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PARTO de la base de que no piensas escribir nada al respecto.

Erik Bergman miraba a Calle Collin con ojos burlones. La inteligente mujer de gran corazón había organizado la reunión, recordándole al reportero de lo criminal que Calle era el sustituto que unos años atrás había rechazado un puesto de trabajo en la sección de noticias con las célebres palabras: «Si de verdad estuviera interesado en las noticias habría buscado trabajo en un periódico de noticias».

—Anders Egerbladh y yo fuimos a la misma clase —dijo Calle.

Erik Bergman asintió, interesado.

—¿Y cómo era?

—Un mierdas.

—A mí me habían dicho que era un follador de conferencias —dijo Bergman.

—Eso también, seguro —añadió Calle—. Pero si te soy sincero, nunca me crucé con él siendo adultos. A lo mejor había cambiado.

Erik Bergman lo miró escéptico.

—Y se había vuelto bueno —dijo Calle—. Aunque también me cuesta creerlo.

—¿Qué quieres saber? —preguntó Bergman.

—Estuve leyendo tus artículos —dijo Calle— y es posible que me equivoque, pero me dio la sensación de que sabes más de lo que dices en los textos.

—¿Por qué quieres saberlo?

Calle se encogió de hombros al mismo tiempo que negaba con la cabeza.

—Simple curiosidad. Parecía todo tan teatral. El asesino del martillo. Bestial.

—Precisamente, en este caso eran los términos correctos. Tuvimos algunos problemas con el nombre. Estuvimos barajando Asesinato en la calle Fjällgatan y Asesinato en la escalera. Ya se habían dado un par de asesinatos con martillo. Pero no cabía duda de que el asunto era espectacular. Lo que decía: Anders Egerbladh era un amante aplicado. Estaba divorciado, cierto, pero la mayoría de las mujeres a las que conocía a través de las páginas de contacto estaban casadas. No sé si eso le ponía o si las mujeres casadas abundan más en internet. En cualquier caso, el cuerpo de policía tuvo que emplear a la mitad de sus agentes para interrogar a todas sus medias naranjas.

—¿Pero…?

—No, no sacaron nada. A través de su lista de llamadas y correo electrónico supieron que se había citado con una mujer en el restaurante Gondolen. Después ella lo llamó en el último momento, seguramente para pedirle que fuera a su casa. Después de la llamada, Anders salió del restaurante, compró un ramo de flores en la estación de Slussen y se fue a la calle Fjällgatan.

—O sea, que era una trampa.

—Sin lugar a dudas. La mujer no existía. Lo había llamado desde un móvil de prepago y los e-mails habían sido enviados desde distintos ordenadores públicos repartidos por toda la ciudad. La foto de la página de contactos estaba tomada de un blog extranjero.

—Por lo que leí, tuve la sensación de que la agresión era más bien…, cómo decirlo…, ¿de carácter masculino?

Erik Bergman asintió en silencio.

—Creo que encajarías bien en noticias —dijo—. La policía partió de la base de que el asesinato lo había cometido un hombre, pero que también había una mujer implicada para llevar a Anders Egerbladh hasta la escena del crimen.

—¿Y no tienen pistas?

—No. Lo único que saben con seguridad es que el crimen se perpetró con premeditación y alevosía.