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TRES de cuatro, muertos —dijo Jörgen Petersson—. No puede ser una coincidencia.

Calle Collin no pudo aguantar una risotada de escepticismo.

—¿Crees que están relacionados? —preguntó—. Morgan muere de cáncer, a Anders lo asesinan en la calle Fjällgatan y Johan se mata con la moto en África. ¿Serías tan amable de explicarme ese nexo de unión que has visto?

—Tanto como nexo de unión… —dijo Jörgen—. Más bien lo veo como una prueba de la existencia de Dios.

Calle levantó la mano para pararlo.

—Eso no se dice ni en broma —dijo.

—Lo digo en serio —replicó Jörgen con expresión grave—. Puede que el mundo no sea un sitio mejor sin ellos, pero no me jodas, está claro que es menos malo.

Calle lo miró con actitud severa.

—¿Qué te hicieron? ¿Cómo consiguieron hacerte unas heridas tan profundas que ni siquiera te disgusta que se les hayan arrebatado por lo menos cuarenta años de vida?

—¿A mí? —dijo Jörgen—. Yo me mantuve todo lo alejado que pude. Pero aun así me dieron de hostias un par de veces. No me digas que contribuyeron con algo bueno. Habían levantado un imperio del terror. Toda la escuela se doblegaba bajo su tiranía. Me moría de miedo cada vez que pasaba por su lado.

—Yo no lo recuerdo así.

—¿Cómo lo recuerdas?

Calle negó con la cabeza.

—La semana pasada entrevisté a un chico con parálisis de cintura para abajo. Se había tirado de cabeza donde no cubría y se había partido el cuello. Dieciocho añitos. Creo que es la persona más positiva que he conocido jamás. Le pregunté si no sentía rabia por haber sufrido un accidente como aquél. ¿Sabes qué me contestó? Me dijo que ese tipo de accidentes no eran fortuitos. Que él y otras personas que los sufrían eran por norma más osados que los demás. Se exponían a riesgos innecesarios. ¿Me sigues? Cargó con toda la culpa, no lo achacó al colmo de la mala suerte. Deberías conocerlo. Podría enseñarte algunas cosas.

—Seguro —dijo Jörgen.

Calle resopló, molesto, por la nariz.

—Esposa e hijos sanos y montañas de carne de cerdo. Y lloriqueas por unos idiotas fracasados que tuvieron su momento de gloria en el instituto. Y que encima ya no están entre nosotros. ¿A cuántas personas de éxito conoces que estuvieran a gusto en el instituto?

—Tienes razón —admitió Jörgen—, tienes razón.

—Claro que tengo razón.

—Pero ¿Ylva sigue viva?

—Y yo qué sé —dijo Calle—. No es que hayamos tenido contacto a diario, precisamente. No la he visto desde entonces. Creo que se casó con uno de Skåne o algo así.

—¿De Skåne? —preguntó Jörgen.

—Lo que oyes —contestó Calle—. Un destino peor que la muerte.

Jörgen se quedó con la mirada perdida.

—Déjalo —dijo Calle—. No te pega.

Jörgen no entendía.

—¿Qué? —preguntó.

—Darle vueltas al asunto.

—Sólo estaba pensando que…

—Déjalo —lo interrumpió Calle—. No va contigo y no sacarás nada bueno.

Jörgen hizo un aspaviento con la mano y cambió de postura.

—Esto que has dicho —continuó—, del chico paralítico, que se lo había hecho él mismo.

Calle se preguntó adonde quería llegar.

—A lo mejor pasa lo mismo con la Pandilla de los Cuatro —dijo Jörgen.

—¿A qué te refieres?

—Morgan tuvo cáncer, lo cual podría ser consecuencia de una vida insana. A Anders lo mataron en el centro de Estocolmo, y sólo podemos especular sobre qué llevó a acabar así. Y Johan se la pega con la moto en Zimbabue, seguramente no sobrio del todo.

Calle negó con la cabeza.

—No te rindes —dijo.

• • •

—Qué raro —comentó Mike—. Pienso casi más en mi padre que en Ylva. El pasado borbotea hasta la superficie.

Estaba en la consulta de Gösta Lundin, en la quinta planta del hospital de Helsingborg. Mike sentía que a aquellas alturas se conocían bastante bien y tenía plena confianza en su médico.

—¿Te refieres a lo que habrías hecho de otra manera? —preguntó Gösta.

Mike ladeó la cabeza e hizo una mueca escéptica.

—No exactamente, es más la sensación.

—¿La sensación?

—Justo después de que ocurriera, la atención recayó sobre mi madre y sobre mí. Familia y amigos, entierro, detalles. El día a día era un drama, cosa seria. Puede que parezca un poco loco, pero la verdad es que era bastante emocionante, un poco como el primer día de clase o como cuando te enamoras. En medio de la pena y la desilusión, la vida parecía llena de sentido. Supongo que yo, no sé, me sentía… ¿importante? Uf, parece tremendo.

—En absoluto.

—Es que no es eso lo que quiero decir.

—Lo entiendo. Continúa.

Mike se concentró, intentaba encontrar las palabras adecuadas para lo que quería expresar.

—Lo otro vino después —dijo.

—¿El qué?

—La vergüenza, el malestar, las caras que se volvían. La gente no sabe cómo tratar el dolor. Son muy pocos los que entienden lo que realmente necesitas. Alguien que te invite a casa y sea amable contigo, alguien que te llame para preguntarte si le apetece ir al cine, que te ayude a hacer una mudanza. Cualquier cosa que haga avanzar el reloj.

Mike sonrió a su médico.

—El tiempo que siguió después de que todo pasara, todos los rituales y esa mierda, cuando lo cotidiano empezó a recuperar el terreno y esperabas que la pena ya hubiese pasado. En ese momento habría preferido cualquier broma de mal gusto, cualquier cosa, antes que la distancia y el silencio.

Mike se rió, se miró las manos y levantó la cabeza.

—Parezco un viejo locutor de radio que sólo se refiere a una mala infancia —dijo—. Y supongo que la mayoría de los que se sientan en esta silla son iguales que yo. Debes de pensar que somos unos teleñecos que no paramos de hablar.

Gösta negó con la cabeza. Se inclinó hacia adelante y juntó las manos sobre la mesa.

—Tu padre —declaró Gösta afable—. ¿Tienes miedo de… heredarla? Su depresión, quiero decir.

Mike negó con la cabeza, se reclinó en la silla.

—Mi madre dice que fue el alcohol lo que le quitó la vida a mi padre. Fue un círculo vicioso. Al final, ella ya no sabía si él bebía porque estaba deprimido o si estaba deprimido porque bebía. Yo voy con bastante cuidado con el alcohol, en ese sentido he salido más a mi madre. Y mientras tenga a Sanna jamás se me pasará por la cabeza tomar esos derroteros, nunca. A pesar de que ahora, en cierto modo, pueda entender a mi padre. Quiero decir, su dolor era profundo y la vida ya no tenía sentido para él. Entiendo que la gente se quite la vida, sólo me gustaría que no fuera gente de mi entorno.

—¿Eso es lo que crees que le ha pasado a Ylva? ¿Que se ha quitado la vida?

—No.

—¿Tú qué crees que ha pasado?

—Creo que…

Volvió la cara y clavó la mirada en la pared.

—Creo que murió asesinada. Probablemente, asfixiada. Podría haber sido un juego sexual con la persona equivocada, un asalto con violación, no sé.

—¿No crees que siga viva?

Mike titubeó un momento.

—No, no lo creo —contestó después.

—¿No tienes ninguna esperanza?

Mike negó con la cabeza.

—Si la tuviera, perdería la cabeza —dijo.

—Las escenas que mencionas contienen sexo, las dos —constató Gösta.

—Ya hemos hablado de eso —dijo Mike escueto.

—¿Que ella era excesivamente coqueta?

—Sí.

Mike tuvo que hacer un esfuerzo por contener el volumen de la voz.

—Y crees que eso podría haberla llevado a los brazos de la persona equivocada.

—Yo ya no creo nada. Ylva no está, nunca volverá. La verdad es que no quiero entretenerme a pensar en lo que le pudo haber pasado.

—Te pido disculpas —dijo Gösta.

Mike se pidió calma a sí mismo.

—¿Alguna vez has perdido a un ser querido? —preguntó al final, fijando la mirada en su médico.

—Tuve una hija —respondió Gösta.

El rostro de Mike cambió del enfado a la disculpa en una fracción de segundo. Gösta lo miró.

—Han pasado veinte años. Ella tenía dieciséis.

—¿Cáncer?

Gösta permaneció en silencio un largo rato.

—No quiero hablar de ello —dijo al final—. A estas alturas ya no, y menos contigo. Eres mi paciente, no al revés.