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Amabilidad, recompensas
Cuando las víctimas están lo suficientemente doblegadas, comienza el proceso realmente maléfico. El perpetrador, que hasta el momento les ha pegado y humillado, de repente se vuelve generoso. La víctima se queda desconcertada y empieza a reevaluar al perpetrador, incluso a negar los maltratos previos. El perpetrador sólo lo hacía porque se veía obligado a ello. La víctima lo comprende. La víctima empieza a vivir su situación como normal y elegida por voluntad propia.
—CIERRA los ojos.
Ylva lo miró con miedo. Estaba de pie con las manos en la cabeza, tal como la habían instruido. El hombre sólo entreabrió la puerta y se asomó.
—Es una sorpresa. Cierra los ojos.
Ella obedeció, sus párpados temblaban nerviosos. Oyó al hombre entrar y acercársele. Ylva abrió los ojos. En una mano tenía una lámpara de suelo, y en la otra, una pesada bolsa de papel.
—Algo para leer —dijo él—. Te puede ir bien para matar el tiempo. ¿Utilizas gafas?
Ylva negó con la cabeza. El hombre le sonrió.
—Siéntate —le ordenó.
Ylva obedeció de nuevo. El hombre dejó la bolsa y la lámpara en el suelo y se sentó a su lado en la cama.
—Ahora estás aquí —dijo—. Sé que es difícil de aceptar. Quieres creer que es temporal, que podrás marcharte. Pero al mismo tiempo sabes que eso no ocurrirá jamás. Y cuanto antes te deshagas de esa idea, antes te sentirás en paz. Créeme, dentro de un año no querrás irte. Dentro de un año te quedarás aunque te abra la puerta.
Le acarició el pelo. Como si ella fuera una niña y él, un adulto más inteligente que la estaba consolando.
—Esta vida que te damos no es mala —dijo él.
Le puso el índice debajo de la barbilla y le volvió despacio la cara para vérsela.
—La violencia no me hace sentir bien —continuó él—. Sólo pego por necesidad, como una vía para obtener obediencia. Es efectivo, pero no crea lazos fuertes. Yo prefiero la zanahoria antes que el látigo, el elogio antes que la reprimenda.
• • •
—Pero ¿qué quieres que hagamos?
Igual que la mayoría de los hombres, Karlsson tenía sangre en las venas, a pesar de todo. Un desafeitado y lacrimoso marido fiel con la mujer desaparecida era más de lo que podía gestionar. Si Karlsson no estuviera convencido de que las lágrimas de Mike eran de remordimientos de conciencia y no de tristeza, le habría dicho que sí a cualquier cosa.
—Quiero que la encontréis —dijo Mike.
—¿Cómo? —preguntó Karlsson.
Mike no lo sabía.
—O no quiere ser encontrada o…
Karlsson se detuvo, pero ya era demasiado tarde. Mike estaba llorando otra vez.
«Por Dios, vaya llorica —pensó Karlsson—. Como siga así yo también me pondré a llorar».
—Perdón —dijo Mike.
—No pasa nada —contestó Karlsson—. Es perfectamente comprensible.
Abrió el cajón del escritorio y encontró un paquete de pañuelos de papel que lanzó sobre la mesa.
—Gracias —dijo Mike.
«Navaja oxidada», pensó Karlsson.
Drama pasional, navaja oxidada, remordimientos de conciencia.