CAPÍTULO 1

Li Guangtou, el primer potentado de nuestra ciudad de Liu, tenía un plan fantástico para gastarse veinte millones de dólares americanos: comprar un viaje en una lanzadera espacial de la Federación Rusa para darse una vuelta por el cosmos. Encaramado en lo alto de su famoso váter con tapa de oro, cerraba los ojos y ya se imaginaba flotando en órbita, rodeado por las insondables y heladas profundidades del espacio. Miraría la gloriosa Tierra, que se extendería por debajo de él, sólo para sentirse turbado al percatarse de que no había dejado allí familia alguna.

Li Guangtou tuvo un hermano llamado Song Gang, un año mayor que él y más alto, pues le sacaba toda la cabeza, y con quien lo compartía todo. Leal y tenaz, Song Gang había muerto tres años antes, y ahora estaba reducido a un montón de cenizas. Cuando Li Guangtou recordaba la pequeña urna de madera que contenía los restos de su hermano, experimentaba un millón de emociones encontradas, y pensaba que incluso las cenizas de un arbolito pesarían más que las de los huesos de Son Gang.

Cuando aún vivía, a la madre de Li Guangtou le gustaba decirle que de tal palo tal astilla. Se refería a Song Gang, insistiendo en lo honrado y amable que era, igual que su padre, y observaba que padre e hijo eran como dos melones de la misma mata. Pero cuando hablaba de Li Guangtou, no decía esas cosas y se limitaba a menear tristemente la cabeza. Afirmaba que Li Guangtou y su padre eran dos personas completamente distintas que seguían caminos completamente distintos. Cuando a Li Guangtou, a los catorce años, le echaron el guante por mirarles el culo a cinco mujeres en un retrete público, su madre reconsideró por completo su anterior opinión sobre él. Sólo entonces comprendió por fin que Li Guangtou y su padre eran, después de todo, dos melones de la misma mata. Li Guangtou recordaba claramente cómo su madre apartó la mirada y se alejó de él, murmurando con amargura mientras contenía las lágrimas: «De tal palo tal astilla.»

Li Guangtou no llegó a conocer a su padre, pues el día en que nació, su padre dejó esta tierra de una forma escandalosa. Su madre le decía que se había ahogado, pero Li Guangtou preguntaba: «¿Cómo? ¿Se ahogó en un arroyo, en el estanque o en un pozo?» Su madre no respondía. Sólo más tarde, después de que a Li Guangtou lo sorprendieran espiando el culo de las mujeres en el retrete público y, para emplear nuestros términos ahora de moda, había cobrado mala fama en Liu, sólo entonces supo que en realidad era otro melón podrido de la misma maldita mata que su padre. Y sólo entonces supo que su padre también se dedicaba a espiar los culos femeninos en una letrina cuando accidentalmente se cayó en la fosa séptica y se ahogó.

Todo el mundo en Liu —hombres y mujeres, jóvenes y viejos— se rió cuando oyó lo que había hecho Li Guangtou, y las gentes no dejaban de repetir: «De tal palo tal astilla.» Con tanta seguridad como que un árbol muda las hojas, todos repetían esta frase, e incluso los niños que acababan de aprender a hablar la recitaban. Unos y otros señalaban a Li Guangtou, murmurando y tapándose la boca, mientras Li Guangtou mantenía una expresión de inocencia y seguía su camino. Pero se reía para sus adentros porque ahora —por entonces tenía casi quince años— sabía por fin lo que significaba ser un hombre.

Hoy día el mundo está lleno de mujeres con el culo al aire y meneándolo de acá para allá, en televisión y en las películas, en VCD y en DVD, en anuncios y en revistas, en los bolígrafos y en los mecheros. Eso incluye toda clase de culos: culos de importación, culos nacionles, blancos, amarillos, negros y marrones, grandes, pequeños, gordos y flacos, suaves y bastos, jóvenes y viejos, de pega o reales, de todas las formas y tamaños en una variedad deslumbrante. Hoy día los culos femeninos no se valoran mucho porque pueden hallarse prácticamente por doquier, pero en aquel entonces las cosas eran distintas. Resultaba que los culos de las mujeres se consideraban un artículo raro y precioso que no se podía cambiar por oro, plata o perlas. Para echar un vistazo a uno había que ir a espiar al retrete público, y por eso a un bribonzuelo como Li Guangtou lo pescaron in fraganti, y un bribón adulto como su padre perdió la vida por echar un vistazo.

Los retretes públicos de entonces eran distintos de los de ahora. Hoy uno no podría espiar un culo femenino ni siquiera con un periscopio de submarino, pero entonces sólo había una endeble mampara entre las secciones de hombres y las de mujeres, por debajo de las cuales se extendía una fosa séptica común. Al otro lado de la mampara los ruidos de las mujeres meando y cagando parecían desconcertantemente próximos. Así, en lugar de ponerse uno en cuclillas en su sitio, podía meter la cabeza bajo la mampara, agarrándose fuerte a los bordes con las manos y a las tablillas con las piernas. Con el nauseabundo hedor arrancándole a uno lágrimas y con gusanos arrastrándose alrededor, se podía inclinar como un nadador de competición en el podio de salida, a punto de lanzarse a la piscina, y cuanto más se inclinaba uno, más nalgas podría ver.

Aquella vez Li Guangtou abarcó cinco culos de un solo vistazo: uno pequeño, otro gordo, dos escurridos y uno perfecto, todos alineados en una fila impecable, como trozos de carne en una carnicería. El culo gordo era como jamón sin curar; los dos escurridos, como panceta, mientras que el culito ni merecía mencionarse. El culo que le gustaba a Li Guangtou era el perfecto, situado directamente en su linea de visión. Era el más redondo de los cinco, tan redondo que parecía respingón, con una piel tersa que revelaba las leves marcas de una rabadilla. Así pues, continuó inclinado, con la cabeza cada vez más metida bajo la mampara, pero cuando estaba a punto de entrever la región púbica, de repente alguien lo agarró.

Resultó que en aquel preciso momento entró en la letrina un hombre llamado Zhao Shengli, uno de los dos Hombres de Talento de nuestra ciudad de Liu. Descubrió la cabeza y el torso de alguien bajo la mampara y de inmediato comprendió lo que estaba ocurriendo. De modo que agarró a Li Guangtou por el pescuezo y tiró de él como si fuera una zanahoria.

En esa época Zhao Shengli tenía veintitantos años y había publicado un poema de cuatro versos en la revista, impresa en multicopista, de nuestro centro provincial de cultura, lo cual le había valido el sobrenombre de Zhao el Poeta. Después de agarrar a Li Guangtou en el retrete, Zhao se puso coloradísimo. Arrastró al muchacho de catorce años fuera, y empezó a sermonearlo sin parar, aunque sin dejar de mostrarse poético:

—Así que en lugar de contemplar el mar dorado de los brotes de las plantas en los campos, o los peces retozando en el lago, o los hermosos copetes de nubes azules en el cielo, pretieres ir a husmear en el retrete...

Zhao el Poeta continuó con ese discurso más de diez minutos, y aún no se había producido movimiento alguno en el lado de las mujeres. Al final, a Zhao le venció la ansiedad, corrió hasta la puerta del retrete de las mujeres y pidió a gritos a las cinco que salieran. Olvidando que era un elegante Hombre de Letras, exclamó más bien bruscamente:

—Dejad de mear y cagar. Os han estado espiando y ni os habéis dado cuenta. Sacad vuestros culos de ahí.

Las propietarias de los cinco culos acabaron por salir precipitadamente, chillando y llorando. La que lloraba era la del culo pequeño que no valía la pena mencionar, una niña de once o doce años, que se cubría la cara con las manos y lloraba tan fuerte que temblaba, como si Li Guangtou en lugar de espiarla la hubiera violado. Li Guangtou, a quien Zhao el Poeta seguía agarrando, observó al culito llorón y pensó para sí: ¿Todos esos llantos por un culito subdesarrollado? Yo sólo eché un vistazo allí porque no tenía mejor cosa que hacer.

Una belleza de diecisiete años fue la última en aparecer. Sonrojada, dirigió una rápida mirada a Li Guangtou y echó a correr. Zhao el Poeta le gritó que no se fuera, que regresara y pidiera justicia, pero ella se limitó a correr más aprisa. Li Guangtou observó los meneos de su trasero mientras se alejaba, y supo que aquel culo tan redondo y respingón tenía que ser el de la chica.

Una vez el culo redondo hubo desaparecido en la distancia y el culito llorón también se hubo marchado, uno de los culos escurridos empezó a dirigir alaridos a Li Guangtou, salpicándole la cara con saliva. Luego se limpió la boca y también se fue. Li Guangtou la vio irse y observó que su culo era tan flaco, que ahora que llevaba puestos los pantalones ni siquiera se le notaba.

Los tres restantes —un animado Zhao el Poeta, un culo como un jamón sin curar y el otro culo semejante a panceta— agarraron a Li Guangtou y lo arrastraron hasta el puesto de policía. Caminaron con él a través de nuestra pequeña ciudad, de menos de cincuenta mil habitantes, y por el camino se les añadió el otro Hombre de Talento local, Liu Chenggong.

Al igual que Zhao el Poeta, Liu Chenggong estaba en la veintena, y como él había publicado algo en la revista de nuestro centro de cultura. Lo que publicó fue un relato cuya extensión llenaba dos páginas. Comparado con los cuatro versos de Zhao, las dos páginas de Liu Chenggong resultaban mucho más impresionantes, lo que le valió el sobrenombre de Liu el Autor. Liu no se quedaba por detrás de Zhao en materia de motes, y ciertamente tampoco se hubiera quedado atrás en otros terrenos. Liu el Autor se dirigía a comprar arroz cuando vio a Zhao el Poeta pavoneándose en dirección a él con Li Guangtou, e inmediatamente decidió que no podía permitir que Zhao el poeta se atribuyera la gloria el solo. Liu el Autor le gritó a Zhao el Poeta mientras se acercaba:

—¡Aquí estoy yo para ayudarte!

Zhao el Poeta y Liu el Autor eran íntimos camaradas escritores, y Liu el Autor se había desvivido en una ocasión para dar con los perfectos encomios que merecían los cuatro versos de Zhao el Poeta. Por supuesto que Zhao el Poeta correspondió a esa amabilidad, y halló un elogio aún más florido para las dos páginas de prosa de Liu el Autor. Al principio Zhao el Poeta caminaba detrás de Li Guangtou, manteniendo al bribón bien agarrado, pero ahora que Liu el Autor se sumaba, Zhao el Poeta se desplazó hacia la izquierda y ofreció a Liu el Autor el lado derecho. Los dos Hombres de Talento de nuestra ciudad de Liu flanqueaban a Li Guangtou y proclamaban que lo conducían al puesto de policía. En relidad había uno al volver la esquina, pero no querían llevarlo allí, y caminaron con él hasta otro puesto mucho más alejado. Durante el recorrido desfilaron por las calles principales, tratando de magnificar su momento de gloria. Mientras escoltaban a Li Guangtou por las calles, observaron con envidia:

—Sólo te miran a ti, con dos hombres importantes como nosotros escoltándote. Realmente eres un tipo con suerte.

Zhao el Poeta añadió:

—Es como si fueras escoltado por Li Bai y Du Fu...

A Liu el Autor le pareció que la analogía de Zhao el Poeta no era del todo apropiada, puesto que Li Bai y Du Fu eran, desde luego, poetas ambos, mientras que el propio Liu escribía narrativa. Así que corrigió a Zhao diciendo:

—Es como si te escoltaran Li Bai y Cao Xueqin...

Li Guangtou ignoró al principio sus bromas, pero cuando oyó a los dos Hombres de Talento de nuestra ciudad de Liu compararse a sí mismos con Li Bai y Cao Xueqin, no pudo evitar reírse.

—Eh, que hasta yo sé que Li Bai vivió bajo la dinastía Tang, y Cao, bajo la Qing. Así que ¿cómo podía un tipo de la época Tang ir con otro de la época Qing?

La multitud que se había congregado a lo largo de la calle prorrumpió en sonoras carcajadas. Las gentes dijeron que Li Guangtou estaba completamente en lo cierto, y que los dos Hombres de Talento de nuestra ciudad de Liu podían estar, en efecto, llenos de talento, pero su conocimiento de la historia no estaba a la altura ni siquiera de aquel pequeño fisgón. Ambos Hombres de Talento se ruborizaron, al tiempo que Zhao el Poeta se ponía tieso y añadía:

—Es sólo una analogía.

—También podríamos usar otra analogía —dijo Liu el Autor—. Dado que te escoltan un poeta y un novelista, diríamos que son Guo Moruo y Lu Xun.

La muchedumbre expresó su aprobación, e incluso Li Guangtou asintió:

—Es más apropiado.

Zhao el Poeta y Liu el Autor no se atrevieron a decir nada más sobre el tema de la literatura. En lugar de eso, agarraron por el cuello de la camisa a Li Guangtou y proclamaron su conducta gamberra a todos y cada uno mientras proseguían su camino en actitud digna. A lo largo del recorrido, Li Guangtou vio a una multitud de personas que le dirigían risitas, entre ellas, algunas a las que conocía y otras a las que no. Zhao el Poeta y Liu el Autor se tomaron el tiempo de explicar lo sucedido a todos los que encontraban, adoptando unas maneras más finas que las de los invitados a las entrevistas de la televisión. Y aquellas dos mujeres a las que Li Guangtou les había visto el culo eran como los invitados especiales a los programas de entrevistas, presentándose alternativamente furiosas y agraviadas ante Zhao el Poeta y Liu el Autor. De repente la del culo gordo se puso a chillar, al advertir que su marido se encontraba entre los espectadores, y comenzó a lloriquear mientras se lamentaba a voz en grito:

—Me ha visto el trasero ¡y sabe Dios qué más! ¡Atízale!

Todo el mundo se echó a reír y se volvió para mirar al marido, que permanecía allí de pie, inmóvil, ruborizado y ceñudo. Zhao el Poeta y Liu el Autor detuvieron a Li Guangtou y, agarrándolo por la ropa, lo arrastraron hasta el infortunado marido, como quien presenta un hueso a un perro. La mujer gorda continuaba lamentándose, reclamando a su marido que pegara a Li Guangtou y diciéndole:

—Mi culo es sólo para tus ojos, pero ahora este gamberro también me lo ha visto. ¿Qué voy a hacer? ¡Atízale! ¡Dale en los ojos! ¿Por qué te quedas ahí quieto? ¿Es que no estás avergonzado?

Todos los espectadores rompieron a reír, e incluso el propio Li Guangtou emitió una risa ahogada. Pensaba que aquel hombre estaba siendo humillado, no a causa de Li Guangtou, sino más bien por culpa de su mujer. Ésta reanudó sus chillidos, y dijo:

—Miradlo, ¡incluso tiene el cuajo de reírse! ¡Se ha aprovechado de mí y ahí lo tenéis, tan feliz! ¿Por qué no le pegas? ¿Te ha humillado y aún no pasas a la acción?

Aquel hombre era Tong el Herrero, famoso en nuestra ciudad de Liu. Cuando Li Guangtou era niño iba a menudo al taller de Tong a verlo trabajar. Ahora Tong estaba tan furioso que su tez se tornó más oscura que el acero fundido, y abofeteó el rostro de Li Guangtou como si estuviera martilleando una pieza de metal, derribándolo al suelo y saltándole dos dientes. Los ojos se le llenaron de estrellas fugaces y los oídos estuvieron zumbándole 180 días. Este golpe en la cabeza le hizo sentir a Li Guangtou que había sido humillado, y se juró a sí mismo que si alguna vez volvía a correr para verle el culo a la mujer del herrero, mantendría los ojos apretados y no le dirigiría una sola mirada ni por todo el oro y la plata del mundo.

Después de que Li Guangtou fuera abofeteado, Zhao el Poeta y Liu el Autor continuaron haciéndolo desfilar por las calles con un ojo morado y la nariz sangrando. Recorrieron una y otra vez las calles de la ciudad de Liu, pasando en tres ocasiones frente a un puesto de policía. Al final, incluso los agentes salieron a la puerta principal para contemplar el espectáculo, pero Zhao el Poeta y Liu el Autor se negaban aún a entregarles a Li Guangtou. Zhao, Liu y las dos mujeres que quedaban pasearon a Li Guangtou por la ciudad hasta que, al final, el culo como un jamón sin curar no quiso continuar, y el que era como panceta también perdió el interés. Aun después de que ambas se hubieron vuelto a casa, Zhao el Poeta y Liu el Autor pasearon por última vez a Li Guangtou por la ciudad, hasta que tuvieron doloridas las piernas y la espalda y las gargantas secas; sólo entonces lo entregaron en el puesto de policía.

En el puesto, los cinco policías se precipitaron hacia Li Guangtou y se apresuraron a interrogarlo. Después de averiguar los nombres de las cinco mujeres, empezaron a preguntarle acerca de cada una, individualmente. Pasando por alto el culito, se interesaron por cada uno de los otros cuatro, con detalle. No parecían seguir en absoluto los procedimientos policiales; antes bien, parecían más interesados en cada uno de los diversos culos. Cuando Li Guangtou empezó a explicar cómo espió el culo bien formado, ni gordo ni flaco, tan redondo y respingón, parecía como si los policías estuvieran escuchando una historia de fantasmas. Aquella muchacha culirredonda llamada Lin Hong era una bien conocida belleza de nuestra ciudad de Liu, y los policías se habían fijado con frecuencia en su hermoso culito enfundado en ropa, pero sólo Li Guangtou lo había visto desnudo. Los agentes se percataron de que la detención de Li Guangtou les brindaba una oportunidad de oro, así que le preguntaron sobre aquel culo una y otra vez. Siempre que empezaba a describir la piel tersa y la ligera protuberancia de la rabadilla, los ojos de los policías se iluminaban como bombillas, pero cuando acabaron por darse cuenta de que no había visto mucho más, inmediatamente se apagaron, como si se hubiera cortado de repente la corriente. Con expresiones decepcionadas y frustradas, aporrearon la mesa y exclamaron:

—¡Una confesión plena merece benevolencia, pero ocultar algo reclama un castigo severo! Ahora piénsalo bien: ¿qué más viste?

Con el corazón en la garganta, Li Guangtou explicó que se inclinó un poco más, tratando de vislumbrar la región púbica de Lin Hong. Su voz se había vuelto tan tenue que se había convertido en un susurro, y sus oyentes contenían el aliento. Era como si Li Guangtou hubiera vuelto a su cuento de fantasmas, pero justo cuando el fantasma estaba por aparecerse, de pronto la narración se acababa. Li Guangtou explicó que, precisamente cuando estaba a punto de ver el vello púbico de Lin Hong, Zhao el Poeta lo agarró por el cuello de la camisa y lo izó, y como resultado de ello no vio nada en absoluto. Li Guangtou dijo, lamentándose:

—No lo conseguí por un pelo...

Cuando Li Guangtou se detuvo, al principio los cinco policías no lograban recuperar el aliento y continuaban mirándolo fijamente, y sólo cuando se dieron cuenta de que sus labios habían dejado de moverse comprendieron, al fin, que aquella historia se había acabado. Todos tenían unas expresiones peculiares, mirando como cinco perros hambrientos que acabaran de ver un pato recién asado volar fuera de su alcance. Uno de ellos culpó a Zhao el Poeta diciendo:

—Ese tipo, Zhao, debía haberse quedado en casa escribiendo poesía. ¿Qué estaba haciendo en la letrina?

Una vez los policías comprendieron que a Li Guangtou no le sacarían nada más, acordaron dejarle irse a casa con su madre. Li Guangtou les dijo que su madre se llamaba Li Lan, y que trabajaba en la fábrica de tejidos de seda. Un policía salió a la puerta principal del puesto y empezó a vocear a la gente de la calle, preguntando si alguien conocía a Li Lan.

—La que trabaja en la fábrica de tejidos de seda, ¿saben?

Después de seguir dando voces unos cinco minutos más, el oficial acabó por encontrar a alguien que iba hacia la fábrica. El viandante preguntó al policía por qué andaba buscando a Li Lan, a lo que el madero respondió:

—Limítese a decirle que venga al puesto a recoger al gamberro de su hijo.

Li Guangtou permaneció toda la tarde en el puesto de policía, como un objeto perdido a la espera de ser reclamado. Estaba sentado en el largo banco del puesto, mirando la luz del sol penetrar por la puerta principal: al principio el rayo de luz, en el suelo de cemento, era tan ancho como la misma puerta, pero luego se fue estrechando para acabar desapareciendo por completo. Li Guangtou se dio cuenta de que ya se había hecho famoso, y de que todo el que pasaba frente al puesto entraba para echarle un vistazo: hombres y mujeres, todos emitiendo risitas al colarse para ver al tipo que espiaba los culos de las mujeres en el retrete público. Cuando sucedía que nadie se quedaba embobado mirándolo, un policía tras otro se daba una vuelta, esperando todavía, contra toda esperanza, y daba un puñetazo en la mesa y preguntaba severamente:

—Piénsalo con detenimiento. ¿Has olvidado informar de algo?

Era ya de noche cuando la madre de Li Guangtou acabó por comparecer en el puesto. No había ido antes porque tenía miedo de la gente en la calle, señalando y hablando de ella. Quince años antes, el padre de Li Guangtou le hizo pasar una indescriptible vergüenza, y ahora Li Guangtou aún había exacerbado la humillación. Así pues, aguardó hasta que hubo anochecido, y sólo entonces se puso un pañuelo a la cabeza y una mascarilla quirúrgica, y se arrastró hasta el puesto. Cuando entró por la puerta principal echó una mirada a su hijo, el cual se apresuró a apartar la vista de sus ojos. Encogiéndose ante el policía, explicó con voz temblorosa quién era. El policía, que se suponía estaba ya fuera de servicio, se puso hecho una furia, gritando:

—Mierda. ¿Se da usted cuenta de la hora que es? Son ya las ocho y yo aún no he comido, y por añadidura pensaba ver una película esta noche. He tenido que abrirme paso a empujones en la taquilla para sacar una entrada, y ahora ¿qué demonios voy a poder ver? Aunque cogiera un avión para ir al cine, sólo llegaría a tiempo de ver en la pantalla la palabra fin.

Durante toda esta parrafada, la madre de Li Guangtou se limitó a permanecr allí de pie, encogida frente a él, asintiendo a cada denuesto, hasta que finalmente el policía dijo:

—¡Deje de asentir con su maldita cabeza y fuera de mi vista, joder! Voy a cerrar la puerta.

Li Guangtou siguió a su madre a la calle principal. Ella caminaba en silencio, con la cabeza gacha, siguiendo el lado oscuro de la calle, mientras él la seguía inmediatamente detrás, pavoneándose y accionando los brazos despreocupadamente, como si hubiera sido su madre y no él la sorprendida en la letrina. Cuando llegaron a casa, la madre de Li Guangtou se metió en su habitación sin decir palabra, cerró la puerta y ya no produjo otro sonido. Entrada la noche, Li Guangtou creyó, en su duermevela, haberla oído acercarse a su cama y, como otras veces, volver a subirle la sábana que había echado fuera a puntapiés. Li Lan no le habló a su hijo durante varios días, hasta que, finalmente, una noche lluviosa pronunció entre lágrimas una única frase:

—De tal palo tal astilla.

Se sentó a la sombra de la débil luz y volvió a contarle a Li Guangtou, con una voz aún más débil, cómo el día de su nacimiento, su padre se ahogó mientras espiaba los culos de las mujeres en la letrina pública. En aquella ocasión se había sentido tan avergonzada que pensó ahorcarse, pero sólo decidió seguir viviendo al ver las lágrimas de su recién nacido. Dijo que si hubiera sabido que iba a salir a su padre, habría seguido adelante y se habría matado entonces.