EPÍLOGO

Pasaron tres años, durante los cuales unas personas murieron y otras nacieron. El Viejo Guan Tijeras abandonó este mundo, como también Zhang el Sastre, pero en esos mismos tres años nacieron tres niños que se llamaron Guan y otros tres, Zhang. Día tras día, nuestra ciudad de Liu estaba constantemente llena de vida.

Nadie supo el efecto que la muerte de Song Gang causó en el corazón de Lin Hong; sólo se supo que ella abandonó su empleo en la fábrica de géneros de punto y que se mudó del edificio donde había vivido con su esposo. Utilizó el dinero conseguido en el banquete de tofu para adquirir un apartamento nuevo, y en él se quedó, viviendo en completa reclusión, durante más de medio año. Las gentes de la ciudad de Liu raramente la veían, y cuando se la encontraban tenía siempre una expresión fría. Todo el mundo decía que era la expresión propia de una viuda. Tan sólo un puñado de observadores advirtieron su cambio, y señalaban que su ropa cada vez seguía más la moda. A los seis meses de haber dejado su anterior domicilio, empezó a aparecer en público con más frecuencia, con lo que dio por terminado su período de aislamiento. Renovó su antigua casa y la convirtió en salón de belleza. Ella era la propietaria. En adelante, de su salón de belleza salía música, y sobre la puerta parpadeaba un letrero de neón. El negocio prosperó. Cuando los hombres de Liu llegaban a su salón de belleza, ya no empleaban la frase vulgar de corte de pelo, sino la expresión más a la moda de estilismo capilar. Incluso los que siempre fueron malhablados como marineros, en lugar de decir cortar el pelo decían puto estilismo capilar.

Durante este período, el Antiguo Trotamundos Zhou, en el restaurante de enfrente, continuó proclamando que en tres años abriría una cadena de cien establecimientos Antiguo Trotamundos Zhou. Pero después de repetirlo con orgullo tres años seguidos, no sólo no abrió un solo local fuera de la ciudad de Liu, sino que tampoco hizo progreso alguno para inaugurar los que se proponía abrir en la propia Liu. El Antiguo Trotamundos Zhou continuaba alardeando sin medida y juraba que haría perder la mitad de su valor a las acciones de MacDonald's. Su Mei ya se había acostumbrado a sus baladronadas, y sabía que si no las soltaba por el día y no veía culebrones coreanos por la noche, se vería reducido a un estado peor que la muerte. En consecuencia, hacía tiempo que había perdido la capacidad de dejarse avergonzar por él.

El restaurante del Antiguo Trotamundos Zhou continuó como antes, pero el salón de belleza de Lin Hong iba cambiando discretamente. Al principio, sólo había tres peluqueros estilistas y tres chicas encargadas de lavar el pelo. Al cabo de un año, empezaron a llegar muchachas de todas partes. Con independencia de si eran altas o bajas, gordas o delgadas, guapas o feas, todas iban muy escotadas y llevaban la mínima expresión de la minifalda. Sumaban veintitrés, y cuando llegaron a la ciudad de Liu se trasladaron al mismo edificio de seis plantas. Una tras otra, las familias que inicialmente vivían en el edificio se marcharon, y con ellas Zhao el Poeta. Entonces Lin Hong alquiló cada uno de los apartamentos de una habitación y, una vez renovados, albergó a dos muchachas por apartamento, con lo cual el edificio se llenó de acentos y dialectos de toda China.

Aquellas jóvenes dormían pacíficamente durante el día, pero se volvían activas por la noche, cuando las veintitrés, muy maquilladas y vistosamente ataviadas, se congregaban en el salón de belleza, y atraían brillantemente a los clientes como otros tantos farolillos rojos de Año Nuevo. Los hombres se quedaban fuera y miraban dentro furtivamente, mientras las muchachas, sentadas, les devolvían seductoramente las miradas. De modo que el salón de belleza empezó a parecerse a un mercado negro, lleno de voces de gentes regateando. Los hombres hablaban con cautela, como si estuvieran comprando droga, y la chicas hablaban con descaro, como si estuvieran vendiendo cosméticos. Una vez elegida la muchacha y ajustado el precio, las parejas subían las escaleras. Se gastaban bromas lascivas mientras subían, y ya en la habitación producían todos los ruidos imaginables, transformando el edificio de seis plantas en un auténtico zoo, una verdadera enciclopedia de sonidos de hombres y mujeres al hacer el amor.

Todo el mundo en nuestra ciudad de Liu se refería al lugar como el distrito de las luces rojas, y dado que el restaurante del Antiguo Trotamundos Zhou estaba enfrente mismo, su negocio también creció de manera impresionante. En el pasado el local cerraba a las once de la noche, pero ahora abría las veinticuatro horas del día. De una a cuatro o cinco de la madrugada, la constante riada de hombres y mujeres jóvenes que salía del edificio, cruzaba la calle e iba a parar al restaurante de enfrente, donde se sentaban y se tomaban sus bollitos con pajita.

¿Había alguien en nuestra ciudad de Liu que realmente hubiera observado la trayectoria de Lin Hong? Empezó siendo una joven pura, que se avergonzaba fácilmente, y se había transformado en una joven dulce y enamorada, en una esposa virtuosa completamente dedicada a Song Gang, en una amante alocada que hizo alocadamente el amor con Li Guangtou durante tres meses, en una viuda solitaria, en una mujer inexpresiva que vivía en completo aislamiento, en propietaria de un salón de belleza y, finalmente, en aquella madame calculadora que siempre tenía una sonrisa para su clientela. Después de que aquellas jóvenes muy maquilladas empezaran a aparecer en Liu, Lin Hong aún se volvió más suave y afectuosa en sus relaciones sociales. Las jóvenes no la llamaban Lin Hong, sino Madame Lin, y poco a poco las gentes de Liu también empezaron a llamarla Madame Lin. Lin Hong se convirtió en una figura de dos caras, y siempre que veía un posible cliente acudir a su puerta, inmediatamente componía una sonrisa radiante y le hablaba dulcemente, pero cuando se trataba de un hombre que no guardaba relación con su negocio, lo miraba con unos ojos fríos como el hielo.

Aunque por entonces los ojos y la frente de Madame Lin se habían cubierto de arrugas, ella seguía la moda, y vestía ropa negra ajustada, que realzaban las curvas de su busto y de su trasero. Llevaba siempre consigo un teléfono móvil, fuertemente agarrado, como si fuera de oro. Su móvil sonaba día y noche, y ella casi siempre sonreía al hablar y dirigirse a personas como director de oficina, gerente y hermano, y decía:

—Algunas de las veteranas se han ido y han llegado otras nuevas, todas jóvenes y lindas.

Y luego, si decía «Le mandaré una para que le eche un vistazo», eso significaba que la persona al otro lado de la línea era un cliente notable: un poderoso funcionario provincial o un rico hombre de negocios de la provincia. Pero si el que llamaba era un simple asalariado, también sonreía, pero se limitaba a decir en un tono de voz muy diferente:

—Nuestras muchachas son todas muy guapas.

Tong el Herrero era uno de los clientes distinguidos de Madame Lin. Por entonces era un sexagenario, y su mujer tenía un año más que él. Tong el Herrero había abierto ya tres locales de su cadena de supermercados. Ahora todo el mundo se dirigía a él como el jefe Tong, pero no permitía a sus trabajadores que lo llamaran así, y en cambio insistía en que continuaran llamándolo Tong el Herrero, porque consideraba que eso sonaba de manera más impresionante.

El sexagenario Tong el Herrero seguía siendo un hombre vigoroso, y cuando veía a una mujer joven, sus ojos en seguida se le iluminaban, como los de un ladrón a la vista del dinero. Su obesa mujer había sufrido dos operaciones cuando estaba en la cincuentena, primero para quitarle medio estómago, y luego todo el útero, a consecuencia de lo cual perdió la mitad de su peso en pocos años. Después de que el cuerpo de su mujer entrara en decadencia y quedara reducido a piel y huesos, también su libido se hundió completamente. En cambio, Tong el Herrero seguía pleno de vitalidad y necesitaba hacerlo al menos un par de veces por semana, lo cual provocaba tal angustia a su mujer que ya no quería seguir viviendo. Ella le dijo que cuando terminaba, se sentía como si acabaran de practicarle una histerectomía, y que necesitaría al menos medio mes para recobrarse, pero al cabo de pocos días Tong el Herrero ya no aguantaba.

Simplemente para sobrevivir, la mujer de Tong el Herrero decidió no dejar que se lo hiciera, lo que le llevó a él a desarrollar un temperamento semejante al de un jabalí en celo incapaz de encontrar una jabalina. Rompía platos cuando estaba en casa e insultaba a sus empleados en los supermercados, y una vez incluso acabó a golpes con un cliente. Su mujer comprendió que si continuaba cogiendo tales berrinches, tarde o temprano ocurriría algo: o bien otra mujer lo seduciría o se dedicaría a coleccionar amantes, pero en ambos casos el dinero que él había ganado con tanto esfuerzo y que ella no se había permitido gastar, acabaría en manos de otra mujer. Tras considerar todas las posibilidades, la esposa decidió finalmente enviarlo a casa de Madame Lin, para que una de sus chicas calmara su temperamento explosivo. Las muchachas desearían una propina y Madame Lin cobraría lo suyo, todo lo cual no resultaría barato. Como a la afligida esposa de Tong le dolía desprenderse de aquel dinero, prefería pensar que era el equivalente de una factura de hospital por el tratamiento de su marido, y de este modo pudo tranquilizar su mente, diciéndose que aquello era una inversión para evitar una catástrofe.

Cada vez que Tong el Herrero acudía a casa de Madame Lin, entraba con paso decidido, llevando a su mujer a su lado. Ella temía que lo engañaran, y por tanto insistía en ayudarle a elegir a las chicas, negociar un buen precio y marcharse solamente después de pagar. Entonces se iba a casa y esperaba a que Tong el Herrero regresara y le informara.

La primera vez que Tong el Herrero volvió a casa después del putañeo, su mujer se mostró muy crítica con el hecho de que hubiera estado con la chica más de una hora, y quiso saber si se había enamorado de aquella fulana. Tong el Herrero replicó que puesto que ya se había gastado el dinero, por qué no aprovecharlo bien.

—Eso es lo que se llama obtener unos beneficios proporcionales a la inversión.

La mujer de Tong el Herrero consideró que su marido tenía razón, y por tanto cada vez que regresaba a casa después de acudir al burdel, siempre quería asegurarse de que la chica le había dedicado el tiempo suficiente. Aunque Tong el Herrero ya había cumplido los sesenta, era indomable, y cada vez que visitaba a una prostituta se entretenía con ella más de una hora. Su mujer estaba muy satisfecha, al considerar que estaban obteniendo unos beneficios proporcionales a su inversión. Ocasionalmente él no tenía una buena actuación, y algunas veces terminaba a la media hora, con lo que su esposa entendía que no habían obtenido unos beneficios adecuados a su inversión. En consecuencia, ajustó su estrategia y en lugar de permitirle ir al burdel dos veces por semana, implantó un plan de una sola vez.

Tong el Herrero se sintió muy humillado porque con el fin de ahorrar dinero, su mujer elegía para él chicas relativamente feas. Al principio le parecieron muy bien, y se dijo que aunque no eran muy guapas, al menos eran jóvenes. Pero poco a poco empezó a perder interés por las chicas que no eran guapas, y por tanto el número de asaltos en el combate carnal disminuyó también. En el edificio de Madame Lin había también algunas muchachas muy bonitas, a las que Tong el Herrero deseaba con todo su corazón. Así que rogó a su mujer que le escogiera una guapa, pero ella se negó aduciendo que las guapas eran más caras, con lo cual el costo de su inversión aumentaría espectacularmente. Tong el Herrero juró a su esposa que si le proporcionaba una muchacha guapa, sin duda pasaría con ella al menos dos horas, con lo cual su inversión resultaría productiva.

Durante las varias décadas que llevaban casados, Tong el Herrero siempre había presumido de su superioridad ante su mujer, y en especial después de abrir su tienda y luego su cadena de supermercados; su éxito alimentó aún más su orgullo y con frecuencia la amonestaba e insultaba. Ahora, en cambio, a menudo le imploraba que le encontrase una muchacha guapa, y no dudaba en arrodillarse ante ella con lágrimas en los ojos. Cuando su mujer lo veía en semejante estado y recordaba su anterior chulería, no podía evitar hacer movimientos de cabeza y suspirar.

—¿Por qué los hombres son todos unos perdedores?

Dicho esto, accedía a proporcionarle una chica guapa con motivo de las fiestas. Tong el Herrero reaccionaba como si hubiera recibido un edicto imperial, e inmediatamente corría en busca de un calendario y hacía una lista de todas las fiestas, a fin de retenerlas en la memoria. Empezando por el Año Nuevo lunar chino, apuntó todas las fiestas tradicionales chinas, incluidas las del Medio Otoño, del Barco-Dragón, del Doble Nueve, del Qingming de los Antepasados, y así sucesivamente. Luego añadió la fiesta del trabajo del Primero de Mayo; el Día de la Juventud, el 4 de mayo; el Día de las Fuerzas Armadas, el 1 de agosto; la Fiesta Nacional, el 1 de octubre; y además el Día del Maestro, san Valentín, el Día del Soltero, el Día de los Ancianos y fiestas extranjeras como Halloween, el Día de Acción de Gracias y Navidad. Finalmente, el Día de la Mujer, el 8 de marzo; y también el Día del Niño, el 1 de junio. Cuando Tong el Herrero informó a su mujer de todas las fiestas que había encontrado, ella dio un brinco, alarmada, y se puso a chillar hasta quedarse ronca.

—¡Oh, Dios mío!

Luego, empezaron a regatear febrilmente. La esposa de Tong el Herrero trató de eliminar primero todas las fiestas extranjeras, declarando con sentimiento nacionalista:

—Nosotros somos chinos, así que no celebramos fiestas extranjeras.

Tong el Herrero no estaba de acuerdo. Llevaba metido en negocios más de diez años y, naturalmente, sabía más que su mujer, de modo que la amonestó:

—¿En qué época estamos viviendo? Ésta es la era de la globalización. Nuestro refrigerador, nuestro televisor y nuestra lavadora son de marca extranjera. ¿Crees posible pretender que por ser china ya no vas a usar marcas extranjeras?

Su mujer abrió la boca, pero no pronunció una palabra. Finalmente, se limitó a decir:

—No hay quien pueda contigo.

Las fiestas extranjeras se conservaron, pero la mujer de Tong el Herrero eliminó la fiesta Qingming de los Antepasados pese a ser una fiesta tradicional china.

—Es una fiesta de los muertos —argumentó—, y tú no eres uno de ellos.

Tong el Herrero no estuvo de acuerdo y dijo:

—La fiesta Qingming es para que los vivos honren a los fallecidos, y por tanto es en realidad una fiesta de vivos. Ese día, cada año, primero vamos a visitar las tumbas de mis padres y luego las de los tuyos. ¿Por qué no hay que incluir esa fiesta?

La mujer lo pensó un rato y finalmente accedió:

—No hay quien pueda contigo.

Así pues, la fiesta Qingming también se mantuvo. Luego, la mujer se opuso firmemente a incluir el Día de la Juventud, el 4 de mayo, el Día del Maestro, así como el Día del Niño, el 1 de junio. Tong el Herrero se mostró de acuerdo en suprimir el Día del Maestro, pero insistió en que se le permitiera conservar el Día del Niño y el Día de la Juventud, el 4 de mayo. Dijo que ahora tenía una edad avanzada porque antes había pasado por la infancia y la juventud, y manifestó audazmente:

—El camarada Lenin nos enseñó que olvidar el pasado es traicionarlo.

Ambos continuaron su tira y afloja, y tras discutir más de una hora, la mujer de Tong el Herrero de nuevo cedió:

—No hay quien pueda contigo.

Finalmente, la disputa acabó centrándose en el Día de la Mujer, el 8 de marzo, y ella le preguntó:

—¿Qué tiene que ver contigo el Día de la Mujer?

—Precisamente por ser el Día de la Mujer uno va en busca de una mujer.

De pronto, ella bajó la cabeza y se secó las lágrimas, diciendo:

—Diga yo lo que diga, no hay quien pueda contigo.

Animado por su éxito, Tong el Herrero pensó en dos fiestas más:

—Hay dos fiestas más: mi cumpleaños y el tuyo.

La mujer finalmente se puso furiosa y exclamó:

—¡O sea que quieres irte con una prostituta incluso el día de mi cumpleaños!

Tong el Herrero comprendió su error e inmediatamente lo corrigió. Negó con la cabeza e hizo un gesto de rechazo.

—¡No, no, desde luego que no! No iré a ninguna parte el día de tu cumpleaños, sino que lo pasaré contigo. Tampoco iré el día de mi cumpleaños, que también pasaré contigo. Nuestros cumpleaños se cuentan como mi Día de Castidad, y no sólo no me acostaré con otras mujeres sino que ni las miraré siquiera.

Esta concesión final de Tong el Herrero hizo que la simple de su mujer creyera que había conseguido una victoria. Hizo un gesto de satisfacción y dijo:

—De todos modos, no hay quien pueda contigo.

La mujer de Tong el Herrero lo acompañaba a alquilarle chicas a Madame Lin, y además cada día de fiesta él recibía un extra consistente en ir con una chica más cara. Todos los hombres casados de la ciudad de Liu le tenían mucha envidia, y comentaban que Tong el Herrero era muy afortunado por haber encontrado una esposa tan sensata y juiciosa, que lo apoyaba cuando iba de putas mientras que ella permanecía casta. Decidieron que aun en el caso de que Tong el Herrero se viera reducido a un montón de mierda de perro, se las arreglaría para sacarle algún provecho a la mierda de perro. Volvían a mirar a sus mujeres, todas ellas poco razonables y con una manera de pensar inflexible, y que tenían agarrados a sus maridos por la cartera con una mano y por el cinturón con la otra. Aquellos hombres suspiraban, y cuando se topaban con Tong el Herrero le preguntaban en voz baja:

—¿Cómo te las arreglas para tener tanta suerte?

Con expresión complacida, Tong el Herrero repondía con modestia:

—Sencillamente, he tenido la suerte de encontrar una buena mujer.

Y si ella lo acompañaba añadía:

—Esta buena esposa es una fuera de serie, y aunque recorrierais el cielo, el infierno e incluso el fondo del mar con un farolillo rojo, no encontraríais otra como ella.

Desde que la esposa de Tong el Herrero empezó a acompañarlo a casa de Madame Lin para alquilar chicas, los enfados cesaron de pronto. La bravuconería que la mujer había soportado varios años desapareció, como también se acabaron los insultos a los empleados. Se volvió tan educado y refinado como un intelectual, sonreía siempre y no profería un solo juramento. Su esposa estaba muy complacida con su transformación, porque no sólo abandonó su actitud chulesca, sino que se mostraba muy servicial con ella. Antes se negaba a acompañarla cuando iba de compras, y ahora incluso le llevaba la bolsa, y si antes se negaba a tratar de cualquier cosa con ella, ahora le pedía permiso para todo. Incluso despidió al presidente del consejo de administración de su empresa y colocó a su mujer en su lugar, y él se contentó con ser director general. Por ello la mujer tenía que firmar todos los papeles de la empresa, y aunque no entendía de qué se trataba, le bastaba con saber que debía firmar todo lo que su marido le ponía delante. Cuando eran otras las personas que le presentaban documentos, se negaba categóricamente a firmar los que no comprendía del todo, a menos que viera que su marido había firmado antes que ella. La esposa de Tong el Herrero dejó de ser un ama de casa e iba diariamente a trabajar con su marido. Por esta razón empezó a prestar más atención a su vestido y su maquillaje, hasta el punto de llevar ropa de marca y usar lápiz de labios también de marca. Aunque no entendía absolutamente nada del negocio de la empresa, todos los empleados le dedicaban inclinaciones de cabeza y reverencias cuando la veían, lo que la hacía sentir como si tuviera una carrera de éxitos. Le gustaba aleccionar a los demás, y siempre que se encontraba con mujeres que habían sido amas de casa durante décadas, como ella misma, trataba de ilustrarlas, diciéndoles que las mujeres no debían apoyarse enteramente en los hombres, sino que debían seguir su propia carrera. Al final de su lección, añadía una frase de moda:

—Deberían buscar su propia realización.

Tong el Herrero tenía cada fiesta grabada en la memoria, y así se convirtió en el calendario viviente de la ciudad de Liu. Cuando las mujeres querían que sus maridos les compraran algún vestido nuevo, llamaban a Tong el Herrero:

—¿Se acerca alguna fiesta?

Cuando los hombres de Liu querían encontrar una excusa para que sus mujeres les permitieran pasar la noche jugando al mah-jong, también le preguntaban a Tong el Herrero.

—¿Qué fiesta es hoy?

Cuando los niños acosaban a sus padres para que les compraran un juguete, si pasaba por donde ellos estaban Tong el Herrero, le preguntaban:

—Tong el Herrero, ¿es hoy alguna fiesta del niño?

Después de que Tong el Herrero se convirtiera en el famoso Rey de las Fiestas de nuestra ciudad de Liu, se entregó a su trabajo con redoblada energía, y no sólo el negocio de sus supermercados continuó prosperando, sino que además puso una tienda de artículos a bajo precio. Muchas tiendas de la ciudad de Liu adquirían el género a través de la empresa de Tong el Herrero, de modo que sus beneficios se incrementaban por todas partes. Su mujer sostenía que se debía a sus propias tácticas brillantes, porque desde que ella intervino oportunamente para resolver la crisis de libido de Tong el Herrero, el vigor de éste aumentó espectacularmente, y también el éxito de su empresa iba a más día a día. Comparado con el continuo auge de las ganancias de su compañía, el dinero que él y su mujer gastaban en chicas realmente no significaba gran cosa. La mujer de Tong el Herrero consideró que sus beneficios sobrepasaban ya con mucho su inversión inicial, y de vez en cuando le daba por derrochar y alquilaba para su marido una chica guapa y con clase, aunque no coincidiera con una fiesta.

Dos veces por semana, aquella pareja de sexagenarios acudía al burdel de Madame Lin: Tong el Herrero resplandeciente de vigor y su mujer jadeando pesadamente, hablando entre ellos sin preocuparse de quién pudiera oírlos. Después de la primera vez que a Tong el Herrero se le permitió alquilar los servicios de una fulana guapa aunque no fuera fiesta, quiso hacer lo mismo todas las veces. Se plantaba ante el edificio suplicando a su mujer, como un niño pidiendo un juguete a sus padres.

—Querida, por favor, búscame una fulana con clase —le decía patéticamente.

La mujer le replicaba con firmeza, en funciones de presidenta del consejo de administración:

—No, hoy no es fiesta.

Él replicaba, como si fuera uno de los subordinados de la presidenta:

—Hoy se ha ingresado en nuestra cuenta el importe de una factura pendiente.

Cuando la presidenta del consejo de administración oía eso, sonreía y asentía:

—De acuerdo, te encontraré una fulana con clase.

A ninguna de las chicas que trabajaba allí le gustaba Tong el Herrero. En efecto, estaban de acuerdo en que no podían soportarlo, porque una vez empezaba no había manera de pararlo. Tong el Herrero tenía el pelo y la barba grises, pero cuando se metía en la cama era como un joven veinteañero, y luego dejaba una propina inferior a la de cualquier otro. Por añadidura, su mujer inválida lo acompañaba e insistía en que le hicieran descuento, dando lugar a una negociación fatigosa y desagradable que podía durar una hora. Una vez la mujer llevaba hablando cinco minutos, tenía que echar un trago de agua y recobrar el resuello unos minutos más, y sólo después de descansar un poco estaba en condiciones de continuar con el regateo sobre el precio que la chica pedía. Todas las chicas consideraban que atender a Tong el Herrero era más cansado que atender a otros cuatro hombres juntos, pero en su caso cobraban de un solo cliente, y encima pretendía que le hicieran descuento. Así pues, lo atendían de mala gana, pero dado que era una persona importante de Liu y además uno de los clientes distinguidos de Madame Lin, no podían negarse. Siempre que él y su mujer elegían una chica, ésta se reía amargamente y suspiraba.

—Esto es lo que hay. Tendré que imitar al mártir revolucionario Lei Feng.

Liu Chenggong, también conocido como Liu el Autor, Liu el Periodista y el Adjunto Liu, era ahora el Director General Liu, y también uno de los clientes distinguidos de Madame Lin. Tras la muerte de Song Gang, Li Guangtou lo nombró director general de la compañía, y una vez el Adjunto Liu se hubo convertido en Director General Liu, decidió que no le gustaba que lo llamaran Adjunto Liu sino DG Liu. Las gentes de la ciudad de Liu decidieron que eso era demasiado largo y que parecía más un nombre japonés que chino, y por tanto lo abreviaron en D Liu. De esta manera Liu Chenggong pasó de ser un soltero pobre conocido como Liu el Autor a convertirse en el potentado D Liu. Vestía trajes italianos de marca, circulaba en el sedán BMW blanco que Li Guangtou le había dado y se gastó un millón de yuanes en divorciarse de su anterior mujer, lo que explicaba como una compensación por la pérdida de la juvenil inocencia de ella. De esta manera pudo librarse finalmente de aquella mujer a la que trataba de abandonar desde hacía veinte años, y luego se procuró una, dos, tres, cuatro e incluso cinco chicas guapas para que fueran sus novias y a las que consideraba «chicas sol». Su casa ya estaba llena de belleza primaveral, pero a menudo no podía resistir darse una vuelta por casa de Madame Lin. Decía haber comido mucho en casa, y que ahora quería ir a casa de Madame Lin a probar algunos sabores extranjeros.

Por entonces D Liu se había vuelto más desdeñoso que nunca hacia Zhao el Poeta. Éste seguía presumiendo de su constante entrega a su arte, mientras que D Liu afirmaba que, en realidad, Zhao seguía jugando con las palabras, lo cual era una forma de suicidio, y que igual daría que se atara una soga al cuello y se colgara. D Liu levantó cuatro dedos y enumeró los fracasos de Zhao el Poeta, diciendo:

—Lleva casi treinta años escribiendo, primero en aquella vieja revista en ciclostil en la que publicó aquel poema de cuatro líneas. Pero después de todos esos años no ha publicado ni un signo de puntuación. ¡Y sigue llamándose Zhao el Poeta! ¿No sería más apropiado que se llamara Zhao el Poeta de Revista Ciclostilada?

Zhao el Poeta, que había sido despedido y había estado en el paro varios años, se mostraba igualmente desdeñoso para con D Liu, y cuando oyó que éste andaba enumerando sus fracasos y llamándolo poeta de revista ciclostilada, al principio se enfureció, pero luego se limitó a reír con desdén y dijo que él ni necesitaba levantar cuatro dedos para valorar a un esnob como D Liu, puesto que con un solo dedo bastaba y sobraba. Zhao el Poeta levantó un dedo y dijo simplemente:

—Ha vendido su alma.

Zhao el Poeta dejó su casa del distrito de luces rojas de nuestra ciudad de Liu y alquiló una habitación barata cerca de las vías del tren, al oeste de la ciudad. Cada día pasaban más de un centenar de trenes con gran estruendo frente a su habitación, haciéndola temblar como si estuviera sufriendo un terremoto. La mesa, las sillas y la cama también temblaban, al igual que el armario, los platos, los palillos e incluso el techo y el suelo. Zhao el Poeta comparaba la trepidación de su habitación barata con las contracciones de una sacudida eléctrica, y esta metáfora de la sacudida le agradó infinitamente. Por la noche, cuando pasaban los trenes y hacían temblar su habitación, a menudo soñaba que estaba sentado en la silla eléctrica y que, con la cara llena de lágrimas y mocos, se despedía de este mundo mortal.

El lamentablemente pobre Zhao el Poeta dependía para su supervivencia del alquiler que le pagaba Madame Lin todos los meses. Llevaba siempre el mismo traje, que ya estaba arrugado y sucio. Las gentes de Liu veían la televisión en color desde hacía más de veinte años, y ahora empezaban a disponer de receptores de alta definición y con pantalla de plasma, mientras que Zhao el Poeta seguía viendo su televisor en blanco y negro de catorce pulgadas, el cual se averiaba a menudo. Lo acarreaba por las calles y callejones de la ciudad, pero no podía encontrar a nadie que reparase televisores en blanco y negro, de modo que al final no tuvo otra opción que arreglárselo él mismo. Sin embargo, la siguiente vez que la imagen desapareció, lo golpeó como si le propinara una bofetada a alguien, y resultó que la imagen reaparecía. A veces, no obstante, se obstinaba en no reaparecer a pesar de haberle dado varios golpes al aparato, y tuvo que recurrir al barrido de pierna de su juventud.

El otrora cortés y refinado Zhao el Poeta se había vuelto airado y cínico, y se pasaba la vida soltando tacos. Mientras que D Liu vivía rodeado de bellezas, en la vida de Zhao el Poeta no había una sola mujer, y hubo de conformarse con clavar un viejo cartel con una figura femenina en la temblorosa pared de su cochambrosa habitación, y mirarla hambriento, como un hombre que pinta un pastel para aliviar su hambre. No había mujer viviente que se dignara mirarlo, y cuando en una ocasión trató de entablar conversación con alguna viuda de cierta edad, inmediatamente lo calaron y le dijeron sin ambages que arreglara su propia vida antes de pensar en buscarse compañera. Zhao el Poeta se deprimió mucho. Muchos años antes tuvo una novia elegante y refinada, y ambos gozaron de un año de relación amorosa, pero él trató de jugar con dos barajas, y mientras seguía con su novia, se dedicaba a perseguir a Lin Hong. Como resultado de ello, no sólo no consiguió nada de Lin Hong, sino que su novia se fue con otro.

Por entonces, y tras ser repudiada, la ex esposa de D Liu, pese a que quedó muy satisfecha con el millón de yuanes que tenía en la cuenta bancaria, se pasaba el día llorando por la calle con desconsuelo, lamentándose de que D Liu era un hombre sin corazón y cruel. Mientras estaba quejándose, continuaba levantando los diez dedos, aunque ahora lo que estaba contando, por supuesto, no era el número de veces que se habían acostado, sino la felicidad conyugal que habían compartido en veinte años. Decía que en los pasados veinte años había cocinado para D Liu y le había lavado la ropa, y que lo había cuidado tanto en los buenos tiempos como en los malos. Después de que D Liu fuera despedido y se quedara sin empleo, ella no lo abandonó sino que se ocupó de él con mayor consideración aún. Decía, exageradamente, que su cuerpo era como una estufa en invierno, porque le daba calor, y como un cubo de hielo en verano, porque lo refrescaba. Entre lágrimas, se dolía de que él, todo su ser, no tenía otra obsesión más que el dinero, y de que su mente tenía la obsesión de sexo. En el pasado había sido un escritor puro, que caminaba con elegancia y hablaba con refinamiento. Ella se había enamorado de él y se había casado porque era Liu el Autor, pero ahora aquel Liu el Autor ya no existía, su marido tampoco existía ya...

En una ocasión, uno de los que la escuchaban recordó a Zhao el Poeta, y en un intento de oficiar de alcahuete, dijo:

—Es verdad que Liu el Autor ya no existe, pero queda Zhao el Poeta, que aún no se ha casado. Es uno de los cinco Reyes de Diamantes.

—¿Zhao el Poeta? ¿Un diamante? —Dio un par de resoplidos—. Ése no cuenta ni como uno de los Cinco Desechos.

La esposa de D Liu dijo que ella era ya una de las solteras ricas de la ciudad de Liu, y que alguien la relacionara con aquel soltero pobre de Zhao el Poeta resultaba profundamente humillante. Y añadió, airada:

—Ni una puta se dignaría mirarlo dos veces.

Zhao el Poeta, a quien ni una puta se dignaría mirarlo dos veces, a menudo acudía al área de recepción de cinco estrellas de Wang el Heladero. Se sentaba en el sofá italiano de Wang, acariciaba su armario francés, se tumbaba en la cama alemana y, si tenía ocasión de lavarse y secarse el trasero en el váter TOTO, desde luego no la dejaba pasar. Zhao el Poeta hacía grandes alabanzas del televisor gigante, de alta definición y pantalla de plasma, que Wang el Heladero tenía colgado en la pared, y dijo que era varios milímetros más delgado que la colección poética que estaba preparando para su publicación, y que el número de programas de televisión era mayor que el de poemas de su futura colección. Cuando Wang el Heladero oyó a Zhao el Poeta hablar de su próxima publicación, le envió una tarjeta de felicitación y le preguntó dónde se editaría:

—No querrás publicarla en la ciudad de Liu, ¿verdad?

—Claro que no. —Entonces Zhao el Poeta recordó que durante el concurso de belleza virginal Zhou el Trotamundos había mencionado el nombre de un lugar, tuvo el impulso de tomarlo prestado y dijo—: Se va a publicar en las Islas Vírgenes Británicas.

Wang el Heladero llevaba una vida de lujo y aburrimiento, y día tras día utilizaba sus canales de televisión para seguir el rastro de las hazañas políticas de Yu el Sacamuelas. Las gentes de Liu acabaron cansadas de oír aquellas historias, y empezaron a llamar a Wang el Heladero Hermano Xiangling, por el protagonista de aquel relato de Lu Xun. Al final, Zhao el Poeta era el único que no se cansaba de las historias de Wang el Heladero, y siempre las escuchaba con atención, con un aspecto completamente subyugado y haciéndole creer que en la vida bastaba con tener un solo amigo de verdad. En realidad, de lo que Zhao el Poeta no se cansaba era de las bebidas del refrigerador gigante de Wang el Heladero. Las botellas vacías se apilaban formando una montaña como un rascacielos.

Por enonces, recorrió la nación una oleada de sentimiento antijaponés, y los desfiles antijaponeses en Shanghai y Pekín podían verse en televisión, en los periódicos y en toda la red. Al ver tiendas japonesas de Shanghai destruidas y coches japoneses quemados en la misma ciudad, una multitud de habitantes de Liu no quiso quedarse al margen y también desfiló con banderas, en busca de algo que destruir o quemar. Cuando llegaron al restaurante de sushi de Li Guangtou, se acercaron ardorosos y rompieron los escaparates, sacaron las sillas y las quemaron. Ardieron durante dos horas y luego los incendiarios desistieron de destruir otras instalaciones. Tong el Herrero los vio y decidió que las cosas no pintaban bien, de modo que se apresuró a retirar todos los productos japoneses de sus supermercados y colgó una gran pancarta en la entrada que decía: ¡Nos negamos a vender productos japoneses!

Después de que Yu el Sacamuelas regresara de su búsqueda de puntos calientes políticos por todo el mundo, Wang el Heladero perdió pronto el interés por Zhao el Poeta, puesto que su verdadero mejor amigo había vuelto. Wang el Heladero cerró las puertas de la lujosa área de recepción, lo que obligó a Zhao el Poeta a quedarse fuera, con un palmo de narices, y mirar por la ventana el refrigerador gigante de Wang el Heladero. Zhao el Poeta se tragaba su propia saliva y suspiraba contemplando los refrescos del interior. Aquellos días, Wang el Heladero seguía devotamente a Yu el Sacamuelas adondequiera que fuese, por lo cual se iba por la mañana temprano y no volvía hasta avanzada la noche. Y por la noche incluso echaba de menos compartir una cama con Yu el Sacamuelas. Las manifestaciones antijaponesas de la ciudad de Liu habían cesado, pero tras el regreso de Yu el Sacamuelas se reavivaron. Siempre que hablaba, salían de su boca consignas políticas en diez idiomas diferentes, las cuales el pueblo de Liu se aprendió de memoria, y al cabo de unos diez días las gentes también proferían aquella retahila de consignas en lenguas extranjeras siempre que las necesitaban. Yu el Sacamuelas ya no era el mejor de su oficio en cien li a la redonda, sino que, después de haber pasado por la experiencia de disturbios políticos por todo el mundo, regresaba a la ciudad de Liu con todos los atributos de un auténtico dirigente político.

—He atravesado una tempestad política —puntualizaba.

Yu el Sacamuelas decidió llevar a Tokio a Wang el Heladero a fin de oponerse a las visitas anuales del primer ministro japonés, Junichiro Koizumi, al santuario de Yasukuni. Cuando Wang el Heladero oyó esto, murmuró: «Podría contar con los dedos de una mano las veces que he salido de la ciudad de Liu, así que menos aún he salido del país. ¿Y ahora quiere que me vaya a otro país y proteste contra su propio primer ministro?» Realmente, Wang el Heladero tenía sus dudas. Sugirió delicadamente:

—¿Y si continuáramos nuestras protestas aquí, en la ciudad de Liu?

—Si protestamos en la ciudad de Liu, no serás más que uno entre las masas. —Yu el Sacamuelas tenía ambiciones políticas, y guiaba a Wang el Heladero—. Pero si vamos a Tokio y protestamos, entonces serás un verdadero político.

A Wang el Heladero no le importaban ni las masas ni los políticos; lo único que le interesaba era Yu el Sacamuelas. Para él era un ídolo, y sabía que los horizontes de Yu eran mucho más amplios que los suyos. Por tanto, en la medida en que lo siguiera no podría equivocarse. Wang el Heladero contempló su rostro avejentado en un espejo y pensó que su vida casi estaba acabada y aún no había visitado ningún país extranjero. Así que apretó los dientes y decidió acompañar a Yu el Sacamuelas a Tokio, y mientras Yu llevara a cabo sus actividades políticas, él se dedicaría a hacer turismo.

D Liu se tomó muy en serio el inminente viaje a Tokio del segundo y tercer accionista de la compañía, y se ocupó de que un recién llegado sedán Toyota Crown los trasladara al aeropuerto de Shanghai. D Liu estaba lleno de buenas intenciones, y dijo que aquél era un sedán nuevecito y que aún no había montado nadie en él. O sea que Yu y Wang tomarían un coche virgen.

Yu el Sacamuelas y Wang el Heladero tomaron asiento en el sofá italiano, en la lujosa área de recepción, y esperaron. Cuando Yu el Sacamuelas vio que lo que llegaba a recogerlos era un sedán japonés, hizo una seña de rechazo al chófer y sin levantar la voz le dijo:

—Tráigame un mazo grande de hierro.

El chófer se quedó completamente asombrado. Se quedó mirando a Yu el Sacamuelas y luego a Wang el Heladero, pero Wang estaba tan asombrado como él. Yu el Sacamuelas continuó urgiéndole:

—Vaya, vaya.

Wang el Heladero no sabía para qué era el mazo, pero pensó que todo lo que hiciera Yu el Sacamuelas sería correcto, de modo que urgió a su vez al chófer:

—¡Vaya, rápido!

El chófer se fue, con expresión atontada, y Wang el Heladero le preguntó a Yu el Sacamuelas:

—¿Para qué es el mazo?

—Es un producto japonés —explicó Yu el Sacamuelas señalando el sedán Toyota Crown, afuera, y cruzando las piernas sobre el sofá italiano, añadió—: Si nos subimos a un sedán japonés para protestar en el Japón, no sería políticamente muy sensato...

Finalmente Wang el Heladero comprendió y asintió varias veces. Pensó para sí que Yu el Sacamuelas era un político nato, verdaderamente impresionante, y que D Liu se había equivocado por completo. Liu sabía muy bien que iban al Japón a protestar, pero aun así mandó un sedán japonés a recogerlos, lo cual demostraba que no entendía lo más mínimo de política.

En aquel momento el chófer regresó con el mazo, y se quedó a la puerta del área de recepción, esperando instrucciones de Yu el Sacamuelas. Éste hizo un gesto y dijo:

—Destrócelo.

—Destrozar ¿qué?

—Destroce el producto japonés —aclaró Yu el Sacamuelas, empleando siempre un tono comedido.

. —¿Qué producto japonés?

Yu el Sacamuelas señaló el sedán al otro lado de la ventana y dijo:

—Ese coche.

El chófer dio un salto, a causa de la sorpresa, y se quedó mirando a los dos accionistas. Volvió la espalda lentamente y permaneció parado ante el sedán Toyota Crown. Luego soltó el mazo y echó a correr. Al cabo de un rato, llegó D Liu todo sonrisas y explicó a los dos accionistas que en realidad aquel sedán Toyota Crown no era un producto japonés, sino el producto de una empresa conjunta chinojaponesa, y que, por tanto, al menos el cincuenta por ciento pertenecía a China. Wang el Heladero siempre había confiado en D Liu, de manera que le dijo a Yu el Sacamuelas:

—Es verdad, no es un producto japonés.

Yu el Sacamuelas replicó muy pausadamente:

—Todos los asuntos políticos revisten la mayor importancia, y por tanto no pueden tratarse de cualquier modo. Debemos retener el cincuenta por ciento que pertenece a China y destruir el cincuenta que es japonés.

Wang el Heladero inmediatamente apoyó a Yu el Sacamuelas y dijo:

—Es verdad. Deberíamos destruir el cincuenta por ciento. D Liu se puso lívido, y pensó que lo que habría que destruir con aquel mazo de hierro eran los duros cráneos de aquel par de cabrones. No se permitió perder la calma ante los dos accionistas, de modo que se volvió al chófer y gritó:

—¡Destrúyalo! ¡Rápido, destrúyalo!

D Liu se alejó furioso, mientras el chófer alzaba el mazo y, tras un prolongado momento de duda, lo descargó sobre el parabrisas. Yu el Sacamuelas se levantó satisfecho y, tomando de la mano a Wang el Heladero, dijo:

—Vamos.

—Si no tenemos coche, ¿cómo iremos allí?

—En taxi —replicó Yu el Sacamuelas—. Tomaremos un taxi alemán para ir a Shanghai.

Así pues, aquellos dos potentados septuagenarios salieron a la calle, arrastrando sus maletas, y esperaron un taxi. Wang el Heladero elogiaba los modales tranquilos de Yu el Sacamuelas en aquel momento. Éste no pronunció una palabra fuerte, pero lo que hizo fue extremadamente fuerte. Yu el Sacamuelas asintió y le dijo a Wang:

—Los políticos no necesitan proferir palabras fuertes. Sólo los gamberritos que se pelean entre ellos necesitan emplear palabras fuertes.

Wang el Heladero asintió repetidamente, y al recordar que pronto iba a acompañar a aquel extraordinario Yu el Sacamuelas al Japón, no pudo evitar sentir una oleada de orgullo. Pero cuando volvió a pensar en la situación, renació en él la ansiedad, y le preguntó en voz baja a Yu el Sacamuelas:

—Cuando vayamos al Japón a protestar, ¿no nos detendrá la policía japonesa?

—No lo hará —le aseguró Yu el Sacamuelas, y añadió—: Aunque, realmente, en el fondo de mi corazón lo deseo.

—¿Por qué? —preguntó Wang el Heladero, dando un salto, alarmado.

Yu el Sacamuelas miró en derredor para asegurarse de que nadie escuchaba, y dijo en voz baja:

—Si nos detiene la policía japonesa, sin duda China protestaría y negociaría a nuestro favor, mediarían las Naciones Unidas y los periódicos de todo el mundo publicarían nuestras fotografías, pues ¿no seríamos acaso celebridades mundiales?

Al advertir la expresión confusa de Wang el Heladero, Yu el Sacamuelas dijo, con una voz que reflejaba lástima:

—Es que tú no entiendes de política, ¿verdad?

Li Guangtou no era uno de los clientes distinguidos de Madame Lin. En los más de tres años transcurridos, no había visto a Lin Hong ni una sola vez. Tampoco a una sola mujer. La última vez que él y Lin Hong hicieron el amor ya se había convertido en su eterno lamento. La noticia de la muerte de Song Gang hizo que Li Guangtou deshiciera su unión con Lin Hong de un salto, cuando ella estaba ardiente, y ese instante de sorpresa seguido del remordimiento llevó a Li Guangtou a un completo derrumbamiento. En lo sucesivo se volvió impotente o, para emplear sus propias palabras:

—He perdido todos mis superpoderes.

Después de que Li Guangtou perdiera todos sus superpoderes, también desapareció su ambición. Cuando iba a trabajar a la compañía, actuaba de manera completamente rutinaria, como si pescara y luego pusiera a secar las redes, y cada vez se parecía más a un emperador decadente que ha perdido el interés por gobernar. Después de organizar el banquete de tofu para Lin Hong, inmediatamente delegó la dirección general de la compañía en el Adjunto Liu.

El día en que Li Guangtou renunció a la dirección general fue el 27 de abril de 2001. Aquella noche se sentó en el váter con tapa de oro de su cuarto de baño, mientras el televisor de plasma de la pared mostraba la imagen del despegue de un cohete de la Federación Rusa. El hombre de negocios americano Dennis Tito adquirió un billete por veinte millones de dólares, y aparecía con traje espacial, con una apropiada expresión de astronauta, y a punto de partir, con gesto orgulloso, para un viaje por el cosmos. Li Guangtou se volvió a mirar su propio reflejo en el espejo, y pensó que aquel americano viajaba al espacio y allí iba a comer, beber, mear y cagar, mientras él desperdiciaba su vida en aquel retrete de una pequeña ciudad. Y se dijo:

—También yo quiero ir...

Más de un año después, el magnate sudafricano de internet, Mark Shuttleworth, también gastó veinte millones de dólares para montar en un cohete de la Federación Rusa. Shuttleworth dijo que orbitaron la Tierra dieciséis veces, y que por tanto cada día pudo ver dieciséis salidas del sol y dieciséis puestas. Luego, la estrella pop americana Lance Bass anunció que en octubre de aquel año volaría al espacio... Para entonces Li Guangtou estaba tan ansioso como una hormiga en una sartén caliente, y dijo con impaciencia:

—Ya ha habido tres cabrones que se me han adelantado.

Li Guangtou contrató a unos estudiantes de Rusia para que comieran y vivieran con él y le enseñaran ruso. Para perfeccionar más aprisa el idioma, estableció que en su mansión sólo se hablaría ruso y no chino. Esta regla causó considerable sufrimiento a D Liu, puesto que cuando acudía cada mes a presentar sus informes sobre los negocios de la compañía, necesitaba más de tres horas para decir lo que hubiera podido resolver en veinte minutos. Li Guangtou entendía obviamente cuanto decía, pero hacía como que no sabía chino, y por tanto pedía a los dos estudiantes rusos que se lo tradujeran todo al ruso. Después de oír el ruso, Li Guangtou movía la cabeza pensativo y buscaba en su extremadamente limitado vocabulario ruso la palabra apropiada para responder. Incapaz de encontrar la correcta, se aventuraba con algunas aproximaciones elementales, que los estudiantes rusos debían traducir a su vez al chino. Pero cuando D Liu oía esa traducción directa se limitaba a mirar desconcertado, sin tener idea de lo que Li Guangtou trataba de decir. También Li Guangtou se daba cuenta de que aquello no había salido bien, pero no podía permitirse intervenir y corregir, debido a su voto de no hablar chino. Así pues, continuaba buscando infructuosamente en su limitado vocabulario ruso las palabras apropiadas. Al final, D Liu quedaba agotado, y sentía que estaba tratando de hablar un lenguaje humano a un animal, o un lenguaje animal a un ser humano, y maldecía en silencio a Li Guangtou.

«¡Ese puto extranjero de pega!»

Mientras Li Guangtou pugnaba por aprender ruso, también comenzó a entrenar su cuerpo. Primero acudía al gimnasio y luego empezó a correr y a nadar, a lo que siguieron el ping pong, el badminton, el baloncesto, el tenis, el fútbol, los bolos y el golf. La rutina del entrenamiento físico de Li Guangtou cambiaba constantemente, y se cansaba de cada deporte en cuanto pasaban dos semanas. Por entonces llevaba una existencia pura y casta, e incluso se había vuelto vegetariano como un monje. Aparte de sus estudios de ruso y su entrenamiento físico, a menudo recordaba el excelente arroz que Song Gang le había cocinado cuando eran jóvenes. A la mención de Song Gang, Li Guangtou se olvidaba inmediatamente de hablar ruso y, con la expresión de un huérfano, se ponía a hablar en el dialecto de la ciudad de Liu y recitaba la última línea de la nota de suicidio de Song Gang:

«Aunque estemos separados por la muerte, siempre seremos hermanos.»

Li Guangtou abrió once restaurantes en la ciudad de Liu, y probó todos y cada uno, pero no pudo hallar en ninguno un arroz tan bueno como el de Song Gang. Li Guangtou también acudió a otros restaurantes populares, pero en ellos tampoco pudo encontrarlo. Li Guangtou era un despilfarrador, y cada vez que encontraba que aquél no era «el arroz de Song Gang», colocaba cien yuanes en la mesa, se levantaba y se iba. Las gentes de Liu cocinaban arroz en sus casas e invitaban a Song Gang para que lo viera y lo comparara con aquel legendario «arroz de Song Gang». Durante un tiempo Li Guangtou fue de casa en casa para probar arroces, pero ni siquiera necesitaba hacerlo, pues con una sola mirada le bastaba para saber que no era «arroz de Song Gang». Por tanto, dejaba el dinero en la mesa, se levantaba, hacía un gesto con la cabeza y decía:

—No es el arroz de Song Gang.

Al advertir lo mucho que recordaba Li Guangtou su «arroz de Song Gang», algunas personas de la ciudad vieron en ello una oportunidad. Como arqueólogos, desenterraban reliquias de Song Gang y trataban de vendérselas a Li Guangtou por un buen precio. Un joven afortunado incluso encontró aquella bolsa de viaje con la palabra Shanghai impresa en el costado, que Song Gang llevaba cuando abandonó la ciudad de Liu en compañía de Zhou el Trotamundos, y que éste había arrojado a la basura. Cuando Li Guangtou vio aquella bolsa de viaje la reconoció en seguida, y el recuerdo del pasado empezó a revivir en él. Li Guangtou experimentó una oleada de soledad al agarrar la bolsa, y la compró por 20.000 yuanes.

Con esto, la ciudad de Liu explotó, y no tardaron en ser desenterradas incontables reliquias de Song Gang, reales y falsas. También Zhao el Poeta encontró una reliquia de Song Gang, y llevó un par de viejas y destrozadas zapatillas amarillas por todas las canchas deportivas hasta que finalmente encontró a Li Guangtou entrenándose en una pista de tenis. Zhao el Poeta sostenía devotamente las maltrechas zapatillas, y lo llamó afectuosamente:

—Jefe Li, jefe Li. Ven a echar un vistazo.

Li Guangtou se detuvo y miró las andrajosas zapatillas amarillas y preguntó:

—¿Qué significa esto?

—¡Es una reliquia de Song Gang! —dijo Zhao el Poeta, obsequioso.

Li Guangtou tomó las zapatillas y las estudió un segundo, para luego devolvérselas a Zhao el Poeta.

—Song Gang jamás llevó estas zapatillas.

—Es verdad que nunca las llevó —se apresuró a explicar Zhao el Poeta—. Las llevaba yo, ¿no te acuerdas? Cuando éramos pequeños y os hacía mis barridos de pierna, llevaba estas zapatillas. Primero le hacía el barrido de pierna a Song Gang y después a ti, de manera que este calzado también cuenta como reliquia de Song Gang.

Cuando Li Guangtou oyó esto, inmediatamente se puso a gritar, furioso, y procedió a propinar a Zhou el Poeta dieciocho barridos de pierna allí mismo, en la cancha. El cincuentón Zhao dio con sus huesos en el suelo dieciocho veces, quedando con todo el cuerpo dolorido. Li Guangtou le dio de puntapiés hasta perder el resuello y cubrirse por completo de sudor, sin dejar de gritar:

—¡A que sabe bien!

Mientras hacía esto, Li Guangtou descubrió inesperadamente que aquellos barridos de pierna eran en realidad su forma favorita de entrenamiento físico. Bajó la mirada y vio a Zhao el Poeta gimiendo sobre la hierba, y le hizo un gesto para que se levantara. No se levantó, permaneció sentado, sin dejar de gemir, y Li Guangtou le preguntó:

—¿Te gustaría trabajar para mí?

Cuando Zhao el Poeta oyó esto, inmediatamente dejó de gemir y se levantó de un salto.

—¿Qué clase de trabajo, jefe Li? —preguntó alegremente.

—Entrenador físico. Tendrás un sueldo de empleado de mediana categoría de mi compañía.

Así pues, Zhao el Poeta no consiguió vender su viejo calzado, pero consiguió un puesto seguro y bien pagado como entrenador personal de Li Guangtou. En lo sucesivo, Zhao el Poeta llevaba rodilleras y coderas, e incluso en los días calurosos vestía chaqueta y pantalones acolchados. Lloviera o luciera el sol, se situaba en la pista de hierba de tenis y aguardaba obediente a que llegara Li Guangtou y le hiciera un barrido de pierna.

Li Guangtou estudió ruso tres años, en cuyo transcurso su conocimiento del idioma se perfeccionó espectacularmente. En esos tres años de entrenamiento físico, su forma también mejoró de día en día. Transcurridos otros seis meses, iría al centro de formación espacial ruso para recibir el entrenamiento básico de cosmonauta. A medida que se acercaba el día en que saldría a ver el espacio exterior, Li Guangtou empezó a dejar que sus pensamientos fluyeran incontroladamente, y a menudo, mientras permanecía sentado en el sofá de su salón, olvidaba su propia regla y empezaba a alternar el ruso y el dialecto de la ciudad de Liu. Tan locuaz como un anciano, empezó a dirigirse a los dos estudiantes rusos como si ambos fueran Song Gang. Contando con los dedos, dijo: «Cuando ese americano, Tito, fue al espacio llevó consigo una cámara de fotos, una videocámara, un reproductor de vídeo, un tocadiscos láser y fotos de su mujer y sus hijos. Cuando Shuttleworth se puso en órbita se llevó fotos de su familia y de sus amigos, junto con un microscopio, una agenda electrónica y un tocadiscos.» Li Guangtou levantó un dedo y dijo que aquel chino, Li Guangtou, sólo se llevaría una cosa al espacio. ¿Qué cosa? Las cenizas de Song Gang. Li Guangtou miró a través de sus ventanas con cristales franceses y vio el cielo brillante y lejano, y con una expresión romántica en sus ojos declaró que deseaba colocar en órbita las cenizas de Song Gang, para que todos los días pudiera ver dieciséis salidas del sol y dieciséis puestas. De este modo Song Gang viajaría perpetuamente entre la luna y las estrellas.

—A partir de ahora —declaró de repente en ruso—, ¡mi hermano Song Gang será un alienígena!

20 de febrero de 2006