CAPÍTULO 6
Bestia y yo veíamos desde el interior de la posada a Sean pasear arriba y abajo. Estaba hablando con sus padres y no iba bien.
—Ajá. ¿Alguna vez me lo ibas a decir…? ¿Cuándo crees que tendría la edad suficiente? Soy un maldito adulto, papá. He luchado en dos guerras… No, señor, no estoy siendo irrespetuoso, estoy enfadado… Tengo derecho a estar enfadado. Me has mentido… No contar toda la historia todavía es mentir, papá. Es una mentira por omisión… Creo que lo estamos haciendo muy bien discutiendo esto por teléfono… Sí, por favor, ponme en manos libre… Oye, mamá… Sí… Sí… No, No estoy molesto… Una chica… No, no puedes hablar con ella.
Y ahora me involucraba. Me podía imaginar cómo iba a ir esa conversación.
—Sí, hola, ¿quién eres, cómo sabes tanto sobre los hombres lobo y cuál es exactamente tu relación con mi hijo…?
—Una posadera.
¿Y ahora qué?
Sean bajó los escalones, camino del huerto. Me esforcé. Sus labios se movían, pero estaba fuera del alcance de mi oído.
Suspiré y miré a Bestia. Ella me lamió la mano. Sean estaba recibiendo un curso intensivo de posadas y posaderos y yo no tenía ni idea de que le estaban contando.
Diez minutos más tarde Sean colgó el teléfono, volvió a entrar y aterrizó en una silla.
—Entonces, ¿cómo ha ido?
—Más o menos como ya te imaginabas. —Se apoyó en la silla y exhaló—. Los dos estaban en sus veinte cuando llegaron aquí, se alistaron en el ejército, y construyeron una nueva vida. No me lo contaron porque al parecer la segunda generación de nuestra especie en particular no es bienvenida entre otros refugiados Auul, y no querían que llevara ese peso sobre los hombros.
¿Un peso? Ahora cargaba un dos por cuatro.
Sean me clavó la mirada. Uh-oh.
—¿Cómo funciona la escoba?
—Magia.
Cerró la mandíbula.
—No me vengas con eso. Me acabas de soltar todo lo de los planetas y los agujeros de gusano. Ya has abierto la puerta. El poder solo se balancea de lado a lado.
No, él destrozó la puerta con su expedición nocturna para marcar el territorio. Acaricié a Bestia.
—¿Alguna vez has oído hablar de la tercera ley de Arthur C. Clarke de predicción? Establece que cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia. Coge un móvil y dáselo a un antiguo romano. Se creerá que es una ventana mágica al mundo de los dioses y que el video Beyoncé bailando es Venus. La escoba es mágica. La posada es mágica. Yo soy mágica. Puedo sentirla, puedo manipularla, pero no puedo explicarla. Te has transformado cientos en tu vida bajo la creencia de que es magia. ¿Por qué ahora importa que no lo sea?
Sean tamborileó con los dedos en el brazo de su silla.
—¿Así que se supone que este lugar es un santuario?
—Sí y no. Es una posada, un terreno neutral. Una anomalía en la realidad ordinaria de este planeta o lo que pasa por ella. Soy una posadera. Aquí soy el ser supremo. Si eres aceptado como huésped, estarás bajo mi protección y siempre que te quedes aquí, podrás disfrutar del derecho de asilo. Por diversas razones, la Tierra es una estación de paso para muchos viajeros. Somos la Atlanta de la galaxia: muchos seres se detienen aquí para hacer escala. Algunos son alienígenas y otros no lo son. Los dueños mantienen el orden, les proporcionan un lugar seguro donde quedarse, y reducen al mínimo la exposición a la población y el baño de sangre que podría resultar. Nadie quiere que todo el mundo entre en pánico. Ha sido así durante cientos de años.
—¿Así que la anciana es una huésped?
—Sí.
—¿Cuánto tiempo va a quedarse?
—Ha pagado una estancia de por vida.
—Astuta. —Sean se inclinó hacia delante—. Así que se queda en la posada y nadie puede sacarla. ¿Qué es lo que hizo?
—No quieres saberlo.
—No vas a decírmelo.
Negué.
—No. —Protegía a mis huéspedes y eso incluía salvaguardar su privacidad.
Sean me estudió y meditó lo que le había dicho. Casi podía sentir las ruedas girando en su cabeza. Era preocupantemente rápido captando las cosas.
—Mi padre me dijo que, como posadera, se supone que debes permanecer neutral.
—Habitualmente lo hago. No hay coacción o ley que me obliga a mantener mi neutralidad.
—Y no puedes pedir ayuda.
—Tu padre se equivoca. Todo depende de la discreción de cada posadero para pedir o no ayuda a un cliente o a un tercero. La mayoría de los propietarios no recurren a este tipo de solicitudes, porque no queremos poner a otros en peligro. La seguridad de nuestros huéspedes es nuestra primera prioridad.
Sean sonrió. En circunstancias normales, podría haber disfrutado viéndolo, era muy guapo, pero la forma en que estaba sonriendo ahora me daba ganas de convertir la escoba en un escudo, preferiblemente con púas, y prepararme.
—Así que me pediste ayuda y ahora estoy en peligro por eso.
¿Qué?
—No lo hice. En ningún momento dije ‘Ayúdame, Sean Evans’.
Bestia ladró para subrayar mi punto.
—Te acercaste a mí… —Contó con los dedos—… me amonestaste por mi inacción, intentaste obtener una garantía de que yo haría algo para corregir la situación, y después de que te aseguraras de que lo iba a hacer, todavía te involucraste en una acción violenta, aumentando el nivel de riesgo para los dos. Todo esto puede ser interpretado como un llamado a la asistencia y la cooperación, y ahora gracias a ti, mi vida está en peligro.
—No. —Era una locura. Había tantas cosas que quería decir de inmediato que las palabras se trabaron.
—Está bien. —Sonrió de nuevo, mostrando los dientes blancos—. ¿Hay alguien con quien podamos contactar y resolver esta disputa? ¿Alguien con el poder de supervisión, tal vez?
La Asamblea de Posaderos. Oh, hijo de puta. Su padre se lo había contado.
—¿Me estás amenazando?
—Yo no hago amenazas. Resuelvo problemas.
—Y eso no ha sonado vanidoso. No, en absoluto.
Extendió los brazos.
—Estoy diciendo simplemente hechos.
La Asamblea era una organización autónoma informal de posaderos. Si Sean iba a ellos, su investigación podría comenzar y terminar con una pregunta: ‘¿Estaba la posada directamente amenazada?’ Tendría que responder que no. Técnicamente no había violado ninguna ley escrita, porque no teníamos ninguna, pero habría roto el canon tácito de neutralidad. Lo verían como poco inteligente, me aconsejarían que no lo hiciera de nuevo, y pondrían una marca en la calificación de la posada, que se difundiría a todo el mundo que se alojara en Gertrude Hunt evaluando su seguridad. La posada ya tenía dos marcas por haber sido abandonada y porque yo era un producto desconocido. La posada de mis padres había sido clasificada con cinco. Una marca mataría cualquier posibilidad de revivir Gertrude Hunt. No nos recuperaríamos.
Argh. Él me tenía, y lo sabía.
—¿Qué hacían exactamente tus padres en el ejército?
—Mi padre fue arrestado una vez porque no conocía las leyes, por lo que decidió aprenderlo todo sobre ellas. Pasó del verde al oro, lo que significa que se convirtió en un oficial y trabajó como abogado del JAG. Mi madre disfrutaba mucho viendo como explotaban las cabezas de otras personas, así que se convirtió en apoyo de francotirador.
Fantástico.
—¿Qué quieres?
—Quiero que trabajemos juntos.
—Así que déjame ver si lo entiendo. En primer lugar, te pido que trabajemos juntos y tú te niegas, entonces invades mi propiedad, te burlas de mí, intentas intimidarme, atacas a mi perro…
—Creo que está muy lejos de poder llamarse perro.
—Sus antepasados eran Shih Tzu, así que técnicamente es una derivación canina. Atacas a mi perro…
—¡Ella me persiguió hasta un árbol!
Bestia gruñó.
—Te lo merecías. ¿Por dónde iba?
—Perro —dijo amablemente.
—Sí. Atacas a mi perro, luego me atacas a mí en el patio, y ahora me estás chantajeando para que coopere. ¿No habría sido más fácil que solo trabajaras conmigo cuando te lo pedí?
Se señaló a sí mismo.
—En primer lugar, lobo solitario. Yo trabajo solo. Esa es mi naturaleza. En segundo lugar, pensé que eras una persona normal que de alguna manera sabía de los hombres lobo. No tenía toda la información relevante. Si hubiera sabido que tenías una casa embrujada, una escoba mágica, y un perro infernal de tu lado, mi respuesta inicial habría sido diferente.
Me crucé de brazos.
—Lo siento por intimidarte —dijo—. Lo siento si te asusté.
—No lo hiciste.
—Bueno, lo siento en cualquier caso. Nos guste o no, me pediste ayuda y ahora estamos juntos en esto. Lo mejor para nosotros es que les pateemos el culo a esos imbéciles tan pronto como sea posible. Tú sabes que está pasando, pero yo puedo matarlos más rápido y más limpiamente que tú.
Eso era cierto, pero no me tenía que gustar.
—Si trabajas conmigo, te prometo que no voy a esconderte secretos, y consideraré tu opinión antes de actuar. También prometo no buscar venganza con el pequeño demonio que tienes sobre tu regazo por un ataque en absoluto provocado.
Bestia gruñó y él sonrió. Una sonrisa desarmantemente infantil. El lobo estaba todavía en sus ojos, pero ahora estaba esforzándose en fingir que no era más que un pequeño perrito esponjoso.
—¿Qué te parece?
No quería que fuera a hablar con la Asamblea. Tenía la sensación de que no lo haría, pero el riesgo estaba allí y no podía ignorarlo. Y, dejando eso a un lado, necesitaba ayuda. El tipo de ayuda de un hombre lobo. Era la razón por la que se la había pedido desde el principio.
—¿Dina?
Y tenía que dejar de decir mi nombre con esa voz.
—No sé si hacer que te arrastres un poco más.
—Este es probablemente todo el servilismo que vas a conseguir. Si dices que no, lo haré yo solo. Será sucio y feo.
Exhalé. No tenía sentido seguir discutiendo más tiempo.
—¿Cómo está tu sentido del olfato?
—Afilado.
—¿Crees que podrías oler un objeto extraño dentro de una de estas criaturas?
Sean parpadeó.
—Lo intentaré.
—Está bien. Trabajaremos juntos. Pero solo hasta que esto termine. Y si traicionas mi confianza, te desterraré de esta posada. Lo digo en serio, Sean. Tienes mi palabra de que no va a ser suave. No te gustará, y te llevará un buen rato encontrar el camino de regreso a casa.
Tenía dos opciones. Podría llevar a Sean a mi laboratorio bajo la casa o podría traerle el cuerpo del acosador aquí. La primera involucraba dejarle en mi lugar privado donde guardaba libros y otras cosas. Normalmente a los huéspedes no se les permitía entrar en el laboratorio y por una buena razón. La segunda implicaba reorganizar la arquitectura de la posada.
No estaba dispuesta a dejarle en el laboratorio. No estaba dispuesta a dejarle ver lo que realmente podía hacer dentro de la posada, ya sea, pero parecía el mal menor en este punto.
Golpeé el suelo con la escoba, dejando que mi flujo de la magia la atravesara hasta el suelo, las paredes, la mesa de laboratorio por debajo de nosotros. Empujé. La madera y el metal fluyeron como la cera fundida. Una larga y estrecha fisura se formó en el suelo de la sala de estar. La madera goteaba, el agujero se amplió, y la mesa de laboratorio surgió, con el cuerpo del acosador en él, asegurado con restricciones de metal. Había intentado hacerla una autopsia, y la parte delantera del cuerpo estaba abierto, la piel echada a un lado con pinzas quirúrgicas. No estaba muy segura de a que se suponía que se tenían que parecer los órganos internos del acosador, pero mi lanza le había agujereado por dentro y en la actualidad era un lío de tejido desgarrado. Tejido seco. La sangre se había evaporado a pesar de estar sellado en plástico.
—Hijo de puta. —Sean se quedó mirando la mesa—. ¿Qué más puede hacer este lugar?
—¿Quieres saberlo?
—Sí, lo hago.
—¿Qué tal si olfateas al acosador en su lugar?
Sean rodeó el cuerpo.
—Sé que lo apuñalaste al menos veinte veces.
—¿Cómo?
—Bueno, el hecho de que sus órganos internos sean un desastre es una pista, pero bajé al lugar donde ocurrió cuando los policías se fueron. Hay arañazos en el ladrillo de la pared oriental, del tipo que deja un arma blanca. Entonces, ¿qué usaste?
No se perdía mucho.
—Una lanza.
Sean se inclinó más cerca del cuerpo. Sus fosas nasales se ampliaron.
—¿Y bien? ¿Cuál es tu opinión profesional?
—Hace unos años, nuestra unidad volvió a casa de un período de servicio de un lugar feo. Todo el mes anterior, un amigo mío, Jason Thomas, se lo pasó hablando de cómo iba a llegar a casa y comerse un perrito caliente. Quería un perro caliente con todo en él. Así que llegamos a casa, salimos esa noche, y se puse a sí mismo dos perritos calientes con todo en ellos. Luego llegamos a los bares y fue directamente a por un José Cuervo. Larga historia corta, dos horas más tarde se levantó en un callejón.
—¿Y?
—Mi opinión profesional es que esto huele igual que el vómito del perrito caliente mojado en tequila.
Ja. Ja.
—Yo podría haberte dicho eso y no soy un hombre lobo.
Sean tomó otra bocanada.
—Mira, he olido antes cuerpos en descomposición. Cuerpos humanos, cuerpos de animales. Esto no huelo normal. De dónde sea que venga, no es de por aquí.
—Es de algún rincón infernal del universo que no conozco casi nada.
—¿Qué estoy oliendo? Metal, plástico, ¿qué?
—No lo sé.
Sean inhaló de nuevo.
—El cadáver es demasiado acre. El metal y el plástico no emiten olores fuertes. Si hay algo ahí, el hedor lo está bloqueando.
—Hasta ahora no eres de mucha ayuda.
—Dina, ni siquiera sé que estoy buscando.
Tenía un punto. No estaba siendo justa. Estaba siendo demasiado insolente, y realmente no tenía nada que ver con Sean y todo que ver con mi frustración.
—¿Ayudarían los rayos X?
—¿Le has hecho rayos X?
Levanté la mano. Los rayos X se deslizaron desde el suelo y se los tendí a Sean. Él los llevó a la ventana, dejando que la luz brillara a través de la película.
—¿Qué demonios…?
—Eso es lo que dije. —Me senté en la silla—. Lo he intentado con imanes. He escaneado las emisiones de magia, radio, radiación, y con un detector de tensión por si acaso. Nada.
—¿Estás segura de que incluso tiene un rastreador?
—No.
Sean me miró.
—¿Qué tal si empiezas por el principio?
Le hablé sobre el Dahaka, los acosadores y la posada ahora destruida.
Sean frunció el ceño.
—Así que, espera un minuto, ¿alguien destruyó la posada y tu Asamblea no hizo nada al respecto?
Negué con la cabeza.
—No. Cada posadero es responsable de sí mismo. La Asamblea solo establece las políticas y las tasas, como una especie de Triple A cósmica. Si alguien entrara aquí y me matara, no harían nada al respecto. Si fueras a ellos a quejarte sobre mí, lo único que conseguirías es que marcaran mi posada como insegura, lo que significa que nadie se alojaría aquí.
—Así que me cargaría tu medio de vida.
La forma en que lo dijo sugirió que se sentía culpable por ello. Eh. Quién lo diría, un hombre lobo con conciencia.
—No solo eso, sino que una posada es una entidad viviente. Forma una relación simbiótica con sus huéspedes. Sin huéspedes, la posada se debilitará y caerá dormida, casi como un oso en hibernación. Si la posada permanece inactiva durante demasiado tiempo, se marchita y muere.
La casa crujió a mi alrededor, las maderas gruesas de las paredes gimieron con alarma.
—No hay ninguna posibilidad de que eso ocurra —le dije a ella—. Me tienes a mí y a Caldenia.
—¿Es consciente? —Sean miró a las paredes.
—La casa comprende algunas cosas. No sé si es consciente como tú y yo lo somos, pero definitivamente está viva, Sean.
Caldenia entró por la puerta. Llevaba una vid de tomate con cuatro tomates maduros rojos en ella. Caldenia vio el cuerpo del acosador. Sus cejas se elevaron cuidadosamente.
¿Ahora qué?
—¿Sí, Su Gracia?
—Estoy contenta de que después de meses de una existencia perfectamente aburrida, la posada sea ahora un hervidero de actividad interesante. Tengo que decir que el olor es abominable. ¿Qué estáis haciendo?
—Estamos intentando determinar si este cadáver tiene un dispositivo de rastreo dentro de él.
—Ah. Que os divirtáis, pero antes de excavar, mira esto.
Me mostró los tomates.
—Acabo de tener una conversación perfectamente encantadora con la mujer que vive bajando la calle. Su nombre es Emily, creo.
—¿La señora Ward?
Caldenia agitó los dedos.
—Sí, una cosa u otra. Al parecer, cultiva tomates en su patio trasero.
—¿Saliste de los terrenos de la posada?
—Por supuesto que no, querida, no soy imbécil. Hablamos sobre el seto. Me gustaría cultivar tomates.
Lo que fuera que la mantuviera ocupada.
—Muy bien. Iré a comprar algunas plantas y herramientas de jardinería.
—También un sombrero —dijo Caldenia—. Uno de esos de paja horribles con pequeñas flores.
—Por supuesto.
—Cultivaré tomates verdes, y luego los freiremos en mantequilla.
—Su Gracia, nunca ha intentado freír tomates verdes.
—La vida es sobre las nuevas experiencias. —Caldenia me dio una sonrisa con dientes.
—Yo los comería —dijo Sean.
Me quedé mirándole.
Se encogió de hombros.
—Son buenos.
—Me has chantajeado. No estás invitado a estos teóricos tomates fritos.
—Tonterías —dijo Caldenia—. Son mis tomates teóricos. Estás invitado.
Suspiré. Eso era todo lo que podía hacer.
Caldenia subió las escaleras y se detuvo.
—Por cierto. En mis días de juventud, un hombre entró en mi finca y robó la Estrella de Inndar. Era una hermosa joya, azul claro y excelente para el almacenamiento de datos grabados a la luz. Mantenía mis registros financieros en él. Me pareció que el hombre era tal vez un revolucionario llegado a derrocar heroicamente mis reglas, pero por desgracia no era más que un ladrón ordinario motivado por el dinero. Era un Karian, y tenía docenas de bolsas escondidas en su carne. Antes de ser capturado, había escondido en algún lugar de su cuerpo la Estrella. Requería de la joya esa noche para completar un determinado acuerdo financiero, y no tenía tiempo para cavar y arriesgarme a dañar la estrella en el proceso.
—Entonces, ¿qué hiciste? —dijo Sean.
Nunca hagas esa pregunta.
—Lo herví, querido. Sigue siendo la única manera segura de separar trozos duros de toda esa carne. Y tenéis la ventaja añadida de que vuestro cautivo ya está muerto, por lo que no soltará ninguno de esos gritos molestos alertando al vecindario. Buena suerte.
Y subió las escaleras.
Sean me miró.
—¿Es de verdad?
—De hecho es más. —Miré el cuerpo—. Si intentamos hervirlo, no se sabe qué tipo de gases o sustancias tóxicas liberara. Vamos a tener que ventilarlo en el exterior, y va a oler mal. —Y sería el tipo de olor que precipitaría a todo el vecindario a llamar al 911.
Sean lo pensó.
—¿Esa chimenea que vi en el porche trasero se usaba?
—Probablemente. ¿Estás sugiriendo que le quememos ahí? —Qué demonios…
—No, estoy sugiriendo que hagamos al lado una barbacoa de costillas de cerdo. Con montones y montones de madera de nogal americano.
El cuerpo del acosador estaba tendido sobre la mesa como una mariposa grotesca salida de una pesadilla inducida por fármacos. Aunque la mayor parte de la sangre se había evaporado, todavía tenía que pesar cerca de cien libras. Tendríamos que desmontarlo.
—¿Tienes una olla muy grande? —preguntó Sean.
—Sígueme.
Fui a la puerta de mi despensa en mi cocina, situada a un par de armarios de distancia de la nevera. Sean se echó hacia atrás fuera de la puerta de la cocina, comprobó el ancho de la pared, era una pared regular de seis pulgadas, y se echó hacia atrás.
—¿Seguirte a dónde? ¿Al armario?
Oh, cabeza de chorlito. Abrí la puerta y encendí la luz. Quinientos pies cuadrados de espacio para la despensa saludaron a Sean. Nueve filas de estantes se alineaban en las paredes, todo el camino desde el suelo hasta el techo de nueve pies. Ollas y sartenes llenaban los estantes delanteros, y más allá de ellos la harina, el azúcar y otros productos secos esperaban en grandes recipientes de plástico, cada uno con una pequeña etiqueta. Un gran congelador estaba a la derecha contra la pared.
Sean contempló la despensa, giró sobre sus pies, fue a comprobar la pared, y volvió.
—¿Cómo?
Agité mis dedos hacia él.
—Magia.
—Pero…
—Magia, Sean. —Entré y bajé la enorme olla de sesenta por cuarenta de la estantería de la esquina—. Tengo varios.
—¿De dónde sacaste todo esto?
—Antes de que esta posada quedara huérfana, era un lugar próspero. Muchos huéspedes implicaban un montón de comidas grandes. La pregunta ahora es, ¿cómo vamos a hervir los cuerpos? No estoy tan loca como para hacerlo en mi cocina. Supongo que podemos conseguir unas placas eléctricas, colocarlas en el patio trasero sobre el cemento, y poner las ollas encima.
—Mmm. —Sean no parecía convencido—. La cuestión es si sería lo suficientemente caliente.
—Puede que tengamos que correr ese riesgo. Queremos hacerlo a fuego lento de todos modos.
Él me sonrió.
—¿Has hervido muchos cuerpos o qué?
—No, pero he hecho un montón de cerdo asado.
—Sesenta por cuarenta es una gran cantidad de agua que calentar.
—¿Cuál es la alternativa?
—Déjame pensar en ello —dijo Sean—. Iré al Home Depot, entonces. Debería estar de vuelta en una hora. ¿Tengo que comprar costillas de cerdo?
—No. —Abrí el congelador. Sean se quedó mirando la torre de tres pies de altura de costillas de carne de cerdo selladas al vacío. Las había ido apilando como si fuera leña.
Sean tuvo problemas para procesar las costillas. Estaba claro que había sido demasiado abofeteado con sorpresas por hoy.
—Está bien —dijo finalmente—. Voy a picar. ¿Por qué?
—A Bestia le gustan.
—Eso lo explica. —Se volvió hacia la puerta.
—Sean, ¿cuánto dinero necesitas?
Me dio una mirada plana. Sin indignación, sin ira, solo una pared de no.
—Vuelvo en una hora. —Salió por la puerta.
En el infierno florecerían rosas antes de que Sean Evans se ocupara de mis cuentas. Le haría aceptar el dinero. Solo tenía que ser inteligente al respecto.
Miré a Bestia.
—Tengo serias dudas sobre nuestra asociación.
Bestia no respondió.
Todavía tenía que hacer algo con los cuerpos de los acosadores. Doblarlos por la mitad no sería suficiente. Todavía no cabrían. Recogí mi escoba y empujé mi magia. El metal fluyó, plegándose en una hoja de machete afilado.
Esto iba a ser un desastre.
Cincuenta y dos minutos más tarde, oí el camión. La magia retumbó cuando el vehículo se acercó mi camino… y subió por él, alrededor de la casa, rodando sobre mi césped hasta que se detuvo en mi patio trasero.
Me dirigí a la puerta de atrás. Se abrió para mí y salí al porche. Bestia me siguió. Un camión de alquiler naranja de Home Depot estaba en ralentí en la hierba, aparcado de forma que el maletero mirara hacia la casa. Estaba llena de montones de piedras de adoquines. Junto a ellos sacos de grava, arena limpia, dos por cuatro, ladrillos refractarios… Sean saltó del asiento delantero, abrió la puerta trasera, y cogió dos bolsas de cincuenta libras de arena sin ningún esfuerzo aparente, como si fueran jarras de leche.
—¿Qué pasó con el plan de la placa caliente?
—Lo pensé un poco, y uno, no va a generar suficiente calor, y dos, necesitamos un fuego adicional para cubrir el hedor.
—Ajá.
—Revisé la ordenanza de incendios y dice que todas las fuentes de fuego de este tipo deben estar a veinticinco pies de cualquier estructura inflamable. Este patio está demasiado cerca de la casa, así que voy a construir uno nuevo.
Le sonreí y di unos golpecitos al suelo de cemento con mi escoba, enviando un pulso de magia a través de él. La superficie de hormigón se levantó del suelo y se deslizó por la hierba. La puse a unos treinta pies.
—¿Lo suficientemente lejos?
Sean parpadeó.
—¿Sean?
Se recuperó.
—Claro. Me ahorra un poco de trabajo.
—¿Necesitas ayuda?
—No, lo tengo.
—Haz lo que quieras. Iré a hacer un poco de limonada mientras.
Entré y me senté en el alfeizar de la ventana. Sean se acercó al cemento, lo miró durante un rato, y luego lo probó con su bota. El patio previsiblemente se quedó dónde estaba. Sean lo probó.
Oh, esto era demasiado bueno. Cogí el suelo con mi magia.
Sean subió al hormigón, poniendo todo su peso sobre la losa. El patio se hundió seis pulgadas en el suelo. Sean saltó. Se dirigió directamente hacia arriba como un gato asustado, se retorció en el aire y aterrizó en la hierba. ¡Ja, ja! Devolví el suelo a su sitio.
Sean dio un paso hacia él. El patio se deslizó un pie. Dio otro paso. El patio se deslizó hacia atrás de nuevo.
Sean se dio la vuelta y me vio en la ventana.
—¡Ya basta!
Me reí y me fui a hacer la limonada.