15

MIKE recogió las cosas del desayuno y se metió en la ducha. Cerró los ojos y dejó que los chorros de agua caliente le enjuagaran la cara. El ruido de la ducha lo aislaba del resto mundo y eso le hizo ver que no podía seguir viviendo así.

Quería el divorcio, se imaginó a sí mismo cerrando el trato con fría generosidad para no arriesgarse a tener problemas con los servicios sociales. Se buscaría un piso de dos habitaciones más al norte, con balcón y la buena vida a sus pies. ¿Semana sí, semana no? Eso también tenía sus ventajas.

Se imaginó un estilo de vida nuevo y mejor. Elegiría las amistades, dejaría de quedarse sentado sonriendo y diciendo que sí con la cabeza.

¿Citas por internet? El mar estaba lleno de peces.

Un ruido fuera del cuarto de baño le hizo cerrar el grifo de golpe. Salió de la ducha y abrió la puerta.

—¿Hola? —gritó.

Sin respuesta.

—¿Ylva?

Sólo el sonido lejano de los dibujitos de Sanna.

—¡Sanna!

—¿Qué pasa?

—¿Ha venido alguien?

—¿Qué?

—¿Ha llegado mamá?

Mike gritaba con fuerza.

—No.

—Me ha parecido que llegaba alguien.

—No.

—Vale.

Mike se secó y se vistió, bajó al salón a ver a Sanna. La estuvo observando hasta que la niña apartó los ojos de la tele y se lo quedó mirando de forma interrogante.

—Estaba pensando que podríamos pasarnos por Väla —dijo Mike con dinamismo.

El centro comercial era su peor pesadilla, en especial un sábado por la mañana, pero no se veía capaz de quedarse en casa dando vueltas esperando la llegada de la reina.

—¿Ahora?

—Sí, antes de que se llene de gente.

—¿No podemos esperar a que venga mamá?

—No, nos vamos ahora.

Cogió el mando de la tele, que estaba sobre la mesa.

—Ve a ponerte algo de ropa.

—Pero para la película, quiero terminar de verla cuando volvamos.

Sanna bajó de un brinco del sofá y fue corriendo a su cuarto. Mike puso el teletexto y leyó los titulares. Nada de interés, constató, y apagó el televisor.

Fue a la cocina, cogió un trozo de papel, escribió LLAMA y lo dejó bien a la vista en el centro de la mesa.

• • •

Mike y Sanna salieron de la casa.

Ylva estaba sentada en la cama sin apartar los ojos de la pantalla. Vio a su marido y a su hija meterse en el coche y marcharse.

No veía todos los detalles, pero los movimientos de su familia eran los de siempre, y el cerebro no tuvo dificultades para completar lo que sus ojos no habían captado. Eran movimientos normales, efectuados millones de veces y sin dramatismo: la puerta se abrió. Sanna corrió hacia el coche. Se puso en la puerta del acompañante para ver cumplida la promesa de que podía ir delante. Mike cerró la casa, apagó la alarma del coche con el mando. Se subieron al vehículo, Mike ayudó a su hija con el cinturón. Cerró la puerta del conductor. Las luces rojas de atrás se encendieron. El coche dio marcha atrás, se detuvo un instante y después arrancó. Giró a la izquierda en la calle Bäckavägen y después a la izquierda otra vez y empezó a subir por la calle Sundsliden.

Ylva sabía que no serviría de nada, pero empezó a chillar desesperada cuando vio el techo del coche pasando por delante de la pantalla.

Abandonaban la casa… ¿Qué significaba aquello? ¿Con quién se había puesto Mike en contacto? ¿Qué creería que había pasado?

Era bastante fácil suponer lo que estaría pasando por su cabeza. A lo mejor no soportaba quedarse esperando. O quizá estaba llevando a Sanna a casa de su abuela en una acción preventiva. Para que no tuviera que estar presente en el numerito que Mike se creía a punto de montar.

¿Por qué no llamaba a la policía? ¿O ya había llamado y le habían dicho que tenía que esperar?

«Seguro que vuelve a casa, ya verás».

Tras lo cual, el agente de guardia con el que hubiese hablado habría colgado el teléfono poniendo los ojos en blanco antes de servirse otra taza de café.

Sanna había dado sus clásicos pasos saltarines. No sospechaba nada.

Mike era más difícil de leer. El miedo a perder el control era el rasgo más característico de su personalidad, a pesar de que en el fondo era un llorón. Mike estaba más preso en su rol de género de lo que Ylva había estado nunca del suyo.

Por lo menos habría llamado al hospital, ¿no? Es lo que ella habría hecho. Por lo menos por razones tácticas, para utilizarlo después como reproche.

«¡Incluso he llamado al hospital, ¿te das cuenta?!».

El doble martirio. Considerado y traicionado.

• • •

—¿Por qué estás mirando el móvil todo el rato?

Sanna miró acusadora a su padre.

—No lo hago.

Ella sonrió ruborizada.

—Todo el rato.

—Sólo lo miro para ver si ha llamado mamá.

—¿Dónde está?

—No estoy seguro.

—¿No sabes dónde está?

A Sanna le costaba entender y Mike notó lágrimas en los ojos.

—Sé que ha salido con unas amigas, o que salió. Salieron ayer. Seguramente se les hizo tarde y se quedó a dormir en casa de alguien.

—¿No te ha llamado?

—¡Mira! —dijo Mike señalando a la derecha.

Sanna volvió la cabeza y Mike se apresuró a secarse los ojos.

—¿Qué? —preguntó Sanna.

—El pájaro. Había un pájaro enorme.

—¿Dónde?

—Bah, se ha ido volando.

—No he visto ningún pájaro.

—¿No? Uno grande, puede que fuera una águila. ¿Alguna vez has visto una águila? Parecen una puerta volando. Mamá volverá enseguida. Nos estará esperando cuando volvamos de Väla.

—Igualmente creo que hay que llamar.