CAPÍTULO 52

Cuando Li Guangtou hizo fortuna con sus trajes basura, su primer pensamiento fue para Song Gang. Consideraba que ahora que sus planes habían dado fruto, debía invitar a Song Gang a unírsele, de modo que ambos hermanos pudieran crear juntos un imperio mercantil. Li Guangtou puso la casa patas arriba en busca del suéter que Song Gang le tejió cuando lo nombraron director de la fábrica. Al día siguiente se lo puso, con la chaqueta abierta a fin de que fuera claramente visible la imagen del Barco de las grandes expectativas bordada en el delantero, y navegó con él por las calles de Liu hasta el domicilio de Song Gang. No había estado allí desde el día en que se presentó con su certificado de vasectomía, tras la boda de Song Gang. Li Guangtou observó a Song Gang y a Lin Hong por la ventana, y cuando abrieron la puerta y salieron, Li Guangtou, emocionado, se abrió su raída chaqueta y dijo cariñosamente:

—Song Gang, ¿te acuerdas de este suéter? ¿Recuerdas este Barco de las grandes expectativas? Tenías razón, Song Gang, finalmente soy el capitán de mi propio Barco de las grandes expectativas. Song Gang, ¿por que no vienes y te conviertes en el primer oficial del barco...?

Cuando Song Gang abrió la puerta y vio a Li Guangtou allí de pie, la sorpresa le hizo dar un salto, ya que nunca hubiera esperado ver a su hermano esperando a la puerta de su casa. No le había dirigido la palabra durante varios años, y cuando se encontraban en la calle él aumentaba la velocidad de su bicicleta. Cuando Li Guangtou empezó a gritar algo sobre un Barco de las grandes expectativas, Song Gang miró con incomodidad a Lin Hong, pero ésta se mantuvo completamente tranquila y serena. Song Gang bajó la cabeza al tiempo que empujaba su bicicleta a través del umbral, y entonces, con la cabeza todavía gacha, aguardó a que Lin Hong montara detrás de él.

Li Guangtou continuaba, afectuosamente:

—Song Gang, no he dormido bien esta noche pensando en todo esto. Se me ha ocurrido que eres demasiado honrado, que es fácil aprovecharse de ti, así que no te puedo poner a cargo de todo, pero sí de las finanzas, y así me quitaría yo una enorme preocupación.

Mientras Song Gang iniciaba la marcha en su bicicleta, le dijo a Li Guangtou fríamente:

—Ya te lo dije: debes abandonar toda esperanza.

Cuando Li Guangtou oyó esto, se quedó atónito. Nunca hubiera imaginado que Song Gang pudiera ser tan despiadado. Después de aguardar un momento, echó a correr detrás de Song Gang, profiriendo insultos:

—¡Song Gang, cabrón! ¡Escúchame, joder! La última vez fuiste tú quien cortó nuestra relación, pero ahora soy yo quien la rompe. ¡De ahora en adelante ya no somos hermanos!

Li Guangtou estaba indignado, y mientras corría detrás de Song Gang y Lin Hong, gritó:

—¡Song Gang, cabrón! ¡Te has olvidado de nuestra infancia!

Song Gang oía los insultos de Li Guangtou mientras se alejaba en su bicicleta, y aquel final: Te has olvidado de nuestra infancia, al instante le arrancó lágrimas. Siguió adelante en silencio, y Lin Hong, sentada detrás de él, tampoco pronunció una palabra. Los intentos de Song Gang de ser despiadado con Li Guangtou se explicaban por su deseo de contentar a Lin Hong, pero ésta no mostraba reacción alguna, lo que a él le hacía sentir incomodidad. Después de volver la esquina, Song Gang la llamó con voz suave:

—Lin Hong, Lin Hong...

Lin Hong emitió un gruñido como respuesta, y dijo en susurros:

—Li Guangtou traía buenas intenciones...

Song Gang aún se sintió más incómodo, y preguntó con voz ronca:

—¿He dicho algo que no debía?

—No, nada.

Mientras decía esto, Lin Hong rodeó con sus brazos a Song Gang y apretó su mejilla contra la espalda de él. Finalmente, Song Gang se tranquilizó y dejó escapar un prolongado suspiro. La oyó decir:

—Por mucho dinero que tenga ahora, todo le viene de recoger basura. ¿Qué grandeza hay en eso? En definitiva, nosotros tenemos nuestros empleos en empresas del Estado, y él no tiene nada fijo. Las cosas se le pondrán muy difíciles más adelante.

Después de verse rechazado en casa de Song Gang, Li Guangtou volvió a pensar en sus catorce leales subordinados de la Fábrica de Buenas Obras. Se dirigió a la Oficina de Asuntos Civiles en busca del director Tao Qing, quien estaba a punto de convertirse en gobernador del distrito, aunque él aún no lo sabía. Tao Qing se sentía angustiado por no saber qué hacer con la Fábrica de Buenas Obras, una sangría de dinero año tras año, cuando Li Guangtou entró de pronto en su despacho y le anunció que deseaba comprarla. Tao Qing se lo quedó mirando asombrado, sin saber si bromeaba. Li Guangtou le explicó, emocionado, que si bien aquellos catorce trabajadores disminuidos no eran parientes suyos, los consideraba más cercanos que si lo fueran. Tao Qing disimuló su euforia: la Fábrica de Buenas Obras se había convertido en la carga más pesada de la Oficina de Asuntos Civiles y no había forma de deshacerse de ella, pero ahora Li Guangtou estaba allí, dispuesto a gastarse buen dinero en comprarla. Ambos llegaron inmediatamente a un acuerdo y se estrecharon la mano. Después de adquirir la Fábrica de Buenas Obras, Li Guangtou procedió a renovarla y transformarla en Centro de Investigaciones Económicas de la Ciudad de Liu, como rezaba la nueva placa de la puerta. Pocos días después decidió que centro era demasiado vulgar, y como hacía poco que había estado en el Japón, cambió centro por compañía mercantil, con lo que el nombre que aparecía ahora en la placa era Compañía Mercantil de Investigaciones Económicas de la Ciudad de Liu. A continuación dirigió a cada uno de sus catorce fieles subordinados una carta contrato. Al director lisiado de la fábrica lo nombraba director de la compañía, y al subdirector de la fábrica, subdirector de la compañía. A los doce trabajadores restantes los nombró investigadores sénior, asignando a cada uno un sueldo equivalente al de un profesor de universidad. Cuando los dos lisiados firmaron sus contratos se mostraron sumamente emocionados, pues se daban cuenta de que Li Guangtou les dejaba la vida resuelta. Entre lágrimas le preguntaron:

—Director Li, ¿qué es lo que estudiaremos?

—Podéis estudiar el ajedrez. ¿Qué otra cosa sois capaces de estudiar?

—De acuerdo. ¿Y qué hay de los doce investigadores sénior?

—¿Los doce investigadores sénior? —Li Guangtou se quedó pensativo un momento y dijo—: Los cuatro ciegos estudiarán la luz y los cinco sordos, el sonido. Pero ¿y los tres idiotas? Joder, que estudien la evolución.

Después de asegurar el bienestar de sus catorce leales subordinados, Li Guangtou contrató a dos horticultores de la provincia para que remodelaran el acceso al edificio del gobierno, plantaran algunas flores e incluso instalaran una fuente. El lugar se convirtió pronto en un punto de interés, y cada tarde y los fines de semana las gentes de la ciudad llevaban allí a los jóvenes y a los viejos, y suspiraban a la vista del hermoso escenario. Cuando los jefes principales llegaron para efectuar la inspección, vieron que en lugar de las montañas de desperdicios había ahora césped verde, flores lozanas y una fuente. No pudieron resistir detenerse un momento en el acceso para expresar su admiración. Los funcionarios del distrito estaban extasiados, y el gobernador, vistiendo su traje Nakasone, llamó personalmente a Li Guangtou para darle las gracias, en nombre del gobierno del distrito, así como de la provincia entera. Li Guangtou no sólo no se recreó con su éxito ni presumió de él, sino que le dio la mano al gobernador y se excusó repetidamente ante él, ante el gobierno del distrito y los habitantes de toda la provincia, reconociendo que nunca debió haber amontonado toda aquella basura en el acceso. Al correr con los gastos de la remodelación, explicó, no hacía otra cosa que subsanar su falta.

Li Guangtou se convirtió en un favorito a los ojos de los funcionarios del distrito, y no tardó en ser nombrado diputado para el Congreso Popular provincial. Medio año más tarde, cuando el gobierno del distrito pasó a manos de Tao Qing, que vestía su traje Takeshita, la situación de Li Guangtou mejoró mucho más, pues fue nombrado diputado de la Comisión Permanente del Congreso Popular provincial. Pese a haber hecho fortuna, Li Guangtou continuaba con su ropa raída, que no se quitaba ni para asistir al Congreso Popular, donde su aspecto le hacía parecer un mendigo que hubiera ido a parar a la tribuna. El gobernador del distrito, Tao Qing, no pudo tolerar aquello por más tiempo, y dirigiéndose a la asamblea, pidió a Li Guangtou que cuidara su aspecto. Una vez Tao Qing hubo efectuado esta petición, Li Guangtou, que acababa de hablar, volvió a la tribuna. Todos los diputados creyeron que iba a anunciar su propositó de renunciar a sus andrajos, pero los sorprendió al explicar por qué se vestía de aquel modo: cuando no tenía dinero tuvo que luchar arduamente, y ahora que lo tenía, debía luchar aún más arduamente. Señalando sus ropas raídas dijo:

—Por una parte, esto está inspirado en la historia del rey Gou Jian, de Yue, en el período de las Primaveras y los Otoños. Él durmió sobre ramas y comió alimentos amargos. Y se inspira también en hechos más recientes: en los campesinos pobres y de clase media que, durante la Revolución Cultural, comparaban su miseria pasada con su felicidad presente.

A final de año, Li Guangtou convocó en su despacho de la Compañía de Recuperación y Reciclaje a Yu el Sacamuelas y a Wang el Heladero, para anunciarles que los beneficios de la empresa en el anterior ejercicio no habían ido nada mal. Yu el Sacamuelas tenía dos acciones en las que había invertido 2.000 yuanes, y Wang el Heladero poseía una acción por la que pagó mil yuanes. Eso significaba que Yu el Sacamuelas percibiría dividendos por valor de 20.000 yuanes, y Wang el Heladero, por 10.000. Entonces no existían billetes de cien yuanes; el de mayor valor era el de diez. Así que Li Guangtou cogió veinte gruesos fajos de billetes y los empujó hacia Yu el Sacamuelas, e hizo otro tanto con diez fajos destinados a Wang el Heladero. Ambos se miraron, incapaces de creer en su buena suerte. Li Guangtou se reclinó en su sillón, como si estuviera viendo una película, y se rió de ellos.

Yu el Sacamuelas y Wang el Heladero echaron sus cuentas y calcularon que en menos de un año su inversión inicial había dado unos beneficios del mil por ciento. Yu y Wang continuaron riéndose estúpidamente, y Yu el Sacamuelas murmuró para sí:

—Nunca, ni en mis sueños más disparatados, imaginé que con una inversión de dos mil yuanes ganaría veinte mil.

—No se trata de ganancias —le corrigió Li Guangtou—, sino del pago de dividendo. Vosotros dos sois mis accionistas, y en adelante percibiréis dividendos cada año.

Wang el Heladero preguntó, como si saliera de un sueño:

—¿Me tocarán diez mil yuanes cada año?

—No necesariamente. El año que viene te podrían corresponder cincuenta mil.

Wang el Heladero pareció a punto de sufrir un ataque, y casi se cayó de la silla. Yu el Sacamuelas preguntó, asombrado:

—¿Y yo obtendré cien mil yuanes?

—Desde luego. Si Wang el Heladero recibe cincuenta mil yuanes, tú recibirás cien mil.

Yu y Wang intercambiaron una mirada escéptica. Se observaron el uno al otro y se preguntaron si era posible semejante abundancia. Wang el Heladero le preguntó a Yu el Sacamuelas precavidamente:

—¿Es eso real?

Yu el Sacamuelas asintió, pero luego negó con la cabeza y admitió:

—No lo sé.

Li Guangtou se echó a reír a carcajadas y les animó:

—Podéis pellizcaros, y si os duele sabréis si es real.

Se apresuraron a pellizcarse, y Yu el Sacamuelas preguntó a Wang el Heladero:

—¿Te ha dolido?

Wang el Heladero negó con la cabeza, con gesto nervioso.

—No.

También Yu el Sacamuelas se puso nervioso.

—Yo tampoco lo he notado.

Li Guangtou se reía ruidosamente, y comentó a gritos:

—¡Me estoy riendo tanto que me duele la tripa...! No os pellizcáis con suficiente fuerza. Dadme las manos y yo os las pellizcaré.

Yu el Sacamuelas y Wang el Heladero extendieron rápidamente las manos hacia Li Guangtou, que les dio sendos pellizcos feroces que les hicieron gritar de dolor:

—¡Ay!

Yu el Sacamuelas estaba fuera de sí de contento y le dijo a Wang el Heladero:

—¡Es real!

Wang el Heladero aún se sentía más complacido. Tendió la mano a Yu el Sacamuelas y le dijo:

—La mía aún sangra.

Como eran unos bocazas, Yu el Sacamuelas y Wang el Heladero funcionaban como la emisora de televisión local. Después de su provechosa cosecha, se dieron prisa en contarle a todo el mundo que se habían hecho ricos. Suscitaron grandes envidias, y cuando Tong el Herrero, Zhang el Sastre y el Pequeño Guan Tijeras se enteraron, cayeron en un profundo desánimo. Por aquellos días, Zhang el Sastre y Guan Tijeras se reunían a diario para quejarse de Tong el Herrero, lamantando no haber invertido en la empresa de Li Guangtou. A fuerza de repetir esta historia, acabó por metamorfosearse en una versión según la cual Tong el Herrero les había disuadido de invertir, y ellos terminaron convenciéndose de que de no haber sido por su interferencia, ahora estarían tan boyantes como Yu el Sacamuelas y Wang el Heladero, o incluso más. Retrospectivamente, se volvieron más previsores que el legendario estratega Zhuge Liang, y afirmaban que habrían vendido todas sus posesiones e invertido el dinero así obtenido en el negocio de basuras de Li Guangtou de no haber sido por Tong el Herrero. Éste se enteró de que aquellos dos cabrones se reunían a diario para maldecirlo, pero hizo como que lo ignoraba. Sentado en su taller, también lamentaba su oportunidad perdida, pensando en que la primera vez invirtió cuando no debía, y la segunda dejó de invertir cuando debió hacerlo. Tong el Herrero permanecía allí frotándose los puños y pensando que tuvo que estar ciego, y descargando toda su frustración en sus diez dedos. Mama Su también se lamentaba. La segunda vez que Li Guangtou abandonó la ciudad de Liu, le había preguntado si deseaba invertir. Tratándose de poner dinero, pensó que llevaba mucho tiempo sin ir al templo, así que negó con la cabeza y declinó la oferta. Luego, cada vez que pensaba en eso suspiraba, pensando que si tan sólo hubiera ido al templo a quemar incienso, sin duda alguna hubiera invertido. A todos los que encontraba les decía:

—Como no fui al templo a quemar incienso, las cosas no me fueron bien.

Al regresar del Japón, Li Guangtou comprobó que su negocio de basuras ya había alcanzado la cúspide, y que en adelante sólo podría ir a menos, por lo que decidió poner en marcha nuevos negocios. En primer lugar, montó una fábrica textil, y en recuerdo de los viejos tiempos designó a Zhang el Sastre subdirector técnico. Zhang el Sastre se mostró sumamente agradecido y, con la cinta de medir enrollada al cuello, supervisaba concienzudamente la calidad en el taller. Siempre era el primero en llegar al trabajo, por la mañana, y el último en abandonarlo, ya anochecido. Una vez que la fábrica textil empezó a gozar de cierto éxito, Li Guangtou redobló sus esfuerzos y abrió dos restaurantes, un establecimiento de baños e incluso se introdujo en la propiedad inmobiliaria. Cuando al final del año siguiente llegó de nuevo el momento de repartir dividendo, Yu el Sacamuelas y Wang el Heladero recibieron, en efecto, 100.000 y 50.000 yuanes respectivamente. Esta vez, sin embargo, no se mostraron sorprendidos, sino que más bien actuaron como si los estuvieran esperando. Cuando llegaron, cada uno llevaba una bolsa de viaje, y mientras las atiborraban de billetes parecían tan distendidos como si estuvieran llenando de arroz un recipiente.

Li Guangtou estaba sentado en su silla observando a Yu el Sacamuelas y a Wang el Heladero mientras metían tranquilamente un fajo tras otro de billetes en sus bolsas de viaje. Estaba muy satisfecho por su actitud, y se la alabó:

—Habéis madurado.

Yu el Sacamuelas y Wang el Heladero se echaron a reír discretamente y se sentaron con calma. Li Guangtou inclinó la cabeza como si se perdiera en sus pensamientos. Finalmente, levantó la vista y dijo:

—Se dice que un comerciante camina mientras que un magnate permanece sentado. En otras palabras, cuando tus asuntos mercantiles han alcanzado el punto en que puedes hacer negocios sin moverte, significa que han alcanzado su máximo potencial, y sólo entonces puedes ser considerado una figura destacada en el mundo de los negocios. Si tienes que andar dando vueltas, sólo puedes meterte en asuntos de poca monta, o sea que eres un mero comerciante.

Li Guangtou explicó a Yu el Sacamuelas y a Wang el Heladero que su familia de negocios seguía creciendo: ahora continuaba con su asunto de las basuras, mientras iba contratando cada vez a más trabajadores para su fábrica textil, e incluso sus dos restaurantes y su establecimiento de baños estaban en auge, y también tenía en marcha varios proyectos inmobiliarios. Como resultado de ello, se pasaba el día corriendo como un pollo con la cabeza cortada. Dijo que por el momento todo iba bien, pero en el futuro, cuando tuviera cuarenta o cuatrocientos negocios, posiblemente no podría arreglárselas aunque se comprara un caza F-16 para trasladarse. Al principio pensaba que se había convertido en una figura destacada del mundo de los negocios, pero ahora comprendía que seguía siendo un vendedor de los que no paran. Dicho esto, Li Guangtou se puso en pie y anunció a Yu el Sacamuelas y a Wang el Heladero que había decidido sentarse y convertirse en un magnate, y crear un holding calcado de la unificación de China por el emperador Qin. Reuniría sus diversos negocios en un holding. Entonces, él se limitaría a sentarse en su despacho y hacer negocios desde allí, utilizando un modelo centralizado de gestión, y sólo ocasionalmente visitaría en persona sus diversas empresas. Cuando vio que Yu y Wang asentían con entusiasmo, les preguntó:

—¿Sabéis por qué el primer emperador Qin unificó China?

Se miraron y negaron con la cabeza.

—No lo sabemos.

—Porque aquel cabrón quiso meterse en negocios a gran escala —aclaró Li Guangtou con orgullo—. Aquel cabrón no quería seguir siendo un mero viajante de comercio, sino un magnate y quedarse sentado.

Yu el Sacamuelas y Wang el Heladero estaban conmocionados por la gran visión de Li Guangtou, y le preguntaron:

—Y una vez te hayas convertido en un magnate, ¿qué será de nosotros?

—Seréis accionistas y consejeros de mi holding. —Li Guangtou se señaló a sí mismo y dijo—: Yo seré el presidente del consejo de administración y el director general de la compañía.

Yu el Sacamuelas y Wang el Heladero se miraron y se echaron a reír, y el segundo preguntó:

—¿Nos pondremos el título de consejero en las tarjetas de visita?

—Pues claro. —Li Guangtou se sentía generoso—. Y si queréis otro cargo, podríamos considerar nombraros también vicepresidentes.

—¡Sí, desde luego! —exclamó Yu el Sacamuelas, y le dijo a Wang el Heladero—: Cuantos más cargos, mejor.

—De acuerdo —convino Wang el Heladero, y luego preguntó a Li Guangtou—: ¿Nos puedes dar algún otro cargo?

—No —rechazó Li Guangtou, que empezaba a irritarse—. ¿Cómo podría haber tantos cargos para vosotros?

Captando la contrariedad de Li Guangtou, Yu el Sacamuelas se apresuró a propinar un codazo a Wang el Heladero, y le reconvino:

—No debes ser tan ávido.

Después de asumir sus nuevos cargos, Yu el Sacamuelas y Wang el Heladero empezaron a repartir sus nuevas tarjetas de visita, incluso con más rapidez que Li Guangtou. Se ponían en medio de la calle y repartían tarjetas a todo el que pasaba por allí, como si se tratara de prospectos comerciales.

Tong el Herrero y el Pequeño Guan Tijeras también recibieron las tarjetas de Yu y Wang. Después de que Zhang el Sastre entrara a trabajar con Li Guangtou, el Pequeño Guan se encontró sin amigos y sin otra opción que renovar su amistosa alianza con Tong el Herrero. Con las tarjetas de Yu el Sacamuelas y de Wang el Heladero en la mano, el Pequeño Guan hizo observar a Tong el Herrero que a aquellos dos cabrones se les había subido a la cabeza su modesto éxito, hasta el punto de que que les habían dado tarjetas incluso a los pollos, patos, gatos y perros de la ciudad.

El inteligente y hábil Tong el Herrero fue la primera persona de Liu que siguió a Li Guangtou por el sendero de la riqueza. Advirtió que los habitantes de Liu vivían mejor que nunca y que incluso en el medio rural los campesinos cada vez eran más ricos, de modo que comprendió que no había futuro para un herrero. En consecuencia, dejó de fabricar cuchillas de carnicero para las gentes de la ciudad y hoces y azadas para los granjeros, y de pronto, un día, desapareció la herrería y se transformó en una tienda especializada donde se vendía toda clase de cuchillos y cubertería.

Tong el Herrero no fumaba ni bebía, y trabajaba con energía en el mostrador. Sus manos de trabajador del hierro podían parecer toscas y torpes, pero era capaz de contar fajos de billetes más aprisa que un cajero de banco. Se lamía el dedo y contaba su dinero con tanta rapidez que podía rivalizar con una máquina.

El Pequeño Guan Tijeras también se encontró con que cada vez tenía menos clientes, y una vez Tong el Herrero hubo abierto su cuchillería, la clientela de Guan descendió hasta casi cero. Guan Tijeras se enfadó mucho, y consideró que Tong el Herrero le había hundido el negocio. En lo sucesivo se prometió romper toda relación con Tong, y una vez más su alianza amistosa quedó destruida.

Mientras la cuchillería de Tong el Herrero prosperaba, Guan Tijeras perdió los clientes que le quedaban, y no tuvo otra alternativa que cerrar su taller y limitarse a vagar por las calles todos los días. En sus recorridos se encontraba frecuentemente con Yu el Sacamuelas y con Wang el Heladero, que también paseaban sin rumbo, y los tres se reunían como en los viejos tiempos. Guan Tijeras maldecía vehementemente a Tong el Herrero, primero por disuadirlos de invertir en el negocio de Li Guangtou, y luego por arrebatarle su medio de vida y obligarlo a cerrar su taller de afilador, que perteneció a su familia durante tres generaciones, dejándolo sin más recursos que el vagabundeo.

Yu el Sacamuelas y Wang el Heladero se apiadaron del apuro del Pequeño Guan, y Wang el Heladero sugirió:

—¿Por qué no vamos a ver al presidente Li y le pedimos un empleo para Guan Tijeras?

—¿Por qué pedírselo al presidente Li? —replicó Yu el Sacamuelas—. Nosotros somos vicepresidentes. Quizá no podamos ofrecerle otra cosa, pero al menos sí una plaza de portero.

—¿Queréis nombrarme portero? ¡Hay que joderse! —El Pequeño Guan se enfureció al oír la sugerencia de Yu el Sacamuelas—. Si no fuera por una equivocación menor al principio, ahora sería consejero y vicepresidente como vosotros, e incluso estaría por delante de vosotros.

El Pequeño Guan se fue dando resoplidos. Wang el Heladero miró con expresión atónita a Yu el Sacamuelas, y éste hizo un gesto de desaprobación.

—Es el clásico caso del perro hambriento que le gruñe al hombre compasivo que trata de alimentarlo.

Finalmente el Pequeño Guan tomó la decisión de que si ya no podía arreglárselas en la ciudad de Liu, iría mundo adelante en busca de fortuna. Recordó la primera vez que Li Guangtou viajó a Shanghai y perdió la inversión de todos. La segunda vez, sin embargo, se fue al Japón e hizo fortuna. El Pequeño Guan decidió que si se marchaba, se iría lo más lejos posible.

Las flores primaverales habían florecido, y cuando el Pequeño Guan caminaba decididamente por la calle en dirección a la estación de autobuses, llevando una bolsa y arrastrando otra, su padre lo seguía renqueando lastimosamente. Antes de marcharse, el Pequeño Guan le dijo a todo el mundo que quiso escucharlo que se proponía viajar más lejos y ver más mundo que Li Guangtou. Juró que cuando volviera sería más rico en experiencias y en dinero que él. El Viejo Guan no lograba seguirlo, y se quedó cada vez más atrás. Suplicaba a su hijo que no se fuera, y lo llamaba con voz ronca:

—Tu destino no es ser rico. Otros pueden ser capaces de hacer fortuna yendo a correr mundo, pero seguro que tú no.

El Pequeño Guan no prestaba atención a su padre y hacía señas de despedida a la población de Liu. Todo el mundo daba por hecho que se iba a Europa o a América, y lo felicitaba a gritos, preguntándole adonde se dirigía en primer lugar. La respuesta, sin embargo, decepcionó grandemente al auditorio:

—Primero me voy a la isla de Hainan.

—Pero Hainan ni siquiera está tan lejos como el Japón.

—Es cierto que no está tan lejos como el Japón, pero está mucho más lejos que Shanghai, que es adonde fue Li Guangtou la primera vez.

El Pequeño Guan montó en el autobús que estaba a punto de partir, cuando finalmente el Viejo Guan lo alcanzó. Agarrando su bastón con ambas manos, observó alejarse el autobús en medio de una nube de polvo. Con lágrimas corriéndole por las mejillas exclamó:

—¡Hijo, si el destino ha dispuesto que sólo tengas quince onzas de arroz en esta vida, aunque te vayas en busca de fortuna no llegarás a reunir ni una libra!

También Li Guangtou abandonó la ciudad de Liu. Vistiendo todavía su acostumbrada ropa raída, se encaminaba a la estación de autobuses, desde donde partiría hacia Shanghai. Lo seguía un joven que llevaba sus maletas, como si fuera su ayudante. Cuando la gente lo vio, preguntó quién era el joven, y Li Guangtou respondió que su chófer. Los circunstantes se reían disimuladamente —«Así que Li Guangtou ha contratado a un chófer sin tener coche»— y vieron a Li Guangtou y a su chófer tomar el autobús de Shanghai.

Li Guangtou regresó unos días más tarde. Esta vez no tomó el autobús, sino que llegó en un sedán Santana rojo que se había comprado en Shanghai. El chófer condujo el automóvil de Li Guangtou por la ciudad de Liu y se detuvo frente a unos grandes almacenes. Cuando Li Guangtou se apeó de su sedán, vestía un traje negro de Armani: había tirado sus harapos durante su estancia en Shanghai.

Nadie llegó a reconocer a Li Guangtou al apearse de su sedán. Todo el mundo se había acostumbrado a verlo con su ropa vieja y raída, y ahora, de pronto, presumía con un lujoso traje de Armani, lo que causó general asombro. Además, por aquellos días sólo los dirigentes del Partido iban en sedán, de modo que todos conjeturaron ávidamente acerca de qué importante personaje podría ser aquél. ¿Un actor de televisión? ¿O un ejecutivo de alto nivel de la capital de la provincia? Cuando estaban llegando a la conclusión de que debía de tratarse de un dirigente del Partido de Pekín, el idiota caprichoso, que aún llevaba el reloj con la hora de Greenwich, se acercó y gritó con voz cantarína:

—¡Director Li!

La multitud quedó asombrada y maravillada.

—¡Pero si es Li Guangtou!

Algunos añadieron:

—Esa persona se parece a Li Guangtou; en realidad son idénticos.