58

MIKE llevaba a su hija de la mano.

—¿Tenemos prisa?

—No, no, prisa no. Pero quiero que nos dé tiempo de hacerlo antes de comer. Nour no tardará mucho en llegar. Podría ser una bonita sorpresa para ella. Tu propio single.

—¿Qué es eso?

—Una canción grabada. Para que se pueda escuchar muchas veces. Cada vez que uno quiera.

—¿Como en el ordenador?

—Exacto.

Cruzaron por el césped comunitario. Mike le aguantó la puerta de la verja a Sanna, vio a Marianne por la ventana de la cocina y la saludó con la mano. Ella abrió la puerta antes de que hubiesen llegado.

—Gösta no está en casa —informó ella.

—Qué pena —dijo Mike y puso las manos sobre los hombros de su hija—. Sanna ha empezado a tocar la flauta dulce. Queríamos saber si podríamos utilizar un momento el estudio. Para grabar su primera canción.

—¿El estudio?

Marianne no entendía.

—El estudio de música —repitió Mike—. En el sótano.

—Ah, sí. No…, no puede ser.

Mike sonrió sorprendido. Marianne cambió el pie de apoyo.

—Gösta es muy suyo con el estudio. No le gusta que nadie entre allí. Es como si fuera su refugio.

—Entiendo, entiendo.

Mike se sintió inseguro, no sabía cómo continuar la conversación.

—Vale —dijo y siguió sonriendo a falta de algo mejor que hacer—. Pero gracias de todos modos.

Esperaba no parecer demasiado irónico.

—O sea, no es que no se fíe ni nada de eso —apuntó Marianne.

—No, no, lo entiendo. Dale recuerdos.

—De tu parte.

Mike dio media vuelta para marcharse, pero se detuvo en el último momento.

—Vuestra hija —dijo.

La reacción fue inmediata. Mike lo vio en sus ojos. Aun así le parecía tan inconcebible que siguió hablando a pesar de que en ese momento ya lo había comprendido.

—Fue al mismo instituto que Ylva —continuó y sintió cómo las piezas iban colocándose cada una en su sitio.

Todas las sandeces que le había soltado aquel tarado coincidían, cada palabra era cierta.

Marianne no decía nada. La cara de la mujer era fría y expectante, no reflejaba ningún sentimiento.

Se oyó un ruido desde el sótano.

—Voy a bajar al sótano —dijo Mike y pasó junto a Marianne.

En ese mismo instante Sanna soltó un grito cuando vio a un ser ensangrentado, cadavérico y casi desnudo en el umbral de la escalera.

Mike se detuvo en el acto. La piel de la mujer era como de plástico, casi transparente. Lo único que parecía real era la sangre que le salía de la boca y que le caía por el resto del cuerpo. Levantó el brazo y lo estiró. Mike supo desde el primer momento de quién se trataba, pero fue la forma de levantar el brazo lo que le hizo reconocer a su mujer.