CAPÍTULO 49

El negocio de desperdicios de Li Guangtou subió como la espuma. Un año más tarde consiguió un pasaporte con un visado para el Japón, de modo que pudo viajar a ese país para escarbar en algunos negocios de basuras. Pero antes de partir hizo una visita a cada uno de sus cinco antiguos socios, para preguntarles si estaban interesados en volver a invertir. Ahora a Li Guangtou no le faltaba dinero, pero previendo que iba a ser tan rico como un petrolero, pensó de inmediato en sus cinco antiguos socios y consideró que debía darles otra oportunidad, permitiéndoles seguirlo en la senda hacia la riqueza.

Vistiendo aún sus andrajos, Li Guangtou fue a ver a Tong el Herrero. A diferencia de la última vez, cuando llegó con su mapamundi, ahora se presentó con el pasaporte en la mano. Le gritó a un Tong el Herrero cubierto de sudor:

—Tong el Herrero, apuesto a que nunca has visto un pasaporte, ¿eh que no?

Tong el Herrero desde luego que había oído hablar de pasaportes, pero nunca había visto uno. Se secó las manos en el delantal, cogió el pasaporte y lo examinó. Lo hojeó con envidia y exclamó:

—¿Qué es este papel extranjero pegado dentro?

—Es un visado japonés.

Li Guangtou apartó el pasaporte con gesto orgulloso y lo guardó cuidadosamente en el bolsillo de su raída camisa. Luego se sentó en el largo banco con el que, de muchacho, había mantenido relaciones sexuales, levantó la pierna y expuso en términos grandilocuentes sus planes para su negocio de basuras. Dijo que China ya no podía seguir satisfaciendo sus necesidades en materia de negocios, pero que quizá el mundo sí pudiera. Primero iría al Japón para hacer algunas compras... Tong el Herrero preguntó:

—Comprar ¿qué?

—Comprar basura. Voy a empezar un comercio internacional de basura.

Entonces Li Guangtou preguntó a Tong el Herrero si estaba interesado en invertir de nuevo. Dijo que ahora se hallaba en una situación mucho mejor que cuatro años antes. Si Tong el Herrero invertía, no le vendería cada acción por cien yuanes, sino por mil. Incluso a ese precio Tong el Herrero haría un buen negocio. Una vez Li Guangtou hubo terminado su exposición, dirigió a Tong el Herrero una mirada despreocupada en la que podía leerse «lo tomas o lo dejas».

Tong el Herrero recordó la dolorosa lección que aprendió la última vez que invirtió, y lo invadió una sensación de incomodidad mientras observaba a Li Guangtou con su atuendo andrajoso. Razonó que aquel cabroncete, sin salir de la ciudad de Liu, se las arregló para hacer bien algunas cosas. Pero una vez saliera del límite de la ciudad, ¿quién sabe en qué lío iba a meterse? Tong el Herrero negó con la cabeza y dijo que no deseaba invertir.

—Estoy satisfecho con lo poco que tengo —explicó— y no aspiro a hacer fortuna.

Li Guangtou se echó a reír mientras se levantaba y, con expresión magnánima, se dirigió a la puerta y volvió a sacar el pasaporte. Agitándolo ante Tong el Herrero, dijo:

—Ahora soy un guerrero internacional.

Li Guangtou abandonó la herrería y fue a visitar a Zhang el Sastre y al Pequeño Guan Tijeras. Después de oír sus planes de poner en marcha un negocio internacional de basuras, ambos dudaron, y le preguntaron si Tong el Herrero había accedido a invertir. Li Guangtou negó con la cabeza y explicó que Tong el Herrero estaba satisfecho con lo que tenía y que renunciaba a mayores ambiciones. Zhang y Guan se apresuraron a decir que también ellos estaban contentos con lo que tenían y que no alentaban mayores ambiciones. Li Guangtou los miró con lástima, asintió y se dijo:

—Para ser un guerrero internacional hay que tener valor.

En cuanto Li Guangtou se hubo marchado, Zhang el Sastre y el Pequeño Guan Tijeras corrieron al taller de Tong el Herrero y le preguntaron sobre la inversión en la nueva iniciativa de Li Guangtou. Tong el Herrero frunció el ceño.

—Lo que Li Guangtou va a hacer es irse de la ciudad de Liu, y yo estaría angustiado. Además, el negocio de basuras no es exactamente un negocio claro.

—Eso es verdad —corroboraron Zhang el Sastre y Guan Tijeras, asintiendo.

Tong el Herrero escupió en el suelo y prosiguió:

—Hace cuatro años pedía cien yuanes por acción, pero ahora ha aumentado el precio a mil, y aún tiene el cuajo de decir que las pagaríamos baratas. Los precios de ese cabroncete crecen demasiado aprisa.

—Eso es verdad —repitieron Zhang el Sastre y el Pequeño Guan Tijeras, asintiendo de nuevo.

—Ni siquiera durante la guerra chino-japonesa los precios aumentaron tan aprisa —dijo Tong el Herrero, airado—. Ahora vivimos en paz, y ese cabrón sigue como un especulador en tiempo de guerra.

—Eso es verdad. El muy cabrón.

Li Guangtou se encontró en la calle con Wang el Heladero, y ante la falta de entusiasmo de sus antiguos socios, cuando ofreció a Wang la posibilidad de invertir en su negocio, lo hizo realmente sin convicción. Cuando Li Guangtou concluyó su exposición, Wang el Heladero se sumió en profundas cavilaciones. También él rememoraba la dolorosa lección de la última vez. A diferencia de Tong el Herrero, Wang no se paró en eso, sino que recordó también cómo Li Guangtou había asegurado que devolvería las aportaciones, y cómo consiguió una oportunidad allá donde no parecía posible ninguna. Pensó en su propia miserable situación: para entonces había ahorrado mil yuanes, pero ciertamente eso no le bastaba para jubilarse. Por tanto, consideró que podía muy bien apostar de nuevo, y si perdía, al menos había vivido la mejor parte de su vida. Li Guangtou permaneció aguardando mientras Wang el Heladero parecía perdido en sus pensamientos. Con la cabeza inclinada, guardó silencio hasta que, por fin, Li Guangtou perdió la paciencia.

—¿Entras o te quedas fuera?

Wang el Heladero levantó la cabeza y respondió:

—Entonces, por quinientos yuanes ¿sólo podré comprar media acción?

—Incluso media acción es una ganga.

—Pues entro —decidió Wang el Heladero, apretando los dientes—. Pongo mil yuanes.

Li Guangtou se lo quedó mirando sorprendido.

—Nunca hubiera esperado que tuvieras grandes aspiraciones. Bien es verdad eso que dicen de que no se puede juzgar un libro por su cubierta.

Finalmente, Li Guangtou fue al encuentro de Yu el Sacamuelas. Por entonces éste se hallaba sumido en una crisis profesional. La Oficina de Higiene del distrito había anunciado que los médicos «por su cuenta», como él, ahora deberían superar un examen: los que lo aprobaran recibirían un título oficial de médico, mientras que a los suspendidos no se les permitiría seguir ejerciendo. Cuando Li Guangtou se le acercó, tenía en el regazo un voluminoso libro de texto, Anatomía humana, y recitaba con los ojos cerrados. Pero cada vez que conseguía decir la primera mitad de una frase, se daba cuenta de que había olvidado la segunda mitad. Después abría los ojos para comprobar esa segunda mitad, y entonces resultaba que había olvidado la primera. Yu el Sacamuelas no dejaba de abrir y cerrar los ojos como si estuviera ejercitando los párpados.

Li Guangtou se dejó caer en el sillón de mimbre de Yu el Sacamuelas. Éste creyó al principio que se trataba de un cliente, pero cuando abrió los ojos se encontró con que era Li Guangtou. Cerró de golpe su libro de texto de Anatomía humana y preguntó airadamente:

—¿Qué es la cosa más inmoral del mundo?

—¿Qué es la cosa más inmoral del mundo? —repitió Li Guangtou, que no tenía ni idea de cómo responder.

—El cuerpo humano es la cosa más inmoral —dijo Yu el Sacamuelas golpeando la cubierta del volumen de Anatomía humana—. Un cuerpo humano sano no sólo contiene muchos órganos, sino que además tiene muchos músculos, vasos sanguíneos y nervios. Yo ya no soy joven; ¿cómo puedo aprenderme todo eso? ¿No estás de acuerdo en que es inmoral?

Li Guangtou asintió.

—Es jodidamente inmoral.

Como una presa que abre sus compuertas, Yu el Sacamuelas soltó un torrente de agravios. Dijo que en los treinta años y pico que llevaba trabajando por su cuenta, había extraído incontables dientes y todo el mundo lo apreciaba, y lo consideraba el mejor sacamuelas en una distancia de cien li. Ahora, la puta Oficina de Higiene del distrito pretendía que todo el mundo pasara un examen, y ahí era donde su carrera podía tener un final amargo. A Yu el Sacamuelas se le enrojecieron los ojos. Había gozado de una reputación intachable durante toda su carrera, y ahora todo iba a irse por el desagüe porque tropezaría con aquel maldito libro de texto de anatomía. Yu el Sacamuelas miraba la muchedumbre pasear calle arriba y calle abajo y dijo, desconsolado:

—La muchedumbre «se queda tan fresca si desaparece el mejor sacamuelas en una distancia de cien li.

Li Guangtou no pudo evitar reírse. Alargó el brazo, dio unas palmaditas en la mano de Yu el Sacamuelas y le preguntó si estaba dispuesto a invertir otra vez. Yu el Sacamuelas entrecerró los ojos y, al igual que los demás socios, se entregó de inmediato a una serie de cálculos mentales. Cuando pensó en el anterior fracaso de Li Guangtou, lo acometió el pánico, pero cuando dirigió la mirada al libro de texto de anatomía humana que tenía en las manos, el pánico aún fue mayor. Después de considerar el asunto desde todos los ángulos concebibles, preguntó si sus antiguos socios habían decidido o no invertir. Li Guangtou respondió que Tong, Zhang y Guan optaron por no hacerlo, pero sí Wang el Heladero. Yu el Sacamuelas quedó atónito al oír que a Wang el Heladero, que ya había perdido una vez su inversión, aún le quedaran ganas de intentarlo una segunda vez.

—¿Cómo tuvo agallas Wang el Heladero para hacer eso? —murmuró para sí.

—Tiene ambiciones elevadas —dijo Li Guangtou en tono aprobatorio—. Piensa que no tiene a nadie con quien contar, así que, de forma natural, cuenta conmigo.

Yu el Sacamuelas miró el volumen de Anatomía humana que sostenía en la mano, y se le ocurrió que él tampoco tenía a nadie con quien contar. Inmediatamente se sintió audaz y alzo dos dedos, diciendo:

—Yo también tengo ambiciones elevadas. Aporto dos mil yuanes: dos acciones.

Cuando acabó de hablar, Yu el Sacamuelas arrojó al suelo su libro de texto de Anatomía humana y lo pisoteó. Agarró de la mano a Li Guangtou y exclamó apasionadamente:

—Te seguiré hasta los confines de la tierra, Li Guangtou. Si has tenido tanto éxito con la basura, ¿quién sabe de lo que hubieras sido capaz con algo que no fuera basura? Quizá, incluso, podrías haber fundado una nación...

—La política no me interesa en absoluto —le atajó Li Guangtou.

Pero Yu el Sacamuelas no había terminado:

—¿Qué hay de tu mapamundi? ¿Siguen allí todos aquellos puntos? Cuando tú y yo seamos ricos, sin duda visitaremos todos esos lugares.

La segunda vez que Li Guangtou abandonó la ciudad de Liu, volvió a detenerse en el puesto de bocaditos de Mama Su antes de partir. Mientras comía su bollo al vapor, se sacó el pasaporte de entre su ropa harapienta y lo mostró a Mama Su, para que la mujer ampliara horizontes. Tomó sorprendida el pasaporte, lo inspeccionó y, luego, comparó la foto con Li Guangtou.

—La persona de la foto se te parece mucho.

—¿Cómo que se me parece? —protestó Li Guangtou—. Soy yo.

Mama Su continuó estudiando atentamente el pasaporte y preguntó sorprendida:

—¿Y con esto puedes salir al extranjero, al Japón?

—Desde luego —respondió Li Guangtou, recuperando el pasaporte—. Tienes las manos llenas de grasa.

Mama Su, cohibida, se limpió las manos en el delantal, mientras Li Guangtou utilizaba la manga de su raída camisa para quitar la grasa del pasaporte. Advirtiendo que iba vestido de harapos, Mama Su preguntó:

—¿Vas a ir vestido así al Japón?

—No te preocupes, no voy a deshonrar a nuestra nación —aclaró Li Guangtou mientras se sacudía el polvo de su ropa—. Cuando llegue a Shanghai me compraré ropa decente.

Cuando Li Guangtou se hubo llenado la tripa y salió del puesto de bocaditos de Mama Su, recordó cómo cuatro años antes ella estuvo a punto de invertir en su primera empresa, y consideró que también debía brindarle una oportunidad. Li Guangtou le habló brevemente sobre la posibilidad de volver a invertir. El corazón de Mama Su estaba dividido, y de inmediato recordó la pérdida que habían sufrido los demás, y cómo la razón de que ella no perdiera su inversión se debió a que había ido al templo a quemar incienso. En tiempos recientes, el negocio le había ido bien y estuvo tan ocupada que llevaba tres semanas sin acudir al templo a quemar incienso.

Así pues, negó con la cabeza y dijo que ahora no invertiría. Li Guangtou asintió con gesto decepcionado y se volvió para marcharse, encaminándose decididamente hacia la estación de autobuses de la ciudad de Liu. De modo que por segunda vez desplegó sus alas y levantó el vuelo.