CAPÍTULO 10

Me desperté porque el sol de la mañana brillaba a través de la ranura de mis cortinas, inundando la habitación con una luz amarilla miel. Estaba muy tranquilo. Por lo general, los pájaros cantaban en mi ventana, pero supongo que me dormí demasiado tarde.

El sentido común requirió formar algún tipo de plan de acción respecto al Dahaka. Necesitaba información, y tendría que sacarles de alguna manera esa información a los dos vampiros. Leí todo lo que encontré de la Casa Krahr. Era una Casa de vampiros de tamaño medio con un largo linaje y una excelente tradición de extrema violencia en nombre de la Sagrada Anocracia. Hasta el momento todavía tenían que contribuir ya fuera un Sumo Sacerdote, quien desempeñara su papel como líder religioso de la Anocracia, o un Señor de la Guerra, un comandante en jefe designado a las fuerzas militares combinadas de la Anocracia, que les dirigiría si se produjera una invasión extranjera. Sin embargo, los caballeros de Krahr eran financieramente estables, políticamente hábiles, respetados por sus aliados y sus rivales, y poco dispuestos a sufrir ningún insulto.

En otras palabras, eran una Casa tradicional, lo que significaba que serían reservados, desconfiados y se lo tomarían como una ofensa si el viento soplaba en la dirección equivocada. Era poco probable que fuera a conseguir que colaboraran y respondieran. Necesitaría una palanca solo para aprender el nombre del Mariscal.

Estudié el techo de madera. Lamentablemente no apareció ninguna solución en los tablones. Había pasado por varios estilos de dormitorio en mi vida y la posada de mis padres siempre me obedecía. Cuando era una niña pequeña, tuve un bonito dormitorio de princesa, con una cama con dosel y las nubes en el cielo raso. Alrededor de los diez años, vi un documental sobre una exposición de vidrios de Dale Chihuly y me obsesioné con las extrañas formas luminosas. En la posada de mis padres habían crecido zarcillos de cristal en el techo de todos los colores del arco iris. Cuando el sol salía por las mañanas, mi habitación había brillado como el palacio de una sirena sumergido en medio de un arrecife mágico. A los trece años, quise que mi habitación fuera negro sólido. A los dieciséis, algunos de los negros se volvieron blancos a favor de un aspecto moderno sin compromisos. Había pensado que era muy adulta. El ir a la universidad fue la experiencia más extraña de mi vida, porque por primera vez mi habitación se negó a cambiar dependiendo de mi estado de ánimo.

Cuando me mudé a Gertrude Hunt, no estaba en mi mejor momento. Había estado vagando por el universo buscando a mis padres durante tres años y fallado. Le dije a Klaus que quería dejar de buscar, pero él no pudo. Había tres tipos de hijos de posaderos. Algunos llevaban perfectas vidas ordinarias, felices de dejar el negocio y el ambiente a veces incierto de las posadas, sin tener que preocuparse por cosas extrañas como dos ifrits de diferentes hordas luchando en el vestíbulo o que la casa estuviera en llamas. Otros se convertían en posaderos, y unos pocos menos aún se convertían en ad-hal. Pero la mayoría de nosotros nos íbamos, lejos de la Tierra, al cósmico Más Allá. Mi hermano era uno de esos viajeros. Había mucho que ver y mucho que hacer. Él me quería pero no quería sentar la cabeza y jugar a las casitas conmigo porque yo echara de menos a nuestros padres.

Una vez que reuní un poco de dinero, regresé a la Tierra, me presenté ante la Asamblea y pasé con gran éxito. Solo había unos cuantos lugares abiertos para los nuevos posaderos, y una alta puntuación era importante. Normalmente un nuevo posadero reemplazaba a uno listo para retirarse o abría una nueva posada, pero por alguna razón desconocida me habían ofrecido Hunt Gertrude, una antigua posada abandonada que había caído en estado latente hacía tanto tiempo que no estaban seguros de que pudiera ser despertada. Parecía de alguna manera apropiada: las dos éramos huérfanas y no deseadas. Acepté la oferta y coaccioné a Gertrude Hunt de despertar de su hibernación.

Cuando reestructuré la posada y creé mi habitación, quería comodidad y sentirme como en casa. Estaba cansada de no tener un lugar que fuera solo mío. Siempre había tenido esta idea romántica acerca de un refugio de montaña perdido en algún valle. No quise duplicarlo completamente, pero estuve cerca. Por encima de mí, unas pesadas vigas de madera de pino cruzaban las tablas nudosas. El techo inclinado en ángulo, simulaba la habitación de un ático, el punto más bajo, cerca de la cama de matrimonio, el más alto en la pared de enfrente, donde una gran ventana inundaba la habitación con luz. Las paredes eran de un color beige suave, la gruesa alfombra junto a la cama tenía el color y la forma de la cáscara de huevo, pero los mismos anchos tablones de madera de pino forraban el suelo. No era un lugar lujoso, pero era cálido, cómodo y completamente mío.

Me acosté en la comodidad de mi cama y evalué la situación. En ese momento tenía tres seres en la posada, que no eran ni huéspedes ni personal. Tener extraños en la posada era una muy mala idea. Cuando un huésped era admitido en la posada, tanto los huéspedes como el posadero estaban obligados por las reglas de la hospitalidad. El posadero se comprometía a proteger y albergar a los huéspedes, mientras que el huésped se comprometía a cumplir las reglas de la posada. Cuando la compensación cambiaba de manos sellaban ese acuerdo.

Ni Sean ni los vampiros habían prometido respetar las reglas de la posada. Estaban en un área indefinida gris, y a mí me gustaban las cosas claras. No podía evitar sentir que todo se convertiría en un desastre. Incluso mi habitación no se sentía tan segura como lo había hecho hacía una semana.

Acostada en la cama meditando no resolvería nada. Me levanté y fui al baño a refrescarme. Me estaba lavando los dientes cuando la casa crujió. Algo estaba sucediendo en la planta baja.

Me vestí y bajé la escalera. Lord Soren todavía seguía sobre la mesa con el Mariscal arrodillado junto a él. Un círculo de delgados tallos verde salvia había brotado a su alrededor, todos de dos pies de altura con un bastoncillo en la estrecha punta.

Sean seguía sentado en su silla. Bestia estaba sentada en su regazo cubierto por la manta. Los dos estaban mirando al vampiro con idénticas expresiones espantadas en sus muy diferentes rostros.

Sean me vio y señaló al vampiro.

—¿Qué demonios? —murmuró.

Me acerqué a ellos.

—¿Se ha movido?

—No. Se ha quedado así toda la noche. ¿Estás viendo esto?

Había esperado demasiado.

—Está rezando y emitiendo mucha magia. La posada está respondiendo un poco. Nada de qué preocuparse. En circunstancias normales, les hubiera dado un espacio privado, pero teníamos prisa.

Cuando las cosas se calmaran, tendría que asignar una habitación de fácil acceso específica para situaciones de emergencia. Una habitación de hospital no sería una mala idea de todos modos, una vez que los fondos fueran menos apretados.

Lord Soren respiró profundamente, estremeciéndose. Sus ojos se abrieron de golpe. Los brotes se separaron, las flores florecieron, cada uno con cinco pétalos azul intenso. En el centro, los pétalos de repente se volvieron púrpura, formando una fina frontera redonda alrededor de cinco estambres con puntas amarillas.

El Mariscal levantó la cabeza y sonrió.

—Hola, tío.

—Arland —dijo Lord Soren, tragando, la voz forzada.

Arland se puso de pie.

—¿Por qué no me esperaste?

—Había poco tiempo. Tenía miedo de que dejara el planeta. —Lord Soren se aclaró la garganta—. He fracasado.

—No. —Arland negó con la cabeza—. Lo encontraste.

—Cinco hombres. —La voz de Lord Soren sacudida—. Cinco buenos hombres.

—Está en el pasado. Debes descansar, tío. Te necesitamos. Vamos a necesitar tu fuerza.

Lord Soren se lanzó hacia adelante y agarró el brazo de su sobrino.

—No irás tras él solo. Prométemelo.

—Te doy mi palabra. —Arland tocó el disco de metal y suavemente tumbó a Lord Soren de nuevo sobre la mesa. El hombretón suspiró y cerró los ojos. Su respiración se reguló.

Arland se volvió hacia mí.

—Gracias por su hospitalidad. Me temo que debo imponerme más. Me gustaría alquilar una habitación para mí y mi tío.

Ahora era mi oportunidad de exprimir un poco de información.

—Su tío y usted representan una amenaza significativa para mis huéspedes. Con mucho gusto le alquilaré una habitación, pero debo pedir explicaciones.

—Me está pidiendo que revele la información confidencial de los asuntos de mi Casa. No puedo hacer eso.

—Entonces no puedo alquilarles una habitación.

Arland se me quedó mirando. Sus ojos pegaban perfectamente con las flores del suelo, del mismo intenso azul profundo.

—Mi señora, no me deja otra opción.

—Usted tiene una opción —dijo Sean—. Puede salir de aquí.

Bestia ladró una vez.

Arland enarcó las cejas.

—Un Shih-Tzu-Chi. Un animal encantador. Mi hermana tenía uno.

Dio un paso hacia ella, levantando la mano. Bestia enseñó los dientes y le gruñó bajo. Arland decidió que echar atrás la mano era una excelente idea.

—Tengo que insistir en la divulgación —le dije.

Arland se volvió hacia mí.

—Pido santuario.

La posada crujió a mi alrededor, esperando. Era una petición antigua. Significaba que un huésped estaba en peligro inminente. Rechazarle ahora sería ir contra todo lo que los posaderos representaban. Me había manipulado.

Levanté la cabeza.

—Santuario concedido.

La magia rodó a través de la posada.

—¿Qué significa eso? —preguntó Sean—. Entonces, ¿qué? ¿Puede quedarse aquí y no tiene que decirnos qué está pasando?

—Sí.

—Al diablo con eso.

—¿Tiene un problema conmigo? —preguntó Arland.

Sean se levantó.

—Sí.

—¿Es usted un cliente?

—¿Qué tiene eso que ver con esto?

Arland asintió.

—Supuse que no. Usted no es ni huésped ni del personal, por lo tanto, su problema es irrelevante.

Se miraron el uno al otro. La testosterona en la habitación aumentaba por segundos.

—Haré lo pertinente. —La voz de Sean se dejó caer con una peligrosa tranquilidad helada.

—Si intentáis luchar en los terrenos de la posada, os restringiré —dije.

—Siempre fui un niño curioso —dijo Arland—. Me tomé mi tiempo para educarme sobre el folclore de varios lugares.

—¿Y? —preguntó Sean.

Los ojos del Mariscal se estrecharon.

—Que yo no estoy hecho ni de palos ni de paja.

—¿Qué significa eso?

—Eso significa que usted debe encontrar otra casa a la que soplar.

¡Ja!

La tensión de Sean se agudizó. De repente parecía salvaje.

—Eso es todo. Fuera. A menos que vayas a esconderte detrás de Dina.

—Perfecto. —Arland se volvió hacia mí.

—Pido disculpas por esta desagradable pero inevitable interrupción en nuestra conversación. Le prometo que haré que sea lo más breve posible.

—Exactamente. —Sean asintió, con un rostro aterrador—. Solo tomará un minuto.

Y el vampiro y el hombre lobo habían perdido la cordura.

—Esto es estúpido.

Sean abrió la puerta principal.

—Después de ti, Ricitos de Oro.

Los ojos de Arland se oscurecieron.

—Con mucho gusto.

Se dirigió a la puerta. Sean miró fuera y cerró la puerta con un movimiento rápido.

—Hay un policía acercándose.

La magia ondeó. Corrí hacia la puerta y miré a través del cristal lateral. El oficial Marais. Por supuesto.

Toqué la pared, lanzando una orden rápida a la posada. La tabla con Lord Soren se deslizó por el pasillo.

—Manteneos fuera de la vista —susurré.

—No —dijo Sean.

—Absolutamente no —dijo Arland.

No tenía tiempo para esto.

—Es un policía. ¿Qué creéis que va a hacer?

—No correré ningún riesgo —dijo Sean—. Con toda la mierda rara pasando, podría no ser un policía.

—Es un punto válido —dijo Arland.

Argh.

—Usted está usando una armadura.

—Tiene razón —dijo Sean—. Tú tienes que ocultarte, Campanilla.

—Estoy a punto de alcanzar el límite de mi paciencia —gruñó Arland.

El Oficial Marais estaba casi en la puerta.

—Id por el pasillo, la primera puerta a la izquierda es el armario. Cambiaos a ropa normal e intentad actuar como un ser humano. Sean, ayúdale.

El timbre sonó.

—Id, u os ahogaré a los dos en el pozo negro —susurré convocando cada onza de intimidación que pude reunir.

No perdieron el tiempo y se fueron por el pasillo.

El timbre sonó de nuevo. Bestia ladró, saltando arriba y abajo. Esperé un segundo más para asegurarme de que no se les veía y abrí la puerta.

—Oficial Marais. ¡Qué agradable sorpresa!

separador (5)

El oficial Marais me miró, su rostro desprovisto de toda expresión.

—¿Quiere un café? —pregunté.

—No.

—Bueno, a mí me gustaría un poco de café. Por favor, siéntase libre de seguirme. —Entré en la cocina, saqué una taza, y empujé el botón en mi Keurig. Gertrude Hunt no era una posada rica, pero yo no estaba dispuesta a escatimar en café. El oficial Marais me siguió como una estoica sombra.

—¿Seguro que no le gustaría una taza?

—Sí. Señorita Demille, ¿dónde estuvo anoche entre las once y las tres de la madrugada?

Tomé un sorbo de café.

—Arriba, en mi cama.

Nos enfrentamos como dos duelistas con estoques.

—¿Ha oído algo inusual? —Marais atacado.

—¿Qué quiere decir con inusual? —Paré.

—¿Ha oído algo?

—No, estaba dormida. ¿Puedo preguntar de qué se trata?

—Sí. Sus vecinos informaron de gritos seguidos de un brillante destello de luz roja.

Gracias, Arland.

—Yo no escuché gritos. ¿Era un hombre o una mujer? ¿Acaso pasó algo malo?

—¿Cómo es que toda la calle escuchó los gritos y usted no lo hizo?

—Tengo el sueño profundo.

Hicimos una pausa para tomar un respiro. Sean y Arland entraron en la cocina. Arland llevaba unos vaqueros y una camiseta blanca. Fuera de su armadura, parecía menos enorme. Sean era más delgado, con los músculos más curtidos y definidos. Arland era un par de pulgadas más alto, más ancho en los hombros y varias capas de músculo más grueso. Sean podría recoger una mochila de cincuenta libras y correr millas, mientras que Arland estaba claramente diseñado para perforar agujeros en paredes sólidas.

—Oficial Marais, este es el señor Arland. Se queda en mi posada. Es un amigo de toda la vida del señor Evans.

El señor Evans hizo un valiente esfuerzo para no ahogarse.

—¿Oyó algo inusual anoche? —preguntó el oficial Marais a Sean.

Sean se encogió de hombros y cogió el pequeño recipiente de café del estante.

—No. ¿Y tú?

Arland negó con la cabeza.

—No.

—¿De dónde es, señor Arland? —preguntó el oficial Marais.

Bueno, ya era suficiente. Puse mi taza sobre la mesa.

—Oficial, ¿puedo hablar con usted un momento?

Salí al vestíbulo antes de que pudiera decir que no. El oficial Marais me siguió.

—Desde que me he mudado aquí, ha aparecido en mi puerta ocho veces. Obedezco las leyes, pago mis impuestos, y ni siquiera he conseguido una multa por aparcamiento desde que me saqué el carnet. Sin embargo, cada vez que ocurre algo en el barrio, aparece en mi puerta. Apuesto a que si un meteorito cayera cerca, estaría aquí preguntándome si yo personalmente hice fuego con el cañón del día del juicio final.

—Señora, necesito que se calme.

—Estoy perfectamente tranquila. No he levantado la voz. Usted puede venir aquí y preguntarme lo que quiera, pero yo trazo la línea en hostigar a mis invitados. Está interfiriendo con mi capacidad para dirigir un negocio.

—No, estoy haciendo preguntas.

—Con el debido respeto, no estoy legalmente obligada a responder a sus preguntas. ¿Por qué no le gusto, oficial Marais? ¿Es porque no soy de aquí?

—No importa de donde sea. Usted está aquí ahora y es mi trabajo protegerla igual que a todos los que residan aquí. Yo estoy haciendo mi trabajo y no aprecio el drama. Algo no está bien con usted y esta propiedad. Suceden cosas extrañas a su alrededor. No sé lo que está pasando, pero voy a averiguarlo. Sería más fácil si solo dijera la verdad.

—Claro. Esto es una posada mágica y los dos chicos en mi cocina son alienígenas del espacio exterior.

—Por supuesto. —El oficial Marais asintió—. Sé dónde está la salida.

Se dio la vuelta y se marchó. Tomó toda mi fuerza de voluntad no darle un portazo que le ayudara en su camino. Eso sería mezquino.

Caldenia descendió la escalera detrás de mí.

—Has dejado que te moleste.

—Lo sé. Me enerva.

El oficial Marais era un problema. Cómo de grande sería aún estaba por verse. Él solo estaba haciendo su trabajo, después de todo, y no me parecía que fuera un hombre que fabricara pruebas, por lo que dependía de mí ser más inteligente y más discreta y no proporcionarle nada para promover sus sospechas.

Seguí a Caldenia a la cocina. Arland la vio, puso su taza en la mesa, se levantó, e inclinó la cabeza en un arco pronunciado.

Letere Olivione.

Él la llamó por su título propiamente dicho.

—Qué muchacho tan educado. —Caldenia sonrió—. Prefiero Su Gracia aquí. Hay que respetar las costumbres locales, después de todo. Casa Krahr, ¿correcto?

—Sí, Su Gracia. —Arland sonrió y tomó un gran trago de su taza.

—Creo que conocí a su abuelo, el Sangriento Carnicero de Odar.

—Así es.

—Ahora lo recuerdo. Un hombre encantador, con un maravillosamente seco sentido del humor.

Arland parpadeó.

—Mi abuelo ha sido llamado de muchas formas durante su vida. Encantador no era una de ellas. Él se acuerda de usted también. Intentó envenenarle.

Caldenia agitó sus dedos.

—He intentado envenenar a todos en un momento u otro. No lo tome como algo personal.

—Por supuesto que no —dijo el vampiro y tomó otro largo trago.

Espera.

—¿Qué hay en esa taza?

—Es café —dijo Sean.

—Y es delicioso. —Arland bebió más.

Oh mierda.

—¿Le has dado café a un vampiro?

—Sí. —Sean frunció el ceño—. ¿Cuál es el problema? Realmente le gusta. Es su segunda taza.

—Esto va a ser muy divertido. —Caldenia se sentó.

Arland sacudió sus hombros como si intentara deshacerse de un peso invisible descansando allí.

—Mi señor, ¿puedo, por favor, retirarle la taza? —pregunté.

Arland me pasó la taza. Vacía. Oh no. Tal vez su metabolismo era lo suficientemente fuerte y esquivaríamos la bala.

Arland me golpeó con una brillante sonrisa, mostrando sus colmillos.

—¿He mencionado lo exquisitamente hermosa que eres?

No, la bala golpeó en el centro. Me preparé.

—Tengo un primo cuyo hermanastro se casó con una mujer de la Tierra Él dice…

—Mi señor, no es adecuado discutir sobre la esposa del hermanastro de su primo.

Los ojos de Arland se agrandaron.

—Tienes razón —dijo, su voz llena de asombro—. Honor personal. Muy importante. —Se volvió hacia la ventana—. Es tan bonito este lugar. Vosotros tenéis un planeta precioso. Y tú, Dina, también eres preciosa. ¿He dicho ya eso?

—Sí —dijo Sean.

—Mi hombre. —Arland se acercó y golpeó a Sean en el brazo—. Eso fue una de las cosas maravillosas. Debemos beber más de lo mismo. Tengo que salir de aquí.

—No, no —dije—. Mi señor, es necesario que se acueste.

Arland abrió la puerta trasera y salió. Corrí hacia la puerta. Se detuvo en medio del tramo de hierba de césped y se quitó la camiseta, presentándonos una vista de su musculosa espalda.

—Así que el café le emborracha —dijo Sean.

—Los vampiros tienen un metabolismo muy sensible —dijo Caldenia.

—Solo se ha bebido el equivalente de una botella entera de whisky —le dije.

Los pantalones vaqueros de Arland siguieron a su camiseta. No llevaba nada debajo.

—Ohh —dijo Caldenia—. ¿Cuál es el dicho? ¡Luna llena!

Arrastré mi mano sobre mi cara. Arland tiró los pantalones vaqueros al aire y corrió a través de la huerta.

—Nunca he entendido por qué algunos chicos se desnudan cuando están borrachos. —Sean sonrió.

—No es divertido. Tengo un vampiro borracho desnudo corriendo por mi huerto.

Arland zigzagueaba una y otra vez entre los árboles.

Sean apretó los labios, su expresión tensa.

—¡No es gracioso!

Sean se apoyó en la puerta y se echó a reír.

—Es tu culpa. Le diste el café. Ve a buscarle antes de que abandone la propiedad y Marais le coja —gruñí.

—Sí, señora. Estoy en ello.

Salió al sol y corrió en línea recta hacia Arland.

—Estoy tan contenta de que decidieras tirar el libro de reglas por la ventana —dijo Caldenia—. Vivir aquí se vuelve más emocionante por momentos.