CAPÍTULO 13

Li Guangtou vagaba por las calles y no tenía un centavo. Cuando sentía sed, bebía en el río, y cuando lo atormentaba el hambre tan sólo podía tragar su propia saliva y dirigirse a casa. Ésta, por entonces, parecía un jarro hecho añicos. El armario estaba volcado, pero ni él ni Song Gang tenían fuerza para enderezarlo, y el pavimento estaba sembrado de ropa, pero los niños eran demasiado perezosos para recogerla. Desde que Song Fanping fue detenido y encerrado en aquel almacén, las turbas volvieron a registrar su casa dos veces más. En cada ocasión, Li Guangtou se escabullía, dejando que Song Gang se las arreglara solo. Estaba seguro de que Song Gang los irritaría, que ellos perderían la paciencia y le atizarían en la coronilla.

Durante esos días, Song Gang no dejó la casa en ningún momento, y empezó a guisar como un jefe de cocina. Song Fanping había enseñado a los chicos a cocinar, y mientras que Li Guangtou ya lo había olvidado todo completamente, Song Gang aún recordaba sus lecciones. Cuando Li Guangtou regresaba a casa abatido, con el estómago gruñéndole, se encontraba con que Song Gang ya había preparado la cena, dispuesto sus cuencos de arroz y dos pares de aquellos palillos de los antiguos, y estaba sentado a la mesa esperándolo. Cuando veía a Li Guangtou entrar tragando saliva, Song Gang empezaba con sus ruidos guturales. Li Guangtou sabía lo que estaba diciendo: Por fin vuelves a casa.

Nada más entrar, agarraba el cuenco del arroz y devoraba su contenido.

Li Guangtou no tenía idea de cómo pasaba el día Song Gang, cómo a diario permanecía ante el hornillo y encendía una cerilla para prender una tira de algodón, y cómo a diario tenía que estirar un poco más el algodón, que se quemaba y se acortaba. Trabajaba sudando copiosamente, con las manos tiznadas de carbón vegetal y las uñas negras, sólo para servir a Li Guangtou un cuenco de arroz a medio cocer. Li Guangtou se comía el arroz como si masticara almendras, royéndolo hasta que le dolía el estómago. A menudo empezaba a hipar aun antes de haber terminado de comer, y sus hipidos se convertían en una serie de pequeños estallidos. Las verduras que salteaba Song Gang tenían un sabor sumamente repugnante. Cuando Song Fanping cocinaba, eran brillantes y verdes, pero las verduras de Song Gang siempre salían amarillas y mustias, como col en vinagre. Además, las verduras aparecían moteadas con puntitos negros como de carbón, y siempre resultaban demasiado saladas o demasiado sosas. Li Guangtou ya había dejado de hablarle a Song Gang, pero a las horas de comer perdía los estribos y se lamentaba amargamente:

—El arroz está crudo y las verduras, pochas. Eres un hijo de terrateniente...

Song Gang se ponía rojo como una remolacha y emitía un rosario de palabras ininteligibles a causa de su ronquera.

—Deja de roncar —le decía Li Guangtou—, que pareces un mosquito echándose pedos o un escarabajo pelotero cagando.

Para cuando Song Gang recuperó la voz, ya había aprendido a cocinar el arroz debidamente. Los niños hacía tiempo que habían terminado las reservas de verduras que Song Fanping les había dejado, y casi habían vaciado el barril de arroz. Song Gang puso el arroz bien cocido en un cuenco, y un frasco de salsa de soja junto a él. Cuando vio entrar a Li Guangtou, exclamó en el tono de quien da una sorpresa:

—¡Esta vez está bien cocido!

Desde luego que Song Gang consiguió cocer el arroz de tal manera que cada grano era redondo y brillante. Aquel fue el mejor cuenco de arroz que Li Guangtou recordaba haber comido nunca, y aunque más adelante en su vida dispuso de muchos cuencos de arroz mejores, siempre tuvo la sensación de que no igualaban el arroz que en aquella ocasión preparó Song Gang. Li Guangtou pensó que se trataba de un caso de suerte ciega por parte de Song Gang, algo casual que hizo que aquel cuenco de arroz resultara perfecto. Después de haber estado engullendo varios días arroz a medio cocer, finalmente se sentaban para disfrutar del verdadero alimento. No les quedaban verduras, pero tenían salsa de soja. Los dos chicos vertieron salsa sobre el humeante arroz y lo removieron. El arroz brillaba como si lo hubieran pintado de rojo y negro, y la fragancia de la soja se mezclaba con el arroz caliente, llenando toda la estancia.

Para entonces ya había anochecido. Los niños comieron hasta hartarse aquella cocción deliciosa y grasa. La luna brillaba a través de la ventana, y una brisa se deslizaba sobre el techo. Song Gang empezó a hablar con su voz ronca, con la boca llena de arroz con salsa de soja:

—¿Cuándo crees que papá volverá a casa?

Las lágrimas empezaron a correr sobre su rostro aun antes de terminar de hablar. Dejó sobre la mesa su cuenco y se inclinó sobre él llorando, mientras continuaba tragando bocados de arroz. Cuando se secó los ojos y empezó a gemir, su voz ronca sonaba como una débil sirena; era un prolongado gemido al que seguía otro más breve, hasta que todo su cuerpo temblaba.

Li Guangtou levantó la cabeza y se sentía pésimamente. Quería decirle algo a Song Gang, pero al final se mantuvo en silencio, limitándose a decir para sus adentros: «Es un hijo de terrateniente.»

Después de haber servido aquel extraordinario cuenco de arroz, al día siguiente Song Gang preparó de nuevo uno a medio cocer. En el momento en que Li Guangtou vio en el cuenco los granos amazacotados y sin brillo, se dio cuenta de que aquello se había acabado, que tendrían que volver a comer arroz crudo. Song Gang se sentaba a la mesa empeñado en un experimento científico. Espolvoreó cuidadosamente sal en un cuenco de arroz, y luego, no menos cuidadosamente, vertió un poco de salsa de soja en otro. A continuación probó de ambos cuencos, uno tras otro. Para cuando Li Guangtou regresó a casa, Song Gang ya había obtenido resultados. Le anunció alegremente que el arroz al que se añadía sal era mucho más sabroso que el arroz crudo mezclado con salsa de soja, y que la sal debía echarse después de cada bocado. Cuando la sal se disolvía en el arroz, ya había perdido algo de su sabor.

Li Guangtou le gritó furioso a Song Gang:

—¡Yo quiero comer arroz cocido, no quiero arroz crudo!

Song Gang levantó la vista y le dio la mala noticia:

—Se nos ha acabado el carbón vegetal. El fuego se apagó a mitad de la cocción.

La ira de Li Guangtou se disipó, puesto que no tenía otra opción que quedarse allí sentado comiendo el arroz medio crudo. Sin carbón significaba sin fuego. Li Guangtou pensó para sí que sería una cosa grande que Song Gang pudiera mear algo de carbón y encender fuego con un pedo. Song Gang le enseñó a salar un poco el arroz y luego, inmediatamente, tragárselo. Li Guangtou lo intentó, y sus ojos se iluminaron. Al mascar a un tiempo los cristales de sal y los granos de arroz, notaba un sabor agradable, crujiente, y cada vez que mordía un cristal de sal, una llamarada de sabor le llenaba la boca. Comprendió por qué Song Gang le aconsejó que comiera el arroz crudo antes de que se disolviera la sal: de la misma manera que al frotar dos palos se enciende el fuego, el gusto salado surgía en el instante en que se presionaba con los dientes. Una vez se disolvía la sal, desaparecía el sabor y sólo quedaba un gusto salado. Por primera vez Li Guangtou encontró que el arroz medio crudo no era tan malo. Pero entonces Song Gang le dio la otra mala noticia:

—También se nos ha acabado el arroz.

Por la noche, los dos chicos aún seguían comiendo el arroz medio crudo, que había quedado del almuerzo, con la sal por encima. A la mañana siguiente los despertó el sol cuando les dio en los traseros desnudos. Se levantaron de la cama, corrieron a un rincón, afuera, echaron una meada y sacaron un cubo del pozo para lavarse la cara, y sólo entonces recordaron que no les quedaba nada en absoluto a lo que hincar el diente. Li Guangtou permaneció un rato sentado en el escalón de entrada. Quería ver cómo se las arreglaba Song Gang para encontrar algo que comer. Song Gang hurgó primero en el armario volcado y luego entre la ropa tirada en el suelo, pero no logró dar con nada comestible. Tan sólo pudo tragarse su propia saliva y considerarla desayuno.

No era mucho lo que tenía que hacer Li Guangtou salvo, él también, tragarse su propia saliva y continuar vagando por las calles y callejones como un perro sin amo. Al principio, Li Guangtou aún conservaba algún resorte que le hacía saltar, pero hacia mediodía era como un globo deshinchado. Al final, el hambriento Li Guangtou de ocho años se había transformado en un anciano decrépito de ochenta. Aun ignorando su desfallecimiento y su sensación de mareo o la debilidad de sus miembros, quedaban los hipidos interminables provocados por su estómago completamente vacío. Li Guangtou se sentó largo rato bajo un wutong junto a la calle, con la cabeza inclinada y viendo pasar a la gente. Distinguió a alguien que caminaba junto a él mientras comía un bollo relleno de carne, veía el jugo de carne en los labios de aquella persona, e incluso veía con sus propios ojos a esa persona lamiéndose ese jugo con la lengua. Y allí estaba la mujer que caminaba comiendo pepitas de sandía, y las cáscaras iban a parar al pelo de Li Guangtou. Pero lo que más le enfureció fue un perro vagabundo, porque incluso él llevaba un hueso en la boca.

Li Guangtou no tenía idea de cómo llegó a casa aquella noche. Sólo supo que se moría de hambre. No esperaba encontrar alimento alguno, y sólo deseaba echarse en la cama. Pero cuando llegó a la puerta, vio de pronto a Song Gang sentado a la mesa, comiendo. En ese momento Li Guangtou cayó en éxtasis, y aunque estaba debilitado por el hambre, avanzó apresuradamente.

En vano. Cuando se acercó, comprobó que Song Gang tenía delante tan sólo un cuenco de agua clara, y colocándose un poco de sal en la lengua, la dejaba disolverse lentamente, luego tomaba un sorbo de agua, y a continuación otro sorbo de salsa de soja. Hinchaba los carrillos como si estuviera saboreando aquello, y sólo después de que la lengua estaba plenamente embebida con el gusto de la salsa de soja, tomaba otro sorbo de agua.

Song Gang empleaba la energía que le restaba en comer la sal y la salsa de soja y beberse el agua. Estaba tan hambriento que no tenía el menor deseo de decirle nada a Li Guangtou, y se limitó a señalar el otro cuenco de agua clara sobre la mesa. Li Guangtou sabía que ese cuenco estaba preparado para él. Se sentó a la mesa, y aunque estaba muy decepcionado, se dejó guiar por Song Gang. Al menos un pellizco de sal, salsa de soja y un trago de agua era mejor que nada en absoluto. Aunque la verdad es que aquella comida no consistía en nada, al menos hacía sentir a Li Guangtou que había comido algo. Se encontró un poco mejor y se acostó en la cama, murmurando para sí que deseaba ver lo que había para comer en sus sueños, y tras lamerse los labios se quedó dormido.

Dicho y hecho: en el momento en que empezó a soñar, se dio de manos a boca con un gigantesco cesto para cocer al vapor. De sus costados manaba el vapor, y varios cocineros vestidos de blanco gruñían he, arriba, mientras se ocupaban en levantar la gigantesca tapa del cesto. Li Guangtou podía ver que había dentro muchos bollos rellenos de carne cocidos al vapor, tan numerosos como el público de las sesiones de lucha política en el patio de la escuela, y cada bollo rezumaba jugo de carne. Los cocineros volvían a poner la tapa, diciendo que los bollos aún no estaban hechos. Li Guangtou replicaba que, definitivamente, sí lo estaban, y que el jugo rezumaba de los bollos, pero los cocineros lo ignoraban. Tan sólo podía permanecer a un lado y esperar y esperar, hasta que los jugos rebosaban del cesto, a lo que los cocineros exclamaban por fin: ¡Ya están hechos! Con otra serie de he, arriba, hey-ho, levantaron la tapadera y dijeron: ¡Toma uno! Li Guangtou se sintió como un buceador, zambulló la cabeza en el cesto y sacó un puñado de bollos rellenos de carne. Y cuando estaba a punto de hincar el diente en un bollo que rezumaba jugo, se despertó.

Song Gang lo había zarandeado para que despertara. Mientras le daba empujones gritaba con su voz ronca:

—¡Lo he encontrado! ¡Lo he encontrado!

En el preciso momento que iba a dar un mordisco al bollo relleno de carne, éste desapareció sin dejar rastro por causa de los codazos y los empujones de Song Gang. Li Guangtou estaba tan contrariado que empezó a gemir. Mientras se secaba las lágrimas, gritaba «Bollos, bollos, bollos» y propinaba un puntapié a Song Gang. Pero inmediatamente se echó a reír cuando vio que Song Gang estaba agitando vales para raciones de cereales, y dinero, entre el que pudo identificar dos billetes de cinco yuanes.

Song Gang parloteaba excitadamente sobre cómo había encontrado el dinero y los vales que Song Fanping les había dejado. Li Guangtou no podía entender una sola palabra, pues su cabeza ya estaba ocupada por el pensamiento de los suculentos bollos rellenos de carne. De repente recuperó las fuerzas y, saltando de la cama, le dijo a Song Gang:

—¡Vamos! ¡Vamos a comprar bollos!

Song Gang negó con la cabeza.

—Primero debería consultárselo a papá. Si él dice que sí, podemos ir a comprarlos.

—¡Para cuando encontremos a tu padre ya nos habremos muerto de hambre!

Song Gang volvió a negar con la cabeza y dijo:

—No nos moriremos de hambre. No tardaremos en encontrarlo.

Tenían dinero y raciones de cereal, y casi tenían los bollos..., ¡pero ahora aquel idiota de Song Gang quería pedirle permiso a su maldito padre! Li Guangtou estaba tan impaciente que empezó a patear el suelo. Miraba el dinero y los vales en la mano de Song Gang y estuvo a punto de dar un brinco para hacerse con ellos, pero Song Gang, al percatarse de las intenciones del otro, se apresuró a llevárselos al bolsillo. Los dos chicos se enzarzaron en una pelea y fueron a parar al suelo. Song Gang se tapaba con fuerza los bolsillos con ambas manos, y Li Guangtou trataba de soltarle los dedos para acceder al bolsillo. Ninguno de los niños había comido en todo el día y ambos estaban débiles a causa del hambre. Pelearon un rato y luego se interrumpieron para recobrar el resuello, con las bocas abiertas mientras jadeaban y resoplaban. Finalmente, Song Gang se levantó del suelo y estuvo a punto de escabullirse, pero Li Guangtou avanzó a gatas rápidamente y le bloqueó la puerta. Ambos estaban tan cansados que ni siquiera podían mantenerse erguidos. Con Li Guangtou en la puerta y Song Gang en la habitación, se miraron el uno al otro jadeando, aprovechando la oportunidad para descansar un momento. Luego Song Gang se fue a la cocina, y Li Guangtou lo oyó beberse un cucharón de agua que sacó de la tina. Un Song Gang saciado se acercó a Li Guangtou, gritándole con su voz ronca:

—¡Estoy dispuesto a empezar otra vez!

Song Gang apartó a Li Guangtou de un empellón y salió por la puerta corriendo, en busca de su padre el terrateniente. Li Guangtou permaneció echado en el suelo como un cerdo sacrificado, y luego se arrastró y se sentó en la entrada como un perro enfermo. El hambre le arrancó algunos gemidos, pero el llanto le hizo sentir aún más hambre, de modo que se detuvo inmediatamente. Li Guangtou podía oír el rumor del viento soplando a través de las ramas de los árboles, y ver cómo el sol daba en los dedos de sus pies. Si pudiera mascar los rayos de sol —pensó— como si fuera cerdo salteado, y beber el viento como si fuera un cuenco de caldo de carne, me pondría a tono. Li Guangtou permaneció sentado un rato, apoyado en el quicio de la puerta, y luego fue a la cocina y también bebió agua de la tina. Ahora sentía haber recuperado algo de fuerza, de modo que cerró la puerta y echó a andar por la calle.

Aquella tarde Li Guangtou vagó por las calles con sus últimos restos de energía. No encontró nada que comer, pero acabó tropezándose con los tres estudiantes de secundaria. En un momento dado, Li Guangtou estaba apoyado en el tronco de un wutong cuando oyó unas risitas ahogadas y que alguien lo llamaba:

—Eh, chico.

Para cuando Li Guangtou levantó la cabeza, ya lo habían rodeado. Una mirada a sus rostros alegres y Li Guangtou supo que de nuevo se proponían practicar sus barridos de pierna. Esta vez era, sencillamente, incapaz de correr, y les dijo:

—No he comido en todo el día...

—Pues entonces aliméntate de unos pocos puntapiés —dijo Sun Wei, el del pelo largo.

Li Guangtou les rogó:

—No más barridos de pierna por hoy. Mañana ya me los comeré.

—No —rechazaron los tres—. Tienes que comértelos hoy y mañana.

Li Guangtou señaló el poste eléctrico, a no mucha distancia, y continuó suplicándoles:

—No me alimentéis con más puntapiés. ¿Por qué no me dejáis mantener relaciones sexuales con aquel poste?

Los tres estudiantes de secundaria se echaron a reír, y Sun Wei, el del pelo largo, replicó:

—Primero recibirás unos cuantos puntapiés, y cuando hayas tenido tu ración ve a mantener relaciones con ese poste.

Li Guangtou se secó las lágrimas. Los tres estudiantes de secundaria se cedieron educada y generosamente el primer turno de puntapiés.

En aquel momento apareció Song Gang. Llegó corriendo desde el otro lado de la calle, con bollos en las manos, y se dejó caer junto a Li Guangtou, arrastrándolo consigo al suelo.

Ambos quedaron sentados así, y Song Gang, con la cabeza bañada en sudor, tendió a Li Guangtou un bollo relleno de carne, humeante todavía. Li Guangtou lo cogió y se lo metió en la boca. Con el primer mordisco, el jugo de carne le rezumó por las comisuras de los labios. Se atragantó aun antes de acabar el primer bocado, y permaneció inmóvil, con el cuello tenso. Song Gang le golpeó la espalda, mientras decía en tono de suficiencia, dirigiéndose a los tres estudiantes de secundaria:

—Ahora estamos sentados en el suelo. ¿Cómo nos vais a hacer un barrido...?

—Joder. —Los tres estudiantes de secundaria intercambiaron unas miradas y repitieron—: Joder.

Ninguno de los tres tenía idea de cómo hacerles unos barridos a Li Guangtou y a Song Gang estando sentados. Debatieron la posibilidad de arrastrarlos para ponerlos de pie, pero Song Gang les advirtió:

—Gritaremos pidiendo socorro. La gente de la calle vendrá a ver qué pasa.

—Hay que joderse —dijo Sun Wei, el del pelo largo—. A ver si tenéis redaños para poneros de pie.

—A ver si los tenéis vosotros para obligarnos a puntapiés —replicó Song Gang.

Los estudiantes miraron a Li Guangtou y a Song Gang con expresión de impotencia. Sin dejar de soltar tacos, dirigían la vista a uno y a otro, y observaron a Li Guangtou comerse su bollo relleno de carne. Después de engullir el bollo, Li Guangtou recuperó algo de su energía, y secundó a Song Gang, añadiendo:

—Estamos muy cómodos sentados aquí; aún más cómodos que en nuestras propias camas.

Los tres estudiantes de secundaria murmuraron cada uno la puta madre, y luego Sun Wei, el del pelo largo, cambió de táctica. Les dedicó una risita amistosa y le dijo a Li Guangtou:

—Eh, chico, ¿por qué no te pones de pie? Te prometemos no hacerte ningún barrido de pierna. Anda y mantén relaciones sexuales con ese poste eléctrico.

Li Guangtou emitió también una risita y se relamió los restos del jugo de carne. Se los relamió dando cabezadas y replicó:

—Ya no mantengo relaciones sexuales con los postes eléctricos. Si quieres hacerlo tú, adelante. Yo ahora soy impotente, ¿te enteras?

Los tres estudiantes de secundaria ignoraban el significado de impotente. Se miraron con curiosidad, y Zhao Shengli no pudo evitar preguntar a Li Guangtou:

—¿Qué quiere decir impotente?

Li Guangtou explicó en tono de suficiencia:

—Desabróchate los pantalones y mírate el...

Zhao Shengli se llevó la mano a la entrepierna, y miró alarmado a Li Guangtou. Éste prosiguió:

—Échale un vistazo. ¿Tienes el pito duro como un cañoncito de metal? ¿O bien está blando como la pasta de amasar?

Zhao Shengli se tentó el pito por encima de la ropa y respondió:

—¿Necesito mirármelo? Desde luego que ahora mismo está blando como pasta de amasar.

Al oír esto, Li Guangtou exclamó alborozado:

—¡Entonces también eres impotente!

Los tres estudiantes de secundaria comprendieron ahora qué significaba impotente. Sun Wei y Liu Chenggong estallaron en carcajadas, y Sun Wei le dijo a Zhao Shengli:

—¡Mira que eres idiota! Ni siquiera sabías lo que significaba impotente.

Zhao Shengli se sintió humillado, de modo que largó un puntapié a Li Guangtou.

—Tú, cabroncete, eres el único impotente. Cuando me he levantado esta mañana la tenía más dura que un cañón de hierro...

Li Guangtou se apresuró a aleccionar a Zhao Shengli:

—Entonces es que por la mañana no eres impotente y por la tarde sí.

—¡Gilipolleces! —replicó Zhao Shengli—. Yo no soy impotente nunca: ni cuatro estaciones al año ni veinticuatro horas al día.

—¡Sí, gilipolleces! —dijo Li Guangtou señalando el poste más cercano—. Ve y prueba en ese poste eléctrico...

—¿Poste eléctrico? —exclamó Zhao Shengli dando un resoplido—. Sólo un cabroncete como tú se abrazaría a un poste de madera. Si voy a tener relaciones sexuales las tendré con tu madre.

Li Guangtou rechazó aquella posibilidad.

—Mi madre no permitiría que unos tipos como vosotros se le acercaran. —Y señalando a Song Gang, que estaba junto a él, añadió orgullosamente—: Mi mamá sólo lo hace con el padre de éste...

Sun Wei y Liu Chenggong se retorcían de risa. Zhao Shengli soltó una retahila de tacos, pero los tres estudiantes de secundaria sabían que aquellos dos pequeños cabrones no se levantarían por nada del mundo. Los tres debatieron cómo darles una lección, y sobre la posibilidad de levantarlos ellos y luego derribarlos con un barrido de pierna. Li Guangtou recordó cómo Tong el Herrero los había salvado la última vez, así que, sonriendo, anunció:

—Ahí viene Tong el Herrero.

Los tres estudiantes de secundaria se volvieron a mirar calle abajo, pero no vieron señal alguna de Tong el Herrero. Así que cada uno de ellos dio tres puntapiés a Li Guangtou y Song Gang, arrancándoles gritos de dolor, y luego se alejaron con la sensación de que, finalmente, se habían salido con la suya.

Li Guangtou consiguió escapar del barrido de pierna, e incluso consiguió comerse otro bollo relleno de carne. Lo triste era que no podía recordar en absoluto el sabor del bollo; tan sólo recordaba que se atragantó cuatro veces y que Song Gang le palmeó la espalda. Song Gang dijo más tarde que mientras lo hacía, a Li Guangtou se le alargó el cuello como el de un ganso.

De nuevo eran camaradas. Los hermanos se miraron y se rieron, primero bajo y luego alto durante un minuto, más o menos, y echaron a andar, cogidos de la mano, por la calle principal. Song Gang contó que localizó a su padre, que vivía en un almacén. Había un montón de gente encerrada en ese almacén, unos llorando y otros gritando. Li Guangtou preguntó por qué lloraban y gritaban, y Song Gang respondió que parecía como si esa gente estuviera peleándose allí dentro.

Aquella tarde, Song Gang tomó de la mano a Li Guangtou y recorrieron tres calles, pasaron dos puentes, atravesaron un callejón y, finalmente, llegaron al almacén donde se mantenía encerrados a los terratenientes y capitalistas, contrarrevolucionarios actuales y pasados, junto a otros enemigos de clase. Li Guangtou descubrió al padre de Sun Wei, el del pelo largo, provisto de un brazalete rojo y de pie frente al almacén, fumando. Cuando vio a Song Gang le preguntó:

—¿Otra vez tú por aquí?

Song Gang señaló a Li Guangtou.

—Es mi hermano, Li Guangtou. Quiere ver a nuestro padre.

El padre de Sun Wei miró a Li Guangtou y preguntó:

—¿Dónde está tu madre?

—En Shanghai —respondió Li Guangtou—, a que la vea un médico.

El padre de Sun Wei emitió una risita socarrona.

—No ha ido a que la vea un médico, sino a ponerse en tratamiento.

El padre de Sun Wei arrojó la colilla al suelo y la pisoteó. Empujó la puerta del almacén para abrirla y gritó para adentro:

—¡Song Fanping! ¡Song Fanping, sal!

Cuando el padre de Sun Wei abrió la puerta, Li Guangtou distinguió a un hombre en el interior, tendido en el suelo, moviendo la cabeza, que sostenía entre las manos, mientras otro hombre lo azotaba con un cinturón. El caído guardaba completo silencio, pero el que descargaba los latigazos gemía, como si lo estuvieran golpeando a él. Esta visión produjo escalofríos a Li Guangtou, y Song Gang palideció. Quedaron ambos tan impresionados, que no advirtieron la presencia de Song Fanping, que se había acercado a la puerta principal.

Se aproximó a los chicos y preguntó:

—¿Os habéis comprado los bollos rellenos de carne? Li Guangtou levantó la vista para mirar la alta figura de Song Fanping delante de él. Llevaba la camisa cubierta de manchas de sangre, y su cara estaba hinchada y amoratada, y Li Guangtou pudo comprender que había sido golpeado hasta dejarlo medio muerto. Song Fanping se agachó para echar un vistazo a Li Guangtou, alcanzando a acariciarle la cabeza.

—Li Guangtou, aún tienes jugo de carne en los labios.

Li Guangtou agachó la cabeza y, afligido, dejó escapar unas lágrimas. Lamentaba su revelación. Pensaba para sí: Si no hubiera dicho aquellas cosas ante la puerta de la escuela, a Song Fanping no lo tendrían aquí torturándolo. Cuando pensaba en lo cariñoso que Song Fanping había sido con él, empezó a llorar.

—Me equivoqué.

Song Fanping le secó las lágrimas a Li Guangtou con el pulgar, y se burló de él:

—No te habrás sorbido los mocos tan fuerte como para que te salgan por los ojos, ¿verdad?

A Li Guangtou se le escapó una risita. Para entonces, el llanto, los gritos y las maldiciones en el interior del almacén aumentaron de intensidad, retumbando sin cesar por las grietas de la puerta. Llegaban también sonidos de queja, como de ranas croando. Li Guangtou se alarmó. Él y Song Gang permanecían junto a Song Fanping temblando. Song Fanping actuaba como si no oyera nada, y charlaba alegremente con los chicos, aunque su brazo izquierdo pendía torpemente junto al costado. Li Guangtou y Song Gang ignoraban que ese brazo había sido golpeado hasta dislocarlo. Pensaban que tenía un aspecto raro, como si fuera un miembro artificial. Le preguntaron qué tenía en el brazo, y él explicó:

—Está cansado, así que lo dejo descansar unos días. Song Fanping siempre maravillaba a Li Guangtou y a Song Gang. Éstos tenían la sensación de que poseía toda clase de poderes misteriosos y talentos ocultos, hasta el punto de que podía, incluso, dejar colgando el brazo para que descansara unos días.

A fin de satisfacer la curiosidad de Li Guangtou y de Song Gang, Song Fanping se convirtió en su instructor, frente a aquel gigantesco almacén repleto de gemidos y gritos, enseñándoles cómo dejar descansar un rato sus antebrazos. Les dijo a los chicos que primero debían bajar un hombro hasta que quedara como volcado, y luego relajar el brazo y dejarlo colgar. Les dijo también que no debían hacer ninguna fuerza con aquel brazo; que tenían que hacer como que no existía. Señaló su sien y dijo: No volváis a pensar más en ese brazo. Una vez comprendió que Li Guangtou y Song Gang habían captado lo esencial, les pidió que marcharan en formación arriba y abajo frente al almacén, con sus hombros caídos y sus brazos colgantes, mientras él marcaba el paso: Uno, dos, uno, dos. Li Guangtou y Song Gang se dieron cuenta de que a cada paso que daban, su brazo se movía atrás y adelante. Los chicos estaban encantados, señalando cada uno, excitado, el brazo del otro. Song Fanping les preguntó:

—¿Así que os cuelgan los brazos?

—¡Sí, cuelgan! —respondieron al unísono.

El padre de Sun Wei, el del pelo largo, los observaba sin poder contener la risa. Primero rió entre dientes, luego a carcajadas y, finalmente, no paró de reír hasta que hubo de agacharse y llevarse las manos al estómago. Al cabo, se enderezó, sin dejar de sostenerse el vientre, y le dijo a Song Fanping:

—Bueno, vuélvete para adentro.

Song Fanping regresó al almacén, pero antes de entrar se volvió y les dijo a los chicos:

—Ahora regresad a casa y practicad.

Aquella tarde, Li Guangtou y Song Gang olvidaron por completo los horribles sonidos que procedían del interior del almacén, así como el rostro amoratado e inflamado de Song Fanping; tan sólo recordaban que éste les había dicho que siguieran practicando. Todo el camino, los chicos practicaron entusiásticamente los hombros caídos y los brazos colgantes. Una vez en casa, se echaron en la cama dejando caer los brazos a un lado. Descubrieron que era mucho más fácil dejar colgar los brazos fuera de la cama que caminar con un hombro caído. El único inconveniente era, sin embargo, que al cabo de un rato se les dormían los brazos.