49
MIKE llamó y pidió una cita de urgencia. Como cabía esperar, Gösta no puso objeciones.
—Cuéntame —le dijo, y Mike le explicó la misteriosa visita que había recibido.
Gösta sonreía con tranquilidad mientras se lo contaba, Mike se sentía cada vez más inseguro.
—¿Qué? —preguntó, sintiéndose como un crío ante la indulgencia de un adulto.
—Pensé que sería algo grave —dijo Gösta.
—Coño, como que es grave.
—No —dijo Gösta—, no es grave. ¿Qué tal con Nour?
—Bien, muy bien. ¿Qué quieres decir con que no es grave?
—Pensaba que tu relación se habría ido al traste —continuó Gösta—. Lo que me has contado es una avispa en un picnic. Sin duda, irritante y pesada, pero todavía estás haciendo un picnic.
Mike se dejó tranquilizar, al cabo de un rato incluso se atrevió a reírse de la historia.
—Pero parecía curioso, no lo niegues.
—¿El qué? ¿Que unos compañeros de clase hayan muerto de cáncer y en accidentes de tráfico? Tú mismo has dicho que Ylva jamás los había mencionado. No pueden haber sido amigos cercanos. Así que, ¿qué tenemos? ¿Tres muertes prematuras en un instituto más o menos grande? No veo el quid de la cuestión.
—Iban a la misma clase —dijo Mike—. El chico también. El que vino a verme, quiero decir.
Gösta no dijo nada.
—¿Debería acudir a la policía? —preguntó Mike.
—¿Para qué?
—Para denunciarlo. La próxima vez a lo mejor se atreve a molestar a Sanna.
Gösta miró al techo, frunció los labios y movió la cabeza de un lado a otro mientras pensaba.
—No sé —dijo—. ¿Tú crees que hay riesgo?
—No demasiado —contestó Mike—. Es difícil decirlo. No podría perdonarme que le pasara algo a Sanna.
Gösta se inclinó sobre la mesa.
—¿Cómo has dicho que se llamaba?
—Calle Collin.
—¿Lo has buscado en Google?
—Ha escrito en varias revistas, no tiene nada raro.
—Has dicho que trabajaba para Familjejournalen. A lo mejor podrías empezar hablando con alguien de allí.
• • •
—¿Cómo se llamaba? ¿Calle…?
Marianne pasaba impaciente las páginas del viejo álbum de fotos del instituto de su hija. Deslizaba el dedo por las listas de nombres.
—Calle, Calle, Calle. ¿Jonsson?
—No, Collin —aclaró Gösta.
—Aquí —dijo Marianne y leyó—. El tercero por la izquierda, segunda fila. Éste.
Inspeccionó la foto, parecía dudosa y se encogió de hombros.
—Nunca lo habría reconocido —manifestó.
Llamaron al timbre de la puerta. Gösta se inclinó hacia adelante, echó un vistazo por la ventana y vio que era Mike.
—Dios mío, es él —dijo.
—Ve a abrir —le soltó Marianne.
Gösta se dirigió a la puerta de la calle, cerró la que bajaba al sótano por seguridad. Abrió y puso cara de extrañado. Mike llevaba una botella en la mano.
—Una forma simbólica de dar las gracias —dijo.
—No tenías por qué hacerlo. No era necesario.
—Sí, has significado mucho para mí, no sé cómo me las habría arreglado sin tu ayuda.
Gösta cogió la botella, miró la etiqueta y arqueó contento las cejas.
—Vaya, pues muchísimas gracias. De verdad que no hacía falta, pero gracias. Te invitaría a pasar, pero estamos un poco mal de suministros.
—No, tranquilo, tengo que ir a casa y darle de comer a Sanna —explicó Mike—. Sólo quería venir un momento a darte eso y ya está.
—Gracias —dijo Gösta.
—Gracias a ti.
Mike levantó la mano y se marchó. Gösta cerró la puerta y volvió con su esposa a la cocina.
—Me reconoció —dijo repicando con el índice en el catálogo de fotos—. Creo que no logró situarme, pero cuando lo haga seguro que atará cabos.
—Tranquilízate. No llames al mal tiempo. Para empezar, ¿por qué te iba a reconocer? ¿A cuántos padres de tus compañeros de clase podrías reconocer? Y tú no lo reconociste a él.
—No, porque entonces él era un niño y ahora es una persona adulta. Seguro que nosotros también hemos cambiado, pero no de la misma forma.
Gösta suspiró.
—¿Y qué más da si te ha reconocido? ¿Por qué iba a relacionarlo con Ylva? No hay ningún motivo. Además, Mike lo echó de casa. No es muy probable que Calle Collin vuelva a ponerse en contacto con él.
—Puede que no, pero el riesgo sigue latente.
Marianne respiró hondo.
—Gösta, ha llegado el momento. Ella tiene que desaparecer. Si no lo consigue por sí sola, tendrás que echarle una mano.
• • •
Ylva lo vio todo en la pantalla.
Mike se acercó caminando a la casa en la que ella se encontraba con una botella de vino en la mano. Al poco rato se marchó con las manos vacías.
La cámara no cubría el área más próxima a la puerta de la casa, pero no hacía falta tener mucha imaginación para entender lo que estaba pasando. Mike había acudido a dejarles una botella de vino. Gösta no le había mentido: él y Mike habían entablado amistad; Gösta se había ganado la confianza de Mike.
El vino era un «gracias por la ayuda», sin lugar a dudas. Porque Gösta lo había escuchado, aunque en eso consistiera su trabajo. Así es como funcionaban las cosas en los barrios de las afueras, una botella por la amabilidad mostrada.
Ylva se preguntó qué le suponía a ella aquel gesto. Qué peligros podía acarrear. Gösta y Marianne no podían, bajo ningún concepto, mantener una vida social normal entre las cuatro paredes de su casa. Toda persona que cruzara el umbral de la puerta les suponía un riesgo grave. Estaban obligados a guardar las distancias con los vecinos que los visitaran, saludar con cortesía pero poco más.
El interés que Gösta mostraba por ella se había reducido, Ylva lo percibía claramente. El día que perdiera definitivamente las ganas sería el final de la historia, aquello era obvio.
Ylva probó de gemir más fuerte y renovarse de todas las formas imaginables, pero aun así Gösta parecía aburrirse. En realidad, sólo cuando la tomaba con violencia lograba recuperar por un instante el mismo interés que le había mostrado durante los primeros seis meses.