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LA CONDESA DE L’ESTORADE A LA SEÑORA GASTÓN

16 de julio.

Querida Luisa, te mando esta carta por un propio antes de correr yo misma a reunirme contigo en el Chalet. Cálmate. Tus últimas palabras me han parecido tan insensatas que he creído prudente, en tales circunstancias, confiárselo todo a Luis: se trata de salvarte de ti misma. Si, como tú, hemos empleado horribles medios, el resultado ha sido tan afortunado que estoy segura de merecer tu aprobación. He llegado incluso a avisar a la policía; pero se trata de su secreto entre el prefecto, tú y nosotros dos. ¡Gastón es un ángel! He aquí lo que ocurre: su hermano Luis Gastón falleció en Calcuta, al servicio de una compañía mercante, en el momento en que se disponía a regresar a Francia rico, feliz y casado. La viuda de un negociante inglés le había procurado la más brillante fortuna. Al cabo de diez años de trabajos para enviar a su hermano un dinero con el que pudiera vivir, a aquel hermano a quien adoraba y a quien jamás hablaba en sus cartas de sus contrariedades para no afligirle, fue sorprendido por la quiebra del famoso Halmer. La viuda quedó arruinada. El golpe fue tan violento que Luis Gastón perdió la cabeza. Su hundimiento moral permitió que la enfermedad se adueñase de su cuerpo y falleció en Bengala, adonde había ido a hacerse cargo de los restos de la fortuna de su pobre esposa. El capitán había entregado a un banquero una primera partida de trescientos mil francos para hacerlos llegar a su hermano; pero el banquero, arrastrado en su caída por la de Halmer, les arrebató también este último recurso. La viudad de Luis Gastón, esa hermosa mujer a quien tú tomabas por tu rival, llegó a París con dos hijos que son tus sobrinos, y sin un céntimo. Las joyas de la madre apenas bastaron para pagar el pasaje de la familia. Los informes que Luis Gastón había dado al banquero para enviar el dinero a Mario Gastón sirvieron para que la viuda pudiera encontrar el antiguo domicilio de tu marido. Como tu Gastón desapareció sin decir adónde iba, enviaron a la señora Gastón a casa de D’Arthez, la única persona que podía suministrar informes sobre Mario Gastón. D’Arthez sufragó las primeras necesidades de esa joven con tanta mayor generosidad cuanto que Luis Gastón, hasta el momento de casarse, había sentido un profundo aprecio por nuestro célebre escritor por saber que era amigo de su hermano Mario. El capitán había pedido a D’Arthez que hiciese llegar con seguridad aquella suma a manos de Mario Gastón. D’Arthez contestó que Mario Gastón se había enriquecido al casarse con la baronesa de Macumer. La belleza, ese magnífico regalo que recibieron ambos de su madre, salvó a los dos hermanos de la pobreza, tanto en la India como en París. ¿No es ésta una historia conmovedora? Como es natural, D’Arthez acabó por escribir a tu marido sobre el estado en que se encontraban su cuñada y sus sobrinos, informándole de las generosas intenciones que el azar había hecho abortar, pero que el Gastón de la India había concebido sobre el Gastón de París. Tu marido, como puedes suponer, corrió precipitadamente a París. He ahí la primera parte de la historia. Tomó cincuenta mil francos del capital que tú le obligaste a aceptar y los invirtió en dos inscripciones de mil doscientos francos de renta cada una a nombre de sus sobrinos. Luego hizo amueblar ese apartamento donde vive tu cuñada y prometió enviarle tres mil francos cada tres meses. Ésa es la historia de sus obras teatrales y de la satisfacción que le produjo el éxito de la primera. Por consiguiente, la señora Gastón no es tu rival y lleva su nombre muy legítimamente. Un hombre noble y delicado como Gastón tenía que ocultarte esa aventura, temiendo tu generosidad. Tu marido considera que no le pertenece lo que tú le diste. D’Arthez me leyó la carta que le escribió para rogarle que fuera uno de los testigos de vuestra boda: Mario Gastón le decía en ella que su felicidad hubiera sido completa si tú no hubieses tenido que pagarle sus deudas y si él hubiera sido rico. Un alma virgen no puede evitar tales sentimientos: se tienen o no se tienen; y cuando se tienen, es fácil concebir su delicadeza, sus exigencias. Es muy natural que Gastón haya querido procurar por sí mismo una existencia digna a la viuda de su hermano, siendo así que esa mujer le enviaba cien mil escudos de su propia fortuna. Es hermosa, tiene buen corazón y modales distinguidos, pero es de inteligencia sencilla, poco refinada. Esa mujer es madre; ni que decir tiene que le cobré afecto tan pronto como la vi, con un niño en brazos y el otro vestido como el baby de un lord. ¡Todo para los hijos!: ese es el lema que se ve escrito en sus menores gestos. De modo que, lejos de guardar rencor a tu adorado Gastón, sólo tienes nuevos motivos para amarle. Lo he visto un momento y he comprobado que es el joven más encantador de París. ¡Oh, sí, querida mía!: al verle he comprendido perfectamente que una mujer esté loca por él. Su rostro es el espejo de su alma. En tu lugar, acogería en el Chalet a la viuda y a los dos niños, les haría construir una hermosa casa y recibiría a los niños como hijos propios. Tranquilízate, pues, y prepárale esa sorpresa a Gastón.