando a que le paguen —dijo Arland—. El traidor no tendrá su blasón, pero puede enviar un código que haría que el blasón respondiera. Igual que yo. Así es como encontramos a nuestros muertos.

Caldenia asintió.

—Hay esperanza para ti, hijo mío.

—¿Qué pasa si me equivoco?

Ella se encogió de hombros.

—Quien no arriesga, no gana. Pero haz lo correcto.

—Todavía somos solo dos de nosotros contra él y sus acosadores —dijo Sean.

—Tres —le dije.

El vampiro y hombre lobo me miraron con una expresión idéntica en sus rostros.

—No —dijo Sean.

—Absolutamente no —estuvo de acuerdo Arland—. Usted es más débil lejos de la posada.

—Entonces no dejéis que os atraiga demasiado lejos de la posada —le dije—. Me necesitaréis.

—Dina, tomará todo nuestro esfuerzo combinado mantenerlo ocupado —dijo Sean en voz baja—. Los acosadores estarán pululando cerca. Arland viste su armadura y yo tengo una regeneración mejorada. Tú no tienes nada parecido. Te convertirán en su objetivo y no hay mucho que puedas hacer al respecto.

—Puede que tenga algo que os ayudará con los acosadores —le dije—. Dependiendo de la cantidad de dinero que pueda reunir.

—La Casa Krahr no está exenta de medios —dijo Arland.

—Se lo haré saber si agoto mi cuenta.

Arland asintió.

—Si vamos a atraer al Dahaka, necesitaremos algún lugar aislado, lejos de posibles testigos y con espacio para moverse, pero no demasiado lejos de la posada.

—Hay un campo detrás de su huerto —dijo Sean—. Está aislado y oculto por los árboles por todos los flancos.

—Sí, solía ser un pasto para los caballos hace mucho tiempo. La valla se derrumbó, pero mantengo el césped cortado —le dije—. ¿Cómo sabes eso?

—He mapeado toda tu propiedad —dijo Sean—. Está en mi territorio.

Por supuesto.

Arland se levantó.

—Me gustaría examinar ese pasto.

—Iré contigo —dijo Sean.

Buena idea. No había forma de saber dónde terminaría Arland si se le dejaba a su suerte.

El vampiro se dirigió a la puerta. Sean se detuvo junto a mi silla.

—No quiero que te lastimes.

—Agradezco tu preocupación.

Frunció el ceño.

—Tenemos que hablar de esto. En privado.

—Me voy de compras en una media hora más o menos. Eres bienvenido a venir conmigo.

Él asintió con la cabeza y se fue detrás de Arland.

Bebí el último sorbo de mi té ya frío.

—¿Ir de compras? —preguntó Caldenia.

—Sí, Su Gracia.

—¿Te gustaría un par de recomendaciones?

—No, gracias. —Me levanté. Iba a necesitar vestirme con algo más que una túnica para salir a la calle. Si tenía suerte, este viaje solo acabaría con mis ahorros y dejaría mis piernas y brazos intactos.

—¿Dina?

Me giré.

La mujer sonrió.

—¿Por qué les estás ayudando?

—Porque la seguridad de la posada y sus huéspedes se encuentra ahora en peligro.

—¿Y el hecho de que ambos son rompecorazones no tiene nada que ver con eso?

—Son muy agradables a la vista. Pero el Dahaka me amenazó en mi propia casa. No lo voy a tolerar. —El borde vicioso en mi voz era un poco sorprendente.

Caldenia rió en voz baja.

Fui a vestirme. Iba a necesitar unas buenas botas para esto.