XLII

RENATA A LUISA

Mi hijita tiene dos meses; mi madre fue la madrina y el padrino un anciano tío de Luis. La niña se llama Juana.

Tan pronto como pueda, iré a veros de nuevo en Chantepleurs, ya que una nodriza no os asusta. Tu ahijado-dice tu nombre, pero lo pronuncia Matoumer porque no sabe decir la c de otra manera. Te haría mucha gracia. Tiene ya todos los dientes y come la carne como un niño mayor, corre y trota como una ratita; pero yo lo miro siempre con ojos inquietos y me desespero al no poder tenerle junto a mí durante el puerperio, que me obliga a permanecer más de cuarenta días en la habitación debido a las precauciones prescritas por los médicos. Hija mía, una no se acostumbra a los partos. Cada vez vuelven los mismos dolores y las mismas aprensiones.

Mi padre encontró más flaco a Felipe y a mi dulce amiga un poco más delgada también. Sin embargo, el duque y la duquesa de Soria han partido: ya no hay el más leve motivo para los celos. ¿Me ocultas, acaso, alguna pena? Tu carta no era tan larga ni tan afectuosa como las otras. ¿Se trata solamente de un nuevo antojo de mi querida caprichosa?

Bueno, ya hay bastante por hoy; me riñen porque te estuve escribiendo tanto rato y la señorita Juana de L’Estorade quiere comer. Adiós, pues, escríbeme tus largas y estupendas cartas.