CAPÍTULO 23

El caos se apoderó de las calles de la ciudad de Liu. Casi a diario había peleas entre las masas revolucionarias. Li Guangtou no comprendía por qué aquellos hombres, todos los cuales llevaban idénticos brazaletes rojos y hacían ondear las mismas banderas rojas, contendían entre ellos. Se lanzaban unos contra otros golpeándose con los puños, con las astas de las banderas y con palos, acometiéndose como bestias salvajes. Una vez Li Guangtou los vio blandiendo cuchillos de carnicero y hachas, hasta que los postes eléctricos, el wutong, los muros y las calles quedaron salpicados de sangre.

Li Lan ya no permitía a Li Guangtou salir de casa, hasta el punto de sellar la ventana para que no pudiera escurrirse por ella. Cuando por la mañana se iba a trabajar a la fábrica de tejidos de seda, lo encerraba en casa, y la puerta seguía así hasta que regresaba al anochecer. De este modo empezó la verdadera infancia solitaria de Li Guangtou. Desde el alba hasta el crepúsculo, su mundo consistía en dos habitaciones, y entonces emprendía su guerra sin cuartel contra hormigas y cucarachas. A menudo se agazapaba bajo la cama con un cuenco en la mano y aguardaba a que las hormigas salieran, y cuando lo hacían, primero les arrojaba agua, y luego las aplastaba una a una. En cierta ocasión un ratón gordo pasó corriendo junto a su cara, y eso lo aterrorizó de tal modo que no volvió a meterse bajo la cama. Más tarde, empezó a atacar a las cucarachas del armario, encerrándose dentro con ellas a fin de atraparlas. Con la luz que se filtraba por una grieta de la puerta, las cazaba y las aplastaba con el zapato. Una vez se quedó dormido dentro del armario, y aún estaba soñando felizmente cuando regresó Li Lan. La pobre sufrió tal ataque de pánico, que recorrió la casa gritando su nombre e incluso salió a mirar en el callejón. Cuando finalmente él salió, su madre cayó al suelo desmayada, con la cara pálida y una mano apretándose el pecho, incapaz de pronunciar una palabra.

Precisamente cuando Li Guangtou se hallaba más solo, Song Gang hizo la larga caminata para ir a verlo. Llevando consigo cinco caramelos Conejo Blanco, Song Gang salió por la mañana de la aldea sin decírselo a su abuelo. Preguntando por la dirección a lo largo del camino, llegó a la casa de Li Guangtou, y alrededor de mediodía llamó a la puerta y dijo a gritos:

—¡Li Guangtou! ¡Li Guangtou! ¿Estás aquí? Soy Song Gang.

Li Guangtou estaba dormitando a causa del aburrimiento, cuando oyó los gritos de Song Gang. Se acercó de un salto a la ventana y dio en los cristales, gritando a su vez:

—¡Song Gang! ¡Song Gang! Estoy aquí.

—¡Li Guangtou, abre la puerta!

—Está cerrada desde fuera.

—Abre la ventana.

—Está sellada.

Ambos hermanos golpearon la ventana y se gritaron el uno al otro largo rato. Los cristales inferiores de la ventana habían sido cubiertos con periódicos, de modo que no lograban verse y sólo podían comunicarse a gritos. Li Guangtou acercó a la ventana un taburete, de modo que, subido en él, alcanzaba a mirar por el único cristal, arriba, que no había sido empapelado. De este modo, Li Guangtou pudo ver finalmente a Song Gang y éste pudo verlo a él. Song Gang llevaba la misma ropa que vestía en el entierro de Song Fanping. Miró hacia arriba, hacia Li Guangtou, y dijo:

—Li Guangtou, te he echado de menos.

Song Gang sonrió un poco cohibido. Li Guangtou golpeó la ventana con ambas manos, y dijo a gritos:

—Song Gang, yo también te he echado de menos.

Song Gang sacó del bolsillo los cinco caramelos Conejo Blanco y los levantó para mostrárselos a Li Guangtou.

—¿Los ves? Los he traído para ti.

Li Guangtou gritó, gozoso:

—¡Ya los veo, Song Gang! Song Gang, qué bueno eres conmigo.

Li Guangtou empezó inmediatamente a dar golpes, pero la ventana lo separaba de los caramelos que Song Gang tenía en la mano. Le gritó:

—Busca una manera de meter dentro los caramelos.

Song Gang se quedó pensativo un momento.

—Quizá pueda meterlos por una grieta de la puerta.

Li Guangtou bajó corriendo del taburete y se dirigió a la puerta. Vio el envoltorio del caramelo abriéndose paso a través de la grieta más ancha de la puerta, pero sin lograr entrar del todo.

—No cabe —informó Song Gang.

Li Guangtou se rascó ansiosamente la cabeza.

—Piensa en otra cosa.

Li Guangtou oía la pesada respiración de Song Gang al otro lado de la puerta. Al cabo de un rato dijo:

—Desde luego no puedo meterlo. De momento, huélelo.

Song Gang embutió el caramelo en la grieta. Li Guangtou pegó la nariz a la grieta e inhaló tan profundamente como pudo. Finalmente, le llegó un tufillo del caramelo y se echó a llorar. Desde fuera, Song Gang preguntó:

—Li Guangtou, ¿por qué lloras?

Li Guangtou respondió entre lágrimas:

—Puedo oler el Conejo Blanco.

Afuera, Song Gang empezó a reír tontamente. Cuando Li Guangtou lo oyó, también se echó a reír de la misma manera, alternando sollozos y risa. Los dos chicos se sentaron entonces en el suelo, uno dentro de la casa y el otro fuera, y charlaron durante mucho rato. Song Gang le habló a Li Guangtou del campo: cómo aprendió a pescar, a trepar a los árboles, a plantar brotes, a trillar el trigo y a recolectar algodón. Li Guangtou le contó todas las cosas que habían ocurrido en la ciudad: cómo murió Sun Wei, el del pelo largo, y cómo incluso Mama Su, la del puesto de bocaditos, llevaba ahora una pancarta de madera. Cuando describió la muerte de Sun Wei, Song Gang se echó a llorar.

—Aquel pobre tipo...

Los chicos hablaban a través de la puerta como si nada los separase. Charlaron toda la tarde, pero cuando Song Gang miró el callejón y vio que el sol se ocultaba, se apresuró a ponerse de pie y le dijo a Li Guangtou que debía irse. Tenía un largo trecho hasta casa, así que debía ponerse en camino. Li Guangtou golpeó desde dentro, y rogó a Song Gang que se quedará un poco más.

—Todavía no ha oscurecido.

Song Gang devolvió el golpe.

—Pero una vez anochezca no sabré encontrar el camino.

Antes de irse, Song Gang escondió los caramelos Conejo Blanco bajo el escalón de acceso, aclarando que si los dejaba en el alféizar de la ventana alguien podría cogerlos. Pero después de dar unos pasos regresó y explicó que le preocupaban los gusanos que había debajo del escalón de acceso, de modo que arrancó dos hojas de wutong y envolvió cuidadosamente en ellas los caramelos, y los puso bajo el escalón de acceso. Luego miró a través de la grieta de la puerta, echó otro vistazo a Li Guangtou y dijo:

—Adiós, Li Guangtou.

Con tristeza, Li Guangtou preguntó:

—¿Cuándo empezarás a echarme de menos otra vez?

—No lo sé —respondió Song Gang, con un movimiento de cabeza.

Li Guangtou oyó alejarse a Song Gang, con sus pasos de nueve años, tan ligeros como los de un pollito. Li Guangtou permaneció con los ojos pegados a la grieta de la puerta, vigilando sus caramelos de leche como un halcón. Cuando alguien pasaba por allí, el corazón de Li Guangtou batía salvajemente, temeroso de que levantara el escalón de piedra. Deseaba que anocheciera pronto, para que Li Lan pudiera regresar y abrir la puerta, lo que le permitiría finalmente echar mano de los caramelos Conejo Blanco.

Song Gang caminó tranquilamente hasta el final del callejón, y luego salió a la calle principal. Miraba en derredor mientras caminaba, viendo las casas y los árboles familiares, y a la gente peleándose, gritando y riendo. Algunas personas parecieron reconocerlo, y por eso él les sonrió, pero nadie le prestó la menor atención. Un tanto decepcionado, recorrió las dos calles principales, atravesó el puente de madera y salió de la ciudad por la puerta del sur. En la primera bifurcación de caminos se perdió, y se limitó a permanecer allí, sin saber por dónde seguir. Podía ver que a un lado había campos y casas, mientras que el otro lado se extendía hasta el horizonte. Song Gang continuó un buen rato en la bifurcación, hasta que vio a un hombre que se acercaba. Gritó Tío, tío, y le preguntó cómo llegar a la aldea de su abuelo. El hombre negó con la cabeza y dijo que no lo sabía, y se alejó. Song Gang se quedó en medio de los campos, bajo la interminable extensión del cielo, cada vez más aterrorizado. Después de dejar escapar unos pocos sollozos, se secó las lágrimas y volvió sobre sus pasos, entrando en la ciudad de Liu por la puerta del sur.

Aun después de la marcha de Song Gang, los ojos de Li Guangtou continuaron pegados a la grieta de la puerta. Los sentía cansados y veía borroso, cuando de repente vio que Song Gang se dirigía de nuevo hacia él. Li Guangtou creyó que Song Gang ya había empezado a echarlo de menos otra vez, y que regresaba para verlo. Aporreó la puerta, feliz, gritando:

—Song Gang, ¿has empezado a echarme de menos otra vez?

Song Gang negó con la cabeza.

—Me he perdido. No sé el camino a casa, y no sé qué hacer.

Li Guangtou emitió una risita, golpeó la puerta y consoló a Song Gang:

—No te preocupes. Espera a que mamá vuelva. Ella sabe cómo llegar a tu casa, de modo que podrá acompañarte.

Song Gang decidió que Li Guangtou tenía razón, así que asintió y miró dentro a Li Guangtou antes de volver a instalarse en el escalón de acceso. Li Guangtou también se sentó por la parte de dentro. Los dos chicos reanudaron su charla, espalda con espalda separados por la puerta. Esta vez fue Song Gang quien le dijo a Li Guangtou todo lo que sucedía en la ciudad: toda la gente que vio en la calle peleándose, gritando y riendo. Mientras Song Gang hablaba, de repente recordó los caramelos Conejo Blanco, de modo que se apresuró a levantar el escalón de piedra y los recuperó. Dijo que los gusanos habían atravesado las hojas del envoltorio y que estuvieron a punto de llegar a los caramelos, pero que por suerte no lo consiguieron. Se echó cuidadosamente los cinco caramelos en el bolsillo, y luego puso la mano sobre ellos con un gesto protector. Al cabo de un rato, Song Gang dijo en voz baja:

—Li Guangtou, tengo mucha hambre. No he comido. ¿Puedo comerme los caramelos?

Li Guangtou dudó, pues la renuncia le dolía. Afuera, Song Gang insistía:

—Me muero de hambre. Déjame coger uno solo.

Li Guangtou asintió y dijo:

—Cómete cuatro y guárdame uno.

Song Gang hizo un gesto negativo con la cabeza.

—No, sólo me comeré uno.

Song Gang sacó un caramelo del bolsillo, lo examinó y luego lo levantó hasta la cara y lo olió durante un rato. Li Guangtou no oía masticar, sólo oler, de modo que preguntó:

—¿Por qué tu manera de masticar suena como si olieras?

—No estoy comiendo, sino sólo oliendo —respondió Song Gang, riendo.

—¿Y por qué no comes?

A Song Gang se le hacía la boca agua. Se tragó la saliva y dijo:

—No voy a comer ninguno; son todos para ti. Sólo olisquearé un poco.

Precisamente en aquel momento llegó Li Lan. Lo primero que oyó Li Guangtou desde dentro fue el grito de sorpresa y placer de su madre, y luego unos pasos precipitados. Luego Li Lan oyó que Song Gang exclamaba: «¡Mamá!» Li Lan corrió hasta la casa y estrechó a Song Gang entre sus brazos, sin parar de charlar como una ametralladora. Mientras tanto, Li Guangtou, continuaba encerrado. Golpeó la puerta con todas sus fuerzas, gritando y llorando, pero Li Lan aún tardó en percatarse de sus gritos y en abrir la puerta.

Por fin Li Guangtou y Song Gang volvían a reunirse. Se tomaron de las manos y empezaron a dar brincos, emitiendo gritos penetrantes y grandes voces, hasta que ambos quedaron cubiertos de sudor, y la gota de la nariz les fue a parar a la boca. Siguieron saltando durante unos diez minutos, hasta que Song Gang recordó los caramelos Conejo Blanco que llevaba en el bolsillo. Tras secarse el sudor de la frente, se puso a dar vueltas contando los caramelos: uno, dos, tres, cuatro y cinco, mientras los depositaba uno tras otro en las manos de Li Guangtou. Éste se echó cuatro al bolsillo, desenvolvió el último y se lo metió en la boca.

Li Lan había sufrido todo el día sesiones de lucha política en la fábrica de tejidos de seda, y se sentía agotada y harta a medida que se acercaba a casa. Pero en el momento en que Vio a Song Gang, su rostro se iluminó por la emoción. Era la primera vez que era tan feliz desde la muerte de Song Fanping. Dijo, con grandes exclamaciones, que llevaría a los dos chicos a cenar para celebrar la visita de Song Gang, y tomando a ambos de las manos, se encaminó al Restaurante Popular, a comer fideos. Mientras recorrían las calles, ya anochecido, Li Guangtou sintió como si no hubiera salido durante años, y experimentó tal gozo que ya no caminaba sino que avanzaba a saltitos, y Song Gang hacía otro tanto. Li Lan los conducía luciendo una amplia sonrisa, y su felicidad los contagiaba mientras saltaban todavía más alegremente.

Cuando llegaron al puente, vieron a Mama Su, la del puesto de bocaditos, allí de pie, todavía, con su pancarta de madera colgada del cuello. Su hija, Su Mei, estaba junto a ella, agarrada al faldón de su blusa. Song Gang se acercó a Mama Su y le preguntó:

—¿Por qué querría alguien hacerle llevar una pancarta de madera a una persona tan buena como usted?

Mama Su, con la cabeza gacha, no respondió, pero Su Mei se secó las lágrimas después de oír las palabras de Song Gang. Li Lan también permaneció allí con la cabeza baja, susurrando a Li Guangtou y le propinó un suave codazo invitándole a darle un caramelo a Su Mei. Li Guangtou tragó saliva, se sacó un Conejo Blanco del bolsillo y, con dolor de su corazón, se lo entregó a Su Mei, que lo aceptó, alargando una mano empapada de lágrimas. Entonces Mama Su levantó la vista y sonrió a Li Lan, que le devolvió la sonrisa. Li Lan se quedó allí un momento, y luego tiró de la mano a Song Gang. Éste sabía que había llegado el momento de irse. Le dijo a Mama Su:

—No se preocupe. Será recompensada en la próxima vida.

—Eres un buen chico —replicó Mama Su en voz baja—. También tú serás recompensado. —Y dirigiendo una mirada a Li Guangtou y a Li Lan, añadió—: Todos ustedes lo serán.

Li Lan llevó a Li Guangtou y a Song Gang al Restaurante Popular. No habían estado allí desde hacía tiempo. La última vez fue con Song Fanping, inmediatamente después de que hiciera ondear la bandera en lo alto del puente, cuando todos se sentían tan satisfechos. En aquella ocasión, los presentes en el restaurante se congregaron en torno a ellos mientras comían sus fideos, e incluso el cocinero les sirvió un caldo de carne especial. Ahora el restaurante estaba casi desierto. Li Lan pidió dos cuencos de fideos corrientes para los chicos, pero nada para ella, explicando que aún tenía sobras en casa. Sorbiendo de sus cuencos llenos de humeantes fideos, las narices de Li Guangtou y de Song Gang casi goteaban en la sopa. Notaban que la sopa de fideos era tan deliciosa como la última vez. Cuando el cocinero que les había servido entonces vio que nadie prestaba atención, se acercó y susurró:

—Os he puesto caldo de carne.

Aquella noche, Li Lan, con los dos chicos de la mano, caminó por la calle un buen rato. Pasaron ante la cancha de baloncesto que en otro tiempo estuvo iluminada. Los tres se sentaron en unas piedras cerca de la cancha y contemplaron el amplio y vacío recinto a la luz de la luna. Li Lan recordó cómo ese espacio había estado antaño brillantemente iluminado, y cómo Song Fanping eclipsó a todos en aquel reñido encuentro. Evocaba en particular aquel mate; cómo el público guardó silencio un momento, pero luego estalló en exclamaciones y vítores. Li Lan sonrió para sí, y dijo a los chicos:

—Ahora que vuestro padre nos ha dejado, ya no queda nadie en el mundo capaz de lograr un mate como aquél.

Song Gang permaneció dos días con Li Guangtou, pero a la tercera mañana llegó su abuelo, transportando una calabaza a la espalda. Declinó entrar, y prefirió quedarse en el exterior con la cabeza gacha. Li Lan lo saludó calurosamente, llamándole padre y agarrándolo de la manga para hacerle entrar. El anciano terrateniente se sonrojó y negó con la cabeza. Li Lan no pudo hacer nada para convencerlo, de modo que sacó un taburete fuera y lo invitó a sentarse. El anciano terrateniente también declinó este ofrecimiento, y aguardó con paciencia a que Song Gang terminara su desayuno. Se limitó a colocar la calabaza junto a la puerta. Cuando Song Gang salió, su abuelo lo tomó de la mano e, inclinándose ligeramente ante Li Lan, se lo llevó.

Li Guangtou corrió hasta la puerta y observó con tristeza la partida de Song Gang. Éste no dejó de volverse mientras caminaba, mirando también con tristeza a Li Guangtou. Song Gang levantó el brazo por encima de la cabeza y le hizo una señal de despedida a Li Guangtou, que le correspondió con otra señal.

Después de esto, Song Gang iba a la ciudad alrededor de una vez al mes. Ya no volvió solo, sino acompañado de su abuelo, quien acudía a la ciudad a vender verdura. Ambos llegaban antes del amanecer, cuando Li Guangtou aún estaba dormido. Nada más entrar por la puerta sur, Song Gang corría por las calles oscuras a casa de Li Guangtou, llevando consigo dos coles. Dejaba en silencio las coles junto a la puerta, se dirigía corriendo al mercado y se sentaba junto a su abuelo, pregonando: «¡Verdura fresca!»

Song Gang y su abuelo a menudo terminaban su mercancía a la salida del sol. El abuelo, con los cestos vacíos, llevaba de la mano a Song Gang a casa de Li Guangtou, donde ambos permanecían tranquilamente junto a la puerta, escuchando cualquier movimiento en el interior y preguntándose si madre e hijo ya se habían despertado. Li Lan y Li Guangtou invariablemente seguían dormidos, y las dos coles aún aguardaban a la puerta. Song Gang y su abuelo se marchaban silenciosamente.

Durante aquel primer año, cada vez que Song Gang iba a la ciudad llevaba a Li Guangtou algunos caramelos Conejo Blanco, que envolvía en hojas de wutong y dejaba bajo el escalón de piedra frente a la puerta. Li Guangtou no tenía idea de cuántos caramelos le había dado Song Gang, pero aquel primer año casi siempre disponía de ellos.

Después de levantarse y abrir la puerta, Li Lan veía las verduras cubiertas de rocío aguardando fuera, y llamaba a Li Guangtou:

—¡Song Gang ha estado aquí!

La primera iniciativa de Li Guangtou era siempre levantar la piedra de acceso y coger el caramelo, y luego salía corriendo a la calle. Li Lan sabía que Li Guangtou quería ver a Song Gang, y por tanto no trataba de detenerlo. Al no hallar traza de Song Gang en el mercado, Li Guangtou daba inmediatamente media vuelta y corría hasta la puerta del sur. Unas pocas veces los hermanos realmente llegaron a divisarse en la puerta. Li Guangtou observaba a Song Gang a distancia, caminando tras su abuelo y sus cestos, y gritaba a pleno pulmón:

—¡Song Gang! ¡Song Gang!

Al oírlo, Song Gang se volvía y gritaba a su vez:

—¡Li Guangtou! ¡Li Guangtou!

Li Guangtou se quedaba allí, y continuaba llamando a Song Gang. Éste, mientras caminaba, se volvía una y otra vez hacia Li Guangtou, haciéndole señas con la mano y llamándolo por su nombre. Li Guangtou seguía llamando a Song Gang hasta que lo perdía de vista, y aun así volvía a llamarlo: «¡Song Gang! ¡Song Gang...!»

Con cada grito, oía ecos en la distancia: «Gang..., gang..., gang...»