Vivimos solamente en el único momento en que admiramos el esplendor de la luz de la luna, de la nieve, de las flores del cerezo y de las abigarradas hojas del arce. Disfrutamos el día caldeado por el vino, sin dejar que la pobreza, que nos mira de frente, nos imponga el desencanto. En este ir flotando a la deriva —igual que una calabaza empujada por la corriente—, no nos dejamos desanimar ni un solo instante. Eso es lo que llamamos el mundo pasajero, inestable.

ASAI RYOI,

Relatos del efímero mundo del placer,

Kioto, 1661

Encontrar una palabra más fuerte para nombrar el amor, una palabra que fuera como el viento, pero que soplara desde debajo de la tierra, una palabra que no necesite montañas, sino cuevas enormes en las que morar, y desde las cuales se lance por valles y llanos, como ríos, pero no agua, como fuego, pero sin que arda, que alumbre, que trasluzca, como cristal, pero que no corte, y transparente y toda forma, una palabra como las voces de los animales, pero que ellas se entiendan, una palabra como los muertos, pero todos otra vez ahí.

ELÍAS CANETTI