CAPÍTULO 2

El espionaje de culos femeninos en la letrina echó a perder el buen nombre de Li Guangtou, pero al mismo tiempo garantizó que todo el mundo en la ciudad de Liu conociera en los años siguientes el nombre de aquel chico de catorce. En la calle las mujeres lo eludían, e incluso las niñas y las ancianas lo evitaban. Li Guangtou estaba indignado, pensando que había dedicado menos de dos minutos a tratar de echar un vistazo a algunos traseros desnudos y que ahora era tratado como un violador en serie. Pero, en definitiva, él había conseguido verle el nalgatorio desnudo a Lin Hong. Lin Hong era la belleza sobresaliente de la ciudad de Liu, y todos los hombres de ésta —incluidos los viejos, los jóvenes e incluso los niños— se la comían con los ojos y se les caía la baba. Algunos se ponían tan nerviosos que hasta les sangraba la nariz. Resultaba imposible calcular cuántos de aquellos hombres, acostados en sus camas por la noche, se masturbaban fantaseando sobre las dos o tres partes clave del cuerpo de la chica. Aquellos pobres diablos se volvían locos de alegría si tenían la gran suerte de cruzarse con ella una vez por semana, pero incluso entonces sólo le podían echar una mirada a la cara, el cuello y las manos. En verano podían tener un poquito más de suerte y dirigir la vista a sus pies calzados con sandalias y a sus pantorrillas sobresaliendo de la falda, pero ni un centímetro más. Sólo Li Guangtou le había visto la retaguardia desnuda, y esto suscitaba la envidia y la admiración todos los hombres de la ciudad de Liu, y los llevaba a la conclusión de que Li Guangtou debía de haber hecho algo espectacularmente bueno en una vida pasada como para merecer aquella especie de karma erótico.

Li Guangtou se convirtió en una celebridad. Aunque todas las mujeres se escondían de él, los hombres lo saludaban invariablemente con sonrisas cálidas y cómplices, echándole los brazos sobre los hombros al encontrárselo por la calle. Cuando estaban seguros de que nadie podía oírlos, le preguntaban en voz baja:

—Entonces, chico, ¿qué viste?

Li Guangtou respondía con voz cantarína:

—¡Vi culos al aire!

El hombre en cuestión se estremecía y apretaba el hombro de Li Guangtou, diciendo:

—Baja la voz, maldito. —Luego, después de mirar en derredor para asegurarse de que nadie escuchaba, susurraba de nuevo—: Eh, ¿y cómo era el de Lin Hong?

Incluso a su tierna edad, Li Guangtou comprendía su propio mérito. Comprendió que si bien su reputación apestaba, lo hacía como un costoso plato de tofu maloliente; o sea que podía apestar hasta el último cielo, pero, maldita sea, seguro que sabía bien. Le constaba que de los cinco culos que vio en el retrete público, cuatro no merecían en absoluto la pena, mientras que el quinto —el de Lin Hong— era una visión de cinco estrellas. La razón por la que Li Guangtou llegó a convertirse en el primer millonario de nuestra ciudad de Liu es que era un comerciante nato. A los catorce años empezó a utilizar el culo de Lin Hong para hacer negocio, sabiendo instintivamente cómo llevar un regateo duro y ajustarse a la inflación. En el momento en que vio a aquellos hombres lujuriosos sonriéndole de oreja a oreja, agarrándolo por el hombro y dándole golpecitos en la espalda, supo que andaban detrás de una cosa y sólo una, a saber, el secreto del culo de Lin Hong. Cuando los cinco policías del puesto, excediéndose en sus funciones, trataron de arrancarle ese mismo secreto durante su interrogatorio, Li Guangtou se lo dijo todo, sin atreverse a ocultarles nada. Pero tras ese interrogatorio inicial, cayó en la cuenta y decidió dejar de servir almuerzos gratis. En lo sucesivo, siempre que se encontraba con uno de aquellos tipos que le fingían camaradería, Li Guangtou permanecía con los labios cosidos y no describía ni la sombra de un solo pelo púbico. En lugar de eso, se limitaba a proferir una única palabra, nalgas, y aquellos hombres que se acercaban para desentrañar los misterios del culo de Lin Hong se iban con las manos vacías.

Liu el Autor, que originariamente era tornero en la industria del metal, se ganó el favor del jefe de la fábrica gracias a su capacidad para pergeñar una elaborada frase y soltar un torrente de palabras. Como resultado de ello fue ascendido a jefe de ventas. Liu el Autor tenía una novia de aspecto corriente, pero en cuanto fue ascendido y le publicaron su relato, decidió que su novia ya no era suficiente para él. En consecuencia, empezó a hacer planes respecto a Lin Hong, puesto que ella representaba la fantasía máxima de todos los hombres de la ciudad de Liu, lo mismo casados que solteros. Liu el Autor trató de deshacerse de su novia, pero ella se negó en redondo a que la dejara. Así que se plantó delante del puesto de policía y empezó a lamentarse de que Liu el Autor se la había llevado a la cama, llorosa y enseñando los diez dedos. Todo el mundo dio por sentado que pretendía significar que Liu el Autor se había acostado con ella diez veces, y por tanto la gente se quedó atónita cuando comprendió que realmente la chica estaba contando por decenas, queriendo dar a entender que se habían acostado más de cien veces. Después de esta escenificación, Liu no se atrevió a dejarla. Por aquellos días, si un hombre y una mujer se acostaban, tenían que casarse, de modo que el director de la fábrica convocó a Liu el Autor y le dijo que tenía dos alternativas: podía escoger entre casarse con su novia y conservar el empleo, o dejarla y ser destinado a limpiar lavabos, y posiblemente a ser jefe de ventas en la próxima vida, Liu el Autor sopeso ambas opciones y concluyó que su carrera mejoraría con el matrimonio, de modo que se arrastró de nuevo hacia su novia, disculpándose abyectamente. No tardaron ambos en estar mejor que nunca, paseando juntos, yendo al cine, comprando muebles e incluso haciendo preparativos para la boda.

Zhao el Poeta manifestó una honda conmiseración por las tribulaciones de Liu el Autor, sintiendo que Liu había entregado su vida a una lagarta desvergonzada. La pasión momentánea había malogrado lo mejor de él y había echado a perder su vida. Zhao el Poeta expresó su tristeza, y siempre que tropezaba con alguien decía:

—Esto es un ejemplo del proverbial patinazo por una vez, pero del que tiene uno que arrepentirse para los restos.

La gente de la ciudad no estaba de acuerdo con el diagnóstico de Zhao el Poeta, y replicaba:

—¿Cómo un patinazo por una vez? Se acostó con ella cien veces, así que por lo menos dio cien patinazos.

Zhao el Poeta se quedaba momentáneamente sin argumentos, así que trataba de dar un giro diferente a la frase, salmodiando:

—Incluso el héroe más poderoso acaba por sucumbir ante una belleza.

La gente insistía en su discrepancia: —¡Cómo que un héroe! Y desde luego ella no es una belleza.

Zhao el Poeta se veía obligado a mostrarse de acuerdo, pensando que es cierto que la gente lo ve todo. Si Liu el Autor ni siquiera era capaz de resistir a una que no era una belleza, ¿a qué podría resistir él? Así que Zhao el Poeta dejó de expresar su conmiseración y su pesar por la perdición de su colega. Con un ademán desdeñoso, inhalando aire, comentaba:

—Bueno, tampoco podía aspirar a gran cosa.

Aunque Liu el Autor estaba ya en el apogeo de sus preparativos de boda, seguía soñando con pastos más verdes. Todas las noches antes de acostarse se entusiasmaba fantaseando con cada detalle del cuerpo de Lin Hong, esperando al menos unirse a ella en sueños. Aunque fue Liu el Autor, junto con Zhao el Poeta, quien había paseado a Li Guangtou por las calles de la ciudad de Liu, se sentía un poco sobrecogido por el hecho de que Li Guangtou había echado una mirada al trasero desnudo de Lin Hong. A fin de incrementar la autenticidad y el realismo de sus imaginarios emparejamientos con Lin Hong, Liu el Autor anhelaba conocer los restantes misterios de aquel cuerpo. Así pues, cada vez que veía a Li Guangtou lo saludaba como a un viejo amigo. Sin embargo, se sentía hondamente decepcionado por la negativa de Li Guangtou a proferir más de una sola palabra: nalgas. Un día le dio a Li Guangtou unos afables golpecitos en el cogote y le preguntó:

—¿Es que no puedes escupir otra cosa por esa boca?

—¿Como qué?

—La palabra nalgas peca de abstracta. ¿No puedes decirme algo más concreto...?

Li Guangtou inquirió con una voz cantarína:

—¿Cómo se pueden concretar las nalgas?

—Eh, eh, deja de gritar. —Liu el Autor miró en derredor, y luego continuó, haciendo gestos incontrolados—: Por ejemplo, lo grande o pequeño que tenía el culo, si llenito o huesudo...

Li Guangtou reflexionó sobre los cinco traseros que vio en la letrina, y anunció alegremente:

—¡Tienes razón! Los culos varían de tamaño y forma. Pero luego volvió a su mutismo. Liu el Autor pensó que necesitaba más ayuda, así que, pacientemente, le indicó:

—Los culos son como las caras. Cada cara es diferente; unas tienen lunares y otras no. Así que ¿cómo era el Lin Hong?

Li Guangtou lo pensó detenidamente, y respondió:

—Lin Hong no tiene lunares en la cara.

—Ya sé que no tiene lunares en la cara. Pero no te estoy preguntando por la cara. ¿Cómo era su culo?

Incluso a aquella tierna edad, Li Guangtou ya dominaba la cara de póquer. Así que, tranquilamente, le preguntó a Liu el Autor:

—¿Y qué me darás a cambio?

Liu el Autor no tenía otra opción que tratar de sobornarlo. Razonó que Li Guangtou era sólo un niño, y sacó unos caramelos. Li Guangtou se puso a roer uno e hizo un gesto a Liu el Autor para que bajara la cabeza. Entonces, con considerable deleite, se lanzó a una detallada descripción del culito que no merecía la pena. Liu el Autor preguntó dubitativamente:

—¿Ése es el culo de Lin Hong?

Li Guangtou negó con la cabeza.

—Ése era el más canijo.

—¡Maldita sea! —y Liu el Autor continuó maldiciendo—. No es tu madre, ni siquiera tu hermana mayor...

Li Guangtou decidió que había dado en el clavo.

—Tienes razón, ella no es mi madre ni tampoco mi hermana... —Pero entonces negó de nuevo con la cabeza y añadió—: Pero es mi amante soñada, así que no me atrevo a hablar de ello.

—¿Qué clase de sueño podrías tener, cabroncete? —preguntó Liu el Autor ansiosamente—. ¿Y qué significado tiene esto para ti, como para que no te atrevas a hablar de ello?

Li Guangtou frunció el ceño y reflexionó un buen rato.

—¿Por qué no me invitas a un cuenco de fideos? Entonces, quizá, pueda soportarlo.

Liu el Autor dudó, luego rechinó los dientes y accedió:

—De acuerdo.

Tragando saliva, Li Guangtou fue directo al grano.

—No quiero un cuenco de nueve centavos de fideos sin sazonar. Lo que yo quiero es un cuenco de 35 centavos de fideos especiales de la casa, esos con sabores de pescado, carne y camarones mezclados.

—¿Fideos especiales de la casa, de tres sabores? —bramó Liu el Autor—. ¡Pequeño cabrón! Ni siquiera yo puedo permitirme tomar fideos especiales de la casa más que unas pocas veces al año. Si yo no puedo comprármelos para mí, ¿por qué tendría que estar dispuesto a pagártelos a ti? Sigue soñando, chico.

Li Guangtou asintió dignamente.

—Claro, si no puedes permitirte comprar fideos especiales de la casa para ti mismo, ¿cómo podrías comprármelos a mí?

—Exacto. —A Liu el Autor le complacía mucho la actitud de Li Guangtou—. Así pues tendrás un cuenco de fideos corrientes.

Li Guangtou volvió a tragar saliva y dijo, con expresión apesadumbrada:

—Pero por unos fideos sin sazonar no creo que merezca la pena compartir mi secreto.

Liu el Autor hizo rechinar los dientes, furioso. Nada deseaba más que abofetear a Li Guangtou hasta que tuviera la cara cubierta de sangre. Pero al fin accedió a tratar con Li Guangtou lo del cuenco de fideos especiales de la casa. Volvió a sus denuestos, pero esta vez en lugar de decir maldita sea dijo jolín, y luego añadió:

—De acuerdo, tendrás tus fideos especiales de la casa. Ahora dame todos los detalles.

Tong el Herrero también acabó por oír hablar del culo de Lin Hong. Tras enterarse de que Li Guangtou le había visto el culo a su propia mujer, Tong el Herrero lo abofeteó como si estuviera forjando acero, saltándole a Li Guangtou dos dientes y haciendo que sus oídos le zumbaran continuamente durante los seis meses siguientes. Pero Tong el Herrero era también un tipo que aspiraba a «pastos más verdes», y cada noche, cuando se acostaba con su gorda esposa en los brazos, cerraba los ojos y fantaseaba sobre la esbelta figura de Lin Hong. A diferencia de Liu el Autor, Tong fue directamente al grano. Cuando vio a Li Guangtou en la calle, le cerró el paso con su corpulenta humanidad y dirigió hacia abajo su mirada.

—Eh, chico —dijo—. ¿Te acuerdas de mí?

Li Guangtou levantó la vista.

—Te reconocería aunque no fueras más que un montón de cenizas.

Tong el Herrero lo miró con el ceño fruncido.

—¿Así que me deseas la muerte, chico?

—No, no, no... —se apresuró a contestar Li Guangtou, pensando que debía evitar aquellos grandes puños a toda costa. Li Guangtou se abrió la boca con las manos, mostrándosela a Tong el Herrero—. ¿Lo ves, lo ves? Me faltan dos dientes por tu culpa.

Después Li Guangtou se señaló la oreja.

—Aquí dentro hay como una colmena, con todo el zumbido.

Tong el Herrero se echó a reír y declaró, para que lo oyeran los viandantes:

—Bueno, como no eres más que un crío, te invito a un cuenco de fideos para compensarte.

Tong el Herrero se dirigió pavoneándose al Restaurante Popular, con las manos a la espalda, seguido de cerca por Li Guangtou. Éste pensaba para sus adentros que el presidente Mao tenía razón cuando dijo que no existen ni el amor ni el odio inmerecidos. Por tanto, si Tong el Herrero de repente quería obsequiarle con un cuenco de fideos, debía ser porque deseaba hacer averiguaciones sobre el culo de Lin Hong. Li Guangtou se adelantó corriendo y le preguntó tranquilamente:

—Así que me invitas a un cuenco de fideos para ponerte al corriente de culos, ¿verdad?

Tong rompió a reír y asintió:

—Eres un chico listo.

—Pero tú ya tienes un culo en casa...

—Ya sabes cómo son los hombres —dijo Tong en tono confidencial—. Nunca dejan de mirar el puchero, aunque estén comiendo en su cuenco.

Tong entró en el Restaurante Popular con la actitud de quien está dispuesto a hacer un gran gasto, pero en el momento en que se sentó se convirtió en un roñoso, y sólo le pagó a Li Guangtou un cuenco de fideos corrientes. Li Guangtou se sintió contrariado, pero no dijo nada. Una vez el cuenco de fideos estuvo en la mesa, Li Guangtou se precipitó sobre él con sus palillos y sorbió ruidosamente hasta que su rostro quedó cubierto de sudor y de mocos. Tong el Herrero observaba a Li Guangtou mientras los mocos le colgaban hasta la comisura de los labios y se los sorbía una y otra vez. Después de verle repetir la operación en cuatro ocasiones, Tong el Herrero de pronto se dio cuenta de que la mitad de los fideos ya había desaparecido, y se impacientó con la reticencia de Li Guangtou.

—Eh, eh, no te limites a sentarte ahí y comer. Ya es hora de hablar.

Li Guangtou se sorbió los mocos, se secó el sudor, miró en derredor y empezó a hablar en voz baja. No describió el trasero de Lin Hong, sino uno gordo. Cuando Li Guangtou hubo terminado, Tong el Herrero le dirigió una mirada de sospecha.

—¿Por qué será que me suena como si fuera el de mi mujer?

—Es que es el culo de tu mujer —respondió Li Guangtou dignamente.

A Tong el Herrero lo invadió la ira y levantó la mano, bramando:

—¡Te voy a sacudir bien, pequeño cabrón!

Li Guangtou se apresuró a dar un brinco para evitar la ancha palma de la mano de Tong. En ese momento, todo el mundo en el restaurante se volvió a mirarlos, de modo que Tong el Herrero hubo de convertir la que iba a ser bofetada en un ademán. Señaló a Li Guangtou:

—Vuelve a sentarte.

Li Guangtou asintió y sonrió a los demás clientes del restaurante, calculando que mientras éstos le prestaran atención, Tong el Herrero no se atrevería a pegarle. Tomó pues asiento de nuevo frente a Tong el Herrero, que lo miraba con el ceño fruncido.

—Venga, date prisa, háblame del de Lin Hong...

Li Guangtou miró alrededor y, advirtiendo que todo el mundo continuaba mirándolo a él, sonrió aliviado y prosiguió en voz alta:

—Todo culo tiene su precio. El culo de tu mujer te costará un cuenco de fideos corrientes, pero el de Lin Hong vale un cuenco de fideos especiales de la casa.

A Tong el Herrero le acometió tal furia que durante un buen rato no pudo ni musitar una respuesta. Viendo que Li Guangtou volvía despreocupadamente a sus fideos, Tong el Herrero le arrebató el cuenco de las manos y soltó:

—Me los comeré yo.

Li Guangtou se volvió para mirar a los demás clientes del restaurante, que parecían perplejos por aquel intercambio de fideos. Li Guangtou sonrió y explicó:

—La cosa es así: primero me invitó a medio cuenco de fideos, y luego yo correspondí invitándole a la otra mitad.

A partir de entonces, el precio que pedía Li Guangtou fue del conocimiento público: un cuenco especial de la casa por los secretos del culo de Lin Hong. En los seis meses en que los oídos de Li Guangtou siguieron zumbando, fue invitado a 56 cuencos de fideos especiales de la casa, y comió sistemáticamente por este procedimiento hasta su decimoquinto año. De forma gradual, su físico, flaco y cetrino, se fue transformando en rubicundo y regordete. Pensaba que conseguir tantos fideos especiales de la casa era, verdaderamente, un caso de mala suerte que se convierte en buena. En aquel momento, Li Guangtou no tenía ni idea de la cuantiosa fortuna que iba a amasar, ni la menor noción de que acabaría aburrido hasta de los más extravagantes festines. Pero por entonces Li Guangtou era un chico pobre, y consideraba que un cuenco de fideos especiales de la casa era como darse una vuelta por el paraíso; una vuelta que dio 56 veces durante aquel medio año.

Los designios de Li Guangtou sobre los fideos especiales de la casa no siempre se cumplían fácilmente: en ocasiones, sólo los conseguía tras una cierta lucha. Las incontables personas que esperaban enterarse de los secretos del culo de Lin Hong trataban de conseguir sus propósitos con sólo un cuenco de fideos corrientes, pero Li Guangtou no cedía, y regateaba pacientemente hasta que lograba lo que perseguía. Como resultado, cada uno de esos clientes lo miraba con respeto, y observaba que aquel pequeño cabrón de quince años era más agudo y regateaba con más dureza que un hombre de cincuenta.

Frente al taller de Tong el Herrero se abría un taller de afilador, perteneciente al Viejo Guan Tijeras y a su hijo, el Pequeño Guan Tijeras. Este último empezó a aprender el oficio de su padre a los catorce años. El Pequeño Guan, que ahora contaba veintitantos, no tenía ni esposa ni novia, pero desde hacía mucho admiraba a Lin Hong, y por tanto también quería conocer los secretos de su trasero. Le hizo una seña a Li Guangtou, y le sugirió que sus buenos tiempos tocaban a su fin, pues Lin Hong no tardaría en echarse novio, y entonces nadie volvería a invitarle a fideos. Por eso Li Guangtou tendría que tomar lo que pudiera y conformarse con el cuenco de fideos corrientes, porque no tardaría en sentirse feliz con un simple cuenco de caldo.

Li Guangtou estaba perplejo y preguntó:

—Y eso ¿por qué? El Pequeño Guan Tijeras se explicó:

—Piénsalo. Una vez Lin Hong tenga novio, ¿acaso no conocerá su trasero mejor que tú? Así que todo el mundo acudirá a él para hacer averiguaciones al respecto, y entonces, ¿quién volverá a prestarte atención a ti?

Al principio Li Guangtou pensó que aquello era muy sensato, pero después de reflexionar mejor se percató del fallo en la lógica del Pequeño Guan, y preguntó, chasqueando la lengua:

—¿Pero el novio de Lin Hong te contará esos detalles? Li Guangtou levantó la cabeza y cerró los ojos y dijo en tono de ensoñación:

—Si yo algún día me convirtiera en su novio, seguro que no le contaría nada a nadie... —Luego se volvió hacia el Pequeño Guan Tijeras y dijo con todo descaro—: Así que aprovecha la ocasión e invítame a un cuenco de fideos especiales de la casa antes de que me convierta en el novio de Lin Hong...

Aunque Li Guangtou nunca cedía un milímetro en cuanto al precio, era hombre de palabra, de modo que una vez había sido invitado a un cuenco nunca se guardaba un solo detalle de los secretos del culo de Lin Hong. Como resultado de ello, disfrutaba de un regular flujo de clientes, y de casi más negocio del que podía abarcar. Había incluso clientes que repetían, incluida una persona particularmente olvidadiza que acudió a él tres veces.

Cuando Li Guangtou describía la forma de las nalgas de Lin Hong, su audiencia lo escuchaba embelesada, con la mayor atención, con la boca abierta, colgándole la mandíbula, sin conciencia siquiera de que estaba cayéndosele la baba. Pero cuando terminaba, quienes componían esa audiencia parecían pensativos al decir: «Suena un poco desagradable.»

Gracias a las detalladas descripciones de Li Guangtou, aquellos hombres comprendieron que la Lin Hong sobre la que fantaseaban todas las noches era algo distinta de la persona real.

Zhao el Poeta también fue al encuentro de Li Guangtou. De los 56 cuencos de fideos especiales de la casa a los que Li Guangtou había sido invitado, uno correspondía a Zhao el Poeta. Mientras Li Guangtou engullía con entusiasmo ese cuenco de fideos, advirtió que por alguna razón era más sabroso que los otros. Radiante de satisfacción, se golpeó el pecho y le dijo a Zhao el Poeta:

—Sólo hay una persona en toda China que haya comido más fideos especiales de la casa que yo.

—¿Y quién es? —preguntó Zhao el Poeta.

—El presidente Mao —respondió Li Guangtou solemnemente—. Por supuesto que nuestro venerable presidente Mao puede comer lo que quiera. Aparte de él, no hay nadie que pueda igualarme.

Zhao el Poeta había ido a menudo a aquella misma letrina a espiar los culos de las mujeres. La letrina era su elemento, pero después de un año entero de vigilancia, Zhao no había conseguido dirigir una sola mirada al culo de Lin Hong.

Zhao el Poeta sentía que él era el único que cultivaba el campo, mientras que Li Guangtou se limitaba a gozar de los frutos de su cosecha. Si Li Guangtou no se le hubiera adelantado aquel día, el propio Zhao habría sido la primera persona en echarle el ojo al culo de Lin Hong. Zhao el Poeta tenía la impresión de que Li Guangtou debía estar verdaderamente bendecido para haber tenido semejante suerte. Aquel día Zhao el Poeta había planeado en principio echar un vistazo a los culos de las mujeres, pero cuando echó el guante a Li Guangtou su rostro enrojeció de emoción, y de pronto perdió el interés por los culos femeninos y, en cambio, dirigió toda su atención a Li Guangtou, haciéndolo desfilar interminablemente arriba y abajo por la calle.

Un buen número de personas acabó enterándose por Li Guangtou del secreto del culo de Lin Hong. Zhao el Poeta, no queriendo quedarse fuera de ese círculo, también se proponía disfrutar de aquellos bienes. Pero cuando se encontraba con Li Guangtou, Zhao no estaba dispuesto a invitarlo siquiera a un cuenco de fideos corrientes, y mucho menos a fideos especiales de la casa. Aunque Zhao el Poeta era uno de los que había hecho desfilar a Li Guangtou por las calles y había hundido su reputación, también consiguió, sin más ayuda, que Li Guangtou fuera el destinatario de más de cincuenta cuencos de fideos especiales de la casa. La actual tez rubicunda de Li Guangtou se debía por entero a él, de manera que Zhao consideraba que Li Guangtou debía expresarle su gratitud. Zhao el Poeta sacó la revista del centro cultural provincial, con retratos de Li Bai y Du Fu en la cubierta, y la hojeó hasta llegar a la página que contenía su magna obra. Cuando Li Guangtou alargó la mano para coger la revista, Zhao el Poeta la retuvo, como si lo fueran a atracar, y se apresuró a retirar de un manotazo la mano de Li Guangtou. No quería que Li Guangtou cogiera su revista, aduciendo que tenía las manos demasiado sucias, y por tanto insistió en sostenerla mientras Li Guangtou leía el poema.

Pero en lugar de leer el poema Li Guangtou se limitó a contar los caracteres, y exclamó:

—¿Tan pocos? Sólo hay cuatro líneas, con siete caracteres por línea, lo que da como resultado sólo veintiocho caracteres·

Zhao el Poeta estaba sumamente molesto, y dijo:

—¡Puede que sólo haya veintiocho caracteres, pero cada uno de ellos es una perla!

Li Guangtou dijo que había comprendido el amor de Zhao el Poeta por su propio trabajo. Hablando como una persona experimentada, comentó:

—Hay dos cosas que uno siempre aprecia: la escritura propia y la mujer ajena.

Zhao el Poeta respondió desdeñosamente:

—¡Qué sabrás tú, a tu edad!

Entonces Zhao el Poeta fue al grano. Dijo que estaba escribiendo un relato sobre un joven que fue sorprendido in fraganti espiando los culos de la mujeres en la letrina pública, y que necesitaba la ayuda de Li Guangtou con una pincelada sobre las descripciones psicológicas internas. Li Guangtou preguntó:

—¿Qué clase de descripciones?

Zhao el Poeta se apresuró a contestar:

—¿Cuál era tu estado mental cuando echaste el primer vistazo a un trasero de mujer? Por ejemplo, cuando se lo viste a Lin Hong...

Li Guangtou comprendió de repente.

—Así que es eso lo que andabas buscando. ¿El culo de Lin Hong? Eso te costará un cuenco de fideos especiales de la casa.

—¡Basura! —exclamo Zhao el Poeta, indignado—. ¿Te parezco esa clase de persona? Déjame decirte que yo no soy Liu el Autor. ¡Yo soy Zhao el Poeta! Yo me he ofrendado en el altar de la literatura. He hecho voto, primero, de que hasta que publique en una de las revistas literarias más importantes de la nación no me buscaré novia; segundo, que no me casaré; y, tercero, que no tendré hijos.

Li Guangtou pensó que la lógica de la afirmación de Zhao el Poeta parecía falaz, y le pidió que repitiera su voto. Zhao el Poeta creyó que sus palabras habían conmovido a Li Guangtou, así que las repitió con mucha emoción. Li Guangtou acabó por captar el problema y observó en tono de suficiencia:

—Tu razonamiento no tiene sentido. Si no encuentras novia, ¿cómo podrías casarte o tener hijos? O sea que, realmente, sólo necesitas la primera condición, porque las otras dos son la consecuencia.

Zhao el Poeta se quedó sin habla. Después de abrir la boca varias veces, finalmente escupió:

—No entiendes de literatura. Olvida eso y háblame de tu estado mental.

Li Guangtou levantó un dedo.

—Un cuenco de fideos especiales de la casa.

Zhao el Poeta no podía creer que alguien fuera tan desvergonzado. Después de rechinar los dientes un rato, finalmente sonrió y reanudó sus súplicas.

—Piensa en ello. Eres el protagonista de mi novela. Una vez se publique y se haga famosa, ¿no serás famoso tú también?

Zhao el Poeta vio que Li Guangtou lo escuchaba con expresión seria, así que continuó:

—¿Y no tendrías que agradecerme tu futura fama?

Li Guangtou cacareó:

—¿Así que me vas a convertir en un villano y encima tendría que darte las gracias?

Zhao el Poeta quedó desconcertado y pensó para sí: Este pequeño Li Guangtou es agudo. No es de extrañar que todo el mundo diga que este cabrón de quince años es más duro de pelar que un vejestorio. Zhao hizo lo posible para continuar sonriendo:

—Al final de la novela el joven comprende que su proceder es equivocado.

Li Guangtou no tenía el mínimo interés por la novela de Zhao el Poeta. Puso el dedo tieso y dijo con firmeza:

—Me da lo mismo mi estado mental o el culo de Lin Hong. Mi precio es un cuenco de fideos especiales de la casa.

—¡Qué duro es razonar con un bárbaro! —Zhao el Poeta elevó la mirada al cielo y emitió un gran suspiro. Con gran contrariedad, desistió—. Un trato es un trato.

Zhao el Poeta y Li Guangtou llegaron al Restaurante Popular. Mientras Li Guangtou sorbía ruidosamente los fideos pagados por Zhao el Poeta, empezó a explicar lo que había pensado cuando les vio el culo a las mujeres, evocando cómo se había echado a temblar. Zhao el Poeta preguntó:

—¿Qué quieres decir que te temblaba, el cuerpo o el corazón?

—Oh, sí, el corazón también me temblaba.

Zhao el Poeta pensó que ésa era una maravillosa descripción, y se apresuró a apuntarla en su cuaderno. Li Guangtou, limpiándose el sudor y los mocos ocasionados por la ingestión de los fideos, hizo una pausa antes de continuar:

—Luego, dejé de temblar.

Zhao el Poeta no comprendió.

—¿Qué quieres decir con que dejaste de temblar?

—Pues que dejé de temblar, eso es todo. Una vez le hube visto el culo a Lin Hong, me quedé completamente hipnotizado. No podía ver o sentir nada; sólo su culo y el deseo de verlo con más claridad. No podía oír nada a mi alrededor. De otro modo, ¿cómo no te hubiera oído entrar?

—En eso tienes razón. —Los ojos de Zhao el Poeta brillaron—. Cuando el silencio se impone al sonido, ¡eso es realmente la cima del arte!

Mientras Li Guangtou proseguía su descripción sobre la tersa piel de Lin Hong y la ligera protuberancia de su rabadilla, la respiración de Zhao el Poeta se hizo más trabajosa. Li Guangtou explicaba cómo trató de agachar el cuerpo un poco más, para poder ver la región púbica de Lin Hong... y el rostro de Zhao el Poeta se llenó de tensión, como si estuviera aguardando la culminación de un relato de fantasmas, lo mismo que le había sucedido a los policías en el puesto. En el preciso momento en que Zhao el Poeta, sin respiración, esperaba aquella culminación, se percató de que los labios de Li Guangtou habían dejado de moverse.

—¿Y entonces? —preguntó ansiosamente.

—Entonces, nada —respondió Li Guangtou, enfadado.

—¿Cómo que nada?

Zhao el Poeta aún estaba perdido en el ensueño alimentado por las palabras de Li Guangtou. Este último dio un manotazo en la mesa y dijo:

—¡Como que en ese momento crítico tú, hijoputa, me agarraste y me hiciste levantar!

Zhao el Poeta sacudió la cabeza una y otra vez.

—Con que sólo hubiera llegado diez minutos más tarde...

—¿Diez minutos? —refunfuñó Li Guangtou—. Hubieran bastado diez segundos, cabrón.